10.DIC.18 | Posta Porteña 1977

Posmodernidad o la Impostura de una Falsa Radicalidad

Por Barbaria

 

Barbaria 20/11/18

Introducción

En este texto pretendemos realizar una crítica somera a algunos de los lugares comunes ideológicos de nuestra época, lugares comunes que por comodidad llamamos postmodernos. De manera general, se pueden reconocer por la idea de que cualquier intento de buscar una emancipación radical sería un meta-relato, que buscar algún criterio de verdad u objetividad sería prueba de prepotencia y voluntad de dominio. Que no existen criterios generales y universales por los que definir la realidad del mundo y por ende no existe una búsqueda de una liberación general. Que todo es subjetivo, que la única lucha posible es la que se da desde lo cotidiano, en la microfísica de poderes, sin el riesgo de caer en esencialismos y definiciones seguras siempre peligrosas, etc.

Este texto lo escribimos desde una práctica revolucionaria y la crítica la realizamos desde la influencia que este tipo de planteamientos y autores tienen dentro de los activistas radicales que tratan de luchar contra este mundo. Por eso nos parece importante poder discutir acerca de las imposturas que se desprenden de este tipo de autores. La corriente que más ha introducido este tipo de perspectiva en “los movimientos sociales” es una versión light y reformista del movimiento autónomo histórico que tiene en Toni Negri uno de sus principales referencias y que ha hecho de las obras de Deleuze, Foucault, Guattari… presuntos manuales de radicalidad por la que tendrían que pasar los activistas “instruidos”. El reciente libro de Marina Garcés, una profesora de filosofía de la universidad y representante de este tipo de corrientes e ideas, expresa perfectamente aquello que queremos criticar. Una radicalidad aparente en formas y en los discursos que dicen querer deconstruirlo todo y una impotencia que nace desde las premisas como ella misma reconoce en el inicio del prólogo de su libro, Ciudad Princesa (pág. 11): No sé hasta qué punto hemos luchado realmente. Tampoco sé hasta qué punto hemos perdido del todo. Sí sé que las ideas y las formas de vida en las que creo no triunfan, pero que tampoco están perdidas. La generación de los setenta quería asaltar el cielo y se quemó las alas. Los que venimos después crecimos entre sus cenizas y vimos cómo se apagaban los fuegos de sus anhelos y de sus ideales (…). Y solo algunos, pocos, siguieron alimentando las brasas del pensamiento y del compromiso radicales. Los que nos politizamos a finales de los años noventa no mirábamos al cielo si no era para descansar un rato

Por otro lado, es importante comprender que cuando hablamos de postmodernidad no estamos estableciendo una ruptura drástica con lo que se conoce como modernidad. En realidad ambas “épocas” hablan de lo mismo, del capitalismo y de su tendencia a separar forma de contenido, subjetividad de objetividad, conocimiento de moral y así un largo etcétera. El capitalismo es un sistema que se fundamenta en una forma (el capital como valor hinchado de valor) que tiende a subsumir bajo su égida totalitaria cualquier contenido. Todo se puede convertir en dinero como equivalente general de la riqueza, cualquier actividad humana puede ser subsumida bajo el imperio del trabajo abstracto. Ya desde el surgimiento del capitalismo, allá por el siglo XVII, se empiezan a desarrollar las primeras formas de esta separación también en las formas de pensar. Nos referimos, por ejemplo, al pienso luego existo de Descartes o al mecanicismo de los cuerpos políticos en Thomas Hobbes. El capital inaugura una época que separa la vida de su sustancia material, que fragmenta a los seres humanos entre sí, además de internamente, que destruye la comunidad humana… Es una metafísica de la separación que nos enfrenta a unos contra otros, según establece el mismo Hobbes en su estado de naturaleza, como fundamento del leviatán estatal. Esa guerra de todos contra todos, la reducción de la vida social a la de átomos en perpetuo conflicto mercantil, la postmodernidad tratará de llevarla a su máxima expresión. En efecto, la guerra de todos contra todos, se convierte en las posiciones postmodernas en un conflicto permanente entre identidades. Racializados contra blancos, queer frente a cisgéneros, trans frente a queers, etc. ¡Cuántas más opresiones mejor! ¡Quién da más en esta verborrea de privilegios que establece quién debe hablar y quién callar! De este modo se disuelve no solo cualquier crítica unitaria a este mundo, sino la posibilidad de transcenderlo y poder enfrentar las opresiones específicas que el capital reproduce en todo su abanico. Solo un proyecto de destrucción integral de este mundo por medio de la reconstrucción de la comunidad humana permite tal objetivo.

Cuando hablamos de postmodernidad nos referimos a una ideología y no a una época. La época sigue siendo la misma, aunque le pese a nuestros finos contrincantes: la del capital y sus invariantes categoriales, el trabajo abstracto y la mercancía, el Estado y la democracia. Nos referimos a una ideología porque se trata de una mirada distorsionada sobre la realidad que no permite aprehender su sentido auténtico y por ende las posibilidades de revolucionarlo en un sentido emancipador. Además su producción nos traslada de la Universidad de California a la Sorbona, de la Sapienza de Roma a la Complutense, de los campus de Buenos Aires a los de Calcuta. Por lo tanto, no es una simple ideología, sino una ideología cuyo agente evidente son las clases medias. Los académicos “radicales” de los campus traducen en su lenguaje profesional opresiones reales (patriarcales, raciales…) para lograr financiación para sus proyectos de investigación. Una multitud zombi de estudiantes universitarios, embelesados y entretenidos por el lenguaje esotérico de sus mayores, blanden con prepotente seguridad las armas de sus frases mágicas e incomprensibles, y pobre del que pretenda oponerse. La postmodernidad tiene algo de postmoestalinismo Por todo lo dicho, este texto es un texto de combate, de afirmación comunista y revolucionaria, un texto de negación.

