31.MAY.20 | PostaPorteña 2117

EL SILENCIO DE LOS TÍTERES

Por Hoenir Sarthou

 

Un columnista de “la diaria”, Aldo Marchesi, al parecer muy molesto con mi artículo “El hombre que alquiló a la izquierda”,  (aquí) 

Hoenir Sarthou Semanario Voces 27 mayo 2020

Dedicó una de sus columnas no a rebatir sino a tratar de desacreditar lo que sostengo respecto a la influencia económica e ideológica que, sobre ciertas personas y organizaciones “de izquierda”, ha adquirido un grupo de especuladores financieros y empresarios globales, entre los que nombré al recientemente fallecido David Rockefeller, a George Soros y a Bill Gates. Reitero: Marchesi  no intenta rebatir mis afirmaciones sino desacreditarlas.

Para ello, recurre a una galería de falacias retóricas. Entre ellas: 1) Como  no puede negar la influencia que denuncio, la naturaliza con ejemplos de relación entre izquierda y dinero, muy traídos de los pelos, como el del pintor Diego Rivera pintando un mural pagado por Nelson Rockefeller, o el  de Engels financiando a Karl Marx.

2) Incurre en la falacia naturalista (extraer de proposiciones de ser proposiciones de deber ser) al mencionar la relación entre gente de la CEPAL con la Alianza para el Progreso.

3) Recurre al manido recurso de la victimización racial: como Soros es de origen judío, criticarlo es un acto de antisemitismo.

4) Practica la descalificación por proximidad: mezclando en su texto mi nombre con los de Trump, Putin, Bolsonaro, etc., pretende asociarme con gente que nada tiene que ver conmigo.

5) Oculta: en su lista de gobernantes autoritarios y conservadores no figura ningún gobernante chino (seguramente porque China es una democracia integral y progresista, o porque ahora ciertas empresas chinas están asociadas a los proyectos farmacéuticos de Gates y de Soros y por eso China ha sido indultada por la OMS y por la izquierda “bien pensante”)

6) Argumenta con una ingenuidad rayana en la tontería: Soros no debe financiar a las organizaciones feministas uruguayas porque el 8M había en 18 de Julio carteles contra el capitalismo; o no está tan mal que Soros financie a la izquierda, porque los millonarios hermanos Koch financian a organizaciones ultraconservadoras.

7) Por último, pretende ponerme contra las cuerdas con el viejo método de “estás conmigo o contra mí”, afirmando que tengo que elegir entre su galería de bativilllanos (Trump, Putin, Bolsonaro, Orban, etc.) o la izquierda “sorizada”, tal vez porque “¡recórcholis!, es lo que hay, valor”

Algunos de mis amigos, molestos, me plantearon que debía contestarle. Decidí no hacerlo, en el sentido de que no argumentaré contra sus falacias, básicamente porque el debate requiere argumentos respetables y respetuosos de las dos partes. Y las falacias retóricas no son respetuosas ni respetables. Hay en el mundo cosas mucho más importantes que las triquiñuelas retóricas de Marchesi. Prefiero hablar de ellas.

DE HUXLEY A ORWELL

Según el filósofo italiano Giorgio Agamben,  Italia ha resuelto sustituir definitivamente a la enseñanza universitaria presencial por la virtual, no como precaución momentánea ante el coronavirus, sino como parte permanente de la “nueva normalidad”.

Es uno más de los vertiginosos cambios que se están imponiendo en el mundo en ancas de la supuesta pandemia. Y, con ser removedor, está lejos de ser lo más impactante.

Dos gigantes de las telecomunicaciones, Google y Apple, se han asociado para generar la tecnología que permitirá a los gobiernos disponer de aplicaciones con las que podrán detectarse los contactos de los usuarios con posibles portadores de coronavirus.

La industria farmacéutica,  a través de la OMS, recibe miles de millones de dólares para investigar en busca de una vacuna, mientras que, por boca de su oráculo, Bill Gates, anuncia que el mundo deberá mantenerse en cuarentena restrictiva al menos durante un año y medio o dos.

