28.JUL.20 | PostaPorteña 2131

Reforma, Revolución y Barbarie en el Siglo XXI

Por Gearóid Ó Loingsigh

 

Hace más de 120 años Rosa Luxemburgo escribió su panfleto en respuesta a Bernstein sobre el tema si nos corresponde buscar la reforma del sistema capitalista o su derrocamiento mediante una revolución. 

Gearóid Ó Loingsigh (22/07/2020)

https://elsalmonurbano.blogspot.com/2020/07/reforma-revolucion-y-barbarie-en-el.html

Luego en 1915 en el Panfleto Junius, Luxemburgo volvería a plantearlo con otra frase inmortalizada “¿Socialismo o Barbarie?” en plena guerra mundial.  Esas dos cuestiones están sobre la mesa en la actualidad en medio de la pandemia del Covid-19, tan vigentes como lo estuvieron hace más de 100 años, por eso  aquí proponemos mirar su relevancia en la Colombia actual.

Antes de empezar nos gustaría aclarar que Luxemburgo, no escribe su respuesta a Bernstein como un ejercicio académico de discusión sobre la naturaleza del capitalismo, sino  es una respuesta escrita para orientar al movimiento obrero sobre sus tareas y objetivos  así como el papel que debía jugar la socialdemocracia, término que para esa época incluía a los revolucionarios como ella y Lenin.  Luxemburgo fue muy clara y enfática, los revolucionarios no se oponen a las reformas, todo lo contrario.

Entonces, el debate no giraba en torno a si determinada medida era una reforma o no, sino cuál era la tarea del movimiento obrero, ¿reformar el capitalismo o destruirlo? Esa dicotomía existe todavía en las organizaciones políticas de izquierda y en sindicatos, organizaciones sociales y por supuesto en el mundo académico y los centros de pensamiento, donde prefieren no pensar mucho sobre la naturaleza del sistema y donde los que lo hacen son poco reconocidos o perseguidos.

La cuestión de la Reforma

La propuesta de Bernstein era que mediante una serie de reformas se podía cambiar el sistema capitalista y que las reformas, una tras otra, sumadas serían una revolución pacífica.  Esa idea tiene mucha vigencia para algunos sectores hoy en día.  La llamada Ola Rosa en América Latina asume como bandera que sus propuestas reformistas no tocan en el fondo el capitalismo y las relaciones de mercado son una revolución.  Evo Morales, por ejemplo, habla de la revolución boliviana, donde no hay, el capitalismo y las leyes del mercado siguen intactos.  Todos los gobiernos progresistas usan ese lenguaje, aunque, valga decir, esos gobiernos no rompen con el capitalismo en sus prácticas ni en sus discursos.  Rafael Correa, por ejemplo, proviene de organizaciones católicas de Guayaquil, está en contra del aborto, alaba el papel que jugó la Iglesia Católica en el sistema educativo del país, y describió a los movimientos indígenas y ambientalistas como terroristas por oponerse a la explotación petrolera de la Amazonía ecuatoriana.  Pero el debate con ellos tampoco es sobre el alcance de sus reformas, se trata de algo más complejo, una cuestión de fondo.  Luxemburgo planteó que las reformas no son una revolución hecha poco a poco y la revolución tampoco es una concentración de reformas.  Describió la propuesta reformista de la siguiente forma.

"La conclusión de todo esto es que la socialdemocracia ya no debe orientar su actividad cotidiana a la conquista del poder político, sino a la mejora de las condiciones de la clase obrera dentro del orden existente. La implantación del socialismo no sería consecuencia de una crisis social y política, sino de la paulatina ampliación de los controles sociales y de la gradual aplicación de los principios cooperativistas."[1]

Ella fue tajante en afirmar que:

"Es absolutamente falso y completamente ahistórico considerar las reformas como una revolución ampliada y, a su vez, la revolución como una serie de reformas concentradas. La reforma y la revolución no se distinguen por su duración, sino por su esencia. Todo el secreto de los cambios históricos a través de la utilización del poder político reside precisamente en la transformación de cambios meramente cuantitativos en una cualidad nueva; dicho más concretamente, en la transición de un período histórico —un orden social— a otro.