1. Una ideología de derrota

En primer lugar es importante inscribir de dónde surge el postmodernismo. La ideología posmoderna surge después de una serie de derrotas revolucionarias, a lo largo del siglo XX (primera y segunda guerra mundial), coronadas por la derrota de la oleada de revueltas sociales que van a estallar en los años sesenta del siglo XX: desde Francia  a Argentina, desde Praga a Italia, desde Uruguay a Portugal el proletariado tratará de constituirse en partido, en clase[1] 

En algunos momentos nuestra clase vivirá procesos insurreccionales muy amplios, como en la Italia de los setenta, procesos de autoorganización finalmente subsumidos como en Portugal, o breves tomas insurreccionales como en Córdoba (Argentina) en 1969.  La derrota de esa oleada de luchas, la segunda o tercera ola de asalto proletario a la sociedad de clases (si consideramos no solo la oleada revolucionaria de 1910-1937, sino la que en el siglo XIX desde 1848 a 1871) fomentará un retroceso del proceso de constitución del proletariado en clase y un resurgir de ideologías alimentadas por el pesimismo, el individualismo y el nihilismo, que devoran las esperanzas en el proletariado y en una humanidad liberada finalmente de la sociedad de clases. La ideología postmoderna se fundamenta en que una emancipación radical por parte del proletariado habría sido una mala pesadilla que solo podía generar monstruos totalitarios. Unos pérfidos ideólogos habrían secularizado el logocentrismo de la religión judeocristiana (en versión comunista y anarquista) y lo habrían transmitido a pobres e ignorantes proletarios iletrados. Como podemos ver, el idealismo de la operación mental es pleno. Para la posmodernidad (como para el conjunto del pensamiento moderno, burgués) el comunismo o el anarquismo no son un movimiento real que trata de afirmar las necesidades humanas contra el capital y su explotación, sino una construcción mental muy equivocada y errónea. Menos mal que han venido nuestros ilustres profesores parisinos y californianos para despertarnos de nuestra juvenil ignorancia

La postmodernidad al mismo tiempo es una ideología de la renuncia y del pesimismo. Bajo su aparente radicalidad (que es el gancho con el que seduce a clases medias a la búsqueda de nuevos metarrelatos) no es sino una renuncia a cualquier intento de transformar realmente y globalmente este mundo. De ahí la retirada a las micropolíticas y a las políticas de identidad. Lo pequeño es bueno y lo total totalitario, nos dicen. Como la derrota contrarrevolucionaria sufrida por el proletariado en los años 70 del siglo XX pospone el necesario cambio revolucionario por venir, se hace de la necesidad virtud y de la derrota una condición naturalizada. Por eso pesimismo y renuncia son inseparables y, al mismo tiempo, se vinculan a una exultante concepción de las diferencias, de la particularidad cultural y de elección individualistade lo diverso y lo heterogéneo, de lo molecular y lo esquizoide, de lo inestable y lo indeterminado, del escepticismo sobre cualquier  criterio de verdad y de relación con la objetividad y la totalidad social. El mundo es extraño y cruel. Nos subsume y enajena, pero no se entiende el porqué de sus fundamentos materiales y solo se da una explicación ideológica y teórica. Típica, por otra parte, de aquellos que hacen del pensar aislados su profesión, como si el carácter total del capital fuese simplemente un problema mental y bastase con no pensar en su dinámica impersonal y total para que no subsumiese nuestras vidas. Los postmodernos tienen algo de graciosamente  infantil: bastaría con cerrar los ojos para que el capital simplemente dejase de existir.  Lástima que se trate de pobres realidades que afectan nuestras vidas (el capital en sus movimientos) y no de las alturas de los discursos académicos a que están acostumbrados los protagonistas de nuestro folletín, con cuyas palabras creen construir performativamente el mundo

Esta ideología de la derrota y de la diferencia entronca con las filosofías pesimistas del ser en que se encuentran referenciados algunos de los teóricos referenciales para los autores postmodernos (Nietzsche, Sartre, Heidegger, Schopenhauer). El ser es un ente abstracto del que se separa por un lado la esencia y por otro lado la existencia. La ideología posmoderna recoge el idealismo y el pesimismo de esta filosofía. Cree que se parte del lenguaje para crear el mundo material (en contraposición a una visión materialista donde se parte del mundo real para explicar el mundo; Marx, Engels, Bakunin o en otro sentido Aristóteles). La postmodernidad como vocablo nace a partir de un libro de François Lyotard, un filósofo francés, que había militado en el grupo de extrema izquierda francés  Socialisme ou Barbarie, dirigido por Cornelius Castoriadis. Lyotard se había contrapuesto a la idea de Castoriadis de poder pensar una teoría revolucionaria que renunciase al marxismo, por lo que fundó con otros compañeros la organización  Pouvoir Ouvrière. Sin embargo, pocos años después renunció al marxismo y sobre todo a la revolución y escribió un pequeño libro donde sintetizaba algunos de los lugares comunes del pensamiento post-moderno

Tienen dos focos importantes en este pensamiento Francia y Estados Unidos. Son un conjunto de autores variopintos, con niveles teóricos y trayectorias muy diferentes, pero que indudablemente tienen algo en común. Uno de los aspectos decisivos es la renuncia militante, en contra de hablar de la centralidad del proletariado como clase revolucionaria que es la única que puede acabar con el dominio del capital (que es algo más profundo que un sistema de privilegios como parecen entender pobremente nuestros “teóricos”), o la renuncia a la realidad de la naturaleza humana como el mal de los males. Por el contrario, la médula de las personas es el contexto social e histórico, un reduccionismo cultural y la hipertrofia de discursos que conforman performativamente la vida de los sujetos.

Como decíamos al inicio el postmodernismo es una ideología nacida en la academia de corrientes post-estructuralistas francesas. Estas, tras la crisis del marxismo académico y político[2] y la crisis del estructuralismo (del peso absoluto que habían dado a las estructuras económicas e históricas, después de hacer de los seres humanos meros soportes, patas de una mesa sobre las que se elevaban las estructuras)  dan lugar a una huida a lo aparentemente opuesto: es el momento de lo molecular, de lo capilar, de lo pequeño, de los deseos, de lo periférico, de lo específico, de los dispositivos de subjetivización. En realidad se trata de un movimiento pendular que tiene de fondo la derrota política del proletariado en los años 70’. La universalidad abstracta del marxismo como ideología, permeada de cientifismo y politicismo, de reducción del proletariado a soporte del capital, empieza a entrar en crisis en realidad con el ascenso del proletariado en los años sesenta. Con la derrota de este, sus fautores estructuralistas (los Althusser, Foucault, Derrida, etc.) se convertirán en los promotores del posestructuralismo, del postmodernismo. Además es muy importante entender que la universalidad postulada por el cientifismo y el progresismo marxistas y por el estructuralismo, de otra manera, no es el tipo de universalidad que porta el proletariado como negación de la propiedad y las clases sociales. Es a partir de esta verdad, la de la pestilencia del marxismo como ideología, que el posmodernismo construye la gran mentira del particularismo, de que no tenemos nada en común, de que finalmente la dominación siempre estará ahí. Los universales del marxismo nada tienen que ver con los del proletariado en acción.

