13.DIC.19 | Posta Porteña 2074

PATRIA PARA NADIE de Pablo Brum/ comenta Amodio (14)

Por AMODIO

 

LA HISTORIA NO CONTADA DE LOS TUPAMAROS DE URUGUAY Montevideo, Uruguay: Planeta, abril de 2015

 

Así la presentaron en su momento; Héctor Amodio Pérez  hace su cometario que a partir de ahora iremos publicando; catorceava  entrega

Oct. de 2019

Brum: Pocos días después, el 23 de mayo, mientras se quedaba en un apartamento del MLN junto con su contacto Rodolfo Wolf, Amodio escuchó golpes en la puerta. Sorprendido, la abrió y se topó con un soldado mirándolo directo a la cara. El fundador de la Columna 15 no presentó resistencia y se limitó a preguntar cómo lo habían encontrado. La respuesta fue que la policía había recibido un dato. Aparentemente esto lo dejó más furioso de lo que estaba. Amodio levantó su mano con la palma abierta y dijo que este no sería un arresto contencioso. Tenía algunas cosas que discutir con los oficiales. Patria para nadie, Pablo Brum, pág. 364.

Amodio:Nada de lo que dice Brum es verdad. Se limita a recoger la historia oficial. Recién en 2017 conoceré, de boca de uno de los oficiales que participó en mi detención, el nombre de la compañera que los llevó hasta el tercer piso del edificio de la calle Maldonado esquina Gaboto. De apellido Zipitría, había sido detenida pocos días antes por el mismo batallón Florida, junto con un ex penado, de apellido Leguizamón. El hecho está ampliamente relatado en Palabra de Amodio, pero en el momento de escribirlo ignoraba los nombres de los señalados.

Brum: Los triunfos militares se acumularon de forma inesperada y galopante. El 15 de abril los militares anunciaron que habían capturado la principal central de inteligencia del MLN, en la calle Brito del Pino. Posteriormente el SID anunció que había quebrado el cifrado que los tupas usaban en sus comunicaciones escritas, lo cual les permitía descubrir información adicional en los documentos capturados. Gracias a estos golpes, las fuerzas conjuntas pudieron desmantelar planes inminentes del MLN. Al ser publicitados, muchos de estos enfurecieron a la población -como fue el caso más llamativo, un complot para hacer explotar bombas en la principal generadora eléctrica de Montevideo. 

Mientras estos choques continuaban en la capital, el Plan Tatú rural se descomponía aún más rápido. Los informes sobre lo que ahí ocurrió son vagos, pero el resultado de la campaña de Jorge Zabalza en Paysandú es ilustrativo de lo que sucedió.

Zabalza llegó el 22 de abril. En aquel entonces había doscientos guerrilleros en la zona. Eran demasiados: el MLN saturado de Paysandú era fácil de detectar para los servicios de seguridad. Para preservar el grupo, Zabalza desobedeció una orden de Sendic de atacar un puesto militar, a pesar de su “respeto casi religioso” por las opiniones del Bebe. Días después, él y otros tupamaros como María Elia Topolansky se enteraron de que era inminente una redada.

El grupo huyó entonces del pueblo y lanzó el tan esperado período de verdadera guerrilla rural. Ahora sí podrían emular a Fidel Castro, al Che Guevara y a Vó Nguyén Giáp. La caza tendría lugar en los caminos, los bosques y los arroyos del noroeste de Uruguay.

La primera orden del día era alcanzar una tatucera, pero esta resultó demasiado pequeña para el grupo. En vez de eso, se desplazaron a las orillas boscosas del principal río de la zona, el Queguay. Otro grupo de tupas, que también huía de una patrulla que lo perseguía, llegó más o menos al mismo tiempo, por lo cual se fusionaron. Era junio, en lo más intenso del invierno del hemisferio sur. El escuadrón de diecinueve personas tenía pocos suministros y nada de ropa de invierno o de elementos con qué calentarse. Se podían encender fogatas solo excepcionalmente: el grupo estaba siendo perseguido por equipos militares con autoridad para usar la fuerza letal. Las largas marchas junto a la orilla del río eran silenciosas, acompañadas únicamente por el sonido del agua y de los vientos que congelaban los huesos y que le dan una apariencia tan sombría al invierno uruguayo.

