12.AGO.20 | PostaPorteña 2137

LAS AVENTURAS DE JUAN PLANCHARD

Por Jonathan Jakubowicz

 

LAS AVENTURAS DE JUAN PLANCHARD

(Primere entrega)

Novela de Jonathan  Jakubowicz (Caracas, 1978) escritor, director, productor y guionista de cine venezolano. Sus realizaciones son Secuestro express en Venezuela otra  la vida del boxeador panameño Roberto Durán Manos de piedra y una   película sobre la Segunda Guerra Mundial, Resistance, su tercer y más reciente largometraje.

Esta novela es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes o son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con personas, vivas o muertas, eventos o escenarios es puramente casual. Primera edición, noviembre 2016

IDENTIFÍQUESE

Mi nombre es Juan Planchard, tengo veintinueve años y cinco millones de dólares en mi cuenta. Tengo una casa en La Lagunita, una en Madrid, y un apartamento en Nueva York. Soy dueño de una vende-paga en el Hotel Palms de Las Vegas. Comparto un avión privado con el testaferro de un pana, y estoy convencido de que todas las decisiones que tomé durante la revolución bolivariana fueron correctas y serán agradecidas por mi descendencia.

Confieso que me tomó un tiempo darme cuenta. Yo también pensaba que el bien común era el bien moral, y el bien de pocos era el mal absoluto. Pero me cansé de pelar bola y puse atención:

El país más rico del mundo eligió al Comandante, un carajo que solo cree en la fidelidad, y te deja hacer lo que quieras con tal de que no hagas nada contra él.

¿Por qué me voy a poner yo a pelear con el único tipo en la historia  contemporánea que ha logrado controlar al ejército y calmar al tradicionalmente rabioso pueblo de Venezuela?

¿Quién soy yo para decirles a los pobres que se equivocan al creer en el que llaman su líder? Nadie

Pensar que la mayoría se equivoca es subestimar al pueblo. El pueblo  nunca se equivoca. Si pasa más de una década enamorado de un tipo, es porque el tipo le gusta. Uno se debe adaptar, y adaptarse implica echarle bola dentro de las reglas del juego. Como Kevin Costner en “Los intocables”, que persigue a Al Capone por traficar caña y al escuchar que van a legalizar el alcohol decide tomarse un trago. Así decidí hacer yo: si la vaina es guisando, pues hay que guisar.

El billete lo he hecho principalmente con CADIVI, como todo tipo medianamente inteligente que haya vivido en la primera década del siglo XXI en la tierra de Bolívar. Si no eres venezolano, te lo explico: el gobierno socialista bolivariano estableció un control de cambio de dólares en Venezuela. Este control produjo dos tipos de cambio, uno legal y otro real. En los últimos años (estamos a finales del 2011) el dólar real vale el doble o más que el legal. Solo tienes que conseguir dólares legales y venderlos por el precio real para hacer al menos dos dólares por cada dólar invertido.

Conseguir dólares legales es fácil, basta con tener contactos en el gobierno. Esa es la manera a través de la cual se enriqueció todo el que quiso y supo hacerlo. Cero riesgos. Todo pa’l bolsillo, todo bolivarianamente legal. Es una especie de asalto al país, pero un asalto por voluntad popular deja de ser un asalto y se convierte en una filosofía colectiva, una cultura. Y eso el que no lo entendió fue porque no quiso.

Tengo panas que andan en aquello de la venta de armas y ya van por ochenta palos verdes. Pero eso es demasiado peo. Las armas tienen serial, y si una de las tuyas termina en manos de la FARC o de Hezbollah, te pueden cerrar la puerta al imperio, y eso sí no me lo mamo. Yo con cinco millones tengo. La vaina está demasiado peligrosa en Caracas. Prefiero pasar mí tiempo en Estados Unidos, aprovechando la crisis del capitalismo para conseguir las vainas a mitad de precio.

No es paja, todo está a mitad de precio. Desde apartamentos en Manhattan hasta culitos impresionantes que tienen el bollo catire… jevas de Playboy por un pelín de cash... Ocho mil bolos fuertes la noche. Seis lucas verdes por una semana… Niñas de su casa, que en Venezuela sencillamente no consigues. Puede que ganemos los Miss Universo pero dejémonos de paja: casi todas las venezolanas son unas podridas. Todo el que ha viajado al exterior sabe de lo que estoy hablando. El que dice que las venezolanas son las mejores jevas del mundo es como el que dice que Venezuela es el mejor país del mundo: simplemente está desinformado. Y que se me arreche el que sea, me sabe a mierda. Ya tengo mis reales y si no puedo volver más a ese chaborreo, pues no vuelvo.

