16.JUN.20 | PostaPorteña 2121

DINERO QUE INCUBA DINERO (4)

Por Barbaria

 

El capital que devenga interés (b)

 

3) El dinero de crédito

 

El dinero es una mercancía en particular que se aparta del universo mercantil para servir de espejo. Es lo que llamamos equivalente general. Gracias al valor que contiene esa mercancía, se pueden medir todas las demás (medida de valor), facilitar el intercambio mercantil (medio de circulación) y guardar el valor en una mercancía absoluta que, por ello mismo, es más resistente a la desvalorización que las mercancías particulares (medio de reserva, ya sea como atesoramiento fuera de la circulación o como medio de pago dentro de ella). Pero el propio proceso de circulación hace que el signo de valor vaya reemplazando al equivalente general en tanto que su expresión simbólica. El rol de la plata y el cobre como moneda subsidiaria es un primer paso. El segundo paso será el papel moneda como mero signo de valor. En esa medida, cualquier cosa puede convertirse en signo de valor, siempre y cuando esté respaldada por el equivalente general y obtenga la confianza de un número suficiente de agentes económicos [18] Pero aquí empiezan a complicarse las cosas.

El fabricante de ropa compra telas a su proveedor, pero lo hace a plazo. Para garantizar su compromiso de pago, le da una letra de cambio. El proveedor de telas puede hacer varias cosas con ella. En primer lugar, puede esperar a que se cumpla el plazo y reclamar, con ella en la mano, el pago de sus mercancías. En segundo lugar, puede ir al banco y descontarla, es decir, pedirle un préstamo poniéndola como aval, por lo que él pasaría a tener un poco menos del dinero que le prometió el fabricante —dado que se le resta el descuento del banquero—, pero lo tendría ya en la mano y podría seguir funcionando con él.

O puede hacer otra cosa: utilizar esa misma letra de cambio, que no es sino un documento legal que certifica el derecho a un pago futuro, para pagar a su vez a sus propios proveedores. Al hacer esto la letra de cambio funciona como dinero.

La determinada cantidad de equivalente general a la que se tiene derecho con la letra de cambio sirve como medida de valor entre las distintas mercancías. Si se la entrega a sus proveedores para comprar materias primas, funcionará como medio de circulación. Si en lugar de comprar directamente con la letra de cambio las mercancías lo que hace el proveedor de telas es pagar unas mercancías que ya había obtenido con anterioridad, ésta estará funcionando como medio de pago. Probablemente no funcionará como medio de pago final, puesto que al cerrar el círculo de deudas el acreedor requerirá dinero contante y sonante, no letras de cambio, pero podemos hacer abstracción de esto por ahora.

En definitiva, un documento legal que certifica un pago futuro, un valor futuro, funciona como dinero. Es una de las formas que éste tiene de convertirse en dinero crediticio. Cuando hablamos de letra de cambio, la utilizamos como metonimia para referirnos a los distintos instrumentos financieros del crédito comercial, esto es, el crédito ofrecido entre capitalistas particulares y donde no media la banca —más adelante se entenderá por qué es importante esta distinción—, como podrían ser también los cheques o los pagarés.

