09.MAY.20 | Posta Porteña 2110

POSTALINAS

Por posta

 

“Lamentablemente, el saldo de su cuenta no le permite realizar llam…”

 

Ayer, 6 de mayo, viendo que mi saldo se achicaba, que estaba en unos 40 pesos, fui a reponer el crédito. Vivo en Piriápolis, fui a la oficina de ANTEL. Me informaron de dos cosas: que no atienden si no es mediante pedido de audiencia previo y que no tienen caja. Que tengo que pagar vía ABITAB.

Le expliqué a quien me atendía que era mi teléfono de los llamados “con tarjeta”, que se me acredita para usar un código a discar antes del número telefónico.

Me dijeron que sí, que ese pago, también en ABITAB.

En ABITAB, luego de unos cuantos minutos de espera a la intemperie, a metros de la rambla y el viento cruel, porque ni con barbijo puede haber cola dentro del local, la cajera no reconoce lo que le pido: pagar sin factura. Le explico buenamente el régimen de mi teléfono, abonado, sí, pero para internet; que para llamadas necesito disponer de dinero en cuenta. Teléfono de tarjeta que le llaman (una especie en extinción porque solo rigen los que estaban; no se aprueban nuevos; por eso en ABITAB “ni noticias”. Hasta que otro cajero le da una pista, una guía,  no sé bien, y la joven me toma el número de mi teléfono fijo y me cobra los 300 pesos que le había solicitado. Me da dos recibos porque se ve que los pagos máximos de ese tipo son de 200.

Cuando voy a llamar, la cinta grabada te da plazo de vigencia y monto disponible y oigo el mismo “montito” que antes de pagar. Es lo que pasa cuando te atiende un mostrador de cobro-todo, que nada sabe, por ejemplo, de atender cobros telefónicos que conocen las empresas de telefónicas (al menos teóricamente).

Y empieza una vía crucis, cuyos tramos me veo imposibilitado de reproducir paso a paso: en el sitio-e de ANTEL te ofrecen servicios para comprar, pero no existe nada, al menos accesible para profanos, como asesoramiento o guía o trámites ante dificultades “inesperadas”

Tanteando en los diferentes teléfonos ofrecidos, donde vez a vez planteo lo que me está pasando–y registrando que mi exiguo saldo se desvanece– un atendedor me dice que lo mío está bien acreditado y que lo verifique en asterisco 77. Le pido que me repita tan peregrino número y me lo repite, inconfundible; asterisco 77.

Llamo y es equivocado

Vuelvo entonces a la oficina de ANTEL. Sin audiencia previa, el joven cancerbero no sabe sino señalar con el dedo el número telefónico. Le aclaro que estuve ayer, que tengo más de ochenta años, que no vivo cerca. Nones. Reclamo hablar con el gerente (el local es enorme, aunque ahora esté vacío a diferencia del populoso ABITAB). Me dice que no hay gerente. –Entonces con el encargado del local, insisto. El tipo aplica la neurona que tiene al lado del dedo indicador y va por a por él o ella, como dicen los gaitas. Viene una voz humana. La encargada me pregunta una vez más, si no me gasté los 300 durante la noche. Pregunta estúpida, si cabe, y fácilmente verificable. Le reitero que no usé el teléfono luego del pago de ayer y que empecé a llamar hoy de mañana con el saldo todavía pequeño, ahora empequeñecido…

En lugar de hacer lo que corresponde, averiguar dónde está mi dinero, la encargada me indica que llame al 121 desde mi menguado teléfono, en casa, es decir lejos de la oficina, lejos de ella. Y eso no es COVID 19…

Lo dice cordialmente, como corresponde a un buen burócrata que no goza con el dolor ajeno, pero que no se hace cargo de la peripecia que le ha caído al desgraciado, no por sus faltas sino por algún punto ciego dentro de ANTEL, es decir de un asunto de ANTEL: lo que se llama burocracia.

Cuando llamo una vez más a ANTEL, ahora al 121, me quedan 8 pesos. Cuando finalmente aparece una voz humana, luego de las consabidas y muy corteses frases reclamando comprensión por la pandemia (como antes era “para mejorar los servicios”), le comento que no sé cuánto me quedará de saldo puesto que las cintas grabadas, que funcionan tan generosamente, se deben a haber llevado la mayor parte. Me aclara que de ningún modo, porque esa llamada es sin cargo.

Me quedo más tranquilo. Porque creo, sigo creyendo, sigo siendo, pese a todo, un crédulo.

Me hace deletrear el código de ABITAB al pie; verifica que está bien pagado, al teléfono correcto, qué fantástico, todo bien… y se corta. Cuando repito las cifras de mi código para volver a llamar la cinta grabada me aclara que ahora tengo 0,80 centésimos que no me alcanzan para llamar.

Así verifico que no solo asterisco 77 es una chantada, sino que el carácter gratuito de la llamada al 121 es también una falacia.

Y después, latinos de corazón, hablamos de la frialdad de la burocracia rusa o de alemanes cuadriculados…

Coda que confirma que no es asunto de personas  –agradezco muchísimo a Yara, a J. Núñez, entre otros–  sino de burocracia, una entidad que se alimenta a sí misma: en la oficina de ANTEL me inician el reclamo ante ABITAB y me invitan a pagar (otra vez), en la caja.

Doy mi número de teléfono y la cajera entonces me dice que me abre una nueva tarjeta. Le digo que no, que tengo la mía; -¿Acaso no está vencida? No, le respondo, le quedan 0,80 centésimos. Me pide el número, le doy el número de acceso, me aclara que ése no, que quiere el número de la tarjeta (aclaro que lo tarjeta es sólo el nombre; se trata de un papelucho de cinta de máquina que se deshace con el manoseo)… le pregunto si por acaso el que me habilita a hablar no le permite acceder a ese otro. Me contesta categóricamente que no.

Es un número burocrático, es decir, etimológicamente, gobierna desde el escritorio: no está hecho para atender a los clientes, a la sociedad, al pueblo. Elija usted el ausente destinatario: la tarjetita tiene una santísima trinidad, numérica.

Desde el Cerro del Indio el 068

 

Sobre La Histeria Interminable

ver (aqui)

Es cierto todo lo que describe. Qué deplorable la ignorancia que propicia la enajenación y sostiene a la sarta de mamarrachos asquerosos gobernando

 Socorro


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