SWINGERS EN LAS VEGAS

La historia que voy a contar no es política. Es una historia de amor. Amor verdadero, con billete. No el amor clase media que busca subir de estrato social. No el amor de los pobres que busca compartir la miseria. No. Esta es una historia de amor con real. Amor entre gente que lo tiene todo y para la cual el amor puede ser, de verdad, lo más importante en la vida.

Hay unas fiestas de swingers en Las Vegas que son una merma.

Sólo dejan entrar a mujeres solteras que estén buenas y a parejas menores de treinta y cinco años. La entrada vale veinte mil dólares por tipo (las mujeres entran gratis)
Para la rumba se alquilan unos penthouses del Hotel Palms. Cuatro suites, de cuatro cuartos cada una, conectadas entre sí. Son espacios enormes, una de ellas tiene hasta una mini cancha de basket en mitad de la sala (supongo que para los panas de la NBA). Hay jacuzzis, columpios, saunas, colchones comunales en los que caben quince, todo tipo de juguetes y aparatos… Las suites tienen vista al Vegas Strip, la calle principal de Las Vegas, donde está una réplica medio raruna de la Torre Eiffel y otros hoteles temáticos que atraen a los peores turistas del planeta.

Lo mejor de estas fiestas, es que en ellas la mayoría de las parejas  no son pareja. Un carajo menor de treinta y cinco años, que está dispuesto a gastarse veinte lucas verdes en una rumba, es un carajo que no anda pendiente de tener una relación estable… Y si la tiene, no trae a la jeva para una fiesta de swingers en Las Vegas. Así que todas las cien mujeres que vienen con tipos a las fiestas, más las cincuenta que vienen solas, andan pendientes de escalar y pasan toda la noche mirando para los lados para ver dónde se montan.

Las rumbas comienzan a las tres de la mañana y como a las cuatro se arman unas orgías que son, de pana, superiores a la que viví en el palacio de Gadafi (esa quizá se las cuento luego)

Acababa de aterrizar en Las Vegas con mi pareja de la fiesta de swingers, una actriz brasilera que conocí hace tres años, en diciembre del 2008 en Punta del Este. Teníamos la nariz entumecida de tantos pases que nos habíamos metido en el avión privado del testaferro del pana (un Challenger 300, de veinticinco palos verdes, con platos de porcelana y mesoneros que sirven queso manchego con melón). Nos recogió un Lincoln Town Car y nos llevó al Hotel Venetian, que está medio lejos del Palms.

— ¿Por qué no nos quedamos en el Palms? –preguntó la carioca en portuñol.

— Nunca es bueno quedarse en el hotel en el que se va a rumbear –respondí–, por si se arma un peo y hay que salir corriendo.

La brasileña no podía estar más buena. Pero yo, en principio, estaba demasiado explotado por el perico como para intentar una aproximación sexual. Además, la idea era guardar las municiones para las swingers de la noche.

Al llegar al hotel, la jeva se metió en la ducha panorámica estilo veneciano y comenzó a cantar una vaina de Paralamas. Yo me puse a picar el perico para tener todo listo y la fui estudiando: su cabello castaño claro, con raíces negras de peluquería. Sus caderas anchas, en forma de manzana, de ese tipo que solo consigues en la tierra de Lula. Su rostro medio portu, medio africano. Se parecía a Xuxa. Sus tetas estaban demasiado bien operadas.

No recuerdo cómo se llamaba, es posible que nunca lo haya sabido. Lo cierto es que al verla con su cuerpo perfecto cantando, con las luces de Las Vegas de fondo, en mi suite enorme e impersonal, con la copa de Prosecco servida sobre la mesa, y la cama California King invitándome a nadar en ese ciclón de curvas cariocas: pensé que ya lo tenía todo, pero no era feliz.

El dinero no da la felicidad, pero da una sensación tan parecida que se requiere de madurez para notar la diferencia. Lo malo es que nadie aún ha descubierto qué es lo que da la felicidad cuando ya uno lo tiene todo. Es duro. Pocos entienden que lidiar con el éxito excesivo es tan difícil como lidiar con el fracaso.