En un momento en que el grupo paró para descansar, el tupamaro Carlos Varela se sentó rápido y por accidente se disparó a sí mismo con su rifle Winchester. No había nada que el resto del grupo pudiera hacer. Murió ahí, aislado del mundo exterior, y fue enterrado en la orilla del Queguay. Más tarde ese día llovió. Las temperaturas eran heladas; muchos se enfermaban, particularmente porque pocos estaban acostumbrados a vivir fuera de la ciudad por períodos prolongados.

Aparecían y desaparecían nuevos personajes. Uno era un chico de catorce años apodado Bonete, perdido para la historia pero que aparentemente funcionó como una suerte de niño soldado voluntario del MLN. En otras ocasiones, los tupas en su marcha se cruzaron con pequeños grupos de cazadores, quienes les sostuvieron la mirada hasta que ambos grupos siguieron sus caminos sin decirse una palabra. Patria para nadie, Pablo Brum, págs.366-367.

Amodio: El relato que Brum hace del fracaso del plan Tatú en las páginas 365 a 369 muestra a las claras lo descabellado que fue su implantación y que las argumentaciones de quienes nos opusimos eran válidas. Pero la mención que hace del grupo de cazadores me obliga a recomendar nuevamente la lectura de la entrevista que Aldrighi le hace a “Domingo”, en realidad Aníbal de Lucía, comandante de uno de los grupos del llamado Segundo Frente, en el libro Memorias de insurgencia.

Brum: A la guerrilla urbana no le iba bien tampoco. Los cazadores como D’Oliveira señalaron que el Ejército capturó a tupas vagando por las calles, sin refugio, buscando contactos en puntos de encuentro en los que no aparecía nadie. Al ser detenidos e interrogados, algunos confesaban no saber en qué columna se suponía que debían operar, ni quién era su comandante.

En una situación tan deprimente y confusa, muchos encontraron en el arresto un descanso de la vida clandestina, que conllevaba el riesgo de ser acribillado en cualquier momento. En un caso, el conductor del vehículo utilizado en el ataque a los cuatro soldados se dirigió directamente a la base La Paloma del Cerro, con colchón y todo, para rendirse Patria para nadie, Pablo Brum, pág. 369.
.
Amodio: A primera vista puede suponerse que las palabras de Brum puedan ser una broma de características tragicómicas. Pero a lo dicho por Brum hay que agregar un detalle que le agrega más comicidad y tragedia al mismo tiempo. El desesperado por entregarse se dirigió primero a la Jefatura de Policía. Es ahí que le “aconsejan” dirigirse al cuartel de La Paloma, provisto del colchón, ya que las instalaciones del cuartel estaban abarrotadas

Brum: El MLN tenía más de una Cárcel del Pueblo. A mediados de 1972 todas estaban vacías excepto una. Ahí yacían los rehenes civiles Ulysses Pereira Reverbel y Carlos Frick Davies. Al igual que antes, la cuestión para el gobierno era hacerse del tupamaro o tupamara correcto, es decir, alguno que supiera la dirección del lugar. Esta vez sí tenía a las personas indicadas.

Durante uno de sus interrogatorios, el exlíder del MLN Adolfo Wassen se enteró por uno de sus captores de que estos estaban cerca de encontrar la casa donde residían los rehenes. El SID sabía cuál era la zona general en la que estaba y en el momento se encontraba en el proceso de precisar el punto exacto a través de escuchas telefónicas. Wassen se convenció de que era solo cuestión de tiempo que la casa fuera identificada.

Mientras tanto, en una base militar distinta, Amodio y Rodolfo Wolf también estaban siendo interrogados. Aunque ni Wassen ni Amodio sabían la ubicación de la prisión, Wolf sí la conocía. Tenía, después de todo, el grandilocuente título de inspector general de prisiones del MLN. Wassen fue llevado a la base donde Amodio y Wolf estaban retenidos y les presentó sus argumentos a ambos. Si ofrecían voluntariamente la ubicación de la prisión, los militares quizá aceptaran una rendición negociada en vez de un tiroteo que podría matar a los tupas de adentro, a los rehenes y posiblemente a la familia que ocupaba la casa y le daba cobertura.

