29.JUL.20 | PostaPorteña 2132

ÁLVARO FAYAD, EL REVERSO DEL TRAJE DE LOS AMOS

Por Juan Manuel Roca

 

Juan Manuel Roca

Hay momentos en que el peso de la historia arrastra a la acción a quienes no se conforman con ser espectadores porque aman y se apasionan por lo que les ocurre en los demás. Pienso en Camilo Torres Restrepo, por ejemplo, dando el paso del sacerdocio a las armas, equivocado o no, con un sacrificio de por medio. Por supuesto que no han faltado los que satanizan su paso, sin matices ni contingencias, desde una fácil condena de púlpito o de escritorio. Esto es algo que me lleva a recordar lo que decía el poeta de la Resistencia francesa, René Char, alguien que se vio impelido a las armas frente a la invasión de su país por parte de los ejércitos nazis. Decía Char que la “historia es el reverso del traje de los amos”

En ese mismo camino debió ser difícil para Álvaro Fayad, que fuera amigo más que discípulo de Camilo y que también pasó por un seminario en Santa Rosa, pesar en una misma balanza la importancia del plomo de las balas y del plomo de los linotipos. Lo digo porque la contingencia lo llevó a la lucha armada, amando como gran lector y brillante escritor el metal plomizo de las letras, de los tipos móviles en los que leyó sus primeros y releídos libros. Me parece que esa parte de su personalidad y de su vida es la que se olvida y entonces vuelvo a René Char: “la historia es el reverso del traje de los amos”.

A propósito del cura enguerrillerado, recuerdo que una vez le conté a Fayad que en un viaje que este hizo a Medellín, al unísono con un poeta también adolescente que luego se haría sacerdote, Mario Castaño, hicimos una pancarta de saludo que decía “Se hace Camilo al andar”. Un juego quizás facilongo que sin embargo festejó Fayad pues para celebrar algo ingenioso, burlesco o patafísico, creo que pocos hombres de izquierda como él y tal vez eso fue lo que más lo hermanó con Jaime Batemán Cayón.

A propósito de Bateman y haciendo cacería en un formidable libro de entrevistas de Patricia Lara, contaba Fayad que cuando a los presos del M-19 los torturaban y les preguntaban por Bateman, los torturados sonreían. Difícilmente un homenaje más grande a un amigo. Que aún en las peores situaciones su nombre produjera una sonrisa y no pocas veces una carcajada.

No vi tantas veces como hubiera querido a Fayad. Pero en todas ellas me sorprendían sus lecturas, algunas en otros idiomas, su amor por la poesía, por el teatro, por el ensayo literario y obviamente por el ensayo político y la literatura. En ninguno de mis encuentros lo vi dando cátedra ideológica y haciendo proselitismos. Veía a un hombre de letras postergado, a alguien que había cambiado su posible vocación por la firme creencia de que se podría subvertir un país tan doloroso y desigual, el mismo de siempre. Pero de armas, nada. Yo le conté que una vez alguien me propuso irme fusil al hombro a la montaña y que mi falta de ardentía o de valor me llevó a maquillar con un supuesto humor mi negativa. Soy fusilánime, le dije al proponente, no soy capaz ni de brillar un fusil.

Recuerdo que al viejo y querido poeta calarqueño Nelson Osorio Marín y a mí nos habló del humor disolvente de Quevedo, a quien había leído entre otros poetas y narradores en la biblioteca de Cartago.

Su lectura de Juan Rulfo, del magnífico historiador de fantasmas, sus lecturas en las clases que en la Universidad Nacional recibiera de Jorge Zalamea Borda, creo que lo hicieron a una cultura poética, lo mismo que los libros escamoteados en la librería Buchholz, como le comentaba a Patricia Lara en su bello y atesorable, “Siembra vientos y cosecharás tempestades”. (“La historia del M-19, sus protagonistas, sus destinos”).

He vuelto a leer ese libro y no me deja de sorprender particularmente la capacidad narrativa de Fayad, la ductilidad de sus ideas expresadas de una manera culta y literaria. Leyéndolo, de nuevo se entiende por qué la mayoría de los líderes de ese movimiento son hijos de la violencia, como otros ahora serán nietos o biznietos de ella. La descripción del asesinato de su padre, texto que alguna vez le recordé a su primo Luis, es de lo más terriblemente bello que haya leído en un país en el que jugamos al azar los temas posibles de la literatura y parodiando a José Eustasio Rivera muchas veces termina ganando, por obvias razones, el de la violencia.

