12.AGO.20 | PostaPorteña 2137

¿PANDEMIA? ¿PESTE? UNA MIRADA HISTÓRICA

Por Marcelo Marchese

 

Así como el concepto "potable" aplicado al agua es una convención, pues alguien estableció que si el agua tiene tal cantidad de tal cosa y tal cantidad de tal otra se considera potable, con el concepto "pandemia" sucede lo mismo

Marcelo Marchese 10 agosto 2020

Por lo cual el concepto pandemia importa tanto por su punta biológica como por su filo político, sobre todo, si a causa de una "pandemia" se toman medidas que retraen la producción mundial y aíslan a la especie humana.

Esto que vivimos, de pandemia, no tiene nada, o en todo caso, si vivimos una pandemia, lo cierto es que soportamos unas veinte pandemias simultáneas cada año sin prestarles demasiado atención y sin tomar decisiones que han sido dañinas para casi todos.

Comparativamente a otras causas de muerte, los muertos por contagio de Coronavirus son escasos, amén de que esas muertes dudosamente puedan adjudicarse al Coronavirus. "El problema no es la mortalidad, sino la morbilidad" repite el loro que ha escuchado lo que dice otro loro dotado de túnica blanca. Si la peste no me mata, poco me preocupa el contagio "Pero el problema es que se saturen los hospitales", repite el loro ¿Dónde están esos hospitales saturados? Muéstrenme fotos. Aquí el loro cierra la boca y a modo de respuesta, un silencio cósmico.

Todos los días te muestran una imagen del Coronavirus que ni siquiera es una fotografía microscópica del Coronavirus. Es un dibujito armado con modelitos. Aparte de esa imagen icónica, las que te muestran como fotografías microscópicas del Coronavirus, tampoco son fotografías microscópicas del Coronavirus, habida cuenta que no han logrado aislar al Coronavirus. En todo caso, serán fotografías del virus y de quién sabe qué más. Esto aplica, lamentablemente, a los testeos que pueden dar positivo a una cosa que viene asociada inicialmente al Coronavirus sin que haya la más leve partícula de Coronavirus.

Todos los santos días escuchás lo que dice algún loro de túnica blanca al que le pagan un buen sueldo por meterte miedo, pero otras voces deben ser tenidas en cuenta. Entre las disciplinas creadas por el hombre, hay una llamada "historia" que otros llaman, presuntuosamente, "ciencia histórica", que tiene una serie de virtudes entre las cuales destaca la de brindar testimonios del pasado, algo que permite establecer ciertas comparaciones y poner en su justo lugar las palabras que usamos.

Pestes hemos tenido unas cuantas a lo largo de la historia y aquí presentaremos el testimonio del historiador Tucídides acerca de la peste que asoló a Atenas en el año 430 AC, y el célebre texto de Antonin Artaud que describe la peste negra que asoló a Europa entre los años 1347 y 1353.

Fragmento de "Historia de la guerra del Peloponeso", de Tucídides:

"Además de la calamidad que ya los castigaba, los atenienses aún se enfrentaban a otra, por el alojamiento en la ciudad de la gente procedente del campo; esto afectó particularmente a los recién llegados. Efectivamente, como no había casas al alcance de todos y por lo tanto tenían que vivir en carpas asfixiantes por el verano, la peste los diezmaba indiscriminadamente. Los cuerpos de los moribundos se apiñaban y los semimuertos rodaban por las calles y cerca de todas las fuentes en su sed de agua. Los templos en los que habían estado alojados estaban llenos de los cadáveres de quienes murieron dentro de ellos, pues el desastre que los golpeó fue tan abrumador que la gente, sin saber lo que les esperaba, se volvió indiferente a todas las leyes, ya fueran sagradas o profanas. Las costumbres observadas hasta entonces en relación a los funerales comenzaron a ser ignoradas, y cada uno enterró a sus muertos como pudo. Muchos recurrieron a formas toscas de enterramiento, porque tantos miembros de sus familias habían muerto que ya no tenían material funerario adecuado. Utilizando las piras de otros, algunas personas, en previsión de quienes las habían preparado, les arrojaron sus propios muertos y les prendieron fuego; otros arrojaron los cadáveres que llevaban encima de uno ya encendido y se fueron.

