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Vivian Trías. El hombre que interpretó el nacionalismo popular elaborado por la izquierda nacional

Por SergioIsrael/Búsqueda

 

El dirigente socialista Vivian Trías logró espiar a la Embajada de Estados Unidos y al Ministerio de Defensa

 

Sergio Israel / Búsqueda junio 6, 2019

Largas sobremesas en restaurantes, encuentros clandestinos en “casas de conspiración”, caminatas por la calle Andes con señales previstas con antelación e incluso viajes de instrucción al exterior para aprender encriptación.

Además de operaciones políticas ordenadas desde Checoslovaquia, el dirigente socialista uruguayo Vivian Trías realizó actividades de inteligencia militar y contraespionaje que tuvieron como objetivo la Embajada de Estados Unidos en Montevideo y el Ministerio de Defensa, según un libro que saldrá a la venta la semana próxima editado por Debate.

La investigación Vivian Trías. El hombre que fue Ríos, de Fernando López D’ Alesandro, a la que accedimos, analiza el vínculo entre la agencia de inteligencia checoslovaca StB y el dirigente del Partido Socialista del Uruguay (PSU) en el contexto de la historia de la organización más antigua de la izquierda uruguaya.
El autor, a partir del estudio de los archivos disponibles en Praga, reconstruye la actividad de la red que funcionó entre 1965 y 1977 y que además de “operaciones activas” (AO) de carácter político, sobre todo la publicación de libros, realizó acciones de espionaje y contraespionaje.

Algunas de estas operaciones incluyeron la obtención de una lista de los miembros de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) que operaban en Uruguay y otras informaciones secretas de la Embajada de Estados Unidos en Montevideo y también del Ministerio de Defensa durante los gobiernos de Oscar Gestido y Jorge Pacheco Areco.

En el caso de la Secretaría de Estado, Trías se valió de la colaboración directa de Juan Enrique el Gordo Balla, quien según la investigación de López, fue “el primero en ser cooptado para tareas de inteligencia”.

El Gordo Balla era un “admirador y amigo de Trías” que trabajó en el Ministerio de Hacienda y luego en Defensa. Balla, además de dirigente de la Confederación de Trabajadores del Estado (COFE), aparece desde 1967 en los archivos de la Seguridad Estatal checoslovaca (Státní bezpe?nost, StB) con el nombre clave de Rosiko

López afirma que probablemente Balla nunca supo que trabajaba para la StB, porque Trías lo hizo actuar “bajo bandera” (falsa), ya que en general hizo creer a sus colaboradores que eran parte de un supuesto aparato de inteligencia del PSU que él mismo dirigía y para el cual contaba realmente con la aprobación del comité ejecutivo de la organización.

Rosiko era útil para la StB porque tenía buenos contactos con oficiales de las Fuerzas Armadas, en especial de la Marina, y proporcionó a través de Ríos “protocolos de reuniones y listado de integrantes” de la fuerza.

Los agentes de Checoslovaquia quedaron asombrados del desorden y la vulnerabilidad del Ministerio de Defensa uruguayo, aunque estaban más interesados en objetivos con mayor valor estratégico.

En 1968, Praga decidió que las operaciones se concentraran en la embajada del “enemigo principal”, los Estados Unidos, y luego aceptó incluir a Rosiko en su nómina.

Según el libro, para su exitoso trabajo Rosiko contó con el apoyo de dos oficiales de la Armada de ideas de izquierda: Wilfredo Campos y Mario Arballo. Este último tenía “un vínculo especial” con una funcionaria de la embajada y gracias a esa relación visitaba la oficina y aprovechaba cada descuido para robar información.

Arballo habría conseguido copiar una nómina de los funcionarios civiles de la representación diplomática y de los uruguayos que trabajaban para la CIA. Los checoslovacos, que entonces eran aliados del KGB soviético, también se enteraron por esta vía de que “la CIA había sido la organizadora de un atentado contra la Embajada de la URSS durante el año en que Alberto Heber fue presidente del Consejo Nacional de Gobierno” (1966)

Esta primera operación exitosa de la rezidentura de la StB en Montevideo contra el “enemigo principal” fue premiada con dinero. Balla (que ganaba $ 8.000 mensuales en el ministerio) entregó a Arballo $ 5.000 a nombre del gremio de los trabajadores civiles del Ministerio de Defensa, en realidad aportados por Praga a través de Trías.