Pero estaba en Las Vegas. Pensé que sería demasiado patético deprimirse en Las Vegas. Por ello decidí intentar sustituir el dolor de mi espíritu por el placer de mi cuerpo… y en un arrebato filosófico inesperado me metí dos pases más, entré a la ducha y comencé a cogerme a la hembra, de pie y de ladito, pidiéndole que no parara de cantar Paralamas…

Le metí y le saqué la paloma repetidas veces. Luché por apartar de mí todas las ideas negativas. Entré y salí. Entré y salí…todas las veces que pude… hasta que ese ir y venir genital y el agitado rebotar de sus glúteos contra mis caderas, se conectó en un solo ritmo con la coca y su maravillosa euforia química… Y sí… ¡Lo logré! Logré olvidar, por tres minutos y medio, que todo lo que tenía era poco.

A medida que progresó el polvo, me fui poniendo contento.

Decidí que a pesar de que mi búsqueda apenas comenzaba, no iba tan mal. Todo lo que había hecho me acercaba a la felicidad absoluta: esa que se escondía más allá de las imponentes nalgas que tenía enfrente

Esa que solo aquellos verdaderamente bendecidos pueden encontrar.

Después nos fuimos al casino… Y allí comenzó la mejor parte de mi vida.

NOTA DEL COMPILADOR

Lo que sigue es la traducción de los mensajes privados intercambiados, vía Twitter, entre la señorita Scarlet y su novio Michael.

@ScarletT45

Q hay?

@Michael31

Aburrido. Extrañándote.

@ScarletT45

Ya llegamos a las Vegas.

@Michael31

Y q tal?

@ScarletT45

No he visto mucho, pero el hotel es impresionante.

Hablamos luego. Voy al Casino con mi papá.

@Michael31

OK, manda fotos d culos.

@ScarletT45

Idiota

@Michael31

xoxoxo tu sabes q t amo.

@ScarletT45

Ja ja Gafo. Mucho cuidado. Me voy. Solo tengo Wifi en el cuarto así q no t molestes si no respondo.

@Michael31

Saludos a tu viejo. Q ganen. Muack.

El casino del Hotel Venetian debe tener un kilómetro cuadrado. Lo caminé de arriba abajo, con mi hembra brasilera robando miradas a los lados. Finalmente llegué a la mesa pro de póker (cinco lucas verdes la jugada mínima)

Me senté y, como todo buen jugador, me dispuse a estudiar a mis compañeros de mesa. Frente a mí había dos chinos con trajes imitación de Gucci. A su lado, un ruso con una camisa de seda blanca y el pecho rojo insolado al descubierto. Del otro lado, un gringo de cómo cien años que se estaba quedando dormido. Frente a él, un barrigón de cincuenta años… Y a su lado…A su lado… estaba… ella.

Quedé pasmado viendo sus ojos… Me entraron al alma. Mi corazón se agitó más rápido que bebé de craquera y me convencí, de una vez por todas, que había conseguido el camino que buscaba. Mi camino era ella, quienquiera que ella fuera. Esa niña sentada en la mesa pro de póker del Venetian. Ella era mi destino. Para llegar a ella me había hecho millonario y había venido a Las Vegas.

Sin dejar de mirarla cambié cincuenta mil dólares, pero eso no la impresionó. El tipo que jugaba a su lado parecía su padre. Sin duda le habría dado todo lo que quiso desde niña. El dinero no era nada para ella. Y eso era lo que más me gustaba.

Me miró sin interés y se reclinó sobre el hombro del cincuentón. Por un momento pensé algo terrible… ¿Y si no es su padre? ¿Y si es su amante? Si esa niña bella, de acaso veinte años, se entrega a ese asqueroso barrigón por dinero sería una tragedia.

Sería la demostración de que mi vacío es universal, de que mi esperanza de encontrar un amor puro y verdadero es en vano y yo estoy condenado a la soledad. Una soledad llena de nalgas firmes, pero soledad al fin.