 

Por lo tanto, quien se pronuncia por el camino reformista en lugar de y en contraposición a la conquista del poder político y a la revolución social no elige en realidad un camino más tranquilo, seguro y lento hacia el mismo objetivo, sino un objetivo diferente: en lugar de la implantación de una nueva sociedad, elige unas modificaciones insustanciales de la antigua. De este modo, siguiendo las concepciones políticas del revisionismo se llega a la misma conclusión que estudiando sus teorías económicas: no busca la realización del socialismo, sino la reforma del capitalismo, no busca la supresión del sistema de trabajo asalariado, sino la disminución de la explotación. En resumen, no busca la supresión del capitalismo, sino la atenuación de sus abusos. (Las negrillas no son del original)"[2]

Así, las críticas que se pueden hacer a los gobiernos de la Ola Rosa, tal y como ya hemos afirmado, no son sobre su alcance, sino que ellos no buscan pasar de un orden social a otro.  Ellos buscan mejorar el capitalismo y hacerlo apenas algo más tolerable para la inmensa mayoría de la población.  En eso vemos a un personaje como Gustavo Petro, quien una vez declaró que buscaba una alianza no coyuntural con la burguesía, y a lo largo de su carrera política ha buscado alianzas con personajes como Antanas Mockus, cuyas credenciales neoliberales están fuera de duda.  Si hay algo que podemos decir de él es que tiene cierta coherencia con sus propuestas, él no busca romper con el capitalismo sino hacerlo más eficiente, más tolerable, menos abusivo.  No quiere decir eso que todas sus propuestas y declaraciones sean reaccionarias, aunque no faltan las que sí.  Como Luxemburgo afirmó en el prólogo de su texto:

 

"¿Puede la socialdemocracia estar en contra de las reformas? ¿Puede considerar como opuestos la revolución social, la transformación del orden establecido, su fin último, y las reformas sociales? Por supuesto que no. Para la socialdemocracia, la lucha cotidiana para conseguir instituciones democráticas y reformas sociales que mejoren, aun dentro del orden existente, la situación de los trabajadores constituye el único camino para orientar la lucha de clases proletaria y para trabajar por el fin último: la conquista del poder político y la abolición del sistema de trabajo asalariado. Para la socialdemocracia, existe un vínculo indisoluble entre reforma y revolución: la lucha por las reformas sociales es el medio, mientras que la lucha por la revolución social es el fin." [3]

Así las propuestas de los gobiernos de la Ola Rosa, o de  Petro, o de Iván Cepeda no son criticables por ser reformas, pues estamos de acuerdo con cualquier reforma que mejore la situación material, cultural, social y política del proletariado y el campesinado; pero sí hay al menos dos  problemas con esas propuestas: en primer lugar que  basen su “adelanto” en la mutilación de otros adelantos sociales y en segundo lugar que se establezcan alianzas dudosas con sus enemigos de clase.

La cuestión de las reformas, sus fines y sus medios

Muchas de las llamadas reformas que proponen piden, cuando no, exigen, una contraparte equivalente, arrebatando a la clase obrera y al campesinado el resultado de luchas anteriores, por ejemplo, proponen un aumento de sueldo, a costa de una reducción en servicios sociales.  Esas no son reformas propiamente dichas sino ataques reales contra los pobres.

Así, cuando Iván Cepeda propone quitar dinero del Ministerio de Defensa para pasarlo al Ministerio de Salud no es criticable en sí, tampoco es criticable que Petro proponga no rescatar a Avianca sino a la empresa estatal Satena y usar el dinero para construir una red de trenes en Colombia, es algo hasta normal en un país capitalista, aunque rompe con la ortodoxia neoliberal.  Pero cuando votaron a favor de Ordóñez como parte de un acuerdo con el uribismo en nombre de conseguir un procurador para todos, hicieron algo lesivo a contra los intereses de clase obrera y el campesinado. Es una realidad, (y en los tiempos de Luxemburgo no era tan diferente), que muchas de estas “reformas” son, como han mostrado los ejemplos, de naturaleza engañosa y por eso es más que necesario oponerse a ellas.

Aunque Luxemburgo no trata tanto el trabajo parlamentario en ‘¿Reforma o Revolución?’, es importante tenerlo en cuenta hoy en día.  La supuesta Vía Parlamentaria al Socialismo que algunos pregonaban, o las simples reformas, conducen a un callejón sin salida, como se vio en la debacle del apoyo de muchos del Polo a la candidatura de Ordóñez (como Procurador) por medio de las instituciones parlamentarias pretenden reformar al capitalismo y acatan  las reglas de esas  instituciones, lo cual descarta de entrada la auto-organización de la clase y la movilización popular. Cuando no, usurpan la vocería de movilizaciones hechas por otros para entregarlas a la burguesía mediante arreglos dudosos  y concesiones arbitrarias.  Una de las consecuencias que vale la pena revisar, en relación con estas prácticas, claramente lesivas contra el movimiento popular del país, es justamente la de obligar al pueblo a elegir, entre todos los males el mal menor, en las elecciones, es decir el menos reprochable entre los candidatos burgueses. 

