02.ENE.19 | Posta Porteña 1982

A 100 AÑOS DE LA CONTRARREVOLUCIÓN RUSA (19)

Por ColectivoFanniKaplan

 

ÁNGEL PESTAÑA “70 días en Rusia, lo que yo vi”

 

El proletariado en Rusia siguió resistiendo durante décadas a la dictadura contrarrevolucionaria de los bolcheviques. Desde la acción de las minorías revolucionarias, que continuaron atentando contra el poder, al sabotaje permanente de la producción, el proletariado peleó con todas sus fuerzas contra la dictadura capitalista impuesta por el bolchevismo.

Desde la época de Lenin/Trotsky a la de Stalin, la burguesía en general y los hombres del poder burocrático en particular, se horrorizaban al constatar el desgano en el trabajo, la reducción voluntaria de la producción, el sabotaje y en general la dificultad para someter al proletariado al trabajo (y sobre todo al ritmo de trabajo que dictaba el leninismo). De ahí, que dichas expresiones de resistencia, hayan sido sancionadas penalmente con los peores castigos que pudieran concebirse (incluida la pena capital). A pesar de ello el rendimiento individual de los trabajadores, contrariamente a lo que siempre dijo la propaganda oficial, siempre fue bajo, (en términos absolutos y en términos relativos, con respecto al pasado y con respecto a lo que lograba el capitalismo en otros países), sorprendentemente bajo

Fue, para esconder esa realidad de contraposición generalizada del proletariado frente al trabajo, que el poder estatal impuso los “sábados comunistas”, presentándolo como una emanación espontánea de los proletarios. Por supuesto que era, como todo lo “comunista” o “socialista” de la dictadura leninista, era todo, absolutamente toda mentira. Lo que desde afuera se presentaba como un esfuerzo del proletariado para trabajar más no existía, la realidad de los “sábados comunistas” era exactamente lo que Pestaña describe aquí: en realidad la iniciativa fue una decisión del poder para imponer más trabajo y entusiasmar a los proletarios con su propia sumisión al trabajo. Más, dicha iniciativa nunca surgió del proletariado, sino que venía del vértice mismo del aparato del partido, de sus jefes, del propio Lenin aunque la propuesta contuviese, desde el principio, la mentira de presentarlo como una iniciativa de la base. 

Creemos importante señalar este procedimiento mentiroso como esencial al modelo leninista de imposición del trabajo y la explotación, dado que el mismo fue utilizado luego en toda la mentira de los “países socialistas”, que imitaron a la letra los “sábados y domingos comunistas”, desde Albania a Cuba, desde la China a Vietnam.

La propaganda oficial de todos esos países siempre consistió en mostrar como voluntario un trabajo que era impuesto por la violencia estatal, por hacer creer que “todo el pueblo contento” se ponía a trabajar, cuando en realidad era obligatorio y hasta forzado. En realidad, fueron formas despóticas de sometimiento al trabajo y al capital, presentadas como si fueran formas voluntarias y hasta manifestaciones de alegría “socialistas”. Peor todavía, el leninismo es la doctrina estatal que más ha ideologizado el trabajo mismo, como si se opusiera al capital, como si cuando más se trabajase más se enfrentase al capital, cuando es en realidad su esencia (trabajo muerto)

Precediendo esa realidad, los mismos leninistas se encontraron con que había muy pocos voluntarios, que lo que debía presentarse como resultado del entusiasmo del pueblo, no entusiasmaba a nadie. El proletariado seguía resistiendo a toda forma de trabajo, ¡con el Zar, o con Lenin en el poder! Stalin seguiría matando a tanta gente como a ambos e imponiendo los campos de trabajo y concentración fundados por Lenin.

Los “sábados comunistas”, fueron así “pura propaganda del régimen”: impresionante apología de los trabajadores modelos, sumisos y colaboradores, que en realidad fue cada vez más difícil llevarlos a trabajar: se mostraban cada vez más reticentes. Pestaña describirá así esa situación: mucha tinta y poca producción.

Frente a eso los bolcheviques, no dudaron en “comprar” a esos trabajadores “voluntarios”. Usaron lo que desde abril de 1917 habían usado abiertamente: pagar para “militar”, para trabajar para el partido político, para manifestar o hacerse milico bolchevique: el dinero contante y sonante. O mejor todavía, en una época que el proletariado rechazaba el dinero creado por los bolcheviques, entregaron comida, entregaban una libra de pan por “sábado comunista” trabajado, lo que equivalía, como cuenta Pestaña, no a un jornal sino a muchos (¡hasta un mes! Dice el autor.)

