13.JUN.20 | Posta Porteña 2119

DINERO QUE INCUBA DINERO (3)

Por Barbaria

 

El capital que devenga interés (a)

 

Una parte cada vez mayor del dinero en circulación es dinero de crédito. Como tal sigue cumpliendo las funciones descritas anteriormente, pero lo hace en una relación más compleja con la producción de mercancías.

El desarrollo del crédito tiene como base la contradicción más profunda de las relaciones capitalistas. Se trata de aquella entre la potencia creciente de las fuerzas productivas y los límites de unas relaciones sociales basadas en el valor. Cuanta más capacidad social hay de producir riqueza concreta, más caducas quedan las relaciones basadas en la apropiación privada del producto del trabajo; cuanta más riqueza concreta se produce, más miseria social genera la lógica del valor. En el plano de la producción, esta contradicción se expresa en el incremento de la composición orgánica, es decir, en el incremento relativo del capital constante —maquinaria, instalaciones, materias primas— frente a la cantidad de trabajadores requerida: la utilización del trabajo muerto, del trabajo pretérito, supera hoy con creces la explotación de trabajo vivo. Al haber cada vez menos trabajo vivo que explotar, el valor por unidad de producto se reduce. Es lo que llamamos crisis del valor. De esta forma, el plusvalor cae y cae con él la tasa de ganancia de los capitalistas.

Cuanto más crece la composición orgánica, mayor es el capital que hay que adelantar para iniciar la producción y mantenerla. Aunque las ganancias van cayendo históricamente, los capitalistas se ven obligados a desembolsar enormes sumas de capital en forma de dinero para poner en funcionamiento la producción. La maquinaria es cada vez más costosa. Como la productividad ha aumentado y por tanto se producen más mercancías, la cantidad de materias primas que hay que comprar y la energía que hay que gastar es mucho mayor. El banquero, representante de los medios de atesoramiento socializados, irá en auxilio del capitalista. Por un lado, podrá hacerlo porque con el propio desarrollo del capital el volumen de ahorros habrá ido aumentando, ahorros que tendrán como un factor nada despreciable el incremento de la renta de la tierra y el «capital ocioso» en que ésta se convierte. Por otro lado, el sistema bancario y de crédito habrá ido desarrollando sus propios dispositivos para generar dinero crediticio y satisfacer así la demanda creciente de liquidez por parte de los capitalistas industriales. Es así como desde finales del siglo XIX se irá haciendo cada vez más difícil mantener una empresa sin depender del crédito y el sistema bancario y el mercado financiero se irán desarrollando exponencialmente, no como parásitos de la producción, sino como la única forma de dotarla de liquidez para que pueda seguir funcionando bajo parámetros capitalistas.

Pero ¿qué es el crédito? No es más que una operación por la cual una determinada suma de dinero se convierte en capital que genera un interés. Para hacer esto el dinero tiene que convertirse en mercancía. Sin embargo, el dinero ya era mercancía, una mercancía apartada del resto para convertirse en su espejo, en equivalente general. ¿Qué ha ocurrido?

1) El dinero como mercancía

La mercancía tiene un valor de uso, las cualidades naturales que la dotan de una utilidad, y un valor de cambio, la cantidad de otras mercancías por las que puede intercambiarse en función del trabajo abstracto que contiene. El dinero es la objetivación de dicho valor de cambio. Ahora bien, también tiene un valor de uso. En realidad, tiene dos. Hasta ahora nos hemos limitado al primero: el dinero encuentra su utilidad en servir como equivalente general, como máximo representante de las mercancías. El valor de uso del dinero es objetivar el valor de cambio del universo de las mercancías. Esto ocurre en el plano más abstracto de la realidad capitalista, en M-D-M. Pero si descendemos hacia sus categorías más concretas y por ello más complejas, si entramos en D-M-D’, encontraremos que el dinero tiene un segundo valor de uso: funcionar como capital

Porque el dinero (D) puede funcionar como capital directamente, invirtiéndose en la compra de materias primas y salarios para obtener una suma de mercancías (M). Al hacer esto, el dinero pasa de capital dinerario a capital mercantil. Sólo cuando la suma de mercancías ?el capital mercantil? consiga venderse en el mercado, el plusvalor que contiene se habrá realizado y el capital mercantil volverá a transformarse en capital dinerario, pero esta vez con un incremento, una ganancia (D'). El dinero en sí mismo no es capital, porque el capital no es una magnitud simple, sino una relación de magnitudes: 1.000€ es dinero, pero no es capital. Pero si los 1.000€ se invierten en la explotación de trabajo y regresan como 1.100€, entonces estamos hablando de una metamorfosis de dinero en mercancías y en más dinero, movimiento al que llamamos capital.

