03.DIC.19 | Posta Porteña 2072

Bolivia: Sobre Espontaneísmo y Ultraizquierdismo

Por ASTARITA

 

En una entrada anterior, “Toma del poder y espontaneísmo” (aquí), critiqué el enfoque espontaneísta de muchas organizaciones de izquierda. Decía allí que el espontaneísmo consiste en la idea de que la clase obrera puede llegar a la toma del poder en la medida en que un, o algunos, partidos de izquierda la convoquen a luchar por demandas cada vez más elevadas. Se piensa que si se logra que las masas trabajadoras salgan a la lucha, el mismo conflicto las empujará a posiciones cada vez más radicalizadas

Rolando Astarita 30 noviembre 2019

En oposición a esta orientación, sostuve que la toma del poder no se improvisa, y que es necesaria una larga preparación –ideológica, política, organizativa- de las fuerzas del trabajo. Por eso también, y reivindicando la tradición marxista, cité a Marx cuando decía: “Mientras nosotros le decimos a los obreros: tienen que atravesar 15, 20, 25 años de guerras civiles para cambiar la situación y prepararse ustedes mismos para ejercer el poder, se les dice: tenemos que tomar el poder de inmediato, o nos podemos ir a dormir” (“Actas Reunión de la Autoridad Central de la Liga, 15/09/1850”; Marx y Engels Collected Works, t. 10, p. 626)

Y agregaba que para plantear la toma del poder era necesario: (a) que la clase trabajadora se revolucione a sí misma; (b) que existan condiciones para imponer el punto de vista socialista, y no el pequeñoburgués, o nacionalista. Pensar lo contrario es subjetivismo idealista, voluntarismo; no tiene nada que ver con un análisis materialista, y en muchos casos (lo veremos más abajo) lleva al aventurerismo izquierdista

Bolivia hoy

Pienso que la crítica al espontaneísmo cobra relieve a la luz de lo ocurrido en Bolivia. Es que con prescindencia de las cuestiones de conciencia, organización y programa, una y otra vez organizaciones de izquierda han convocado a las masas al enfrentamiento abierto con las FF.AA. Como no podía ser de otra manera, en esta política subyacen caracterizaciones enfebrecidas. Por ejemplo, un importante dirigente trotskista, argentino, sostuvo que la rebelión y la organización popular crecían día a día, incluso con atisbos de doble poder; por lo tanto, estaba planteada “la cuestión del armamento”; y en el Ejército aparecían fracturas que podían profundizarse si el pueblo lo enfrentaba con armas.

Otra organización, también trotskista, llamó a profundizar el enfrentamiento con las FF.AA. y el gobierno; sostuvo que se estaban produciendo fracturas en el Ejército, y convocó a la “coordinación centralizada de todos los focos de lucha”. Para eso propuso la unidad de acción con las Juntas Vecinales y con dirigentes y militantes del MAS “que no traicionaron”. E instó a presionar a la COB para que rompa con su actual política.

¿Cuál es el problema con estos planteos? Pues que la clase obrera en esta crisis no tiene, ni ha tenido, una posición política propia, independiente de la burguesía.

He señalado repetidas veces que la COB, y otros sindicatos, pidieron incluso la renuncia de Morales, sin que esto haya provocado la reacción de las bases. Otras organizaciones sociales tuvieron una actitud parecida. En este respecto, un defensor del MAS y de Morales me decía, por estos días, que la correlación de fuerzas no les era favorable, que no tenían medios para imponer otra salida que no fueran las elecciones convocadas por el gobierno de Áñez y la ultraderecha. Pero entonces la pregunta es por qué, después de 14 años de “transformaciones revolucionarias” los explotados y oprimidos se movilizaron solo parcialmente para defenderlas.  Una cuestión que elude responder la dirigencia y militancia del movimiento nacional.

Pero además, los llamamientos desde la izquierda a armarse y a profundizar los enfrentamientos pasaron por alto que el MAS, y gran parte de las organizaciones sociales estaban negociando la legitimación del gobierno de Áñez, y la convocatoria a elecciones. La agitación de la consigna “ahora sí, guerra civil”, en las manifestaciones de El Alto, era funcional a esa negociación.

Un dato no menor para los socialistas. Es que esos dirigentes y organizaciones influencian en la disposición de lucha de las masas, y en su orientación política. Y si no se incluye este factor en el análisis, la política deviene abstracta o, peor aún, lleva al aventurerismo ultraizquierdista.

Por ejemplo, desde organizaciones de izquierda se convocó a un frente unido para la lucha a las Juntas Vecinales. Pero las Juntas Vecinales de El Alto y las organizaciones sociales de Cochabamba acordaron con el gobierno el levantamiento de los bloqueos a cambio del retiro de las FF.AA. de las calles. Lo cual no ha provocado rebelión alguna –al menos, de significación- de las bases. Entonces, ¿de qué “frente único” hablan?

De la misma manera, cabe preguntar ¿cómo ha influido en el ánimo de las masas el llamado a elecciones del Gobierno, en acuerdo con las direcciones “obreras, campesinas y populares”? ¿Es posible que se siga especulando con “pasar a la ofensiva”, “aceptar la guerra civil”, y semejantes, en la situación presente? Pero nada parece importar: “si usted no está por la ofensiva, solo quiere interpretar al mundo, no transformarlo”, me dicen. Estupideces de este calibre han pasado a ser moneda corriente en el mundillo de la izquierda.

Dejo señalado –aunque no lo puedo desarrollar ahora- que el no tener en cuenta la influencia de las direcciones y organizaciones políticas en la conciencia y disposición de lucha de las masas, se vincula con un problema más general: la creencia de que puede haber revoluciones “socialistas” por su contenido –las masas explotadas inconscientemente apuntan al socialismo- al margen de su adhesión a programas y estrategias burguesas o pequeño burguesas.

