27.SEP.19 | Posta Porteña 2052

Uruguay: nuevo punto de inflexión en la "Sociedad Amortiguadora"

Por Fernando Moyano

 

Una opinión personal

 

(Nota: Este artículo se ha escrito expresamente para la publicación rusa Rabkor, y quiere ser explicativo para el lector extranjero)

Fernando Moyano septiembre 27, 2019

Habrá elecciones generales en Uruguay el domingo 27 de octubre. El mismo día las habrá también en Argentina. Dos países vecinos, parecidos y a la vez diferentes.

En Uruguay, después de tres períodos de gobierno durante 15 años, el Frente Amplio, una izquierda que ha venido diluyendo cada vez su propuesta inicial de cambio, afronta una muy probable derrota ante la derecha. En Argentina el gobierno de derecha de Mauricio Macri, que desplazó en 2015 al populismo de supuesta centro-izquierda de Néstor y Cristina Kirchner que había gobernado 12 años, será seguramente derrotado y el kirchnerismo entonces volverá. La ola muestra fase y contrafase en cada margen del Río de la Plata.

Argentina es 15 veces Uruguay en territorio y 12 veces en población, Uruguay está un poco mejor en PBI per cápita y en índice Gini pero al final en IDH son casi iguales. Países de fuerte inmigración europea han vivido mirando a Europa y pretendiendo ser Europa, Buenos Aires más que el resto de Argentina pero en Uruguay es casi la marca en el orillo. Un país que se inauguró con una matanza de su población originaria y presume erróneamente de ser “país sin indios”. Argentina sería “país sin negros” por razones similares.

Pero la realidad ha sido tercamente latinoamericana todos estos años. Para ver solamente la historia reciente: golpes de Estado y sangrienta dictadura militar en los 70, luego apertura controlada por la burguesía al final de los 80, y neoliberalismo crudo en los 90 que llevó a una profunda crisis en 2001, 2002; todo esto acompasando al continente. Uruguay, periferia de periferia, recibió además de su propia crisis el rebote argentino, porque como por aquí se dice si Argentina se resfría Uruguay estornuda. Esa crisis del 2002 le abrió el camino a la izquierda.

El Frente Amplio es un singular fenómeno uruguayo. Nació apresuradamente en 1971 en vísperas de la dictadura militar que ya estaba en plena fase preparatoria. “Colcha de retazos” como se le decía, tuvo una gran amplitud dictada por la urgencia. Socialdemócratas, democristianos, estalinistas, castristas, simpatizantes de la guerrilla e incluso voceros de superficie de ésta, desprendimientos por izquierda de los partidos burgueses tradicionales, y hasta algún grupo trotskista. “Coalición y movimiento”, sus Comités de Base agrupan por igual militantes de los distintos partidos e independientes no encuadrados en ninguno. La dictadura militar llegó en 1973 y quebró la vida política del país, y la del Frente también.

Si desde el principio fueron las corrientes reformistas las dominantes en el Frente, al reprimir la dictadura toda la izquierda pero mucho más duramente a los sectores combativos en la reconstrucción de la apertura de fines de los 80 el predominio reformista era más neto todavía. También por el cambio cultural posmoderno, el impacto del colapso de la URSS, etc.

Sin embargo fue aquella izquierda armada, equivocada en su metodología, derrotada, reprimida y diezmada, integrada ahora a la legalidad y al Frente Amplio, la que cimentó un prestigio diferente sobre el que se apoyó la reconstrucción de la izquierda uruguaya. Paso a paso, lo que en un principio tenía su músculo en el país culto, el sindicalismo organizado y el movimiento estudiantil, comenzó a ganar también el cinturón de pobreza de Montevideo e incluso el país rural. El Frente Amplio llegó al gobierno de la ciudad de Montevideo en 1989 instalándose así el “país de los tres tercios”, en que igualaba a cada uno de los dos partidos burgueses tradicionales aliados entre sí, Partido Colorado y Partido Nacional. En 2001 una reforma constitucional que implantó el sistema de balotaje para evitar el triunfo del FA logró solamente demorarlo hasta el 2004 en que superó el 50% en primera vuelta. Se suceden desde entonces tres gobiernos frentistas con mayoría parlamentaria propia.

