24.FEB.20 | Posta Porteña 2090

CHILE : NOTAS SOBRE LA REVOLUCIÓN QUE COMIENZA

Por YaNohayVueltaAtrás

 

Ya no hay vuelta atrás N°2

Boletín de reflexiones en torno a la revuelta – febrero 2020

1. La lucha de clases, esto es, la manifestación de intereses antagónicos dentro de la sociedad, nunca deja de existir ni de horadar las bases de este sistema de muerte, por más empeño que pongan en enterrarla o disimularla ideólogos de toda ralea o las castas gobernantes de turno. Una multitud de conflictos, que oponen los intereses vitales de la humanidad explotada a los de la clase capitalista, surgen constante y espontáneamente por doquier. Sin embargo, hay periodos en los que estos estallan con inusitada intensidad, dejando entrever su auténtico contenido de clase, tras años en los que este último parecía haberse diluido en decenas categorías e identidades sociologescas y parceladas.

2. Por espontaneidad no entendemos que el movimiento que niega al Estado/ Capital surja de la nada, ni que carezca de conciencia o de una organización determinada, sino por el contrario, que se levanta desde el seno de la sociedad actual, sin necesidad, y más bien a pesar y en contra de pretendidos líderes, caudillos o partidos políticos que, tal como pregonaron y pregonan diversas sectas socialdemócratas, le inyectarían “desde fuera” la conciencia “socialista”, para “conducirlo” hacia un horizonte fijado ideológicamente.

3. En Chile, esta proliferación de conflictos sociales, si bien durante ciertos periodos incrementaba notoriamente su frecuencia y fuerza, no cuajaba en un movimiento que tuviera características insurreccionales. Estallidos comenzados por protestas estudiantiles (2001, 2005- 6, 2011) fueron las experiencias más parecidas a lo que vimos el pasado 18 de octubre. Jornadas extensas y masivas de protestas, que incluían la paralización de actividades y toma de recintos educativos (universidades y liceos, principalmente), lograban generar simpatía y solidaridad en el resto de la clase, pero sin trascender las fronteras sectoriales ni superar las conducciones burocráticas (principalmente la CONFECH en el contexto estudiantil, y la CUT en el terreno sindical tradicional). Aun así, es el proletariado adolescente y juvenil -fundamentalmente los estudiantes secundarios- quien se muestra menos fácil de domesticar, trascendiendo además sus propios límites en tanto que “juventud”, como parcela artificialmente separada de la clase

4. Precisamente el 2019, partiendo por el rechazo puntual a estrategias legales que endurecían la represión a este sector del proletariado, tanto por la ley Aula Segura como por la propuesta de control de identidad a menores de edad por parte de la policía, fue creciendo en intensidad la combatividad estudiantil, lo que llevó a que a mitad de año se dieran enfrentamientos diarios con la represión policial en el Instituto Nacional, en el centro mismo de la capital, dejando varios registros de brutalidad policíaca y su correspondiente respuesta juvenil. La lucha, lejos de amainar, comenzó a extenderse, contagió de rabia y decisión a toda una clase que muchas daban por muerta o definitivamente derrotada

5. El proletariado, fuertemente animado además por el movimiento gestado en Ecuador unas semanas antes contra una serie de medidas gubernamentales que encarecían la vida en general, explota aquel histórico viernes 18, luego de una semana de evasiones masivas en el metro comenzadas por los estudiantes secundarios.

6. La bola de nieve no se detuvo y se transformó con una velocidad sorprendente en una gigantesca avalancha. Al día siguiente, todas las ciudades del país ven llenarse sus calles de furibundos manifestantes, que solidarizan con sus hermanos capitalinos pero, al mismo tiempo, demuestran que el alza del pasaje fue solo la chispa que desató este impresionante incendio. “No son 30 pesos, son 30 años”, “¡Chile despertó!”, “¡Hasta que vivir valga la pena!”, son algunas de las más socorridas consignas que se agitan en las jornadas de revuelta, evidenciando el rechazo general a toda la miseria que produce el Capital.

