18.JUN.19 | Posta Porteña 2026

29 de Mayo de 1969: Se cumplen 50 años del CORDOBAZO (4)

Por Gustavo Sierra

 

Un asesinato en la calle, una acción desesperada y fuego: cómo fueron las primeras horas del Cordobazo

 

A 50 años de uno de los episodios clave de la historia argentina del siglo XX, un repaso por aquellos días de agitación en la cuarta de una serie de artículos especiales

Gustavo Sierra 16 de mayo de 2019 para INFOBAE América

 

El Cordobazo estaba en marcha

El asesinato de Máximo Mena, delegado del SMATA, se produjo a las 12:30 del mediodía del 29 de mayo de 1969, por el tiro de un suboficial de la Policía Montada. Fue una acción desesperada de los uniformados que empezaron a disparar cuando se vieron totalmente superados en la esquina del boulevard San Juan y la calle Arturo Bas, en Córdoba. La noticia corrió por todas las columnas. Al rato, la radio dio la información que llegó a toda la población. La reaccionó fue de rabia. Comenzaron a levantarse las primeras barricadas y se prendieron las fogatas.

Miles de personas salieron espontáneamente de sus casas para ayudar. Susana Funes, la compañera de Agustín Tosco, cuenta en el libro de Silvia Licht Historia de una pasión militante que todos estaban sorprendidos por la enorme cantidad de gente que había en la calle. "El 29 superó todas nuestras expectativas", dijo Funes que esa mañana marchaba junto a Tosco.

Carlos Scrimini, que ejerció la medicina por décadas en Santiago del Estero, era en 1969 el presidente de la Federación Universitaria de Córdoba (FUC) y participó de la organización de la movilización. Así recuerda ese día del Cordobazo en Delatinta.com, en 2016:

"Habíamos acordado ya con Tosco y todo Luz y Fuerza cómo nos movíamos. En las asambleas ya habíamos organizado todo. Yo vivía en barrio Yapeyú, cerca del Tránsito Cáceres. Tenía que estar ahí en la columna de Tosco y no podía dejar a mi hijo solo, tenía que esperar a que llegara mi esposa, así que la esperé y bajé un poquito tarde"

"Cuando bajo, ya el despelote me encuentra en el boulevard Chacabuco. Yo andaba a pie. Cuando llego había empezado el enfrentamiento, me pliego a ellos y me encuentro con Alberti, que era el segundo hombre de Tosco, y con él recorrimos la Maipú, que la estaban ampliando. ¡Había una de escombros!, como si hubieran descargado toneladas de proyectiles para nosotros, y la gente los agarraba de ahí"

"Me acuerdo que el enfrentamiento final fue en la esquina de Chacabuco e Illia, fue el gran combate contra la policía. Ahí los vencimos y retrocedieron. Me acuerdo que había montañas de escombros y que Alberti se subía a los escombros y daba discursos. Nadie le daba bola, por el quilombo que era. La gente pasaba, gritaba, tiraba piedras, y él gritaba: '¡Compañero Che Guevara!' y lo reivindicaba, porque parecía como una venganza al asesinato de él que estuviéramos venciendo al enemigo, porque la dictadura de Onganía tuvo mucho que ver con el asesinato del Che en Bolivia, mandaron gente, armas, de todo. A mí me encontró esa mañana así, me quedé todo el día allí, en la parte del combate".

A partir de ese momento todo fue muy confuso. No había una organización determinada. Se iban armando las barreras para que no pasara la policía y grandes zonas quedaban "liberadas". A la entrada del barrio Alberdi, los estudiantes habían pintado grande en una pared: "Barrio Clínicas y Cuba, territorio libre de América". Jorge Canelles estaba en la columna de la UOCRA, a la altura del río Primero con la calle Santa Rosa, cuando se enteraron de la muerte de Mena.