En términos generales, la peste introdujo la anarquía total en la ciudad. Se atrevió audaz y abiertamente a lo que antes solo se hacía en secreto, viendo lo rápido que cambiaba la suerte, tanto la de los ricos muertos repentinamente como de los que antes no tenían nada y en un momento se convertían en dueños de los bienes ajenos. Todos decidieron disfrutar cuanto antes de todos los placeres que aún podía brindar la existencia, y así satisfacer sus caprichos, viendo que sus vidas y riquezas eran efímeras. Nadie quería luchar por lo que alguna vez consideró honorable, ya que todos dudaban de que vivirían lo suficiente para obtenerlo; el placer del momento, como todo lo que lo condujo, se volvió digno y conveniente; el miedo a los dioses y a las leyes de los hombres ya no frenaban a nadie, pues al ver que todos morían de la misma manera, la gente llegó a pensar que la maldad y la piedad eran lo mismo; además, nadie esperaba estar vivo para ser llamado a rendir cuentas y responder por sus acciones; por el contrario, todos creían que el castigo ya decretado contra cada uno de ellos y que pesaba sobre sus cabezas, era demasiado pesado, y que sería justo, por tanto, disfrutar de los placeres de la vida antes de su consumación".

Veamos ahora el fragmento de "El teatro y su doble", de Antonin Artaud:

"Cuando la peste se establece en una ciudad, las formas regulares se derrumban. Nadie cuida los caminos; no hay ejército, ni policía, ni gobiernos municipales; las piras para quemar a los muertos se encienden al azar, con cualquier medio disponible. Todas las familias quieren tener la suya.
Luego hay cada vez menos maderas, menos espacio, y menos llamas, y las familias luchan alrededor de las piras, y al fin todos huyen, pues los cadáveres son demasiado numerosos. Ya los muertos obstruyen las calles en pirámides ruinosas, y los animales mordisquean los bordes. El hedor sube en el aire como una llama. El amontonamiento de los muertos bloquea calles enteras. Entonces las casas se abren, y los pestíferos delirantes van aullando por las calles con el peso de visiones espantosas. El mal que fermenta en las vísceras y circula por todo el organismo se libera en explosiones cerebrales. Otros apestados sin bubones, sin delirios, sin dolores, sin erupciones, se miran orgullosamente en los espejos, sintiendo que revientan de salud, y caen muertos con las bacías en la mano, llenos de desprecio por las otras víctimas. Por los arroyos sangrientos, espesos, nauseabundos (color de agonía y opio) que brotan de los cadáveres, pasan raros personajes vestidos de cera, con narices de una vara de largo y ojos de vidrio, subidos a una especie de zapatos japoneses de tablillas doblemente dispuestas, unas horizontales, en forma de suela, otras verticales, que los aíslan de los humores infectos; y salmodian absurdas letanías que no les impiden caer a su turno en el brasero. Estos médicos ignorantes sólo logran exhibir su temor y su puerilidad. La hez de la población, aparentemente inmunizada por la furia de la codicia, entra en las casas abiertas y echa mano a riquezas, aunque sabe que no podrá aprovecharlas. Y en ese momento nace el teatro. El teatro, es decir la gratuidad inmediata que provoca actos inútiles y sin provecho. Los sobrevivientes se exasperan, el hijo hasta entonces sumiso y virtuoso mata a su padre; el continente sodomiza a sus allegados. El lujurioso se convierte en puro. El avaro arroja a puñados su oro por las ventanas. El héroe guerrero incendia la ciudad que salvó en otro tiempo arriesgando la vida. El elegante se adorna y va a pasearse por los osarios. Ni la idea de una ausencia de sanciones, ni la de una muerte inminente bastan para motivar actos tan gratuitamente absurdos en gente que no creía que la muerte pudiera terminar nada ¿Cómo explicar esa oleada de fiebre erótica en los enfermos curados, que en lugar de huir se quedan en la ciudad tratando de arrancar una voluptuosidad criminal a los moribundos o aun a los muertos semiaplastados bajo la pila de cadáveres donde los metió la casualidad?"

Como dijera el poeta: "Mejores testigos los ojos que los oídos". Desechando lo que vomitan los histéricos informativos, hay que salir a la calle y ver lo que sucede con nuestros ojos ¿Ves algo parecido a lo que describen Tucídides y Artaud? ¿Vivimos el flagelo de una peste, o vivimos el flagelo de las decisiones políticas que se han tomado en función de una pseudo peste?


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