06.JUL.19 | Posta Porteña 2031

Crónicas de Sapolandia (segunda parte)

Por Eduardo Sartelli

 

De la cultura inclusiva de la República Metálica

 

Es sabido que en esta Crónica de ese nuevo país llamado Sapolandia hemos debido empezar por una breve reseña de aquel engendro que ocupó el espacio en el que ahora se encuentra este territorio de gentes cuyo estómago posee tremendos poderes.

Al punto de que es capaz de alimentarse con cualquier cosa, desde carroña de volátiles (cuervos apodados "de los buenos aires, ñandúes de las provincias del frío, loros barranqueros de hablar interminable, agarrate gaviotas, palomas de larga y chirle cagada, patos de cañada rojiblancos), arrastrables (víboras, culebras y anguilas), galopantes (caballos de puerto, yeguas y yeguarizos "colgados de la teta", como solía decirse entonces), gusanibles (acrídidos y, sobre todo, macridios), además de sapos y otros sapibles.

Pero no es de Sapolandia de lo que trata esta segunda crónica, sino de su antecedente inmediato, la República Metálica. Hemos dicho que no se puede entender aquella sin esta y somos firmes en nuestra convicción.


Buscando en pergaminos y otros materiales escriturarios, pudo este viejo cronista reconstruir una extraña costumbre que púsose de moda a finales de la larga agonía de la mencionada república. Estas gentes habían tomado la extraña idea de intercambiar las vocales de las palabras de uso cotidiano. No se entiende bien para qué ni por qué se introdujo, en una fase de aguda decadencia, una confusión tal que Babel quedó reducido a ejemplo pobre de tamaña anarquía infantil en la que nadie entendía a nadie, pero todo el mundo se esforzaba en practicar ese desmadre con una energía digna de mejor causa. Hordas políticamente correctas atacaban los carteles callejeros con furia roja, armados de aparatos aerosólicos, tachando aquí, haciendo chanza allá, corrigiendo esto una vez, para corregirlo de nuevo varias veces, según iban pasando los ardorosos y lingüísticos combatientes.

Bajaban de autos lujosos en busca de vocales machirulas, machiruloideas, heterociscuánticas y peripatéticas y las rayaban, perforaban, erradicaban y reconstruían con adorable fruición de lunáticos. Así, para evitar males aparentemente descomunales y erradicar injusticias inmemoriales. Se llevó la guerrilla vocalista hasta las tiernas páginas de los cuadernos de los más pequeños. Desde que comenzó la purga, frases como la siguiente fueron transformadas en sus equivalentes correctos:

Mi mamá me mima = Ma mimi mi memi
Mi maestra me enseña = Ma miistri mi insiñe
The cat is under the table = Thi cit is indir thi tibli

Este último ejemplo demuestra que ni los idiomas extranjeros se salvaron del ataque, al grito de "Ibiji il impirilismi". Lo mismo sucedió con los nombres. Una señora llamada Linda Carrera de Toro, no solo por usar el impúdico "de", sino sobre todo por especista (no se sabía qué hacía con el marido, aunque la vanguardia revolucionaria no se detenía a merituar el hecho de que este "toro" era un apellido y no un animal tal), fue obligada a cambiarse el nombre por uno mucho más respetuoso con la naturaleza y los animales no humanos. Así, desde su partida de nacimiento hasta la de defunción debían llevar de allí en adelante el de Elsa Huerta de Lechuga. Esto último porque la mujer insistió en acompañarse de su esposo hasta la muerte, aunque el pobre debió iniciar también el complejo conjunto de trámites consecuente.


La manía cubrió todo el territorio, pero sobre todo la parte más cultivada. Maliciosas gentes hicieron correr la especie de que todo esto no era sino expresión del desconcierto de pequeñas élites autoidentificadas como vengadoras y superhéroes populares. Más maliciosos aún, otros atribuían el corazón del suceso a "tilingos de Barrio Norte", "puaners" y santiagueños, pero como este cronista no ha sido capaz de reconstruir la geografía de la Metálica República, no puede dar fe de qué signifiquen tales cosas. Lo cierto es que el nuevo sistema no parece haber sido muy popular que digamos. Y cierto es también, que en etapas de descomposición social aguda, las élites ilustradas de las clases gobernantes suelen librarse a inconscientes y arriesgados pasos de baile a metros del abismo, o en las cubiertas de barcos en rápido desliz hacia el fondo de mares tenebrosos. No podría decir si es el caso, pero se sabe de este tipo de fenómenos en lugares de triste destino, como esas ciudades bíblicas atacadas por la lluvia de fuego, o aquellas sepultadas por un vesubiano volcán. Se ha visto tañer la lira mientras el mundo se incendia.

El Carcamán que Carcamala


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