02.AGO.20 | PostaPorteña 2133

POSTALINAS

Por posta

 

Murió este sábado  el “309” Luis Alfredo Maurente

 

militar condenado en el año 2009 como responsable de 28 homicidios muy especialmente agravados a la pena de 20 años de penitenciaría

Luis Alfredo Maurente Mata, alias "309" nació en Uruguay el 1 de marzo de 1947. Se unió al ejército en 1966. Maurente ha sido acusado y condenado por su participación en la tortura, desaparición forzada y asesinato de disidentes izquierdistas uruguayos durante la dictadura de 1970-1980.

En 1976, Luis Maurente estaba entre los responsables de la detención y tortura de ciudadanos uruguayos en "Automotores Orletti", un centro secreto de detención en Buenos Aires. Participó personalmente en la transferencia ilegal de unos cincuenta ciudadanos. Alrededor de veinte de estos eran pasajeros del llamado "segundo vuelo" de Orletti. Los disidentes uruguayos que buscaban refugio en Argentina fueron detenidos y torturados en el centro y luego deportados ilegalmente a Uruguay como parte de la Operación Cóndor.

La pena que recayó contra el militar fue de 20 años de penitenciaría, y su accionar fue condenado por un Tribunal de Honor del Ejército, que evaluó su conducta junto con la de José Nino Gavazzo y Jorge Silveira. El Tribunal pasó a reforma a Gavazzo y Silveira –por no denunciar ante la Justicia Penal que su camarada Juan Carlos Gómez estuvo preso 3 años y medio por el asesinato de Roberto Gomensoro en 1973–, y entendió que a Maurente no le cabía reproche por su actuación... Maurente y otro personal militar responsable de estos actos estaban protegidos por la llamada "Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado", que otorga inmunidad a los miembros de la policía y las fuerzas armadas que violó los derechos humanos. Esta ley fue aprobada en 1986 por el primer gobierno en el poder desde la restauración de la democracia, y fue ratificada después de dos referéndums en 1989 y 2009. La ley ha sido objeto de muchas críticas debido a las circunstancias que rodearon su ratificación.

En enero de este año la Corte de Asís de Apelaciones de Roma presentó los fundamentos de la sentencia que emitió el 8 de julio de 2019 en la causa Plan Cóndor, y que condenó a cadena perpetua a los militares retirados uruguayos Pedro Mato, José Nino Gavazzo, José Ricardo Arab, Ricardo Medina, Luis Alfredo Maurente, José Sande, Ernesto Soca, Ernesto Ramas, Jorge Silveira, Gilberto Vázquez, Jorge Tróccoli, y Juan Carlos Larcebeau, y a otros seis chilenos y bolivianos, por encontrarlos responsables del delito de “homicidio voluntario pluri agravado continuado” integró la nómina de los jerarcas militares uruguayos que, junto con otros 23 compatriotas y colegas de Bolivia, Chile y Perú, fueron condenados a cadena perpetua, acusados de la desaparición de italianos en la Operación Cóndor, el plan represor en América Latina que se aplicó durante las décadas de 1970 y 1980. Tenía Solicitud de extradición de Argentina

El incendio

 

La columna de Fernando Santullo

Búsqueda 30 de Julio 2020

¿Qué hacés cuando las prácticas de acción política que has impulsado se vuelven en tu contra? ¿Qué hacés cuando tenés que salir a defender a la clase de persona que dijiste era indefendible en cualquier circunstancia? ¿Qué hacés cuando tenés que apelar a la presunción de inocencia que declaraste erradicada y vetusta? ¿Qué hacés cuando te das cuenta de que las categorías que creías universales y lo explicaban todo, chocan con un caso que tu ideología te dicta defender?

Esas preguntas bullen en estos instantes en las cabezas de muchas personas que se desayunaron con una denuncia de abuso sexual contra el fallecido Daniel Viglietti, un artista que hizo de su integridad personal algo tan importante como su integridad artística y que era especialmente valorado por muchos (yo mismo) precisamente por esa conjunción de cosas.