“Entonces sí, el 18 de octubre fue el proletariado el que removió el espeso humo de la sociedad capitalista. Lejos del discurso de una supuesta transversalidad que nos uniría como “chilenos”, “ciudadanos”, o supuestas “minorías” aglutinadas en función precisamente de su fragmentación, el movimiento generado a partir del estallido expresa un contenido claramente proletario, y de rechazo explícito al Capital”

7. ¿Es una revuelta proletaria? Para muchas, hablar de “proletariado” puede sonar a añejo o doctrinario. Y no hay pocas razones para así considerarlo: lamentablemente, quienes solían y suelen (cada vez menos, en cualquier caso) utilizar estas palabras en su lenguaje político, son sectas derivadas de la socialdemocracia, o sus variantes equivalentes en el anarquismo oficial, que reducen la teoría revolucionaria y sus conceptos a esquemas rígidos, dogmáticos e inservibles. Pero aquí no se trata de dar definiciones pulcras, sino de comprender los elementos básicos y esenciales que nos permiten explicar nuestro momento histórico. El proletariado lo componemos la inmensa masa humana que debe vender su esfuerzo físico y mental a la clase capitalista, para obtener a cambio lo mínimo que le permita reproducirse como mano de obra y dinamizar el consumo de mercancías. Somos la clase social que hace andar los engranajes productivos de la economía capitalista, pero que no posee ni controla los medios de producción. Pero a la vez, el proletariado solo existe cuando toma conciencia de su condición y lucha por su liberación, esto es, su autoabolición, a través del ataque a las relaciones sociales e instituciones que lo mantienen dominado y la afirmación de sus intereses verdaderamente humanos, no definidos ni mediados por las necesidades mercantiles.

8. Entonces sí, el 18 de octubre fue el proletariado el que removió el espeso humo de la sociedad capitalista. Lejos del discurso de una supuesta transversalidad que nos uniría como “chilenos”, “ciudadanos”, o supuestas “minorías” aglutinadas en función precisamente de su fragmentación, el movimiento generado a partir del estallido expresa un contenido claramente proletario, y de rechazo explícito al Capital. Afirmar esto, por otra parte, no tiene nada que ver con promover una lectura esquemática y reduccionista del conflicto. Hay relaciones sociales de dominación que vertebran y generan otras formas de explotación, y el enfrentamiento radical e integral contra el Capital requiere de un ataque simultáneo y efectivo a todas ellas, pues es ese entramado el que sustenta la miseria actual. Es imposible disociar al Estado del Capital y de las relaciones patriarcales que permiten la subsistencia de esta sociedad basada en la explotación.

9. En pocas semanas, este movimiento explosivo de rechazo generalizado ha ido cambiando y madurando. De una inicial rabia lúcidamente dirigida contra la infraestructura estatal y capitalista, incluyendo saqueos de centros comerciales como las grandes cadenas de farmacias, supermercados tiendas del retail, e instituciones estatales profundamente despreciadas, como el Compin (encargado de pagar las licencias médicas), varias municipalidades, plazas de peaje, monumentos y estatuas que rinden homenaje a héroes de la burguesía y el saqueo colonial, etc., se pasó rápidamente a la conformación de organismos autónomos en los territorios, las Asambleas Territoriales, que coordinaban diversos aspectos de la lucha social a ese nivel, experiencias que aún siguen expandiéndose, coordinándose y fortaleciéndose. Además, las formas de protesta callejera también van desarrollándose para poder hacer frente a una cada vez más desquiciada policía, destacando la organización de los equipos de primeros auxilios, que prestan una ayuda vital en el foco mismo de los enfrentamientos con la represión. En el mismo contexto de la revuelta, brotan también experiencias de luchas más específicas que se ven notoriamente potenciadas, como la denuncia del saqueo de las aguas perpetrado por diversos tipos de industrias, o el boicot masivo al proceso de rendición de la Prueba de Selección Universitaria, que tras años de ser blanco de las críticas principalmente del movimiento estudiantil secundario, por fin este 2020 recibe su golpe de gracia, sin antes recibir esta acción la condena infame de todo el Partido del Orden, de derecha a izquierda.

10. Con todo, existen una serie de obstáculos y límites contra los que choca nuestro movimiento, y que precisamente se relacionan con la falta de claridad de su contenido de clase, y de la forma en que este se expresa.