En las elecciones presidenciales pasadas en Colombia mientras amplios sectores de la izquierda pedían un voto crítico por el reformista Petro, el MOIR y el Polo pedían un voto por el que consideraban el mal menor de los candidatos neoliberales, Sergio Fajardo, como ahora en los EE.UU. el anarquista Noam Chomsky, no por primera vez en su vida, está pidiendo un voto contra el reaccionario e intelectualmente deficiente Trump y por el igualmente reaccionario Joe Biden.

En Alemania, Luxemburgo vio como era eso de dar apoyo a la burguesía.  Karl Kautsky, el gran teórico marxista en ese entonces, junto con la mayoría de la socialdemocracia alemana, votó a favor de créditos para la primera guerra mundial.  Mientras esto ocurría, Luxemburgo  se opuso a la guerra, y por esa razón terminó en la cárcel, donde escribió el Panfleto Junius, de donde sale su famosa frase “Socialismo o Barbarie".

La crisis perpetua y la contingencia

La situación de emergencia sanitaria generada hoy en día por el Covid 19 nos muestra con claridad el carácter dicotómico que ya había reflexionado Luxemburgo durante su vida.  Mientras unos quieren hacer algunas reformas, negociar qué porcentaje de la crisis la clase obrera y campesinado pagará, los capitalistas están dispuestos a quemar la tierra.  Ellos proponen barbarie y los reformistas proponen algunos límites a la barbarie, pero no su fin.

"Es cierto que, formalmente, el parlamentarismo sirve para expresar los intereses de toda la sociedad dentro de la organización del Estado. Sin embargo, realmente, sólo expresa los de la sociedad capitalista, es decir, una sociedad en la que predominan los intereses capitalistas. Las instituciones, aunque democráticas en su forma, son en su contenido instrumentos de los intereses de la clase dominante. Esto se demuestra del modo más palpable en el hecho de que, en cuanto la democracia muestra una tendencia a negar su carácter de clase y a convertirse en un instrumento de los intereses reales de las masas populares, la burguesía y sus representantes en el aparato del Estado sacrifican las formas democráticas."[4]

Todo intento parlamentario, choca contra el muro de la determinación de la clase capitalista de no ceder.  Esa lección la aprendieron los chilenos luego del golpe de Estado en 1973, lo aprendieron los argentinos, los uruguayos, entre otros, cada cual con sus dinámicas y complejidades.  También debieron aprenderlo a la fuerza los de la Unión Patriótica, aunque la historia reciente nos demuestra que muchos de ellos no aprendieron la lección: la burguesía colombiana no piensa ceder sin un baño de sangre.

Dado que los reformistas descartan el fin del capitalismo y  optan sólo por mejoras, surge la cuestión de quiénes son los agentes de cambio.  Para Bernstein, los agentes de cambio eran los sindicatos y a diferencia de Luxemburgo, creía que los sindicatos irían ejerciendo un mayor control social sobre la producción y los capitalistas quedarían reducidos a meros administradores.  Hoy en día es evidente que eso nunca pasó, los sindicatos consiguieron mejoras, sí, pero nunca cambiaron el sistema capitalista. En el caso de Colombia, ni siquiera la fundación de Ecopetrol, como empresa estatal  (no social), luego de la lucha de los trabajadores petroleros, hizo eso.  Siguió como una empresa petrolera obedeciendo a las reglas del capitalismo. Esto, sin duda fue un avance, pero no el fin del capitalismo.

Para Luxemburgo "[5]la lucha sindical y la práctica parlamentaria están consideradas como los medios de educar y conducir poco a poco al proletariado hacia la toma del poder político." No son diferencias menores, aunque pueden tratar de acciones parecidas y hasta idénticas en algunos momentos.

Hoy en día vemos que los sindicatos, por lo menos en Colombia, no son considerados como agentes de cambio por los reformistas.  Sus agentes de cambio son líderes caudillistas como los que proliferan por los países de la Ola Rosa y también en la izquierda colombiana.  En este nuevo marco, es el dirigente paternalista quien decide por el pueblo, algo en común con el fascismo al estilo italiano, y eso lo decimos no para tacharlos de fascistas, sino para señalar que el caudillista no tiene carácter de clase y tiene una forma sumamente peligrosa de ver el cambio.