Decidí que aún si ese hombre fuese su amante, yo lucharía por ella. Era inevitable. Así tuviese que darle toda mi fortuna y volver a Venezuela a buscar más guisos y más real, lo haría por ella. Por estar junto a ella para siempre. Nada ni nadie me separaría de ella jamás

La brasileña se dio cuenta de mi enamoramiento. Me miró interrogante. Era evidente que tenía que deshacerme de ella. Pero su nombre estaba en la lista de la fiesta de swingers, yo no podía entrar sin ella. Necesitaba encontrar un boomerang que se la llevara por un rato, pero la trajera de regreso.

Saqué mi cartera y le di mi tarjeta CADIVI. El gasto máximo anual que el gobierno bolivariano permite a sus habitantes, es de dos mil quinientos dólares. Con esa cantidad no se llega muy lejos. La Brasileña se la llevaría y se compraría alguna que otra porquería, y volvería a pedir más. Así es CADIVI: trabaja para ti, en las buenas y en las malas.

Se fue contenta, y nos quedamos en la mesa: El Barrigón, que podía o no ser el padre de la mujer de mi vida, dos chinos, un ruso, un gringo anciano, ella y yo.

Me tumbaron cinco lucas en la primera jugada, y allí sucedió el milagro: El Barrigón se fue al baño y la dejó, sola para mí, cuidando su silla, aburrida, sin siquiera sospechar que al otro lado de la mesa había un multimillonario dispuesto a darlo todo para conquistarla.

— ¿De dónde eres? –pregunté en el inglés machucado que había aprendido en el CVA, cuando todavía era un buen point para sacar culitos a rumbear en Las Mercedes.

—Los Ángeles

–dijo, dejándome aún más emocionado.

— ¿Eres actriz?

Movió la cabeza negativamente con cierta timidez, como indignada por la pregunta.

Yo calculé: tenía como cuarenta segundos para sacarle el teléfono antes de que volviese El Barrigón.

— ¿El señor es tu papá?

—Sí –dijo, y yo respiré profundo.

— ¿Qué? ¿Están de vacaciones?

—Sí.

El Barrigón salió del baño y comenzó a caminar de regreso a la mesa. Yo pensé que se podría friquear al ver a su hija hablando con un desconocido venezolano y actué lo más rápido posible.

- Toma mi tarjeta. Mándame un e-mail si necesitan algo.

Ella agarró la tarjeta con un poco de miedo.

— ¿Tú vives aquí? –preguntó.

—No, pero conozco un gentío.

— ¿De dónde eres?

—Vivo entre Nueva York, Vegas y Caracas. Donde me lleve el trabajo. Soy de Venezuela.

Creo que eso le gustó. Bajó la guardia con su mirada y me dejó tonto con su repentino calor humano. Por primera vez en mi vida, en el momento en el que vi su sonrisa, fui completamente feliz.

El Barrigón y La Brasileña regresaron a la mesa al mismo tiempo. Pensé que a lo mejor habían echado un polvo juntos, y que los pendejos éramos nosotros. Pero rápidamente rechacé tan absurda idea.

La Brasileña había regresado porque le habían rechazado la tarjeta CADIVI. Así es la vida… hermosa. CADIVI, una vez más, funcionaba para mí de manera impecable, rebotando como habían rebotado sus glúteos contra mis caderas… recordándome que nací para triunfar y que nada ni nadie me impediría tener lo que merezco.

Agarré las fichas que me quedaban sin siquiera contar cuánto había perdido. No importaba. En esa mesa, esa noche, yo había sido el ganador.

Me alejé, sonriendo a la mujer de mi vida. Ella guardó mi tarjeta en el bolsillo de su denim y me miró con una complicidad que no dejaba dudas: Ella también sentía que nacimos el uno para el otro y que el tiempo que pasamos separados había terminado para siempre.

La Brasileña y yo nos montamos en una Hummer Limo, a la salida del casino, y nos fuimos para el Palms. Ella se quejó, juguetona, de que la tarjeta no pasó. Dijo que yo lo había hecho a propósito y que era un pichirre. Pero yo no la escuchaba. Solo pensaba en mi amada…

Miraba a través de mi ventana un mundo nuevo que celebraba mi felicidad.

