01.JUL.20 | PostaPorteña 2124

EL DEBATE DE LAS IZQUIERDAS ¿Es posible ir más allá de la contraposición agenda de derechos- lucha de clases?

Por Alexis Capobianco

 

En los últimos tiempos, dos corrientes se han expresado con claridad en la izquierda y sus posicionamientos y debates se han hecho en gran medida públicos.

por Alexis Capobianco Junio 2020

Una de ellas la podemos llamar “progresista” y simplificadamente plantea la adhesión a la agenda de derechos, una serie de políticas que apuntan a compensar las desigualdades sociales inherentes al capitalismo, pero sin una estrategia tendiente a superarlo, y una visión que se intenta alejar del talante privatizador extremo del neoliberalismo, aunque sin dejar de valorar positivamente la confluencia o colaboración entre lo público y lo privado.

Se puede decir -en síntesis- que esta perspectiva no visualiza como viables determinados cambios sociales más profundos. Para algunas expresiones del progresismo, incluso, determinadas transformaciones más radicales no solo son poco viables sino que ni siquiera son deseables. Se trata de una visión que milita por un capitalismo más humano o más justo; en otros casos, plantea -en un muy largo plazo- la posibilidad de una sociedad socialista, pero en las circunstancias actuales no ve como viables transformaciones que avancen en ese sentido.

Por otro lado, tenemos una izquierda cuyo énfasis está puesto en la lucha de clases y en las cuestiones estructurales; está compuesta por un arco bastante amplio, pero simplificando bastante las cosas, podemos decir que es una corriente que plantea, en mayor o menor medida, mantener algunas de las banderas tradicionales de la izquierda, entre ellas la lucha por estructuras económicas diferentes a las actualmente vigentes, el cuestionamiento a la transnacionalización o al imperialismo y a las políticas que perpetúan la dependencia o las relaciones de subordinación internacional. No todos los integrantes de lo que podríamos llamar esta corriente de izquierda “estructuralista” proponen objetivos postcapitalistas, por lo menos en forma explícita, pero sí una serie de cuestionamientos fuertes por lo menos al actual orden capitalista transnacionalizado y neoliberal.

Para esta corriente, que debate con la izquierda progresista, la agenda de derechos constituye algo así como un distractor de las verdaderas luchas, una especie de táctica de la “zanahoria” que permite a los grandes poderes capitalistas mundiales profundizar su proceso de globalización neoliberal, evitando que se profundicen las luchas contra ella. En esta corriente hay muchas versiones y matices, pero en forma esquemática esos serían algunos de sus rasgos centrales.

Por otro lado, la corriente progresista ve a la izquierda que se centra en lo estructural como incapaz de visualizar los cambios en las sociedades presentes que hacen inviables algunas transformaciones que hasta hace unas décadas podían ser realizables. La supone además, por acción u omisión, funcional a la reproducción de relaciones de subordinación, dominación y exclusión que son cuestionadas por la agenda de derechos, como las propias de las estructuras patriarcales y de las tendencias homofóbicas de nuestra sociedad.

Existen, sin duda, toda una serie de posturas que no se sitúan a nivel de la izquierda en ninguno de estos dos “polos” por llamarlos de alguna manera. Se trata de posicionamientos alternativos que apuntan tanto a cambios estructurales como así también a cambios legales y culturales que permitan avanzar contra una serie de relaciones de subordinación y dominación que no pueden ser reducidas a cuestiones económico-estructurales, y en lo que ha habido avances significativos en nuestro país en los últimos 15 años. Sin embargo, estas visiones suelen ser soslayadas por quienes se sitúan en una de las posiciones polares, porque para ellos no es posible lo que podríamos llamar una síntesis, una superación de la contraposición.

Algunos antecedentes históricos

En el debate entre “las izquierdas”, los dos “polos” tienden a presentar a la “agenda de derechos” como si fuera un fenómeno totalmente nuevo, sin embargo esta “nueva agenda” tiene antecedentes muy importantes. Este olvido de la historia puede además llegar a conclusiones que una somera revisión permite cuestionar fácilmente.

El concepto de patriarcado es considerado por algunos exponentes de la izquierda que denominaremos “estructural” como una construcción propia de las corrientes postmodernas, asociada a la izquierda progresista. Sin embargo este año se cumplen 200 años del nacimiento de  F. Engels, quien en su obra “El origen de la familia, la propiedad privada y el estado” reinterpreta en términos del materialismo histórico los estudios de antropólogos como el alemán Bachoffen o el estadounidense Morgan, quienes plantean precisamente ese concepto. El “Origen” es una obra que sostiene además la relación no meramente casual sino necesaria entre relaciones de explotación económica, propiedad privada, estado y el desarrollo de la dominación masculina.

