19.AGO.20 | PostaPorteña 2139

Investigación sobre el fin del “sueño americano”

Por Eleutério F. S. Prado

 

Dos economistas investigan el empobrecimiento y depresión de los trabajadores, en la antigua potencia industrial del mundo. En su tragedia, las emboscadas de la racionalidad neoliberal, en un sistema en que la gran realización es el consumo

OUTRASPALAVRAS / CRISE CIVILIZATÓRIA

Por Eleutério F. S. Prado publicado 05/08/2020

Traducción de Juan Luis Berterretche para PostaPorteña

Se trata de como  los autores Anne Case e Angus Deaton – por medio de un ingenuo pensamiento positivo – se consuelan ante un presente que se  muestra enormemente funesto: “mantenemos el optimismo; acreditamos en el capitalismo; continuamos a creer que la globalización y la mudanza tecnológica pueden ser orientadas en beneficio de todos”

La situación social que describen en Muertos por el desaliento y el futuro del capitalismo”/ 1 se presenta como desastrosa e indignante, pero en vez de hacer una crítica radical del sistema que, llaman por su verdadero nombre, prefieren verlo apenas como mal administrado. Anne Case e Angus Deaton, dos economistas consagrados de la Universidad de Princeton (EUA), documentan en este texto, de cierto modo bastante preciso, las adversidades, desesperanzas y los bloqueos sociales que los trabajadores blancos menos instruidos (de la clase obrera) vienen enfrentando en la sociedad norte-americana.

Antes de un análisis más profundo es necesario repasar algunas contribuciones analíticas en dos campos del conocimiento científico. Veamos como esos dos autores ponen el problema de comprensión de los resultados de la globalización neoliberal para la vida material y mental de esa fracción de la población de EUA, es necesario comenzar presentando una tesis clásica sobre el individuo moderno en el campo de la psicología social.

Para Erich Fromm, este hombre actual se siente como individuo, o sea, como un ser centrado en sí mismo que posee libertad, voluntad propia y capacidad crítica, que se pauta por su auto-interés y que, para tanto, confía sobretodo en sí mismo. Pero, al mismo tiempo, él se ve como un ser solitario, que está constantemente acosado por la concurrencia y, por eso, se encuentra  invadido por la ansiedad, perturbaciones del carácter y miedo al futuro. “La  sociedad moderna” – dice Fromm – “afecta al hombre de dos maneras simultáneamente, el se torna más independiente, auto confiado y perspicaz, pero también mas sólo, aislado y temeroso” / 2

Es que este individuo es la contrapartida social de un sistema económico que funciona automáticamente, sin un control social efectivo, y que se figura por eso como una segunda naturaleza. Como dice el proprio Fromm: por medio de esa inserción, “el hombre se torna una rueda dentada en la inmensa máquina económica”

En consecuencia de esa disposición en la sociedad, él está puesto como un ser falsamente para sí que sufre de soledad, ansiedad y miedo – un “flaco” que recalca su flaqueza, cuyo origen es estructural. Por eso mismo está sujeto a ciertos síndromes psicológicos como las neurosis y las perversiones, junto a las mortificaciones depresivas.

Si ese individuo fuera un capitalista, él se puede se ver como alguien importante, tornándose así capaz de aplacar  su sentimiento de relativa impotencia; si, fuera un trabajador, él se puede sentir hasta mismo como un ser insignificante que no consigue  realizarse como individuo bien sucedido en el medio social. Es preciso ver reflexivamente que las personas en general se miden en el capitalismo por su suceso profesional, por su capacidad de consumo, en fin, por su riqueza mercantil. Esta última garante cierta seguridad para aquellos que se sienten exitosos en los períodos de boom económico, mas acostumbran también perder parte de ese atributo en los períodos de crisis, cuando entonces mismo los más ricos pasan a temer la desvalorización del capital.