En una entrevista con el periodista francés François Géze, Tosco describió aquellas horas:

"La indignación fue incontrolable, ahí los grupos organizados que teníamos fueron desbordados por la gente y ya cada grupo armaba barricadas por su cuenta. Mucho se ha querido decir que era una acción de comandos y un aprendizaje guerrillero. De ninguna manera, era la gente que reaccionaba, incluso desde los departamentos del centro de la ciudad, gente acomodada, nos aplaudía y tiraba muebles en desuso para que hiciéramos las barricadas. Se quemó el edificio de la Xerox, un grupo de obreros y estudiantes le prendió fuego y antes de quemarlo se dijo: 'Lo quemamos porque es la expresión de los monopolios norteamericanos'. Y cuando el incendio amenazaba a viviendas vecinas, los estudiantes con una bandera blanca se subieron a un carro de bomberos y lo llevaron a apagar el incendio para que no se trasladara a las casas. Había protagonismo popular. Se destruía, es cierto, hubo destrucción de cosas, bienes de las empresas, particularmente norteamericanas, del casino de suboficiales, de la confitería La Oriental, que era el lugar de reunión de los sectores más acomodados de Córdoba. Ahí se comieron todas las masas, los dulces y se tomaron todos los vinos, pero no se robó absolutamente nada. Cuando uno se estaba llevando una silla de una empresa, lo pararon y le dijeron que la devolviera a su lugar. "Los trabajadores no robamos", le dijeron. En un banco destruido, quemaron el dinero, ¡lo quemaron los grupos estudiantiles! Había una conciencia desarrollada"

"Por las calles Alvear y Rivadavia aparecieron grupos de trabajadores de la construcción, empleados de comercio, gráficos, telepostales y de una gran fábrica de vidrios. La policía fue perdiendo el control de las calles más angostas. Sólo dominaba las avenidas. Pero apenas la Infantería despejaba una barricada y se movía, los jóvenes regresaban y armaban nuevamente otra defensa con los restos de la anterior. La zona que va de la Avenida Colón hasta el Río Primero, estaba totalmente tomada. La gente prendía fogatas y gritaba "¡el pueblo unido jamás será vencido!". Para las dos de la tarde ya todos estaban muy cansados. La policía se había quedado prácticamente sin gases lacrimógenos y comenzaba a disparar sus armas de fuego sin mayores contemplaciones".

"Más o menos nosotros calculamos que hubo unas 50.000 personas en la zona de la ciudad que estaban en la calle con sus barricadas y ya se habían tomado el centro, el Barrio Clínicas, que es el lugar donde están fundamentalmente radicados los estudiantes. A la noche se produjo un apagón de luz que duró más de cuatro horas, y fueron tomadas las comisarías, las sedes de la policía en la periferia"

A eso de las tres de la tarde, la policía se replegó hacia al "casco chico" del centro de la ciudad. Dominaban sólo unas 20 manzanas alrededor de la Plaza San Martín y la Jefatura de Policía. Hubo una última batalla con los trabajadores de la Káiser que respondieron fieramente con hondas de metal a las que les habían colocado unas gruesas gomas y lanzaban bulones que los delegados repartían en bolsitas.

Pero no eran las únicas "armas". Unos estudiantes que estaban con ellos habían atrapado tres o cuatro gatos callejeros y los tenían en una bolsa grande de arpillera. Cuando la policía quiso avanzar con perros que ladraban en forma rabiosa, los estudiantes soltaron los gatos y los policías tuvieron que correr tras los perros. Las bolitas de metal de los rulemanes se usaban para enfrentar a la caballería Cuando venían en una carga, con sable en mano, algún habilidoso se adelantaba y lanzaba las bolitas por el asfalto. Cuando los caballos las pisaban rodaban y el jinete quedaba debajo del animal o terminaba aplastado contra una pared. Desde las barricadas tiraban las botellas con combustible y prendidas fuego. Explotaban muy cerca de la Infantería que se protegía con unos escudos de metal. Pero en el momento en que el combustible encendido alcanzaba al escudo, éste se recalentaba y los policías tenían que tirarlos al suelo porque se quemaban las manos. Era cuando salían corriendo.