Por supuesto, siguiendo la lógica futbolera imperante en este país, lo principal para la mayoría fue saber, antes que cualquier otra cosa, de qué lado del campo había que pararse para desde ahí poder tirar mejores pedradas a los del otro cuadro. Y es que en dialecto uruguayo la expresión “jugátela” quiere decir “dejá de intentar pensar las cosas por tu cuenta y sumate a uno de los bandos”. En realidad no solo en el dialecto local, ese es un problema que se viene extendiendo por todos los países democráticos (los no democráticos tienen métodos más expeditivos para tratar las discrepancias) y ocurre porque venimos abandonando, mansamente y en nombre de todo lo bueno, el intento de lograr acuerdos razonados como centro de nuestra acción colectiva.

Hasta donde logro entender, situaciones como esta de Viglietti tienen un paso previo antes de ponerse a tomar posiciones para la batalla política (en Uruguay solo se libran batallas políticas, ahora condimentadas con moralina 2.0). Y ese paso es que sea cual sea la verdad (y la posibilidad de establecerla en este caso está aún por verse), una denuncia de este tipo debe hacerse en el ámbito correspondiente y ese ámbito no pueden ser (solo) las redes sociales. Las pruebas (sean las que sean) deben presentarse también en el ámbito correspondiente y no pueden ser, sin más, algunas capturas de pantalla de familiares de la eventual víctima. Quien además en este caso parece no querer ser parte de la denuncia.

Ahora, eso no es lo que se nos viene vendiendo como el non plus ultra de la (pos) modernidad sino todo lo contrario: cualquier denuncia de abuso sexual realizada por una mujer (o por un anónimo de redes, da igual) debe ser automáticamente asumida como verdadera, sin necesidad de procedimiento o de pruebas. Adiós, presunción de inocencia, y adiós, garantías.

Todos los delitos sexuales (todas las violencias) tienen un único origen que atraviesa todas las civilizaciones conocidas y se pueden solucionar siguiendo un recetario simbólico sencillo: si corregimos las almas deformadas por el patriarcado, listo el pollo. Para eso debemos practicar una ortopedia de las almas que saque derechitos a todos los que, pobres de ellos, no detectan trazas de su tara en sus actos. Taras que nosotros, los reyes del mambo, detectamos sin problemas gracias a la bendición de nuestra infalible ideología, convertida en verdad absoluta so pena de excomunión social.

Eso que se nos viene vendiendo como el colmo del progreso, en el caso de Viglietti hace cortocircuito con las redes neuronales que sostienen al dogma ideológico político: él no puede haber hecho eso porque era de los nuestros, era de los buenos. Pero la denuncia es de una mujer, así que tiene que ser verdad porque las mujeres no mienten.

Pero es Daniel Viglietti, uno de los iconos máximos que laten detrás de esa ideología. Pero no puede ser mentira. Pero no puede ser Daniel. Pero no puede ser que algo sea las dos cosas al mismo tiempo. Bum.

Bien, esto es resultado de haber tirado a la basura cualquier rastro de lógica y el mínimo de coherencia interna exigible para una ideología (o una teoría) que se interese por dilucidar los conflictos sociales. Es resultado de haberse metido de cabeza en un dogma al que, por su propia falta de consistencia, le alcanza con un solo caso como el de Viglietti para demostrar su naturaleza inane. No solo no sirve para intentar resolver el problema sino que empeora y mucho el instrumental que ya tenemos en terrenos de la justicia. Y es que, contrariamente a lo que cada vez más gente parece creer, la presunción de inocencia no fue concebida para preservar privilegios sino para evitar que los privilegiados aplastaran a quienes eran menos favorecidos. Los privilegiados no necesitan un sistema judicial, les basta con contratar sicarios para “resolver” los diferendos, como ocurre en todos los lugares en donde la Justicia es débil.

La presunción de inocencia protege sobre todo a quien se encuentra más indefenso ante “the powers that be”, esos poderes que ya existen en la sociedad cuando llegamos al mundo y que hacen que unos tengan menos acceso al poder que otros. Todo el sistema judicial existente en las democracias apunta precisamente a eso, a que los diferendos no sean resueltos según la ley del más fuerte (o, en su versión actual, el más indignado). Por eso se debe probar de manera fehaciente que el delito existió, más allá de lo que diga la acusación. Por eso existe un procedimiento legal, por eso todo ciudadano tiene derecho a una defensa justa. Incluso aquellos ciudadanos que nos parecen despreciables.

