21.AGO.20 | PostaPorteña 2140

LAS AVENTURAS DE JUAN PLANCHARD (IV)

Por Jonathan Jakubowicz

 

CANÍBALES EN MIRAFLORES

Viajar desde La Lagunita al Palacio de Miraflores, en carro, un viernes a las siete de la noche, puede tardar más que volar de NY a Caracas. La tranca infernal no distingue clase ni vínculo político. La vaina simplemente no se mueve.

A la altura del CCCT un grupito de supuestos buhoneros se puso a atracar carro por carro. Scarlet se asustó cuando vio sus pistolas. Yo pensé que quizá era bueno que ella se fogueara viendo un poco de aquello, para que dejara la mariquera y entendiera que esta tierra es seria.

Uno de los malandros apuntó a Pantera a través de la ventana de la camioneta con una Magnum Millenium bien cuidada. Scarlet gritó del miedo. Pantera apretó un botón, hizo sonar una alarma y dijo por un micrófono.

—Está blindada, peluche. Corre que es la autoridad.

El malandro bajó su arma, hizo un gesto de disculpas y salió corriendo.

Scarlet quedó friqueada y se le quitaron las ganas de mudarse a Venezuela. Me preguntó dónde estaban los policías. Que si no había cámaras, etcétera. Yo le expliqué que la vaina se había jodido porque gracias a la revolución había demasiado dinero en la calle, y eso tenía a los choros vueltos locos. Pero el gobierno estaba tomando medidas para reducir la criminalidad, y había juramentado a las brigadas del
pueblo, que seguro harían un trabajo importante… bla bla bla… No sé por qué con Scarlet me ponía demasiado oficialista. Quizá en el fondo la veía como a una futura Hillary Clinton y estaba sentando las bases para una buena relación bilateral.

A todos los güevones que estaban alrededor les quitaron sus BlackBerry y sus iPhone, los reales que traían en las carteras y cualquier otra vaina portátil que tuvieran a bordo. Nadie opuso resistencia. Eran todos prisioneros del tráfico. Nadie se iba a poner a pelear por cosas materiales. Era gente sensata, dentro de lo insensato
que es andar por Caracas en un carro sin blindar.

Las compañías telefónicas reportan cinco mil teléfonos robados al día en todo el país. Cinco mil becerros diarios se quedan sin celular. Otros cinco mil compran teléfonos robados que algún día les van a robar. Es el ciclo de la vida. Hakuna Matata. Todo bajo control.

Después de hora y media en la autopista entramos a la avenida Baralt, uno de los lugares más interesantes del mundo, si me preguntan a mí. Es de las avenidas más largas de la ciudad, el lugar donde confluyen buena parte de los edificios del gobierno, la mayoría de los burdeles y bares de la zona, algunas de las plazas históricas… Toda Venezuela comienza o termina en la Baralt. La conspiración del 11 de abril terminó en la Baralt, gracias a que el bravo pueblo contuvo a los agresores desde el ahora glorioso Puente Llaguno. Allí cayeron muchos hermanos, compañeros de lucha. Allí se refundó y cogió aliento el movimiento.

Yo la verdad estaba muy carajito en esa época, no me interesaba la política. Acababa de entrar a la Metro y lo que andaba era pendiente de los culitos. Pero uno crece y aprende, lee historia… entiende…
Pasamos por la estación de Capitolio, bordeamos El Silencio y seguimos nuestra ruta rodando a dos cuadras de la hermosa Plaza Bolívar. Me provocó llevar a Scarlet a la plaza, pero ya la vaina estaba medio oscura y desde hace un tiempo no estaba claro quién dominaba la zona. Había que estar mosca y ya había tenido suficientes emociones por el día de hoy.

Cruzamos por la avenida Urdaneta y finalmente llegamos al Palacio. Pantera mostró sus credenciales, revisaron mi cédula y les dije que Scarlet venía conmigo. Nos dieron la bienvenida.

