01.MAR.19 | Posta Porteña 1997

Clara Aldrighi, La Izquierda Armada / comenta Amodio (III)

Por AMODIO

 

La izquierda armada. Ideología, ética e identidad en el MLN-Tupamaros Ediciones Trilce 2001

 

Sobre esta obra, “osada, rigurosa y de sesgo testimonial, constituye, entonces, un insoslayable aporte a la interpretación de nuestra historia reciente y hasta de nuestro presente” así la presentaron en su momento; Héctor Amodio Pérez  hace un cometario (tercera entrega)

Se impidió el acceso a la dirección de los disidentes; y luego fueron consideradas perniciosas las formas en que difundieron sus críticas al militarismo del nuevo Ejecutivo y al predominio de la columna 15. Señala Rosencof: “El rechazo a esa tendencia tuvo también otras manifestaciones que adquirieron formas negativas, porque en ellas se mezclaron buenos compañeros con arribistas y ambiciosos. Tal el caso de lo que finalmente se conoció como Micro, cuyos hombres provenían de las disueltas columnas 5 y 25, solución drástica de la dirección que obviaba, con un hachazo, una discusión política que hubiera permitido resolver mejor el conflicto y por sobre todas las cosas, dar a todo nivel una batalla formativa. Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 130.

Lo tendencioso del texto aparece con toda claridad: ¿Una organización revolucionaria, por tanto clandestina, puede dar puestos de dirección a quienes están tratando de destruirla?

El mal llamado “militarismo” respondió a las directivas recibidas desde Punta Carretas, en momentos en que funcionaba una “dirección compartida”, mediante los planes Cacao y Remonte y el “predominio de la columna 15” estuvo basado en su apoyo a las normas internas de funcionamiento y en contra de los planteos divisionistas de la ya evidente fracción interna. Cuando se resolvió la expulsión, los “buenos compañeros” aceptaron la disciplina interna y se mantuvieron en el MLN. ¿Cómo se pretendía renovar una discusión que se había dado ya en 1965 y que estaba en los orígenes del grupo Tupamaros? Subsiste en el texto un tufillo revisionista de la historia que nada tuvo que ver con el planteo de firmeza con que el mismo Rosencof fundamentó la expulsión en noviembre de 1970

Al clausurarse toda posibilidad de influir a través del ejercicio de la democracia interna, los disidentes recurrieron a mecanismos no consentidos por la compartimentación y el centralismo. Observa Rosencof: “En una Organización que practica el centralismo democrático, son válidos los agrupamientos circunstanciales de tendencias. Pero cuando esas tendencias tienen sus propias autoridades que no acatan las resoluciones de la Dirección, dejan de ser tendencias sino una microfracción que distorsiona y debilita el organismo. Eso determinó que la discusión llevada adelante por la dirección pos-Almería no estuviera centrada en los planteos políticos de la Micro -muchos de los cuales eran correctos- sino en una metodología inmoral que gangrenaba el cuerpo de la Organización”. Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, págs. 130-131

El mismo Rosencof termina dándome la razón. Reclamaban “democracia interna” y como no la había, no podía haber, se dedicaron a conectarse por fuera de los carriles orgánicos. Y eso, dentro de una organización clandestina, no se puede consentir. Los planteos de este sector, totalmente minoritario, ya habían sido discutidos y estaban en los documentos fundacionales. Dice Rosencof que muchos de los planteos eran correctos. Esto lo dice en 2001, cuando el revisionismo histórico puesto en práctica por el MLN estaba en pleno apogeo, para crear una falsa imagen del MLN y de algunos de sus dirigentes que pervive hasta el presente

Fueron entonces invitados a abandonar el MLN: Tuvimos con ellos una discusión muy tensa -recuerda Rosencof- se había creado una estructura paralela... Constituyeron entonces su organización. No se fueron expulsados, pero tampoco se fueron voluntariamente. Creamos esa situación en la que dentro de la organización no podían seguir, pero les facilitábamos todo para que crearan su propia estructura”. Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 131.

