23.FEB.19 | Posta Porteña 1996

Clara Aldrighi, La Izquierda Armada / comenta Amodio (II)

Por AMODIO

 

La izquierda armada. Ideología, ética e identidad en el MLN-Tupamaros Ediciones Trilce 2001

 

Sobre esta obra, “osada, rigurosa y de sesgo testimonial, constituye, entonces, un insoslayable aporte a la interpretación de nuestra historia reciente y hasta de nuestro presente” así la presentaron en su momento; Héctor Amodio Pérez  hace un cometario SEGUNDA ENTREGA

En lo referente a la organización interna del MLN, sus métodos de dirección, su carácter de organización cohesionada, sólida y disciplinada, el relato de los testimonios, reflejando las distintas perspectivas y vivencias, se vuelve una fuente insustituible. 
La igualdad en el plano interno era concebida como relación fraternal entre dirigentes y base, con la eliminación de todo tipo de privilegios y la ayuda a quienes enfrentaban dificultades. La influencia libertaria de los orígenes del MLN estableció un estilo llano en las relaciones jerárquicas y en el ejercicio de la dirección. Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 128.

Efectivamente, la mayoría de los integrantes del MLN intentamos formar una “organización cohesionada, sólida y disciplinada, con un estilo llano en las relaciones jerárquicas y en el ejercicio de la dirección”. Hoy sabemos que hubo quienes, amparados en su condición de “dirigentes históricos” se creyeron calificados para imponer al conjunto de la Organización unos planes que la razón descartaba. Para ello, no vacilaron en incumplir las normas de funcionamiento que ellos mismos habían propiciado desde los inicios y convirtieron en papel mojado reglamentos y códigos éticos de obligado cumplimiento

La estructura de toda organización armada influye directamente sobre las estrategias adoptadas, los tipos de acción y hasta sobre sus resultados. Una estructura con fácil acceso al sistema de toma de decisiones, abierta, reduce las posibilidades de conflicto interno y permite una mayor ponderación de las políticas. Los contestatarios pueden influir en las decisiones, o permanecer legítimamente en posición de minoría. Este tipo de estructura prevaleció en el MLN hasta el momento de creación de las columnas y fue también el existente en las cárceles hasta 1972. Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 129.

Es exactamente al revés. La estrategia determina la forma organizativa. Una organización político-militar, que se propone la toma del poder por la lucha armada, decide, analizando las condiciones políticas y geográficas, darse determinada forma organizativa. En el caso del MLN, clandestina y urbana. Pretender que una estructura clandestina y urbana sea abierta y de fácil acceso es un soberano disparate, indigno de alguien que presume de haberla integrado. En una organización clandestina y urbana –insisto en lo de urbana por el plus de vulnerabilidad que encierra- la adopción de iniciativas y la toma de decisiones corresponde a los órganos de dirección que la organización en su conjunto acepta. Y que acepta en base a una disciplina consciente basada en la confianza mutua, de arriba abajo y de abajo a arriba.

Dado que la lucha del MLN tendía a la instauración de un “poder popular”, es decir a introducir cambios en la distribución y el control del poder que aseguraran una mayor difusión y democratización del mismo en la comunidad política, en su estructura y funcionamiento intentaba implementar mecanismos democráticos de decisión y control que prefiguraran el Estado revolucionario. Pero las mismas necesidades de la lucha clandestina, la dinámica de la organización militar y la tendencia centralista prevaleciente después de 1970 redujeron al mínimo las instancias democráticas. Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 129.

Desde 1967, al inicio de la clandestinidad, las normas de compartimentación impidieron la forma de discusión abierta que había sido posible en los inicios. Sin embargo, decir que no hubo formas de discusión no refleja la realidad. Se instauró una forma diferente de discusión, que funcionó, como todo en el MLN, en función de las características personales de los militantes y de forma fundamental de los comandos de las columnas. Eso no impidió que la línea política y por ende la militar fuera conocida, discutida e incluso enmendada en varias ocasiones. En esos momentos jugaban un papel fundamental los miembros del Ejecutivo que interactuaban con los comandos de columna y la capacidad de estos para trasladar la discusión a la base. Eso contribuyó al desarrollo desigual de las columnas entre ellas y dentro de ellas. Aparecieron entonces los matices que las diferenciaban unas de otras. Así, mientras en la columna 15 se dio un desarrollo armónico entre los distintos sectores, lo que le permitió mantenerse en el tiempo pese a su mayor accionar y al mayor número de detenidos, hubo columnas cuyo desarrollo se vio distorsionado por la prevalencia de un sector sobre otro, lo que llegó incluso a hacerlas desaparecer como tales.