Entramos por una de las puertas laterales. Scarlet confesó que estaba un poco nerviosa, nunca había estado en el palacio de gobierno de ningún país. Le dije que no se preocupara, aquí estaba en casa. Este palacio no era del gobierno sino del pueblo. Ahora Venezuela es de todos.

Llegamos al salón en el que se llevaría a cabo la cena. Había varios ministros, cinco generales, dos subministros, seis testaferros, gente de negocios, amigos, uno que otro coleado y mi querida Vera Góldiger.

Vera me saludó con cariño, pero se puso toda rara cuando vio a Scarlet. La Góldiger era la primera y la última gringa que había entrado al círculo íntimo de la revolución.

Era la novia de la revolución y una de las parejas esporádicas más constantes que tenía el Comandante. Sin embargo, al lado de Scarlet, la Góldiger se veía gorda y vieja. Y eso la puso como loca... Se le notaba el pánico de que el Comandante pusiese sus ojos sobre otra gringa.

Pero a mí eso no me preocupaba. El Comandante es llanero, y llanero no tumba jeva ‘e pana. Hay una que otra historia que corre por ahí, pero no me las creo. Para un hombre de tal grado de poder, acostumbrado a manejar varios billones de dólares al año, andar tumbando hembras sería muy fácil. Y el Comandante se sabe demasiado
valioso como para buscar metas fáciles. Además, no creo que a Scarlet le interese acostarse con un tipo de casi sesenta años, por más dinero que tenga. Ella es una muchacha de su casa. No creo, de hecho, que haría nada por dinero.

A todas las mujeres presentes les molestó la presencia de Scarlet. Era evidentemente más bella que ellas, y los tipos lo demostraron mirándola babeados, como si nunca antes hubiesen visto una hembra así en persona (cosa por demás cierta)

Me senté al lado del Ministro de Infraestructura y de una Diputada que siempre anda endragonada, y que ahora está a cargo del problema carcelario. Había chance de salir de esa cena con al menos veinte palos preaprobados para la primera cárcel. El esfuerzo de calarse el dragón de la diputada valía la pena.

Éramos quince personas. Teníamos cinco minutos de habernos sentado cuando entró un grupo de médicos… Cinco profesionales con batas y tapabocas, se pusieron a repartir termómetros, uno para cada uno, y pidieron que los pusiéramos en nuestras bocas, bajo la lengua.

Scarlet me miró como diciendo “WTF is this?”. Yo tampoco entendía nada. Le pregunté a la Diputada Endragonada y me explicó que era señal de que el Comandante pasaría a saludar. “El Comandante se tiene que cuidar –dijo– si uno de nosotros le pega una gripe sería una torta. Hasta a los treinta y tres presidentes del CELAC les midieron la temperatura antes de que saludaran al líder”

Me pareció raro ese cuento, no me imagino a Piñera o a Calderón con un termómetro en la boca… pero qué demonios, había que hacer lo que pedían. El hombre no estaba para juegos, y todos nuestros juegos se basaban en el hombre.

Le expliqué a Scarlet, animándola con la idea de que a lo mejor vería al Comandante. Nos pusimos los termómetros bajo la lengua y esperamos un minuto.

Era una escena bastante bizarra. Toda esa gente importante reunida alrededor de una mesa de Palacio, con un palito de vidrio en la boca.

Reinaba un silencio repentino inevitable, que nadie podía romper. Se me ocurrió que era una especie de minuto de silencio anticipado. Pero rechacé ese pensamiento. Estaba allí para coronar un contrato enorme y necesitaba que la salud del tipo mejorara, que me durara vivo un año más.

La verdad es que yo no había visto al Comandante en persona desde que anunció lo de la enfermedad. Me había pasado meses fuera del país enfocado en otras vainas. Sabía que sería un encuentro raro, y decidí que tomaría medidas en base al estado en el que lo viese.

La primera parte de la cena se desarrolló con pocos incidentes.

Hablé de mi proyecto carcelario y les pareció muy interesante. Sugirieron bajar un poco el precio de la construcción, dieciocho millones de dólares (ciento cincuenta billones de bolívares fuertes) para tres mil reclusos les sonaba exagerado. Pero en general hubo buen feedback.