Que el signo de valor no sea la expresión simbólica de un valor que ya se posee, sino del que se poseerá en el futuro, es algo muy útil para lubricar el intercambio mercantil y dotar de liquidez a la economía en tiempos de expansión, pero no está exento de riesgos. La necesidad de obtener ganancias empuja al uso del crédito para especular, es decir, para hacer operaciones en el ámbito del capital ficticio. Marx lo ilustra mediante «la estafa en el negocio de las Indias Orientales»[19], que se dio en los años 40 del siglo XIX. En ella, un intermediario compraba mercancías a un fabricante inglés para enviarlas a un comerciante radicado en las Indias Orientales. Al fabricante le daba una letra de cambio en la que el intermediario se comprometía al pago de esas mercancías, pero a su vez el comerciante de las Indias Orientales giraba una letra de cambio al intermediario en la que se comprometía a pagar las mismas mercancías. Mientras las mercancías cruzaban lentamente el océano, es decir, mientras la transacción mercantil no se había producido todavía, tanto el intermediario como el fabricante y el comerciante podían descontar esas letras de cambio y obtener liquidez con la excusa de la transacción, es decir, dinero crediticio. Esta liquidez era utilizada a su vez para otras inversiones. Así, la letra de cambio pasaba de ser la certificación de un intercambio real de mercancías a ser un mero instrumento financiero con el que conseguir liquidez sin que el intercambio importara para nada, y «ya no se giraban letras de cambio porque se había comprado mercancía, sino que se compraba mercancía para poder librar letras de cambio descontables»[20]

Esta operación se podía extender a lo largo y ancho de la economía: a lo ancho, porque el número de eslabones de la cadena de deuda podía ser mucho mayor de lo que hemos descrito aquí en homenaje a la brevedad; a lo largo, porque cuando la liquidez se agotaba y empezaba a dudarse de la solvencia de los deudores, no se rompía inmediatamente la cadena, sino que se tiraba la pelota hacia adelante. Las letras de cambio se renovaban al vencer el plazo con la excusa de que las mercancías seguían en camino, y así «cuanto más se empobrecían los participantes, tanta mayor era su necesidad de comprar, para de ese modo hallar, en nuevos adelantos, un sustituto para el capital perdido en las especulaciones anteriores»[21]

Pero todo esto tiene que ver, como decíamos, con el dinero generado a partir del crédito comercial. Con respecto a la emisión monetaria de los bancos, es un proceso algo distinto. El primer papel moneda nacerá precisamente de ellos. En las ferias medievales los bancos recibirán el oro y la plata de los comerciantes y extenderán a cambio certificados de depósito. Aquí no estamos todavía ante dinero crediticio ni ante emisión monetaria como tal, puesto que este papel moneda se trata de un mero signo de valor del metal.

El nacimiento del Banco de Venecia a finales del siglo XVI y el Banco de Ámsterdam a principios del XVII permitirá un salto cualitativo al hacer transmisibles estos certificados de depósito ?por lo que podían funcionar como medio de cambio? y cobrar por su conversión en oro y plata, de tal forma que se forzaba el uso del signo de valor para mantener en reserva los metales. Por otro lado, siendo Ámsterdam uno de los centros del comercio internacional, los florines-banco resultaban de enorme utilidad para estandarizar la oferta monetaria, ya que llegaron a coexistir más de 800 monedas de oro y plata, con diferentes pesos y medidas. El desarrollo del sistema bancario servirá para este proceso de homogeneización de la moneda antes de que se instituyeran los bancos centrales y el Estado adquiriera plena capacidad para regular la masa de dinero que circulaba en su territorio. Además, el Banco de Ámsterdam fue de los primeros en establecer un sistema de pagos (domiciliaciones, transferencias, etc.) que permitiría realizar transacciones sin utilizar medio circulante, aunque aún tardaría un tiempo en que la banca asumiera una de sus funciones fundamentales: la emisión de dinero crediticio.

No sería hasta 1656 que se fundirían por completo las funciones propiamente bancarias de depósito y cambio con el negocio del crédito. La fundación del Banco de Estocolmo haría de los certificados de depósito títulos de deuda, de tal forma que el banco, al convertir a los depositantes en sus acreedores, podía utilizar el dinero depositado para hacer préstamos y obtener un interés. Ya no tendría que depender de sus fondos propios para dar crédito, sino que podría hacerlo con los fondos socializados de los depositantes. Los billetes que entregaba como crédito circulaban por toda Suecia como medio de circulación, medio de pago y como medio de atesoramiento en parte, puesto que cuando se necesitaba atesorar ante el temor de una desvalorización de esos billetes, se exigía la convertibilidad en metal.

