15.ENE.19 | Posta Porteña 1986

A 100 AÑOS DE LA CONTRARREVOLUCIÓN RUSA (20)

Por Colectivo Fanni Kaplan

 

ÁNGEL PESTAÑA “70 días en Rusia, lo que yo vi”

 

Como en toda gran dictadura, la propaganda fue clave en la dominación bolchevique. Dinero, represión, propaganda fueron, desde el inicio, la triada del despotismo. Le ganaron al zarismo en su propio terreno y, en poquísimo tiempo, multiplicaron su potencia tiránica de una manera considerable. Desde el principio, Lenin, Trotsky, Stalin, Zinoviev…, defendieron a estos tres pilares del poder y del terrorismo de Estado, para asegurar su fuerza e indestructibilidad.

En efecto, si bien los bolcheviques existían desde principios de siglo, fue de golpe, que pasaron de ser una secta de algunas decenas de individuos a ser un partido de masas. Desde abril/mayo 1917, en base a sumas astronómicas de dinero recibido desde el exterior (es muy probable que una gran parte del mismo estuviera constituido por el oro introducido, junto a ellos, en el famoso tren blindado en el que llegara Lenin y sus amigos), constituyeron un gigantesco aparato de propaganda como nunca antes había existido en ese país. No solo geográficamente abarcaba, por primera vez, a todos los rincones de la Gran Rusia, sino que también por primera vez se había cuidadosamente asegurado la traducción y difusión en todas las lenguas y dialectos (muchas decenas) de ese gigantesco país. Constituyeron un ejército de propaganda impresionante al mismo tiempo que, cooptando miles de oficiales zaristas desarrollaron la Cheka y un ejército poderosísimo.

Lo que la historia llamó “comunismo” bolchevique fue fundamentalmente propaganda religiosa.  Lenin había sido definido por Zinoviev, Bujarin, Stalin…, y de ahí para abajo, en el vertical aparato del partido: como dios, zar, apóstol del comunismo… Según ellos no podría haber sobrevivido a las tentativas de linchamiento y de asesinato de otra forma, que siendo mucho más que un ser humano. Por eso no puede extrañarnos que hablen de “hálito casi divino del Comunismo”. El bolchevismo no abolió la religión de Estado, sino que la generalizó endiosando a los jefes socialdemócratas. También Trotsky (desde 1918/19), y luego Stalin (en 1921/22), fueron proclamados “dioses” por la propaganda oficial desarrollada por el partido. 

El objetivo declarado de la propaganda y religión del supuesto “comunismo” de los bolcheviques era “alma cándida y al mismo tiempo sedienta de saber del campesino”. No solo los consideraban atrasados e imbéciles sino, que quienes dirigían la propaganda en el aparato verticalista del partido los llamaba cándidos y los consideraban expresamente como infantiles, aniñados. 

Con desprecio e infantilización, el objetivo de la propaganda leninista [1] era doble, lograr destruir definitivamente la lucha revolucionaria del proletariado agrícola, que siempre había sido la vanguardia de la revolución social rusa, e imponerle el programa contrarrevolucionario de desarrollo acelerado del capitalismo. Sobre todo teniendo en cuenta que desde el principio ello implicaba más hambre, miseria, trabajo y explotación para la totalidad de la población agrícola que lo que había soportado nunca. La propaganda debía imponer junto con el terrorismo de Estado para que en última instancia la masa hambrienta creyese que para conquistar el “mundo del más allá” (“comunismo”), la requisición, el terror rojo y los campos de concentración, eran inevitables en el mundo de más aquí. 

COLECTIVO FANNI KAPLAN

Trenes y buques de propaganda 

 

Una de las organizaciones que más nos exaltaban los comunistas, hablando de ella con fervor de catecúmenos y atribuyéndose virtudes casi maravillosas, era la de la propaganda. 

—Esta —nos decían— será? la que tarde o temprano (aunque nosotros esperamos que sea temprano), llevará al corazón de la masa, de esa masa amorfa y sin ideales, el hálito casi divino del Comunismo. 

Por ella nuestro Partido será? fuerte, indestructible; hará? comprender al gran pueblo ruso el significado de la revolución; lo sustraerá? a las influencias perniciosas del pasado, señalándole el amplio camino del porvenir. 

