21.ABR.19 | Posta Porteña 2011

REVISIONISTAS Y RENEGADOS

Por ASTARITA

 

A raíz de la nota “Criterio religioso en debates de la izquierda” (http://www.postaportenia.com.ar/notas/10242/criterio-religioso-en-debates-de-la-izquierda/), un lector del blog observó, en un mensaje por Facebook, que mi crítica debió haberse extendido a Lenin por su uso del término “revisionista” aplicado a Bernstein

Rolando Astarita 19/04/19

Pues bien, estoy de acuerdo con el compañero: descalificar a alguien por “revisar” una teoría o afirmación establecida, es otra manera de ahogar el pensamiento crítico. Coincidiendo con este criterio, quisiera de todas maneras señalar que también calificaron a Bernstein de “revisionista” otros dirigentes socialistas, como Rosa Luxemburgo y Kautsky. En aquel momento, se buscaba dejar en claro, ante la militancia de la Segunda Internacional, que Bernstein proponía modificar la línea política y la ideología del partido Socialdemócrata, que por otra parte habían posibilitado progresos reales en conciencia y organización del movimiento obrero.

Pero si ya en aquella época era cuestionable el uso del término –después de todo Bernstein decía que efectivamente había que revisar la teoría heredada, de manera que el cargo de revisionista perdía buena parte de efectividad-, en las décadas que siguieron la acusación se transformó en un verdadero lastre para el pensamiento dentro de la izquierda.

En especial porque contribuyó a establecer el argumento de autoridad (“tengo razón porque lo que afirmo lo dijo X”) al interior de las organizaciones. Más precisamente, a establecerlo en un sentido dogmático. Subrayo que en sentido dogmático porque en muchas ocasiones es razonable aceptar el argumento de autoridad. Por ejemplo, cuando los médicos coinciden en el diagnóstico de un enfermo, es lógico que este lo acepte en base a la autoridad de los médicos en materia del cuerpo humano y su salud. Sin embargo, el principio de autoridad es muy perjudicial si invita a no comprobar el contenido de verdad de un determinado enunciado, cuando esa comprobación las personas pueden realizarla mediante indagación y razonamiento. En este caso estamos ante un criterio acientífico, que sofoca el desarrollo del pensamiento.

Una consecuencia del principio de autoridad en sentido dogmático es que muchos debates en la izquierda se desarrollan en base a “guerras de citas”. Lo he visto durante mi militancia en organizaciones trotskistas. Recuerdo, por caso, que un importante dirigente me decía que tenía reservada una cita de Trotsky que “liquidaba” (textual, liquidaba) un argumento de otro dirigente con el que mantenía una polémica. Recuerdo también que aquel debate se desarrollaba a través de un interminable cruce de citas, al punto que muchos pensaban (o pensábamos) que el estudio del marxismo pasaba, en buena medida, por la búsqueda de la cita adecuada para el caso que teníamos entre manos (la similitud con la forma de discutir de un abogado no es casualidad). En consecuencia, importaba más “ganar” una discusión, cita adecuada mediante, que encontrar la verdad científica.

Pero además, esto que he vivido en organizaciones trotskistas, se repite en otros ámbitos de la izquierda. Así, si Lenin dijo que las guerras entre las grandes potencias son inevitables en la era del imperialismo, pues bien, eso es verdad aunque hayan pasado siete décadas sin guerras entre las potencias. “Lo escribió Lenin, y con eso es suficiente”, nos viene a decir el “hombre de Partido”. Sin embargo, cualquier persona, con un mínimo de información y lógica, puede comprobar por sí misma el contenido de verdad de la afirmación del “hombre de Partido”. Por eso, en casos como este, el principio de autoridad solo se impone como mandato, como orden desde arriba.

Señalo también que, en buena medida, este criterio “de verdad” es similar al de los escolásticos. Es que los escolásticos se sometían a las autoridades de los grandes pensadores griegos y romanos, y de los Padres de la Iglesia, a tal punto que, incluso cuando arribaban a conclusiones originales, seguían citando a las “autoridades” para dar mayor peso a esas conclusiones. Por eso Hegel decía que dentro de la Iglesia el pensamiento estaba limitado y fundado en “una autoridad positiva”. Pero en esas circunstancias el pensamiento “no aparece como si partiese de sí mismo y tuviese en sí mismo su fundamento”, y termina siendo “un pensamiento ‘carente de sí mismo’ y dependiente de un contenido dado, la doctrina escolástica” (Lecciones sobre filosofía de la Historia, t. 3, p. 120, edición FCE, México). Es que al estar sujeto a esas “premisas absolutas”, no podía haber una idea pensante “en su libertad” (p. 121). Por eso, esa filosofía se apegaba a los dogmas de la Iglesia (véase p. 123). Traducido a términos actuales, la discusión en base a citas de autoridad solo sirve para potenciar el carácter dogmático de muchos de los “principios establecidos” en la izquierda

Llegado a este punto, aprovecho para llamar la atención sobre otro calificativo que aparece con frecuencia en las polémicas de los partidos de izquierda. Se trata del término “renegado” (recordar a Lenin hablando del “renegado Kautsky”). El “renegar” –diccionario de María Moliner- se vincula con la idea de abjurar o apostatar, y se aplica en un sentido peyorativo para señalar a aquel que abandona una religión o unos ideales, y adhiere a otros. María Moliner también observa la conexión religiosa del término: “se aplicaba especialmente a la acción de pasarse de la religión cristiana a la mahometana”. Por eso, no es casual que se use en la izquierda contra “los enemigos del partido y tránsfugas diversos”. Con ello se está diciendo que es un pecado (“indudable resultado de la soberbia intelectual pequeñoburguesa del renegado X”) el abandonar alguna afirmación o enunciado establecido como “verdad indiscutible”, para adherir a otro.

En definitiva, hay que romper con estas ataduras mentales. No hay que tener miedo a decir lo que se piensa, y a poner todo lo que se nos ocurra bajo el examen crítico. No hay que achicarse por el uso de una terminología descalificadora (“revisionista”, “renegado”, más los calificativos “de clase”, etcétera) que se ha convertido en costumbre en muchas organizaciones.

Todo militante de izquierda debería poner en práctica el “atrévete a pensar” (ver aquí); y anteponer a la “verdad de partido”, la verdad científicamente fundada (ver aquí).

Forma parte del proceso de alcanzar una “idea en libertad”. La cual es indispensable para que la crítica sea efectivamente un arma de lucha y transformación social.


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