Nos explicamos mejor: la post-modernidad frente a las ideas de universalidad, frente a la historia, contrapone la imposibilidad de hacer una historia y una teoría universal. Este aspecto es muy interesante porque la crítica académica del marxismo lo que conlleva es el rechazo a toda concepción teórica fuerte, fundamentada en principios, en meta-relatos con sentido (por ejemplo las condiciones materiales reales de que el capitalismo es mundial. Si toda la historia tiene interpretaciones subjetivas ¿cómo seríamos capaces de hacerle frente al capitalismo si no vemos que tiene una bases mundiales que son históricas?). Huyen como de la peste de toda concepción general, son alérgicos a los universales humanos y teóricos.

2. Una ideología del individuo

La posmodernidad parte de la subjetividad de cada uno, de la verdad individual, por eso no existen verdades absolutas. De hecho, acusa a las verdades universales de ser totalitarias, de ser impositivas. Todo esto es el resultado del escepticismo de una teoría que no pretende ubicar nuestra propia existencia social en un marco más amplio, porque sería encerrar la especificidad del individuo y de las diferentes agrupaciones identitarias, para el posmodernismo el hecho de que el ser humano sea un ser social se explica como algo meramente discursivo y no algo material real. Es el mundo del capital el que nos encierra. Quizás en los campus californianos se encuentre un abanico más amplio de opciones, pero millones de proletarios no somos tan afortunados para poder elegir esta perspectiva.  Nuestra vida está determinada por una oculta pero muy real forma material (debemos enfrentarnos diariamente cada vez con peores condiciones para la supervivencia: trabajos que nos ahogan, viviendas impagables o que nos aíslan de los demás, relaciones superficiales mediadas por la mercancía, etc.).

Esta visión del mundo no puede aspirar a la emancipación global de las personas, no puede aspirar a pensarse en conjunto, en una comunidad real, solo puede pensarse de manera identitaria, separada del resto. Esto se hace palpable en las luchas sociales de los últimos años, el no entender a otros proletarios en el resto del mundo como aquellos que tienen nuestras mismas necesidades y son expresión de la misma lucha, lo que provoca falta de solidaridad del resto del proletariado, a diferencia de lo que ha hecho nuestra clase a lo largo de la historia.

Pensar que podemos llegar a ser todos iguales (como pretende la democracia) o pensar que todos somos totalmente diferentes (como los posmodernos) es un ejemplo claro de una falsa dicotomía: dentro de nuestras diferencias hay cosas que nos unen y que compartimos como especie, tenemos las mismas necesidades para vivir. La igualdad ideal democrática es tener todos lo mismo, el comunismo no lucha por la igualdad ni la equidad de raza o género, pues estas construcciones son socialmente funcionales al mismo sistema que las necesita; por ello, la revolución no debería contemplar su preservación y “transformación positiva” pues su lucha contra la civilización/sociedad mercantil conlleva la destrucción de todos sus fundamento El comunismo no lucha por la igualdad ni la equidad de género o raza, pues estas construcciones son socialmente funcionales al mismo sistema que las necesita; por ello, la revolución no se debería contemplar su preservación y “transformación positiva” pues su lucha contra la civilización/sociedad mercantil conlleva la destrucción de todos sus fundamentos categoriales, morales, científicos, religiosos, jurídicos. El comunismo no pretende acabar con la opresión de este mundo a través de los ingredientes del pastel mercantil (repartiendo cuotas proporcionales en función de la raza o del género) quiere transformar radicalmente los ingredientes del “pastel” de la vida humana. La explotación consiste en lo mismo en todo el mundo —extraer plusvalía— esto une a todos los trabajadores, tengan la lengua, el sexo, la edad, el color o la orientación sexual que tengan.  El capitalismo no es un sistema de «opresiones» sino un sistema de explotación que crea discriminaciones y opresiones de manera rutinaria porque, como para todo sistema de explotación, está en su naturaleza hacerlo para mantener su dominación.

Es una ideología liberal, porque reivindica el derecho del individuo de elegir libremente lo que quiere ser (dentro de las opciones del capital, claro). Es la revolución del individuo que es libre de reivindicarse como mujer, hombre, género fluido o género disconforme, que a lo que aspira es a que se le reconozca y visibilice. ¿Por parte de quién? Del Estado, del viejo Estado, con sus instituciones e intereses de clase un poco pasados ya de moda. De la microfísica de los poderes a la reivindicación del Estado de Derecho hay una relación no solo lógica, sino un camino recorrido de hecho por nuestros brillantes postmodernos: del radicalismo verbal a la facticidad del poder del capital. Pensar que los problemas sociales tienen salida individualmente no tiene sentido, no basta con emplear un lenguaje extremista o cambiar las costumbres individuales. Como ya ha dicho Cuadernos de Negación: «Jamás recomendaríamos “salidas” individuales para problemas sociales. La percepción individual de un problema no vuelve al problema una cuestión individual». (Cuadernos de Negación, n° 8). Hacer esto no haría más que reducir todo lo concreto a algo abstracto: la elección individual de ser lo que quieras, elegir entre las mercancías que se te ofrecen. Entendemos que es frustrante, que nos hace sentir pequeños sentir problemas todos los días, problemas que no podemos resolver de manera aislada, de manera individual. Pero pensar lo contrario solo crearía un espejismo de que nuestras vidas son radicales y estamos en poder de decidir si la industria cárnica se va a la mierda o se acaba el calentamiento global por ir a pie al trabajo, por dar un ejemplo. Además de que no es posible resolver problemas sociales de manera individual, también es una mierda. Incluso si pudiéramos resolver cosas de manera individual, lo haríamos como lo hacen los individuos: de manera aislada, insolidaria, con dinámicas de competición y meritocráticas (toda la culpa interiorizada que se expresa, por ejemplo, en la conciencia ecologista: no haces lo suficiente, hay que esforzarse más, fíjate cómo yo sí lo consigo…) El individuo apesta, es la base misma de esta sociedad. Que el problema social tenga que ser resuelto colectivamente es lo que hace posible recuperar nuestra vida humana real, la comunidad humana mundial.

Se reivindica lo pequeño frente a lo grande, lo subjetivo frente a lo objetivo, lo molecular frente a lo molar, lo múltiple frente a lo uno, etc. Con ello lo que se imposibilita es poder hablar de algo tan importante como la especie humana y sus necesidades. La postmodernidad es una ideología de la separación y la fragmentación, de la desunión y del rechazo virulento a que nos podamos constituir en clase. Es una ideología obsesionada con la multiplicidad de las culturas humanas y no con entender que los seres humanos somos naturalmente culturales,  obsesionada por la multiplicidad de los lenguajes y no por el hecho de que seamos seres lingüísticos, obsesionada por las diferencias y no por aquello que nos une en nuestra diversidad.  Además, nos reduce al localismo y por tanto impide un internacionalismo real, un internacionalismo que nada tiene que ver con el espectáculo multiculturalista posmoderno. Esta preocupación por la singularidad es siempre, en última instancia, la singularidad de los individuos aislados y en competición, como compiten los distintos sujetos (mujer, racializado, homosexual) entre sí.