Fueron invitados a irse, dice Rosencof. Ni los expulsaron ni se fueron voluntariamente. Entonces, ¿cómo se fueron? ¿Hubo otra forma que desconocemos? No podían seguir dentro de la organización… ¿y el MLN los ayudó a crear su propia estructura? Las cabriolas de Rosencof son evidentes. Ya se olvidó de que él mismo nos comunicó la expulsión y el “secuestro preventivo” de uno de los dirigentes de la “micro”, Rodríguez Larreta, para “convencerlo” de que intentar eliminar al Comité Ejecutivo del MLN había sido un gran error.

“No es cierto que nos lleváramos hombres y armas, como luego acusó Amodio en su ‘libro de memorias’ -señala uno de los dirigentes de la ‘microfraccíón-. Aunque en realidad, nada de lo que afirma Amodio es de fiar. Llegó al punto de capturar en 1972 a uno de los integrantes de la fracción, Enrique Rodríguez Larreta, reconociéndolo cuando ingresaba a un cine y señalándoselo a los militares. Era un muchacho de menos de veinte años y Amodio había sido su responsable, por el Ejecutivo, en la columna 25. Ahora salía a buscar compañeros, vestido de milico, por la calle. Hay que decir, entonces, que el famoso ‘arsenal’ de la Micro estaba constituido por un revólver y dos pistolas. Yo devolví todo, incluso la Walter 9 milímetros con la que después cayó Zabalza en Paysandú. Hasta una máquina de escribir y el NSU con que me movía. Pero no pude defenderme de las acusaciones que se me hacían, hasta que caí preso y hablé con los compañeros.”Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 131.

Quien hace el relato anterior, según la autora del libro, es “Juan”. El libro de “memorias” al que se refiere es la falsa versión difundida por Mate Amargo y que luego fuera “aceptada” por otras publicaciones. No se sabe las razones por las que se escuda tras un seudónimo, pero así y todo se le da validez a sus palabras. Sobre todo en algo que se ha mantenido en el tiempo y que aquí se reitera: la detención de Rodríguez Larreta. Vamos a los dichos y a los hechos. En primer lugar, nunca estuve al frente de la columna 25. Mi relación fue con miembros del comando de la columna, Héctor Méndez, Susana Faget y otro que puede ser De Vargas Saccone o Ferreira Scaltriti para la devolución de Pellegrini Giampietro y luego para la disolución de la columna. Nunca tuve ninguna relación con otros miembros de la microfracción.

Si alguno de los miembros de las columnas absorbidas llegó a la columna 15, iría al sector político, con lo que las posibilidades de que yo llegara a conocerlo son más que remotas. Ni siquiera he conocido a la mayoría de los integrantes del sector militar de la 15, por lo que menos podía conocer a los del sector político. Pero vamos al caso concreto: por lo que he podido saber, Rodríguez Larreta fue detenido en el interior de un cine. ¿Cómo podía alguien saber que Rodríguez Larreta iba a estar en determinado cine a una determinada hora, sentado en una determinada fila y en una determinada butaca? Aunque hubiera pertenecido en algún momento al MLN, en 1972 Rodríguez Larreta integraba el FER, y los datos que posibilitaron su detención solo los podía conocer quien fuera, en ese momento, miembro del FER, y seguramente quien fuera a mantener con el detenido algún tipo de encuentro. Pretender hacer creer que ese pude ser yo escapa a toda lógica, ya que estaba preso desde el mes de mayo, meses antes de la detención de Rodríguez Larreta. En cuanto al arsenal y al dinero, otras son las versiones que yo manejo y que llevan a afirmar que las armas que Feldman tenía en su poder, muchas provienen del MLN

El pasaje a la clandestinidad favorecía la constitución de grupos relativamente estables,  que vivían y combatían juntos, o trabajaban juntos en las tareas logísticas. Los testimonios señalan la importancia que tuvo en su formación personal esta experiencia comunitaria, donde se cultivaban valores de camaradería, frugalidad y laboriosidad. Al enfrentar los mismos peligros, se fortalecían los lazos fraternales y amistosos entre personas de las que muy a menudo se ignoraba la identidad. Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 131.