En los barrios más alejados, donde la situación era de cierta calma, muchos vecinos adhirieron a la protesta haciendo asambleas y levantando barreras para que nadie pudiera pasar por esas zonas. También rompían botellas en las calles y las veredas para impedir que la policía pudiera entrar con patrulleros o camiones. En el barrio Güemes y en el Clínicas algunos estudiantes de medicina improvisaron enfermerías para atender a los heridos. Los barrios se llenaron de pintadas callejeras que decían: "Este barrio está ocupado por el Pueblo", "Muera la dictadura", "El pueblo al poder". Y en otras paredes aparecía la clásica "V" con la "P" de "Perón vuelve".

“Había un santiagueño, casualmente, que tenía una panadería donde hacían empanadas árabes, y el tipo hizo miles de empanadas árabes y le regalaba a la gente, porque esto era una fiesta. Era en Chacabuco a media cuadra de Illia. Recuerdo eso porque el tipo sacaba las bandejas con las empanadas árabes y todo el mundo comía. Era una fiesta, porque el pueblo se encontró, los vecinos bajaban, la gente de los edificios tiraba elementos combustibles para las fogatas, ayudaba a otros dándoles de comer, bebida. La gente salía y se abrazaba, porque estaban alegres", afirmó Carlos Scrimini.

A las cuatro de la tarde se produjo una tregua. La policía estaba totalmente sobrepasada. La ciudad había quedado en manos de los trabajadores, estudiantes y vecinos. Un raro silencio se apoderó de la ciudad. Ya no se escuchaban tiros ni explosiones. Era el momento de reponerse de la fatiga. Los vecinos sacaron las pavas y los mates y convidaban a los manifestantes. Pero todos sabían que esa tranquilidad iba a durar muy poco.

"Lo principal fue hacer una gran concentración. Luego de realizada esa concentración, era necesario mantenerse en el centro de la ciudad y lógicamente, eso se logró ampliamente y se ocupó la ciudad, hasta que apareció el Ejército y era muy difícil, en la situación de esos días, poder enfrentarlos. La gente se desplazó entonces por los barrios, y también tomó la periferia. Podíamos haber tomado la Casa de Gobierno, pero ese no era nuestro objetivo. Queríamos mostrar nuestra fuerza, nuestra resistencia, para tirar abajo a la dictadura", recordó Tosco en la entrevista con Géze.

Vino la respuesta militar. Los aviones de la Escuela de Aviación comenzaron a sobrevolar los barrios tomados. Las tropas del Tercer Cuerpo de Ejército entraron a la ciudad marchando y con las bayonetas caladas. Detrás vinieron unos camiones con un batallón de la IV Brigada Aerotransportada de La Calera. El comandante de esos soldados, el general Jorge Raúl Carcagno, quedó al mando de todas las fuerzas.

"Carcagno ingresó a paso gentil, caminando sólo al frente de un pelotón que lo seguía, y con su pistola en mano. Apostaba, de esta manera, a que el pueblo al verlos se iba a calmar. En ese momento no veíamos la protesta como una cuestión bélica sino política, ya que se empezaba a ver que el tiempo militar estaba desgastado", contó el coronel Jaime Cesio, que estaba con las tropas, en una entrevista de 1997.

Lo primero que hicieron los soldados fue abrir "un callejón" por el barrio Alberdi para comunicar el centro con la zona de los cuarteles. El Grupo 4º de Artillería fue a proteger el Liceo Militar Gral. Paz y efectivos de la Fuerza Aérea fueron a cubrir la zona de Nueva Córdoba. En ese momento hubo muchas especulaciones acerca de si el general Alejandro Agustín Lanusse, el jefe del Ejército, había retrasado el ingreso de las tropas para deteriorar al gobierno de Onganía, con el que estaba enfrentado. Lo cierto es que los soldados llegaron después de que el gobernador pidiera ayuda y que hasta ese momento no se tenía idea de la dimensión de la revuelta.

