20.JUL.20 | PostaPorteña 2129

DINERO QUE INCUBA DINERO (6)

Por Barbaria

 

Anexo II:  El capital, sección quinta

 

Citas de Karl Marx y Friedrich Engels: El capital, ed. Siglo XXI, 2010, tomo III, vol. 7, «sección quinta. Escisión de la ganancia en interés y ganancia empresarial. El capital que devenga interés»

El capital como mercancía

 

«El dinero — tomado en este caso como la expresión autónoma de una suma de valor, ya exista de hecho en dinero o en mercancías— puede ser transformado, sobre la base de la producción capitalista, en capital, y en virtud de esta transformación se convierte de un valor dado en un valor que se valoriza a sí mismo, que se automultiplica. Produce ganancia, es decir que faculta al capitalista para extraer de los obreros una determinada cantidad de trabajo impago, de plus producto y plusvalor, y aprobárselo. De esa manera adquiere, además del valor de uso que posee como dinero, un valor de uso adicional: el de funcionar como capital. Su valor de uso consiste, en este caso, precisamente en la ganancia que produce al estar transformado en capital. En este carácter de capital potencial, de medio para la producción de la ganancia, se convierte en mercancía, pero en una mercancía sui géneris. O lo que resulta lo mismo, el capital en cuanto capital se convierte en mercancía» (pág. 434)

«La forma del préstamo, peculiar de esta mercancía —del capital como mercancía—, y que por lo demás se presenta asimismo en otras transacciones en vez de la forma de la venta, surge ya de la determinación de que el capital se manifiesta aquí como mercancía, o que el dinero en cuanto capital se convierte en mercancía» (pág. 437)

« ¿Qué es, entonces, lo que sigue siendo enigmático para él en el movimiento peculiar del capital que devenga interés? Las categorías de la compra, el precio, la cesión de objetos, y la forma no mediada en que aparece aquí el plusvalor; en suma, el fenómeno de que, en este caso, el capital en cuanto capital se ha convertido en mercancía, de que por ende la venta se ha convertido en préstamo, y el precio en una participación en la ganancia» (pág. 444)

«En cuanto mercancía de un género peculiar, el capital posee también un tipo peculiar de enajenación. Por eso, en este caso el retorno tampoco se manifiesta como consecuencia y resultado de una serie determinada de procesos económicos, sino como consecuencia de un convenio jurídico especial entre comprador y vendedor» (pág. 446)

«Nunca hay que olvidar que, en este caso, el capital en cuanto capital es mercancía, o que la mercancía de la cual se trata aquí es capital. Por ello, todas las relaciones que aparecen aquí serían irracionales desde el punto de vista de la mercancía simple, o también desde el punto de vista del capital, en la medida en que éste funcione como capital mercantil en su proceso de reproducción. Dar y tomar en préstamo, en lugar de vender y comprar, es en este caso una diferencia que surge de la naturaleza específica de la mercancía (del capital). Del mismo modo que lo que aquí se paga es interés, en lugar del precio de la mercancía. Si se pretende calificar al interés de precio del capital dinerario, ello constituye una forma irracional del precio, totalmente en contradicción con el concepto del precio de la mercancía. 59 Aquí, el precio se haya reducido a su forma puramente abstracta y carente de contenido, la de que es una suma determinada de dinero que se paga por alguna cosa, que figura de una manera u otra como valor de uso; mientras que, conforme a su concepto, el precio es igual al valor de ese valor de uso expresado en el dinero» (págs. 451-452)

«Por ello, si el precio expresa el valor de la mercancía, entonces el interés expresa la valorización del capital dinerario, por lo cual aparece como el precio que se le paga el prestamista por el mismo punto de eso se desprende lo absurdo que es, desde un primer momento, pretender aplicar directamente aquí las simples relaciones del intercambio mediado por el dinero, de la compra y la venta, tal como hace Proudhon» (pág. 453)

Funciones del crédito y del sistema bancario

«Las observaciones generales que hemos tenido ocasión de efectuar hasta el presente acerca del sistema crediticio fueron las siguientes:

I) Necesaria formación del mismo para mediar la nivelación de la tasa de ganancia o el movimiento de dicha nivelación, en la cual se basa toda la producción capitalista.

II) Reducción de los costos de circulación.

1) Un costo de circulación fundamental lo constituye el propio dinero, en tanto éste tiene valor de por sí. Se lo economiza de tres maneras mediante el crédito.

A) Al omitírselo por completo en gran parte de las transacciones.