Por ejemplo, en el momento crucial que se vivió después de la caída de tres direcciones en agosto de 1970, se enfrentaron varias corrientes de opinión, pero el centralismo contribuyó, como se señalara anteriormente, a la imposición de la corriente “quincista”. La columna 5 -inmediatamente disuelta- había propuesto, infructuosamente, que la nueva dirección se conformara como coordinador de columnas, asegurando la representación de cada una. Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 129.

Esta es otra falsedad. Las columnas 5 y la 25 estaban cuestionadas desde octubre de 1969, cuando tras la detención de Fernández Huidobro en Pando esas columnas pasaron bajo mi responsabilidad. Y estaban cuestionadas no solo por su inoperancia como tales, sino que por su sola existencia eran un peligro para el cumplimiento de los objetivos del MLN. En una organización, clandestina o no, la dirección corresponde a quien comparte sus objetivos. Pretender que los “disidentes” formaran parte de la conducción es una pretensión simplemente absurda. Su misma integración al MLN era la prueba de un doble error: el propio, por haber ingresado a una organización con la que no comparten sus métodos de trabajo y el de la propia organización que los acoge, que les proporciona medios económicos que son usados en contra de sus objetivos.

A través de los testimonios se puede verificar, en el periodo que llega hasta 1969, la existencia de una relación estrecha entre los dirigentes y el conjunto de los militantes, también determinada por las reducidas dimensiones del Movimiento. Posteriormente se van creando diferenciaciones más netas entre una jerarquía -el Ejecutivo y los comandos de columna- con fuertes poderes decisionales y el resto de la organización, cuyas oportunidades de decisión política y militar eran prácticamente nulas. La discusión de la línea política y de las tácticas militares se desarrollaba en todos los niveles de militancia. Agotadas las instancias de debate, se debía acatar las resoluciones aun cuando no se estuviera de acuerdo con las mismas. Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 129.

Es evidente que las relaciones humanas tuvieron en el MLN una gran importancia. Las discrepancias, pese a ser en muchos momentos de gran profundidad, siempre se vieron matizadas por un sentimiento de cariño y respeto personal. Antes que otra cosa, éramos compañeros. Claro que cada uno expresaba esos sentimientos de acuerdo a sus características particulares, pero me atrevo a decir que eso fue una constante siempre, máxime en los momentos de dificultades. Sin embargo, hubo compañeros que creyeron que la expresión de esos sentimientos respondía a pérdidas de firmeza o de convicción y cayeron en esquematismos que en nada contribuyeron a mantener la mística de la solidaridad. La propia dinámica fue haciendo que las relaciones humanas quedaran en un segundo plano, o al menos sus formas de expresión y las reuniones se fueron circunscribiendo a lo más necesario, a lo que mantenía a la organización cohesionada. Los “poderes decisionales” fueron siempre los mismos y la forma de ejercerlos también se correspondía con las distintas sensibilidades personales. Decir que las posibilidades de participar en las decisiones políticas y militares eran nulas es totalmente falso. Lo que hubo fue una forma distinta de debatir, más concisa y racional, lejos de los modos asamblearios tan al uso entonces. Tal como se reconoce, las posibilidades de discutir y por tanto de incidir existían, pero una vez adoptada una decisión, todos a una, como es lógico.

Con todo, en varias oportunidades grupos o individuos en discrepancia se negaron a participar en determinadas acciones o a llevar adelante ciertas tácticas. Puesto que el mismo Reglamento establecía la obligación de sujetarse a una estricta disciplina, acatando las resoluciones para garantizar el funcionamiento y la eficacia militar, este tipo de actitudes generó diversas sanciones: desde la estigmatización en organismos colectivos, hasta la separación o expulsión. 
Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 129.

Lo que se afirma no se corresponde con la realidad. O sea, que es mentira. La discrepancia no solo fue aceptada, sino que de ella surgieron aportes muy valiosos. Pero de lo que hay que ser conscientes es de que hubo quienes hicieron de la discrepancia la razón de ser de su actividad. El caso de Andrés Cultelli, es un ejemplo de ello. Otro caso fueron las críticas efectuadas por compañeros que lo que buscaban era abandonar el MLN o integrarse en otra organización.
Hubo casos de separación de responsabilidades e incluso alguno de expulsión, pero se dieron luego de agotar las medidas tendentes a garantizar el respeto a las normas aceptadas por todos, en las que se reconocía el derecho a la crítica.