Pero los sindicatos de Bernstein han sido reemplazados por las ONG y las organizaciones sociales también. Las ONG, sobre todo las de desarrollo, han reemplazado el estado capitalista en varias de sus funciones administrando redes de salud, producción, educación etc. como parte de la privatización de las funciones estatales, bajo el lema de la autonomía, eso ocurre inclusive con los pueblos indígenas donde en aras de promover la etnoeducación, se asume la administración del sistema educativo bajo una lógica de rentabilidad, despidiendo a profesores blancos permanentes para reemplazarlos con indígenas pero con contratos de 9 o 10 meses y con unas condiciones laborales muy inferiores.  También ocurre en las luchas populares donde las ONG, asumen la vocería de las protestas (muchas de estas organizaciones dirigidas por otrora marxistas y revolucionarios de distinta índole).  Tal fue el caso en el Magdalena Medio luego del Éxodo Campesino que duró 103 días.  Los campesinos lograron un acuerdo con el gobierno de Pastrana, pero fueron suplantados por la ONG, Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, quienes terminaron manejando el dinero y los recursos destinados al cumplimiento del acuerdo de manera que terminaron implementando proyectos de palma africana, explícitamente rechazadas en el acuerdo, luchado por los campesinos, con el gobierno.  Como explica James Petras:

"Los postmarxistas en su papel de administradores de las ONGs son fundamentalmente actores políticos cuyos proyectos, capacitación y talleres no producen un impacto económico importante, ni en las ONGs ni en disminuir la pobreza. Pero sus actividades sí desvían a la gente de la lucha de clases. La perspectiva marxista de la lucha y confrontación de clases se construye en las verdaderas divisiones sociales de la sociedad: entre quienes obtienen beneficios, intereses, renta e impuestos y quienes luchan por optimizar los salarios, el gasto social y las inversiones productivas."[6]

La industria humanitaria: el fenómeno de las ONG

En contexto semejante, los autores Munshi y Wilse The Revolution Will Not Be Funded (La Revolución no Será Financiada señalan que lo que ellos denominan el Complejo Industrial Sin Ánimo de Lucro es una carrera administrativa de lucro personal para muchos y no sólo sustituye a la lucha de las masas, sino que niega su importancia.  La auto-organización es reemplazada por la burocracia de profesionales de la pobreza quienes compiten entre sí por los fondos.[7] 

Aunque alguna gente ve en las ONG una propuesta progresista y es posible contar algunas que se han planteado allí un proyecto político no lucrativo, la inmensa mayoría no lo son, son organizaciones que administran y viven de la privatización de servicios sociales por un lado, organizaciones de otrora izquierdista que prefieren que las comunidades mendiguen por servicios en vez de luchar por ellos.  Claro, existen algunas ONG que son en realidad organizaciones sociales con la personería jurídica de una ONG, pero estas son una minoría, y hasta algunas de esas se convierten con el paso del tiempo en una ONG; el CRIC, ONIC, entre otras, son ejemplo de ello.

Munshi y Wilse en su libro (La Revolución no Será Financiada), señalan desde su mismo título lo obvio: que la clase capitalista no piensa financiar una revolución.  En el mejor de los casos financiaría algunas reformas, y como Luxemburgo explicó, las reformas no son una revolución lenta.  Pero, pese a las objeciones que puedan plantearse, estas organizaciones tienen una enorme influencia sobre las comunidades.  En los EE.UU. emplean 12.300.000 personas gastando unas USD 2.000.000.000.000 por año y de eso USD 826.000.000.000 son gastos de salarios, beneficios e impuestos sobre los salarios.  Sin duda, varias ONG suministran servicios sociales muy necesarios en zonas empobrecidas, pero a cambio de trabajar dentro del sistema y no intentar derrocarlo, aunado a ello,  los servicios sociales prestados son privatizados a través de las ONG.

