29.JUL.20 | PostaPorteña 2132

ALGUNAS LECCIONES FUNDAMENTALES del 19 DE JULIO de 1936 en la REGIÓN ESPAÑOLA

Por Proletarios Cabreados

 

A 84 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN SOCIAL QUE ESTALLA EL 19 DE JULIO DE 1936 EN LA REGIÓN ESPAÑOLA.

 

ALGUNAS LECCIONES FUNDAMENTALES

 

Otro proletario cabreado de la región ecuatoriana. Quito, 19 de julio del 2020

 

¿Qué sentido tiene recordar y reflexionar críticamente hoy en día desde la región ecuatoriana –y cualquier otra región– sobre la revolución social de 1936 en la región española? Tiene mucho sentido. Por un lado, porque, pese a las diferencias históricas, geográficas, culturales, etc. que nos separan, los proletarios de aquí y ahora tenemos mucho más en común con los proletarios de aquella época y aquella región que lo que tenemos con los burgueses de aquí y de allá, ayer y hoy. Es más lo que nos une que lo que nos separa. Los proletarios no tenemos patria pero sí tenemos memoria. Una memoria histórica y mundial común. Una memoria viva y cargada de futuro.

Y por otro lado, porque la memoria histórica también es un campo de batalla de la lucha de clases: en efecto, se trata de aprender de las luchas y derrotas de nuestra clase en el pasado a fin de sacar las lecciones que puedan servir en las luchas presentes y futuras para poder derrotar al Capital y al Estado, sobre todo en estos tiempos en que este sistema nos está matando de múltiples formas y, entonces, la revolución vuelve a ser una cuestión de vida o muerte para la especie humana y la naturaleza. Hacer memoria y balance sin nostalgia ni mitificación alguna.

A contracorriente del presentismo absoluto, ahistórico y aclasista propio del postmodernismo a la moda; de la injustificable justificación de la contrarrevolución capitalista y estatista dizque “socialista” propia del rancio estalinismo; y, de la injustificable justificación de la participación de algunos dirigentes anarco-sindicalistas dentro del Estado burgués republicano, so pretexto de “la guerra contra el fascismo”, propia del anarquismo ideológico y reformista.

Muy por el contrario, desde la perspectiva comunista antiestatal e internacionalista, el análisis crítico de los hechos de la llamada “revolución española” nos enseña que para vencer la revolución proletaria necesita: destruir la econmía capitalista (que es la dictadura impersonal de la mercancía y la ganancia sobre la vida) y el Estado, no “colectivizarlos” ni “autogestionarlos”; no tener miedo ni escrúpulos de ejercer su poder social autónomo y en armas, en forma de comités y milicias de trabajadores confederados en una «junta revolucionaria» (como plantearon correcta pero tardíamente Los Amigos de Durruti), contra el poder del enemigo de clase y sus colaboradores o “apoyadores críticos” (antifascistas incluidos); combatir y destruir tanto al fascismo, que es la expresión coyuntural más reaccionaria y sanguinaria de la dominación burguesa, como a la democracia, que en realidad es la dictadura estructural pero invisibilizada de los burgueses sobre los proletarios; hacer la revolución y la guerra al mismo tiempo, es decir practicar el derrotismo revolucionario frente a la guerra entre Estados-naciones y hacer la guerra de clases revolucionaria; internacionalizar la revolución desde el principio, porque la revolución sólo puede ser internacional para vencer al capitalismo que es internacional, de lo contrario es derrotada desde el principio; y, poseer una teoría o un “programa” revolucionario para tener claro qué hacer en los momentos más críticos y decisivos de una situación revolucionaria.

Dicho esto, a continuación compartimos el texto que uno de nuestros compañeros ha escrito el día de hoy sobre esta fecha histórica para el proletariado mundial:

Han pasado 84 años de la jornada heroica del proletariado español que, pobre en armas, luchó con tal coraje contra un enemigo mejor armado y disciplinado, de manera que tal domingo histórico del 19 de julio de 1936 está a la altura de la tercera guerra servil o guerra de Espartaco y del Octubre rojo del proletariado ruso en 1917.

Hoy en el 2020, igual que en 1936, el calendario da domingo, pero mientras aquel domingo el proletariado se levantaba inclemente y furioso contra sus enemigos de clase, hoy la burguesía y la izquierda del Capital, que han escrito su versión de la historia para consumo masivo a diferentes públicos, nos han vendido la idea de que en España se libró una “guerra civil entre el fascismo y el antifascismo” o “entre republicanos y fascistas”… ¡Nada más equivocado! ¡Fue una guerra de clases, donde se enfrentaba la revolución proletaria y la contrarrevolución capitalista!