Que se halla criticado a compañeros en procesos abiertos a ese fin hubo algunos, pero de ahí a la estigmatización hay un gran trecho. Que hubo compañeros que nunca reconocieron sus errores, que impidieron con su actitud que acontecimientos fundamentales fueran analizados y sus efectos corregidos, los hubo. Así, casos como el 22 de diciembre, la crisis de 1967, Pando y la caída de Almería se inscriben dentro de ese contexto. Quizás mi renuncia al Comando General de Montevideo, que ha sido excluida de todos los pretendidos análisis sea una prueba de lo que digo

A finales de noviembre de 1971, cuando el Ejecutivo resuelve aceptar parte de las acciones propuestas en el plan del 72, luego de exponer las carencias políticas de las acciones y la endeblez del sector con que se pretende que me haga cargo del ataque a la seccional 12 en Montevideo, renuncio a mi responsabilidad. No se me sancionó ni se me estigmatizó ni se me expulsó: se me adjudicó otra responsabilidad, la organización de la segunda fuga y a ella me puse desde el primer momento.


Hoy sabemos que fue un error, que la renuncia debió ser conocida y discutida internamente, porque el “Negro Gustavo” no era un rompepelotas que buscaba con sus discrepancias un minuto de gloria. Quise mantener “la unidad”, ignorando que la unidad se había roto desde octubre de 1970, cuando Sendic se negó a discutir la conducción del plan Satán y la negociación con Fleitas en Jefatura y luego en Punta Carretas. No quise hacer daño, pero quizás hubiese evitado males mayores.

La estima, el respeto, la confianza política por los militantes en disidencia y también los lazos afectivos, podían influir para que la dirección no sancionara el desacato o la indisciplina. Por ejemplo, no fue sancionada la actitud de un grupo de militantes de la columna 25, quienes se negaron a participar en la toma de Pando por considerar que las tareas que desempeñaban -tenían a su cargo una “cárcel del pueblo- volvían riesgosa y contraproducente su participación. En opinión de Miguel A. Olivera, “No tuvo sanciones. Tuvo autocrítica. Pero la verdadera sanción fue el resultado, fue ver caer a los compañeros y haberse quedado de brazos cruzados. ‘Hubo mártires y yo no estuve ahí. Te lo recriminás toda la vida”. Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 129.

Aquí aparece una conducta que no puede decirse que haya sido generalizada, pero que existió: el “amiguismo”. Mediante el amiguismo se pasaron por alto hechos y circunstancias que cuando menos hubieran sido objeto de atención, que se dejaron pasar en su momento, casi siempre bajo la excusa de no crear un problema mayor y que casi siempre tuvo el efecto contrario al buscado. Las relaciones afectivas de Sendic, sus reiterados fallos en cuanto a la seguridad fueron algunos de ellos.

“Son cosas del Bebe”, se decía con cierto fatalismo conformista, pese a que algunas de esas cosas del Bebe costaran muy caro. El caso que la historiadora plantea por boca de Olivera, es el claro ejemplo de que no se entiende absolutamente nada. El “error” fue del responsable de dicha columna, Fernández Huidobro, al pretender que un grupo de la columna 25 participara en Pando. Y el error es doble, porque sumada a su notoria incapacidad en todo tipo de acción, se daba el hecho de que el mismo grupo tenía en custodia a Pellegrini Giampietro. Al que había que sancionar era al responsable de la columna. Me atrevo a afirmar que por parte de la columna 25 no hubo ni un atisbo de recriminarse nada, sino todo lo contrario. Me tocó en suerte, tras Pando, negociar la liberación de Pellegrini con los Manini y con quienes lo tenían en custodia, que al principio se negaron a entregarlo para ser trasladado a un local seguro –se encontraba en un local en que se discutían problemas del sector estudiantil, en el comedor de una vivienda, bajo una carpa- y el tono de las discusiones, en todo lo referido a la acción de Pando era de una jactancia petulante, en el estilo de “si ya lo sabía yo”

Posteriormente este grupo de la 25 fue separado de la organización, junto a una corriente de disidentes de la columna 10, que cuestionaban el centralismo excesivo del Ejecutivo y decisiones políticas como la adhesión al Frente Amplio. También discrepaban con la táctica del Plan “Cacao”, por considerarla asimilable al terrorismo.
La columna 25 había sido disuelta luego de la operación de Pando. Sus integrantes, en su mayoría jóvenes cuya edad oscilaba entre los dieciséis y los dieciocho años y que provenían en su mayoría del FER estudiantil, fueron distribuidos en las restantes columnas, trasladando a todas ellas sus inquietudes: constataban fallas en el ejercicio de la democracia interna, cuestionaban ciertas tácticas militares y promovían una mayor vinculación del MLN con el marxismo. Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 130.