Ese cuadro fue fuertemente agravado por la irrupción del neoliberalismo a partir de los años 1980 del siglo XX. Con él, la protección social a los trabajadores en general, garantida por la socialdemocracia actuante hasta entonces en los países de Occidente, pasó a ser poco a poco desmantelada. Y esa protección era crucial porque, con el aumento de la  sociedad urbana, los lazos familiares se tornaron cada vez más débiles. En consecuencia, las personas se encuentran, también cada vez más, socializadas como unidades individuales. Como se sabe, el neoliberalismo se constituyó sobretodo como una nueva forma de subordinación real del trabajo al capital, una forma que se tornó dominante después de 1980 y que puede ser caracterizada como intelectual y societaria. La subordinación material de la fábrica pierde fuerza, pero crece la captura de la subjetividad de los trabajadores a los propósitos asociados a la acumulación del capital.

Así, más de que una mera ideología, el neoliberalismo se impone como una racionalidad que procura adaptar los individuos como seres más bien adecuados a la concurrencia capitalista, a los mercados, a la producción mercantil. Y esa lógica, como bien se sabe, se expande ahora para todos los dominios de la sociedad. El neoliberalismo respira por todos los bienes – sean ellos privados, comunes o públicos – bajo  la forma de mercancía, predicando que las personas deben encararse como seres competitivos que buscan aumentar y valorizar constantemente su propio “capital humano”.

Las consecuencias sociales de la difusión de la racionalidad neoliberal en la  sociedad norte-americana fueron desbastadoras. Y el libro de Case y Deaton, con base en estadísticas de enfermedades, vicios y muertes, traza un cuadro dantesco de ese impacto, especialmente en las condiciones de vida de la clase obrera blanca de Estados Unidos – una fracción que hasta el final de los años 1970 se encaraba como clase media privilegiada, poseedora de un padrón de vida consumista, lo cual creaba envidia a los pobres de espíritu del resto del mundo y era motivo de orgullo y propaganda imperialista.

Los autores cuentan, en la introducción, que fueron llevados a esa investigación empírica cuando descubrieron que las tazas de suicidio entre las personas de media-edad estaban aumentando rápidamente en Estados Unidos. El consumo de drogas o alcoholismo y las muertes por drogadicción también crecían desmedidamente. En la investigación, descubrieron entonces que tales aumentos se debían a una epidemia de desesperanza que tenía causas económicas, sociales y psicológicas. Se trató entonces para ellos  de estudiar lo que los datos podían decir sobre la hipótesis de que se trataba de un efecto de la globalización en la situación de la fuerza de trabajo en Estados Unidos.

Al consultar las estadísticas, los investigadores de Princeton  notaron rápidamente que las muertes causadas por desesperanza se concentraban especialmente en aquella fracción de la población que no tenía un título de curso superior. Constataron que la evolución del mercado de fuerza de trabajo en Estados Unidos, en las décadas más recientes, pasara a privilegiar aquellos que tenían algún título de curso superior (cuatro o más años) y a discriminar aquellos que tenían una formación que llegaba apenas a los grados medios, general o profesional. En una lectura clásica, la clase obrera de ese país ganaba así una nueva/ruin experiencia en el capitalismo – y ella contrariaba la que tuvieron en el pasado, especialmente en el llamado “período de oro” (1945 – 1975).

El sistema meritocrático que gobierna ese mercado pasara a contemplar mejor aquellos que tenían capacidad adquirida para trabajar en un mundo ahora crecientemente informatizado, en que las mudanzas tecnológicas ocurrían rápidamente. En consecuencia, en cuanto esos trabajadores se veían como “vencedores”, todos aquellos con menos educación formal se consideraron como “perdedores” en la lucha por éxito. Como se sabe, en la sociedad norte-americana impera como en ninguna otra un individualismo competitivo que ayuda a ganar títulos olímpicos, pero  produce también mucha ansiedad, frustración y obesidad mórbida, tal como observara ya en el pasado Erich Fromm. Como se sabe, fue esa sociedad que le brindó el material para el desarrollo de sus tesis críticas en el campo de la psicología social

