06.JUN.20 | PostaPorteña 2119

Tecnología Espacial en Disputa

Por Alex Martins Moraes

 

Hay algo oculto en la aventura de SpaceX. Ella rompe pactos que impedían mercantilizar el Cosmos, prepara la mineración en asteroides y proyecta, sobre la humanidad, la sombra de la alienación permanente al capital.

por Alex Martins Moraes

Traducción y síntesis de Juan Luis Berterretche para Posta Porteña

En plena preparación de una nueva corrida espacial, el ambiente ideológico cultivado en los principales vehículos de divulgación científica alrededor del globo parece diferir de aquella exaltación abstractamente humanista y tecnológica que pautó los primeros momentos de la exploración  cósmica, de la segunda mitad del siglo XX. En medio del primer viaje espacial emprendido por una nave privada (iniciado el 30 de mayo), el carácter empresarial de Elon Musk, su perseverancia y agresividad como inversor son exaltados como fenómenos casi tan fascinantes cuanto la posibilidad de orbitar la Tierra, pisar el suelo lunar o instalar colonias en Marte. El futuro espacial de la humanidad parece estar atado a los planes de un nuevo grupo de capitalistas cuyos emprendimientos configuran el llamado “NewSpace”, término que indica, básicamente, la llegada del capitalismo neoliberal al espacio y el maridaje entre exploración-explotación espacial y  la intención de extraer rentabilidad empresarial apropiándose de riquezas del cosmos.

Los actores capitalistas que patrocinan la expansión de “NewSpace” se presentan – y son elogiados – en las audiencias globales como individuos dinámicos, osados y esforzados que van construyendo un lugar para sí, donde, hasta algunas décadas atrás, apenas el Estado Capitalista agarrotado y desmejorado ejercía su obscura soberanía. Elon Musk, CEO da SpaceX, la compañía contratada por la NASA para llevar sus astronautas a la Estación Espacial Internacional, encarna la mentira que el capitalismo póst-fordista prometió, pero que apenas algunas pocos individuos experimentaron realmente mientras la gran mayoría de la población se hundía en la miseria. Musk es un libre emprendedor cuyos esfuerzos laborales se desenvolvieron palmo a palmo con sus habilidades especulativas, en el marco de negocios lucrativos apoyados principalmente por la inversión estatal de EUA

Las mentiras de la expansión capitalista rumbo al infinito son el venerado emblema que jamás se puede cumplir. Pero en medio de la crisis global del mundo arrasado por una pandemia aun sin control, el proyecto de explotación sideral crea nuevas ilusiones y reaviva las fantasías proporcionadas por una nueva incursión a una supuesta frontera final. Esa, hasta ahora ilusoria frontera final, constituye la inclinación doctrinaria que prevalece entre los empresarios de la nueva corrida espacial que lidera Musk.

El cosmos y la libre iniciativa

Pero no siempre las puertas del universo estuvieron  abiertas a  la libre iniciativa. En 1967, fue firmado el Tratado de Espacio Sideral, que vetaba la instalación  de armas nucleares fuera de la Tierra y excluía los cuerpos celestes de cualquier reivindicación de propiedad, aunque admitiese la exploración de los recursos allí existentes, desde que en beneficio de toda la humanidad. Estos preceptos también aparecerán, en 1984, en el Tratado de la Luna, que prohíbe la propiedad privada de recursos extraterrestres, confiere a los Estados la prerrogativa de elaborar y gerenciar los procedimientos para la exploración de esos mismos recursos y determina que sus beneficios sean distribuidos equitativamente entre todas las naciones signatarias, privilegiando los países en desenvolvimiento. Estados Unidos nunca adhirieron a este segundo acuerdo, por identificarlo en connotaciones “socialistas”. Ante la negación de su contraparte norte-americana, China y la Unión Soviética también se retiraron de las negociaciones.