Pero el dinero también puede funcionar como capital indirectamente, sin que su poseedor tenga que preocuparse por transformarlo en mercancías y convertirse en un explotador directo del trabajo.

Pongamos por caso que un fabricante necesita desembolsar una gran suma de dinero para comprar una nueva máquina, aumentar su productividad y ser más competitivo en el mercado. Ya hemos dicho antes que esa es la tendencia histórica. El fabricante posee una parte de esa suma, puesto que ha ido atesorando el dinero que refluía de la venta de su capital mercantil y que incluía su correspondiente ganancia, pero no es suficiente. El prestamista, que tiene ese dinero, se lo ofrece para que le sirva como capital, lo invierta y obtenga nuevas ganancias. Claro que el prestamista no lo hace por altruismo. En lugar de invertir ese dinero él mismo en la producción, decide prestárselo al fabricante para que haga lo propio. A cambio, éste deberá devolvérselo tras el plazo acordado con una parte de la ganancia que obtuvo en la producción. De haber invertido sólo su propio capital, la ganancia sería por entero para sí; al haber requerido el dinero de otro, habrá de compartirla.

El prestamista habrá hecho de su dinero capital dinerario con un solo gesto: convertir esa suma de dinero en una mercancía. El valor de uso de esta mercancía será funcionar como capital y generar una ganancia al fabricante, y su valor de cambio será el interés. Esto hay que tomarlo a modo de metáfora, naturalmente. Si el interés fuera de verdad el valor de cambio del dinero, estaríamos diciendo que el dinero, valor objetivado de las mercancías, tiene un valor de cambio superior al valor que le constituye. Pura vuelta de tuerca, pura irracionalidad, pero una irracionalidad material y constitutiva de las relaciones sociales capitalistas. No es cierto que el dinero valga más de lo que vale, porque lo que él vale es la cantidad de trabajo que requirió producirlo antes de convertirse en equivalente general, pero las relaciones capitalistas desarrolladas, D-M-D’, permiten que el dinero se venda como capital en un movimiento D-D-M-D'-D', convirtiéndose en una mercancía con su utilidad y su precio. Así es cómo el interés se convierte, irracionalmente, enel precio del dinero.

En el crédito «el dinero en cuanto capital se convierte en mercancía»[9], pero es una mercancía muy particular. En el intercambio simple, el vendedor tiene una mercancía de la que ansía desprenderse a cambio de dinero, que está en manos del comprador. Una vez terminado el intercambio, ambos conservan el mismo valor, el vendedor en forma de dinero y el comprador en forma de mercancía. Sin embargo, en el crédito el dinero comienza del lado del vendedor y la venta no es venta, sino préstamo, compra de deuda. El vendedor, es decir, el prestamista, no se desprende de su dinero, sino que sólo lo entrega a cambio de que le sea devuelto tras el plazo estipulado.

No hay tampoco intercambio de equivalentes. El precio de esa mercancía tan particular no será un precio, un valor de cambio, sino una participación en la ganancia del comprador, cuando éste la invierta como capital. Al ser así, este precio no tiene una relación con su mercancía como tendrían todas las demás. No existe una tasa natural de interés. En la mercancía común, el precio es la expresión fenoménica de su valor, el cual funciona como un vector constante que nivela las oscilaciones circunstanciales del precio, provocadas por la oferta y la demanda. Cuando el dinero se convierte en una mercancía, el interés tiene un techo ?la totalidad de la ganancia del capitalista?, pero no tiene un suelo, como demuestran los tipos de interés negativo que nos hemos acostumbrado ya a ver en la última década [10], y sus oscilaciones no dependen directamente de la ley del valor, aunque sin ella la propia categoría del interés sería inexplicable [11]

El llamado precio del dinero es una mera expresión irracional del capital dinerario expuesto en el mercado. Y es que, cuando el dinero funciona como capital convirtiéndose en mercancía, parece que el mundo estuviera boca abajo.