En realidad, el postmodernismo va a ser una reacción comprensible a la visión sociológica que tiene la socialdemocracia del proletariado. Sin embargo, reaccionará contestando con nuevas formas de socialdemocracia, puesto que la vieja estaría ya muy “gastada” por la relativa deslegitimación de los PC y el estalinismo gracias al 68. Para ello, hará un viaje de ida y vuelta desde el identitarismo de mono azul en el discurso obrerista al abanico de identidades que surgen para completar con otros sujetos de la opresión. Así, si el obrerismo dejaba fuera a las mujeres, ¡todo arreglado! Se añade la identidad mujer. Si dejaba fuera a los no blancos, he aquí la identidad racial… Ahora que la identidad obrera ha perdido peso, cada vez se suman más sujetos de opresión: opresión autista, la identidad loca, gorda, etc. Es interesante subrayar, como ya hemos indicado más arriba, la relación íntima entre el surgimiento de estas ideologías y las debilidades y los límites del propio movimiento del proletariado, fundamentalmente en relación al peso del obrerismo y del economicismo en periodos de luchas anteriores. No romper con la concepción socialdemócrata del proletariado permitirá el surgimiento de todas esas categorías, que funcionan con la misma lógica fetichista del obrerismo.

Por otro lado creemos que sería interesante también una reflexión contra la integración. Como analizaremos más adelante en relación a la ideología racializadora (que es una de las derivas múltiples de la postmodernidad) su objetivo último es la integración en el mundo del capital. Buscar el reconocimiento para mejorar las condiciones de vida dentro del capital es entrar en la dinámica de la competencia individual para sobrevivir, en vez de buscar una emancipación común. Así pasa también con algunos de los discursos que están surgiendo en España en relación a la raza frente a la fuerza que tuvieron movimientos como por ejemplo el de las banlieues en 2005, cuya fuerza residía precisamente en que no buscaban la integración. En este sentido el racialismo no será en realidad sino una forma objetiva de domesticar las luchas de los proletarios “racializados”. Lo mismo que decimos acerca del racialismo es análogo a lo que podemos argumentar sobre los feminismos postmodernos y su intento de deconstruir la “categoría” mujer.

Entonces no es aventurado sostener que la ideología posmoderna es una teoría liberal, una teoría del individuo que refuerza al capitalismo

Es importante puntualizar estas teorías son la forma de recuperar la radicalidad que buscan muchas de las personas que se sumergen en ellas. Esta recuperación no es ideal, sino bien real, como se expresa en el carácter contrarrevolucionario del racialismo, porque no aspiran a la liberación total de la clase y de la especie humana. Antes bien, la imposibilitan y debilitan la lucha al canalizarla a un plano legalista e institucional

3. Frentismo e interseccionalidad

En el ámbito activista está muy extendida la idea de que existen una serie de luchas heterogéneas que se combinan en “frentes de lucha”, como si fueran luchas separadas y disociadas, paralelas y autónomas, que en principio nada tienen que ver las unas con las otras (raza, sexo, antiespecismo, ecologismo etc.) A la unión de estas luchas en frentes se le llama interseccionalidad (aquellas personas o lugares donde se unen una serie de opresiones).  No existe una idea de universalidad y unicidad de estas luchas, porque eso sería ser esencialista.

Esto elimina totalmente la concepción de la clase, ya que a partir de ahí resulta impensable un mismo combate material por satisfacer necesidades humanas análogas que vincule las luchas proletarias en Marruecos con las de Yemen, las de la región española con las de Argentina, las del proletariado afroamericano con los proletarios kurdos. Todo es particular y fragmentario. Esta es otra de las razones por las que esta ideología es derrotista: un pensamiento que parte de lo que nos separa no es capaz de pensar en la emancipación universal.

Como decíamos en Notas sobre el patriarcado en el capitalismo:  Esta división sólo puede ser comprendida desde la comunidad humana y el comunismo como movimiento histórico. Actualmente la socialdemocracia pone todos sus esfuerzos en situar al mismo nivel la lucha de clases y la división entre el hombre y la mujer, así como la división de razas, de prácticas sexuales, etc. Sin embargo, esta afirmación es la mejor manera de negar la posibilidad de la comunidad humana, puesto que para llegar a ella no sólo habría que acabar con el capitalismo y las clases sociales, sino también con toda la diversidad que existe en la especie (cf. la teoría queer). Bien al contrario, la única forma de destruir esa máquina de muerte y miseria que es el capital es la lucha de clases y, a través de ella, la negación de todas las clases. No obstante, esta lucha no sólo es la lucha del proletariado contra el capital, sino también su lucha por unir lo que ha sido separado en el seno de la clase. La única forma que tiene el proletariado para hacer esto es confrontarse a las divisiones impuestas por las sociedades de clase, entre ellas la división hombre-mujer.

La posmodernidad ha extendido la idea de que lo que se tiene que hacer con las opresiones es deconstruirse uno mismo, que no es otra cosa que analizarse discursiva y conceptualmente. ¿Qué es la deconstrucción? Se trata de un concepto absolutamente nominalista. Promulga la capacidad omnipotente de la conciencia (por supuesto, individual) para romper con las relaciones sociales que nos “construyen”, que nos constituyen. El problema no está en reconocer que lo que somos está en buena medida determinado por las relaciones sociales que establecemos y que nos establecen, por así decir, aunque esto permita al postmodernismo negar toda idea de naturaleza o biología. El problema es creer que el pensamiento y unas formas de actuar que procuren una solución que sustituya a las actuales relaciones, puede cambiar “poco a poco” la totalidad de las relaciones mediadas y sujetas al contexto histórico y social de ésta época, llegando al absurdo de incluso  afirmar que no es necesaria la lucha internacional de la clase para destruir las estructuras y sus métodos en boga. Es, dicho sea de paso, la mejor manera de autojustificarse en su propia función material: reproductor/a de la ideología dominante desde una cátedra universitaria. ¿Pero qué pasa una vez que haya deconstruido mi sexo? ¿Esto va a afectar atómicamente, materialmente lo que es? ¿Me cambiará el tono de piel o los rasgos faciales si deconstruyo mi “raza”? Sobre estas preguntas volveremos cuando nos detengamos en la Santa Trinidad postmoderna: clase, raza y género

 4. ¿Y si el capitalismo no fuera una mera opresión más?