El espíritu del Tratado del Espacio Sideral de 1967 se inclinaba para una especie de comunismo espacial que restringía la expansión del capital más allá de la Tierra. Del punto de vista capitalista, las enormes sumas de dinero necesarias para asegurar la presencia humana en el espacio serian simplemente imposibles de juntar si no asegurasen una producción de valor futuro capaz de justificar los riesgos asumidos en el presente. Por ejemplo, de que serviría saber el precio de los metales hallados en un único asteroide del tamaño de un campo de futbol que alcanza la suma de 50 billones de dólares, si tales dividendos no pudiesen estar inmediatamente accesibles a la reproducción del capital?

Los problemas jurídicos impuestos por la correlación de fuerzas de la Guerra Fría hicieron con que la rentabilidad de las inversiones monetarias en incursiones siderales quedase, por muchas décadas, restringida a la órbita de la Tierra y se concentrase en el mercado de comunicación satelital. Este mercado, en la actualidad, está en pleno desarrollo. En él, la empresa de Elon Musk juega un papel central, ya que proyecta colocar en órbita una red de 11.943 satélites, que asegurarían conexión à internet de alta velocidad en cualquier punto del planeta.

Las restricciones heredadas del orden mundial previo a la caída del Muro de Berlín comenzaron a ser eliminadas en 2017, cuando la Ley de Libre Comercio del Espacio Americano, presentada a la Cámara de Diputados de Estados Unidos, decretó unilateralmente que “el espacio no es un bien común”

En palabras de los investigadores Victor Shammas e Tomas Holen esto rompe definitivamente los tratados precedentes y “abre el camino para los derechos de propiedad privada y  la explotación de recursos preciosos en el espacio sideral”

De hecho, los principales actores económicos de NewSpace ya presionan gobiernos nacionales y entidades supra-nacionales a crear marcos regulatorios que permitan el zoneamiento de los astros, de modo que las actividades económicas allí realizados puedan transcurrir sin interferencias y disputas. Pero en cuanto esto no acontecer, deberá primar una lógica de un western según vaticinóel senador Ted Cruz, presidente del Sub-Comité de Comercio del Espacio del Senado de los Estados Unidos. Ya podemos prefigurar un prolongamiento galáctico del sistema capitalista internacional con el cual estamos acostumbrados, donde las desigualdades estructurales crónicas derivan de los monopolios instaurados por los imperialistas durante los principios de la expansión colonial.

Como es costumbre en regímenes neoliberales, la cruzada emprendedora rumbo al cosmos cuenta con pesados subsidios estatales. Según una nota publicada en “Los Angeles Times”, até 2015 sólo las empresas de Elon Musk, entre ellas  SpaceX, habrían recibido 4,9 billones de dólares en subsidios públicos –eso para no mencionar los contratos multimillonarios con el gobierno para realizar viajes a la Estación Espacial Internacional o colocar satélites militares en órbita.

La autoconfianza y los riesgos asumidos por el gran emprendedor neoliberal se amparan, claro está, en la  adhesión ideológica y en los intereses corporativos de quien decide colocar los cofres públicos al servicio de los nuevos capitalistas especuladores de la humanidad. Gracias a una articulación entre los emprendedores espaciales, y las doctrinas de libre mercado respaldadas por ciertos lobbies de inversores que operan junto al poder político y el unilateralismo despótico de una potencia económica neoliberal el tratado de 1967 se tornó letra muerta en el exacto momento en que la lógica de la mercancía paso a regir el futuro “multi-planetario” de la especie humana. A partir de ahora, las condiciones y consecuencias del acceso al espacio sideral ya no pueden ser encaradas como materia de deliberación colectiva y multipolar. Nada está garantido. La integridad del  espacio, en cuanta perspectiva política viable, está nuevamente condicionada al porvenir nebuloso de la lucha de clases.

Enfrentado con las profundidades del espacio, el capital se ve en condiciones de pronosticar para sí un desenvolvimiento infinito. La  Tierra y los “recursos” existentes en ella ya no constituyen la condición  básica y el límite absoluto de la producción de valor. Para los ojos de NewSpace, nuestro planeta se transforma en el lugar donde, por medio de (des)regulaciones adecuadas, la capacidad emprendedora” toma impulso para alcanzar las estrellas.