Amodio y Wolf escucharon los argumentos de Wassen y los aceptaron: era cierto que si los militares llegaban por cuenta propia podría haber fácilmente un baño de sangre. No era una conclusión fácil de alcanzar. Patria para nadie, Pablo Brum, pág. 372.

Amodio: Sin embargo, nos pusimos de acuerdo de forma rápida. Teníamos que evitar otra matanza inútil.

Brum: El día de la verdad llegó el 27 de mayo de 1972. Guiados por Wolf, los militares comenzaron su recorrido bien entrada la noche hacia lo que resultó ser una discreta vivienda, rodeada de otras igualmente normales, en un barrio céntrico de Montevideo. Fuera de la casa, a todas horas del día, cuatro niñas jugaban en la acera. Eran las hijas de la pareja que ahí vivía, una de las cientos de miles de familias de clase media de Montevideo.
Los militares sabían que estaban a punto de darle un golpe devastador al MLN; por lo tanto, el comandante de la Región Militar 1, Esteban Cristi, se encontraba ahí en persona para liderar el operativo. También estaban Wassen y Amodio, quienes fueron llevados especialmente por órdenes de Cristi. Eran ellos quienes negociarían la rendición de los tupas de adentro, quienes a su vez tenían instrucciones de asesinar a los rehenes si la cárcel caía. Patria para nadie, Pablo Brum, pág. 373.

Amodio: Wolf, el único de los tres que conocía la dirección de la cárcel, se ofreció para ser él quien planteara la rendición. Después de todo, era el responsable del mismo y como tal creyó tener algún grado de ascendencia sobre los “carceleros”. Wassen argumentó que debía ser él, por haber sido el autor de la propuesta y así lo resolvimos. Ya nos habíamos informado de nuestra situación -yo incluso les informé del acuerdo alcanzado por Píriz Budes y el similar que se me había ofrecido- y producido el acuerdo nos despedimos. Quizás nunca más nos volveríamos a ver. Pero Cristi decidió otra cosa: iría Wassen para señalar el local y yo sería el que plantearía la rendición.

Brum: El convoy militar llegó sin hacer demasiada alharaca para no alertar a los ocupantes de la propiedad. A diferencia de muchos berretines del MLN, la Cárcel del Pueblo no tenía todavía un túnel hacia la red cloacal, lo cual significaba que la única salida para las personas que había adentro era por la puerta de enfrente, vivos o muertos.

Tras instalar reflectores de grado militar para iluminar la casa, las órdenes de los oficiales eran que Wassen y Amodio se acercaran, golpearan la puerta y negociaran la rendición de la cárcel. Wassen había sido miembro de la dirección hasta hacía poco, mientras que Amodio era uno de los cinco líderes históricos de los Tupamaros. Eran individuos extremadamente importantes con la autoridad suficiente, así esperaban todos, para imponerse sobre los militantes de adentro. Mientras que muchos tupamaros han afirmado que fue Wassen quien se acercó a la casa, Amodio dijo que Wassen se quebró en un llanto descontrolado similar a un ataque epiléptico. Esto significa que fue Amodio quien se acercó hasta la puerta y pidió la rendición. Si algo salía mal las órdenes de Cristi eran que el líder del MLN fuera acribillado junto con el resto de los guardias que prestaran resistencia.

Los dueños de la casa se llamaban David Porras y Zulema Arena. El compartimento secreto de su casa alojaba a los rehenes Pereira y Frick, así como a cuatro guardias del MLN: Margarita Dupont, Adriana Castera, Oscar Bernatti y Eduardo Cavia. Bernatti era un criminal común que había escapado con los tupas durante El Abuso y se había unido a la organización.

El nombre de Amodio había aparecido en los diarios como desertor, lo cual significaba que su situación había cambiado dramáticamente. Una vez de regreso a los cuarteles militares, se enteró por sus contactos esporádicos con Wassen y otros que la dirección del MLN había decidido asignarle exclusivamente a él la culpa por el incidente. Fue ahí que tomó una de las decisiones de mayor impacto tomadas por un integrante del ejecutivo desde la fundación de la organización. Patria para nadie, Pablo Brum, págs. 373-374; 376.

