31.MAY.20 | PostaPorteña 2117

DINERO QUE INCUBA DINERO

Por Barbaria

 

grupo Barbaria  mayo de 2020

(comenzamos  en distintas entregas la publicación de este último trabajo de estos compañeros, posta)

A modo de prólogo

Te han enseñado a verlo todo en concepto de buenos y malos, pero esto que estamos haciendo nosotros sí te parece bien si lo hace otra gente.

En el año 2011 el Banco Central Europeo creó de la nada 171.000 millones de euros. ¡De la nada! Igual que estamos haciendo nosotros, sólo que a lo grande. 185.000 en el 2012. 145.000 millones de euros en el 2013. ¿Sabes a dónde fue a parar todo ese dinero? A los bancos. Directamente de la fábrica a los más ricos.

¿Dijo alguien que el Banco Central Europeo fuera un ladrón? No. Inyección de liquidez, lo llamaron, y se lo sacaron de la nada, Raquel. ¡De la nada! ¿Qué es esto? Esto no es nada, Raquel. Esto es papel. ¡Es papel! ¿Lo ves? Es papel. Yo estoy haciendo una inyección de liquidez, pero no a la banca. La estoy haciendo aquí, en la economía real de este grupo de desgraciados que es lo que somos, Raquel.

La casa de papel

Temporada 2, episodio 6

No sabemos si perturba o no su sueño, pero la burguesía lleva décadas manteniendo vivo el capitalismo a base de imprimir deuda. Casi se puede decir que esa ha sido su actividad principal. Emitir enormes masas de dinero crediticio, dinero sin una base real de valor, para sortear la crisis de liquidez, estimular la economía, cerrar los ojos y confiar en que todo irá mejor en el futuro. Pero en el futuro las cosas sólo empeoran.

Con la crisis que ha detonado el COVID-19 los burgueses empiezan a encajar algunas piezas del puzle. Si no hubo una verdadera recuperación económica tras la anterior crisis, quizás tampoco la haya en esta. Si las condiciones que provocaron el coronavirus no van a cambiar, quizás tampoco sea ésta la última pandemia. Quizás la miseria que se agranda a cada crisis vaya a desembocar pronto en fuertes luchas sociales.

Quizás las medidas extraordinarias que se tomaron para paliar la crisis de 2008 se están volviendo un poco más ordinarias, por eso aquellos que siempre se han opuesto a aumentar el déficit presupuestario comienzan a ceder. Se prevé una caída del PIB mundial del 3%, la mayor desde la Segunda Guerra Mundial, 195 millones de parados más en todo el mundo y una nueva crisis alimentaria de enormes proporciones. ¿Quién podría oponerse a emitir deuda si eso ayuda a aguantar el temporal?

Pero entonces la izquierda, que siempre es la parte menos avispada de la burguesía, añade: sí, pero puestos a emitir deuda, hágase en la economía real.

El Estado tiene la capacidad de imprimir cuantos billetes quiera. Pues que lo haga, pero no en favor de los más ricos, sino de la gente común. A fin de cuentas, ¿qué es el dinero? Papel, impulsos electrónicos: nada. Una excusa para intercambiar mercancías. O mejor: un instrumento que en las manos adecuadas puede resolver los males del capitalismo, aumentar la capacidad adquisitiva de la población y conseguir el pleno empleo.

La autonomía de la política y las virtudes de la democracia se demuestran con una política monetaria que sea social y redistributiva, dirigida a remontar los males que nos aquejan actualmente, como la expulsión de enormes masas de trabajo por la automatización de la economía o la difícil transición energética para paliar la catástrofe ecológica que estamos viviendo. Así pues, adelante la deuda. Que fluyan los billetes. Mañana ya veremos qué pasa.

Lo que no entiende la izquierda es que lo que funciona para un grupo de ladrones en la televisión quizá no le sea tan útil a un Estado. Porque el Estado capitalista, mal que le pese, no puede violar la ley del valor. Ciertamente, el dinero de curso forzoso permite un cierto margen de maniobra para falsear los datos y generar una sensación temporal de riqueza, pero la economía acaba por imponerse.

Para que el Estado pueda emitir dinero sin que su moneda se desvalorice por completo y ya nadie quiera usarla más que para lo que está obligado, es decir, para pagar impuestos, entonces tendrá que emitir deuda pública. Una parte de esta deuda puede ser comprada por su propio banco central, pero otra parte importante ha de ser ofrecida en los mercados financieros. El carácter nacional de la moneda provoca la apariencia de una cierta autonomía de la política, pero cuando llega al mercado mundial esta apariencia tarda poco en caer.