B) Al acelerarse la circulación del medio circulante. Esto coincide en parte con lo que debemos decir bajo 2). Pues por una parte, la aceleración es técnica; es decir, si en lo demás permanecen constantes la magnitud y la cantidad de transacciones mercantiles mediadoras del consumo, una menor cantidad de dinero o de signos dinerarios cumple los mismos servicios. Esto se vincula con la técnica del sistema bancario. Por otra parte, el crédito acelera la velocidad de la metamorfosis mercantil, y por consiguiente la velocidad de la circulación dineraria.

C) Sustitución de dinero áureo por papel.

2) Aceleración, por medio del crédito, de las diversas fases de la circulación o de la metamorfosis mercantil; además, de la metamorfosis del capital, y consiguientemente aceleración del proceso de reproducción en general. (De otra parte, el crédito permite mantener separados por más tiempo los actos de la compra y de la venta, y de ahí que sirva de base a la especulación.) Contracción del fondo de reserva, lo cual puede considerarse de dos maneras: por un lado como disminución del medio circulante, y por el otro como restricción de la parte del capital que siempre debe existir en forma de dinero.

III) Formación de sociedades por acciones» (págs. 561-562)

«El capital prestable del cual disponen los bancos afluye a éstos de varias maneras. En primer lugar se concentra en sus manos — puesto que son los cobradores de los capitalistas industriales— el capital dinerario que todo productor y comerciante mantiene como fondo de reserva, o que afluye a él en concepto de pagos. Estos fondos se transforman así en capital dinerario susceptible de ser prestado. De esta manera, el fondo de reserva del mundo comercial se restringe al mínimo necesario, por estar concentrado como fondo común» (pág. 515)

Capital que devenga interés

—El capital que devenga interés se manifiesta, a diferencia del capital productivo, como un mero hecho de la circulación:

«En el capital que devenga interés, la relación de capital alcanza su forma más enajenada y fetichista. Tenemos aquí D - D', dinero que genera más dinero, valor que se valoriza a sí mismo, sin el proceso que media ambos extremos» (pág. 499)

«El capital que devenga interés es, en general, la madre de todas las formas absurdas, de modo que, por ejemplo, en la imaginación del banquero las deudas pueden aparecer como mercancías» (pág. 600)

«El capital aparece como la fuente misteriosa y autogeneradora del interés, de su propia multiplicación. La cosa (dinero, mercancía, valor) ya es capital como mera cosa; y el capital se manifiesta como mera cosa; el resultado del proceso total de reproducción aparece como un atributo que recae de por sí en una cosa; depende del poseedor del dinero, es decir de la mercancía en su forma siempre intercambiable, el que quiera gastarlo como dinero o alquilarlo como capital. En el capital que devenga interés, por consiguiente, este fetiche automático —el valor que se valoriza a sí mismo, el dinero que incuba dinero— se halla cristalizado en forma pura, en una forma en la que ya no presenta los estigmas de su origen. La relación social se halla consumada como relación de una cosa, del dinero, consigo misma» (pág. 500)

«El capital es ahora una cosa, pero en cuanto cosa es capital. El dinero tiene ahora dentro del cuerpo el amor» (pág. 502) Aportamos también la nota de los editores: «El dinero tiene ahora dentro del cuerpo el amor. —En la canción de los bebedores de la taberna de Auerbach (Faust, parte I) la rata envenenada salta de angustia, “cual si tuviera dentro del cuerpo el amor”. Marx gustaba de citar este verso de Goethe (véase, por ejemplo, Grundrisse, p. 592, el manuscrito denominado Capítulo VI de El capital, 6a, ed. en español, México, 1978, p. 40, o, en esta misma edición, t. I, vol. 1, p. 236). Si no se capta la alusión literaria —Marx era cualquier cosa menos uno de esos economistas sin imaginación que se horrorizarían ante la sola idea de leer o, peor aún, citar obras de teatro o poemas en sus trabajos científicos— la frase de Marx resulta oscura: “Money is now pregnant", se interpreta en TI 393: “Nel denaro germogha la vita” (T. IT. 2, 71). Cohen-Solal y Gilbert Badia (seguidos, como de costumbre por las retraducciones de EDAF y Cartago) vierten: “Désormais, l’argent est engrossé”, y a continuación reproducen el original alemán, señal evidente de que su propia traducción no les resultaba excesivamente precisa (ES 7. 57). Rubel II. 1153, traslada así: “L’argent a maintenant le diable au corps”. No es fiel, pero precisamente el chiste de Goethe consiste en haber puesto “amor" donde lo normal sería escribir “diablo”[32]» (op. cit., vol. 8, pág. 1177)