Amodio: El encuentro con Wassen se produjo en El Florida, alrededor del 15 de junio de 1972, fecha que puede considerarse como el inicio de la primera tregua entre el MLN y las FF.AA. Dicha tregua, pese a que Rosencof y Huidobro han pretendido adjudicarse su paternidad, le pertenece al mismo Wassen, con el aval “moral” ante las autoridades militares de haber conseguido la entrega de la cárcel del pueblo. Es en ese encuentro en el que Wassen me comunicó que él ya había asumido la responsabilidad que le correspondía y que yo era el “cabeza de turco”. Esa será la razón por la que decidí aceptar el trato que Méndez me propusiera poco después de mi detención el 23 de mayo.

Durante los años transcurridos entre 1972 y 2017 ignoré el papel de Wassen en la rendición de los custodios de la Cárcel del Pueblo. Hasta 2017 me asigné el rol de único negociador para esa rendición. Sabré la verdad acerca de lo sucedido leyendo la documentación del Archivo Cámpora, especialmente por los dichos de David Porras. Sabré entonces que fue Porras y no Cavia quien me escuchara a través de la ventana de la casa de la calle Juan Paullier.

Brum: Ocurrió cuando sus captores entraron a su celda y le mostraron algo extraordinario. El anteriormente capturado líder del MLN Mario Píriz, un hombre mucho más joven y con menos experiencia, había pasado buena parte del mes precedente “cantándoles” cómodamente a sus interlocutores. Interrogado por el jefe del SID Ramón Trabal en persona, Píriz había entregado: “El organigrama completo de la Organización, entregó los locales y a los militantes que conocía, realizó informes acerca de las personalidades de los tupamaros más destacados, hombres y mujeres, informó acerca de los contactos con políticos, tanto uruguayos como del extranjero y elaboró un listado con los nombres y/o seudónimos y grupos al que pertenecían los responsables de las acciones más relevantes: Morán Charquero, Mitrione y las más recientes del plan Hipólito”. Patria para nadie, Pablo Brum, pág. 376.

Amodio: A Brum se le traspapelan los tiempos. Tomé conocimiento de las declaraciones de Píriz Budes, Huidobro, Manera y Rosencof una vez abandonada la enfermería tras mi intento de suicidio, dos días antes de la caída de la cárcel del pueblo y dos días después de mi detención.

Brum:  Era una tonelada de información. Parte de ella ya había sido usada en la supresión del Plan Tatú. Píriz, a pesar de su corta edad, había perforado el principio de compartimentación y tenía conocimiento interno de casi todas las columnas más importantes. Sin embargo, los militares estaban demostrando ser incapaces de decodificar muchos de los seudónimos y contraseñas incluidos en las confesiones de “Tino”.

Los oficiales le hicieron entonces una propuesta a Amodio: si se sentaba con los papeles de Píriz y les “daba sentido”, trabajando esencialmente como analista de contrainteligencia temporal, seguiría siendo tratado bien. Lo único que tenía que hacer era transformar la información en bruto en un producto escrito que resultara útil a los militares. Patria para nadie, Pablo Brum, págs. 376-377.

Amodio: No fueron los papeles de Píriz Budes a los que tenía que “dar sentido”. De eso se había encargado el mismo Píriz Budes. Según Zabalza el mismo Píriz Budes se había encargado de recorrer el interior del país señalando locales y militantes, tal como cuenta en Cero a la izquierda, eran los indescifrables papeles de la OCOA, tal como reconocen Silva y Caula en Alto el fuego.

Brum:  “Gustavo” consultó con su compañera Rey -también detenida allí- y ambos decidieron hacer una contraoferta. Amodio efectivamente le daría al Ejército lo que quería, pero a cambio él y Rey tendrían que tener una salida asegurada del país, permanente. Recibirían nuevas identidades falsas y una forma de atravesar las fronteras de Uruguay. Era todo o nada: Amodio y Rey escaparían del derrumbe o seguramente perecerían en él, ya que ahora tenían enemigos en todos los bandos. Patria para nadie, Pablo Brum, pág. 377.

Amodio: Tampoco esto es verdad. Como dije antes, el pacto me fue planteado el 25 de mayo de 1972 y mi aceptación se produjo el 15 de junio del mismo año, veinte días después. Durante esos veinte días permanecí sintiéndome tupamaro, pese a las enormes discrepancias que me separaban de sus dirigentes, con la esperanza que la condena que pesaba sobre mí fuera anulada, tras el reconocimiento de Wassen.