Teniendo esto en cuenta, vale la pena evaluar a dichas instituciones y las soluciones que gestionan para sus desarrollos locales, regionales, etc. Una de las propuestas que las ONG suelen hacer a las comunidades es la de formar cooperativas, (también lo suelen proponer los anarquistas.  Así vaya donde vaya uno en el mundo encuentra un restaurante Hare Krishna, y una librería / restaurante / bar anarquista.  Los Hare Krishnas creen que están ganando terreno para una reencarnación, los anarquistas creen que a punta de restaurantes vegetarianos y yoga van a hacer la revolución), sin embargo, ellos saben que la cooperativa no es la revolución, es apenas un mecanismo de supervivencia, que puede proveer algunos elementos de auto-organización.

Las cooperativas, especialmente las cooperativas de producción, constituyen un híbrido en el seno de la economía capitalista, son pequeñas unidades de producción socializada dentro de la distribución capitalista. Pero en la economía capitalista la distribución domina la producción y, debido a la competencia, la completa dominación del proceso de producción por los intereses del capital —es decir, la explotación más despiadada— se convierte en una condición imprescindible para la supervivencia de una empresa.

Esto se manifiesta en la necesidad de las exigencias del mercado, intensificar todo lo posible los ritmos de trabajo, alargar o acortar la jornada laboral, necesitar más mano de obra o ponerla en la calle..., en una palabra, practicar todos los métodos ya conocidos que hacen competitiva a una empresa capitalista. Y al desempeñar el papel de empresario, los trabajadores de la cooperativa se ven en la contradicción de tener que regirse con toda la severidad propia de una empresa incluso contra sí mismos, contradicción que acaba hundiendo la cooperativa de producción, que o bien se convierte en una empresa capitalista normal o bien, si los intereses de los obreros predominan, se disuelve...

De esto se sigue que las cooperativas de productores únicamente pueden sobrevivir dentro de la economía capitalista cuando, valiéndose de un subterfugio, consiguen resolver la contradicción que les es inherente entre modo de producción y modo de distribución, es decir, en la medida en que consiguen substraerse artificialmente a las leyes de la libre competencia. [8]

Para Luxemburgo, la cooperativa sólo puede tener un éxito real fuera de una zona local con producción básica si suprime el mercado, es decir, el capitalismo.  Así toda cooperativa que pretende avanzar tiene que enfrentar la misma dicotomía: reforma o revolución.

Uno de los problemas con las ONG es que son pobladas y dirigidas, en muchos casos, por traidores de clase, otrora militantes de la izquierda, capaces de entonar La Lora Proletaria bajo la influencia de un trago, pero ese puño en alto es de borrachera no más.  Se consideran a sí mismos como los representes de la "sociedad" y se presentan en foros, ante instancias nacionales e internacionales como los voceros de la sociedad civil y creen que pueden reformar el Estado bien desde dentro o clamando ante instancias internacionales para que ellos obliguen a la clase capitalista, colombiana en nuestro caso, a tomar medidas.  Habremos visto en redes sociales, en discursos políticos comentarios al estilo de que “Colombia no tiene una clase capitalista”, o que en “Colombia la mafia tomó el Estado”.  No es para minimizar el papel de la narcoburguesia, cuya encarnación política es el Centro Democrático, pero el conflicto no comenzó con ellos y el Estado capitalista no es una creación de ellos.  El Estado colombiano funciona como se espera que lo haga un estado capitalista, protege a los intereses del capital.  Otra cuestión es si lo hace bien o mal.  Nuestra tarea no es rescatar al Estado de la mafia, sino derrocarlo.  No es nuestro, es de ellos bien sean mafiosos y/u oligarcas tradicionales.

El Estado actual no es la “sociedad” que representa a la “clase obrera ascendente”, sino el representante de la sociedad capitalista, es decir, es un Estado de clase. Por este motivo, las reformas sociales que el Estado acomete no son medidas de “control social” —esto es, el control de una sociedad libre sobre el proceso de su propio trabajo—, sino medidas de control de la organización de clase del capital sobre el proceso de producción capitalista. Es decir, las “reformas sociales” encontrarán sus límites naturales en el interés del capital.[9]

De la misma forma.