—Hemos hecho mucho en la escuela —nos decían—, pero apenas si hemos comenzado. Además, la escuela es sólo la iniciación. Los niños siguen en ella para completar su educación y hacerse hombres; al adulto eso no lo es posible. Cuando conoce lo más elemental, ha de abandonarla. La sociedad necesita su esfuerzo de productor y no puede, por tanto, permitirle que dedique sus horas exclusivamente al estudio. Y si con la escuela hemos abierto al adulto los amplios horizontes que el antiguo régimen le cerraba sistemáticamente, manteniéndole en la ignorancia, no podemos abandonarle cuando hemos comenzado o ensenarle a caminar por la vida. En esas organizaciones ciframos nuestras esperanzas. De ellas esperamos grandes resultados. Desde que han entrado en Rusia habrán visto en alguna estación los trenes de propaganda, esos trenes dedicados a llevar al campo la voz del comunismo. Son magníficos instrumentos de divulgación. La impresión que produce en el alma cándida y al mismo tiempo sedienta de saber del campesino, no es para explicada.

Hace falta verlo, sentirlo; estar cerca del campesino cuando viene a admirar esos trenes, ¡Con qué admiración contempla el simbolismo de las figuras pintadas en las telas que adornan al tren! ¡Y cómo las comprende! 

Sería necesario que ustedes visitaran uno de esos trenes; pero desgraciadamente no hay ahora ninguno en Moscú. Aunque, a decir verdad: tampoco les sería fácil visitarlo aquí?, pues casi nunca se detienen más de unas horas, las precisas para recoger la literatura comunista que han de distribuir en los lugares por donde pasan. Sería interesante, muy interesante. Si visitan uno, les causará una agradable impresión. 

***

El primer tren de propaganda lo vimos en la estación de Petrogrado el mismo día de nuestra llegada. Al entrar el tren en que viajábamos en agujas, llamó nuestra atención otro parado en una vía muerta, en cuyos coches había pintadas figuras simbólicas acompañadas de leyendas en el idioma del país. Por falta de tiempo no nos aproximamos al tren de referencia; pero preguntamos su significado. Es uno de los trenes de propaganda, nos dijeron. Días después, ya en Moscú, pudimos contemplar otro desde más cerca, interesándonos el simbolismo de sus figuras y lo llamativo de los colores en que estaban pintadas. 

Componíanse estos trenes de varios coches. Cuatro, cinco, y en algunos seis. El que contemplamos en Moscú se componía de seis coches. Era uno de los más grandes y mejor acondicionados. El personal que viajaba en el mismo, tanto el de propaganda como el de servicio, hacía vida común dentro de los vagones. Aprovisionados convenientemente; provistos también de una cantidad considerable de folletos y libros de propaganda comunista para la distribución, cruzaban la Rusia inmensa en todas direcciones. Las figuras simbólicas pintadas en los coches, ocupaban los lados laterales en toda su extensión. En algunos, no en todos, las telas cubrían todo el lado del coche de larga en alto, rebasando a veces la altura del coche en más de un metro. Las escenas pintadas eran varias y alusivas a diferentes motivos de la lucha de clases. Veíanse grupos de obreros en actitud violenta y amenazadora para otros grupos representado a la burguesía. No faltaban los que describían escenas en que triunfante la revolución, sobre los montones de escombros del mundo viejo, hallábase un obrero con la bandera roja y la insignia soviética, tremolándolas e invitando a los obreros del mundo a la revuelta. 

En un grupo veíanse a los obreros industriales, dando la mano y abrazando a los mujiks, sellando la fraternidad de obreros y campesinos bajo la insignia y bandera soviéticas y el Poder Comunista. Todo ello con fondos de colores vivos y llamativos, rodeados de simbolismo, cubismo e impresionismo. Los métodos de propaganda eran tan sencillos como efectistas. 

Llegado a un lugar, se invitaba a los campesinos a concurrir a las Conferencias y actos organizados por la Comisión de propaganda del tren. A los concurrentes se les distribuía literatura comunista. El Soviet local se encargaba de hacer el llamamiento y asegurar el concurso de los campesinos de la villa y el orden, en caso de alteración. Más de cerca, pues lo visitamos interiormente y conversamos con los propagandistas, vimos uno de los vapores dedicados a la propaganda en las poblaciones ribereñas del Volga. En una de las poblaciones que visitamos, hizo también escala uno de esos vapores y fuimos a visitarlo. Lo que anteriormente eran bodegas habían sido convertidas: una en sala y refectorio de la tripulación y personal de propaganda, y la otra en sala de espectáculos y reuniones. Débanse conferencias, mítines, lecturas comentadas, cursos de marxismo científico sesiones cinematográficas, todo ello, como es de suponer, dentro de la más pura ortodoxia marxista. Hablamos con el jefe de la expedición, pidiéndole algunos detalles de la labor que realizaban. Nos habló del entusiasmo con que los campesinos y obreros acogían la arribada del vapor propagandista. 