Ahora bien, la verdadera ventaja de este nuevo sistema iniciado por el Banco de Estocolmo consistía en el coeficiente de caja o de reserva. Puesto que no todo el mundo solicitaba la retirada de sus depósitos a la vez, no era necesario limitarse a prestar sólo la suma total del dinero depositado. Pongamos un ejemplo. Hay un solo banco en la ciudad y tiene un coeficiente de caja del 10%. Si alguien deposita 1.000€, el banco se verá obligado a mantener 100€ en caja, pero podrá prestar los 900€ restantes. Digamos que el prestatario que toma esos 900€ paga con ellos una mercancía y que el vendedor deposita ese dinero en el banco. En la contabilidad del banco, ahora tiene 1.900€ en depósito (sus pasivos), de los que tendrá que conservar 190€ y prestar 810€. Entre los activos del banco estarán ahora los 900€ del primer prestatario y los 810€ del segundo, por lo que mágicamente sus activos habrán pasado de 0 a 1.710€, más los intereses. Por arte de contabilidad el banco ha creado 1.710€ de la nada, mejor dicho, ha emitido 1.710€ con un respaldo de 190€. Este fenómeno, conocido como «expansión múltiple de los depósitos bancarios» o «multiplicador monetario», es la forma en que el dinero se crea de manera endógena, es decir, independientemente de las emisiones de billetes con curso forzoso que lleve a cabo el Estado. Esta es la gran diferencia entre el crédito entre particulares que ofrecía el prestamista a nuestro fabricante a partir de sus propios fondos y la manera en que se organiza el capital que devenga interés en el complejo sistema bancario.

El dinero crediticio, en sentido fuerte, es aquel que se emite de manera endógena por los bancos bajo este mecanismo. En principio, su disociación con el valor real que lo respalda es temporal, puesto que al liquidarse el préstamo éste refluye a las arcas del banco y viene preñado de un interés que, como hemos explicado, tiene su fundamento en la ganancia capitalista a partir de las inversiones productivas. «Con un anzuelo de mentira se pesca una carpa de verdad», le decía Polonio a Hamlet. El dinero crediticio, como producto del capital que devenga interés, está flanqueado por dos verdades. Parte de un respaldo real de valor, sin el cual nadie aceptaría esos billetes, y con él se obtiene plusvalor real que el capitalista se ve obligado a compartir por utilizar el dinero del prestamista como capital. Lo que ocurre entre medias es un proceso inherente al absurdo de las relaciones sociales capitalistas —un absurdo muy material, sin embargo— por el cual el dinero tiende a autonomizarse del valor para dotar de liquidez a la economía. En este intermedio vemos aflorar, ya desde los orígenes del capitalismo, el capital ficticio.

4) El dinero como capital ficticio [22]

 

El capital que devenga interés es un capital al servicio de la producción de valor. La ganancia que se obtiene de él es en realidad la participación en la ganancia del capitalista industrial y depende enteramente de que la producción y realización del valor que contienen las mercancías se lleve a buen término. Sin embargo, el mecanismo del crédito abre una brecha en la que emerge el capital ficticio. Por un lado, aleja el momento de la compra del momento de la venta, como hemos explicado ampliamente al hablar del medio de pago. Al hacer esto, se amplía el margen en que una larga cadena de intermediarios puede hacer negocios sin que estos tengan nada que ver con la propia transacción mercantil. Por otro lado, separa el reflujo real de valor del reflujo dinerario, que bajo la forma de préstamo o de descuento de letras puede darse antes de que el capitalista industrial o comercial consiga realizar el plusvalor de su capital mercantil. Gracias a esta separación puede comenzar una crisis, contraerse la venta de las mercancías, interrumpirse el reflujo de valor real y sin embargo que siga existiendo durante algo más de tiempo el reflujo de dinero crediticio. Lo veíamos con el negocio de las Indias Orientales, en el cual cuando comenzaban las pérdidas económicas no se interrumpían inmediatamente las transacciones financieras, sino que bien al contrario éstas continuaban porque para seguir pagando las deudas había que seguir tomando prestado: el intercambio mercantil se convertía entonces en un pretexto para obtener liquidez. Como las aspas de un ventilador, que al apagarse siguen girando un tiempo más hasta que pierden el impulso que les dio el motor, el dinero crediticio sigue circulando un tiempo después de que se haya detenido el motor de la producción y realización del valor.