Así pues, la historia de los vencidos tiene que imponerse como arma esclarecedora de nuestra clase, reivindicando sus procesos anónimos de ruptura con la sociedad burguesa, pero sobre todo autocriticándolos para superar sus errores que le llevaron a la derrota

En el libro «Barricadas en Barcelona» del compañero Agustín Guillamón (cuya lectura recomendamos), se puede leer un fragmento del levantamiento proletario del 19 de julio de 1936:

«Desde las tres de la madrugada del 19 de julio una creciente multitud reclamaba armas en la Consejería de Gobernación, en Plaza Palacio. No había armas para el pueblo, porque el gobierno de la Generalidad temía más una revolución obrera que el alzamiento militar contra la República. […] En treinta y dos horas el pueblo de Barcelona había vencido al ejército.»

Desde comienzos de la Primera Internacional y luego desde principios del siglo XX, la región española vivió sublevaciones esporádicas que fueron ahogadas con la sangre de los sublevados, campañas de agitación y propaganda revolucionaria, en fin, luchas de clases donde ya se comenzó a criticar y atacar los pilares del capitalismo o las relaciones sociales impuestas. De manera que en la revolución española de 1936, además de una crítica por la palabra, se llevó a la práctica una crítica directa por las armas contra el viejo mundo burgués de explotación del hombre por el hombre y del hombre por el fetiche de la mercancía y el Estado.

En «Los Amigos de Durruti» (otra lectura que también recomendamos), Guillamón escribe la siguiente y contundente síntesis sobre la naturaleza de este proceso histórico iniciado en julio del 36:

«1.- Sin destrucción del Estado no hay revolución proletaria. El Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña (CCMA) no fue un órgano de doble poder, sino de encuadramiento militar de los obreros, de unidad sagrada con la burguesía, en suma, un organismo de colaboración de clases.

2.- El armamento del pueblo no significa nada. La naturaleza de una guerra militar viene determinada por la naturaleza de la clase que la dirige. Un ejército que lucha en defensa de un Estado burgués, aunque sea antifascista, es un ejército al servicio del Capital.

3.- La guerra entre un Estado fascista y un Estado antifascista no es una guerra de clases revolucionaria. La intervención del proletariado en uno de esos dos bandos significa que ya ha sido derrotado. Una lucha militar en un frente militar suponía además una insuperable inferioridad técnica y profesional del ejército popular o miliciano.

4.- La guerra en los frentes militares suponía el abandono del terreno de clase. El abandono de la lucha de clases suponía la derrota del proceso revolucionario.

5.- En España, en agosto de 1936, ya no existía una revolución, sólo había lugar para la guerra. Una guerra exclusivamente militar, sin carácter revolucionario de ningún tipo.

6.- Las colectivizaciones y socializaciones en el plano económico no son nada cuando el poder estatal está en manos de la burguesía. En segundo lugar, cabe señalar el nudo gordiano que se presentó como una encrucijada a la semana siguiente del 19 de julio: o bien se barría al Estado capitalista, y el proletariado entraba en una fase superior de la lucha de clases, mediante la coordinación de los múltiples comités revolucionarios y el inicio de una guerra revolucionaria, o bien se permitía que el Estado capitalista reconstruyese su aparato de dominación.»

La situación revolucionaria del 19 de julio de 1936 pudo haber devenido en revolución social, pero el poder franquista en la mitad del país contenía y retrasaba militarmente la revolución, y políticamente las mismas organizaciones obreras de izquierdas no supieron imponer su poder social ya desarrollado con anterioridad para vencer a la burguesía sino que, por el contrario, colaboraron con ella bajo el paraguas reformista y contrarrevolucionario de la “unidad antifascista”

Porque en lugar de hacer la revolución social para destruir el Capital y el Estado, hicieron “la guerra contra el fascismo” mediante un “gobierno republicano antifascista” que obviamente no rompió nunca con el Estado democrático-burgués.

