24.MAR.19 | Posta Porteña 2003

EL COLAPSO y LA SIMULACIÓN COMO POLÍTICA

Por Enrique Ochoa Antich

 

EL COLAPSO

 

por Enrique Ochoa Antich

Con el colapso hemos topado, le diría hoy don Quijote a Sancho. Poco importa si la oscurana se debió a un ataque imperial (los EEUU son capaces de eso y de más) y de todas las fuerzas malévolas del universo mundo. Si fue un boicot terrorista de la oposición interna. O si fue el dogmatismo, el centralismo, el burocratismo, la ineptitud y los demenciales niveles de corrupción del régimen. De pronto fueron todos a la vez. El hecho objetivo, incontrovertible, fatal, es que por una mezcla de idiocia política entre gobierno y oposición, incapaces de sentarse a pactar una salida que no sea ni el perpetuacionismo diosdadista ni el "todo o nada" mariacorinista, y de negligencia en todos los órdenes, estamos llegando a una suerte de anomia, de salvajismo primitivo, de no-país. Cuando los habitantes de una nación peregrinan y menguan por dinero, alimentos, atención médica, electricidad, agua y etcétera, es porque el Estado ha dejado de ser. Lo que queda de él son sus ruinas.

También queda la violencia, como recurso de los políticos que tienen el mando de los contingentes enfrentados, pues en el escenario de colapso nacional que vivimos, la política, la palabra, la persuasión, los acuerdos, son casi nostalgias. Lo penoso es que la mayoría, la inmensa mayoría del país apoya una resolución de la crisis mediante negociación y acuerdo y sólo una minoría entre cínica y desesperada, apela a una salida de fuerza. Pero aquélla se encuentra atenazada por el cepo de ésta, vía chantaje moral y hechos cumplidos. Los dos extremos, aún minoritarios, tienen suficiente poder y financiamiento como para desoír el clamor de la nación.

Avergüenza que los venezolanos comencemos a contar poco. Internacionalizado nuestro conflicto, por decisión propia de algunos, ahora son otros los que comienzan a decidir nuestra suerte. Abrams y Riabkov debaten esta semana en algún hotel de Roma qué hacer con nuestro destino.

Entonces, el presidente de la AN no tiene mejor idea que desempolvar la malhadada consigna de la marcha del no-retorno. "A asaltar mi despacho presidencial", ha convocado. Escarrá, autor de la originalísima idea, sonríe a lo lejos. Si escuchamos con detalle el sonido de marras que ha circulado profusamente por las redes, observaremos que poco más o menos se invita a una insurrección, a otra "hora cero". Es decir, después del 10E, y del 23E, y del 12F, y del 23F... se nos vuelve a hablar de otro punto de inflexión. Esta vez, poco más o menos una guerra civil, como si se tratase de un juego de niños. Inmadurez e irresponsabilidad. ¡Esa sangre caerá sobre sus conciencias!

Imagina uno que en tales mentes afiebradas, se busca el caos, es decir, una etapa superior del colapso, para "legitimar", si es que algo así pudiese ser legitimado, una intervención militar extranjera gringo-colombo-brasileña. Una ignominia, pues. Y una vergüenza para quienes contemporizan, callan y otorgan. Sería hora ya de que la AN, mediante acuerdo explícito, rechace la hipótesis siquiera de una invasión a nuestro territorio. Trump golpea la mesa en su oficina oval y exclama: ¡Todas las opciones están sobre la mesa!, y aquí la oposición nada dice. Vergüenza que otros países hayan rechazado esa posibilidad y nuestro parlamento, órgano legítimo de representación popular, no haga lo propio.

En fin, pues, que en medio de este holocausto, nos queda al fin el recurso de refugiarnos en nuestros principios, no ceder en ellos, y salvar la honrilla: diálogo, negociación, transición pactada, acuerdo, voto, consulta al pueblo, paz, soberanía. Puede ser que luego de la furia inútil retorne la calma de la valiente moderación.

