El 25 de julio Donald Trump anunció que compensará con 16 mil millones de dólares a los agricultores norteamericanos por la caída de compras de China, en el marco de la guerra de tarifas, o aranceles, o tasas, o monedas...o todo junto. 125 mil dólares por cabeza.
20/08/2019 - BY PUROCHAMUYO
Estados Unidos importó en 2017 unos 505 mil millones de dólares de China.
Al imponer aranceles extra sobre una parte de esos bienes importados (que suman 250 mil millones), el dueño de la Casa Blanca busca castigar a China y de esa ‘partida extra’ obtener el dinero para las compensaciones. Eso dice. Los agricultores están descontentos, y los importadores también. Es la base social que lo votó abrumadoramente en el medio oeste norteamericano. ¿Valía la pena?
El Secretario de Agricultura, Sonny Perdue (ex gobernador del sureño estado de Georgia por 8 años) dijo a la CNN “sabíamos que los agricultores iban a ser damnificados”, pero aclaró luego a otro medio “no los vamos a dejar solos frente a esta batalla de tarifas porque el presidente Trump está trabajando en acuerdos mejores y más sólidos con el resto del mundo”. ¿Y para 2020?, preguntaron los cronistas. Perdue dijo “para 2020 los productores no deben esperar ayuda alguna, no hago promesas”
“Damnificados” es parecido a ‘daño colateral’ cuando disparan misiles y destrozan una escuela. La realidad es que Estados Unidos produce y tiene un vasto mercado de consumo interno, pero cantidades relevantes de sus granos y sus carnes se exportan...y las quiebras de los agricultores pequeños aumentaron el 20% en el último año.
Para una población que vivió el desmadre económico y financiero de 2008 que salvó a los bancos y las finanzas en perjuicio de los trabajadores, el proceso de recuperación y la baja del desempleo fue lento. El lema ‘Make America Great Again’ de Trump usó esa herida para lograr su objetivo de poder. En todo ese ciclo, cuanto más barato pudieran comprar los productos chinos, más rendía el ingreso y más controlada estaría la inflación. Y la ecuación cerraba perfectamente porque China no paraba de crecer y el agronegocio tampoco. Ese viento de cola le sirvió a Estados Unidos, a Brasil, a la Argentina...
Fue en ese momento que el magnate inmobiliario devenido en presidente anunció que iba a cambiar el esquema vigente, porque el déficit comercial entre las ventas y lo que el país importa resultaba perjudicial: los productos chinos que pagaban 10% de derechos de importación iban a pagar el 20%, y otros que pagaban el 10% pagarían el 25%, etc., etc. El lote inicial del ‘castigo’ abarcaba 200 mil millones, y eso redundaba en 20 mil millones extra para las arcas del estado. De inmediato, el gobierno chino respondió con contra-aranceles para productos norteamericanos, por unos 60 mil millones.
Esa línea de tiempo, escalera descendente al infierno, puede seguirse en el sitio https://www.china-briefing.com/news/the-us-china-trade-war-a-timeline/dado que además de las amenazas de un lado y del otro, están las reuniones, las promesas, las fotos con apretones de mano en las Cumbres del G20...
Si bien ahora Donald Trump anuncia estas nuevas ayudas para el desconsolado campesino norteamericano, ya en 2018 tuvo que dar compensaciones al ‘campo’: 12 mil millones, es decir que en el bienio va a repartir 28 mil millones en subsidios. Sin embargo, la abrupta caída de compras chinas de porotos de soja y trigo acrecentó la ira de grupos como Tariffs Hurt the Heartland, quienes apuntan contra Trump por ser el origen de esta guerra.
¿Qué es Tariffs Hurt the Heartland? Una campaña organizada por ‘Agricultores por el Libre Comercio - Farmers for Free Trade’ que reúne a agricultores, distribuidores y productores, que ya en febrero habían advertido que aumentar los aranceles le iba a costar a EE.UU. más de 2 millones de puestos de trabajo. Y por eso presionaron en Washington, en el Congreso, porque según ellos en Washington ni se enteran lo que pasa en el día a día en el interior agrícola, y sólo el 2% de la fuerza laboral de Estados Unidos trabaja en la agricultura o relacionada con la actividad (el 71% trabaja en servicios, el 14% en la industria y el 15% en la administración pública). La remanida frase aquella de ‘Dios está en todas partes pero...’.
Un buen ejemplo de esta problemática es Dakota del Norte. A comienzos de la década del 2000, ese estado producía menos de 2 millones de toneladas de soja, pero con China creciendo a tasas anuales superiores al 7,5%, para 2017 los negocios sojeros en Dakota del Norte se triplicaron en 2017. Dos tercios de toda su producción iba a China. Iba, porque en octubre de 2018, casi 7 millones de toneladas quedaron ‘huérfanas’, se quedaron sin compradores. En conjunto, el 60% de toda la producción sojera de EE.UU. tenía como destino a China.