Pero lo que más admiran, nos dijo, son las sesiones cinematográficas, pues les dan una más plástica sensación de realidad y de materialidad de las cosas que la literatura. Son afanosos de saber y de indagar. Tienen la impertinencia del niño que todo lo pregunta. Inquieren constantemente» sin descanso ni pereza, en incansable afán de enterarse de todo. Aceptan contentos la literatura; ahora que no sabría decir si ponen en la lectura el entusiasmo que ponen en escuchar la palabra o en ver reproducidas las imágenes en la pantalla. Para las sesiones que dedicamos al cine, siempre, sin excepción, resulta reducido el espacio de que disponemos. Y lo más interesante es que siguen el curso de los episodios con la candidez y atención que los seguiría un niño. Se explica esta atención —nos afirmó—, porque durante el antiguo régimen raramente se ponían a su alcance espectáculos de esta naturaleza. Para el campesino ruso esto es la visión de un mundo nuevo, que ni siquiera había entrevisto en su ignorancia

Las películas que exhibimos -—añadió? a demandas nuestras—, representan todas episodios de la lucha revolucionaria contra los blancos y los antiguos burgueses. Impresionamos así al campesino, y esto favorece la política comunista, mientras que debilita la de nuestros adversarios. Queremos llegar a lo más íntimo del alma campesina, sustraerla a sus prejuicios y errores conduciéndola hacia el comunismo marxista. Estamos convencidos que es obra de mucho tiempo, de paciencia, de perseverancia; pero a ella hemos consagrado muchos esfuerzos y estamos dispuestos a consagrar muchos más. Todos los que sean precisos hasta lograr el triunfo definitivo de nuestras ideas. Lamento, continuó, que el poco tiempo de que ustedes y nosotros disponemos, no permita que, de cerca, por sus ojos, vieran y comprobaran cuanto les vengo diciendo. Si pudiéramos organizar una velada cinematográfica para esta noche, verían la afluencia de espectadores y el interés y atención de los asistentes por los episodios representados. Las películas pasan, antes de darlas al pueblo, por la censura del Partido—contestó a una pregunta nuestra—. Como la impresión de los films es por cuenta del Estado, se ha de suponer que sólo asuntos que él autorice pueden impresionarse. Todos son de propaganda comunista. Impresionar asuntos de otra índole sería un gran error en estos momentos. La lucha que hemos de sostener contra los enemigos de la Rusia Soviética, no permite expansiones ni flaquezas. Hay que tener mano fuerte para imponer el comunismo, y severidad para evitar desviaciones. 

Nos despedimos. Nuestra curiosidad quedaba satisfecha. Por última vez contemplamos los costados del buque cubiertos de telas simbólicas y leyendas alusivas a la lucha de clases. El dogma marxista, más que por el estudio y por el cerebro, quería hacerse comprender del mujiks por la vista y la impresión. El método empleado para conseguirlo, no podía ser más apropiado, ¿Lo lograría? He aquí? el enigma. 

PESTAÑA


[1 ]Cabe señalar que, el leninismo no solo frente a la fracción agrícola del proletariado siente ese desprecio como si fuesen niños a los que hay que enseñarles todo, sino que el propio Lenin como discípulo de Kautsky, había sostenido que “el proletariado no es capaz de izarse a la consciencia socialista”, que quienes poseían dicha consciencia eran exclusivamente “los intelectuales socialistas” que debían “introducir la consciencia en los proletarios”.  Nosotros podemos agregar que, en realidad esa concepción socialdemócrata, sobre la consciencia, no era tan nueva porque toda la religión procede de la misma manera. El modelo es, sin duda, el de la religión judeocristiana y hasta las figuras de los humanos santificados, los símbolos, los murales y banderas, es una reproducción de esa concepción. También en ese sentido Lenin y luego Stalin, fueron grandes Zares que habían incorporado las últimas técnicas de propaganda


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