El reclutamiento formal de Rosiko se produjo el 14 de julio de 1968 en la casa de Trías, poco tiempo después de que el PSU fuera ilegalizado por el gobierno de Pacheco luego de su definición pública con la lucha armada junto con el grupo del diario Época, en una reunión de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (Olas) realizada en La Habana.

El éxito de la infiltración en la embajada estadounidense en Montevideo alentó a la StB a concebir un proyecto más ambicioso: reclutar personal civil de la legación. El plan incluía la formación de cuatro grupos de trabajo. Dos se iban a camuflar como vendedores de libros para visitar a los empleados y los otros dos —uno de ellos formado por el filósofo Carlos Real de Azúa y el periodista Guillermo Chifflet— analizarían la información obtenida en el terreno, pero finalmente fue descartado por razones de seguridad.

El espía puede rendir más. El segundo rezident de la StB en Montevideo, según el libro, realizó en 1970 una evaluación escrita de la actuación de Trías.

López explica que Ríos fue evaluado “como un agente esforzado y de calidad, pero que debía ser dirigido por su tendencia a la dispersión y al olvido. Sus múltiples actividades lo abruman. Llamaba la atención su tendencia a escribir informes políticos, pero demostraba interés por aprender técnicas afines con el espionaje” a pesar de su “mentalidad latinoamericana típica, impuntualidad y no tomar en serio los riesgos”

Dos años antes, la StB había presionado a Trías para poner al PSU al servicio de la agencia, pero este se resistió. “Quiere mucho a su partido”, explica uno de los informes, aunque finalmente aceptó que algunos miembros como Balla y el historiador Carlos Machado, que recibió el nombre clave Medio, fueran reclutados, aunque supuestamente sin saber que estaban a sueldo de Praga.

Luego de que se produjo la invasión de Checoslovaquia, en enero de 1968, por tropas del Tratado de Varsovia, Trías siguió el vínculo, pero antes de la normalización de la Primavera de Praga, las cosas resultaban más fluidas.

Uno de los agentes de la StB en Montevideo evaluó que “la simpatía por el socialismo democrático checoslovaco era cada vez mayor, debido a que el camino era propio y no subordinado a la URSS y, en consecuencia, la sintonía era evidente”

Entre 1966 y 1976, Ríos operó en tres oficinas pagadas por la agencia en la Ciudad Vieja. La primera “casa de conspiración” fue en Buenos Aires 519, la segunda en Treinta y Tres 1483 y la última en 25 de Mayo 477.

Además de los gastos y regalos como cigarrillos y whisky, Trías comenzó a recibir un salario mensual de US$ 150 (unos US$ 1.200 de hoy) que unos años después subió a US$ 200. La dependencia económica de Praga aumentó luego del golpe de Estado, cuando perdió su banca (a la que había accedido con autorización de sus jefes de Praga) y el sueldo del Estado. En 1970 también había sido incorporada su esposa, María Alicia Laphitz, a la nómina de la StB con el nombre clave de Falda.

El libro cuenta que en 1973 el agente Ríos fue enviado a Chile, donde recibió capacitación en encriptado. Luego, en Montevideo, utilizaba las revistas Noticias, Todo Mujer y Búsqueda, cuyas diagramaciones consideraba adecuadas para enviar mensajes secretos.

De la social democracia de Frugoni al foquismo de José Díaz

 

Emilio Frugoni, fundador del Partido Socialista del Uruguay (PSU), se alejó ya en 1960 del partido, discrepó de forma radical con la alianza con el herrerista Enrique Erro en 1962 y luego renunció. Desde mediados de la década de 1950 el partido tenía una línea tercerista entre la Unión Soviética y Estados Unidos.

Con el triunfo de la Revolución cubana, que en principio Frugoni apoyó, las contradicciones se hicieron aún más fuertes y luego, con la llegada a la Secretaría General del PSU de José Díaz, comenzó una época de alineación con el foquismo alentado desde Cuba y más cercano a las posturas de los tupamaros, en particular por el prestigio de Raúl Sendic, Jorge Manera y Julio Marenales, entre otros socialistas.

Los comunistas argentinos, brasileños y venezolanos —cuenta el libro Vivian Trías. El hombre que fue Ríos, de Fernando López D’ Alesandro— no concurrieron al encuentro de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (Olas) que en agosto de 1967, poco antes de la derrota y muerte de Ernesto Guevara en Bolivia, marcó distancia de la Unión Soviética y fogoneó la lucha armada en el continente.