Una moneda emitida en exceso es una moneda devaluada, una moneda a la que le costará más adquirir productos extranjeros y pagar los intereses de su deuda, porque se pagan con dinero mundial. Así que el Estado no puede emitir dinero así, sin más ni más: para hacerlo tiene que emitir deuda y pagar sus intereses.

Pero los acreedores, como el mercader de Venecia, también piden su libra de carne. Cuando se emite dinero crediticio se confía al futuro la producción de valor, esto es, se hipoteca el valor que se producirá en el futuro para poder consumirlo en el presente. Pero esto ha de ser un ejercicio creíble: por ello, un acreedor razonable como el FMI o el mercado de deuda no podrá más que solicitar un aumento de la explotación del trabajo, la única base del valor, a cambio de su préstamo.

Los estados intentaron inyectar liquidez en la economía real tras la crisis de 2008, pero la economía real no podía absorber más liquidez: ya no daba más de sí. El dinero no podía utilizarse para invertir nuevos capitales que continuaran con la producción de valor, porque el valor se está agotando, las ganancias son cada vez más escuetas y antes que nada hay que saldar las deudas que ya se tienen. El endeudamiento es un agujero negro que no deja de absorber la sufrida economía real.

Antes del confinamiento, entre el 10% y el 20% de las empresas de Estados Unidos y Europa sólo ganaban para pagar su propio funcionamiento y las deudas contraídas. En el caso de las pequeñas y medianas empresas, la tasa de ganancia es por tanto muy reducida. De ahí que la Fed y el BCE hayan tenido que comprar por primera vez bonos basura de las empresas a punto de quebrar. En el caso de las grandes, no se puede decir que la cosa vaya mucho mejor. Podemos poner como ejemplo a Nestlé, que utilizó los bajos tipos de interés para recomprar sus propias acciones y remontar así su valor bursátil, dado que su deuda triplica las ganancias anuales. Y esto sin hablar del crédito al consumo. Una familia estadounidense necesitaría ahorrar más de dos años para costear un mes sin ingresos. Endeudarse es la única receta económica para un capitalismo que agoniza.

Así, la deuda en relación al PIB mundial pasará posiblemente del 322% al 342% con esta nueva crisis. Esto quiere decir que la masa de dinero crediticio que circula por el mundo triplica ya con mucho el dinero basado en la producción y circulación de mercancías. En definitiva, la deuda llegó para quedarse. Pero no ahora: desde los años 70 el capitalismo ha ido haciendo de la emisión de dinero de crédito y del capital ficticio su único motor.

Romper con el tipo de cambio fijo respecto al oro en los años 70 fue al mismo tiempo la consumación de un proceso de varias décadas y el requisito imprescindible para seguir dotando a la economía de liquidez, de oxígeno. Una liquidez que, sin embargo, es cada vez más ficticia

Aquello que parece su elemento más fuerte, la emisión de dinero crediticio para seguir tirando la pelota hacia adelante, no es sino el punto más débil del capitalismo. Por eso el mercado bursátil se derrumbó antes de que llegara el verdadero parón de la economía con el confinamiento ante la pandemia. Una economía que respira gracias a la mera expectativa de ganancias futuras, muchas de las cuales jamás se realizarán, es una economía de enorme fragilidad. Un castillo de naipes a punto de derrumbarse. Un sistema social que agoniza.

Por eso necesitamos estudiar qué papel cumple el dinero en el capitalismo. Lo haremos desde la perspectiva más general, desde sus categorías más invariantes, hasta la realidad concreta de una catástrofe que no deja ampliarse. Hoy el dinero crediticio es el único órgano de respiración artificial que tiene este cuerpo moribundo. Todo lo que le queda al capitalismo es una casa de papel.

Dinero que incuba dinero

En uno de los arcanos mayores del Tarot, un hombre aparece colgado del pie a un árbol. Tiene la otra pierna flexionada, los brazos cruzados detrás de la espalda y el rostro apacible, como si esa fuera su posición natural. En cierta forma, esta imagen ilustra bien el papel del crédito en el capitalismo. El dinero se convierte en un sujeto autónomo y da la vuelta a las relaciones sociales, poniéndolas sobre su cabeza y convirtiéndolas en un enigma para las personas que las llevan a cabo. Así describía Marx el fetichismo de la mercancía, como una cámara oscura en la que los hombres y sus relaciones aparecen invertidos.