La postmodernidad es alérgica a la totalidad. Para ella no habría ningún centro configurador de nuestra realidad social. Su interés por lo exótico, lo pequeño, lo anómalo, lo desviado, lo incomparable, lo grotesco, etc. le lleva a abandonar el elemento configurador central, el capital como relación social estructurante de esta sociedad sin el que no se entiende nada, aunque no lo explique todo.

El posmodernismo da como resultado una concepción del capitalismo diferente a la que concibió Marx y el movimiento proletario. Como ya hemos dicho antes, para los posmodernos asegurar algo como si fuera una verdad total es erróneo, es totalitario, fascista. Pero desafortunadamente el capitalismo es mundial, por lo que no se puede afrontar parcialmente. Y de hecho es esencial entender que no estamos hablando de una opción estética, no se trata de postular lo malos que son los grandes relatos y de que sea preferible un mundo fragmentado en múltiples devenires moleculares que confluyen de modo federal y armónico a través de los flujos deseantes de sus cuerpos, y que esto no ha sido así por un terrible error teórico que encuentra su origen en la decadencia de la filosofía griega o en el pensamiento judeo-cristiano. No estamos hablando de ideas separadas de los procesos materiales globales. El capital es una totalidad en sí misma, no es el producto de grupos humanos que necesitan darse sentido con metarrelatos globales.

Y es que una de las características del pensamiento postmoderno es su formalismo. Se separa lo inseparable en una multiplicidad de fragmentos y al intentar volver a unirlas se le llama interseccionalidad. En realidad lo que se hace es diseccionar un cadáver y luego volver a unirlo artificialmente, sin que por ello deje de ser un cadáver, por muy conceptual que sea todo el proceso. Nos explicamos un poco mejor, porque nos enfrentamos a uno de los lugares comunes del pensamiento postmoderno.

El capital es una relación social histórica que emerge de dos procesos combinados. Por una parte el mundo deviene capital a través de la creación de relaciones sociales de producción capitalistas, que van a separar a los campesinos de la tierra y obligarles a vender su fuerza de trabajo como nuevos proletarios. Este proceso encontrará su génesis en la Europa feudal y en Inglaterra en primer lugar.

Por otra parte, el capital deviene mundial a través de su extensión a todo el globo, lo que verá un salto de cualidad con la llegada de castellanos y portugueses a América, con el consiguiente genocidio. El capital emerge de la sangre y el saqueo, como recordaba Marx, y es importante no separar ambos procesos porque sin la combinación de ambos simplemente no hubiese emergido el actual sistema de explotación.

El capitalismo que empieza a emerger entonces, a partir del siglo XVI, es una realidad muy diferente a las formas de capital antediluviano e imperfecto que podía existir en las sociedades precapitalistas anteriores. Las formas de capital usurario o mercantil no tenían detrás de sí una sustancia social, el trabajo abstracto, que igualaba todos los trabajos y actividades concretos a nivel social, lo que va a permitir que la naturaleza del capital (un valor hinchado de valor) pueda reproducirse a sí mismo gracias a la sustancia social contenida en el plusvalor que produce el trabajo asalariado. El capital es entonces una relación social impersonal y aparentemente automática (pero que en realidad es alimentada por el trabajo abstracto como sustancia social, lo que hace central el antagonismo entre capital y proletariado) que en sus diferentes metamorfosis sociales invade y reconstruye todo el ámbito de las viejas formaciones sociales precapitalistas. No es este el lugar para detenernos en una explicación más detenida y profunda. Lo importante es entender que el capital no es algo económico, es la relación social que configura en sus metamorfosis la totalidad social de la modernidad, la que separa el mundo social, rompiendo con las comunidades precapitalistas, el mundo privado y el mundo público, la economía y la política, el mundo laboral del ciudadano, etc. Del mismo modo configura a su imagen y semejanza, a la lógica abstracta del dinero y del intercambio, el patriarcado de las sociedades precapitalistas (este no se puede entender al margen de cómo el capital lo ha configurado, y esta incomprensión es una de las explicaciones teóricas de los límites socialdemócratas de todo feminismo) o las divisiones raciales de la modernidad capitalista. No se puede entender la opresión esclavista de la modernidad capitalista sin atender al comercio triangular entre las diferentes regiones del capital desde el siglo XVI.

Entonces el capital nos aparece como un todo único aunque diferenciado. Por supuesto, no negamos la especificidad del dominio patriarcal o del racismo típicamente capitalista. Lo que nos negamos a aceptar es que esas partes se puedan separar del conjunto. Separadas son incomprensibles. La suma de las partes no es igual a su producto. Y esto es lo que les pasa a todos los teóricos postmodernos con su obsesión por los estudios raciales, neocoloniales, de género… Son incapaces de restituir teóricamente la realidad de dominio y explotación que nos atenaza. Solo pueden reconstruir un cadáver inanimado que no existe más que en sus cabezas.

De este modo se reduce la brutalidad impersonal y semiautomática del dominio del capital a una mera cuestión de privilegios. Yo como obrero blanco cisgénero tengo más privilegios que aquella que es obrera blanca cisgénero, quien deberá callarse ante una mujer blanca lesbiana pero que a su vez mantiene privilegios frente a una mujer racializada árabe… Y así en un absurdo e impotente juego de muñecas rusas.

La parcialidad obsesiva de este mecanismo mental es incapaz de entender y alterar la totalidad del capital. Como decíamos al inicio de nuestro texto, se trata de una concepción sustancialmente pesimista que no cree en la posibilidad de un cambio total. Están en contra de los grandes relatos, las utopías ya no existen, el mundo no se puede cambiar globalmente, por lo que hay que actuar en pequeña escala, a través de la micropolítica, de pequeños relatos, cuentos, narraciones corpóreas. ¿De verdad que están convencidos de que se puede cambiar el sistema capitalista en una parte del mundo solo? En realidad abandonaron hace mucho esta pretensión. Además, el capitalismo es reducido a un privilegio entre otros, el clasismo, convirtiéndolo en una opresión más entre otras como el racismo, el sexismo, el capacitismo, etc.

De este modo el capital es omnipotente. Lo único que se puede hacer es resistirse al poder, un poder que se configura a través de sus normas y contra el que se lucha desafiándolo a través de discursos identitarios: cambiar de sexo, subvertirlo todo en las palabras para que no cambie nada de sustancial y real porque, en realidad desde las premisas, es imposible.