La Tierra es la base de lanzamiento de un capitalismo literalmente universal. Esta perspectiva dragonea, incluso, con la agenda ecologista contemporánea, en la medida en que pretende deshacer la contradicción evidente y escandalosa entre acumulación de riquezas y preservación  del hábitat humano. Es de dudar, que los avances tecnológicos necesarios a la exploración capitalista eficiente de los “objetos” cósmicos ocurran a tiempo de evitar una catástrofe ambiental irreversible. Pero esa objeción, por sí solo, no basta. Lo que sí, debemos dudar es la ambición de los ideólogos y operadores del capital de tomar para sí la tarea de cuidar de la especie, como si nuestra máxima aspiración  como seres humanos consistiese, simplemente, en vivir y dejar vivir, a cualquier costo.

El salvataje de NewSpace torna dramáticamente visible un aspecto central de la vida social contemporánea, a saber: estamos completamente sometidos a un paradigma de gobierno cuja expresión  ideológica seria lo que Alain Badiou denomina “humanismo animal”

Esto significa que la única preocupación que parece corresponder a toda la humanidad es respecto a su propia sobrevivencia biológica. En este escenario, cualquier desigualdad y jerarquías pasan a ser justificables – o quedan en segundo plano – siempre y cuando nuestra vida animal estuviera asegurada. Tal perspectiva alcanza el paroxismo cuando el capitalismo espacial nos promete un futuro donde viviremos tranquilos, en un planeta sustentable, en cuantas máquinas de punta mineran asteroides y planetas por el sistema solar. Todo eso al módico precio de continuar trabajando para el capital, tanto en la Tierra como en otros cuerpos celestes, sometidos a sus jerarquías e inmersos en un silencio político masivo – un silencio animal.

En medio de ese silencio angustiante, la voz de Chris Lewicki, fundador de la empresa Planetary Resources, que desenvuelve tecnología para la mineración de asteroides, vaticina una distopía -lo contrario a utopía- en la cual millones de personas trabajaran fuera del planeta y la exploración de cuerpos celestes asegurará las bases de una nueva economía industrial en el espacio.

En medio del furor generado por el primer vuelo tripulado de SpaceX, tenemos la oportunidad de examinar el modelo de realización personal y colectiva que Elon Musk representa y que, en mayor o menor medida, interpela a todos nosotros. Vimos que ese modelo reafirma un régimen de desenvolvimiento humano asentado en articulación sinérgica – típicamente neoliberal – entre libre iniciativa, presión corporativa y despotismo estatal. Vimos, también, que de ella está excluida cualquier concepción de existencia humana que no sea meramente animal y que condicione el uso de los bienes comunes – entre ellos, el espacio sideral – al autogobierno colectivo y racional de la propia especie

Los nuevos capitanes de la industria espacial anuncian para todos nosotros un futuro de mera sobrevivencia sub-sirviente, aquí o en Marte; futuro en el cual la única razón realmente activa y determinante para la ampliación de la experiencia humana seria aquella razón acumuladora reivindicada por un punado de autócratas que exige de sus empleados trabajo esclavo, sonrisa en el rostro y una adhesión  religiosa ante la presencia del ejecutivo-jefe

El capital pretende maquinar ad infinitum, a través de nosotros y a través de los astros, organizando a todos y a todo según las jerarquías y categorías que sustentan y garanten su propia reproducción. Como nunca antes, es más fácil imaginar el fin del mundo de que el fin del capitalismo, puesto que este último ya planea, de hecho, subsistir más allá de la Tierra. Sea como fuera, es justamente porque estamos hablando de capitalismo, una certeza nos resta: ahora que, virtualmente, la Tierra dejó de ser un límite para el modo de producción vigente, apenas nosotros, seres humanos, podremos interrumpirlo. Siendo así, nuestro destino cósmico ya no depende de la pregunta sobre si queremos o no sobrevivir, sino sobre cómo queremos vivir juntos y lo que estamos dispuestos a hacer para asumir, nuevamente, el control sobre nuestras vidas.


Comunicate