Pero antes y después de su llegada al gobierno ha habido un proceso continuado de mimetización de esta fuerza política con la derecha que desplazó. El primer gobierno de Tabaré Vázquez fue posible convenciendo a clientes políticos diferentes que comprasen simultáneamente tres productos que se ensamblaban entre sí para ser efectivos. A la clase dominante, el “para que todo siga como está es necesario que todo cambie”, ya que la crisis había desgastado demasiado a la derecha tradicional. A las clases populares, que era preferible el “cambio posible” mínimo y conciliatorio sacrificando aspiraciones mayores que no podrían obtenerse. Y a la interna de la misma fuerza política el disciplinamiento vertical y homogéneo resignando cada perfil particular, a cambio de cuotas en el reparto del botín.

Tengamos en cuenta que en el pequeño Uruguay la debilidad de la base económica hace necesaria la prevalencia del Estado, y los sectores medios, profesionales, burócratas, pequeños y medianos empresarios, toda la base social de aparato político frentista -aunque su electorado principal sea el pobrerío- gira en torno al Estado; el botín del acceso al gobierno resultaba clave.

En esa dualidad de su base social está la clave para comprender las contradicciones de la dinámica política del Frente Amplio. Si para las clases populares el sistema capitalista dependiente está ya completamente agotado y tampoco hay ninguna alternativa dentro del capitalismo (menos todavía para un país de periferia de periferia), para los sectores medios se trata de seguir buscando nichos de acomodo parcial en el “lumpendesarrollo”. Pero esa dinámica depende del ciclo de su economía de sustentación.

América Latina ha vivido en este tramo inicial del siglo XXI el denominado “ciclo de gobiernos progresistas”, franja heterogénea de casos que van desde una tenue izquierda socialdemócrata o social-liberal a populismos bonapartistas. La base que ha hecho posible esa laxitud en las relaciones capitalistas de dependencia ha sido el auge circunstancial de los precios de materias primas para estas economías exportadoras. La contrapartida, sin embargo, fue profundizar su carácter primario, su dependencia de la inversión extranjera directa y el peso de la deuda externa. Y estos gobiernos, por su propia naturaleza de clase, no han aprovechado los “años de vacas gordas”, y ahora el ciclo llega a su fin. Pero no se cierra de la misma forma.

En Uruguay todo es más lento, mientras en Argentina las cosas se precipitan. La izquierda uruguaya en un país racionalista y conservador, nada tiene que ver con el peronismo u otros fenómenos populistas del continente. A su vez la cultura aprendida del Uruguay Batllista (proceso político liberal y conciliatorio apoyado en el Estado que cubrió la mayor parte del siglo XX) amortiguó y demoró las privatizaciones características del ciclo neoliberal de los 90 al punto que, cuando las condiciones maduraron para su implantación plena, ya el modelo estaba en crisis en el resto del continente. De esta manera la izquierda en el gobierno no tuvo que recurrir a giros bruscos y se acomodó a la dialéctica de las conquistas parciales que es lo que más le viene a medida.

Al desgaste inicial del primer gobierno le sucedió un intento de recuperación en el segundo, del ex-guerrillero José “Pepe” Mujica. Conocido como “el presidente más pobre del mundo” vive en una modesta propiedad rural en las afueras de Montevideo donde cultiva flores, anda en un viejo Volkswagen escarabajo de los años 70 y donó su sueldo presidencial a causas sociales. Sobre su persona hizo el cineasta serbio Emil Kusturica la película “El último héroe”

Pero, aunque su gobierno tuvo algunos avances en la agenda de derechos, legalización del cultivo y comercialización de la marihuana, matrimonio igualitario, aborto legal (que Tabaré Vázquez había vetado anteriormente), continuó por otra parte la política económica de corte neoliberal: aumento de la deuda externa por emisión de bonos para pagar los intereses, privatizaciones parciales en las empresas del Estado, concesiones a las empresas privadas, exoneraciones impositivas a inversiones extranjeras directas, etc.

Se ha seguido extendiendo el cultivo de soja transgénica con agrotóxicos, y la forestación para producción de pasta de celulosa con instalación de grandes plantas de capitales extranjeros con efectos contaminantes. Fracasó su “buque insignia”, un proyecto altamente contaminante de megaminería de hierro a cielo abierto porque era una mera aventura especulativa, y dejó una secuela de costosos proyectos complementarios frustrados, como una planta regasificadoras de gas licuado importado, que no es sustentable por sí misma.

