24.AGO.20 | PostaPorteña 2141

LAS AVENTURAS DE JUAN PLANCHARD (V)

Por Jonathan Jakubowicz

 

FLY DE SACRIFICIO

Llegamos a casa de mis padres a eso del mediodía. Viven en un edificio de los años setenta, a unos metros de la avenida principal de El Cafetal, cerca del centro de bateo San Luis donde pasé toda mi infancia soñando ser como Galarraga.

Mi papá nos recibió abajo para abrir el portón del estacionamiento. Le dije que no se preocupara: Pantera se quedaba abajo cuidando la camioneta. Le echó un ojo desconfiado a Pantera y cerró el portón. Luego reapareció tras la reja exterior, que cubría la reja interior, que cubría la puerta del edificio.

Mi papá, el señor Juan Antonio Planchard, había envejecido.
Tenía sesenta años pero parecía un poco más. Su panza protuberante se había hinchado enormemente desde la última vez que lo vi, hacía más de un año. Su sien estaba adornada por pelos canos. Su frente estaba bastante arrugada.

Abrió la puerta y nos hizo un gesto de urgencia.

—Denle pa’dentro que esta calle está candela –dijo, como bienvenida.
Entramos al edificio, y mi padre me abrazó con mucho cariño.

— ¿Qué más, carajito?

—Bien, papá.

Estaba alegre de verme y eso me suavizaba el alma. De todas las cosas difíciles de la vida, no creo que exista ninguna comparable al vacío que da la distancia con el padre de uno. Con nadie más uno puede, a los casi treinta años, seguir siendo niño. Y sé que eso no cambiará. Sé que mientras viva en esta tierra, cuando lo vea, será como si todavía tuviese diez años, y estuviese caminando con él hacia el centro de bateo, escuchando sus historias de Vitico Davalillo y Antonio Armas, soñando con algún día ser tan grande y tan admirado como él.
Porque mi papá es un tipo admirado. Fundó un par de cátedras en la UCV y logró jubilarse tras veinticinco años de carrera docente en esa casa de estudios, la primera del país.

Mi padre me había enseñado a amar el béisbol y la academia por igual: “en la universidad aprenderás a ser profesional –me decía–, pero en el béisbol aprenderás a ser humano”.

Las reglas del béisbol eran, para mi papá, una fuente interminable de sabiduría. Hasta el día de hoy, yo mismo utilizo sus metáforas: estamos en tres y dos, faul pa’trás, sorprendido en primera, etcétera.

Mi papá hablaba poco inglés, pero saludó a Scarlet con respeto. Le dijo que seguro estaba chiflada por andar conmigo, pero la invitó a que se sintiera en su casa.

Ella rio agradecida por la hospitalidad.

Nos montamos en el elevador y los recuerdos retumbaron en mi memoria: desde la coñaza que le dimos a un vecinito para tumbarle una caja de fosforitos, hasta la vez que eché una meada en el piso del  ascensor a ver qué pasaba... Este ascensor conducía al hogar de mi infancia y yo sabía que la visita no sería fácil.

—Ya han atracado cinco apartamentos en lo que va de año – dijo mi papá.

— ¿Aquí en el edificio? –pregunté sorprendido.

No recordaba que la zona hubiese sido víctima del hampa durante mi infancia.

—Este mismo –respondió–, y eso no es nada… En el de al lado fueron apartamento por apartamento, sacaron a la gente y los metieron a todos en la conserjería mientras iban robando todo el edificio. Se llevaron un camión lleno de vainas.

Imaginar a mis padres en manos de una banda de malandros era duro. La culpa me atormentaba otra vez, la bendita culpa.

Llegamos al piso 8, apartamento 8B. Tantos recuerdos. Tanta nostalgia.

Se abrió la puerta y nos recibió mi señora madre. Me cayó a besos, me dijo que había engordado pero que los kilos me sentaban bien. Saludó a Scarlet (su inglés era mucho mejor que el de mi papá) y nos invitó a pasar.

Estaban preparando pabellón criollo. El olor de la carne mechada cocinándose me estremeció el alma. Las paredes lucían fotos mías, en todas las diferentes etapas de mi crecimiento.

Había portarretratos regados por toda la casa.