Para ver cómo se va produciendo esta progresiva disociación del capital que devenga interés y la producción y circulación real de mercancías, dando lugar al capital ficticio, podemos tomar el ejemplo de las sociedades por acciones. Al comprar una acción, en realidad se invierte un capital que devenga interés para obtener el dividendo de las ganancias reales de la empresa. En la medida en que no es un préstamo simple, por el cual refluye el dinero prestado tras un plazo determinado, la única forma de recuperar el capital es vendiendo esas acciones. Se crea así un mercado de valores en el que el valor nominal de esas acciones puede ser mayor o menor, independientemente del valor real del capital que sigue en funcionamiento en la producción y circulación de mercancías. Si se invierte una determinada suma dineraria para comprar acciones y poco después se consigue venderlas a un precio mayor, se habrá invertido un capital que devenga interés (D-D’), pero no habrá tenido ningún papel en el movimiento real del capital en funciones. Las acciones no son más que títulos de propiedad sobre el capital real, títulos jurídicos que certifican el derecho sobre una parte del plusvalor que el mismo ha de obtener. Sin embargo, los mismos títulos jurídicos se convierten en réplicas de ese capital y adquieren su propio movimiento en la bolsa como «representantes nominales de capitales inexistentes»[23], de capitales desligados ya del capital real al que dicen representar.

En el sentido propio, el capital ficticio no es capital, porque nada tiene que ver con el metabolismo mercantil. Para que exista ha de haber producción y reproducción de mercancías, pero para el capital ficticio esto no es más que un punto de referencia del que poder desligarse. «A la formación del capital ficticio se la denomina capitalización»[24], es decir, se trata la suma de dinero invertido no como la inversión productiva ni como el préstamo para una inversión productiva, sino simplemente como un dinero que reportará regularmente un interés independientemente de que éste sea o no una participación en la ganancia real del capitalista. «De este modo se pierde, hasta sus últimos rastros, toda conexión con el proceso real de valorización del capital, consolidándose la idea del capital como un autómata que se valoriza por sí solo»[25]. Esto puede explicarse mejor con los bonos de deuda pública.

De por sí, el gasto público no es productivo, sino que el dinero que el Estado obtiene de los impuestos es arrancado de las inversiones productivas para ser utilizado en el consumo improductivo de la administración. Que sea improductivo no quiere decir que no sea imprescindible para la producción y circulación de valor; sólo que el valor extraído con los impuestos no se conserva a través de inversiones productivas, sino que se consume la más de las veces en una serie de gastos que no lo harán retornar.

Cuando se compra deuda del Estado, se está financiando el déficit presupuestario, es decir, se está pagando un gasto que ya se produjo tiempo atrás. Así, los títulos de deuda no son más que «réplicas de papel del capital aniquilado»[26]. Las acciones de una empresa son derechos sobre una parte del plusvalor obtenido por la misma. Los bonos de deuda pública son derechos sobre una parte de los impuestos recogidos por el Estado y consumidos improductivamente en el pasado.

Pero el capital ficticio puede dar un salto más para desvincularse de la producción de valor. Es el caso de los derivados, que no son sino productos financieros que se refieren a otros productos financieros. Una hipoteca es un préstamo para la adquisición de un bien inmueble. Ese título de deuda puede venderse en el mercado como un producto financiero y adquirir su propio movimiento como capital ficticio, desvinculando su valor bursátil del valor real de dicha deuda. Sin embargo, hasta aquí se sigue teniendo una referencia a la producción y circulación de inmuebles. Como pudimos ver con la burbuja de las hipotecas basura, que estallaría en la crisis de 2008, el título de deuda de una hipoteca puede empaquetarse con otros para formar un producto financiero en sí de alto riesgo, cuya referencia a la producción y circulación de valor es cada vez más lejana.