El tercer gobierno frenteamplista, otra vez con Tabaré Vázquez, ha mostrado más crudamente aun los límites de una economía dependiente de exportación de productos primarios e inversión de capital transnacional. Los “analistas políticos” de mentalidad Carlyle han visto el obvio contraste entre el liderazgo fuerte del Vásquez del primer gobierno y la debilidad del actual, lo atribuyen a aspectos personales o políticos. Pero la causa de fondo es obvia: agotamiento de esa coyuntura histórica de “punto Nash” que lo hizo posible.

Uruguay ha tenido durante diez años, 2004-2014, una importante tasa media acumulativa anual de crecimiento del PIB del orden del 5%. Pero en los últimos cuatro años ha bajado al 1.5%. La restricción ha sido desigual según los sectores, afectándose principalmente la agricultura, ganadería, minería, industria manufacturera, construcción, y desaparición casi total de la pesca. Son los sectores terciarios, financieros y servicios los que han sostenido el débil crecimiento general. La tasa de desempleo bajó de cerca del 11% en 2006 al 6% en 2011-2012, y ha vuelto a subir al 9%. Una evolución similar tiene la tasa de subempleo, si bien la regularización del empleo ha aumentado continuadamente en todo el período como resultado del mayor control del Estado. Pese a la monótona queja de los empresarios sobre la carga fiscal que consideran insoportable, en realidad ha sido el impuesto al consumo y al trabajo asalariado el que ha subido; el impuesto a la propiedad y a la renta empresarial ha bajado. Y si la empresa privada capitalista nacional tiene notorios problemas y cierran cada vez más pequeñas o medianas empresas, incluso grandes, y filiales de transnacionales, la causa debe buscarse en la debilidad estructural del capitalismo en Uruguay. No puede hablarse de recesión, pero sí de gradual estancamiento.

Con el fin de la bonanza en las exportaciones primarias, la conciliación de clases encuentra sus límites; las partes tienen cada vez menos para ganar en un mal acuerdo. Es entonces que los socialdemócratas, como dijo una vez Rosa Luxemburgo, “descubren con tristeza que la burguesía ya no los necesita”.

Para el Frente Amplio el problema político central ha sido el desencanto, la pérdida de entusiasmo y motivación de su núcleo militante. A partir de ahí baja la convocatoria de segundo o tercer círculo. Y es en los cinturones de pobreza y sectores vulnerables donde puede verse ese retroceso.

La pequeña, fragmentada e incoherente izquierda anticapitalista que se ubica más a la izquierda del Frente Amplio no tiene posibilidades de capitalizar ese descontento. Dos pequeños nuevos partidos verdes que podrían tal vez lograr una banca de diputados por primera vez, han hecho el ridículo en un debate televisivo peleándose groseramente entre ellos. Un partido trotskista, más pequeño todavía, hace lo poco que puede. Una coalición un poco mayor de estalinistas, chavistas, maoístas y alguna corriente renovadora, que logró un diputado en las elecciones anteriores, parece quedar allí estancada y no lograr salir del gueto. En general, el mismo andar a los tumbos que vemos en las nuevas expresiones de izquierda en el mundo.

Así, el descontento es aprovechado por la derecha. La vieja derecha neoliberal de los partidos burgueses tradicionales, y ahora se agrega un nuevo partido militar con lazos con el presidente brasileño Bolsonaro. Pero los problemas de la derecha para aprovechar esta coyuntura favorable para ella vienen de su propia naturaleza, su tendencia a pelear por repartir la piel del oso antes de cazarlo, su incapacidad de renovación, estrechez de miras, conflictos y competencia desleal. Todo tiene la misma base social: la debilidad de la burguesía uruguaya y su resistencia a la adaptación. Durante este último período mostraron como vidriera el gobierno argentino de Mauricio Macri; ahora descubren que compraron un pasaje en el Titanic.

Si el programa de la derecha burguesa es el ajuste neoliberal que les resultará difícil hacer tragar y hasta anunciarlo como plato del día, lo único que ofrece el Frente Amplio por su lado es “no perder” las mejoras parciales ya deslucidas que pudo conservar de su gestión. No se plantea modificar la orientación general de su política, y sus diferencias con la derecha son de ritmo y grado en el ajuste, no de orientación.