Mi madre se deleitó en mostrarle a Scarlet TODAS las fotos de mi mediocre infancia. Scarlet rio de lo lindo. Se burlaba de mis cachetes. Se burlaba de mis greñas en mi época de rockero. Se emocionaba al verme vestido de pelotero, con mi equipo de Criollitos…
Mi papá puso un disco de la Fania All-Stars. Y mi mamá lo criticó.

— ¿Qué va a pensar Scarlet de nosotros, Juan Antonio, tú poniendo esa música de barrio?

Era un intercambio eterno. A mi mamá le gustaba Mozart; a mi Papá, Maelo. En eso habían pasado peleando toda la vida. Beethoven vs. Bobby Valentín… Liszt vs. Lavoe… Verdi vs. Palmieri… Carl Orff vs. Willie Colón… Así me había criado yo: medio salsero, medio emisora cultural, hasta que descubrí la electrónica y las pepas y se acabó todo.

Entré a mi cuarto de infancia. Todavía estaban mis afiches de Guns N’ Roses, mis bates, mi casco, mis guantes y hasta mi VHS (con unas moñitas de marihuana escondidas allí hace años)

Me senté en mi cama y me impresioné de lo angosta que era.
Tenía varios años durmiendo en camas King. Me costaba creer que los primeros veinticuatro años de mi vida los pasé durmiendo en una cama en la que solo cabía yo. Y lo más heavy es que en esa cama me había culeado a más de una promoperra, en ocasiones en los que el apartaco estaba vacío porque mis padres se habían ido a la playa o a la Colonia Tovar.

Me acosté en mi cama y miré el techo. Tenía calcomanías de estrellas y lunas que brillaban en la noche. Prendí el ventilador y casi me asfixio con el polvero que me echó encima. Suspiré. Respiré profundo… y poseído por el pasado, agradecido por el presente, cerré los ojos y me dejé llevar.

¡Cómo han cambiado las cosas! Qué poco necesitaba para ser feliz allí, hasta hace poco. Era una existencia sencilla donde todo tenía sentido, donde existía el bien y el mal. Era una vida estructurada donde uno tenía que estudiar y ya, prepararse para el futuro, para ser un buen  profesional. Una vez al año quizá viajar a Miami, a Disney World o a Epcot. Una vez cada tres años, con suerte, un viaje para Europa…probablemente a Madrid a ver el Museo del Prado con mi madre, comprar en El Corte Inglés con mi padre y ver juntos un concierto de Mecano, Rocío Durcal o los Hombres G.

Me crié con tres canales de televisión: el 2, el 4 y el 8 (el 5 no contaba). Después apareció Televen y luego Omnivisión. Después pusieron una parabólica que nos dio MTV, HBO y bueh… el mundo se abrió a nuestros ojos y se nos bajó el ego nacional. Era difícil creerse el mejor país del mundo cuando nuestra televisión era, evidentemente, la más chimba.

Mucho después abrió Globovisión y se jodió toda la vaina.
Noticias, noticias, todo el día, todos los días. Como si pasaran tantas vainas… Globovisión es la única razón por la que el experimento revolucionario ha durado más de una década.

Escuché los platos ponerse sobre la mesa, y recordé que Scarlet estaba sola en la sala de mi casa con mis padres, probablemente mentándome la madre. Decidí regresar.

Al regresar, mi papá tenía una actitud un poco diferente.

—Tú eres el elefante blanco –me dijo.

Se me olvidó el detalle de pedirle a Scarlet que no contara nada de la noche de ayer. Mala vaina. Pero ya era muy tarde. Mi papá estaba en plena exposición.

—Tú –continuó–, y los que como tú se andan beneficiando de esta farsa, a costillas de ese pueblo pendejo que confió en que habría un cambio… Y que lo que obtuvo son más abusos y corrupción.

Mi madre me miró a los ojos. “No hablen de política, por favor”, me pidió por telepatía.
—Y no creas –continuó mi padre–, que se trata de una traición que está por suceder. Es una traición que ya sucedió. Ustedes ya le pisaron la cabeza al explorador. Con su indiferencia por el resto de nosotros, por defecarse en el país, ya lo mataron… lo único que falta es que vengan los caníbales a comérselo… Están en tres y dos, con bases llenas, y el pitcher está gordo y descontrolado.