2) El dinero como capital que devenga interés

Y en efecto lo está. Al explicar el crédito hemos pasado del fetichismo del dinero al fetichismo del capital. Recordemos que en el primero el valor de las mercancías se autonomizaba de ellas y las subordinaba a su existencia. En tiempos de crisis es cuando más palpable se hace: las mercancías se desvalorizan en los almacenes, muertas de risa, invendibles, mientras todo el mundo se vuelve loco por tener dinero contante y sonante, sobre todo porque lo necesita como medio de pago para saldar las deudas contraídas en tiempos de bonanza. Ahora nos encontramos con que este dinero al que se subordinan las mercancías se ha convertido él mismo en una mercancía sui generis y se vende en el mercado al mejor postor como crédito.

Si no vemos la totalidad de lo que está sucediendo y nos quedamos en las cortas miras del prestamista, el dinero ha sido vendido como mercancía y tiempo después ha regresado preñado de una ganancia, de un interés. A ojos del prestamista, su dinero se ha convertido en capital sin pasar por la producción de mercancías: D-D’. Sabemos que esto no es verdad, y que el prestamista poco hubiera podido hacer si el fabricante no hubiera utilizado su dinero para invertirlo como capital, comprar maquinaria y materias primas y explotar a sus trabajadores hasta conseguir un plusvalor. Pero eso el prestamista ni lo ve ni le importa. Para él, el dinero se ha reproducido solo, sin mediación humana, por el mero hecho de ofrecerlo como mercancía en el mercado. El interés, que es una parte de la ganancia del capitalista, aparece él mismo como ganancia absoluta e independiente para su verdadero propietario. Para el prestamista, el dinero es un autómata capaz de generar riqueza por el simple hecho de ser de su propiedad.

Para el prestamista, es como si hubiera puesto a trabajar su dinero. Esta aparente capacidad del dinero de regresar con más dinero cuando es prestado se asemeja a la capacidad de la fuerza de trabajo, cuando se compra, de producir más valor del que ella misma vale[12]  La fuerza de trabajo tiene el valor de las mercancías que sirven a su reproducción, pero cuando se explota a un trabajador se le hace trabajar bastante más de lo que sería necesario para reproducir su vida. Es así como aparece el plusvalor. Para el capitalista financiero, que no tiene que lidiar con la vida lúgubre de los centros de trabajo, su propio dinero es un trabajador incansable.

Volvamos la vista atrás un segundo y enderecemos al hombre colgado: el producto del trabajo se separa del productor y se convierte en capital, el capital explota la actividad humana para reproducirse al infinito, cueste lo que cueste, y finalmente el prestamista tiene el orgullo y la satisfacción de explotar su dinero como si fuese un trabajador infatigable y bien disciplinado. Él mismo es el director de orquesta de esa fábrica tan particular. De ahí el término de ingeniería financiera, que parece una broma, pero no es sino una expresión más del fetichismo del capital.

Cuando el prestamista expone su dinero como una mercancía en el mercado financiero, invierte un capital que parece darle rentabilidad sin salir del ámbito de la circulación. El simple hecho de comprar deuda, es decir, de prestar su dinero por un interés, hace que la riqueza aparezca como un mero hecho de la circulación, del mercado. La producción de mercancías nada tiene que ver. Visto así, él mismo produce mercancías financieras de mayor o menor complejidad, y todo ello sin haber pisado un solo centro de trabajo. En esta base, donde la producción de mercancías desaparece de la experiencia concreta de los agentes en el mercado, hay que situar la idea —muy extendida hoy— de que una correcta política monetaria basta para resolver las crisis del capital y asegurar el buen funcionamiento de la economía. Cuando la producción de valor parece desaparecer en D-(M)-D’, el dinero es la economía.