11. El discurso nacionalista, el necesario rechazo a la política que se confunde a veces con el desprecio a la teoría revolucionaria y a nuestra historia de combates como clase y, sobre todo, la falta de crítica a la democracia, que lleva a muchos a celebrar el plebiscito del 26 de abril pactado por el Partido del Orden para poner paños fríos al movimiento, constituyen flancos que terminarán por debilitarnos y derrotarnos si no los enfrentamos explícita y concretamente.

12. Esta debilitación y derrota pasa precisamente por separar a los sectores que aún creen en estas vías estatales y democráticas del resto del movimiento que se negará a dejar las calles. El Estado no ejercerá una masacre de mayores proporciones sino hasta que el movimiento se encuentre efectivamente fraccionado por la defensa de las “conquistas” administrativas de los primeros y la necesidad de mantener la revuelta de los segundos; cuando se ponga en verdadero entredicho el propio “desarrollo económico del país” del que se acoge el Partido del Orden.

13. El 18 de octubre se infligió sobre la normalidad capitalista una herida tal que difícilmente pueda cicatrizar del todo. De una imponente revuelta inicial, pasamos hoy por un momento que parece irreversible, con el orden social profundamente trastocado, que vislumbra el advenimiento de un proceso revolucionario propiamente tal. Pero no nos engañemos, la crisis y derrota del Capital corresponderá siempre finalmente a la lucha de nosotros mismos por emanciparnos total y definitivamente de nuestra condición de explotados.

14. Por tanto, depende de nosotros, como clase explotada, como clase proletaria, el ir más allá de los tétricos horizontes fijados por la sociedad capitalista y construir una comunidad humana solidaria y libre de toda explotación.

El Proletariado Juvenil Se Niega a Ser Domesticado

A partir del estallido de la revuelta que sacudió este territorio el 18 de octubre del año pasado, y que aún continúa remeciéndolo esporádicamente hasta el día de hoy, se ha vuelto innegable que lo que desató la parálisis de gran parte de la infraestructura de la normalidad capitalista fue el despliegue de una violencia masiva e inusitada; violencia que ha desplegado nuestra clase en su conjunto. No obstante, si bien ha sido nuestra clase la que desbordó las calles, se enfrentó a la policía y desbarató los mecanismos que permitían el funcionamiento ininterrumpido de nuestra servidumbre cotidiana, es incuestionable el papel clave que ha tenido el proletariado juvenil tanto en el desarrollo de la revuelta como en el preámbulo de ésta.

La ideología dominante nos dice que la rebeldía es una reacción propia de la juventud contra el orden de los adultos, etapa a la que le seguiría la pasividad y resignación de la supuesta madurez propia de la adultez, de manera que es popularmente conocida la supuesta relación entre juventud y rebeldía. Sin embargo, la verdad es que, de una manera que escapa a la comprensión burguesa del mundo y de la sociedad, esta vieja premisa es particularmente cierta para la juventud de nuestra época.

Y es que, para dinamizar su existencia a través del tiempo y perpetuar su reproducción, el Capital ha acabado con varias de las antiguas condiciones materiales que posibilitaban a los explotados de 15 o 30 años atrás formarse como fuerza de trabajo e integrarse con cierto éxito en el mercado laboral y, en base a ello, solventar materialmente su existencia. En otras palabras, hoy el Capital es incapaz de proveer a su fuerza de trabajo más joven de las mismas condiciones que aseguraron a generaciones anteriores un mínimo de estabilidad en la cual asentarse (1)

Esto se traduce en trabajos cada vez más precarios e inestables para el proletariado en general, pero especialmente para los jóvenes; en millones de jóvenes profesionales incapaces de vender su fuerza de trabajo especializada y obligadas a trabajar en cualquier cosa; en que la única manera en que los jóvenes pueden asegurarse un techo es cohabitando con otros en condiciones similares a las suyas, pues ni sus ingresos ni el costo del hábitat les permitiría vivir ni mínimamente parecido a como lo hacían sus padres a su edad. Con distintos matices y particularidades, las condiciones que antes servían de justificación para la existencia de la explotación capitalista, pues ésta proveía el confort y el sustento para quienes se integrarán en ella, se esfuman por todo el globo. Sumado a esto, el cada vez más evidente y progresivo deterioro de la biosfera -producto de la misma devastación capitalista-, no podría sino acrecentar entre los jóvenes la perspectiva de que no hay un futuro posible para ellos