Siguiendo con la historia, podemos ver que muchos de los principales exponentes del socialismo europeo le dieron una gran importancia a la cuestión de la emancipación femenina, como las espartaquistas Clara Zetkin -quien propondrá el 8 de marzo como el día internacional de la mujer, en recuerdo a las trabajadoras asesinadas por sus patrones en EEUU- y Rosa Luxemburgo, o Nadia Krupskaia en el partido bolchevique junto a Alexandra Kollontai, que realizará aportes teóricos muy relevantes sobre esta problemática, dando continuidad a una tradición de lo que ha sido llamado feminismo socialista que se desarrolla desde el siglo XIX con Flora Tristán y se prolonga con la obra de pensadoras como Angela Davis en el siglo XX. Y si vamos al plano de la concreción histórica, podemos señalar algo que muchas veces pasa inadvertido: la revolución de octubre no solo expropió a las fábricas y a los terratenientes, sino que concretó la igualdad jurídica entre el hombre y la mujer en momentos en que las mujeres estaban excluidas de los derechos políticos en la mayor parte del mundo, legalizó el divorcio -primero por voluntad de cualquiera de las partes, luego por sola voluntad de la mujer o acuerdo de las partes-, también legalizó el aborto, y algo menos conocido aún es que abolió todas las leyes zaristas contra los homosexuales, fundamentando que eran relaciones “tan naturales” como las heterosexuales. Además, los bolcheviques discutían qué transformaciones eran necesarias para que la igualdad no quedara reducida a un plano jurídico, y se pudiera transformar en una igualdad sustantiva.

Nuestra América tampoco fue ajena a estas tendencias que se desarrollaron en el marxismo europeo. En la década del 20, José Carlos Mariátegui escribirá un artículo sobre las reivindicaciones feministas en donde defiende el carácter revolucionario del feminismo, desde una perspectiva que no ve como contrapuestas la lucha de clases y la lucha feminista sino como complementarias. Lo incompatible para Mariátegui es el feminismo con tratar  de mantener una sociedad dividida en clases:       

“El feminismo, como idea pura, es esencialmente revolucionario. El pensamiento y la actitud de las mujeres que se sientan al mismo tiempo feministas y conservadoras carecen, por tanto, de íntima coherencia. El conservatismo trabaja por mantener la organización tradicional de la sociedad. Esa organización niega a la mujer los derechos que la mujer quiere adquirir”

Con el ascenso de Stalin, y una visión del marxismo con un gran componente economicista y fuertemente conservadora en algunos aspectos culturales, habrá retrocesos importantes en todas estas cuestiones. Por otro lado, las izquierdas socialdemócratas europeas o los reformismos latinoamericanos no le darán una gran relevancia a estas problemáticas en general, aunque se pueden señalar aquí y allá algunos avances concretos durante el siglo XX, desde el voto de la mujer hasta la legalización del aborto en muchos países, tanto de Europa occidental -particularmente en los países nórdicos durante los gobiernos socialdemócratas-, como oriental, también en América Latina y otras partes del mundo, que contaron en general con un decidido apoyo de la izquierda. Pero en general se puede visualizar que la mayor parte de las izquierdas, y de sus militantes y dirigentes, no fueron ajenos a una cultura machista predominante y quedó de lado, o por lo menos disminuyó significativamente, el impulso transformador-cultural que se visualizaba en las primeras décadas del siglo XX.

También en nuestro país existieron, en la izquierda política y partidaria, importantes antecedentes como Paulina Luisi en el Partido Socialista, o los planteamientos de Rodney Arismendi de transformar a la emancipación de la mujer en “bandera de la revolución” y su preocupación por la problemática ecológica. Más cercano en el tiempo, el Partido Socialista de los Trabajadores, en la década del 90, puso un fuerte énfasis en las luchas feministas, de los colectivos LGTBI y en la discusión sobre la legalización de las drogas. Esto no quiere decir que esa fuera la tónica general de la izquierda ni que no predominara en amplios sectores de la misma una visión y una serie de prácticas  muy permeadas por la cultura machista hegemónica en nuestra sociedad, pero sí podemos constatar una serie de antecedentes relevantes en diversas corrientes ideológicas de la izquierda uruguaya.