La insurrección y la tradición del marxismo

Lo tratado en el apartado anterior conecta con un viejo consejo de Engels: no hay que jugar a la insurrección. Y una vez empezada, es necesario ir hasta el final. Agrego: tampoco hay que jugar a la guerra civil, ni amenazar en vano con ella. No entender estas cosas lleva a la irresponsabilidad política y al aventurerismo.

Tal vez lo más importante pasa por entender que la insurrección es una forma particular de la lucha de clases, de la lucha política. Por eso la toma del poder por la clase explotada no puede ser fruto del espontaneísmo. Ni puede realizarse bajo la dirección de organizaciones burguesas, o pequeño burguesas. Si este fuera el caso, se mantendría, en lo esencial, todo lo anterior. Dicho en otros términos, la toma del poder por la clase obrera exige dirección y organización de los revolucionarios, y de la clase obrera. Así, refiriéndose a la insurrección, León Trotsky escribe: “… en la organización de la insurrección a través de la conspiración, consiste aquel capítulo complejo y lleno de responsabilidades de la política revolucionaria que Marx y Engels denominaban el arte de la insurrección. Ello supone una correcta dirección general de las masas, una orientación flexible ante las circunstancias cambiantes, un plan meditado de ofensiva, prudencia en los preparativos técnicos y audacia en dar el golpe” (Historia de la Revolución Rusa; énfasis agregados)

Pero en Bolivia, ¿cuál era esa dirección? ¿Acaso el MAS, que estaba negociando? ¿Las Juntas Vecinales, que también estaban prontas a negociar? ¿La COB, que avaló al gobierno de Áñez? ¿Las organizaciones campesinas (a falta de organización obrera)? Son preguntas elementales, pero que por eso mismo, y prudentemente, los izquierdistas adoradores de lo espontáneo, las evitan.

Lógicamente, también merece una reflexión especial la propuesta del armar a los resistentes de El Alto o de Cochabamba. ¿Quién iba a pasar esas armas? ¿Rusia? ¿Cuba? ¿De dónde vendrían? Pero además, ¿qué tipo de organización de clase estaba dispuesta a tomar las armas en Bolivia? ¿Y con qué programa, con qué organización?

Subrayo, además, que para el triunfo de una revolución no es suficiente que haya una vanguardia obrera dispuesta a luchar hasta el final. Es necesario también que esa vanguardia tenga el apoyo de la mayoría de los explotados. Por ejemplo, en 1921 el PC alemán intentó realizar una revolución apoyándose en una minoría activa de la clase obrera, mientras que la mayoría “fatigada y desconfiada por las precedentes derrotas, permanecía pasiva” (Stalin, el gran organizador de derrotas). El asunto terminó en derrota, y la Tercera Internacional condenó esa política por “aventurera”

Yendo un momento a Bolivia, cabe preguntarse: ¿nuestros izquierdistas latinoamericanos querían derrotar a las FF.AA. y a la burguesía en base a organizaciones campesinas y vecinales ávidas de negociar con el régimen, y que para colmo estaban restringidas a algunas zonas del país? ¿No han aprendido nada de la historia de la lucha de clases, del socialismo?

Por otra parte, Trotsky también criticó un intento insurreccional en Cantón, organizado por el PC chino, cuando no había condiciones para ello, ya que se venía de derrotas importantes. Planteó que, en esa coyuntura, los comunistas debían explicar a los obreros revolucionarios que “la relación de fuerzas había cambiado totalmente en favor de la burguesía” (véase ibíd.)

Agregaba que “enormes masas obreras” habían abandonado el campo de batalla. Por eso, calificaba de absurdo “pensar que se pueda ir hacia una insurrección campesina cuando las masas proletarias abandonan la lucha. Es preciso reagruparse, librar combates defensivos, evitando la batalla general” (énfasis agregado). Pero el PC hizo lo opuesto: llevó a una parte de la clase obrera a una lucha sin perspectiva. Lo cual “permitió al enemigo aniquilar más fácilmente a la vanguardia de la clase obrera”. Esto no había que ocultarlo, ya que hacerlo era “engañar a los obreros chinos y preparar nuevas derrotas”.

Para terminar, enfatizo, en primer lugar, que los marxistas condenamos el aventurerismo ultraizquierdista. La lucha armada contra la burguesía no es un juego. Por supuesto, nunca hay garantías plenas de victoria, pero el análisis realista de la relación de fuerzas, del estado y disposición de lucha de las masas, es básico. No se pueden alentar a tontas y locas los enfrentamientos de algún sector de la clase obrera (en el caso de Bolivia, de las masas campesinas y populares) con las fuerzas represiva, con la irresponsable esperanza de que la dinámica de la lucha lleve, por sí misma, a la toma del poder, o a la derrota de las fuerzas represivas de la burguesía. Máxime cuando las organizaciones de masas están utilizando, con el mayor de los cinismos, esas luchas –y los muertos y heridos- como cartas de negociación.

En segundo término, no es cierto que la clase obrera deba estar permanentemente a la ofensiva, o deba aceptar el enfrentamiento, o la guerra, en toda circunstancia. Hay que saber  “evitar la batalla general” cuando las condiciones son desfavorables. Y por último, el ascenso de la ultraderecha y de las FF.AA. significa una derrota (de ahí que en la primera entrada dedicada a Bolivia hablé de los “organizadores de derrotas”). Por eso ahora es preciso reagrupar, explicar, tomar en cuenta el estado de conciencia de las masas. En particular, explicar por qué, para vencer al racismo, a la reacción, a la represión, hay que romper con los organizadores de derrotas, el MAS y el nacionalismo burgués y burocrático.


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