Vera habló en inglés con Scarlet, para deleite de todos los presentes. Luego Scarlet habló un poco de español.

Cuando entró el Comandante fue como si cambiaran el aire del lugar. Nos pusimos de pie. Se acercó y fue estrechando nuestras manos, una por una. Besó a las mujeres y abrazó cariñosamente a algunos de los hombres a los que conocía mejor.

El cabello le había crecido parcialmente (después de meses de calvicie) Estaba impresionantemente gordo a causa de los esteroides que Fidel le recetó para que aguantase el año electoral que estaba por comenzar. Todos los médicos del planeta decían que esos esteroides lo  matarían. Pero Fidel tenía a la medicina cubana de su lado, y la medicina cubana es la mejor del mundo. Donde manda el capital, no manda el marinero.

El Comandante estrechó mi mano, pero no recordó mi nombre.
Fijó sus ojos sobre Scarlet y ella le ofreció su mano. Él se la tomó, delicado, y la besó con un respeto y devoción que dejó frías a todas las demás mujeres, y a mí me hizo apretar el culo.

Le dije que era mi señora y que era gringa. Él le dijo un par de vainas en inglés: “Welcome. I love americans visit me. I love Sean Penn and Courtney Love”.

Ella sonrió un poco extrañada, pero le siguió la corriente.

El Comandante solo estuvo con nosotros cinco minutos. En ese tiempo se tomó una sopa llena de sueros y hierbas extrañas y nos contó una fábula que nunca olvidaré:

—Un gran explorador es capturado por una tribu de caníbales –dijo–. La tribu, siguiendo un ritual milenario, lo condena a que un gran elefante blanco le aplaste la cabeza…

Todos lo escuchábamos con atención infantil. Su voz no tenía la fuerza de antaño, y eso le daba un tono espiritual impresionante… ¡era la voz de un sabio!

—Los salvajes amarran al explorador y lo lanzan al suelo – continuó el Comandante–, y traen al enorme elefante blanco. El animal se acerca y levanta su gigantesca pata encima del pobre explorador. Y justo en ese momento, cuando está por aplastarle la cabeza, la mirada del animal y la del hombre se cruzan…

El Comandante terminó su sopa, se secó los labios y continuó con su historia:
—El explorador busca en lo más profundo de su memoria y recuerda… “Hace diez años, al pie de una montaña, socorrí a un elefante blanco que había sido herido por una flecha y estaba agonizante. Le saqué la flecha, desinfecté la herida y lo estuve cuidando durante días… hasta que le salvé la vida…”

Es que este tipo es arrecho, pensé yo. Por eso es que tantos somos fieles al Comandante… El hombre es especial, es único, es histórico... Siguió:

—“¡Increíble coincidencia!” –Pensó el explorador–. “Con la famosa memoria de elefante de estos animales, este buen animal sin duda me agradecerá, salvándome la vida…”

El Comandante nos miró a todos, uno por uno, como confirmando que todos prestábamos atención.

Scarlet estaba hipnotizada aunque probablemente no entendía ni una palabra. Pero era el tipo, su presencia, su aura… un elegido por la providencia.

—Entonces el elefante blanco bajó la pata y le reventó la cabeza.

A varios se nos aguaron los ojos. ¿Qué insinuaba nuestro líder? ¿Que lo estábamos traicionando? ¿Que lo íbamos a traicionar?

—Así es la vida –prosiguió–, el que pide es dependiente, humilde, agradecido… Pero muy en el fondo odia a quien le da porque se siente humillado por él. Solo espera que le llegue su momento de poder para abusar, para otorgarse importancia y vengarse del que tanto lo ayudó… Porque siente que al ayudarlo lo que hacía era denigrarlo.

Nadie se atrevía a interrumpirlo, pero entre todos había ganas desesperadas de defenderse, de jurarle fidelidad eterna…

—Vienen tiempos difíciles para la revolución. Mantengamos el alerta. Los ataques vendrán de todos lados, y estará en nosotros… o  quizá… en ustedes… saber cómo evitar que se pierda todo lo que hemos construido.

