09.MAY.20 | Posta Porteña 2110

La Cultura de lo Común

Por R.M./PeriódicoAnarquía

 

En el llamado capitalismo industrial, más menos desde el siglo XVIII, el proletariado se encontraba unido, imbricado y se reconocía en algunos intereses comunes.

La cultura “de abajo” y obrera construía sus propias imágenes a veces reaccionando, a veces imitando, pero creando, en definitiva, mundos propios. El imaginario social y el imaginario revolucionario tenían muchos puntos en común en donde las clases bajas se reconocían. El hecho de compartir encierro, trabajar horas y horas en fábricas y talleres, compartir momentos de ocio en bares, esquinas, centros sociales y los mismos barrios, creaba lazos significativos y reconocimientos recíprocos.

Montevideo tuvo una “cultura de abajo” avasallante, particular, creativa, y siempre en relación tensional con un arriba acostumbrado a ejercer la represión y la recuperación. Pocos territorios en el mundo tuvieron además una cultura popular tan marcada por lo libertario.

La cultura propia, surgida del encierro del capitalismo industrial y la resistencia de aquellos que tras mismos padecimientos se amuchaban, generaba una igualación en el hondo bajo fondo que hacía más comprensibles los intereses comunes.

Aquellos unidos, más que sólo embrutecidos, en la tortura del laburo, en los espacios de resistencia y en el ocio, debieron ser fuertemente golpeados una y otra vez para ser doblegadas. La historia muestra a nuestro territorio poblado de huelgas, sabotajes, encarcelamientos y reales fiestas revolucionarias, pero también de represiones filosas. La cultura de los oprimidos dejó una huella profunda que expresa todas esas cosas. El Estado necesitó instalar un poderoso dispositivo de captación y recuperación económico, social y cultural para derrotar la cólera del pobrerío. Nacionalismo, represión y mercado terminaron uniendo los esfuerzos de derechistas y progresistas para imponer el orden social actual.

El desarme de lo cultural en el capitalismo financiero

Y llegaron los consumidores. Luego de la derrota de la huelga general en el ’73 y la dictadura cívico-militar que le siguió, de a poco fue construyéndose un nuevo escenario. El pacto para la democracia liberal y el mercado allanaron el camino para el capitalismo y fue desvaneciéndose el imaginario revolucionario que quedaba. El progresismo dio una estocada (casi) final al mezclar luego trasformación social con mercado y socialismo con nacionalismo.

La cultura de lo común, de lo que tenemos en común, fue sustituyéndose por la nueva cosa compartida: las relaciones mercantiles. Lo que igualaba a las personas ahora en los barrios ya no era los lugares de trabajo, ocio y mucho menos las imágenes de transformación social sino el mercado. El ataque estatal contra lo comunitario significó retejer las relaciones sociales, pero esta vez, a través de vínculos basados en el lucro. Los amigos comenzaron a venderse las cosas en vez de intercambiar o regalar. Lo comunitario puede asociarse a un montón de cosas feas también pero esencialmente se caracteriza por un reconocimiento del/a otra como un semejante. O sea, es un buen principio.

La recreación de lo social y su vínculo con un nuevo imaginario social

Problematicemos un poco ya que soluciones terminadas, por suerte, no tenemos. Indudablemente aquel imaginario social revolucionario de antaño se ha debilitado muchísimo. Compañero era el/la que laburaba contigo y también el/la que compartía espacios de lucha. “Señores son los burgueses” decían siempre los viejos militantes. Pero el capitalismo cambió y logró que se le dijera señor o señora a todos. La ilusión de elevación e igualación social fue un arma poderosa para los patrones. Las personas comenzaron a identificarse mucho más con los capitalistas que con sus vecinas o compas de laburo.


  Re-crear lo social y el imaginario revolucionario, más allá de ser una necesidad -el mundo se está cayendo a pedazos ecológica, social y culturalmente- es un desafío.

Los capitalistas “tienen los diarios, el cine y la radio” decía una vieja canción revolucionaria, tienen internet en sus manos también, podríamos agregar. Podríamos, por ende, tener una visión derrotista si no fuera que creemos en la voluntad de las personas. Recrear lo social en tiempos de fragmentación y autoexplotación, ahora que hablan de “nueva normalidad”, no será fácil.

El primer aspecto es superar el tradicionalismo de izquierda. No volverá la industria, el capitalismo de servicios con el teletrabajo y la automatización redujo sustancialmente los lugares de rejunte para la producción. No volverá y no tiene que volver la industrialización, sobran argumentos ecológicos, energéticos y sociales al respecto. Un nuevo imaginario que contemple una economía social, recíproca, ecológica y placentera deberá enfrentarse a los fantasmas del orden instituido como el progreso ilimitado y el emprendeurismo. Además deberá recolocar el significado profundo y potente del hacer en común, por y con los demás, enfrentando al atomismo capitalista.

La hipótesis de lo común a través del conflicto

No volverá el pasado, por suerte, y no parece estar surgiendo una cultura de lo común en una sociedad deprimida, atomizada y competitiva. Pero si se mira, el 2019 dio una cachetada a los pesimistas, Líbano, Irak, Francia, Argelia, Haití, Nicaragua, Hong Kong, Colombia o Chile se levantaron en tiempos de supuesta apatía generalizada. Ninguna fuerza policíaca pudo destruir ni a los chalecos amarillos franceses ni a los rebeldes chilenos. Lo que genera juntadera, lo que promueve una visión de lo común no está determinado de antemano. La revuelta produce el juntarse y entonces reconocerse. Un paréntesis le es puesto a la realidad para poder volver a entenderse con los otros. Si la pandemia detuvo un rato también a algunos sectores de la producción lo hizo bajo una separación y atomización social que impide el “paréntesis reflexivo”

Tenemos que reencontrarnos sí, pero en lucha contra el orden instituido. Tenemos que reconstruir espacios en común pero tomando en cuenta los poderosos medios de subjetivación que tiene el capital. La comunidad y sus espacios deben ser de lucha. Los espacios, las grietas que se abren deben buscar la autoorganización y arremeter contra lo instituido. Serán menos estables los espacios en comparación a los de antaño y deberán ser más creativos y dinámicos, además. El juego de la subversión tendrá que contar con la dialéctica de la autoorganización y el ataque directo contra el mundo del capital.

La lucha puede generar espacios comunes y potenciar un imaginario revolucionario posible. La acción abre espacios e impulsa imaginaciones refractarias desobedeciendo el “sentido común”. Si bien abrir espacios concretos de intervención es necesario, más es dotarlos de proyección, y aún más, comprender sus limitaciones.

Hoy muchos sectores luchan por la normalidad capitalista y su nueva vuelta de rosca, la “nueva normalidad” capitalista. El PIT CNT, los empresarios y el gobierno se han unido en defensa del mundo de la explotación y el mercado, ninguno propone detener lo que produjo la pandemia, ninguno propone detener la destrucción de las especies y la vida humana. Una cultura de lo común, unos signos y prácticas de lo de todos, que tome en cuenta a los demás no para soportarlos sino para ser mejores debe reinventarse en la lucha.


 Sobrevivamos y de paso seamos orgullosamente libres. El capitalismo es el virus.

R.M.

Periódico Anarquía 6 mayo 2020 Montevideo


Comunicate