Si vamos a la historia, podemos ver que la contraposición entre ambos tipos de luchas se vuelve bastante cuestionable y que la “nueva agenda de derechos” tiene importantes antecedentes, tanto en las corrientes reformistas como en las revolucionarias de la izquierda, siendo la orientación a integrar las diversas luchas y no contraponerlas muy clara en algunos dirigentes y momentos históricos. Y es que ambos tipos de transformaciones se orientan hacia una mayor igualdad, lo que constituye un componente fundamental de las ideologías de izquierda.

Algunos aportes teóricos

Pero hay otra serie de razones y desarrollos teóricos que señalan no solamente que estas luchas no solo no son incompatibles, sino que en un sentido profundo son mutuamente solidarias. Para plantearlo de otro modo, si luchamos por la igualdad a nivel jurídico y de derechos pero no cuestionamos las estructuras sociales que reproducen constantemente relaciones de desigualdad, las transformaciones van a ser muy limitadas. Y si luchamos por transformaciones estructurales, sin apostar a transformaciones a nivel cultural y de derechos de minorías o grupos subaltenizados, seguiremos reproduciendo situaciones de injusticia a nivel social y no se crearán condiciones para una emancipación social en un sentido más amplio, existiendo el riesgo de que el predominio de relaciones e ideologías en su esencia no igualitarias actúen de freno o reviertan incluso los cambios a nivel estructural.

Pensadores que apuntaron a una síntesis del marxismo con el psicoanálisis, como Wilhelm Reich o algunos exponentes de la escuela de Frankfurt, desarrollaron el concepto de personalidad autoritaria para explicar fenómenos como el ascenso del fascismo en Europa, particularmente en Alemania, y el contraste entre las respuestas de las diferentes clases sociales pero también de distintos individuos de la misma clase social. Esa personalidad autoritaria la solían visualizar como producto de determinadas tendencias culturales y estructuras autoritarias -entre ellas un tipo de familia caracterizada por la dominación masculina- que conformaban una personalidad autoritaria tendiente a aceptar una sociedad jerárquica y de dominación de clases.

En forma muy sintética y simplificada: las estructuras autoritarias propias de la dominación masculina reproducían la división de la sociedad de clases y las estructuras de dominación y explotación que le son inherentes, y la sociedad estructurada en clases sociales reproducía las estructuras de dominación, incluida la masculina y las ideologías jerárquicas y autoritarias en general.

Más cerca en el tiempo nos encontramos con una pensadora como Nancy Fraser, quien en su artículo “Redistribución y reconocimiento” plantea dos grandes grupos de teorías de la justicia: como reconocimiento y como redistribución. Las primeras aluden a situaciones de injusticia cultural, de no reconocimiento de grupos subalternizados; la justicia como redistribución se relaciona con situaciones de injusticia económica, de explotación o marginación económica. Hay una tensión entre ambos tipos de justicia, porque mientras la justicia como reconocimiento tiende a promover la diferenciación o llamar la atención sobre la especificidad de un grupo, “… las exigencias de redistribución, por el contrario, abogan con frecuencia por la abolición de los arreglos económicos que sirven de soporte a la especificidad de los grupos. Por consiguiente, los dos tipos de exigencia… pueden interferirse e incluso obrar uno en contra del otro”. La distinción entre los diferentes tipos de injusticia es más que nada analítica, en la práctica “Lejos de ocupar dos esferas herméticas separadas, la injusticia económica y la cultural se encuentran, por consiguiente, usualmente entrelazadas de modo que se refuerzan mutuamente de manera dialéctica”. Este “encuentro” de los diferentes tipos de injusticia no significa que no exista tensión entre reconocimiento y redistribución, no es un falso dilema, existe una contradicción entre diferenciación y desdiferenciación. ¿Qué tipos de políticas se pueden desarrollar ante estas injusticias? Nancy Fraser distingue las políticas afirmativas, que intentan corregir los efectos sin modificar las causas -el “marco general”- que origina la injusticia, y las transformativas, que apuntan en cambio a corregir efectos intentando modificar precisamente las causas más profundas. Si tomamos las injusticias culturales, las políticas afirmativas están asociadas con lo que la autora llama “multiculturalismo central”, que buscan revaluar “identidades devaluadas”, las políticas transformativas por el contrario buscan “la transformación de la estructura cultural-valorativa subyacente”

A nivel de injusticias económicas, las políticas afirmativas se proponen una política de redistribución que implique transferencias a los sectores económicos en desventaja pero sin modificar la estructura “político-económica” que origina este tipo de injusticias, en cambio las transformativas buscan “reparar la distribución injusta mediante la transformación de la estructura político-económica subyacente.”, Estas últimas son las soluciones por las que se inclina Nancy Fraser, que implicarían una política socialista a nivel de redistribución y de deconstrucción a nivel cultural, pero que se enfrentan a serias dificultades que podríamos llamar políticas e ideológicas a la hora de concretarlas a nivel práctico.