En los momentos inmediatamente posteriores al 22 de diciembre de 1966, el grupo Tupamaros consideró que el paso a la clandestinidad de los militantes requeridos era una muestra de su fortaleza. Aunque salvo Sendic y los argentinos procedentes de Tacuara nadie tenía experiencia de clandestinidad, todos la aceptamos con naturalidad, quizás porque la alternativa era ir preso. Ya el grupo había ido dejando en el camino a quienes ante la perspectiva de la clandestinidad había dado un paso al costado. Con el tiempo esa actitud no se modificó, y pasaron a la clandestinidad militantes cuyo grado de compromiso era exiguo o que sus penas hubieran significado un breve período de detención, alterado, eso sí, por las eternas Medidas Prontas de Seguridad. Para algunos de estos militantes la clandestinidad fue un drama personal, al menos en los primeros momentos
Para quienes desde los primeros momentos habíamos considerado “que la vida era lo único que podíamos perder”, la clandestinidad era la consecuencia lógica, casi un mal menor. Sobre todo para quienes creímos que realmente estábamos forjando “al hombre nuevo”, con una mezcla de idealismo y romanticismo que a algunos nos costó dejar de lado y rendirnos ante la evidencia de nuestro error.

La clandestinidad, recuerda Jessie Macchi, “fue la etapa más feliz de mi vida. Aunque era una vida cerrada, porque no tenías contacto con otra gente que no fuera la que vivía conmigo en una chacra, un local, un berretín. Fue una vida muy plena, en todo sentido. Es algo que se repite en mis sueños hasta el día de hoy: siempre estoy en un grupo, nunca me soñé a mí misma sola. Siempre estoy rodeada de gente, es como si no fuera una persona sola, sino todas las demás. Todo era muy colectivo: las penurias, las cosas bonitas, el entrenamiento, la discusión, las valoraciones sobre quién se merecía la mejor arma”. Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 132.

Las palabras de Jessie expresan los sentimientos que me atrevo a generalizar fueron comunes, al menos hasta finales de 1970, en que comienzan a sentirse internamente los efectos de la lucha de Sendic y Huidobro por apropiarse de la Dirección para imponer “los planes maravillosos pero impracticables” Planes que nos llevaron a la debacle y empezamos a conocer la realidad: éramos seres humanos corrientes y molientes, con nuestras virtudes y defectos, en algunos casos llevados al extremo.

Los vínculos sociales de la vida legal se atenuaban, en especial los de la familia, pero se adquirían otros nuevos y con ellos una ética diferente, elaborada internamente. “El MLN crea una moral, un modo de relacionamiento fraternal, franco, libre, puro, bien del ‘hombre nuevo’. Era un tipo de vida muy estoico y rico, además”. Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 132.

Estas palabras de Jessie reflejan el sentir mayoritario. Eso no impidió que las críticas fueran en muchos casos de extrema dureza, porque se entendieron como parte de la formación de ese “hombre nuevo” que animaba nuestra vida. Entendíamos que practicando la crítica y la autocrítica cumplíamos con nuestro deber revolucionario. Será a finales de 1971, acuciados por una superpoblación interna que desbordaba a la organización en su conjunto, que esa práctica se va abandonando poco a poco y así muchos errores, tanto colectivos como individuales quedaron sin corregirse.

La clase obrera y los asalariados rurales encarnaban para los tupamaros cualidades que podían adquirirse mediante el trabajo y el impulso voluntario hacia la austeridad. Esta última cualidad era muy apreciada, se la consideraba un rasgo caracterizante de la organización.” A fines de 1970 el MLN señalaba: “Se aspira a la proletarización de todos los militantes a través de una alta cuota de trabajo manual, el trabajo ideológico, la prédica y la práctica de la austeridad, para evitar las deformaciones de la lucha armada urbana, anular los efectos nocivos del individualismo propio de la pequeña burguesía y de la clase media, de donde se reclutan muchos militantes, formar al hombre nuevo y aumentar la confianza mutua. Y esta austeridad la ha tenido que reconocer la propia prensa burguesa”. Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 132.

Así como idealizamos las relaciones dentro del MLN, cayendo en una serie de esquematismos que hoy nos parecen burdos, idealizamos a los sectores que creíamos básicos para nuestro proyecto revolucionario. Cometimos entonces el error de creer que los apoyos que a título individual recibíamos de esos sectores correspondían al conjunto y así sobrevaloramos nuestra influencia. De otra forma no se explica que años después se siga hablando de la “influencia y el peso” dentro de las organizaciones de masas legales, incluida UTAA

Recuerda Zabalza su experiencia en la columna del interior: “Los peludos de UTAA influían ideológicamente en nosotros… ¿Cómo? En la forma de vida, en lo que se transmitía conviviendo. Creo que eso fue mucho más importante que las lecturas. De ellos aprendimos la constancia para trabajar, el trato humilde, modesto, el intentar conversar todo... Salvo cuando tenían una caña blanca entre pecho y espalda, porque entonces se ponían insoportables. Colacho Estévez, Mansilla, yo, Picardo, que también estuvo en el comando de la columna del interior, éramos de origen estudiantil, pero la convivencia con los peludos había sido como una escuela”. Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 132.