Scarlet no sabía dónde meterse, evidentemente había tocado una fibra incorrecta y había subido la temperatura del partido.

Mi padre, ese gran profesor universitario que todo lo sabía, había resuelto la parábola del elefante. Éramos nosotros… obviamente, los que habíamos sido salvados por el explorador, y los que estábamos por aplastarle la cabeza, para deleite de los caníbales.

—No hablemos de política, papá –dije, como única respuesta.

Mi papá refunfuñó, pero se sirvió un whisky y pasó el trago amargo. De inmediato comenzó a inquirir sobre nuestros planes, en específico quería saber cuándo tendríamos hijos.

Le dije que Scarlet era muy joven, que todavía faltaba mucho para eso. Dijo que nunca se es demasiado joven para tener hijos. “Eso es un mito de la nueva generación”.

Luego preguntó cuánto tiempo teníamos juntos… Yo no sabía qué decir.

En realidad no tenía ni una semana con Scarlet. Pero habíamos vivido tantas cosas, era tan fuerte nuestra unión, que se sentía como una vida.

—Un año –dijo Scarlet, en español, salvándome de decir algo peor.

— ¿Un año? –Replicó sorprendido mi papá–, un año calándose a semejante sinvergüenza… usted, señorita, debe ser una santa.
Todos rieron. Y comimos... Divino. Mi madre recordó cómo antes siempre comíamos juntos. Lloró contando esto y lo otro, y Scarlet sonrió y los enamoró. Al final mis padres intentaron convencerme de que me casara con ella. Era evidente, decían, que era una niña bien educada, de buena familia, sin duda sería una buena influencia sobre mí.

—Te suplico –dijo mi padre–, que abandones ya esa mafia y te vayas a los Estados Unidos. Llévate el dinero que hiciste y olvídate de esta gente para siempre. Allá puedes hacer una nueva vida, invertir en negocios normales.

—Y ustedes, papá, ¿por qué no piensan en arrancarse también? Esto se va a poner muy feo, hay demasiada violencia ya y vienen tiempos peores.

—Peores no creo, hijo. Ya esta locura se acabó, lo quieran o no. Ese hombre se está muriendo. He leído como tres reportes de médicos serios que coinciden: no le queda más de medio año.

— ¿Entonces por qué quieres que me vaya? –pregunté.

—Porque aquí tendrán que meter a varios presos, y tú eres el típico que agarran, porque eres anónimo, no tienes dolientes.

Nos pasamos al sofá y nos pusimos a ver tele en la misma posición de siempre: con su brazo sobre mi hombro, como si yo fuera un niño.

—Yo estoy dispuesto a perdonarte, hijo. Tu mamá dice que cuando uno es joven es ambicioso y puede olvidar los valores… A mí no me parece que eso justifica nada, pero lo puedo entender. Lo que sí no quiero es verte tras las rejas. Ahí sí no hay vuelta atrás…

—Papá, yo no he hecho nada malo. La revolución fue elegida por el pueblo y existe para el pueblo.
—No vengas con pendejadas.

— ¿Por qué no puedes respetar la democracia que tanto dices defender? El tipo fue electo. Varias veces. Por inmensa mayoría.

—No quiero discutir más.-

—Pues entonces no sigas diciendo que te decepcioné o que debes perdonarme. Soy un empresario importante en uno de los países más importantes del mundo. El país que tú me enseñaste a amar con sus virtudes y defectos.

—Eres deshonesto, hijo. Eso no fue lo que yo te enseñé.

—El país es deshonesto, papá. Yo solo me adapto a las reglas del juego… y eso sí fue lo que me enseñaste.

Mi padre se quedó en silencio, pareció reflexionar. Yo continué:

—Me embasé por bolas… Me robé segunda… Me robé tercera y con un fly de sacrificio llegué a home… ¿Violé las reglas? No… ¿Anoté? Sí… y que jode… Sin meter ni un hit, es verdad… pero la carrera vale igual. Porque supe jugar el juego en vez de ponerme a pelear. Acepté la realidad de la liga y me adapté. Yo no soy el Umpire, ni el Manager. Ni puse las reglas, ni decido cuándo cambiar al pitcher…

Mi padre me miró con una sonrisa, orgulloso de escuchar su lenguaje beisbolero en mi voz. Se me acercó para decirme un secreto… y me susurró en el oído:

—Preña a esa carajita y vete de aquí. Este país se jodió.