 

LA SIMULACIÓN COMO POLÍTICA

 

por Enrique Ochoa Antich

Venezuela se encuentra atrapada en las tenazas de dos lógicas ficticias, de dos grandes simulaciones, y parece precipitarse fatalmente hacia un holocausto de sangre, violencia y guerra. Los actores principales de esta malaventura, cada uno jugando a su propia fábula como si fuesen niños terribles, conjuran con liviandad demonios que una vez desatados no serán aplacados sino con muerte y devastación. Y como en toda conflagración prebélica, ya la verdad es la primera víctima. Para cada parte su propio relato es, el del otro no: en esta orgía de la idiotez que son las redes, para usar la dura caracterización de Umberto Eco, la veracidad de cada información viene dada por quien la promueve sin importar su evidencia: si lo dice uno de los míos es cierto, si lo dice el enemigo es embuste.

Por momentos siente uno el cansancio de la razón. Provoca ponerse al margen, ver pasar el desfile. En momentos de primitiva exaltación, la moderación democrática no paga. Al final se requiere más valentía para proponer el diálogo que para decretar su muerte.

Los malos están allá y aquí los buenos. Ante cada evento, violento o no, los polos procuran constreñir la realidad a su peculiar parecer. Cualquier duda es una traición. Si yo digo aquí que la causa última de la guerra es Maduro, que debe irse como condición de la paz, que el suyo es el peor gobierno de toda nuestra historia, sus conmilitones me acusarán de ser vasallo del imperio. Pero si exijo negociar con él en su condición de presidente en ejercicio de la república, y me niego a una resolución violenta de la crisis nacional, entonces soy un tibio, un colaboracionista, cómplice de la dictadura, del régimen narco-terrorista y no sé cuánta cosa más.

A la simulación como política la acompaña la manipulación. La escaramuza del puente, pongamos por caso. Si un camión con ayuda humanitaria es consumido por las llamas, debo, a juro, culpar a los funcionarios del gobierno. Porque si pongo en duda la especie, si tengo la osadía de mirar con detalle la fotografía del evento que pone al furgón en territorio colombiano, del otro lado de la barrera militar venezolana en todo caso, si se me ocurre considerar siquiera la posibilidad de que quienes manejaban bombas incendiarias (los opositores, como sabemos) prendiesen fuego al vehículo así haya sido por error, entonces soy un agente tarifado por el gobierno. Pero todos, unos y otros, al instante, sin escrutar los hechos, ya dan por sentada su propia versión sesgada del evento. Por cierto, observo que este infame episodio es usado planetariamente como justificación de una intervención militar extranjera en suelo venezolano: claro, si el ignominioso régimen es capaz de tal atrocidad, merece que se le derroque a la fuerza, aunque el costo al final se pague en miles de vidas humanas y en destrucción del país.

Por otra parte, la violencia del otro, real y ficticia, sirve para evadir algo que cualquier dirección política estaría haciendo en este momento: evaluar si fue o no un error la consigna del “Sí o sí”, necio inmediatismo que, al no verificarse, como era previsible, sólo ha provocado desencanto y desmoralización.

Porque en realidad estamos en presencia de una muy elaborada estrategia (el Departamento de Estado sabe de eso) orientada a hacernos creer que la guerra es necesaria. Sí, claro, se requiere cooperación internacional. Sí, esta ayuda podría ingresarse con el apoyo del sistema de las Naciones Unidas. ¿Pero alguien duda aún que se usan estas donaciones como mascarón de proa de una intervención militar extranjera?