El proceso de  globalización eliminó gran parte del empleo industrial basado en trabajo manualmente intensivo,  incrementando al mismo tiempo la ocupación en el sector de servicios, el cual se tornó una gran atracción  de fuerza de trabajo poco calificada en Estados Unidos.  La revolución tecnológica de informática y de comunicación, por su vez, promovió un crecimiento de demanda de trabajadores con estudios superiores en las diversas áreas del conocimiento, dejando para atrás aquellos con menores grados de estudio y que estaban mejor adaptados a las rutinas fabriles, ahora en decadencia. Así, tal como constatan Case e Deaton, “los menos instruidos fueron desvalorizados y mismo degradados, y pasaron a sentirse como perdedores, como seres manipulados por un sistema que  se mostró contra ellos”

Los autores del estudio no investigaron apenas las estadísticas de mortalidad y, en particular, las de suicidios, sino también las que reflejaban las ocurrencias de dolencias auto-infligidas vicios con drogas psicotrópicas y desestructuración  familiar. El número de niños “sin” padres – sólo con madres – aumentara enormemente en la población, en particular, de trabajadores blancos cuando ya era bien grande en la población negra e hispánica. El uso de drogas contra la depresión, contra los dolores del cuerpo y del alma creciera también de modo asustador en las últimas décadas.

La situación encontrada se mostró grave en múltiples aspectos. Entretanto, una imagen del cuadro deprimente que pintan está sintetizada en las estadísticas históricas de mortalidad en EUA y en otros tres países desarrollados (para personas entre 45 e 54 años). Mientras en EUA la tasa de mortalidad por 100 mil habitantes se mantiene y aumenta a más de 400 desde 1990 a 2010, en Francia y Gran Bretaña cayó a menos de 300 y en Suecia a menos de 200 por 100 mil habitantes, en el mismo plazo. Cuando debería haber caído en EUA conforme la tendencia histórica y de acuerdo a lo que ocurriera en otros países desarrollados.

La comparación con lo que viene ocurriendo en Francia, Gran Bretaña y Suecia, muestra un resultado sorprendente: en cuanto en esos tres países la tasa de mortalidad continua a caer tal como viene  ocurriendo desde el comienzo del siglo XIX, ella creció un poco en Estados Unidos a partir de mediados de la década de los años 1990 y, a groso modo, se estabilizó desde entonces en un nivel muy por encima de los otros tres países. Esa percepción inmediata  no dice todo lo que es preciso para comprender lo que aconteció y está aconteciendo en EUA un campeón en la imposición de la lógica de la competencia para toda la sociedad.

La tasa de mortalidad de la fracción con educación superior cayó continuamente, casi del mismo modo que en aquellos tres países citados. Por tanto, el dato estadístico relativo a EUA muestra, de modo implícito, que esa tasa aumentó extraordinariamente en la fracción que no posee curso superior (cerca del 38% de la población norte-americana). Así, una parte significativa de la población trabajadora, dependiente de la “máquina de progreso” de la potencia imperialista hegemónica, retrocedió económica y socialmente. Y esa degradación se sumó a la tradicional degradación de las condiciones de vida de gran parte de la población negra, que es más pobre, tiene menos empleos y recibe menos beneficios sociales.

En consecuencia, la visión idílica mantenida por muchos todavía sobre las condiciones de vida en Estados Unidos precisa comenzar a revisarse

¿Por qué la tasa de mortalidad tuvo allí una evolución peor que en otros países desarrollados?

Hay varias razones. La principal de ellas, sin duda, tiene por nombre genérico “neoliberalismo”: “en América, más de que en otros lugares” – dicen –, “el poder político y de mercado se movió del trabajo para el capital” en ese período. La globalización debilitó los  sindicatos y fortaleció las patronales en general. Las nuevas formas de sometimiento del trabajo al capital propiciadas por las tecnologías de informática minaron el poder de negociación de los trabajadores. En consecuencia, la productividad del trabajo continuó creciendo, pero los salarios reales medios se estancaron.  Los salarios medios de los trabajadores con menores niveles de estudio formal tendieron a caer en el mismo período. La potencia hegemónica tenía que continuar siendo hegemónica, inclusive por medio de un gasto militar extremamente alto y por medio del sacrificio de su población  trabajadora.