El dinero como capital aparece por tanto como una mercancía extraña, como un trabajador autómata, como un hecho de la circulación. Nos falta una última determinación: el interés aparece como la ganancia que se obtiene por la mera propiedad del capital. Si en la figura simple del capitalista, como la del fabricante que antes describíamos, éste es al mismo tiempo el propietario de su capital y el que lo pone en funcionamiento, comprando con él maquinaria y materias primas, explotando trabajo y esforzándose por vender todas sus mercancías en el mercado, con la aparición del prestamista se produce una escisión. Cuando el fabricante tenga que dividir la ganancia con su acreedor, se representará lo que le quede como el merecido fruto de su trabajo. Él se ha esforzado por escoger los proveedores, determinar el método y la organización de la producción, se ha enfrentado con sus trabajadores para determinar la intensidad y la longitud de su jornada, para finalmente ponerlo todo en riesgo si las mercancías no consiguen venderse. El prestamista, ¿qué ha hecho? Sentarse a esperar que se liquide el préstamo y refluya el interés, como un tributo, como un impuesto exigido por el mero hecho de tener la propiedad del capital. Así que, en el fondo, el fabricante es tan trabajador como sus trabajadores.

Esta es una de las enajenaciones más fuertes que genera la aparición del interés como una categoría contrapuesta a la ganancia del capitalista, pese a ser una derivación, una parte del plusvalor explotado al proletariado. Con su aparición, el capitalista actuante pasa al bando del trabajo en contra de la usura, de los banqueros, de los propietarios del capital. «De modo que el trabajo de explotar y el trabajo explotado son idénticos ambos en cuanto trabajo. El trabajo de explotar es tan trabajo como lo es el trabajo que se explota» [13]

El fascismo encuentra una de sus características fundamentales en esta falsa oposición. Tras el período revolucionario de 1917-1923, la única forma que encontró la burguesía para afrontar la polarización social e impulsar un nuevo salto de valorización fue el ensalzamiento del trabajo —capitalistas industriales y trabajadores por igual, organizados cooperativamente en corporaciones— frente a los parásitos de la usura, reivindicando la verdadera producción para la grandeza de la nación [14]

Por otro lado, también al leer esto resuenan en nuestras cabezas los mil discursos de la izquierda —y de la extrema derecha— que identifican el problema del capital en la existencia de los banqueros. En la escisión material entre la ganancia y el interés, entre la propiedad del capital y su puesta en funcionamiento, el capitalista financiero aparece como el verdadero enemigo. En la sección V de El capital Marx explicaba esto para desnudar el socialismo burgués de Proudhon, con aquello de que la propiedad es el robo. Nosotros, ya en el siglo XXI, podemos confirmar que la izquierda del capital sigue siendo profundamente proudhoniana.

Pero la realidad del capitalismo es otra. El viejo fabricante del siglo XVIII y XIX poseía su propio capital y lo ponía en funcionamiento él mismo, con la ayuda de algunos secuaces. Él era al mismo tiempo el propietario del capital y el capitalista en funciones, ocupándose de las tareas técnicas de organizador del trabajo y de las tareas políticas del despotismo de la fábrica. Pero hace más de un siglo que ése ya no es el caso. Ya en la época de Marx el desarrollo de las sociedades por acciones y de la banca permitían verlo con claridad. En las sociedades por acciones, los propietarios del capital son simplemente los inversores, cuya única preocupación es el resultado de las cuentas. Si no les convence, venderán sus acciones y se desharán del problema. En las empresas organizadas de esta forma, los directivos no son sino meros empleados, funcionarios del capital, representando ellos mismos el papel del capital actuante frente a los verdaderos empresarios, que son un flujo anónimo de accionistas que compran y venden los títulos de propiedad de la empresa en el mercado financiero[15]

Al mismo tiempo, el prestamista hace tiempo ya que dejó de ser un propietario individual de dinero vendido como capital, y el mismo proceso de socialización e impersonalización se ha producido de este lado. El sistema bancario y del crédito desarrolló desde los comienzos del capitalismo la socialización del dinero como medio de atesoramiento. A través de los depósitos, los ahorros individuales se convierten en una masa anónima de dinero dispuesto a su préstamo como capital [16]