Esta precarización progresiva de las condiciones vitales de los proletarios más jóvenes se evidencia tanto más brutalmente en países como Chile. Si a la condición de precariedad que caracteriza a las familias proletarias de las generaciones anteriores de esta región le sumamos la precarización creciente a la que se ven enfrentados sus jóvenes, cualquier perspectiva de un porvenir en estas mismas condiciones se hace humo. Siendo así, a la farsa burguesa del porvenir y su ideología del esfuerzo y la recompensa al sacrificio, que querría hacer de la juventud el combustible con el que seguir dinamizando la decadente máquina capitalista, la juventud proletaria responde con un saludable e intransigente rechazo.

Para quienes ponemos atención a la dinámica de la reproducción capitalista y la lucha de clases ligada a ésta, este rechazo en bloque a las condiciones existentes ya se entreveía en la multiplicidad de prácticas difusas que la juventud de esta región viene manifestando desde hace varios años. Pero, precisando en el tema que nos concierne aquí, fue en los liceos donde este rechazo intransigente prefiguró, mejor que en otros lugares, la ruptura que se avecinaba contra la normalidad y que barrería con la cotidianeidad tal como hasta entonces la conocíamos. Con anterioridad al estallido este rechazo se manifestaba desde hace tiempo en la violencia disruptiva y antipolicial en la que cientos de jóvenes se organizaban para salir a las calles, cortar el tránsito y enfrentar a la policía con demandas difusas o, más bien, sin ninguna demanda en particular salvo la propia subversión del orden existente.

Aun cuando el discurso de la burguesía apuntase a que no eran afectados directamente por el alza del transporte, fue la juventud de esos mismos liceos quien comenzó a organizarse para adoptar la única actitud lúcida frente a la profundización de la miseria y precarización a la que el Capital local nos somete a diario. Estos jóvenes, dotados de la lucidez y el coraje que ya habían adquirido luchando, ya fuese organizándose para enfrentarse a la policía o en la acción espontánea que supone resistir todos juntos la entrada de los pacos a sus liceos; reencontrados gracias a esta lucha con su sentido comunitario y la constatación de su propia potencia, sintiéndose capaces de todo, deciden organizarse para hacer concreto aquello que el sentido común mayoritario solo podía hacer en la imaginación: la evasión masiva del pago del pasaje del transporte público más complejo y securitizado de Santiago, y que millones de personas están obligadas a pagar a diario. Solo algunos días después, el reconocimiento de aquella misma potencia y sentido comunitario se irradiaría a toda la clase.

Aquella consciencia que los arraigados a las viejas tradiciones de izquierdas echaban tan en falta, de pronto se manifestó por todas partes con una irrupción violenta que trajo de vuelta a la escena a quien nunca se fue realmente, pues su existencia perdurará mientras exista la sociedad de clases, a la clase heredera de la explotación de todas las épocas: el proletariado y su juventud. Y, si bien es cierto que fue la iniciativa de los secundarios la que encendió la mecha que solo unos días después detonaría la normalidad capitalista, la juventud que ha protagonizado la revuelta es inmensamente más amplia que el mero estudiantado, secundarios y universitarios incluidos. Más bien, se ha tratado del amplio espectro de juventudes que mencionábamos al principio: todos los más jóvenes de entre el proletariado, para quienes no hay porvenir ni certezas bajo estas condiciones de existencia.

Esta consciencia demostró estar más presente que nunca en el estallido de la revuelta: de pronto, los actos de la juventud parecían evidenciar que ésta había entendido desde siempre que este orden de cosas no merece sino su desprecio; que la policía no está para protegernos, sino que nos protegemos entre todos cuando actuamos contra ésta; que el transporte público no existe para facilitarnos la vida sino que forma parte del engranaje que nos sume en la inercia y la servidumbre; que no hay nada de honrado en pagar por las mercancías que nos ofrece el consumo permitido, sino que recuperamos parte de lo que nos roban cotidianamente cuando la saqueamos; que el progreso del que nos hablan no es para nosotros, sino que es el progreso del capital a costa nuestra; que la solidaridad, que hasta hace poco nos era desconocida en la práctica, nos permite la apropiación colectiva de un mundo que nos era ajeno, y nos evidencia ahora que cualquier cosa es posible cuando actuamos juntos.