Negar el valor de “los peludos” sería negar la realidad, pero las palabras de Zabalza reflejan claramente la idealización a la que hago mención anteriormente. Lo que existió fue la creencia de que imitando su forma de vida nos convertíamos de forma automática en “peludos”, algo así como recibirse de luchadores sociales. Esa misma idealización hizo que se “perdonaran” fallos de funcionamiento y que se les adjudicaran responsabilidades que no estaban en condiciones de asumir, como la cobertura de varias chacras que acabaron todas por ser descubiertas rápidamente. Por otra parte, UTAA como sindicato, pese a las proclamas de “Por la tierra y con Sendic”, siempre mantuvo su independencia con relación al MLN. Prueba de esto es que antes de la formación del 26 de Marzo el MLN intentó que UTAA fuera su portavoz en el Frente Amplio, a lo que UTAA se negó. Por otra parte, en el Archivo Cámpora hay algunas entrevistas a Nicolás “Colacho” Estévez y a su compañera “Charito” Estefanell en las que se exponen algunas de esas discrepancias. Tengo que hacer la salvedad que en las entrevistas no se mencionaba al MLN sino a Sendic, por lo que hay que colegir que en UTAA se confundía a Sendic con el MLN.

No sólo se discutían los temas políticos o de funcionamiento, sino que en los grupos se socializaban y controlaban aspectos de la vida privada. “Por la vida que llevábamos -recuerda Jessie Macchi- saltando de monte en monte y de mata en mata, había gran amplitud en las cuestiones sexuales y ningún tipo de rigidez. Si los compañeros querían seguir siendo fieles a sus compañeras o viceversa, muy bien: si decidían tener una nueva pareja. Macanudo. Existía una gran libertad, pero dentro de ciertos parámetros. No había opción, por ejemplo, con la homosexualidad. En eso éramos bastante puritanos”. Se observaba a los militantes que mantenían dos parejas, favorecidos por la compartimentación, “porque lo que se veía mal era la doblez de la conducta”. Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 132.

Esto no fue nunca así. Puede ser que Jessie tuviera esa impresión porque su militancia se dio mayormente en el Collar, ampliamente influenciado ese grupo por las normas de conducta recibidas de las columnas del interior, cuyo responsable, Sendic, fue el paradigma de la expresión mal llamada “libertad sexual”, ya que todas sus relaciones significaron la conversión en madres de compañeras que veían así cercenadas o al menos disminuidas sus posibilidades como militantes. De lo que no hay duda es que Sendic se vio libre de todo tipo de limitaciones en ese sentido, mientras otros compañeros de ambos sexos se vieron cuestionados. La homosexualidad fue un tema tabú, sobre el que nunca se habló, aunque en Cabildo se dieran casos de lesbianismo.

La tendencia igualitaria y antiautoritaria se reflejaba también en la inexistencia del culto a los dirigentes. Según los testimonios, los fundadores de la organización y los más prestigiosos cuadros militares basaban su ascendencia en el respeto, la admiración y el reconocimiento de específicas cualidades y talentos, pero expresados en un tono menor y circunscriptos al sector compartimentado donde militaban. “Sendic era el anti líder por antonomasia -señala Marenales-. Le teníamos respeto porque era un hombre que tenía brújula política. También se equivocó muchas veces, como cualquiera, pero tenía una profundidad de pensamiento muy grande. Ahora, ninguno de nosotros le rindió pleitesía. Nunca. Y la gente esto no puede entenderlo. A los mismos cubanos les cuesta comprenderlo. Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 133.