Las teorías monetarias de la economía burguesa son incapaces de separarse de esta inversión. Antes bien, la reproducen una y otra vez en falsas dicotomías. Por un lado, se hace del dinero un mero instrumento, una convención social, un artefacto que ayudaría a superar las inconveniencias del trueque. Por otro lado, se afirma que el dinero es riqueza independientemente de las mercancías. Así, se convierte al dinero en un autómata capaz de reproducirse por sí mismo, por fuera de la producción, capaz de enriquecer a su propietario por el mero hecho de poseerlo, en una dinámica autorreferencial en la que el dinero incuba dinero, como si tuviera el amor en el cuerpo (1)

Estas dos perspectivas participan de la disputa entre aquellos que reivindican la economía real y aquellos que serían defensores de un mercado financiero sin ataduras. Típicamente, ésta se da entre la izquierda y la derecha del capital, con las respectivas etiquetas de keynesianos y neoliberales. Unos se llevan las manos a la cabeza por el desarrollo exponencial del capital ficticio en las últimas décadas y afirman, por el contrario, la defensa férrea de la producción real y el consumo real de mercancías. Para ello, reivindican el papel del Estado en el apoyo de la industria, las pequeñas empresas y los consumidores, todo ello mediante políticas de financiación pública. Para los otros, todo es cuestión de dinero. No hay nada que una buena política monetaria no pueda arreglar, por eso hay que limitar la intervención del Estado en la economía al control de la oferta monetaria y defender el libre desarrollo financiero como el único que sigue dando algo de rentabilidad en un sistema económico sin salida. Izquierda y derecha están de acuerdo en algo fundamental, sin embargo: privada o pública, el único camino es la deuda.

O lo que es lo mismo, imprimir dinero basado no en la producción presente de valor, sino en la expectativa de producirlo en el futuro. Un futuro, por otro lado, que se hizo inalcanzable hace ya varias décadas.

La primera perspectiva sobre el dinero lo toma por aquello que es en el plano más abstracto de la realidad capitalista, M-D-M, en la que una mercancía se intercambia por su equivalente con la mediación del dinero. Éste sirve como un espejo de todas las mercancías, tan distintas materialmente entre sí, y facilita su intercambio expresando aquello que tienen en común: el trabajo abstracto.

En este flujo de mercancías por mercancías, el dinero termina por autonomizarse. Pasa de espejo de mercancías a mercancía absoluta, de un mero intermediario entre equivalentes al máximo representante de la riqueza capitalista y del propio capital. El capital es un movimiento, un proceso que consiste en la inversión de dinero en la compra de mercancías ?en especial la mercancía fuerza de trabajo? para acabar obteniendo más dinero: D-M-D'. En el movimiento total del capital, el dinero necesita pasar por la mercancía para acabar en sí mismo.

Ahora bien, sólo en su forma dineraria el capital puede convertirse él mismo en mercancía y venderse a un precio irracional ?el interés?, como si nada tuviera que ver con la producción, como un autómata ajeno al trabajo y a las relaciones sociales: hablamos del crédito en todas sus expresiones, desde las letras de cambio y las sociedades por acciones hasta las formas más sofisticadas del mercado financiero.

Al convertirse en una mercancía sui generis, el capital parece superar su vinculación con la realidad física y sacar del dinero más dinero, D-D'. La segunda perspectiva de las teorías monetarias burguesas parte de aquí: el dinero lo es todo, el dinero es capital, con mercancías o sin ellas.

La falsa dicotomía entre ambas perspectivas es natural y surge espontáneamente de estas relaciones sociales. Aquí importa poco la conciencia que tengan los economistas. De la misma manera en que el valor de uso se opone al valor de cambio y la mercancía se opone al dinero, aunque todos son metamorfosis de lo mismo, unos economistas se oponen a otros tomando partido por un plano de la realidad, sin poder percibir que hace parte de una misma totalidad. En este texto intentamos dar cuenta de esta totalidad: desde el dinero como equivalente general de mercancías hasta el dinero como capital que produce interés, cuando el capital se ha convertido en una mercancía particular con sus propias reglas. En este proceso, tendremos que recorrer al hombre colgado desde abajo hacia arriba, de la cabeza a los pies, desde las categorías más abstractas de la mercancía y del dinero hasta sus expresiones más concretas, aquellas que organizan la complejidad social. En este mundo invertido, para comprender qué es el dinero tendremos que caminar desde el fetichismo de la mercancía hasta el fetiche del capital.

[1] Karl Marx y Friedrich Engels: El capital, ed. Siglo XXI, 2010, tomo III, vol. 7, pág. 503


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