El banquero, como tal, nunca fue el usurero ni la familia de prestamistas. De hecho, en el siglo XVI y XVII veremos cómo las funciones bancarias del depósito, la transferencia y el cambio de divisas iría paralelo al desarrollo del crédito [17]

En el momento en que se unen, con el hito inaugural del Banco de Estocolmo (1656), encontraremos por fin la figura del banquero que conocemos: el funcionario del capital par excellence. El dinero que presta no será el suyo, y poco a poco su figura se irá diluyendo bien sea en funcionario directo del Estado —precisamente, el Banco de Estocolmo tardará poco en convertirse en el Banco de Suecia (1668)—, bien en displicente empleado de sus accionistas anónimos, del lado de la banca privada.

El desarrollo del sistema crediticio no es un tumor en el sano cuerpo del capital, sino una tendencia intrínseca a sus categorías más fundamentales que le permitirá, en primer lugar, potenciar los procesos de valorización y, más tarde, darle oxígeno cuando su metabolismo comience a declinar.

Por un lado, la concentración de prestamistas y prestatarios en la red bancaria permitirá a los capitalistas un acceso más fácil al dinero con que llevar a cabo sus inversiones. Esto tiene un papel central a la hora de nivelar la tasa de ganancia. Cuando una rama de la producción comienza a saturarse por la afluencia de capitales y baja la tasa de ganancia del sector, es necesario desinvertir para buscar mejores nichos de mercado. Sin embargo, no es una operación tan sencilla si uno ha fijado su capital en instalaciones, mano de obra y capital mercantil del que tiene que deshacerse.

Será entonces de enorme utilidad poder acudir al crédito para invertir en ramas más rentables mientras termina de liberarse el capital fijado en la rama más saturada ?restructuración o reconversión son los términos que se usan actualmente. Además, el desarrollo de las sociedades por acciones como una parte más del desarrollo del capital que devenga interés permitirá desinvertir con más facilidad, puesto que sólo habrá que conseguir un nuevo comprador a estas acciones. Así, los capitales se redistribuyen, con la ley del valor como vector, entre los diferentes ramos del capital industrial y comercial. En definitiva, al proporcionar una mayor movilidad a los capitales el desarrollo del crédito facilita la nivelación de la tasa de ganancia ya no sólo en el plano nacional, sino también en el plano internacional de la mano del dinero mundial. Esta nivelación cada vez más efectiva desemboca en la llamada globalización, que no es sino el desarrollo de una tendencia arraigada desde los orígenes del capitalismo: la mundialización de las relaciones sociales mediante la comunidad del dinero.

Por otro lado, como hemos anticipado ya, el desarrollo del crédito permitirá reducir costos de circulación y por esta vía acelerar la velocidad de rotación del capital y aumentar ?o frenar el declive de ? las ganancias. Esto lo hará de dos maneras. En primer lugar, se reduce el coste del dinero porque ya desde temprana edad el capitalismo dejará el equivalente general metálico en las reservas bancarias para sustituirlo por signos de valor de mucho menor coste, como la moneda subsidiaria o el papel moneda. Pero también y sobre todo porque, como hemos explicado, la función del dinero como medio de pago permitirá reducir la cantidad de signos dinerarios que se lanzan a la circulación para mediar el intercambio de mercancías e, incluso, llegar a omitirlos por completo en gran parte de las transacciones, al menos en épocas de expansión económica. La función del dinero como medio de pago estará así en la base del sistema bancario con operaciones como las transferencias de dinero o el descuento de letras de cambio, cheques, etc., puesto que en todas estas operaciones el banco sirve como intermediario, como respectivo acreedor y deudor en una transacción en la que el comprador adquiere las mercancías, pero deja en manos del banco el pago al vendedor.

En segundo lugar, como también hemos explicado al dar cuenta de la función de medio de pago del dinero, el crédito permite acelerar la metamorfosis mercantil y del capital: acelera el intercambio en el ámbito de la circulación, porque no hace falta disponer de dinero para comprar, y acelera por los mismos motivos el paso de la forma dineraria del capital a su forma mercantil y de nuevo a su forma dineraria. Es decir, si no hace falta tener dinero para comprar, se podrán hacer inversiones productivas a crédito, lo que facilita el paso de la forma dineraria del capital a la forma mercantil. Y si se pueden entregar esas mercancías a crédito, obtener por ellas una letra de cambio e ir al banco para que la descuente, se habrá acelerado el paso del capital mercantil al capital dinerario.