En definitiva, como hemos visto, el capital ficticio se diferencia del capital que devenga interés en que aquel es indiferente al movimiento real de las mercancías. Sin embargo, es precisamente esta característica lo que hace del capital ficticio la tabla de salvamento del capitalismo actualmente

A medida que el desarrollo de las fuerzas productivas aumenta la composición orgánica del capital, es decir, reduce la cantidad de trabajo vivo que puede explotarse, la cantidad de valor que contienen las mercancías es cada vez menor y las ganancias capitalistas tienden a caer. Esto implica que cada vez es menos rentable realizar inversiones productivas y el ámbito del capital ficticio, en su relativa independencia de la producción real de valor, crece en atractivo para la clase capitalista. Pero no se trata simplemente de eso. Como explicábamos antes, que aumente la composición orgánica del capital implica que los capitalistas industriales se enfrentan a inversiones cada vez más costosas con un reflujo de valor real que es decreciente. Entonces, la capacidad del capital que devenga interés de hacer que «el reflujo en forma dineraria se independice del momento del reflujo real»[27] se vuelve imprescindible. Pero el uso del capital que devenga interés para realizar inversiones que mejoren la productividad sólo desemboca en un desarrollo aún mayor de las fuerzas productivas. Como vuelve a aumentar el coste del capital constante, se necesita un mayor recurso al crédito. Es así como el capital que devenga interés se convierte en un hecho estructural a la producción de valor. Es también así como se alimenta esa bola de nieve en la que el valor se va agotando como categoría social para medir la riqueza.

El capital que devenga interés lo hace porque se apoya en la expectativa de ganancia futura, de un valor real pero proyectado en el tiempo. A medida que el desarrollo del capitalismo requiere cada vez más del crédito, ese futuro se va haciendo más lejano. La masa de dinero que refluye del valor real es cada vez menor, por lo que la emisión de dinero crediticio adquiere predominancia. Al mismo tiempo, ese dinero de crédito emitido por los bancos se usa también como capital ficticio y el movimiento de ese autómata independiente de la producción gana en vitalidad. Mientras la base real de valor disminuye por el desarrollo de las fuerzas productivas, la necesidad de liquidez sólo crece. Esta liquidez, ese dinero contante y sonante que se requiere como medio de circulación y de pago de manera creciente, será provista gracias precisamente al capital ficticio.

5) El juego de espejos

 

Hablábamos al principio de que el signo de valor tiene un comportamiento diferente al de su equivalente general. Esto tiene que ver con el hecho de que si hay un exceso de oro o plata como medio de circulación, tenderá a salir de ella hacia las reservas como medio de atesoramiento. No ocurre así con el signo de valor. En la medida en que esté sancionado por el Estado, es decir, en la medida en que tenga un curso forzoso y que deba ser aceptado por todo el mundo como dinero, un exceso de signos de valor en la circulación sólo hará que más signos representen el mismo valor y, por tanto, se generará inflación. Esto, que de manera esquemática y abstracta es así, se vuelve más complejo cuando nos aproximamos a niveles más concretos de la realidad capitalista.