Dictadura no sale con votos, dicen los trapisondistas de oficio, aunque la historia universal pruebe exactamente lo contrario. ¿Cómo puede dialogarse con un gobierno que es capaz de quemar alimentos y medicinas? Víctimas de esta colosal operación psicológica, ya muchos de quienes defendían con reciedumbre la ruta democrática se han convertido en contemporizadores del extremismo. Así se va logrando que una porción cada vez mayor de venezolanos coquetee con la iniciativa claramente en marcha de invadir nuestro territorio con un ejército aliado gringo-colombo-brasileño. Si alguna duda quedaba que este plan avanza, las más recientes declaraciones del presidente de la AN lo confirman. Y es que comienza a estar claro que, sin intervención militar, esa estrategia del no-diálogo, del todo o nada, del cese a la usurpación porque yo digo, parece condenada al fracaso.

Se trata de una maniobra que nos lleva nariceados (como al ganado) a la conflagración violenta (acariciada desde hace mucho). El extremismo, autoritario por naturaleza, jalona los acontecimientos vía hechos cumplidos: hechos cumplidos fueron el golpe de Estado de Carmona en 2002, luego el paro indefinido, la abstención de 2005, las guarimbas y ahora la groseramente inconsulta auto-juramentación en plaza pública. Así, como hecho cumplido, llegará un día el estruendo sangriento de la guerra.

Por su lado, los maduristas se atrincherarán en su propia ficción: la de una supuesta revolución impoluta agredida por el imperio que no quiere que su faro igualitario alumbre a los engañados pueblos latinoamericanos. Pura fábula, señores. Según esta quimera patética, el gobierno no sería culpable de nada. Como si no hubiera habido voces que a gritos alertaron a este respecto, la delirante hiperinflación que padecemos sería obra de una malévola campaña dirigida desde Wall Street y Dolar Today, no la resulta del demencial déficit fiscal, de una torpe política monetaria, de la destrucción del aparato productivo, de la vertiginosa caída de la producción petrolera y de la más degradante corrupción de que tengamos memoria. 

Cuando se inmolen (algunos de ellos, porque los capitostes volarán raudos y veloces a otros destinos) frente al más poderoso ejército que la historia haya conocido jamás, y con ellos  inmolen al país entero, nunca admitirán que hasta aquí nos trajo su obstinación en no negociar nada, su manía perpetuacionista, su determinación de arrinconar a sus adversarios hasta el extremo de la desesperación, su decisión de atropellarlo todo y a todos, su vetusta visión de los asuntos económicos que provocó la crisis económica más profunda de toda nuestra historia al menos en siglo y medio y una verdadera catástrofe social saldada en sufrimiento para aquéllos que dicen defender: los más pobres, y sus continuas e innecesarias provocaciones a los Estados Unidos como si eso se pudiese hacer impunemente.

La exageración también forma parte de esta estrategia de simulaciones. Vargas Llosa llegó a escribir que en Venezuela tenemos no hambre por inflación sino una ¡hambruna generalizada!, y Duque dice que la de Maduro es la dictadura más oprobiosa ¡de toda la historia latinoamericana!, olvidando las monstruosas dictaduras militares del Cono Sur y de América Central (todas apoyadas por los EEUU, by the way).  Tanta ridiculez junta no merece ser comentada.

Así andamos, pues, prisioneros de este cepo trágico. Queda sólo refugiarse en un testimonio personal, con poca, muy poca incidencia política real: pregonar agónicamente el diálogo, la negociación, el acuerdo, el voto y la paz. Me niego a aceptar que los venezolanos tengamos que escoger entre la mengua y la guerra. Me niego a aceptar que los venezolanos tengamos que escoger entre el hambre y la metralla. Ni Maduro ni Trump. Hay otro camino, el de otra Venezuela, una Venezuela posible, de progreso para todos, de libertad, tolerancia y reconciliación.

Podemos acceder a ella si la mayoría moderada de lado y lado se acordase en un solo propósito, en un solo programa. Doloroso sería, ¿será?, observar con impotencia que los extremos del odio, la violencia y la guerra consigan imponerse por sobre el amor, la razón y la civilidad.


Comunicate