En nuestro medio, partiendo de la caracterización que hace el filósofo germano-costarricense Franz Hinkelammert de la democracia como un “régimen de realización de derechos humanos”, Yamandú Acosta retoma esta visión que permite ir más allá de la visión politicista predominante que la plantea como “un régimen de gobierno”, apuntando a una visión más amplia y profunda de la misma  “...sin negar por ello en principio la pertinencia de instituciones, requisitos y procedimientos que de acuerdo a la misma califican a un sistema político como democrático…” Entre estos derechos humanos nos encontramos con distintas generaciones de derechos que se relacionan, a su vez, con diferentes dimensiones de la democracia:

“Derechos humanos civiles, políticos, económicos y sociales y finalmente culturales, identificados corrientemente como de primera, segunda y tercera generación, constituyen entonces los referentes de la democracia en sus dimensiones política, económica, social y cultural, en una visible ampliación, profundización y complejificación del sentido y alcance de la palabra ‘democracia’, problematizando su pretendida vigencia en los procesos histórico-sociales de la modernidad occidental…”

Los de primera generación refieren a las libertades civiles y políticas impulsadas por la burguesía ascendente, los segundos se relacionan con el movimiento obrero y el proyecto emancipatorio socialista, y los de tercera generación se relacionan con las luchas de grupos particulares, minorías raciales y culturales, feministas, etc. A estos se puede agregar los de cuarta generación o “derechos de la naturaleza”. Simplificando mucho, se puede decir que la relación entre estos derechos no es a-conflictiva, la “totalización” de alguna generación de derechos puede conducir a la negación de otros, también hay tensiones entre el universalismo que suponen algunos y el particularismo que suponen otros, lo cual no significa que su compatibilización no sea realizable.

Podemos ver en esta exposición más que simplificada que la combinación de los diferentes tipos de luchas no está exenta de dificultades, que las relaciones entre las diferentes tipos de políticas y de criterios de justicia es compleja y puede implicar algunas veces contradicciones, pero cuya compatibilización no solo no es imposible sino que es  más que necesaria, en tanto las diferentes formas de injusticia y dominación no son totalmente independientes entre sí, sino que, por el contrario, tienden a retroalimentarse.

¿Hemos podido ir más allá de esta contraposición en Uruguay?

Las críticas al feminismo y a los movimientos de la diversidad sexual en nuestro país suelen olvidar que el feminismo es diverso, que existe más de un feminismo o más de una forma también de visualizar las luchas LGTBI, y si bien en otros lugares pueden haber predominado determinadas visiones que no son capaces de trascender sus luchas específicas hacia un cuestionamiento más general de la sociedad, y que conciben esa lucha más que nada desde una visión propia de sectores estructuralmente dominantes o por lo menos acomodados, en nuestro país esa no ha sido la tónica predominante; por el contrario, se puede visualizar que tanto el movimiento feminista como el movimiento LGTBI han sido solidarios con otro tipo de luchas y hacen planteamientos y cuestionamientos que trascienden la lucha particular, y que una parte significativa -sobre todo del movimiento feminista- está muy vinculada al movimiento de los trabajadores y son también militantes activas del PIT-CNT. Y en el caso que predominaran visiones más particularistas, la izquierda tendría que ser capaz de conectar esas luchas parciales, justas en su esencia, con luchas más generales, como también ha intentado hacer históricamente en otros movimientos sociales, como el sindicalismo o el estudiantil. La promoción por parte de determinados representantes de la gran burguesía internacional de la “agenda de derechos”, como puede ser el caso de George Soros, suele olvidar que otros sectores del capital y algunos de  sus principales exponentes políticos, desde Ronald Reagan y Margaret Thatcher hasta los Bush y Donald Trump, son firmes defensores de la agenda “antiderechos”. El problema es que a veces parece visualizarse al capital como algo homogéneo y no se ve que hay en el mismo contradicciones, aunque en los momentos fundamentales sepan estar unidos

También se podrían señalar muchos elementos que podrían demostrar que, si bien muchos de estos avances fueron posibles en el marco de los gobiernos del Frente Amplio, algunas de las figuras más importantes del progresismo no fueron particularmente favorables a algunas de las principales leyes que generalmente se incluyen dentro de la agenda de derechos, en particular la despenalización del aborto, y más que impulsar a veces lo que hicieron fue “dejar hacer”, pudiéndose concretar determinadas leyes más que nada por el fuerte impulso que recibían desde los movimientos sociales y la sociedad civil.