Así le respondió a Patricia Lara acerca de la primera visión violenta que tuvo ante sus ojos siendo un niño, algo tan común a muchas otras infancias. La aguda entrevistadora tituló esa charla con un escueto “Álvaro Fayad, alias el Turco”:

“Poco después de la muerte de Gaitán asesinaron a papá: cayó sobre el piso de baldosa amarilla. Un hilo de sangre inundó de rojo su camisa blanca... Corrí a la cocina. Llené un vaso con agua. Regresé a la sala.

Me arrodillé junto a él... Quise darle de beber... Quise convencerme de que papá aún vivía... Yo tenía cuatro años, cuando los conservadores lo mataron. Recuerdo que mamá había comprado latas de sardinas para comer durante el viaje. Ese día nos íbamos definitivamente de Ulloa, Valle, donde yo nací. Nos íbamos desterrados de ahí por la violencia.

Minutos antes de la hora fijada para emprender el viaje a Cartago, alguien golpeó en la puerta de mi casa. Un tipo preguntó si estaba papá. Dijo que necesitaba que él le diera una recomendación en su calidad de dirigente del partido liberal del Valle...Papá salió a la puerta. Cuando inclinó la cabeza para sacar su bolígrafo del bolsillo y firmar la recomendación, el hombre le disparó... Él cayó. El tipo huyó. Los miembros del notablato conservador llegaron después... Un cura que todavía vive estaba con ellos...

Preguntaron a gritos si Fayad había quedado bien muerto.

-De lo contrario lo remataremos a tiros- dijeron.

Olía a muerto. Hacía un calor sordo. Mamá nos sirvió sardinas a la hora del almuerzo... Desde entonces no pruebo las sardinas... Me dan asco. No me traen recuerdos. Me producen náusea simplemente.

Todo el pueblo supo que iban a asesinar a papá, todo el pueblo...De su futura muerte se habló en los cafés, se habló en las calles... Pero como ocurre en la “Crónica de una muerte anunciada” de García Márquez, nadie le advirtió que lo iban a matar porque todos creyeron que él ya lo sabía...

Fueron los pájaros quienes ordenaron su asesinato: políticos importantes: los Lozano, el Cóndor del Valle... Sí, fueron ellos”.

Hasta ahí su respuesta a Patricia Lara.

Valga con lo anterior recordar la frase de un poeta que quizás no hubiera leído Fayad, Rainer María Rilke: “la verdadera patria del hombre es la infancia”. Si el aserto de Rilke fuera, y así lo creo, verdadero, la patria inaugural de Álvaro Fayad tuvo un bautizo violento, un bautizo de sangre. En esa patria tan contradictoria y compleja, otro niño, Iván Marino Ospina, de familia conservadora, tuvo como ídolo al mismo “Cóndor”, el asesino del padre de su futuro compañero de luchas. Así de contradictorio es todo en este país que hoy ve renacer nuevas conspiraciones en contra de la paz.

Solo 4 años después de ejecutado Fayad se firmó la paz con el M-19 y se llegó a la Constitución de 1991. Una paz que muy seguramente hubiera celebrado como alguien lo hizo a propósito de “Guerra y Paz”, la novela de León Tolstoi: “hay dos niveles de existencia, dos niveles de comprensión de la vida; la guerra y la paz, entendida esta como un acuerdo entre las personas”

Era Fayad, al menos en nuestro medio, un guerrillero atípico, alguien capaz de recordar parajes de Víctor Hugo o del “Retrato del artista adolescente”, de César Vallejo y sus “Heraldos negros”, de León de Greiff y “Cien años de soledad” y lo mismo en política que en literatura lejos, muy lejos de cualquier actitud estalinista. A todas estas pasiones sumó su pasión bolivariana. Ahora no nos parece un simple azar que naciera un 24 de julio como hoy, el mismo día del natalicio de Bolívar.

Coda.

Cualquier leyenda negra tejida alrededor de quien se atreve a disentir en obra y vida de las verdades impuestas, no es más que la comprobación de que la historia oficial no está contada por la punta del lápiz sino por el lado del borrador. De nuevo debo acudir a las palabras luminosas de René Char que me han acompañado al hacer este texto: “la historia es el reverso del traje de los amos” (fuente El Salmón)


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