Las jubilaciones y pensiones son un tema en discusión. Uruguay tiene actualmente un sistema previsional estatal solidario que es el principal, complementado con una privatización parcial que ha provocado varios problemas. El déficit del sistema está agravado por las exoneraciones a las empresas y lo que se lleva el sistema privado, pero tanto los partidos de derecha como el Frente Amplio plantean, con matices, extender la edad de jubilación en perjuicio de los trabajadores.

Uruguay tiene unas costosas fuerzas armadas que todos saben que serían totalmente inútiles en un enfrentamiento bélico que además es solamente hipotético: Uruguay no tiene problemas internacionales con nadie. Las jubilaciones militares además -muy privilegiadas en comparación al resto- son otro peso muerto adicional. Pero nadie (y recalquemos, NADIE, ni esos pequeños casos de izquierda radical ubicados fuera del Frente Amplio), plantea la eliminación de las fuerzas armadas. Hay un proyecto de la derecha de reforma constitucional para poner a los militares en las calles a “combatir el delito”, junto a toda la política punitiva que se impulsa en general ante el aumento del delito y la violencia que, aunque no llegue en Uruguay ni cerca a los niveles de otros países del continente provoca igual un estado de alarma.

El Frente Amplio se opone a esa reforma punitiva, pero pone igualmente a los militares en funciones policiales en una forma algo más acotada.

Para solventar en algo el costo de las fuerzas armadas se las hizo participar muy activamente en las llamadas “misiones de paz” de Naciones Unidas. La intervención en Haití ha sido particularmente vergonzosa por la deuda histórica que toda América Latina tiene con la primera revolución social en el continente. Provocó tres renuncias de diputados frenteamplistas, pero la dirección partidaria impuso la disciplina a rajatabla para obtener la autorización parlamentaria aun a ese costo. ¿Con qué resultado? Todo el mundo pudo ver por YouTube el bochornoso caso de violación de un joven haitiano por cuatro militares uruguayos, porque a la ignominia suman la estupidez. Muy tardíamente Uruguay retiró sus tropas de Haití, luego también lo hizo la ONU y dejó allí una misión policial “asesora”. La “estabilización” resultó en que hoy Haití es un polvorín.

Lo más triste es que el pensamiento antimilitarista tiene larga y hermosa tradición en la izquierda uruguaya. El primer diputado socialista en el parlamento, Emilio Frugoni, propuso eliminar las fuerzas armadas hace casi cien años. Veinte años después hubo otra iniciativa similar de Carlos Quijano, que sería luego el director del prestigioso semanario de izquierda independiente “Marcha”. El famoso texto de Ernesto Che Guevara “El socialismo y el hombre” era originalmente una carta suya a Quijano.

El fundador de nuestra ciencia política moderna, Carlos Real de Azúa, propuso hace 40 años la interpretación de Uruguay como “una sociedad amortiguadora”. La debilidad relativa de sus clases polares y propiedad de la tierra, el enclave entre dos países mucho mayores, el capitalismo “sin sector 1”, los lazos de dependencia algo más flojos que el resto del continente, el mayor peso relativo del Estado, las formas de amortización del disenso social, la cultura laica y racionalista, son lo que él llamó “invariables” históricas que se van agregando como capas una sobre otra para explicar la singularidad uruguaya en el continente latinoamericano. También se apoya allí la ilusión de no pertenecer a ese continente, poder darle la espalda y “abrirse al mundo”. La paradoja es que lo más conocido en el mundo del pensamiento social uruguayo es su vocación de integración latinoamericana, como “Las venas abiertas de América Latina” de Eduardo Galeano.

Las invariables de Real de Azúa nos permiten entender que Uruguay vaya a un paso algo más lento en el desarrollo de las agudas contradicciones que tensan hoy el continente. Pero podríamos dar vuelta la frase de Marx: El país más destruido y afectado por la desindustrialización y el extractivismo le muestra al que viene atrás la imagen de su propio futuro.

Uruguay tiene ante sí el dilema de dos caminos muertos. Cerrar su etapa de “ciclo progresista” y entrar en una restauración neoliberal catastrófica con las consecuencias que pueden verse en la otra margen del Río de la Plata. O seguir la agonía del “mal menor” sin plantearse siquiera algún cambio hacia adelante.

Se podría sacar provecho del experimento en cabeza ajena. Pero no siempre se tiene esa inteligencia.


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