La Federación Nacional de Productores Lácteos - National Milk Producers Federation afirma que las pérdidas de los tamberos suman 2 mil 300 millones de dólares desde que comenzó la guerra comercial, y que los ingresos totales del ‘campo’ en el quinquenio cayeron de 123.000 millones a 63.000 millones.
Creer que esta guerrita solo noquea al ‘agribusiness’ es una pintura sesgada y pobre
Los Estados Unidos de América lograron exportaciones a China por un total (aproximado) de 130 mil millones de dólares en 2017. En 2018 -con las primeras esquirlas de la guerra- le vendieron 120 mil millones. 10.000 millones de dólares menos.
Hubo sectores gruesamente perjudicados (aluminio -500 millones; vehículos, trenes, autopartes -3000 millones; semillas oleaginosas y frutos oleaginosos -8000 millones; cereales -700 millones; hierro y aceros -550 millones), y ciertamente hubo algunos otros sectores que se mantuvieron y otros pocos que crecieron.
Pero el análisis pasa no solo por el total sino si los productores de esos rubros (aluminio, hierro, acero, oleaginosas, cereales, vehículos) tienen chances de reemplazar las ventas a China, y cuánta mano de obra emplean o desemplean si se frena ese flujo que al menos desde 2013 había mantenido ritmos constantes.
El Brookings Institute a fines de 2018 estimó que se perdían de inmediato 295 mil puestos de trabajos directos, y otros 350 mil indirectos, en total 650 mil. En algunos rubros de algunas zonas, eso tocaba al 13% de la fuerza de trabajo. Por ejemplo impacta en las industrias basadas en Houston, Chicago, Los Ángeles, Dallas, Seattle y Detroit.
El juego de la guerra de aranceles no tiene como foco solamente a China, aunque es su principal blanco. La primera respuesta de China a esos mayores aranceles fue decretar sanciones o impuestos por 110 mil millones de dólares (110 billones, según la codificación de algunos países). Pero Trump también impactó a Europa, a los socios del NAFTA (México y Canadá) y a otros países. El argumento es ‘se aprovechan de nosotros que les compramos, y ellos no nos compran en proporción’. Para diciembre de 2018, las contramedidas que los demás implementaron afectaron al 6% de las exportaciones de EE.UU. (121 mil millones de dólares)
La National Taxpayers Union Foundation, un grupo conservador, calculó el costo neto total de los impuestos comerciales de la Administración Trump en U$S 132 mil 550 millones para el año 2019. O sea, que el aumento de los aranceles de importación y cómo eso escala en la economía interna saldrá del bolsillo de los ciudadanos norteamericanos, e irá directo al Tesoro. No representa ninguna novedad, como lo analiza incluso la Universidad de Pennsylvania, reiterar que los impuestos al consumo impactan en una exagerada proporción sobre los ingresos bajos y medios que gastan el total para la supervivencia, con respecto a los sectores medios-altos o los ricos.
Es decir que la política de Trump no solo destroza a un relevante conjunto de los productores agropecuarios, sino que hace una descomunal transferencia de recursos de los más pobres al Estado y a las corporaciones. Vale recordar que a éstas Trump le otorgó reducciones en las escalas de impuestos que tributan.
Por cierto, Trump no es un ortodoxo en economía. Hay una fortísima intervención estatal pero de la mano de corporaciones cuyo valor o poder incluso excede al Gobierno Federal.
El titular de la Casa Blanca, en otra de sus ‘medidas reparatorias’ decidió en julio que en los proyectos federales (léase, estatales) deban usar un 95% de hierro y acero norteamericano, frente al 50% que ya regía de ese compre-nacional o ‘American made’. Medidas dirigistas que esconden los ultraliberales y que, además, esconde el propio aparato publicitario que insiste en que están “ganando la guerra de los aranceles contra China”. Tonterías. Lo que no le compran a China, por ejemplo, se lo compran a Vietnam, que aumentó el 30% sus exportaciones a Estados Unidos en el último año, tal como lo confirma el Departamento de Comercio en Washington.
El 15 de julio, el NY Times afirmaba que “indudablemente, los aranceles que el Sr. Trump impuso a China están dañando su economía, porque han reducido la potencia de las exportaciones chinas a USA del 20% al 12%, y el crecimiento de la economía china en el segundo trimestre fue del 6,2%, el más bajo en 27 años (…) Por eso hay compañías que están buscando irse de China para producir en países que no enfrentan las sanciones de Trump y eso es lo que permitió el presidente escribir en Twitter ‘Miles de empresas se están yendo, y por eso ahora China quiere hacer un acuerdo con los Estados Unidos’.
Tras ello, envalentonado por los éxitos (?) el 1 de agosto, anunció que iba a subir los impuestos de importación de productos chinos para los otros 300 mil millones de dólares que todavía no estaban afectados...con vigencia a partir del 1 de septiembre 2019. De inmediato, jerarcas del aparato burocrático norteamericano como Myron Brilliant, vice presidente de la Cámara de Comercio, la U.S. Chamber of Commerce, salieron a decir que las nuevas ‘tarifas’ eran un error porque alejaban cualquier chance de lograr un acuerdo con la contraparte china.