¿Los posmodernos tienen alguna idea de emancipación, un lugar a dónde quieren dirigirse? Lo critican todo, pero ¿a qué aspiran? Probablemente no aspiran a llegar a ningún lugar, sino simplemente a tener la posibilidad de optar por situaciones. Pareciese que están expectantes a la nueva opresión por descubrir y lo más radical es criticar la crítica del último filósofo en la universidad. La posmodernidad es una deriva de preguntas fluidas en la que te deconstruyes y apareces desmaterializado sin saber ni cómo es que has llegado a este mundo, o si realmente existe alguno. No hay ninguna verdad sobre la que ponerse en pie. Si lo que se pretende es llevar la contraria por el hecho de llevar la contraria, no tiene ningún sentido porque no hay un suelo firme sobre el que pisar y sostenerse; las palabras y la realidad deben estar acordes, de lo contrario hablamos un discurso vacío. Se dicen radicales, pero por nombrarse como tal no son radicales repentinamente

5. Una ideología nominalista

Como dijimos antes para los posmodernos la realidad es aquello que se dice. Los postmodernos viven en una hipertrofia cultural y lingüística. Los seres humanos somos páginas en blanco conformados por la cultura de cada lugar y por discursos lingüísticos. La música idealista de esta canción nos tiene que resultar ya familiar.

Para nuestros postmodernistas, la realidad que habitamos en el fondo se desprende del mundo de las ideas o el famoso “pienso luego existo”, incluso del mundo creado por la idea de Dios. No son tan distantes de la idea de que la naturaleza está hecha por nuestro lenguaje. Para los posmodernos todo es lenguaje, todo es cultural. La realidad está construida, o quizás deberíamos decir creada, por el lenguaje y la cultura: la realidad es aquello que se dice. De esta manera se nos hace dudar de todo lo matérico, se nos hace dudar incluso de que las hormonas y el sexo tengan algo que ver con el hecho de ser hombre o mujer, se nos hace dudar tanto de la materia que podemos preguntarnos si quizás mañana amanezcamos canguros. Nos dicen una y otra vez que la naturaleza está hecha por nuestro lenguaje, pero que el ser humano se haya expandido hasta los últimos rincones del mundo e influido en el crecimiento y distribución de las plantas alrededor del globo no quiere decir que hayamos creado la naturaleza.

Como todo es lenguaje, todo depende de la subjetividad del individuo. La posmodernidad es la expresión típica de la antropología del capital, de su individualismo y de su separación. Todo es una representación, por eso no existe la realidad y todo es subjetivo. ¿Qué es la realidad material entonces? ¿Qué es tener hambre, sentir dolor? ¿Acaso no son cosas que sentimos todos?

Como podemos ver se trata de una extraña ideología que, si por una parte se declara a sí misma como materialista, en realidad está trufada de fundamentos idealistas. Una concepción que desplaza el centro del interés del capital como relación social total (que por lo tanto no se puede reducir a algo económico, como creen con igual fe ya sea marxistas que postmodernos) a la sexualidad y al lenguaje. Y no porque la sexualidad no sea un aspecto enormemente importante para pensar la liberación humana bajo la égida de las sociedades de clase, pero es que concebirla como una sustancia separada de las dinámicas más globales la hace una sustancia muerta, conformada performativamente por el capital. Justo lo que les ocurre a los protagonistas de nuestro folletín. Y qué decir de una concepción del lenguaje autorreferencial, que en lugar de estar abierto y en comunicación constante con el mundo y con nuestra práctica en él, nos aleja y separa de él para después recrearlo. En principio fue el Verbo, dice el Génesis bíblico, y lo mismo repiten nuestros postmodernistas. Sus bases teóricas, como las de la modernidad capitalista por otra parte, son ampliamente escolásticas, y encuentra sus referencias en nominalistas como Ockham y formalistas como Escoto, como reconocían algunos de ellos algo más conscientes, como el mismo Deleuze.

6. Género, raza… ¿clase?

Ya hemos hablado del famoso tríptico «género, raza, clase» como elementos separados que no tendrían ninguna relación a priori y solo se conectan a posteriori debido a sabios interseccionadores académicos. Dicha tríada es en realidad algo parecido a la Santísima Trinidad para los católicos, una cuestión de Fe que no se puede poner en cuestión a no ser que se quiera ser excomulgado de la Iglesia académica y políticamente correcta de izquierdas (en todas sus versiones incluida la “anarquista”). En realidad la postmodernidad tiene mucho de postmoestalinismo a nivel del activismo político, como ya hemos anticipado. A partir de esta tríada nos aparecen muchas otras opresiones (frentes que se abren): la especista, capacitista, activismo gordo, etc. Es importante no olvidarse de ninguna en este juego sin fin de privilegios y contraprivilegios.

Género

Antes que nada, es importante señalar que somos conscientes de la existencia de las personas intersexuales, las cuales tienen órganos sexuales intermedios entre el hombre y la mujer, al igual que sus hormonas. Sin embargo, no creemos que el pequeño porcentaje de estas personas sean las que deban dictar la norma de la reflexión, lo que es ya algo típicamente postmoderno, hacer de los márgenes el centro de la teoría. Las teorías posmodernas sobre el género están encabezadas por el feminismo de la tercera ola.

Es un hecho que la sociedad nos marca un estereotipo de hombre y de mujer, sólo hace falta ver la publicidad y las películas para darnos cuenta. ¿Este estereotipo cambia con el tiempo? Sí. ¿Hay diferentes maneras de ser hombre y mujer, diferentes costumbres? Sí. ¿Se puede dejar de ser hombre o mujer porque se nombre diferente? No, ser hombre y mujer no es una identidad, es un factor material, es, de modo inseparable, una realidad biológica, cultural, social e histórica.

El pensamiento heterosexual y otros escritos de Monique Wittig es un ejemplo claro de lo que es la posmodernidad. Un texto en el que se parte de que las mujeres lesbianas no son tal. Las mujeres lesbianas no son mujeres, son desertoras de su ¿género? por el hecho de ser lesbianas. No son sirvientas de los hombres, por eso son rebeldes. Este es un ejemplo de falso discurso revolucionario donde se parte de la identidad y la parcialidad para “unir” a un grupo de mujeres por sus prácticas. Una vez más esto nos lleva a una resolución del problema de manera individual, lo cual como hemos dicho antes reproduce la ideología liberal del capitalismo«Ser lesbiana es construir otros mundos, es esculpir nuevas realidades»