Como hemos adelantado al hablar del dinero mundial, cuanto más se desarrollan las contradicciones del capital, más se socavan las bases de la acumulación real del valor. Esto tiene su expresión en una tensión creciente entre el signo de valor y su equivalente general, el oro. No es necesario esperar a la ruptura del tratado de Bretton Woods en 1971 para verlo. La tensión en el siglo XVII entre el valor contenido en la pieza de oro y plata frente a su valor nominal en la moneda acuñada, se verá superada, ampliada y multiplicada en el paso al papel moneda. En primer lugar éste fue certificado de depósito, pero muy rápidamente se convertirá en billete de banco, es decir, en dinero crediticio. Esta será la forma dineraria que adoptarán los bancos centrales, manteniendo una relación a veces estricta, a veces sólo proporcional con las reservas del metal. Al mismo tiempo, en la masa monetaria que circulaba no sólo estaba la emisión exógena del Estado, sino también la emisión endógena de la banca comercial a través del multiplicador monetario. El dinero crediticio se expandía con el desarrollo del capital. Ya desde el siglo XIX la convertibilidad de los billetes de curso forzoso en oro sólo era parcial, y cuando se abría la posibilidad de un pánico bancario el impulso natural de los gobiernos era suspender temporalmente esta convertibilidad. Con el salto de valorización que se dio en el último cuarto del siglo XIX y que conduciría a la Primera Guerra Mundial, comenzamos ya a ver la enorme predominancia que fue adquiriendo el capital que devenga interés para nutrir de liquidez, esto es, de dinero crediticio la producción de valor. Es por esto que tras la Primera Guerra Mundial sólo el dólar y la libra representarían el oro ante el resto de divisas y que, tras la Segunda Guerra, sólo lo haría el dólar como dinero mundial. La ruptura de Bretton Woods fue la consumación natural de este proceso

Si colocamos un objeto entre cuatro espejos enfrentados entre sí a cada lado, el objeto parecerá disolverse en la multiplicación infinita de su reflejo. De alguna forma, podríamos utilizar esta imagen para dar cuenta de la relación actual del dinero con su equivalente general. El respaldo del dinero de curso forzoso se encuentra en las reservas de los bancos centrales. Éstas se componen principalmente de oro, divisas y bonos de deuda pública y privada. La deuda pública, como hemos explicado, se compone en sí misma de dinero crediticio basado en el capital ficticio. Es un producto de la lógica de capitalización propia de la irracionalidad de estas relaciones sociales. La deuda privada puede ser directamente capital que devenga interés, vinculado a la producción real de valor, pero también puede estar compuesta por derivados financieros. Este es el caso de los bonos basura que ha comprado la Reserva Federal y el BCE en la actual crisis del coronavirus para mantener la liquidez para las empresas ante una contracción de la economía de enormes dimensiones.[28]

Las divisas que se mantienen en reserva, esenciales para mantener una balanza de pagos equilibrada en el comercio internacional y, por tanto, esenciales para su utilización como dinero mundial, son las llamadas monedas de alta potencia. Entre ellas se encuentra en primerísimo lugar el dólar, pero también el euro, el franco suizo y el yen japonés. A su vez, sin embargo, estas divisas están respaldadas por las reservas de sus bancos centrales, que se componen de nuevo de oro, divisas y bonos de deuda. Por último, la relación con el oro es sumamente compleja y no podremos desarrollarla aquí con amplitud. Valga decir que el oro no sirve actualmente como dinero en todas sus funciones, sino más bien como un activo financiero peculiar, un valor refugio de enorme estabilidad, esto es, como reserva de valor, como medio de atesoramiento. No obstante, no funciona ya como dinero mundial, hace mucho que dejó de ser medio de circulación y normalmente no sirve como medio de pago. Un buen ejemplo de esto es, de nuevo, la crisis actual. Aunque por breve lapso, el valor bursátil del oro cayó junto con el de otros valores refugio. Esto se debió precisamente al hecho de que, ante una contracción de la economía, lo que se necesita es liquidez: dinero contante y sonante, sobre todo en su función de medio de pago. Si se desinvierte en el oro, cuando está entre las reservas de valor más importantes que existen actualmente, es porque el oro no funciona ya como dinero.