El 15 de junio supe que eso no sería posible. Estaba condenado y nada, ni siquiera el reconocimiento de Wassen cambiaría esa situación. Resolví aceptar el ofrecimiento de Méndez y tratar de que el mismo incluyera a Alicia, detenida en Jefatura.

Cuando se lo comuniqué a Méndez, éste recabó el visto bueno de Cristi, que lo aceptó. No fue necesario que Méndez gestionara el traslado de Alicia desde Jefatura al Florida, ya que los detenidos del MLN que se aprestaban a gestionar la rendición incondicional solicitaron su integración al grupo.

Brum: El 21 de junio el fundador del MLN Jorge Manera cayó en un arresto policial y así se unió al creciente número de “viejos” bajo custodia militar. Patria para nadie, Pablo Brum, pág. 378.

Amodio: Manera fue detenido en mayo de 1972, pocos días antes de Píriz Budes, que fue detenido el 9 de ese mes. Unos días después de mi detención yo leeré sus declaraciones, junto con las de Huidobro, Rosencof y las de Píriz Budes.

En muchos casos las FF.AA. ocultaron las fechas reales de las detenciones o se han tenido en cuenta como el día de la detención el día que fueron dadas a conocer públicamente.

Brum: Según Henry Engler, los doctores del MLN les decían a las células guerrilleras, cuando se preparaban para una operación: “Traten de que no les peguen en la cabeza, porque ahí vamos a tener problemas. En el resto del cuerpo lo podemos arreglar” Patria para nadie, Pablo Brum, pág. 379.

Amodio: El papanatismo aflora!!! ¡Como si alguien pudiera decidir en qué sitio va a ser herido! Seguramente Engler en el momento que pronunció esas palabras, si lo hizo realmente, quiso expresar, con algo de humor, su satisfacción por lo conseguido por el servicio de sanidad. Brum se lo ha tomado en serio.

Brum:  No hubo descanso para los Tupamaros. Otro golpe los alcanzó donde más dolía: en las percepciones públicas. El desertor Píriz no solamente le dio al SID información sobre los aspectos organizativos del MLN. También reveló el incidente respecto de Pascasio Báez.

Con esa información en la mano, los militares enviaron un destacamento a la estancia Spartacus y el 19 de junio desenterraron el cadáver del peón de campo asesinado. La noticia se difundió inmediatamente y no hubo manera de maquillarla. En previos casos de asesinatos, los tupas se habían valido de ciertas explicaciones: Dan Mitrione era un torturador imperialista; los policías o los soldados a los que se les disparaba por la espalda eran “represores”.

Sin embargo, los talentosos propagandistas del MLN nunca podrían explicar la muerte de Báez. La organización de los Robin Hood y los astutos guerrilleros románticos había mutado hasta transformarse en una que inmovilizó, atormentó y luego cruelmente “desapareció” a un hombre inocente. Cualquier simpatía que restara en la sociedad respecto al MLN fue completamente demolida.

Entre el 15 de abril y el 15 de noviembre de 1972 un total de 2873 tupamaros fueron capturados, como así lo fueron cientos de armas de fuego. Un total de 62 tupamaros fueron muertos y aproximadamente 844 escaparon a otros países antes de que la insurgencia fuera liquidada. Casi sin darse cuenta, las fuerzas conjuntas tenían la victoria en sus manos.

Los militares estaban determinados a hacer que su victoria fuera decisiva sacando de circulación a los líderes restantes del MLN. Con Eleuterio Fernández Huidobro, Jorge Manera, Héctor Amodio, Mauricio Rosencof, Alberto Candán, Mario Píriz, y otros ya fuera del cuadro, no quedaban demasiados.

Uno de los últimos “viejos” o “históricos” que quedaban libres era Julio Marenales, el cuarto miembro del ejecutivo. El duro escultor había decidido, junto con Sendic y Engler, permanecer en Montevideo y luchar hasta el final. Al igual que antes, era el más realista de los líderes: sabía que el grupo tenía: “Un armamento ridículo como para pensar en iniciar una guerra contra el Ejército”. Patria para nadie, Pablo Brum, págs. 381-382; 383.