Como bien apunta el periodista español Juan Soto Ivars: “Si justificamos el atropello de los derechos fundamentales de alguien porque compartimos los fines, estamos a expensas de los caprichos de la tribu de moda. Si no regresamos al concepto civilizador de ciudadanía, a la igualdad formal y el respeto de la libertad de expresión, perderemos algo importantísimo por no haberlo sabido valorar”. Este avasallamiento de lo racional, esta dogmatización de la realidad que salta en pedazos ante un solo caso como el de Daniel Viglietti, es resultado de la constante parcelación del espacio colectivo. Por eso el hacha del dogma puede ser usada por cualquier colectivo (o persona o anónimo) para romperle la cabeza a cualquier individuo. Porque no hay ya (casi) nadie velando por el espacio común. En eso consiste el triunfo de esta nueva irracionalidad: en patearnos 250 años hacia atrás, directo a los tiempos previos a la Ilustración.

En esta columna no he dicho una sola palabra sobre si es verdadera o no la denuncia contra Viglietti. Ni sobre si Viglietti es intocable o no. Lo que señalo es previo y, creo, más grave que el caso concreto, que, de ser verdad, sería gravísimo. El punto es que todos los mecanismos legales que hemos desarrollado han sido construidos para defendernos a nosotros, los ciudadanos, de ser linchados por una turba que no razona ni se interesa por razonar. Si la idea de ciudadanía no vuelve a su lugar central, cualquier ciudadano podrá ser linchado bajo el mandato que dicte la moda ideológica indignada del momento. Y de ese incendio no te va a salvar nadie, ni la derecha ni la izquierda.

CARTA ABIERTA A LA FUNDACIÓN MARIO BENEDETTI

 

Con una sorpresa por la cual seguí vertiendo agua caliente sobre el mate hasta inundar mi apartamento, leí vuestra declaración de defensa moral que "expresa su mayor repudio a lo que considera una campaña de difamación para destruir la imagen de Daniel Viglietti".

Temo que debiera la Fundación, sean cuales fueren sus objetivos y estatutos, no involucrarse en los aspectos morales de los artistas.

Nuestro Caravaggio fue acusado de asesinato. Se rumorea que Leonardo lanzaba soñadoras miradas a los menores que hacían de púdicos modelos de angelitos los cuales, misteriosamente, se llamaban, cuando andaban juntos, "putti", y si andaban a solas, "putto". Céline, el gran Louis-Ferdinand Céline, fue acusado de nazi y algunos pueden ser acusados de sionistas o islamófobos, que es una ofensa gravísima, pero, las posiciones políticas de los artistas, su racismo, sus traumas, sus inclinaciones sexuales, no son motivo de defensa o condena.

Acaso hubiera sido menos inopinada una declaración de este calibre: "Sea lo que fuere y en el aspecto que fuere que haya hecho Daniel Viglietti, su arte resplandecerá por siempre".

Una segunda acusación sobre Viglietti ha caído como una bomba confirmatoria y esta segunda acusación será la antesala de una tercera y quedarán en falso quienes incursionaron en un terreno que el arte ignora con soberano desprecio.

Vivimos la hora más sombría de la humanidad. Magos oscuros la secuestran y la esclavizan y disciplinan el arte con el látigo de la moral.

Amigos de la Fundación Mario Benedetti: ¡Alerta y vigilancia constantes! ¡No permitamos que La Nueva Inquisición profane el sagrado Templo del Arte!

Marcelo Marchese

 

Informavirus

 

Por las dudas, yo no miro informativos. Cuando quiero una información la busco, y trato de verificar. Veamos un dato. 

Aclaremos antes que buscar datos en la información oficial da un poco de trabajo porque tratan, no de ocultar porque es prácticamente imposible, pero sí de disimular. Si se quiere saber por ejemplo el número de trabajadores de la salud contagiados cada día, hay que ver el acumulado del día y el del día anterior, y restar. Y así con muchas cosas. Va el dato que quería mostrar. Escribo esto la noche del 29 de julio. 