Y así… sin más, sin esperar ni permitir comentarios… se levantó, se dio la vuelta… y caminando con debilidad, como poseído por sus pensamientos, salió del salón.

— ¿Qué dijo? –me preguntó Scarlet susurrando.

Yo no sabía qué responder. El hombre había asomado la posibilidad de que nos tocase a nosotros, sin él, la defensa de su obra. Y esa era una responsabilidad que ninguno estaba ni dispuesto, ni preparado para asumir.

Le dije a Scarlet que le explicaría después, y me preguntó si se estaba muriendo. Así son los gringos. Quieren saber cómo son las vainas con certeza. No entienden nuestro realismo mágico en el que puede que se esté muriendo, como puede que no… y no habrá manera de saberlo hasta el final.

Aquella noche en esa cena no se habló más de negocios. He ahí el efecto de los hombres grandes: no solo son mejores que los demás sino que, además, hacen que los demás sean mejores que lo que normalmente son. Esa noche se habló de ideales: de Marx, de Chomsky, de la Causa Palestina, de la Causa Vasca, de la Causa R… cualquier vaina… pero cero negocios. Sentíamos como si fuese pecado hablar de
dinero luego de la visita de un santo. Y digo “sentíamos” porque yo, debo confesar, también lo sentía.

Pueden decir lo que sea de la revolución, pero el Comandante es un tipo único, y haberlo conocido es y será uno de los más grandes privilegios de mi vida.

Terminamos la cena y los postres, y Scarlet me preguntó:

— ¿Son cosas mías o el Comandante mencionó a Sean Penn y a Courtney Love?
—En efecto –respondí–, Penn y Love son dos de tus compatriotas con los cuales el Comandante ha compartido más tiempo.

Ella estudió mi mirada y añadió:

—Son los dos tipos más periqueros de Hollywood.

Me pareció raro su comentario. Yo todavía estaba inspirado por el cuento del elefante blanco, no quería escucharla burlándose de nuestro líder.

—Oliver Stone también ha venido a visitarlo –protesté–, de hecho hizo un documental sobre la revolución.

—Oliver Stone también es periquero –replicó.

— ¡Qué carajo! ¡Yo también soy periquero! No entiendo por qué tienes que decir eso ahora –dije genuinamente molesto.

—No te molestes, Juan. Yo también soy periquera, lo preguntaba por eso. Para ver si conseguimos unos pases para ir a la boda.

La miré con una sonrisa… es que por eso eres la mujer de mi vida, carajita inteligente, oportuna, vividora, muérgana. Le dije que no se preocupara. Llamé a Pantera y le pedí que nos consiguiera un pelo de “Escama de Pescado”

El Escama de Pescado es uno de los milagros de la ciencia moderna. Una coca 100% pura, que se produce en el interior de la prisión de San Pedro, en el centro de La Paz, en Bolivia. Una cárcel como ninguna otra. Allí tienen recluidos a los más grandes cocaleros de la nación. De hecho, creo que Evo estuvo recluido allí una vez, y sé que
siempre visita la prisión en tiempos de campaña electoral, pues en Bolivia los presos votan.

Es una cárcel regida por los propios reclusos, que viven allí  con sus familias.

En la cárcel, algunos sectores están en malas condiciones pero otros tienen apartamentos de lujo, con vista a las montañas nevadas de Los Andes. En San Pedro hay un laboratorio en el que se produce una coca tan pura, que está estrictamente limitada al consumo de las élites. Solo los más allegados a los grandes cocaleros de Bolivia tienen acceso al Escama de Pescado (llamada así por la textura de la roca)

No creo que el Comandante esté al tanto, pero todos sabemos que en Miraflores se consigue Escama si se sabe con quién hablar.
Pantera tiene sus contactos en palacio. Me dijo que se montaría en el caso, y a la media hora me miró con rostro afirmativo. Le dije a Scarlet que ya teníamos perico y me sugirió que arrancásemos de una vez.