Por eso la leyenda leninista de los “sábados comunistas” duró mientras duró el pan y todo se derrumbó cuando los proletarios fueron constatando que hasta el pan se fue transformando también en una mentira oficial. ¡Cuando no hubo más pan, para comprar idiotas útiles al despotismo estatal de Trotsky y Lenin, no hubo más sábados comunistas!

COLECTIVO FANNI KAPLAN

 

Los “sábados comunistas” 

 

En uno de los intermedios de las sesiones del Congreso, mientras traducían uno de los discursos de Zinoviev al alemán, nos permitimos, una tarde, hacer a Lusowsky alguna objeción acerca de la falta de entusiasmo que notábamos en el pueblo por el régimen comunista, y más aún que por el régimen, por la organización del Trabajo implantada. Reforzábamos nuestra argumentación con los gráficos que allí? mismo, en la sala del Congreso y en los pasillos que daban acceso a la misma, se nos mostraban. Había industrias en las cuales la producción había disminuido en un sesenta por ciento. Y esto nos desorientaba. 

Es cierto que esta disminución se explicaba por la emigración de los obreros, que no querían permanecer en las fábricas. La vida en el campo era más fácil y menos mísera; y al campo emigraron. Más, aun reconociendo esta razón, por lo que al conjunto de la producción se refería, cuando se entraba en detalles —gráficos a la vista siempre— se veía que la cantidad de producción, el rendimiento por individuo, era menor. ¿A qué atribuirlo? Nosotros no veíamos más que una causa: la falta de entusiasmo, de compenetración y de acuerdo entre el pueblo y sus gobernantes. Y era natural que esta opinión la expusiéramos. 

Lusowsky, que ya conocía nuestra natural posición de reserva frente a todo matiz bolchevique, quiso desvanecerla completamente, y nos habló de los “sábados comunistas". La organización de los “sábados comunistas” era muy reciente. Y si bien el entusiasmo de los primeros momentos no había decaído, los mismos comunistas, por estadísticas que más tarde publicaremos, reconocían que no había progresado lo que ellos calcularon. 

De la discusión habida con Lusowsky surgió? la idea de ir una tarde los delegados a presenciar los resultados del “sábado comunista”. “Sábado comunista” no era, en suma, otra cosa que la prestación del trabajo voluntario sin retribución reconocida. Implantada en Rusia la semana inglesa, se pensó? en aprovechar la tarde del sábado interesando al obrero en un trabajo voluntario. Aceptada por nosotros la proposición, deseosos, además, de saber hasta qué punto los obreros, de una manera general, se interesaban por aumentar una producción que había de beneficiarles directamente, fuimos a visitar algunos talleres y obras en donde se hacía el “sábado comunista”. Un tanto suspicaces para todo lo que oficialmente se nos afirmaba, después de lo que habíamos visto, quisimos convencernos de sí el desinterés, el sacrificio y el entusiasmo de que se nos decía estaban poseídos todos los obreros por el “sábado comunista”, era cierto. 

Acostumbrados ya a notar un divorcio bien marcado entre las disposiciones gubernamentales y el pueblo que las había de acatar, y como se nos dijera que la creación de los “sábados comunistas” no era una disposición oficial, sino una iniciativa popular, pensamos que por una vez íbamos, al fin, a encontrar un punto de concordia entre los que mandaban y los que habían de obedecer. Así?, pues, terminada la sesión del Congreso de un sábado por la mañana, en los autos previamente puestos a nuestra disposición, partimos a visitar unos talleres de metalurgia. 

Visitamos varias dependencias del taller, y luego hicimos algunas preguntas. El número de obreros que trabajaban normalmente en aquel taller era de doscientos cincuenta, y el de obreros que hacían el “sábado comunista”, de unos setenta y cinco solamente. El rendimiento de trabajo en los “sábados comunistas”, comparativamente al realizado cada día, era de un veinticinco por ciento superiores, como término medio. Se nos mostraban los gráficos de esta producción, que, según el jefe de los talleres, demostraba más exactamente sus afirmaciones. 

Al sábado siguiente se organizó otra visita a unos trabajos de descarga de madera de unas barcazas en las márgenes del río Moscova. También aquí? se nos habló con entusiasmo de los “sábados comunistas". Personas que en los demás días de la semana se ingeniaban para no trabajar, especulando o haciendo cosas parecidas, trabajaban con entusiasmo los "sábados comunistas”. Como prueba, se nos mostró a cuatro o cinco personas que habían trabajado. Verdad es que estas personas estaban inscritas en las listas de la Bolsa del Trabajo como paradas, y siempre hallaban el medio de figurar como tales. 