El socialismo no surge automáticamente y bajo cualquier circunstancia de la lucha cotidiana de la clase obrera, sino que sólo puede ser consecuencia de las cada vez más agudas contradicciones de la economía capitalista y del convencimiento, por parte de la clase obrera, de la necesidad de superar tales contradicciones a través de una revolución social. Si se niega lo primero y se rechaza lo segundo, como hace el revisionismo, el movimiento obrero se ve reducido a mero sindicalismo y reformismo, lo que, por su propia dinámica, acaba en última instancia llevando al abandono del punto de vista de clase.[10]

Es algo que se suele olvidar.  La palabra socialismo no se escucha, no se escucha en la Marcha Patriótica antes del acuerdo en La Habana, no se escucha en el Congreso de los Pueblos tampoco, y menos en la izquierda parlamentaria.  La reemplazan con frases bonitas como Justicia Social, que, a la luz de un análisis práctico, es una frase vacía nacida de una Iglesia Católica rancia y retardataria como parte de su trabajo contra comunistas y anarquistas.  Cuan vacía es, se ve en la siguiente cita:

“Juntos podemos hacer que nuestro país, con tanto talento y tantas posibilidades, alcance una paz verdadera: una paz que no es solo el fin de la violencia sino también el avance hacia una mayor justicia social.

Queremos un país justo, un país igualitario, un país donde la justicia social deje de ser un concepto etéreo y se plasme, con acciones concretas, en las vidas de nuestros compatriotas...

Sigamos perseverando en busca de una justicia social, sigamos luchando unidos por conseguir la paz”.[11]

Esta cita es del entonces presidente Juan Manuel Santos.  No es de ningún izquierdista, hablar de Justicia Social en vez de Socialismo es seguir el juego, no sólo a los reformistas, sino incluso a personajes como Santos. Y como esa frase existen otras que las organizaciones populares usan, como la Pacha Mama, como si la tierra fuera un ser.  Sí, la tierra es un sistema integral e integrado, algo que Marx y Engels reconocían,[12]pero no es un ser, ni un dios, sino es algo material.  Hablar de la Pacha Mama, u otras frases prestadas o hurtadas de pueblos indígenas no es hablar del Socialismo o la lucha de clases.

En este sentido reafirmamos que es el capitalismo, y no los blancos, o los occidentales  que es el principal depredador.  Así, la lucha para salvar el planeta es una lucha para acabar con el capitalismo, y no se hace con reformas tibias, ni rezando a dioses de algún pueblo indígena cuya cultura se pone de moda como referente, en medio de la pérdida de referentes políticos de izquierda.  Un partido, un sindicato, una organización de base, una organización que lucha, es lo que hace falta, no una mandala, ni una mística a las seis de la mañana.  Luxemburgo y Lenin enfrentaban el mismo problema con obreros que iban a misa a rezar, pero los rezos no cambian la correlación de fuerzas en una sociedad, no importa el dios, ni la hora, ni el lugar de los rezos.

Una revolución no se hace gritando borracho o sobrio, frases como “¡Abajo la oligarquía!”, “¡Viva la Revolución!”, aunque no falte el revolucionario que lo haga, y por supuesto en las marchas y protestas ya es un aspecto cultural internacional gritar consignas.  Pero de lo que podemos estar seguros, es de que no se hace callando.  Si no se habla de revolución, si no se propone, si no  convoca y organiza a la gente con esa meta, no se hará.  La revolución por ósmosis no existe, es un acto consciente y las reformas pueden presentarnos oportunidades, pero no pueden ser, ni deberían proponerse, como el fin en sí.  Si uno quiere caminar de Bogotá a Cartagena, es mejor no salir por la autopista sur, uno llega donde quiere llegar caminando en el camino correcto, sabiendo cómo llegar y preparándose.  Y si uno quiere llegar en un día, es mejor ir en bus y no a pie.

Lo que la pandemia deja claro es que no sólo es una elección entre reforma o revolución sino, nuevamente, entre el Socialismo o barbarie.


[1] Luxemburgo, R. (2002) Reforma o Revolución, Fundación Federico Engels, Madrid p. 28

[2] Ibíd., pp. 81 y 82

[3]  Ibíd., p.23

[4] Ibíd., p.51

[5] Ibíd., p.53

[6] Petras, J. (2005) El postmarxismo rampante.  Una crítica a los intelectuales y a las ONGs. https://www.lahaine.org/est_espanol.php/concierto_solidario_para_el_sabado_20_se

[7] Munshi, S. y Wilse, C. (2017) The Revolution Will Not Be Funded: Beyond the non-profit industrial complex. Durham. Duke University Press.  p.10

[8] Luxemburgo, R. op. cit. 70 y 71

[9] Luxemburgo, R. op. cit. p.45

[10] Ibíd., p.56

[11 ]Las citas son de Juan Manuel Santos, tomadas en su momento de la página de la presidencia www.presidencia.gov.co

[12] Veáse Engels, F. (1875-6) Introducción a la Dialéctica de la Naturaleza. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/75dianatu.htm


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