NO VOLVERÁN

Nos montamos en la camioneta, salimos de Miraflores y Pantera nos dio una pequeña roca a cada uno. Scarlet nunca había visto una vaina así. La coca que llega a los
Estados Unidos está ultraprocesada, hipermezclada con cualquier cantidad de porquerías. Aquí en las manos teníamos la propia piedra filosofal, y bastaba acariciarla con una navajita para que se desmenuzara y se hiciese polvo. Un polvo casi transparente, mucho menos blanco que el de la coca vulgar.

—Tienes que tener cuidado –le advertí–, la mayoría de la coca que has consumido en el pasado tiene alrededor de 5% de cocaína. Esta es 100% pura, tienes que meterte veinte veces menos de lo que normalmente te metes.

Sacó una American Express Platinum y, sin mucha ceremonia, se dio unos toquecitos.

“Holy shit!”, dijo, que viene significando algo así como “¡Mierda sagrada!”. Su cara era un poema. Se le había congelado medio rostro, parecía pitufo tontín.

Yo también me di unos toques. Nos cagamos de la risa. Nos besamos. Le enseñé la palabra perico y le expliqué que su origen se basaba en que uno cuando estaba jalado hablaba como perico.

Nos dimos más toques y más besos. Nos fuimos adentrando en el este de Caracas (la zona de la contrarrevolución), rumbo a la Quinta  Esmeralda: una sala de fiestas elegante, que está pegada a la parte sur del Country Club.

Entre pase y pase, antes de llegar, le conté a Scarlet la fábula del explorador y el elefante que nos acababa de contar el líder. Se quedó pensando por un rato, con el mismo nivel de inspiración que nos había dejado a todos en la cena. Seguidamente, me hizo una pregunta que me puso cabezón.

—Entiendo que el cazador es él. Entiendo que los caníbales son el pueblo. Lo que no entiendo es… ¿quién es el elefante blanco?

Interesante pregunta. Digna de reflexión, como todo lo que dice el Número Uno. ¿Quién es el elefante blanco? ¿Será el imperio?
Sin duda puede aplastarnos con su pata de paquidermo… pero no… No lo creo. El explorador le había salvado la vida al elefante, y bajo ninguna interpretación se podría decir que el Comandante le ha salvado la vida al imperio.

Entonces… ¿quién es el elefante? ¿Serán los militares? ¿Insinúa el líder que escuchaba ruidos de sables? ¿O será la muerte? ¿La enfermedad? ¿Quién aplastaría la cabeza del explorador? ¿Sería el pueblo mismo?

No podía ser.

El pueblo nunca aplastaría al Comandante… además, si el elefante fuese el pueblo… ¿Quiénes eran los caníbales?

La Quinta Esmeralda es la sala preferida de la oligarquía tradicional criolla. Esa noche estaba full. No recuerdo que mi pana fuese un tipo de familia importante, por lo que asumí que la novia lo era.

Cuando entramos, con Scarlet como siempre volteando cabezas por donde pasaba, toda la fiesta cantaba “Cerro Ávila” al  ritmo del Grupo Tártara.

Esta gente, mi pana, nunca aprenderá. Pueden pasar una, dos, tres revoluciones, y la oligarquía venezolana seguirá con sus fiestas aburridas y conservadoras.
 Mucha comida, mucha caña, poca diversión.

Yo no soy de los que piensan que “no volverán”. De hecho, creo que sí, lamentablemente, volverán… y volverán a cagarla… a volverla a cagar.

Volverán a seguir las instrucciones del Fondo Monetario Internacional y a tratar a la mayoría de la población del país como ciudadanos de segunda… “Niches… niches tan niches…”, así llaman al pueblo… a la mayoría, mi pana, nada más y nada menos.
Porque están encerrados, porque no tienen ni la más puta idea del país en el que viven. Porque creen que poniendo al mariquito de Leopoldo a saltar pupitres en chorcitos, van a ganarse a los votantes feos y malnutridos que constituyen este país. Porque creen que los “niches” solo quieren al líder porque no tienen cultura, porque están siendo engañados o comprados, o porque tienen miedo… No entienden que si
las mayorías quieren al tipo es porque no los aguantan a ellos. Porque son inaguantables, hermanos, seamos honestos.

