30.ABR.19 | Posta Porteña 2014

BERGOGLIO : El papa peronista

Por FernandoRosso/LorisZanatta

 

Argentina: el papa y el «partido del orden»

 

¿Cuál es realmente la relación del papa Francisco con la política argentina? Más allá de las adscripciones ideológicas, de su relación con Cristina Fernández de Kirchner y sus posiciones respecto al gobierno de Mauricio Macri, el sumo pontífice milita en y por el «partido del orden»

Fernando Rosso / Abril 2019- Nueva Sociedad

Un antiguo aforismo de origen bíblico sentencia que «nadie es profeta en su tierra». Si se observa solo la superficie de las controversias que envuelven al papa Francisco en Argentina, en apariencia el axioma se confirma. Los polos de la grieta política que divide al país lo acusan de ser el más perverso representante del bando contrario. Los partidarios rabiosos de la coalición de gobierno (Cambiemos) aseguran que el papa es poco menos que un «puntero» peronista; mientras que para los intensos que se ubican en el otro extremo del amplio espectro del peronismo, su distancia con la administración que encabeza el presidente Mauricio Macri es, por lo menos, «imperfecta»

La verdad no está –como ordenaría cierto el sentido común– en el medio, sino un poco más arriba. El escritor argentino Leopoldo Marechal, uno de los preferidos del ex-cardenal Jorge Mario Bergoglio, incluido entre sus 20 autores predilectos según la colección del diario italiano Corriere della Sera, escribió alguna vez: «En su noche toda mañana estriba: de todo laberinto se sale por arriba».

Más allá de las disputas por y contra el papa en su país de origen, ese principió guió desde siempre a Bergoglio en el vidrioso escenario de la política local y con mayor empeño desde que se convirtió líder de la Iglesia católica aquel histórico 13 de marzo del año 2013.

«Argentina no tiene partidos políticos con signos vitales, vive una crisis del sistema que convierte a cada elección en una puja de cuentapropistas que alcanzan sus cargos en extrema debilidad», explica el periodista Ignacio Zuleta en su reciente libro titulado El papa peronista. Luego afirma que esta falencia les impide tomar medidas antipáticas y obliga a los gobiernos a eludir soluciones con alto costo político. Por esta razón, dejan una factura difícil de pagar para las administraciones que vienen.

En esta especie de «empate hegemónico», con una sociedad civil que conserva vitalidad y gobiernos que no superan su fragilidad estructural, Francisco se erigió como un árbitro para la contención de eventuales desbordes o estallidos sociales y como colaborador para la reconstrucción o el sostenimiento del sistema institucional.

Con referentes afines en casi la totalidad de los partidos tradicionales, en las organizaciones sindicales, en los nuevos movimientos sociales y en el universo del periodismo; la estrategia de Francisco apunta a mantener el orden con una combinación de ortodoxia doctrinaria y reformismo pastoral.

Cuiden a Cristina

El mismo año en el que Bergoglio fue consagrado en Roma como máxima autoridad católica, los candidatos de la ex-presidenta Cristina Fernández eran derrotados en las elecciones legislativas de medio término en el país y especialmente en la estratégica provincia de Buenos Aires. El fracaso puso de manifiesto el fin de un ciclo económico y político que había llegado a una etapa de agotamiento.

No pocos creyeron que con Francisco al frente la Iglesia, a la ex-presidenta «se le venía la noche» porque el kirchnerismo estaba enfrentado al ex-arzobispo de Buenos Aires desde hacía varios años y por distintas razones (entre ellas, el impulso a la votación de la ley conocida como de «matrimonio igualitario», aprobada en 2010). El fallecido ex-presidente Néstor Kirchner llegó a considerarlo el jefe espiritual de la oposición y una postal graficó el deterioro de la relación entre el kirchnerismo y la Iglesia: el día que Bergoglio fue elegido papa, Cristina Fernández se encontraba en un acto político y debió solicitar que silencien los silbidos de sus seguidores cuando enunciaba un ecuánime saludo por la consagración.

Otros creyeron que el nuevo pontífice tenía problemas mayores como máximo líder de una institución en aguda crisis, con dificultades internas que estaban minando su autoridad en el mundo (denuncias por múltiples casos de pedofilia, hechos de corrupción y pérdida de fieles) y que los avatares de la pequeña política local no estaban en su horizonte.

Ni tanto, ni tan poco. Bergoglio intuyó que la derrota política del gobierno en las elecciones legislativas de 2013 y el deterioro del escenario económico-político de conjunto tenían inscripta la eventualidad de que la entonces presidenta no llegue a culminar ordenadamente su mandato. «Hay que abrazarla para que termine» y «cuiden a Cristina» fueron las disposiciones que envió el flamante Papa a través de sus múltiples interlocutores en el universo de la política.