Por otro lado, las tendencias de izquierda que han adoptado una perspectiva progresista sin un horizonte postcapitalista, suelen dejar de lado una serie muy importante de cuestionamientos desde el punto de vista ecológico que entran en fuerte contradicción con un modelo económico fuertemente basado en el agronegocio y la inversión extranjera directa. Tampoco crean condiciones para superar de una manera más profunda determinadas formas de subalternización, al no apuntar a un cambio de las estructuras que han sido históricamente la base de las tendencias políticas e ideológicas más conservadoras y reaccionarias, entre ellas la gran propiedad agraria. Asimismo, al no avanzar en ese tipo de transformaciones, suelen entrar en contradicción con sectores muy importantes de la clase trabajadora y otros sectores populares, alejándose de los movimientos sociales, que en gran medida son o fueron su base social, y contribuyendo a un desencanto político progresivo ante la ausencia de un horizonte transformador a largo plazo. Suelen desestimar, además, las críticas a determinadas políticas o acuerdos, ya sean Tratados de Libre Comercio o con empresas transnacionales, que lesionan nuestra soberanía, y que si bien pueden repercutir en lo inmediato cierto crecimiento económico, a largo plazo reproducen nuestro carácter de productor de commodities con poco valor agregado, perpetuando relaciones de dependencia y nuestro subdesarrollo e impactando muy negativamente a nivel del medio ambiente.

A nivel del debate público ha sido Hoenir Sarthou quien tal vez ha expresado más constantemente el cuestionamiento a las tendencias progresistas de la izquierda y quien ha planteado en forma clara una visión crítica hacia aspectos centrales de algunas políticas que tienden a perpetuar o profundizar relaciones de dependencia, si bien no es alguien que se exprese en general en términos de lucha de clases u otros conceptos propios del marxismo a los cuales aludimos en el título.  Si apostamos a superar la contraposición entre ambos tipos de lucha, no es compartible su visión en torno a la agenda de derechos ni sobre el feminismo o los movimientos LGTBI en general, pero sí son compartibles o por lo menos a tomar en cuenta muchos de sus planteamientos sobre aspectos estructurales y el modelo de inserción económico internacional. Por el lado de lo que sería la corriente progresista no hay un exponente tan claro, aunque en columna reciente Marcelo Aguiar Pardo ha expresado muy claramente esta concepción. Desde una visión que intenta superar la contraposición entre los diversos tipos de lucha, son compartibles muchos de sus planteamientos sobre la agenda de derechos y algunas críticas a la izquierda “estructural” que muchas veces se desplaza hacia una visión muy simplificadora de las luchas por el reconocimiento, pero a su vez parece asociar a toda postura de izquierda que vaya más allá de cierto sentido común progresista con visiones “conspiranoicas”, irracionalistas y anticientíficas. No es ninguna teoría conspiranoica que desde las clases dominantes y determinadas instituciones de carácter internacional se ha promovido la globalización neoliberal, es algo muy fácilmente constatable, hecho abiertamente y que responde a la mismas tendencias intrínsecas a la economía capitalista, es decir, a cuestiones estructurales y no simplemente de “voluntad”, como la concentración, centralización y transnacionalización del capital.

Todo esto está planteado en forma muy esquemática, en la práctica no siempre se expresan estos dos “polos” en forma tan “pura”; no convendría tampoco identificar al polo “progresista” con el Frente Amplio y al polo de la izquierda estructural con la izquierda no frenteamplista, de hecho ambas tendencias pueden percibirse tanto fuera como dentro del Frente Amplio si bien puede predominar aquí y allá una u otra.

Por último somos muchos los que no vemos determinados avances legales propios de la agenda de derechos y transformaciones estructurales como dos posibilidades excluyentes, y que concebimos que si bien puede haber dificultades concretas para lograr una síntesis en determinados momentos y circunstancias, ambos tipos de tareas son imprescindibles para la construcción de una sociedad más democrática y más justa, en un horizonte emancipatorio superador de las diversas formas de dominación y explotación existentes de unos seres humanos por otros.

Fuente luisscarpa.blogspot.com


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