...y Trump declaró “amamos los aranceles, es una gran herramienta”. Para avalar esta perspectiva, el analista Damián Paletta del Washington Post afirmaba el 6 de agosto: “hay que reconocer que Corea del Sur aceptó renegociar los términos de los convenios firmados con EE.UU. para evitar sanciones, y los mismo ocurrió con Canadá y con México que aceptaron revisar el NAFTA (…) a la vez que se ha trabajado en nuevos acuerdos con Japón, India y la Unión Europea”
Pero todo ese festival Trump fue anterior a que la Reserva Federal decidiera una baja en la tasa de los Bonos, como para inyectar dinero a la economía en previsión de una recesión, y a la devaluación de la moneda china, del 5 de agosto.
De repente, además de haber comprado sin parar lingotes de oro y vender a mansalva bonos del Tesoro norteamericano como para debilitar la potencia del dólar (además del acuerdo Beijing-Moscú para comerciar sin usar el billete verde), la paciencia china se agotó.
La caída del yuan frente al dólar del orden del 1,4% (la máxima en 11 años) puso los pelos de punta al conjunto de la economía mundial. Ese día 20 monedas de países de producción industrial intensiva y salarios bajos, devaluaron al compás del ritmo del yuan.
Cualquier producto chino pasó a ser más barato frente al dólar, y en consecuencia más competitivo frente a otros, y por supuesto, con la devaluación barrió una parte relevante de los aranceles extra de Trump, sencillamente porque casi equiparó el precio anterior (medido en dólares). Hagamos notar que con o sin este andamiaje de sanciones, las inversiones extranjeras en China subieron 139 mil millones de dólares en 2018, tal como lo reporta el UNCTAD'S World Investment Report 2019.
Donald Trump acusó al presidente Xi Jinping y al gobierno chino de ser un ‘manipulador’ de la moneda. Ese mismo día las Bolsas de valores se hundieron: Londres, cerró con pérdidas del 2,47%; París con -2,19 %; Frankfurt -1,8 %; y Milán y Madrid con pérdidas del 1,3%, y el índice Dow Jones de Nueva York el 2,9%. Ese día, los más ricos entre los ricos perdieron en serio. Jeff Bezos (el dueño de Amazon) 5200 millones de dólares, Bill Gates casi 3 mil millones, Bernard Arnault unos 4800 millones, Mark Zuckerberg más de 4 mil millones y Warren Buffett 2800 millones.
No caben dudas y sobra documentación sobre la pérdida de puestos de trabajo en Estados Unidos desde 2001 a 2018, en directa relación con las importaciones de productos industriales chinos.
Pero esos más de 3 millones 400 mil puestos de trabajo que desaparecieron no son mérito (si cabe el término) de lo que hizo China sino ante todo, de la lógica del capital. Como señala el periodista del matutino Página 12, Claudio Scaletta, “El capital es cobarde”.
Por cierto: huye hacia donde puede reproducirse y acumularse más rápido, siempre.
¿Cómo ‘reparte’ sus fichas en el tablero mundial? En la industria, con salarios de semi-hambre en todo el sudeste asiático, Asia, India y la nueva estrella, África. En las finanzas en los Fondos de inversión (buitres o no) que tienen algunas de sus mayores anclas en Nueva York y Londres; y cuando se quedan o retornan a los países centrales como Estados Unidos (el mismo dilema de Macron en Francia, la razón de la reforma laboral del PP de España y la que pretende La Liga en Italia), y celebran que lograron bajar la tasa de desocupación en los Estados Unidos por debajo del 3,5%, es al precio de una proporción histórica mínima de afiliación sindical (el 10,5% del total de los asalariados, apenas 14 millones y medio de trabajadores, contra el 20.1% que se registraba en 1983), una extrema precarización e inestabilidad en los contratos que, en su mayor parte no incluyen indemnización, y por un valor de la hora de trabajo congelado desde hace una década (o más, depende el estado).
O sea: esos capitales que el trumpismo pretende repatriar para generar el ‘American Dream’ o el ‘sí se puede’ norteamericano, si no huyeron a Asia o África es porque las finanzas les dan enormes provechos donde ya están, o bien porque si producen bienes materiales en Estados Unidos es al precio de una valor hora/hombre paupérrimo. China hizo lo suyo, y los capitales occidentales...lo suyo.
En el tablero de ajedrez, China encontró la forma de decir ‘jaque’, y Trump debió dejar sin efecto hasta diciembre 2019 sus anuncios de ‘nuevos aranceles’.
Le consultaron en esa semana al politólogo Charles Hankla, de la Georgia State University si veía una salida a esta guerra EE.UU.-China, las dos mayores economías del mundo. Y respondió: no.
“Una guerra comercial solo puede desbalancearla si uno de los dos puede imponer mayores sufrimientos al adversario de los que sufre en carne propia, y esa no es la situación actual ni de China ni de los Estados Unidos...en consecuencia, todavía no hemos visto lo peor de este conflicto”