A Scarlet la rumba le pareció de lo mejor y se puso a bailar “Cerro Ávila” con alegría. Miró alrededor y dijo que no sabía que había tanta gente blanca en Venezuela. Le dije que casi todas esas son “catiras sobaco negro…” Es decir, no son catiras de verdad, como ella, como mi reina californiana… Son unas wannabe descendientes de blancos de orilla, españoles y canarios… Nietos de criminales condenados que a cambio de su libertad se vinieron con Cristóbal Colón a saquear estas tierras.

Aunque la verdad es que en la rumba había un bojote ‘e panas Para qué engañarse, esta también es mi gente. Panas de la Metro, panas  de Prócter, panas de Le Club… Gente que todavía vive aquí, aunque pasa mucho tiempo en Miami, en Brickel, en Coconut Grove. Gente como uno, que está del otro lado, medio pelando bola, pendiente de marchas y protestas contra el “régimen”, bajo la batuta de “los manos
blancas”: Un grupo de sifrinos de la Universidad Católica que mientras más manifiestan, más hacen por la popularidad del Comandante, pues más muestran sus rostros de privilegio a un pueblo que sólo tiene las misiones con su repartidera de esperanza.

Scarlet se puso a bailar el mix de Jailhouse Rock de Elvis que no pelan en ninguna rumba. Comenzó la hora loca: una tradición caraqueña, profundamente ridícula, que consiste en lanzar sombreros y cotillón sobre la fiesta. Todo el mundo, de repente, ¡se disfraza! Y el baile sigue pero de manera más loca, porque la gente tiene sombreros y
ya está paloteada.

Me avergüenza decirlo, pero a Scarlet le fascinó la hora loca.
Se puso un sombrero de Merlín, unos lentes enormes, verde brillante, y se metió (y lo peor, me obligó a meterme) en el trencito en el que todos bailaban al ritmo de “San Martín”. ¡José Luis Rodríguez! ¡El Puma!
Nada más y nada menos, como para que nada ni nadie pudiese salvar mi alma más nunca. ¡Qué fuerte! ¿Por qué después de tantos años, estas vainas siguen sonando en la Esmeralda? ¿Nostalgia de la Cuarta República?

Apareció Carlos Avendaño, el novio, mi pana, entre Scarlet y yo, en el trencito. Y así en formación, cada mano sobre la cadera del de enfrente, cantando: bailamos al ritmo de “San Martín”, con el puto Puma

“Muchachaaaa… baila mi rumbaaaaa… Veeente con mi ritmoooo…. Ya la música está aquí…”

De repente me invadió una idea aterradora: ¿y si el elefante blanco son los adecos? Ellos son, después de todo, ¡blancos!

El tren siguió con El Puma: “toma, toma… uhm sí, uhm sí. ¿Por qué no me siguen? Rumba, rumba, bailá mi rumba, la la, larala, rumba, rumba…”

Mi certeza se hizo definitiva: ¡el elefante blanco eran los adecos!

Se unió la novia al trencito, con su traje de Ángel Sánchez. Y El Puma decía: “No te quedes, no te quedes, no te quedes sin bailar…”

Pero no… ¡no podía ser! ¿Podría este país volver a los adecos? ¿Me estaría El Puma dando una señal, sugiriéndome que no me quede sin bailar…? ¿Debía yo, desde ya, comenzar a estrechar vínculos con mis amigos adecos?

En eso El Puma dijo: “¡no te quedes, no te quedes, una vuelta, un paso atrás!”

Tuve un momento de pánico, seguido de uno de sobriedad…
Efectivamente, siguiendo los sabios consejos de José Luis Rodríguez, di una vuelta y un paso atrás, y pensé que el explorador, el Comandante, tampoco había salvado a los adecos… Bajo ninguna circunstancia. No podía ser esa la profecía. ¡Gracias a Dios!