De inmediato, el general Eleodoro Sánchez Lahoz del III Cuerpo dictó el primer bando militar imponiendo el toque de queda y facultando a las fuerzas de seguridad a abrir fuego.

"Bando número 1: Visto el estado de subversión reinante en la ciudad de Córdoba y atento la necesidad de asegurar a la población civil la debida tranquilidad en previsión de consecuencias aún más lamentables, el comandante del Tercer Cuerpo de Ejército ordena: Hasta nueva orden y dentro del radio urbano de esta ciudad, ninguna persona podrá circular por la vía pública entre las 20:30 y las 6:30 del día de mañana. Se advierte a la población que los efectivos militares y de las fuerzas de seguridad están facultados a abrir fuego contra cualquier persona o vehículo que circule por las calles durante el toque de queda y que, al ser requeridas, intente escapar, esconderse o eludir de cualquier modo a la intimación que se le ordene"

El comunicado, difundido por todas las radios, no tuvo el efecto esperado. La gente no se asustó, los vecinos continuaron en las calles junto a estudiantes y trabajadores. Los barrios seguían tomados y las fogatas ardían en las esquinas de más de cincuenta manzanas a la redonda. El general Sánchez Lahoz sacó un segundo bando, imponiendo la prohibición de circular por las calles a partir de ese momento:

"Bando número dos: Modificando el toque de queda, referente al Bando Nº 1, se pone en conocimiento de la población civil que, a partir del día de la fecha, ninguna persona podrá circular por la vía pública entre las 17 y las 6:30 del día siguiente. El personal que deba cubrir turnos de Servicios Asistenciales, de comunicaciones, etc., deberá exhibir documentos probatorios de identidad".

Los soldados recibieron la orden de disparar; tirar a cualquier cosa, pero tirar. Algunosfueron amenazados con castigos si no vaciaban uno o dos cargadores. Todavía hoy, cincuenta años más tarde, se pueden ver en los edificios altos las perforaciones de las balas de los fusiles FAL

En las horas siguientes hubo varios muertos y heridos. Un joven aspirante de la Escuela de Suboficiales de Aeronáutica fue baleado por sus propios compañeros que lo confundieron con un francotirador. A medida que avanzaban, los soldados iban encontrando barricadas con banderas argentinas flameando y gente que les gritaba desde los edificios que no dispararan y que se fueran a los cuarteles. El general Sánchez Lahoz describió lo que vio y sintió durante su primer recorrido por la ciudad: "Me pareció ser el jefe de un ejército británico durante las invasiones inglesas. La gente tiraba de todo desde sus balcones y azoteas"

Y el ex teniente Gustavo Drueta, sociólogo, expulsado del Ejército por disentir con la represión y la doctrina de la Seguridad Nacional lo vivió así: "Recuerdo la cena de camaradería realizada el 29 de mayo de 1969 en el Colegio Militar de la Nación. Oficiales subalternos de las tres fuerzas armadas confraternizábamos en las galerías altas del Patio de Honor sin saber que a esas horas ardía el Cordobazo donde mis camaradas combatían contra obreros y estudiantes"

"En las tertulias del Casino de Oficiales campeaba una actitud hostil. Sentirse odiados por la población civil incitaba a responder con extrema dureza. Preservar la vida de los conscriptos exigía tirar sin llegar a gritar el tercer "alto quien vive" de práctica ante indicio de ataque. Ese año un grupo insurgente había copado la guardia de Campo de Mayo y robado armas. ¡Triste era sentirse amenazado en la propia patria!", agregó.

En esas horas, las fuerzas de uno y otro bando tenían control de un sector de la ciudad. Había un cierto "empate". El ejército tenía el poder de fuego. Los obreros y estudiantes, la sorpresa, el apoyo popular y una cantidad muy superior de personas en las calles. Todo estaba preparado para la última batalla


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