¿[C]ómo explicar que se haya pasa­do de reivindicar derechos universales («No­sotras las mujeres») a una teoría del discurso y de las normas de poder que llega al extremo de poner en tela de juicio los conceptos mis­mos de «mujer» y «naturaleza humana»? En suManifiesto cyborg, Donna Haraway, en el estilo poético-delirante que la caracteriza, ofrece una exposición sintética de esta evolución: «Una vez reconocido, tras grandes esfuerzos, su carácter social e históricamente condicionado, ni el género, ni la raza ni la clase social pueden proporcionar una base para la creencia en una unidad “esencial”. No hay nada en ser “mujer” que cree un lazo natural entre las mujeres. Por no haber, no hay siquiera algo así como un “ser” mujer, categoría en sí misma extremadamente compleja y que ha sido construida en el seno de discursos científicos que son a su vez objeto de controversia» (Donna J. Haraway, El manifiesto Cyborg) («La ofensiva de los estudios de género» Cul de Sac)

Y es que es indudable que la opresión de las mujeres tiene un origen social (es lo que los estudios académicos a la moda llaman género) pero son oprimidas en tanto que mujeres, lo que implica el tipo de cuerpo que se tiene.  Y esto es lo que separan estas concepciones postmodernas con el miedo patológico que tienen a todo lo que les suene a biológico, natural (separación entre sexo y género). El control del cuerpo, de la sexualidad, de la capacidad de dar vida y de crianza es el fundamento natural desde el que se construye el patriarcado históricamente y en todas las formas en que se ha ido configurando. Entonces para entender la génesis y la realidad de la opresión patriarcal contra las mujeres es fundamental desembarazarnos del dualismo postmoderno, que separa lo biológico de lo cultural y de hecho reduce el primero a lo segundo, con lo que operan la típica reducción idealista del cuerpo al alma. Nos explicamos mejor: para los posmodernos es la forma cultural lo importante, el cuerpo físico y biológico es solo un epifenómeno de la voluntad. Para nosotros es fundamental rechazar esta separación. No se puede entender el cuerpo y la mente, la vida material y la cultura como sustancias independientes. Es la realidad biológica e invariante de la mujer a lo largo de los milenios y de las diferentes culturas lo que configura un sustrato común que en algunos casos va a actuar de prius social y comunitario positivo (pensemos en las sociedades comunistas del paleolítico o del neolítico) y en otros casos motivo de disputa y opresión, con el desarrollo de las sociedades patriarcales, clasistas y estatistas

Este entrelazamiento complejo entre aspectos naturales y sociales ha construido una multiplicidad diferente de formas de ser mujer a lo largo de la historia humana. Pero la multiplicidad de formas no niega el hecho de un ser común como mujeres, del mismo modo que la multiplicidad de culturas que hemos habitado los seres humanos no niega nuestra común humanidad.

En realidad el pensamiento postmoderno opera con binomios muy simples y dicotómicos. Ya que existe una multiplicidad de formas en que el “género” se representa y vive a lo largo de la historia humana, de ahí deducen que se puede deconstruir el ser mujer y que desaparezca como categoría. Pero el ser mujer es mucho más que una categoría, del mismo modo que lo es el ser humano. En realidad toda la teoría del «género» postmoderna, empezando por la visión “refinada” de Butler, es una for­ma de «constructivismo social» heredera de las teorías foucaultianas, que reduce las pesadas realidades materiales a meros enunciados discursivos: el médico con su dispositivo de poder es quien ordena el sistema de géneros, cuando anuncia tú eres chico y tu chica, nos dice Butler.

 Raza

El capitalismo es racista porque construye una identidad a partir de la nación: la “raza”, al contrario que lo que explicábamos antes sobre el ser hombre y mujer, no es un factor material en un sentido biológico. Bien al contrario, se trata de una fetichización de una serie de rasgos fisionómicos (color de piel, forma de la cara o del pelo, etc.) para establecer grupos de semejanzas a partir de los cuales imponer una jerarquía nacional-racial. El fin principal de esta jerarquía es el de todo nacionalismo: la separación del proletariado para poder explotarlo mejor. El rol histórico que ha jugado el racismo lo evidencia con claridad: véase por ejemplo la revuelta del proletariado negro y blanco en los Estados Unidos de finales del siglo XVIII y la consiguiente política estatal de separación racial, de la mano del desarrollo de la democracia blanca.

Sin embargo, este rol se olvida con demasiada facilidad para afirmar que la “raza” es un eje de opresión distinto e inasimilable por la clase. De esta forma, se entiende que la raza y la clase son sustancias separadas que se interseccionan, en la misma lógica forense que mostrábamos anteriormente. Así pues, el racialismo es esa parte del posmodernismo que pone por encima el grupo nacional-racial de toda consideración de clase.

Un gran problema de las ideas racializadoras es que las lleva a defender la cultura y la historia por encima de todo sin importar que estas sean machistas o reproduzcan la dominación de clase. De esta manera, se reivindica la figura de Atahualpa o el papel de las religiones sin importar la explotación terrible que sostienen. La raza, como decimos, implica el mismo juego que el de la nación, se trata de una justificación de la explotación del proletariado siempre y cuando sea “nuestra” explotación y no la de otra burguesía más fuerte.

En esta parte nos parece importante detenernos brevemente en un libro sintomático por lo reaccionario. Es el libro de Houria Boutedja: Los blancos, los judíos y nosotros. Un libro que además de modo significativo está haciendo furor en ambientes “radicalizados”. En realidad el libro es un conjunto de banalidades estalinistas donde el obrerismo rancio, la lógica “anti-imperialista” y “anti-yankee” de los partidos comunistas y de los marxismos-leninismos de diferente pelaje se desvía en una clave de raza social. Todo lo que haga mi raza está bien en la lucha contra las otras razas. Si Ahmadinejad dice que en Irán en realidad no hay homosexuales hay que admirarle, pues está deconstruyendo la lógica del Imperio y de Estados Unidos cuando dice que no tortura. Mis amigos son mis amigos y hay que estar con ellos hasta el final, y la amistad es una cuestión de razas. La lógica del mal menor es continua. Aquellos que se atrevan a criticar la Venezuela de Chávez y Maduro no son sino blancos vestidos de descoloniales… En una “lógica amorosa” (Por una política del amor revolucionario es el subtítulo de este texto) también propone una alianza a judíos y blancos no racializados (no olvidemos que el mundo está construido ante todo de razas), puesto que primero de lo que se trata es de construir movimientos autónomos racializados, tras lo cual será posible la alianza con la izquierda blanca. Y es que, en realidad, el aparente radicalismo del discurso es una mera versión postmoderna del discurso frentepopulista de la socialdemocracia de toda la vida. Hay que acumular poder propio para luego negociar una integración en la sociedad capitalista, sociedad por cierto a la que apenas se nombra, y cuando se hace es para considerarla un mero epifenómeno de la civilización occidental. Al más puro estilo postmoderno, la materialidad sucede a las ideas.