Contra los pronósticos de una «guerra santa» contra el gobierno kirchnerista o de la prescindencia absoluta en la política argentina, Francisco intervino quirúrgicamente para el objetivo de una transición ordenada y desde su unción al frente de la Iglesia y hasta que Cristina Fernández dejó la Presidencia a fines de 2015, tuvo siete encuentros con la ex-mandataria (cuatro en el Vaticano y otros tres en Río de Janeiro, Paraguay y Cuba, respectivamente)

Esto no impidió que la Iglesia militara sigilosamente contra el candidato a la gobernación del kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires en 2015 (Aníbal Fernández), derrotado por la actual gobernadora perteneciente al macrismo, María Eugenia Vidal. Un resultado que fue considerado decisivo para que Macri llegara a la Casa Rosada.

La doctrina social del macrismo

Cuando el nuevo presidente arribó al poder central con su ímpetu reformador y las banderas desplegadas de un neoliberalismo salvaje, los pronósticos hablaban de una muy probable relación conflictiva con el papa. Se sacaron mil conclusiones de sus primeros encuentros, basadas en el análisis de la comunicación no verbal de Bergoglio y de su gestualidad negativa para con el presidente argentino. Uno de los asesores electorales privilegiados de Macri, el ecuatoriano Jaime Durán Barba, había dicho en la campaña presidencial de 2015 que el papa «no mueve ni seis votos».

Sin embargo, más allá de las tensiones sobrevaloradas, el papa hizo un trabajo de topo para que el proyecto de neoliberalismo furioso de Cambiemos no terminara detonando una crisis incontenible. Logró la aprobación de dos proyectos de ley que configuraron una peculiar –y en cierta medida novedosa– doctrina social del macrismo.

En diciembre de 2016, el Congreso aprobó casi por unanimidad la Ley de Emergencia Social que comprometió fondos por 30.000 millones de pesos para los tres años siguientes para crear un salario social complementario que cobrarían los desocupados. El mecanismo se institucionalizó a través de un Consejo de la Economía Popular y un Registro Nacional de la Economía Popular. Esta ley fue impulsada por el denominado triunvirato de San Cayetano que integran la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), la Corriente Clasista y Combativa y Barrios de Pie, movimientos que agrupan a desocupados y trabajadores precarizados. El 10 de octubre de 2018, el Senado aprobó la Ley de Regularización Dominial que fue presentada en el Parlamento por legisladores del oficialismo. El nuevo régimen es un sistema de normalización de la propiedad para unas 900.000 familias que viven en asentamientos precarios en el país y también fue promovida por el papa y la CTEP con la colaboración de organizaciones no gubernamentales como Caritas y Techo.

Estas y otras iniciativas, sumadas al impulso pacificador que dio a sus aliados en las organizaciones sindicales, llevaron a Zuleta a afirmar que «la paz en las calles de los años de Macri en el gobierno es responsabilidad de Bergoglio a través del mandato a sus representantes en las organizaciones sociales»

Uno de los referentes de la CTEP es el joven abogado Juan Grabois, representante del Movimiento de Trabajadores Excluidos. El vínculo del dirigente social con Francisco y su admiración por él son potentes, no solo por detalles menores como que el papa es la única persona a quien Grabois sigue en su cuenta de Twitter, o por datos institucionales más importantes como su condición de miembro del Consejo Pontificio de Justicia y Paz del Vaticano, sino también por afirmaciones mucho más contundentes como la que incluyó en su último libro, La clase peligrosa: «Los únicos textos con vigor comparable a las grandes obras de la crítica social de los siglos XIX y XX son del papa Francisco: la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, la Carta Encíclica Laudato Si’ y sus discursos sobre la temática», asevera Grabois. Según su particular visión, solo esos textos alcanzaron la altura de clásicos como Los condenados de la tierra de Frantz Fanon, Imperialismo, fase superior del capitalismo de V. Lenin., El capital de Marx o hasta el mismísimo Manifiesto comunista.

Entre las concepciones más arraigadas de Grabois y la CTEP, está la resignación al hecho de que el capitalismo contemporáneo expulsa a cada vez más amplios sectores de la clase trabajadora (que ya son más que un «ejército industrial de reserva» y pasan a transformarse en pobres estructurales), un dato que considera irreversible y una realidad a la que le corresponde no el programa de la transformación social, sino la estrategia del rescate.