Así, la megamáquina que se nos presentó desde siempre como la garante de nuestra supervivencia y porvenir, permanentemente recreada por los anuncios de la televisión y el internet, pareció ser a los ojos de todos aquella estafa a la que habíamos estado sometidas de mala gana y con la que habríamos roto desde mucho antes si tan solo hubiésemos recibido el empujón que necesitábamos.

La acción espontánea, a veces tan vilipendiada, demostró que aquello que, al parecer, no comprendíamos conscientemente del todo estuvo siempre ahí, de manera latente, como una intuición, y que solo se necesitaba de las condiciones prácticas que propicia una revuelta de esta envergadura para sacarlas a flote. Pues aquella consciencia no es meramente teórica ni se inserta desde afuera, sino que ha surge de la práctica misma de la lucha. Ninguno de nosotros habría previsto la magnitud de este rechazo de no haber presenciado la masividad de la lucha callejera, de los saqueos, de los símbolos del poder vandalizados, etc., ni habría constatado el potencial comunitario que vive en nosotros de no haber experimentado su surgir precisamente a partir de estas acciones, llevadas a cabo en su mayoría por la juventud proletaria. Lo que vino después, como la necesidad de organización, la propaganda, las asambleas territoriales, etc., surgió luego de esta primera constatación.

“Es en su particularidad práctica que la violencia cobra sentido, ya sea defendiendo una manifestación o evidenciando a través de actos el rechazo hacia la dominación social. Y es desde esta perspectiva, en su dimensión práctica, que la violencia debe sopesarse.”

Estas conclusiones no pretenden sustituir en ningún caso a lo que la juventud proletaria pudiese decir por sí misma sobre sus acciones, ya que éstas han sido lo suficientemente elocuentes al explicitar en actos su contenido. Y es que las revoluciones y revueltas siempre son una clarificación en actos de los problemas y contradicciones previamente existentes de las sociedades contra las cuales emergen. Con respecto a las conclusiones que extraigan de esto el Capital y sus agentes, dejemos que los economistas lloren sus millones perdidos, los urbanistas por sus paisajes inhabitables destruidos, dejemos que los pensadores a sueldo busquen las razones aparentes de lo que les parece el absurdo de la revuelta, que los conservadores de todo tipo sufran por sus iglesias y templos que ahora sí iluminan; la burguesía y sus lacayos armados poco a poco están comprendiendo la principal razón que tienen para temernos: hemos tomado consciencia de que somos la fuerza que mueve esta sociedad y que, por tanto, somos su peligro mortal

Por nuestra parte, creemos que el papel de una publicación como ésta no es solo darles la razón a los rebeldes, sino que también contribuir a clarificar sus razones; dilucidar teóricamente la verdad ya contenida en su actividad práctica. Es en su particularidad práctica que la violencia cobra sentido, ya sea defendiendo una manifestación o evidenciando a través de actos el rechazo hacia la dominación social. Y es desde esta perspectiva, en su dimensión práctica, que la violencia debe sopesarse.

No hace falta hacer apología de la violencia para admitir que gran parte de esto, que de pronto pareció ser evidente, fue gracias a los destellos de la violencia juvenil y proletaria que parecieron iluminar aquello que desde hace mucho parecíamos intuir como parte del problema. Así, la resignación solo necesitó de una chispa para transformar ese desprecio pasivo en una ofensiva abierta contra la violencia que nos imponen y que, de ahora en adelante, les devolvemos a sus caras

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1 Esto se debe, en gran medida, a que las constantes revoluciones tecnológicas que desarrolla el capital, en su búsqueda incesante de apropiarse del trabajo humano y convertirlo en ganancia, ha terminado por crear un número cada vez mayor de seres humanos “excedentes”. Es decir, seres humanos que no son necesarios para el capital y que, de hecho, le estorban.


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