Case e Deaton ponen grande parte de la responsabilidad  por ese peor  índice de mortalidad aludido, en el sistema de salud de USA. Y esa constatación es interesante porque muestra la ineficiencia e  ineficacia del sector privado cuando se trata de producir un bien público importante al bienestar de las personas y las familias. Si el fracasa, quienes fracasan junto son aquellos que de él dependen.

Como se sabe, los servicios de protección a la Salud son fuertemente mercantilizados en Estados Unidos. Mismo estando entre los más caros del mundo, son producidos de modo insuficiente – porque mal orientados, mal distribuidos e mal administrados, a pesar de los niveles de excelencia técnica y tecnológica. Contribuyeron, por ejemplo, para una epidemia en el uso de opioides. Hay cerca de 30 millones de norte-americanos que no tiene cualquier seguro de salud, en un país en que ese bien es brindado casi enteramente de modo privado. “Bajo protección política” – afirman esos dos autores  economistas consagrados de la Universidad de Princeton:

“el sistema norte-americano de cuidados de salud redistribuye renta hacia arriba, esto es, para los hospitales, los médicos, los productores de equipamientos, las compañías farmacéuticas, al mismo tiempo en que entrega a la población los peores resultados en comparación con lo que acontece entre los países ricos”

Los autores tienen varias sugestiones para re direccionar el capitalismo en Estados Unidos. Es  con base en estas  propuestas – mismo frente al triste cuadro que fueron capaces de presentar – que afirman y reafirman su optimismo mágico. Parten de la idea de que el sistema económico está produciendo un reparto de la renta muy desigual y, así, generando injusticias sobre injusticias. Proponen que se regule mejor el sector productor de medicamentos para estancar la crisis en el uso de opioides. Sugieren que se debe hacer una reforma radical del sistema de salud para frenar su grado de mercantilización. Aconsejan que se legisle en el sentido de aumentar la progresividad de la tributación, para crear un sistema de beneficios sociales más amplios. Recomiendan que las oportunidades de tener curso superior precisen ser aumentadas etc. Nada de muy original, frente a las políticas socialdemócratas que fueron abandonadas en el pasado.

Para los autores, en resumen, debería existir más “futuro y no fracaso” para los trabajadores norte-americanos. Ocurre que los economistas de “mainstream” – y mismo aquellos que ganaron premios Nobel, como Angus Deaton – sufren de un límite. Por esmerarse en  competencia para analizar la realidad fenoménica, para construir modelos abstractos, cada vez más sofisticados matemáticamente, se tornan incapaces de tomar ciencia de las condiciones estructurales del capitalismo realmente existente. Es mérito de esos dos autores haber sido capaces de tirar conclusiones importantes meramente a partir de estadísticas descriptivas – y no por medio de tortura econométrica.

La verdad es que el sistema económico de ese país está estancado desde 1997, cuando acaba el período da recuperación neoliberal iniciado a comienzo de los años 1980. La tasa de lucro media está en caída desde entonces; con ella también las inversiones en innovaciones, así  como la ampliación y modernización de la capacidad de producción. El neoliberalismo y, con él, la desindustrialización y la globalización nunca fueron más que respuestas del capitalismo norte-americano en la tentativa de enfrentar la tendencia a la queda de la tasa de lucro que se había manifestado en la economía de los países desarrollados a partir del final de los años 1960. Es que USA no puede reducir ahora el grado de explotación de la fuerza de trabajo y, por eso, va a continuar a producir más “fracaso en el futuro” para los trabajadores norte-americanos – a no ser que reaccionen contrariando al capital de que hablan hasta mismo Case e Deaton.

1/ Case, Anne; Deaton, Angus – Deaths of despair and the future of capitalism. Princeton University Press, 2020.

2/ Fromm, Erich – Medo à liberdade. Editora Zahar, 1983.


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