Pero entonces, ¿qué funciona como dinero? Los billetes de curso forzoso, el dinero fiduciario, cuyo respaldo lo constituye precisamente un juego de espejos donde el valor aún existente se hace cada vez más pequeño. Las funciones del dinero tienen entre sí una relación orgánica, dialéctica. Esto quiere decir que el recorrido que hemos hecho desde la medida de valor hasta el dinero mundial no tiene un carácter histórico, sino un desarrollo lógico por el cual a medida que nos aproximamos a niveles más complejos de la materia social van emergiendo nuevas propiedades de las anteriores, de tal forma que de la medida de valor se deriva el medio de circulación, de éste el medio de atesoramiento, de éste el medio de pago y como síntesis de todos ellos emerge el dinero mundial, en una organización compleja de las distintas determinaciones de la sociedad capitalista. Pero que el orden recorrido sea de carácter lógico no quiere decir que sea una estructura ajena a la historia. Tener una comprensión orgánica, dialéctica, de las distintas funciones del dinero permite al mismo tiempo dar cuenta de las categorías abstractas, las categorías invariantes que ordenan el caos social en sus múltiples determinaciones, y explicar cómo evolucionan históricamente al desarrollarse las contradicciones inherentes a ellas.

Veamos por ejemplo la contradicción entre el valor de uso y el valor de cambio, entre el trabajo concreto y el trabajo abstracto. Esta es, en última instancia, la contradicción entre el individuo aislado de toda sociabilidad y la sociedad constituida como una comunidad abstracta, automática, impersonal, cuyo funcionamiento es independiente del propio ser humano. Es el antagonismo que hemos descrito al hablar del fetichismo de la mercancía. Pero este antagonismo conlleva una contradicción que recorre la historia del capitalismo, encarnándose en la contraposición entre la apropiación privada del producto del trabajo y una producción cada vez más socializada, cada vez más potente, en la que el conocimiento acumulado de la especie —trabajo pretérito— crece en importancia en la producción frente al trabajo inmediato.

Esta contradicción no es salvable dentro del capitalismo. Antes bien, conlleva su progresivo agotamiento histórico. El valor, en tanto que relación social basada en la apropiación privada del producto y su intercambio como mercancía, cada vez es menos operante. La mercancía ya no tiene razón de ser, y esto no puede dejar de afectar a la mercancía par excellence, a la mercancía absoluta: el dinero.

A medida que avanza la crisis del valor, la función de medida de valor del dinero va perdiendo peso histórico. Y esto es lógico, pues cada vez hay menos valor que medir. Al mismo tiempo, la función de medio de atesoramiento ha quedado reducida a sus mínimos. Ante la masa de dinero crediticio que amenaza permanentemente con la desvalorización, la forma de guardar el valor de los ahorros se encuentra en la inversión bursátil en sus distintas formas: esto es, se atesora convirtiendo el dinero en capital ficticio, lo cual es una buena muestra de la profunda fragilidad del capitalismo actual. Así pues, la función del dinero que toma predominancia hoy en día es la función de medio de pago

Cuanto más estructural se hace el capital que devenga interés, mayor es la parte de capital productivo que depende ineludiblemente del crédito para operar. Ya no la producción presente de valor: es la expectativa de producir valor futuro la que sostiene la producción actual de mercancías. Así, un crédito se encadena con el otro. Se solicita dinero crediticio no ya como capital, no ya para hacer nuevas inversiones productivas, sino para saldar antiguos créditos. Es el dinero como medio de pago el que sostiene la economía real, lo que es lo mismo que decir que la base real de valor que sostiene el dinero es cada vez menor y, por tanto, éste es cada vez menos capaz de funcionar como patrón de medida. De ahí su desvinculación con el oro.