Amodio: La descripción que hace Brum está tomada de la información oficial y responde a los datos reales.  El “efecto dominó” desatado tras el 14 de abril fue alimentado no solo por los efectos de la tortura. Lo fue por la pérdida de las estructuras internas, debilitadas desde la reunión del 15 de marzo, con el único fin de alejar de los puestos de Dirección a quienes habían tenido el atrevimiento de oponerse a los planes de Sendic y Huidobro.

Calificar de realista a Marenales revela el escaso valor de los juicios de Brum. Las palabras de Marenales: (El MLN tenía) “Un armamento ridículo como para pensar en iniciar una guerra contra el Ejército”, las dijo muchos años después, en el libro que le escribió Márquez Zacchino en 2010.

En 1972 fue un entusiasta lugarteniente de Sendic, impulsor de la guerra contra el ejército, usando granadas, a los ponchazos y desde las cloacas. El mismo Estefanell nos ha dicho que Sendic le dijo “Le vamos a tirar a todo lo verde, hasta a las cotorras”

Brum:  El MLN tenía amplios recursos para sacar a Marenales, a Sendic y a todos los demás fuera del país, para así continuar la guerra desde el exilio. Chile y Argentina contaban con organizaciones armadas amigas, que de hecho se habían inspirado en no poca medida en los propios Tupamaros. La rendición, sin embargo, jamás fue una opción para el escultor: “Si la organización se rinde yo me mato, me pego un tiro; entregarán mi cadáver pero yo no me rindo”. Patria para nadie, Pablo Brum, pág. 383.

Amodio:Otra vez tenemos la prueba de declaraciones grandilocuentes de Marenales, que luego la realidad ha desmentido. Sin embargo, según E Martínez Platero, Marenales integró el grupo de presos que en el Florida le montaron un teatrito para convencerlo de que estaban siendo torturados -ver Cantando las 40, de Tagliaferro, del 5/11/2007, preguntas 27 y 28- con el fin de que Sendic entrara al Florida a discutir su rendición.

En Alto el fuego, el periodista Ettore Pierri, puesto en libertad por el capitán Calcagno a condición de que colaborara con la Comisión de los Ilícitos Económicos, nos cuenta que para aceptar solicitó autorización a un dirigente preso. ¿Quién era ese dirigente tupamaro que autorizó a Pierri a colaborar con las FF.AA? Julio Marenales, el mismo de las declaraciones grandilocuentes

Brum:  El momento final de Julio Marenales como insurgente llegó el 27 de julio cuando se cruzó con una patrulla militar en Montevideo. Adentro del jeep estaba nada menos que Héctor Amodio Pérez, vestido con un uniforme del Ejército» Los dos hombres se reconocieron instantáneamente, con todo lo que ello implicaba. Marenales se preparó para el combate, listo para cumplir su promesa: “Empuñé la Walter [sic] P-38 y saqué una granada de las que le habíamos expropiado a la Marina. ¡Y no explotó! (...) Ellos sí tiraron sin cuidado ni miramientos. Lo concreto fue que una ráfaga me hirió en la pierna y en el omóplato. Fue increíble que una de las balas me inutilizara el arma”. Marenales sobrevivió y fue, como ya era normal en él, estoico respecto a lo ocurrido.

Estos incidentes se volvieron motivo de una rabia explosiva dentro del MLN. El relato pasó a ser que los Tupamaros fueron derrotados porque los traicionaron miserablemente desde adentro, especialmente por Amodio. Esta versión se difundió en las filas y pasó a ser para la mayoría de los tupas el único factor que explicaba su derrota.

De todos modos, en aquel entonces lo que importaba era que estaba saliendo a las calles con los militares (como él mismo reconoció), muy posiblemente para cazar tupamaros (lo cual negó). Patria para nadie, Pablo Brum, págs. 383-384.

Amodio:  Como ha reconocido Listre, todos los detenidos en algún momento salieron a la calle, vestidos como soldados, para señalar gente, cuyas declaraciones transcribo en mi libro Condenado, preso político en democracia. Por otra parte, cada vez que teníamos que salir, bien para prestar declaración ante un juzgado militar o para ser llevados de visita a casa de familiares, se nos ponía ropa militar.