Esto explica por qué existieron ministros anarquistas («el anarquismo de Estado» que denuncia con razón Guillamón), mientras la contrarrevolución estalinista se esforzaba por frenar la marea insurrecta con edictos y militarización de las milicias, así como con difamaciones, persecuciones, torturas y asesinatos de los proletarios revolucionarios e “incontrolados”, tanto anarquistas (Berneri, Barbieri, Los Amigos de Durruti, etc.) como marxistas (Nin, Munis, Fernández, etc.). Colaborando así ambas fuerzas, anarquistas y estalinistas, para exterminar la revolución proletaria por la que decían luchar.

Al respecto, en su obra «La sociedad del espectáculo», Guy Debord resume magistral y claramente todo este proceso:

«La ilusión sostenida más o menos explícitamente en el anarquismo auténtico es la inminencia permanente de una revolución que deberá dar razón a la ideología y al modo de organización práctica derivado de la ideología, llevándose a término instantáneamente. El anarquismo ha conducido realmente, en 1936, una revolución social y el esbozo más avanzado que ha existido de un poder proletario. En esta circunstancia todavía hay que hacer notar, por una parte, que la señal de insurrección general fue impuesta por el pronunciamiento del ejército. Por otra parte, en la medida en que esta revolución no había sido concluida en los primeros días, por el hecho de la existencia de un poder franquista en la mitad del país, apoyado fuertemente por el extranjero mientras que el resto del movimiento proletario internacional ya estaba vencido, y por el hecho de la supervivencia de fuerzas burguesas o de otros partidos obreros estatistas [estalinistas] en el campo de la República, el movimiento anarquista organizado se ha mostrado incapaz de extender las semi-victorias de la revolución e incluso de defenderlas. Sus jefes reconocidos han llegado a ser ministros y rehenes del Estado burgués que destruía la revolución para perder la guerra civil.»

Desde los anarquistas, los comunistas y los socialistas, salvo contadas excepciones, en España no existió un programa revolucionario claro y concreto para después de la victoria armada del 19 de julio de 1936. Las contradicciones que deben ser superadas durante la insurrección para dar muerte a las relaciones sociales que nos ha impuesto la sociedad burguesa, fueron superadas parcialmente por la efervescencia revolucionaria pero, al no acabar con el capitalismo de raíz, ya que desde el anarquismo se llamó al gestionismo del Capital (es decir, auto-gestionarlo en lugar de abolirlo y superarlo), y desde el estalinismo se llamó a la nacionalización de la producción, se le pudo hacer un jaque pero no un jaque-mate; al contrario, se le permitió vivir y así se fue fortaleciendo de nuevo.

Por otra parte, el proletariado no supo imponer organismos de clase autónomos que enfrenten y destruyan al Estado; al contrario, sus organizaciones principales crearon organismos de colaboración entre clases como el Comité Central de Milicias Antifascistas, siendo que «el antifascismo es la consecuencia más grave del fascismo. Sustituye la ALTERNATIVA REVOLUCIONARIA CAPITALISMO/COMUNISMO, por la OPCIÓN BURGUESA DEMOCRACIA/FASCISMO.» (Guillamón)

En su «Homenaje a Cataluña», el escritor George Orwell, quien combatió en España en esos años, da un testimonio de primera mano: «fuera de España, pocas personas comprendían que se estaba produciendo una revolución; dentro de España, nadie lo dudaba. […] Después de todo, sólo era el comienzo de una revolución, no una revolución total. Cuando los trabajadores, desde luego en Cataluña y quizá en algunas otras partes, tuvieron el poder necesario para ello, no derrocaron o reemplazaron totalmente el gobierno.»

En el mismo texto, este escritor y combatiente inglés narra que mientras en el frente de batalla los milicianos andaban poco armados, mal vestidos y mal alimentados, y en las calles volvían a existir mendigos y hambre; en la retaguardia, la burguesía volvía a vestirse elegante, beber caros champanes franceses y hasta comer en ciertos restaurantes de lujo. Como diría Kropotkin: «si al día siguiente de la revolución existe hambre, la revolución ha fracasado.»

Esto fue así por la falta de imposición del proletariado sobre la burguesía, por no haber destruido de raíz y totalmente el Capital y el Estado, por colaborar con el enemigo de clase bajo la bandera colaboracionista y reformista del antifascismo. Dando como resultado que la revolución victoriosa del 19 de julio esté condenada a la derrota y no durase ni un año.