El primer secretario del Partido Comunista del Uruguay (PCU), Rodney Arismendi, sí asistió a la reunión buscando acercar posiciones, pero permaneció en el estrado ostensiblemente con los brazos cruzados mientras la mayoría de los asistentes, eufóricos, aplaudían de pie un discurso de tono “foquista” del comandante Fidel Castro

La actitud de Arismendi contrastó con la impulsada por los dirigentes socialistas José Díaz y Reinaldo Gargano, también presentes, que hicieron suya, al menos en teoría, la línea promovida en La Habana.

“Vivian Trías, tan callado en todo este proceso, quizás presentó a sus jefes una visión que sintonizaba con lo realizado por el PCU. Político experiente, sabía de los riesgos a los que Díaz Chávez exponía al partido”, afirma el libro de López.

El autor, a partir de los informes de la StB, destaca una postura de Trías más cercana al PCU que a sus compañeros de partido: “No sabemos si la fuente completa (de un informe de la StB) fue el agente Ríos (Trías). Las suposiciones del aporte de Trías a este documento se basan en sus actitudes posteriores, en sintonía con la línea de los comunistas y de la StB, o sea de la URSS” y el marxismo-leninismo.

El libro analiza las diferentes posiciones del PSU a la luz de los conocimientos aportados por los archivos revelados por los investigadores Vladimir Petrilak y Mauro Abrances Kraenski, a los que cruza información obtenida de la prensa socialista, sus propios archivos y los de los exdirigentes del PSU Germán D’Elía y José Pedro Cardoso.

Entre los documentos hasta ahora inéditos, el libro aporta la renuncia de Frugoni al PSU y el llamado Acuerdo de Época.

Acerca de la posición encabezada por Díaz —que fue el primer ministro del Interior de Tabaré Vázquez en 2005 y es presidente de la Fundación Vivían Trías—, López concluye que fue una actitud de “omnipotencia, desprecio por el adversario, temeridad, subestimación de las fuerzas enemigas, pero principalmente un inmenso error de calibre para interpretar la realidad del país”

Análisis optimista de Gregorio Álvarez y Videla

 

En febrero de 1973, el diputado socialista Vivian Trías no interrumpió sus vacaciones en Costa Azul (Canelones) mientras el cuerpo de Fusileros Navales de la Marina, armado a guerra, bloqueaba la Ciudad Vieja en defensa de las instituciones y se procesaba la crisis que terminó con la llegada de los militares al gobierno, primero a través del acuerdo de Boiso Lanza y luego mediante la segunda parte de un golpe de Estado que se oficializó el 27 de junio con la disolución de las Cámaras.

El libro Vivian Trías. El hombre que fue Ríos, de Fernando López D’ Alesandro, cuenta que el dirigente del Partido Socialista del Uruguay (PSU), que residía en Las Piedras, recibió en el balneario canario a un enviado de la Inteligencia checoslovaca y lo tranquilizó respecto a la crisis y a las posturas “peruanistas” del general Gregorio Álvarez, entonces jefe del Estado Mayor Conjunto, tal como había consignado en un extenso informe de mayo del año anterior.

Trías había viajado en 1970 a Lima con su esposa y su hijo Facundo a cuenta de la StB y luego había escrito un libro donde se relata la singular experiencia de los militares peruanos que en 1968 dieron un golpe de Estado antiestadounidense con el general Juan Velasco Alvarado al frente.

Tres años más tarde, exceptuando a algunos militares frentistas, al director del semanario Marcha Carlos Quijano y a los anarquistas, el espejismo peruanista había nublado la visión prospectiva de la mayoría de la izquierda, incluyendo a socialistas (salvo el dirigente Reinaldo Gargano), comunistas, tupamaros, Zelmar Michelini y otros.

Tres años después, cuando el general Jorge Videla encabezó un golpe de Estado en Argentina, Trías volvió a hacer un análisis despreocupado de la “democracia burguesa” y demasiado optimista respecto al papel de los militares.

López, que no advierte que a actores argentinos también les pasó lo mismo, llama la atención acerca de las lecturas que tanto Ríos (Trías) como Medio (el historiador Carlos Machado) hicieron para la StB, no solo de Videla sino incluso del papel del último gobierno de Juan Perón y del exjefe de los grupos paramilitares agrupados bajo el nombre de Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) y ministro de Bienestar Social, José López Rega. En sus informes, Medio adjudicó el asesinato de los legisladores uruguayos Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz a sectores que estaban en contra de Videla en la interna militar, así como antes, por su simpatía con el peronismo, relacionó a la Triple A (que había desaparecido a 600 personas antes del golpe) más con la CIA que con el poderoso ministro de Isabel Martínez de Perón al que llamaban el Brujo.


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