Lo miré a los ojos. Tragué hondo.

— ¿Y ustedes? –pregunté con voz de niño.
—Nosotros somos unos viejos.

—No vengas con esa, papá. Tienes sesenta años, puedes fácil vivir treinta más.

—Pero aquí puedo quejarme. Esta es mi casa. Nací en Caracas y en Caracas moriré.

No había negociación posible. Ese era mi padre, venezolano hasta la muerte. Tan venezolano que creía más en el país, que lo que el país creía en él. Por eso estaba pelando en una tierra en la que nadie sensato debería pelar.

Nos despedimos con más alegría que tristeza. Le di un cheque a mi mamá, sin que mi padre se diera cuenta, para que lo usara de caja chica. Lo aceptó calladita y me dio las gracias. Besó a Scarlet y nos vio partir a eso de las cuatro de la tarde.

Al montarnos en el carro me dieron ganas de llorar. No por mis padres, que por más que sea estaban bien, sino por la tranca que había en el boulevard de El Cafetal. Habían matado al chofer de un autobús de la ruta Petare-CCCT, y los transportistas habían decidido trancar la autopista, en plena hora pico.

Yo no sé quién coño le dijo a los venezolanos que trancar una autopista tendrá algún tipo de efecto sobre las decisiones que se toman en Miraflores. Lo que hacen es joder a la población y poner al hampa a gozar. Lo peor es que en Caracas hay muy pocos helipuertos; de lo contrario me hubiese arrancado volando para mi casa.

¡Qué remedio! Recliné mi asiento y me puse a fumar un joint que Pantera tenía encaletado. Scarlet, mientras tanto, chateaba en su iPhone, no sé con quién, pero se veía preocupada. Yo la miraba, enamorado, y pensaba: “¿Será que la preño, de verdad? ¡Qué mujer tan bella! Dios mío, ¡gracias! ¡Qué niños me va a dar!”


NOTA DEL COMPILADOR

Lo que sigue es la traducción de los mensajes privados intercambiados,
vía Twitter, entre la señorita Scarlet y su amiga Zoe.


@Zoe23
Scar, tenemos que hablar.

@ScarletT45
Q pasó?
@Zoe23
Me acaba d llegar un e-mail d Michael con 1 montón d fotos tuyas.
@ScarletT45
Q tan graves las fotos?

@Zoe23
Graves.
@ScarletT45
Y q te dijo en el email?

@Zoe23

El… el email no era para mí… Es un email masivo.

@ScarletT45
Fuck.

@Zoe23
No sé a quién + se lo mandó, pero no quiero ni preguntar.

@ScarletT45
Fuck!

LA DIPUTADA ENDRAGONADA

Sonó mi celular, era la Góldiger:

—Vamos una grupo –dijo en su limitado castellano–, cenamos en La Orchila y si tienes suerte podemos viajar para Habana por fin de
semana. Puede traer a su chica si quiere.

La Orchila es una belleza de isla, pero hasta los cangrejos en sus playas son militares. La Góldiger sonaba medio tomada, y yo solo quería pasar un rato a solas con Scarlet. Pero la Diputada Endragonada seguro estaba entre los invitados, me convenía pasar por allí aunque fuera un rato. Además, Scarlet quería ir a una playa, quizá no sería mala idea… La Orchila… Pero a La Habana sí es verdad que no me pegaba.

El peo era la tranca. Solo llegar a La Lagunita sería una odisea, no quiero ni imaginarme lo que sería ir a La Carlota. Pero para esto, como para casi todo, la Góldiger también tenía solución:

—Vete para Lagunita, yo mando helicóptero que recoja en campo golf.

Buena vaina. A Scarlet le emocionó la idea de ir a la playa. Ni le mencioné lo de Cuba porque era capaz de querer ir.

Una hora después cruzábamos los campos de golf del Lagunita Country Club, a bordo de un carrito eléctrico blanco de lo más cursi, con nuestros bolsos de playa, fumándonos una varita de pan con queso.
No existe nada más absurdo que un campo de golf en un país que tiene millones de personas viviendo en la miseria. Una vez al Comandante se le ocurrió que eso debía cambiar, pero fue tan grande la presión de su gabinete (asiduos usuarios de estos terrenos, o residentes de sus zonas aledañas), que nunca pudo llevar a cabo el cambio. El elefante blanco había vencido, una vez más, al explorador.