Las concepciones del papa

Estos fundamentos estrechan la asociación del papa con las organizaciones sociales. Como escribió tempranamente la investigadora Verónica Gago en un texto titulado El pacificador del fin del mundo: «La alianza con estas organizaciones sociales tiene el eje en señalar a los pobres como víctimas y proponer una política de ‘rescate’ (…) Invisibilizando los momentos de autoorganización y participación en luchas colectivas no tuteladas. La impronta colonial de las organizaciones salvíficas organiza todo un discurso de rescate y tutela»

Si ese es el pensamiento del papa para la cuestión social, no menos concluyentes son sus concepciones políticas. Un pequeño folleto editado por la Pastoral Social de Arquidiócesis de Buenos Aires (con el apoyo de la Fundación Konrad Adenauer) publicó un discurso del entonces cardenal Bergoglio del año 2004, es decir, tres años después del estallido que dañó fuertemente al régimen de partidos tradicionales en Argentina en diciembre de 2001. En ese texto, publicado bajo el título Rehabilitación de la política y conformismo cristiano, el actual papa afirma: «Fíjense lo que ha pasado entre nosotros hace un par de años, la famosa consigna ‘que se vayan todos’ (…) Siempre (hablando en el idioma más puro de Cervantes) ‘la ligan los políticos’, y en este momento tenemos que ayudarlos con más hondura, porque es cuánto más los necesitamos y sin embargo, es cuando más solos están, en esa soledad de la conducción»

Tutelaje y victimización de los pobres en el terreno social y protección del sistema en el terreno político constituyen la orientación de Francisco y su contribución «bonapartista» al sostenimiento del orden en su país, más allá de las rencillas locales

En sus encíclicas y exhortaciones, el papa enunció cuatro principios básicos que rigen el conjunto de su pensamiento: el todo es superior a la parte, el tiempo es superior al espacio, la unidad prevalece sobre el conflicto y la realidad es más importante que la idea. Con esas generalidades como arma y por encima de las fracciones que dividen la política tradicional, el papa argentino milita antes que nada y por sobre todo en el partido del orden

 

Ortega y Maduro, ¿ovejas negras del rebaño de Bergoglio?

 

La actitud del Vaticano hacia los regímenes de Nicaragua y Venezuela se puede interpretar siguiendo la historia del pensamiento jesuita en América Latina

Loris Zanatta PARA LA NACIÓN 24/04/19

¿Por qué el Papa llamó a Roma a monseñor Silvio Báez, obispo auxiliar de Managua, el crítico más duro del régimen de Daniel Ortega y su esposa? La decisión causó sensación y el interesado no la tomó bien: "No fue mi voluntad, me voy por ´responsabilidad' del Papa", dijo. Más claro, imposible.

Los bomberos trataron de apagar el fuego: el Papa quiere protegerlo de las amenazas de muerte, explicaron. Que Báez corre peligro se sabe; que sea la razón de su retiro es poco probable: el que lo amenaza es el mismo régimen que la Santa Sede acepta como interlocutor. Para ser creíbles, acaba de decir un cardenal mexicano, debemos "estar dispuestos a entregar la vida". ¿Es posible que el Papa no esté de acuerdo?

Al pensar mal se peca, pero a menudo se acierta: ¿no será que lo que quiere evitar es un mártir de la causa "equivocada"?

Quizás el Papa retiró a Báez porque este fue demasiado lejos: no le compete al clero reemplazar a los políticos. Correcto. Pero contradictorio: ¿acaso Romero o Angelelli, ambos beatificados, habían ido demasiado lejos?

¿Los muertos de Ortega valen menos que los de los escuadrones de la muerte salvadoreños? ¿Los de Maduro, menos que los de Videla?

No me digan que es diferente: son regímenes autoritarios que matan, torturan y falsifican elecciones. Que lo hagan en nombre del "pueblo" e invocando a Cristo no es excusa, sino agravante. Además, América Latina está llena de obispos metidos en política; en la Argentina, el exvocero del Papa acaba de explicar a quiénes no tienen que votar los católicos; hace unos meses, algunos obispos arengaron a una plaza contra el Gobierno. En esos casos, nadie fue llamado a Roma. El retiro de Báez no puede deberse al exceso de celo político; más bien, al hecho de haber puesto su celo al servicio de la causa "equivocada".

Uff, se impacientarán algunos, es todo muy simple: el Papa quiere paz y obispos como Báez ponen trabas: gritan, denuncian, provocan. Lo mismo que el cardenal Urosa en Caracas: tenía la costumbre de denunciar los abusos del régimen. Chávez lo había tildado de "troglodita". Al cumplir 75 años, el Papa no demoró mucho en aceptarle la renuncia: le concedió a Maduro la "cabeza" que ahora le concede a Ortega. ¿Consiguió paz? ¿Democracia? ¿Alivio para los venezolanos? Nada

En Nicaragua hoy, como en Venezuela ayer, la mediación vaticana coloca a las víctimas y a los victimarios en el mismo plan; les da oxígeno a regímenes que no piensan aflojar las riendas, sino estrecharlas a medida que pierden popularidad. ¿Puede haber paz sin justicia?