—Oposición objetiva entre interés y ganancia:

 «El capitalista prestamista se opone directamente, en cuanto tal, al capitalista realmente operante en el proceso de reproducción, pero no al asalariado, a quien, precisamente, sobre la base de la producción capitalista, le han sido expropiados los medios de producción. El capital que devenga interés es el capital en cuanto propiedad frente al capital en cuanto función. Pero en la medida en que el capital no funciona, no explota a los obreros y no entra en antagonismo con el trabajo» (pág. 485)

«Puesto que el carácter enajenado del capital, su contraposición al trabajo, es relegado más allá del proceso real de la explotación, vale decir al capital que devenga interés, este propio proceso de explotación aparece como un mero proceso laboral, en el cual el capitalista actuante sólo efectúa un trabajo diferente al del obrero. De modo que el trabajo de explotar y el trabajo explotado son idénticos ambos en cuanto trabajo. El trabajo de explotar es tan trabajo como lo es el trabajo que se explota» (pág. 489)

 «Pero puesto que, por una parte, al mero propietario del capital, al capitalista dinerario, se le opone el capitalista actuante, y con el desarrollo del crédito este propio capital dinerario adopta un carácter social, se concentra en bancos y son éstos los que lo prestan, y no ya sus propietarios directos; mientras que, por otra parte, el mero director, que posee el capital sin título alguno — ni de préstamo ni ningún otro— desempeña todas las funciones reales que competen en cuanto tal al capitalista actuante, sólo permanece el funcionario y desaparece el capitalista, en cuanto persona superflua, del proceso de producción» (pág. 496)

Capital ficticio

«El crédito hace que el reflujo en forma dineraria [reflujo, es decir, reconversión del capital mercantil en dinero: D-M-D'] se independice del momento del reflujo real, tanto para el capitalista industrial como para el comerciante. […] La apariencia de reflujos rápidos y seguros siempre se mantiene durante prolongado lapso después de haber pasado su realidad, en virtud del crédito que ya se halla en marcha, puesto que los reflujos crediticios sustituyen a los reflujos reales» (pág. 578)

«F. E. — Hemos visto que ya en 1834 sabía Gilbart que: “Todo cuanto facilite los negocios, facilita asimismo la especulación. En muchos casos, los unos y la otra están tan estrechamente ligados, que resulta difícil decir dónde termina el negocio y dónde comienza la especulación”. Cuanto mayor sea la facilidad con que puedan obtenerse adelantos sobre mercancías no vendidas, tanto mayor número de estos adelantos se solicitarán, y tanta* mayor será la tentación de fabricar mercancías o de lanzar mercancías ya fabricadas a mercados distantes, con la única finalidad de obtener de inmediato adelantos de dinero sobre ellas. La historia comercial inglesa del período 1845-1847 nos brinda un ejemplo patente de cómo todo el mundo de los negocios puede ser presa en un país de semejante fiebre especulativa, y cómo termina ese episodio» (pág. 521)

«Pero en todos estos casos, el capital como cuyo vástago (interés) se considera al pago estatal, es ilusorio, capital ficticio. No sólo porque la suma que se prestó al estado ya no exista en absoluto. Pues esa suma nunca estuvo destinada, en general, a ser gastada, invertida como capital, y sólo en virtud de su inversión como capital se la hubiese podido transformar en un valor que se conserva a sí mismo» (pág. 599)

«En todos los países de producción capitalista existe un volumen ingente de lo que ha dado en llamarse el capital que devenga interés, o moneyed capital, en esta forma. Y por acumulación del capital dinerario no debe entenderse, en gran parte, otra cosa que la acumulación de estos derechos sobre la producción, acumulación del precio de mercado, del ilusorio valor de capital de estos derechos […] Los fondos de reserva de los bancos, en países de producción capitalista desarrollada, siempre expresan en promedio la magnitud del dinero existente como tesoro, y una parte de dicho tesoro consiste, a su vez, en papeles, en meras asignaciones sobre oro que no constituyen un valor de por sí. Por ello, la mayor parte del capital del banquero es puramente ficticio, y consta de exigencias de deudas (letras de cambio), títulos y obligaciones del estado (que representan capital pretérito) y acciones (asignaciones sobre rendimientos futuros). A todo lo cual no hay que olvidar que el valor dinerario del capital que representan estos títulos y obligaciones que se hallan en las cajas fuertes de los banqueros es, a su vez, totalmente ficticio — incluso cuando son asignaciones sobre rendimientos garantidos (como en el caso de los títulos estatales) o títulos de propiedad sobre capital real (como en el caso de las acciones)— y que es regulado de otra manera que en el caso del valor del capital real que representan cuando menos en parte; o bien, que cuando representan una mera exigencia sobre rendimientos pero no un capital, la exigencia sobre ese mismo rendimiento se expresa en un capital dinerario ficticio constantemente cambiante. A ello se suma aun que ese capital ficticio del banquero mayormente no representa su capital, sino el del público que deposita en su institución, lo haga con o sin intereses» (págs. 604-605)