Noté a Scarlet mirando el horizonte, reflexiva.

— ¿Qué te pasa? –pregunté.

—Nada… estoy un poco cansada.

Se veía triste. Intuí que estaba pensando en su abuela enferma.
Es de una nobleza tal, esta niña, viviendo cosas tan emocionantes junto a mí pero pensando en otros… siempre generosa.

—Estás pensando en tu abuela –afirmé.

Se volteó y me miró con sus ojos infantiles.

— ¿Cómo sabes? –dijo.

—Ya te conozco un poco –respondí.

Le gustó mi respuesta. Tomó mi mano, le metió un jalón más al joint frosteado de coca y se recostó sobre mi hombro, cariñosa.

Llegamos al hoyo seis y ahí nos recogió un helicóptero de la Guardia Nacional.

Sobrevolamos Caracas en pleno atardecer. Fue entonces cuando, por vez primera, Scarlet notó la naturaleza real de las luces que adornaron nuestra llegada a casa.

—Son barrios –sentenció–. ¿Toda esa gente vive así, en miseria?
—Por eso es necesaria la revolución, amor. Toda esa gente fue olvidada por la oligarquía. El Comandante los está ayudando a salir adelante.

Scarlet me miró, poco convencida, y volvió a ver hacia abajo.


Era verdaderamente impresionante: un océano de pobreza, una sabana de carencia, suciedad y olvido, de sueños imposibles, de violencia...

Nadie entiende Caracas hasta que la ve desde arriba, es una realidad geográfica… Por fortuna, casi nadie puede verla desde arriba.

NOTA DEL COMPILADOR

Lo que sigue es la traducción de los mensajes privados intercambiados,
vía Twitter, entre la señorita Scarlet y su novio Michael.


@ScarletT45
P q hiciste eso?
@Michael31
Qué?
@ScarletT45
No te hagas el imbécil, ya sé q mandaste mis fotos a todo el mundo.

@Michael31
Pq me harté. No quiero q me compres. No me interesa tu $. Me destruiste, lo mínimo q puedo hacer es destruirte.

@ScarletT45
Michael, soy Scarlet, la misma Scarlet con la q viviste 2 años. La misma q amaste y q te ama.

@Michael31
Por favor….

@ScarletT45
Aunque sé q ya lo nuestro es imposible, quiero q resolvamos esto con madurez.
@Michael31
No sabes cómo me destrozaste. Yo tenía toda mi vida planeada en torno a ti.
@ScarletT45
Yo lo sé. Y por eso te pido que te tranquilices. Nada de lo q hice lo hice para hacerte daño.
@Michael31
Zzzzzz…

@ScarletT45
Lo hice porque necesitaba el dinero y la oportunidad se presentó y me fui por un camino duro…
@Michael31
Q quieres de mí?
@ScarletT45
Quiero q me digas a quién le mandaste esas fotos, para ver cómo manejamos esto.

@Michael31
No hay nada que manejar.

@ScarletT45
Quiero q entiendas q tengo en mis manos un plan q puede significar muchos años d estabilidad económica para nosotros…


@Michael31
Te vas a culear a Donald Trump?
@ScarletT45
Jaja No. Pero tengo un pez grande en las manos, y te prometo compartir contigo mucho dinero… pero t tienes que calmar.

@Michael31
Estoy calmado.
@ScarletT45
Deja d mandar fotos. Y ten paciencia.

@Michael31
Solo le mandé tus fotos a Zoe, para ver si t decía. Me imagino q ella también es puta.

@ScarletT45
Zoe pensó que estabas bromeando, q habías usado photoshop. No te preocupes por ella.

@Michael31
Dónde estás? Te quiero ver.

@ScarletT45
Estoy fuera del país, ahora es imposible.

@Michael31
En dónde? Estás con un árabe?

@ScarletT45
No te puedo decir, pero no, no es con un árabe.

@Michael31
Deposítame 100 mil mañana y te creo.

@ScarletT45
Voy a intentarlo.