El Caesars Palace de Las Vegas… con su coliseo romano… en el que se había hecho grande Muhammad Ali…

El Hotel Mirage… con su volcán entrando en erupción cada quince minutos…

El Hotel Bellagio… con su gigantesca fuente que echa agua a cien metros de altura al ritmo de Beethoven u otro por el estilo…

El Aladdin verdadero… no la imitación balurda de El Rosal…

El Monte Carlo… igualito al que escondía a Lady Di con Dodi Al-Fayed en el primer triunfo del Islam sobre la realeza británica…

El MGM… con el león enorme adornando su fachada…

El NEW YORK - NEW YORK… que tiene una réplica del Empire State y una montaña rusa que circula entre los rascacielos y pasa por el propio lobby…

El Luxor… con la pirámide iluminando al cielo…

El Mandalay Bay… que parece una jaula de oro y tiene tigres que se comen a sus entrenadores alemanes homosexuales…

Toda Las Vegas se rendía a mis pies, no porque tuviese dinero sino porque la tenía a ella… cualquiera que fuese su nombre. Con sus ojos verde marihuana y su sonrisa calmada, nacida para vivir a mi lado, en eterna sabiduría, rasguñando mi alma con sus largas pestañas…

Llegamos a The Palms y tuve que hacer un toque técnico en la vende-paga que compré hace un año. Es un point espectacular, con sesenta televisores que pasan en vivo carreras de todos los hipódromos importantes del mundo. El que quiere apuesta contra nosotros.

El negocio me lo maneja un español que se parece a Fernando Carrillo y al que llaman El Duque. Es un buen tipo. Lo conocí hace un par de años en casa de Miguel Ángel Moratinos, el representante del Comandante en España, y desde entonces nos hicimos amigos.

El Duque salió a recibirme y me abrazó, dijo que todo estaba bajo control. Ese fin de semana se corría el clásico Malibu Stakes en Santa Anita y el cálculo era que nos meteríamos medio millón de dólares, limpios de polvo y paja. Revisé los libros mientras El Duque se buceaba a La Brasileña. Pregunté un par de cositas, vi que todo estaba en orden, y le di un bono de veinte lucas por su honestidad. Nos metimos un par de pases juntos, vimos unas carreras de Tokio o de Seúl, y nos despedimos con mucho cariño.

Esa noche en The Palms tocaba Paul Oakenfold, en una rumba que se llamaba “Perfecto”. Yo no le vi mucho de perfecto, la verdad. El man tiene diez años diciendo “the world is mine” y creo que lo que está es pelao. A la electrónica le pasó la misma vaina que al rock: se volvió autoindulgente. La música no puede ser autoindulgente. Es un arte que se basa en compartir sonidos, nadie puede hacer música para sí mismo.

Y si la hace que no ladille.

“The world is mine”. Fuck you, motherfucker. The world is mine, not yours.

A La Brasileña sí le gustaba Oakenfold. Me contó que una vez fue a un rave en Copacabana y que allí, en plena arena, al ritmo de los beats del británico, perdió la virginidad. Era difícil imaginar que esa hembra hubiese sido virgen alguna vez, pero el plan de culear en la arena, todo el mundo lo sabe, es horrible; sea con quien sea.

Me pidió que le consiguiera éxtasis. Se lo pedí al mesonero del VIP y me trajo dos pepas con el logo del Che Guevara. Creo que si me hubiese traído cualquier otra la hubiese rechazado. Pero al Che nunca lo podría rechazar. El pana me había dado todo lo que tenía. Su imagen de justiciero social era también la mía.

¡Hasta la victoria siempre, camarada Che -pensé- me meto esta pepa celebrando tu memoria como incansable héroe de la libertad!

Todos nos debemos al Che. Sin el Che todavía estaríamos trabajando para los gringos, cobrando sueldos de mierda, enriqueciendo a algún portugués o judío capitalista sin ninguna posibilidad de ascenso social. El Che nos dio la libertad y, pase lo que pase, siempre debemos recordarlo. ¡Patria o muerte, venceremos!

La pepa estaba suave, pero al combinarse con el perico que venía metiéndome durante seis horas, me dio taquicardia. Nada fácil.

Encima Oakenfold estaba mezclando mal. Tuve que concentrarme duro para no sufrir un infarto. Tomé agua a montones y salí de la rumba a coger aire en el casino. Pero el techo estaba adornado con hongos de fibra de vidrio, y eso me volteó el coco aún más.

Pedí un whisky en el bar, me lo tomé fondo blanco para balancear la vaina y, gracias a Dios y la Virgen, se calmó mi corazón.