Todos los Estados se endeudan en forma creciente con el sistema financiero para soportar la galopante crisis económica y social causada por la cuarentena.

La prensa, los sitios de internet  y las redes sociales nos abruman minuto a minuto con supuestos estragos y situaciones de espanto causadas por el coronavirus en distintos lugares de la Tierra.

El gran legitimador de este estado de cosas es “la ciencia”, entendida como el discurso de la OMS y de una academia enormemente condicionada por la financiación que recibe de los organismos internacionales de crédito y de las fundaciones creadas por  los popes del sistema financiero global. Una academia que ahora, además, está amedrentada por el descrédito público al que se expone cualquier científico que cuestione el discurso oficial. Así, no importa que la previsión sobre los efectos físicos de la enfermedad, el tratamiento indicado y los cálculos sobre la expansión y mortalidad  del virus fueran redondamente equivocados y hayan debido cambiarse varias veces. La “receta” de miedo, encierro y distanciamiento físico ha seguido siempre incambiada.

Así, hora a hora, justificado por el terror ante el virus, el mundo se reestructura en una forma que pocos habríamos creído posible en enero de este mismo año.

No es fácil todavía percibir los alcances de esa reestructura, en parte porque es un hecho completamente inédito, en parte porque se nos presenta desarticulada, como una serie de medidas parciales, cuyos efectos profundos no resultan fáciles de percibir.

La clave de esa reestructura parece ser una extraña simbiosis de los Estados con poderosas empresas multinacionales, financieras, farmacéuticas, de telecomunicaciones, y con organismos internacionales, la OMS, el Banco Mundial, el FMI. Una simbiosis en que resulta cada vez más indistinguible el poder etático de la voluntad de estas omnipotentes empresas, que dictan los discursos de los organismos internacionales y empiezan a cumplir funciones tradicionalmente reservadas a los Estados.

Pocos gobernantes se atreven a resistir el embate coaligado del poder financiero, de la industria farmacéutica, de los organismos internacionales, de la academia oficial, de las agencias internacionales de prensa y de los gigantes de la comunicación, empeñados en imponer las nuevas reglas de vida y de poder. Y los que lo intentan, sin importar si son Trump, López Obrador, Boris Johnson, o Bolsonaro, son demonizados y prácticamente neutralizados en el control material de sus Estados.

Quizá  un signo de la “nueva normalidad” sea el hecho de que Twitter intervino hace un par de días un tuit de Donald Trump, en el que éste criticaba un procedimiento electoral de los EEUU. Twitter juzgó oportuno advertir a sus suscriptores, en el mismo tuit de Trump, que el mensaje incluía información falsa o controversial.

Hasta hace poco, muchos creíamos que el mundo iba en camino a parecerse a “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley, en el que renunciaríamos a nuestra libertad seducidos por la publicidad, el placer, la comodidad y el consumismo. Tal parece que no será así, sino que perderemos la libertad  bajo un régimen de miedo, censura y control represivo, mucho más parecido al de “1984”, de George Orwell.

SILENCIO A LA IZQUIERDA

Lo más sorprendente es que esta “nueva normalidad” se imponga con el silencio, cuando no la activa colaboración, de muchas organizaciones y líderes “de izquierda”.

El recorte de libertades, el sometimiento impuesto a gobernantes democráticamente electos, los controles tecnológico-policiales, la desocupación galopante, el endeudamiento de los Estados,  el teletrabajo  y la teleenseñanza, que harán ilusorias a la movilización sindical y estudiantil, y la crisis social, cultural y emocional de las cuarentenas no inquietan a esa “izquierda”.

Salvo aisladas voces, como la de Agamben, la mayor parte de la intelectualidad crítica está callada o contribuye a justificar el miedo y el sometimiento ante  las nuevas formas y reglas del poder.

Tal vez no haya que sorprenderse mucho, como no me sorprendió el artículo de “la diaria” y otros comentarios que se dedican en la prensa y en las redes sociales a quienes criticamos a la “nueva normalidad” y a sus financiadores.

Si los títeres pudieran hablar por sí mismos, habría un solo tema que negarían o no se atreverían a mencionar: la existencia del titiritero.


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