Todo lo cual estuvo determinado, en última instancia, por el aislamiento de la revolución proletaria en la región española con respecto al resto del mundo. Y esto, a su vez, debido a la derrota de la oleada revolucionaria mundial del periodo histórico 1917-1923, cuyos ejemplos más conocidos han sido las revoluciones en Rusia y Alemania, pero que también tuvo lugar en otros países del mundo, incluido Ecuador durante las jornadas de noviembre de 1922. De hecho, esta oleada histórico-mundial es más amplia, pues se abre en 1910 con la llamada “revolución mexicana” y se cierra con la derrota de la llamada “revolución española” en mayo de 1937.

Los compañeros del Grupo Barbaría escriben la siguiente conclusión del balance sobre la revolución y contrarrevolución en la región española:

«Cualquier estudio o análisis de cualquier lucha proletaria tiene que partir de manera ineludible de la situación internacional en la que esta se encuentra. En este caso, todo el proceso revolucionario acontecido en la región española viene condicionado por la derrota de la oleada revolucionaria mundial, que tuvo sus ejemplos más claros en Alemania y Rusia (1917-1923), pero que cuenta con otros casos que dieron por todo el globo. El fracaso de esta oleada y su posterior represión supuso la aniquilación física del movimiento revolucionario que quedó reducido a pequeñas minorías habitualmente aisladas unas de otras. Este “corte” en el movimiento no se dio en la región española, lo que explica en gran medida que el proletariado experimentase un ascenso de luchas a contracorriente del contexto internacional. Es esto lo que explica lo específico de este proceso revolucionario. […]

Si empezábamos estas notas de balance aludiendo a la situación internacional, es preciso terminarlas de la misma manera. Ya habíamos dicho que todo el proceso de luchas en la región española venía marcado por el aislamiento respecto a la oleada internacional en torno a 1917, por lo que el triunfo de la revolución en España era prácticamente imposible. El destino de las luchas del proletariado en cualquier región depende de forma inevitable de las luchas de sus hermanas y hermanos de clase en el resto del mundo. Esto no invalida, ni mucho menos, todas las ricas lecciones que hemos ido extrayendo de este periodo histórico, pero es importante recordar que todas las luchas que quedan aisladas acaban muriendo. Mayo del 37 fue, de hecho, el último del levantamiento de esa oleada internacional y dio paso al inicio de la llamada II Guerra Mundial donde el proletariado iba a ser masacrado haciendo de carne de cañón en esta guerra imperialista. Se cerraba un ciclo de revoluciones y vendría otro muy oscuro de contrarrevolución, donde el movimiento revolucionario quedaría aislado en el mejor de los casos, cuando no perseguido y torturado. Al calor de las huelgas y luchas de 1968 el proletariado volvería aparecer de nuevo como clase revolucionaria abriendo un nuevo ciclo.»

Precisamente es de todos estos errores y derrotas de nuestra clase, de sus ensayos revolucionarios en el laboratorio de la historia, de donde debemos sacar las lecciones fundamentales para poder superar las limitaciones y contradicciones que se presentan en las luchas actuales e imponer el programa histórico de «el partido del proletariado, que no es más que el partido de la anarquía, del comunismo, del socialismo.» (Marx, El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, 1852)

Para terminar, unos compañeros de la región chilena escriben en octubre del 2017, 100 años después de la revolución rusa, las siguientes palabras que sin duda también aplican para la revolución española, 84 años después de la misma:

«Lo que permanece esencial de los anteriores asaltos revolucionarios, y también lo será de aquellos que vengan en el futuro, es el movimiento colectivo de negación del capital que tiende a instaurar una comunidad humana, movimiento que se ha manifestado de diferentes formas y con diferentes intensidades durante las distintas épocas de la dominación de clase. Se trata, ante todo, de crear una nueva forma de vida, de crear e imaginar una vida en comunidad que vaya más allá de las anteriores formas de comunidad, que abandone para siempre el sendero transitado por la humanidad desde la emergencia de las sociedades de clases, que deje atrás para siempre a la domesticación de la especie humana y de las especies naturales que hoy se manifiesta con fuerza en la devastación natural y en la extinción masiva de la vida orgánica, pero también en la fragmentación y aislamiento entre seres humanos. A esta forma de vida en la cual se encuentra abolida la contradicción entre el individuo y la especie, contradicción sobre la que reposa el estado de cosas actual, en la cual la comunidad humana es al mismo tiempo la especie humana, nosotros le llamamos comunismo. ¡Comunización o Miseria!» (Anarquía & Comunismo #10, Revolución a título humano)


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