Las palabras de Marenales expresan una idea que choca con la realidad. Desde los inicios la presencia y la palabra de Sendic tuvieron un peso específico que se nos negaba a los demás, a los que se nos exigía una fundamentación política de todos nuestros actos y sugerencias de los que Sendic estaba eximido. El mismo Marenales fue “víctima” de esa concepción. Y no digamos Manera… aunque sin ninguna duda quien mejor apareció personificando esa situación he sido yo. Todavía hoy se sigue afirmando que mis críticas a Sendic y a su actuación carecen de fundamentación política y se atribuyen a “cuestiones personales”, aunque muchos de mis planteos, expresados ya en 1972, hoy son aceptados y compartidos por otros a los que sí se les reconoce validez. Pero no solo Sendic gozó de esas prebendas. Con el paso de los años y pese a que mis críticas a los planes elaborados por Fernández Huidobro hoy se han demostrado más que acertadas, varios historiadores y periodistas siguen calificándolo como estratega y líder político y a través de sus declaraciones insistió en reclamar para sí y para Sendic un prestigio que no está avalado por sus hechos sino por su condición de “dirigente histórico”

No se trataba de liderazgos autoritarios, ni siquiera carismáticos. Las relaciones personales con los dirigentes y el estrechamiento de vínculos afectivos se veían fortalecidos por un sentido de fraternidad militante, la familiaridad en el trato y la intimidad impuesta por la convivencia, a menudo prolongada, por razones de clandestinidad o funcionamiento. Esta convivencia estrecha consentía el ejercicio de un control por parte de la base. En ciertos casos, como el de Héctor Amodio, la eficacia en el plano militar trajo consigo un aumento de prestigio, mayor ascendencia y poder de decisión. Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 133
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Se insiste de forma reiterada en mi condición de responsable del sector militar de la columna 15, para intentar ocultar mi actuación como impulsor del desarrollo del MLN a partir de 1968, cuando me integro al Ejecutivo. Sin embargo, se insiste también en criticarme por mi forma de relacionarme con los demás, alejada de la de otros que son señalados como “alegres y simpáticos” porque participaban de juegos y rituales carcelarios que me eran ajenos. Hay, por tanto, una valoración de los dirigentes en función de su “carisma”, fuera este real o una simple pose. Es sintomático que Blixen considere que una virtud de Sendic fuera decirle a cada uno lo que este quisiera oír, cuando en buen romance eso no es más que una actitud oportunista y complaciente.
De todas maneras, en una organización clandestina cuya principal forma de expresión era la lucha armada, es lógico pensar que quien estuviera en la dirección del aparato armado gozara de prestigio, aunque este fuera en muchas oportunidades producto del trabajo y el esfuerzo de otros. Y de otras.

No se expresaban, ni siquiera tendencialmente, formas de culto a la personalidad. Posiblemente la juventud de la mayoría de los tupamaros, la experiencia antiautoritaria e igualitaria cumplida en asambleas y organismos gremiales durante la efervescencia de las luchas populares, en especial a partir de 1968, incidían en la afirmación de esta actitud racional. Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 133.

Lamentablemente, esto no fue así y aunque sus inicios se remontan a años atrás, las consecuencias fueron la “rendición” de la Dirección en marzo de 1972. De las palabras de Engler en La izquierda armada y fundamentalmente en El mensaje humano de Sendic, de su autoría, aparece la sumisión intelectual que lo llevó a él y a quienes él representaba a dar validez a los planes que están en la génesis de la debacle, y solo porque fueron elaborados por Sendic y Fernández Huidobro.

La construcción de un “hombre nuevo” y una nueva sociedad era la aspiración más generalizada. “El MLN no es un organismo acabado y estático. Es dinámico, es además una escuela donde todos nos autoformamos para la lucha y la nueva sociedad. Provenimos de una sociedad determinada y por lo tanto traemos de ella grandes deformaciones, toda una ideología. Dentro del Movimiento debe haber una constante lucha contra esa deformación, tendiente a ir creando el hombre de mañana en cada compañero”. Clara Aldrighi, La izquierda armada, Ediciones Trilce, pág. 134.

Estas palabras, atribuidas a Jorge Manera, pertenecen al Documento 2 del MLN, elaborado en 1967, como respuesta a una crisis interna motivada por el “inmovilismo” al que los clandestinos confinados en Marquetalia estábamos sometidos, tras la crisis de infraestructura por la detención de Nell Tacci.

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