Y de ahí también que la multiplicación del dinero crediticio no genere inflación. Las políticas de expansión cuantitativa que se aplicaron como paliativo a la crisis de 2008 consistieron en la emisión de enormes masas de dinero crediticio a través de la compra de activos financieros a la banca comercial por parte de los bancos centrales. Esta política, que se veía como un mecanismo excepcional para evitar una crisis de liquidez (medios de pago), no ha dejado de aplicarse desde entonces. Se intentaba así inyectar liquidez en los mercados, cuya reactivación habría de traducirse en inflación, si todo funcionaba bien. No fue así. En primer lugar, porque en tiempos de crisis, la parte del dinero crediticio que se emite para la economía real no se utiliza como medio de compra ni, por tanto, como capital productivo, sino que funciona fundamentalmente como medio de pago [29]. En la medida en que sirva para saldar deudas, el dinero no se mantiene en la circulación sino que refluye rápidamente a los bancos.

Por otro lado, ante la contracción de la producción y el consumo de mercancías los capitales que se mantienen activos en una crisis de estas características —tanto más si el dinero está barato, porque los tipos de interés se mantienen artificialmente bajos— se destinan al ámbito bursátil: la gran parte del dinero que imprimieron los bancos centrales fue directo a la circulación de capital ficticio, sin rozar la mejilla de una economía real moribunda.

Esta es la tendencia histórica. Lo que se preveía como una medida extraordinaria se ha convertido en la extraordinaria normalidad del capital desde hace diez años. La crisis actual no hace sino agravarlo. A cada estallido, a cada crisis, la catástrofe del capital sólo expresa la incapacidad del valor para sobrevivir históricamente. Las enormes masas de dinero de crédito sin una base real de valor son su demostración en cuerpo y alma. El dinero, como el propio valor, están ya clínicamente muertos.


[18]  Un ejemplo sencillo pueden ser las fichas de un casino, que representan al dinero depositado al entrar. Dentro del casino, las fichas son signo de valor, aunque sólo cumplen una función: la de medio de circulación. No sirven como medio de atesoramiento, puesto que al salir del casino no significan nada, y tampoco nadie las aceptará como medio de pago para saldar una deuda. De otra forma, nos encontramos también así con el caso de las criptomonedas. La criptomoneda sirve como medio de circulación y sólo en cierta medida como medio de atesoramiento, pero esto último sólo como un activo financiero más y tampoco con mucha estabilidad. Que la criptomoneda es esencialmente eso, moneda, y no dinero en un sentido pleno con todas sus funciones lo demuestra la crisis actual con la pandemia del coronavirus, que ha hecho caer en picado su valor comercial, puesto que sus inversores necesitan retirar su capital de ellas bien sea para obtener liquidez y saldar deudas —para lo cual, posiblemente, usen el dólar o el euro como medio de pago—, bien porque quieren poner su capital a buen resguardo en alguno de los valores refugio más estables

[19]Op. cit., pág. 524

[20]Ibid.

[21] Artículo del Manchester Guardian del 24 de noviembre de 1847 citado por Marx en op. cit., pág. 525

[22] Para una explicación más detallada y profunda del capital ficticio, cf. Alfredo Macías: El colapso del capitalismo tecnológico, ed. Escolar y Mayo, 2016

[23]El capital, op. cit, pág. 614

[24]Op. cit., pág. 601

[25]Ibid.

[26]Ibid.

[27]Op. cit., pág. 578

[28] «La mayor parte del capital del banquero es puramente ficticio, y consta de exigencias de deudas (letras de cambio), títulos y obligaciones del estado (que representan capital pretérito) y acciones (asignaciones sobre rendimientos futuros)», op. cit., pág. 604

[29] «Lo peculiar del dinero es que, cuando funciona solamente para saldar pagos (y en tiempos de crisis se toman adelantos para pagar, no para comprar; para finiquitar operaciones pasadas, no para iniciar otras nuevas), su circulación no es más que evanescente, inclusive cuando el saldamiento no se opera en virtud de una mera operación crediticia, sin intervención alguna de dinero; es decir, que en caso de gran demanda de crédito dinerario puede efectuarse una masa inmensa de esta clase de transacciones sin expandir la circulación», op. cit., pág. 591


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