Hasta la detención Fernández Huidobro en octubre de 1969, el MLN, en función de su estructura de funcionamiento ignoró, de forma orgánica, las características de las columnas 5 y 25. El hecho fundamental que llevó a considerar ya en esos momentos su expulsión de la organización fue su negativa a entregar a Pellegrini Giampietro para su liberación, tras el acuerdo alcanzado con SEUSA, la empresa editora de los diarios El Diario y La Mañana.
Posteriormente, y en el transcurso de las “negociaciones” fueron apareciendo otros hechos inquietantes: saber que el secuestrado había sido objeto de maltrato psicológico por parte de sus custodias y el intento de ejecutarlo tras el fracaso de la huelga del personal bancario.
Yo propuse al Ejecutivo la expulsión, ya que las pérdidas se iban a circunscribir a unos pocos locales alquilados, los que en esos momentos no habían significado al MLN nada más que los gastos de mantenimiento, sin provecho alguno. Sus integrantes carecían de todo tipo de formación, tanto técnica como para integrar grupos de acción. El Ejecutivo no atendió mi propuesta y decidió “disolverlas” y sus miembros integrarlos en otras columnas, con lo que se consiguió el efecto totalmente contrario al buscado: “fueron distribuidos en las restantes columnas, trasladando a todas ellas sus inquietudes: constataban fallas en el ejercicio de la democracia interna, cuestionaban ciertas tácticas militares y promovían una mayor vinculación del MLN con el marxismo”, cuestiones todas que internamente estaban superadas.

Dado el conocimiento que entre sí tenían los militantes y la ascendencia de algunos de sus dirigentes del frente de masas, este grupo mantuvo contactos “horizontales” para la discusión de sus propuestas y fue por ello acusado de constituir una fracción. La crisis hizo eclosión a fines de 1970, por las prevenciones que también manifestó hacia el Plan “Cacao”, dentro del cuestionamiento global de las tácticas que impulsaba la dirección posterior a Almería, consideradas excesivamente militaristas. Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 130.

Sí, el MLN les dio tiempo suficiente para organizarse, intentar romperlo internamente y quedarse con armas y dinero. A punto estuvieron de ejecutar a los miembros del Ejecutivo nombrado tras la caída de Almería, aprovechando que todas las “vacas sagradas” estábamos en Punta Carretas. El plan Cacao fue elaborado y propuesto desde Punta Carretas, en un momento de dirección compartida, teniendo en cuenta lo excepcional del momento, provocado por la caída de Almería. La Dirección en esos momentos aceptó dicho plan, que fue elaborado por Huidobro, plagiando a los argelinos y contó con la aprobación de todos los exdirigentes presos en ese momento en Punta Carretas, con la única oposición de quien esto escribe. La única responsabilidad del Ejecutivo fue ponerlo en práctica, como fruto de su inexperiencia y por la confianza depositada en los antiguos dirigentes.

Para dar a conocer sus planteos políticos al conjunto del MLN, esta corriente intentó en un primer momento recurrir a mecanismos democráticos que fueron vetados por la dirección. Rosencof así describe la situación planteada al Ejecutivo en 1970: “El aparato de la Micro presiona para acceder a la Dirección (manifiestan ‘ahora que cayeron las vacas sagradas de la línea bestia se pueden hacer las cosas bien’). Reclaman autonomía de columnas, con periódicos editados por cada una dando cuenta cada cuál de su línea; apuntando hacia una Convención para rectificar línea y elegir autoridades. L. (Rosencof) hace una consulta a Punta Carretas y recibe, vía Zenón, (Marenales) la respuesta de que en las condiciones en que está la Organización en esos momentos, es terminantemente inconveniente. Finalmente predomina el criterio de crear una dirección reducida, elegida por las bases hasta donde eso fuera posible, con la prevención de que en esa dirección tenían que estar presentes hombres de las dos columnas más importantes en ese momento: 15 e interior”. Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 130.

Después de leer lo anterior caben dos preguntas: qué hacía esta gente dentro de una organización clandestina y con qué criterios habían sido reclutados. Lo grave de esta situación fue que un problema que pudo atacarse y resolverse en su momento se dejó no solo enquistar sino que se permitió su contagio a otros organismos y otras columnas. Rosencof falsea la información. El que hizo la consulta fue Wassen, a través de la abogada Inés Capuccio y recibió la respuesta por los mismos medios. El “escribano” era yo y redacté un minucioso informe acerca de la evolución de las discusiones a partir de octubre de 1969, es decir, casi un año antes.

PRIMERA PARTE http://www.postaportenia.com.ar/notas/10135/clara-aldrighi-la-izquierda-armada-comenta-amodio-i/

 Héctor Amodio Pérez  -Enero de 2019 (continúa)


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