Desde que entró el bicho con Carmela hay 1237 casos según SINAE, y son 145 días. Eso da un promedio de 8.5 contagiados por día. 

Si tomamos la última semana, 22 al 29, son 120 casos. Promedio de la última semana, 17 casos diarios. O sea, se DUPLICÓ el ritmo de propagación. 

Y todas las autoridades dicen que lo tienen "bajo control". ¿Pueden ser cifras inventadas, les parece? ¿O tal vez equivocadas, simplemente? Hay una cifra que no se puede inventar, ni tampoco puede haber errores. El número de internados en CTI. Hoy son 6, ayer era 7, un pico en mucho tiempo. Llegó a ser 0 antes del brote de Treinta y Tres, cuando hubo tres días seguidos sin contagiados, y cuando el porcentaje de recuperados llegó al 95%. La evolución de los distintos índices ha corrido paralela, las tendencias son coherentes. Los trabajadores de la salud son el 18% de los afectados, en España cuando se llegó al 14 pusieron el grito en el cielo. Pero entre los enfermos activos es mucho peor, los trabajadores de la salud son el 30%.

El gobierno no tiene ningún interés en inflar las cifras, todo lo contrario. No quiere que te quedes en casa, todo lo contrario, quiere que salgas a laburar y a gastar, aunque no tenés con qué. Lo único que quiere es "no parar los motores" de la explotación del trabajo. Le importa un carajo si usás tapabocas o no.

Cuando se interpreta una realidad, o se presenta lo que se supone que es la realidad, esa interpretación debe ser consistente. No se puede contar al mismo tiempo dos relatos excluyentes entre sí y querer convencer con eso. 

Fernando Moyano

 

Nosotros somos el virus

 

El olvido de lo aprendido, lo leído, lo visto, etc. es altamente contagioso. El olvido colectivo, si lo consideramos con precisión, es en realidad, un fenómeno de la psicología de las masas (Freud).

Lo denominado coronavirus se presenta en una madeja de contradicciones sobre su presunta afectación día a día y nos permite este resultado a la fecha, analizar los procesos psíquicos de estos asesores científicos del poder mundial globalizado sobre lo impuesto con su omnipotencia ideológica, que nos muestra así su ilimitada influencia sobre todo aquello que de ellos depende, que nos permite a nuestra observación semiológica convertir en consciente lo inconsciente, de los mismos, donde esa absoluta libertad manifiesta de sus ideas oculta un paranoico deseo de destrucción, en la creencia de poder transformar el mundo exterior solo con sus ideas.

Exponer la semiología psicológica de los actuantes “científicos” respecto de su personalidad, que los compromete en esta cruzada apartada de la ética y de la moral correspondiente a su función, nos encuentra en la obligación de considerar en lo personal el rol de estos asesores atento, su morfología, tendencia, coherencia, motivación, hipótesis, proyección.

Advierto que, Facebook me imputa que mis comentarios infringen sus Normas comunitarias, no obstante publicar, el suscripto, consideraciones sobre reales situaciones.

a) ¿El Nuevo Orden Mundial es un consenso o una conspiración? Ambas cosas.

Es decir, una simulación experimental verdadera, dominando el proceso, pues el elemento denominado coronavirus/test se presenta como que puede llegar a ser devastador, con la anuencia de gobiernos locales políticos/seudocientíficos imponiendo interminables cuarentenas inconstitucionales destruyendo lo económico social.

b) “El triunfador del siglo XXI no es aquel que conspira sino aquel que sabe interpretar lo políticamente correcto y corre a ponerse al frente de la manifestación. El líder de hoy no es un creador, es un aprovechado.

Es decir, la imposición del poder mundial globalizado utiliza tendenciosamente el miedo que, está siempre en nosotros en forma latente silenciosa, con la anuencia de gobiernos locales políticos/seudocientíficos imponiendo interminables cuarentenas inconstitucionales destruyendo lo económico social.

Osvaldo Buscaya

Psicoanalítico (Freud)

CABA Argentina 30 de julio de 2020


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