Respiré hondo, fui al baño, eché una larga meada, y lentamente con alegría noté que me iba quedando con una notica melódica de lo más respetable.

Volví a la rumba y me puse a bailar. Me gocé las caderas de mi actriz brasilera preferida y, ya repotenciado, le sugerí que nos diéramos una vuelta por la fiesta de swingers a ver qué tal. Le pareció excelente idea.

Cogimos el ascensor privado del VIP y llegamos al Playboy Club, un casino en el último piso de The Palms atendido por puras conejitas divinas, con una vista descomunal de toda la ciudad. Pero esta es apenas la versión para el público en general de lo que nosotros vinimos a ver. La fiesta de swingers de The Palms es el secreto mejor guardado de Las Vegas. Me enteré que existía gracias a El Duque. El pana nunca había entrado, pero había pillado el movimiento, y me había pasado el dato.

Entramos a la rumba, a través del Playboy Club, a las cuatro de la mañana. El rollo estaba explotado en pleno: mujeres, hermano... perfectas… en pelotas, caminando por todos lados, tomando shots en la barra, bailando en tubos de acero, en la sala, en las ventanas… arriba, abajo… hembras de película pa’tirá pa’l techo… Todo para unos pocos tipos, los carajos con más conexiones y billete de mi generación.

Las buceaban, las culeaban, las gozaban sin remordimiento y sin poder creerse lo que estaban viviendo.

La Brasileña me llevó de la mano a una de las habitaciones.

Adentro había cinco mujeres en formación, dando y recibiendo sexo oral. Mi linda carioca quería meterse allí entre ellas: dos rubias, una negra, una pelirroja y una japonesa.

Y así, sin pensarlo y sin invitación, La Brasileña comenzó a desnudarse lentamente frente a ellas. La japonesa la miró, se la buceó de arriba abajo, dejó de mamarle la cuca a la pelirroja y se le acercó para terminar de desvestirla.

Yo no podía creer lo que veía. Era la formación de belleza femenina más espectacular que hombre alguno podía imaginar. Me quedé inmóvil, babeando, en shock, a punto de llorar de la alegría, respirando el aroma sexual más internacional que recuerdo haber sentido desde que nací.

La Brasileña se unió al combo. La japonesa se lanzó a lamerle el bollo mientras ella le mamaba las tetas a una de las catiras más hermosas de la tierra.

La negra debe haber visto mi cara e’pasmado porque me señaló y se cagó de la risa. Todas interrumpieron su faena para verme.

Yo no sabía qué hacer. Tenía a los colores unidos de Benetton, en pelotas, mirándome desde una cama. Me provocaba ponerme a cantar una vaina de la Diosa Canales. ¡Tanga, tanga, tanga!

Mi Brasileña me presentó con nombre y apellido y comenzaron a desvestirme. En segundos caí sobre la cama y entre todas, sin exagerar, comenzaron a mamarme el güevo. Seis bocas de todos los colores se repartían el palo, las bolas, el caminito bajo las bolas… Todo mi sexo fue devorado por una orquesta de diosas.

Las dos catiras me pelaron el culo mientras mamaban. Abrí los brazos, les acaricié las nalgas y les comencé a meter el dedo a las dos de manera simultánea.

La pelirroja se cansó de compartir con las demás y se me sentó encima. Bebí de su vello púbico rojizo y tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no venirme en leche.

Me senté sobre la cama y pedí pausa. Se cagaron de la risa y siguieron gozando entre ellas.

Me armé de valor y volví a la acción. Penetré a la pelirroja por detrás mientras ella besaba a una rubia acostaba bajo su cuerpo. La japonesa me pegó sus senos a la boca para que se los lamiera. La negra acarició mi espalda con sus pezones y yo…

Yo comencé a pensar en ella…

Sí… Tenía el paraíso femenino a mis pies… Y me puse a pensar en ella. Y no pude dejar de pensar en ella más nunca. Esa cuasi menor californiana, cuyo nombre desconocía, pero cuyo e-mail llegaría, tarde o temprano…

Ella detendría este maremoto de sensualidad desordenada…

Abriría el mar Rojo y me daría paso a mí, el profeta Moisés. Yo liberaría al pueblo elegido y lo llevaría a esa tierra prometida que solo puede encontrarse en el amor desinteresado… ese que sin duda ella guarda para mí. (continúa)


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