El tren se disolvió y se formaron parejas. Scarlet me pidió que la enseñara a bailar pegado y, para mi sorpresa, se puso a corear junto al Puma: “baila, baila, baila…” Intentamos bailar juntos un rato, pero no hubo caso. La hembra creía que estaba en “Dancing with the Stars”. “Olvídate de eso”, le dije. Y ella, con su acento angelino, siguió cantando: “ritmo, ritmo… sí… ritmo, ritmo… para ti…”

Y la verdad es que después de mucho pensarlo, logré tragarme mi prejuicio y noté que en ella el “Ritmo de San Martín” se veía de lo mejor. Los gloriosos cánticos del Puma en su rostro yankee lucían de lo  más coquetos: “ritmo, ritmo… muchacha… ritmo, ritmo… ahora…”

Me puse yo también a cantar con ella. Lo gozamos. Lo reímos. Sentí que quizá no era tan malo que volvieran los adecos. Yo ya tenía mis reales y mi gringa, y hasta podía gozar al ritmo de San Martín… El Puma hasta se batía en inglés: “Do it, do it, you feel good, you feel good… dance to my rumba…”

Scarlet se cansó. Hizo un gesto que sugería que pidiéramos un trago, y sin pensarlo la saqué de la pista. Bendito sea el Señor y su espíritu. Caminamos rumbo al bar y nos cruzamos con los novios. Carlos Avendaño me abrazó, eufórico:

—Ahá, mi pana, te vi bailando. Sabes que como las rumbas de Caracas no hay.

—De bolas –dije, sin saber si él lo decía en serio o se estaba burlando.

—Ta chévere la gringuita –añadió con picardía, y yo no supe si halagarme u ofenderme.

Saludamos a la novia, creo que era la nieta de uno de los grandes constructores del país, pero puedo estar equivocado. Scarlet la saludó y la felicitó.

—Nosotros vamos por un trago. ¿Quieren algo? –ofrecí, rezando que dijesen que no.

—Ahorita, ahorita. Vayan con calma y nos vemos aquí, bailandito.

Eso. Sencillo. Le di otro abrazo a Avendaño y me fui con Scarlet al bar. Pedimos un par de copas de champagne y salimos a la terraza. Allí, en relativa soledad, viendo los jardines tropicales de la  Quinta, Scarlet se puso a llorar.

¿Por qué lloraba? ¿Había tenido, como yo, una revelación al “Ritmo de San Martín”?

No. Era más simple. Necesitaba dinero.

¿Cuánto?

Veinte mil dólares.

¿Por qué?

Porque su abuela materna estaba hospitalizada y no tenía seguro, su madre había muerto y su papá se negaba a ayudar a su suegra por quién sabe qué razón. Veinte lucas. ¿Llorar por veinte mil dólares? ¡Una mujer tan bella como ella!

Le pedí que me diera la cuenta bancaria, que yo resolvía el problema. Se apenó. Lloró más. Dijo que ella no quería abusar de mí. Que todo era tan bello entre nosotros. Pero la culpa… la culpa no la dejaba seguir bailando y gozando mientras su abuela moría.

Se me aguaron los ojos. Verla llorar producía sobre mí una sensación tan desesperante… Sentía que mi único objetivo en el universo era hacerla feliz... Y estaba fallando… ¡ella estaba llorando!… y si todo esto se resolvía con dinero, ¿por qué seguía llorando?

Le ordené que dejara de llorar y me diera la fuckin cuenta bancaria o me molestaría con ella. Me la pasó y le giré en el sitio, desde la aplicación del iPhone de Bank of America, treinta mil dólares. Veinte para la abuela, diez para que no se preocupara y dejara de llorar para siempre.

Me abrazó, me besó, me sonrió, me dijo que ella me lo pagaría, que lo que pasaba era que su papá había perdido mucho dinero en la bolsa en los últimos años, y no había sido el mismo desde  entonces. Le recordé que su padre había jugado treinta mil dólares frente a mí en Las Vegas. Me parecía raro que fuese egoísta con su dinero…

Se puso a reflexionar y dijo que yo tenía razón, su padre estaba siendo injusto.

