28.ABR.19 | Posta Porteña 2013

UNA TARA PEQUEÑOBURGUESA

Por ASTARITA

 

En notas anteriores (aquí, aquí, aquí) me referí a los métodos que utilizan las direcciones de muchas organizaciones de izquierda para acallar y sofocar el pensamiento crítico. En una de esas entradas planteé que muchas veces incluso se busca la destrucción moral, o personal, de los “heterodoxos”

Rolando Astarita 26/04/19

Escribí:

“…una cuestión que está implícita en lo que he explicado [los métodos burocráticos para ahogar críticas]… adquiere un fuerte peso cuando la pensamos singularizada en los seres humanos, de carne y hueso, que han padecido estos métodos. Me refiero a la destrucción moral de los “heterodoxos”, de los que no se resignan a ser repetidores de fórmulas bajadas por el sabelotodo comité central, dirigido por el sabelotodo compañero-dirigente-secretario-general. Afirmo que lo que se busca es quebrar espiritualmente al oponente de manera que no vuelva a levantar la voz. Por eso, estos métodos, aplicados a través de los años, terminan dando resultados asombrosos. Hace años un viejo militante inglés, un intelectual, viendo en retrospectiva lo que había consentido (no queriendo ver lo que veía, con el argumento siempre a mano de “todo sea por la clase obrera y el partido”) se preguntaba con amargura cómo había tolerado extremos como la agresión física a militantes que se oponían a la dirección del partido al que pertenecía”.

En esta entrada quiero ampliar lo anterior refiriéndome al cargo que se hace, en muchas organizaciones, a los militantes de organizaciones socialistas, que provienen de la clase media, o de la burguesía. Quien me llamó la atención sobre este asunto fue un periodista y trotskista inglés, Peter Fryer (1927- 2006). En su juventud Peter había adherido al partido Comunista. En 1956 fue enviado a Hungría para cubrir el levantamiento popular, pero sus informes fueron censurado y silenciados por la dirección partidaria. Publicó entonces un libro, Hungarian Tragedy, en el que denunciaba la represión stalinista en Hungría, por lo que fue expulsado del PC. Adhirió luego al trotskismo. Cuando lo conocí, a comienzos de los 90, publicaba regularmente en Workers Press, periódico del Workers Revolutionary Party. Por ese entonces era muy crítico de los métodos burocráticos que imperaban no solo en el PC, sino también en grupos trotskistas. Tuvimos varias charlas, en un momento en que yo empezaba a revisar críticamente los análisis y política trotskista (en particular, el Programa de Transición, escrito por Trotsky).

Pues bien, Peter decía que una de las formas en que se manejaba a compañeros críticos, cuando provenían de la pequeña burguesía, era con el cargo de su procedencia de clase. La idea que se transmitía era que aquellos que no proveníamos de la clase obrera teníamos una “tara de origen”, un defecto psicológico, irremediablemente impreso en nuestras mentes por la crianza pequeñoburguesa que habíamos recibido. Por eso, y como subrayaba Peter, un militante podía haber hecho los mayores esfuerzos, como entregar al partido la herencia de sus padres, vivir en un barrio obrero, trabajar en una fábrica, militar denodadamente, pero nunca borraba del todo la culpa-tara originaria. Así, el cargo se mantenía latente, y se “actualizaba” cuando se atrevía a cuestionar más o menos seriamente a la dirección partidaria.  

En este punto quiero precisar que no me estoy refiriendo a caracterizaciones de clase de un programa, de una teoría, etcétera. Por ejemplo, un programa de gobierno que defiende la propiedad privada del capital tiene un carácter de clase definido, y nadie debería molestarse porque alguien realice esa caracterización. Es una afirmación pasible de análisis y discusión científica objetiva. La “tara de origen”, en cambio, era una acusación ad hominem, que apuntaba a controlar mentalmente al militante, y a quebrarlo en caso de necesidad. No sé si se sigue empleando, pero sé positivamente que se ha empleado en muchas organizaciones. Lo que decía Peter Fryer no carecía de evidencia empírica.

Agrego que, curiosamente, muchas veces el cargo “usted es un pequeñoburgués” lo hacía un dirigente que también provenía de la clase media; que no trabajaba, ni había trabajado en fábrica; y que hasta podía tener una vida relativamente acomodada. Pero el líder estaba inmune a la tara. Eso era incuestionable. De la misma manera que habían estado inmunes Marx, Engels (quien incluso había dirigido una empresa), Lenin, Trotsky, y otros referentes históricos. El virus pequeñoburgués solo afectaba a los comunes.

Cierro esta breve nota señalando que más importante que cuestionar procedimientos y métodos burocráticos es romper con toda esa maraña de ataduras mentales que se han impuesto sobre buena parte de la militancia. Es vital para dar alas al pensamiento crítico.


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