«Los títulos de propiedad sobre obras públicas, ferrocarriles, minas, etc., son por cierto, como también acabamos de ver, efectivamente títulos sobre capital real. Sin embargo, no otorgan el poder de disponer de tal capital. Ese capital no puede ser retirado. Sólo otorgan títulos jurídicos sobre una parte del plusvalor que el mismo ha de obtener. Pero estos títulos se convierten asimismo en réplicas de papel del capital real, como si el conocimiento de carga adquiriese un valor además de la propia carga y simultáneamente con ella. Se convierten en representantes nominales de capitales inexistentes. Pues el capital real coexiste con ellos y no cambia de manos en absoluto por el hecho de que lo hagan dichas réplicas. Se convierten en formas del capital que devenga interés porque no sólo aseguran ciertos rendimientos, sino también porque mediante la venta puede obtenerse su rembolso como valores de capital. […] Pero en cuanto réplicas, negociables ellas mismas como mercancías, y que por ello circulan como valores de capital en sí mismos, son ilusorias, y el monto de su valor puede disminuir y aumentar en forma totalmente independiente del movimiento de valor del capital real sobre el cual constituyen títulos» (págs. 614-615)

«En tanto el banco emite billetes que no están respaldados por el tesoro metálico que yace en sus bóvedas, crea signos de valor que no sólo constituyen medios de circulación, sino también, para él, capital adicional —aunque ficticio— por el monto nominal de esos billetes sin respaldo. Y este capital adicional le arroja una ganancia adicional» (pág. 698) 

Abolición de la propiedad con el desarrollo del crédito

«El crédito ofrece al capitalista individual, o a quien se considera un capitalista, una disposición absoluta, dentro de ciertos límites, de capital y propiedad ajenas, y por ende de trabajo ajeno. El hecho de disponer de capital social, no propio, le permite disponer de trabajo social. El propio capital, que se posee realmente o en opinión del público, se convierte ya sólo en la base de la superestructura crediticia. Esto vale especialmente para el comercio mayorista, a través de cuyas manos pasa la mayor parte del producto social. Aquí desaparecen todas las pautas de medida, todas las razones y explicaciones más o menos justificadas aun dentro del modo capitalista de producción. Lo que arriesga el gran comerciante que especula es propiedad social, no su propiedad. Igualmente absurda se torna la frase acerca del origen del capital a partir del ahorro, ya que aquél exige precisamente que otros ahorren para él» (pág. 566)

«Puesto que la propiedad existe aquí en la forma de las acciones, su movimiento y transferencia se convierten en resultado puro del juego bursátil, en el que los tiburones devoran a los peces pequeños y los lobos de la bolsa a las ovejas. En el sistema accionario ya existe el antagonismo con la antigua forma en la cual el medio social de producción se manifiesta como propiedad individual; pero la trasmutación en la forma de la acción aún queda prisionera, ella misma, dentro de las barreras capitalistas; por ello, en lugar de superar el antagonismo entre el carácter de la riqueza en cuanto riqueza social y en cuanto riqueza privada, sólo lo perfecciona en una figura nueva» (pág. 567)

«Las características bifacéticas inmanentes al sistema crediticio —que por una parte es fuerza impulsora de la producción capitalista, del enriquecimiento por explotación de trabajo ajeno, hasta convertirlo en el más puro y colosal sistema de juego y fraude, restringiendo cada vez más el número de los pocos individuos que explotan la riqueza social, mientras que por la otra constituye la forma de transición hacia un nuevo modo de producción—, tal ambigüedad es la que confiere a los principales pregoneros del crédito, desde Law hasta Isaac Pereire, su agradable carácter híbrido de timadores y profetas» (pág. 569)


[32] De la traducción de Rubel toma su título Bordiga para su texto fundamental: La doctrina del diablo en el cuerpo


Comunicate