Por último, el crédito permite acelerar la velocidad de rotación porque reduce el fondo de reserva del dinero como medio de atesoramiento y medio de pago a los mínimos imprescindibles. Antes del desarrollo de la banca, los capitalistas tenían que mantener siempre apartada una determinada suma de dinero para asumir nuevas inversiones o para saldar compromisos de pago en el caso de que hubiera alguna interrupción en el reflujo de su capital, por el motivo que fuera. Con el crédito, menos dinero servirá como fondo de reserva de muchas más personas, siempre bajo el supuesto de que no todas ellas lo requieran a la vez. Esto que permite acelerar la valorización del capital también le hace ir perdiendo suelo, puesto que el estallido de una crisis económica no hará sino convertir las grandes virtudes del crédito en el gran mal. El crédito pasará de ser un magnífico lubricante a una suma de deudas impagables, encadenadas las unas a las otras. Al haber reducido al límite su fondo de reserva, los capitalistas se ven empujados a solicitar un nuevo crédito, pero ya no para hacer inversiones productivas o acelerar el metabolismo mercantil, sino para saldar deudas: requerirán dinero no como capital, sino como medio de pago. Y ante esa circunstancia, cuando muchas deudas amenazan con quedarse impagadas, el crédito se contrae mientras asciende su demanda y asciende con ella el precio del dinero, dando lugar a enormes tipos de interés. Nos encontramos ante la famosa crisis de liquidez que tanto temen los burgueses. La crisis de la producción mercantil está siempre en el origen de la crisis dineraria, aunque el problema aparece invertido ante la burguesía, como si fuera simplemente un problema de dinero.

De la misma forma que antes tratábamos la profunda contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales basadas en el valor, en lo que respecta al dinero esta contradicción se expresa como aquella entre la medida de valor y la necesidad creciente de liquidez. Esto hará que ya desde temprano y pese al mito existente en torno al patrón oro, la relación del dinero con su función como equivalente general y medida de valor se vuelva cada vez más conflictiva. En este conflicto aflora el dinero de crédito. Al mismo tiempo, con el propio crédito la separación entre la compra y la venta de la mercancía abre las puertas a la especulación, a las transacciones intermedias destinadas a obtener ganancias independientes ya de toda producción de valor. El capital que devenga interés, vinculado aún a la producción mercantil, sentará las bases del capital ficticio. Pero antes de entrar en él, y puesto que ya hemos dado cuenta de qué es crédito, podemos explicar mejor qué es el dinero crediticio.


[9] El capital, op. cit., pág. 437

[10] «El límite mínimo del interés es total y absolutamente indeterminable. Puede descender hasta cualquier nivel imaginable», op. cit., pág. 458. Los tipos de interés negativo ya fueron previstos por Marx en el siglo XIX, pero todavía nuestros economistas en el siglo XXI observan este fenómeno espantados

[11] Marx dirá que «la relación existente entre el tipo de interés y la tasa de ganancia es semejante a la que hay entre el precio de mercado de la mercancía y su valor», op. cit., pág. 466

[12] «En esta medida, el dinero prestado tiene cierta analogía con la fuerza de trabajo en su posición frente al capitalista industrial», op. cit., pág. 449

[13]Op. cit., pág. 489

[15] Cf. Amadeo Bordiga: Propiedad y capital

[16] «Un banco representa por un lado la centralización del capital dinerario, de los prestamistas, y por el otro la centralización de los prestatarios», op. cit., pág. 515

[17] En realidad, la diferencia en el siglo XVI entre los prestamistas italianos como los Medici y los prestamistas alemanes tendría que ver con que los segundos aceptarían ampliamente los depósitos para utilizarlos como base monetaria al realizar préstamos. Sin embargo, la unión entre las funciones bancarias que organizan el sistema de pagos y las funciones de crédito no se consolidaría verdaderamente, como decimos, hasta más adelante

grupo Barbaria  mayo de 2020


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