Todo eso desorienta. No hace falta ser muy perspicaz para notar que la Iglesia no habla en Roma el mismo idioma que en Caracas, Managua, La Paz; las capitales de lo que queda del eje bolivariano. En boca del Papa no se oye ni el eco de las denuncias de los episcopados locales. "¿Qué opina de Maduro?", le preguntaron. "Lo encontré dos veces -contestó-. Parece un hombre convencido de sus ideas". Eso fue todo; como si nada. Como si no fuera responsable de graves y documentadas violaciones de los derechos humanos


Todo es tan desconcertante que debe de haber algo muy profundo. ¿Por qué tanta tolerancia hacia los Ortega o los Maduro, figuras mezquinas de las que la historia apenas recordará el nombre? ¿Por qué no le merecen las mismas invectivas lanzadas a los populistas europeos? ¿Por qué increpa contra el neoliberalismo y guarda silencio sobre las recetas de aquellos líderes, que tanta pobreza y tantos éxodos causan? ¿No es una actitud ideológica? ¿No mide con dos raseros?

Para entenderlo, mejor tomarlo desde lejos. Un hilo rojo recorre la historia de América Latina. Al seguirlo se comprenden muchas cosas: es el hilo jesuita, animado alguna vez por el sueño del Reino de Dios en la Tierra, impermeable a la corrupción del mundo y de la historia. Una tierra prometida donde el pueblo era uno y puro; la sociedad era un orden sagrado, un organismo natural donde el todo era superior a la parte, la comunidad al individuo, nos repite Francisco; la fe lo abrevaba todo.

Pero nada es para siempre y aparecieron los enemigos. Enemigos externos: protestantes, científicos, comerciantes, librepensadores; enemigos internos: elites cosmopolitas cansadas de ratio studiorum, de un orden moral donde la prosperidad era pecado; la libertad, herejía. Así fue erosionándose la cristiandad antigua. Estado en el Estado, Iglesia en la Iglesia. Los jesuitas levantaron barricadas contra el "progreso" que derribaba terraplenes, separaba esferas, sembraba incredulidad. El siglo XIX lo jugaron a la defensiva, disparando desde las trincheras contra el secularismo, las constituciones, el liberalismo.

Hasta que la rueda volvió a girar: la modernidad desembocó en conflictos; la paz, en guerra. Los jesuitas encabezaron la revancha, teorizaron la colaboración con los fascismos contra la apostasía, la democracia, el mercado, culpables de trastornar el plan de Dios, de corromper al pueblo puro e inocente. ¿El remedio? El "nuevo orden cristiano": unánime, jerárquico, corporativo; orgánico como la cristiandad antigua.

El peronismo nació así: Dios, patria y pueblo; pueblo redimido del pecado inoculado por la elite secular, cosmopolita, cipaya. Así lo explicó Hernán Benítez, jesuita, ventrílocuo de Eva Perón, alma mesiánica del régimen. Así era su mundo: un clivaje moral entre nosotros y ellos, fieles y herejes, nación y antinación. La eterna guerra de religión siguió su camino. Los jesuitas volvieron al timón.

Caídos los fascismos, el Reino se llamó socialismo: tan próximo al Evangelio, se decía en los 70. ¿El modelo? Cuba: un Estado confesional, una reducción jesuita. Estamos orgullosos de Castro, se jactó Pedro Arrupe, padre general jesuita. Con razón: se había criado con jesuitas falangistas. Santurrón, pauperista, totalitario hasta la médula, siempre fue uno de ellos: un español antiguo, un cruzado de la lucha eterna contra la lustración. ¿La libertad? Pecado. ¿La prosperidad? Vicio.

Chávez fue hijo de Castro, sobrino de Perón: ¿podría faltar un jesuita a su corte? Claro que no: su nombre era Jesús Gazo: "Chávez ama al pueblo y ama a Jesús", decía. Farsa después de la tragedia, repitió el guion: todo en el precipicio detrás del flautista de Hamelín, del soldado que prometió el Reino. La Iglesia venezolana olfateó azufre: otro mortal que se creía Dios. Para Bergoglio olía a oveja: el chavismo era de familia, odiaba la globalización liberal, el racionalismo de la Ilustración, la clase media "colonial". Sus acólitos en la Argentina repiten los mismos mantras: todo lo que dicen ya lo dijeron Perón, Castro, Chávez con las mismas palabras. ¿Son Ortega y Maduro ovejas negras? Tal vez lo piense. Pero son su rebaño, no puede dejarlos caer así no más, repetir el error de 1955. Es una vieja historia: siempre diferente, siempre igual. Y continúa


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