El entusiasmo de muchos de los delegados extranjeros al Congreso, después de estas visitas, no tenía límites. Los adjetivos más rimbombantes y más enfáticos, eran poco para calificar el entusiasmo de aquellos que, entusiasmados con las bellezas del régimen comunista y la dictadura del proletariado, no sólo aportaban esfuerzo durante las cuarenta y ocho horas de la semana, para que la producción aumentase, sino que daban hasta las cuatro horas que en la tarde del sábado les quedaban libres. Cualquiera objeción a estos entusiasmos era considerada como una herejía, y ante el entusiasmo de los que no trabajaban y comían —váyase por los que comían mal y trabajaban—, no había más remedio que callar, si no quería uno verse tratado de desafecto a la revolución, o bien de no penetrar en la profunda lección que aquellas cosas nos daban. 

Era en vano que con datos a la vista se tratase de hacerles comprender lo mezquino de todo aquel entusiasmo, ya que no llegaba ni a un diez por cierto el número de obreros que hacían los “sábados comunistas”, lo que probaba la poca eficacia de aquellos procedimientos. Ellos, cabalgando sobre las nubes de sus entusiasmos, nada querían comprender. 

Éramos nosotros, los que hacíamos objeciones, quienes no veíamos ni sabíamos nada. Y si bien se rendían al razonamiento de la insignificancia del número de obreros que aceptaban los ‘‘sábados comunistas”, argüían a su favor —concesión que nos veíamos obligados a hacerles— lo altamente simpático que resultaba. Si el hacer el sábado comunista, si el hacer la prestación de trabajo durante cuatro horas hubiera sido el resultado de una iniciativa libremente aceptada y desinteresada en absoluto, ¿quién puede negar una demostración cumplida y satisfactoria de la compenetración existente entre el pueblo trabajador y el gobierno bolchevique? Porque no teníamos esta convicción, dudábamos siempre, y en las discusiones, alrededor de esta cuestión, exponíamos nuestras dudas. 

Alejado el favor oficial, cuando ya las oficiosidades de los acompañantes que el Comité? de la Tercera Internacional ponía siempre a nuestra disposición no podían impedir nuestras pesquisas particulares, inquirimos por nuestra cuenta y razón, sin testigos enojosos y sin preparaciones convenidas. 

La iniciativa de hacer los “sábados comunistas” nació? en una reunión del partido en Moscú? y a propuesta de Lenin. Luego no era iniciativa popular. Más para evitar que pareciera del Gobierno, se buscó a varios comunistas probados y oficiosamente se les indicó que, como si fuera iniciativa de ellos, acto espontáneo y voluntario, propusieran en la fábrica en que cada uno trabajaba el hacer los “sábados comunistas”. Los Comités de Fábrica respectivos, que ya estaban prevenidos de la proposición, aunque fingieran no estarlo, la apoyaron calurosamente e invitaron a los obreros de sus fábricas u obras a que la aceptaran. 

Los obreros que eran comunistas de verdad, los que sufrían todas las contrariedades del régimen sin aspirar a ser comisarios ni cosa parecida, los que no queriendo honores estaban siempre dispuestos al sacrificio por el partido y por la revolución, la aceptaron con entusiasmo, con alegría, con gozo, deseosos de ser útiles a la causa. Pero el resto de los trabajadores la rechazó y los pocos que se sumaron a ella lo hicieron por interés. Deseando el Gobierno bolchevique interesar a los trabajadores y al pueblo en general en la iniciativa y dar impulso a la obra de los “sábados comunistas”, se deshizo en alabanzas, le dedicó artículos encomiásticos en los periódicos e hicieron largas disquisiciones sobre la materia. Gastaron mucha tinta, pero aumentaba muy poco la producción

Ante el resultado negativo que la iniciativa había dado, puesto que sólo los comunistas, y no todos, se habían ofrecido a estos sábados, se recurrió? a otro procedimiento más práctico: al reparto de víveres, o prendas de ropa, a quienes hicieran el "sábado comunista". Y esto dio algún resultado; no mucho, tampoco. Se repartía una libra de pan, o media, según la cantidad disponible; a veces harina, o bien un pescado seco, salado. Estas ofertas atrajeron a muchos trabajadores. Era natural. Una libra de pan equivalía, en rublos, al jornal que muchos ganaban en un mes. 

Pero cuando vieron que las ofertas no se mantenían, y que algún sábado, después de trabajar, habían tenido que marcharse a casa sin lo prometido, comenzaron las deserciones, y el número de los obreros inscriptos disminuyó considerablemente.  He aquí?, para nosotros, otra ilusión que se desvanecía; otro desencanto más que agregar a los que diariamente veníamos recibiendo. Las afirmaciones de Lukowsky y sus acólitos eran de escasa consistencia, carecían de observación, porque o eran sostenidas por la cándida confianza de una absoluta fe en los procedimientos bolcheviques o había en ellas intenciones de hacernos comulgar con ruedas de molino. 

Ángel Pestaña


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