Brum: La historia es conocida como las negociaciones del Batallón Florida, porque ocurrió en el cuartel de esa unidad en Montevideo. A mediados de 1972 algunos de los tupamaros más importantes estaban detenidos allí. Primero y sobre todo estaba Eleuterio Fernández Huidobro, quien cayó el 14 de abril. En junio y julio se le unieron otros, que incluían a Marenales, Manera, Amodio, Rey, Wassen, Zabalza, y muchos más. Tras los interrogatorios, cada uno permanecía en custodia y por lo tanto en interacción con sus carceleros.

La base del Florida era el principal centro de actividad de los esfuerzos militares contra el MLN. El oficial a cargo era el coronel Carlos Legnani. Este a su vez podía contar con el apoyo de una persona clave: su hermano, el ministro de Defensa Nacional Augusto Legnani. El ministro estaba viviendo en la base como precaución ante un posible intento de asesinato del MLN. Otra presencia frecuente era la del jefe de inteligencia Ramón Trabal.

Algunos jóvenes oficiales de la base Florida estaban interesados, cuando no intrigados, por este nuevo y aparentemente razonable conjunto de ideas. ¿Cuál era exactamente el problema con la idea de mejorar la situación de la sociedad? Como parte de esas charlas, algunos guerrilleros lograron convencer a los oficiales de los méritos de su causa y de cómo la sociedad capitalista estaba perdida.

Era una cuestión típicamente uruguaya: en un país tan homogéneo y pequeño, es común que fuertes rivales se comporten con moderación entre sí y que conversen tranquilamente sobre prácticamente cualquier tema. La base del Florida no era la excepción. En palabras de Armando Miraldi, del MLN, los oficiales del Ejército “comenzaron a darse cuenta de que nosotros no teníamos cuernos y cola”

El principal instigador de estas conversaciones fue Mauricio Rosencof, uno de los mejores oradores y escritores del MLN. En cierto punto, Rosencof logró hablar con los generales Esteban Cristi y Gregorio Álvarez, los máximos conductores de la campaña militar. Se llegó entonces a un acuerdo con ellos para tener una discusión más formal con los Tupamaros y considerar lo que tenían para decir. Patria para nadie, Pablo Brum, pág. 389; 390-391.

Amodio: Esto es totalmente falso. Como en tantas otras ocasiones, Rosencof trata de atribuirse “méritos” que no tuvo. El que propuso las negociaciones fue Wassen, a tal punto que aceptadas las negociaciones por los mandos militares, Legnani quería enviar como “negociador” al mismo Wassen, y fui yo quien lo convenció para enviar a Huidobro.

Brum:  La primera negociación tuvo lugar en la madrugada del 26 de junio. En aquella ocasión hablaron con sus contrapartes militares Eleuterio Fernández, el ingeniero Jorge Manera y Rosencof. Cada uno llevaba algo distinto a la mesa: Manera se concentraba en detener el uso de la tortura contra los Tupamaros. Rosencof y Fernández avizoraban algo más amplio: una oportunidad sin precedentes de dar vuelta la derrota de la “orga”. Después de todo, Álvarez y Trabal parecían personal e ideológicamente receptivos a buena parte del lenguaje de los Tupamaros. Patria para nadie, Pablo Brum, pág. 391.

Amodio:Esto tampoco es verdad. Quienes se reunieron con los mandos fueron Manera, Rosencof, Wassen, Huidobro y Alicia Rey. Estos antes se habían reunido entre sí para ajustar los términos de la conversación.

Brum: Para el MLN esta era la última oportunidad de imponer su visión política en el país, y por si fuera poco a través del vector más poderoso imaginable. En los días del Coordinador y la propaganda armada no podrían ni haber soñado con semejante posibilidad. Patria para nadie, Pablo Brum, pág. 391.

Amodio: Tampoco es verdad. La última oportunidad será tras la detención de Sendic, cuando mediante las comisiones de los ilícitos se pensaba formar un gobierno de concertación y hasta la posibilidad de que un sector militar diera un golpe bueno, a la peruana, aunque algunos militares hablaran de “nasserismo”, término abandonado rápidamente.


Comunicate