En fin, como decimos, el libro no es sino un cúmulo de lugares comunes que recuerdan lo peor de los movimientos de liberación nacional burgueses, de carácter estalinista, de los años sesenta y setenta, todo ello aderezado además de soflamas religiosas, homófobas, de comprensión del machismo propio porque es el de los míos. Obviamente hablar de que en sus queridas comunidades hay líneas de clase que las fracturan ya es algo de lo que mejor ni hablar. En definitiva, el racialismo es una ideología objetivamente al servicio del capital en el intento de dividirnos y fragmentarnos como proletariado, como una clase única y mundial.

¿Clase?

Los postmodernos no tienen sino una ingenua concepción de la clase. De los tres, este es el concepto donde el posmodernismo más revela su continuidad con la modernidad, con el pensamiento progresista burgués, bien que le pese. Su concepto de clase no es nada más que la concepción sociológica de la clase, el mismo que el de la socialdemocracia clásica y el leninismo. Otra cosa sería indagar en cómo, al final, se oscila entre estos viejos ropajes y nuevos binomios tuneados que sirven aún más a la confusión: élites/gente (Podemos), integrados/marginados (insurreccionalismo), etc.

Y es que, además, en las versiones más naifs de la postmodernidad  la clase se reduce a una mera cuestión de estatus, de privilegio, perdiendo de vista cualquier realidad estructural, lo que no deja de recordar a las visiones más tradicionales de la sociología burguesa del siglo XIX y principios del XX. Esta visión se combina, al mismo tiempo, con una crítica al clasismo que sería amalgamado con tener una visión despectiva de aquellos que son pobres proletarios. Incapaces de captar ni remotamente las bases materiales de nuestra sociedad, lo acaban reduciendo todo a una forma de cultura, de percepción del mundo, de estar en este a través de un discurso. De este modo el ser proletario acaba reducido al juego discursivo con el que los proletarios somos reducidos a macarras, chonis o chavs. Imaginar que somos una clase material que lucha por afirmarse y destruir este mundo no se les pasa por la cabeza a estos académicos burgueses. Y sin embargo, que tengan cuidado, pues el metarrelato acecha siempre.

7. El comunismo y la anarquía como movimiento real

Tras recorrer la Santísima Trinidad postmoderna (género, raza y clase) aún nos quedaría por realizar nuevas críticas. Y es que la trilogía se puede transformar en una infinidad factorial de luchas y conflictos, cada uno desde su parcialidad (especista, vegana, etc.) Para nosotros el comunismo y la anarquía son un movimiento total desde el inicio. El hecho de que se empiece siempre desde algún lugar y desde algún conflicto inmediato no niega su generalización global e histórica. Los postmodernos tienden a negar este movimiento real rompiendo la unidad entre lo inmediato y lo global, lo particular y lo universal, para reconstruirlo a posteriori de un modo muerto. Así, la reconstrucción feminista acaba siendo una defensa de la igualdad de derechos en el capitalismo; la racializadora, una defensa de la integración y el reconocimiento entre las diferentes “razas”; la lucha obrera, una reivindicación para que el capital distribuya un poco de la pirámide de la renta… En la medida en que se separa cada lucha inmediata de una perspectiva global de superar este mundo, cada parcialidad es una parcialidad reformista y su suma también lo es. Y que conste que no estamos hablando de perspectivas ideales o de meros principios, son nuestras necesidades reales como proletarios lo que nos lleva a enfrentarnos globalmente con este mundo desde cualquiera de nuestras inmediateces.

Obviamente, al igual que el patriarcado, el racismo fractura y divide a nuestra clase, y es un claro agente en la reproducción del mundo del capital. Lo que afirmamos permanente e invariantemente es que solo en un proceso unitario de constitución del proletariado en clase, en fuerza histórica, es como será posible superar real y materialmente estas divisiones que fracturan a nuestra clase y que impiden nuestra constitución en partido para la destrucción del capital y del Estado. El comunismo es un movimiento real y unitario que parte de las necesidades humanas y que desde ahí supera las divisiones y fragmentaciones. No es el resultado de alianzas y sumatorias de distintas parcialidades que negocian y se interseccionan entre sí. Solo el proletariado puede acabar con el capital, negándose a sí mismo como clase, en la medida que es el secreto oculto del capital, aquel que desvela que este no es una realidad natural sino una sustancia social. La clase no es, sin embargo, un hecho sociológico sino una constitución colectiva, partídica, como fuerza histórica, y para que sea tal tiene que romper con todas las divisiones que la atenazan (nacionales, raciales, patriarcales…) El proletariado es una clase que no es una clase, y en su movimiento real hacia el comunismo expresa la potencia de eliminar no solo la sociedad de clases sino la multiplicidad de opresiones que el capital reproduce consigo.

Opresión racial, opresión sexual, destrucción del medio ambiente,… existieron en todas las sociedades de clases, pero nunca llegaron a un nivel tan sistémico y tan gigantesco como con el capitalismo y especialmente con el progreso de la civilización capitalista en la fase actual. Solo una lucha global, puede destruir la base misma que reduce tanto la enajenación del hombre como el conjunto de manifestaciones inhumanas y atrocidades propias a la relaciones sociales capitalistas. Solo una clase social –el proletariado- contiene en su ser dicho proyecto y su realización –la revolución comunista-.  Por el contrario la liquidación de la lucha mediante su parcialización y la creación de movimientos específicos tendientes a disminuir o resolver uno de esos problemas separados, sin poder por lo tanto atacar su causa común y profunda (feminismo, anti-racismo, ecologismo,…) con irremediablemente tentativas adicionales de adaptación de mejoramiento, de reparación del sistema y por lo tanto de reforzamiento de la dictadura del capital. Prácticamente esos movimientos han servido y solo pueden servir para desviar la energía revolucionaria del proletariado, para mejorar los mecanismos de dominación y opresión e incluso para aumentar la tasa de explotación del proletariado.(Tesis de orientación programática, Grupo Comunista Internacionalista)

Esperamos haber desbrozado a lo largo de estas páginas algo de la confusión reinante en muchos medios sobre estos temas, para que sirva ante todo para alimentar debates, discusiones y clarificaciones presentes y futuras

[1] En el último apartado del texto explicamos que entendemos por clase o partido, también recomendamos el texto de Comunismo #65: ¿Proletario yo?

[2] El marxismo es una recuperación socialdemócrata de Marx que intenta integrar al proletariado dentro del capital. Es el partido del trabajo en el capital. Por el contrario el comunismo es el movimiento real que lucha por la afirmación de las necesidades humanas del proletariado por medio de la supresión del valor, de las clases, del Estado. Marx fue un destacado militante de nuestro partido, pero como el mismo dijo: «Yo no soy marxista»


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