Pero por otra parte le estaba pagando la universidad, y ella le estaba muy agradecida por ello. Le pedí que lo olvidara. Que veinte mil dólares no era nada para mí si se trataba de ella.

Le supliqué que siempre me contara sus problemas, que no guardara secretos. Le expliqué que ahora éramos un equipo y todos sus problemas eran míos, y yo los solucionaría junto a ella, uniendo fuerzas para hacernos invencibles.

Me preguntó por mis padres. Me dijo que quería conocerlos.
La idea me dejó frío por un momento. Pero le agarré el gusto a los cinco segundos: demostrarle a mis padres que mi camino revolucionario condujo al imperio, y que sus nietos probablemente serían ciudadanos gringos, podía iniciar un importante proceso de acercamiento hacia ellos. Le prometí que los visitaríamos mañana mismo.

Regresamos a casa y nos metimos en el jacuzzi. Le empecé a meter mano bajo las burbujas, la puse como loca acariciando su cuca.
Le metí los dedos, doblé mis nudillos dentro de ella buscando el punto G, adentro y arriba, como había aprendido en un especial educativo de Playboy Channel… Y funcionó… Me suplicó que se lo metiera. Se lo negué por un rato para gozarme el verla rogar, excitada, gimiendo borracha, jalada, mandibuleando como solo el Escama de Pescado te pone a mandibulear.

Se me montó y se metió mi verga completa, a la fuerza. Era casi una violación. Yo me reí y disfruté. Era feliz. Ella se sacudía con autoridad, como si quisiese meterse mi cuerpo completo en su sexo. Me  agarró el cabello por encima de la nuca. Yo se lo agarré a ella. Me pidió que la abofeteara. Lo dudé por un momento… era tan bella, tan angelical… ¿Cómo podría yo golpear a un ángel?

Me llamó cobarde. Me dijo que si no la abofeteaba era un cobarde. Le di una palmada en el rostro. Y me devolvió una soberana cachetada. Yo la cacheteé de regreso, con más fuerza, y eso la excitó.
Me volvió a cachetear, durísimo, y yo le devolví dos seguidas. Eso le inició el orgasmo. Me jaló el cabello con fuerza. Me besó. Yo le agarré la boca con una mano como si me la estuviese violando y tiré de su cabellera con la otra. La volví a abofetear y se puso a gemir, a un volumen gigantesco, gritando: “Oh, God! YES! YES! YES!”, como había escuchado gritar a todas las gringas catiras de las pornos de mi infancia y adolescencia… Casi pierdo el conocimiento de la excitación. Las burbujas, el jacuzzi, el perico, la hembra de mis sueños… era, oficialmente, ¡la mejor tirada de mi vida! ¡Todos en La Lagunita podían oírnos gritar de placer!

A la mañana siguiente Scarlet me despertó con el desayuno en la cama. ¡Había aprendido a hacer arepas! La señora Beatriz le había enseñado a hacer la masa y a preparar perico.

Se imaginarán la confusión de la pobre cuando la señora Beatriz le dijo que la iba a enseñar a preparar perico. Hasta ese momento no me había dado cuenta de que nuestra cultura tiene la misma palabra para la coca que para el revoltillo de huevo. Por más que quise, no logré deducir, ni explicar, por qué se le decía perico a este
perico.

Llamé a mis padres y, para mi sorpresa, sonaron alegres de escuchar mi voz. Al saber que estaba en Caracas con mi novia de Estados Unidos, se emocionaron y nos invitaron a almorzar en su casa.

NOTA DEL COMPILADOR

Lo que sigue es la traducción de los mensajes privados intercambiados,
vía Twitter, entre la señorita Scarlet y su novio Michael.

@ScarletT45
Ya t mandé 20 mil.

@Michael31
Te faltan 80 para los 100 d este año.

@ScarletT45
Pues t vas a tener q esperar.

@Michael31
D dónde sacaste los 20?

@ScarletT45
Pedí un préstamo.

@Michael31
A quién? Un cliente?
@ScarletT45
Ese no s tu problema.

@Michael31
Perra


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