Aterrizamos en La Orchila. Nos recibió la Góldiger, paloteada. Me dio un abrazo y le robó un piquito a Scarlet cuando la vio. Scarlet me miró y se rio. Lo que faltaba, pensé yo. Ahora a la Góldiger le gusta Scarlet.

—Te he estado adelantando lo de las cárceles –me dijo, como en secreto–, a lo mejor lo podemos cerrar esta misma noche.

—Sería genial.

—Después cuadramos lo nuestro.

Típico de ella, uno matándose, cuadrando el guiso con los chinos, ella te invita a una fiesta y ya quiere comisión. Pero buehh…Así somos los socialistas, el dinero es siempre para todos.

La Diputada Endragonada estaba en su yate en La Orchila y nos mandó una lanchita para que fuésemos a verla.

El yate se llamaba Granma y tenía 127 pies. Costaría cinco o seis millones de dólares, pero lo interesante era el diseño: todos los materiales eran rojos y estaba lleno de murales alegóricos a la revolución cubana. Los rostros del Che, Camilo, Fidel, Martí… cada uno adornaba una sala. En el piso de arriba estaba tocando en vivo “Dame pa’ violala”, una agrupación de música revolucionaria contemporánea. La banda cantaba una canción que compusieron contra la televisión y las cadenas de noticias internacionales.

Nosotros fuimos hacia adentro, a la sala principal. De allí agarramos una escalera en espiral, también rojita, y llegamos al piso de abajo. La Diputada Endragonada nos recibió con un abrazo y nos sirvió un whisky Swing a cada uno. La botella de Swing era una belleza, con la parte de abajo curva.

— ¿Sabes que el Swing es un whisky para marineros? –dijo la Diputada, potenciando su dragón natural con el alcohol.

— ¿Y esa vaina...? No sabía.

—Por eso el culo de la botella es curvo, para que no se caiga con las olas.

Una interesante teoría, sin duda. Cosas que uno aprende en altamar.

—Mira, Juan –prosiguió la Diputada Endragonada–, a mí la amiga aquí…
Hizo una pausa, miró a la Góldiger, luego a Scarlet, y luego a mí.

— ¿A ti como que te gustan las gringas? –preguntó sin sonreír.

—Nooooo, camarada, bueno depende. Digo… no particularmente. La señora Góldiger es amiga mía, como es amiga suya. Y la señorita Scarlet es mi novia.

— ¿Pero… y usted la conoce bien?

—Claro…

—Mucho cuidado, la CIA y la DEA andan como dos locas siguiéndonos los pasos. ¿Tú estás seguro de que sus intenciones son buenas?

—Cien por ciento, camarada. Tenemos tiempo juntos, y ella…

—Bueno, confío en ti. Además está bonita la muchacha. En todo caso, yo creo que lo de la cárcel no va a ser fácil.
— ¿Por qué será?

—No hay cemento, hermano. No hay cabillas. ¿Cómo van a hacer esos chinos para construir una cárcel sin materiales?

—Siempre se pueden conseguir. Ahí resolvemos…
—Yo lo que te ofrezco es sacarte adelante el proyecto… No con dieciocho sino con quince millones, porque dieciocho es demasiado.

—Ellos necesitan seis para construirla.

—Ese es el otro peo. A mí, por lo bajito, me van a tener que quedar ocho verdes. Y quince menos ocho…

—Siete.

—Imagínate, te quedaría a ti un solo millón.

La Góldiger se puso nerviosa y añadió:

—Y a mí me tienes que dar por menos un milloncito.
— ¿O sea que a mí no me queda nada? –protesté.

—Ese es mi punto –continuó la Diputada–, olvídate de la cárcel. Sacamos quince, ocho pa’ mí, uno para la señora Góldiger, que muy gentilmente cuadró esta reunión, uno para que los chinos preparen las maquetas que presentarán en el Aló Presidente y toda la paja… y cinco pa’ ti.

— ¿Y no construimos la cárcel? – pregunté en shock.

—No hay cabillas, no hay cemento... tendrías que trabajar gratis. Si te sirve igual así, le echamos bolas. Pero para qué estar con ese dolor de cabeza, después queda la cárcel incompleta y me lo sacan por Globovisión y aquel peo.

En situaciones normales habría simplemente aceptado. Cinco  millones de dólares por hacer nada, sonaba como el mejor negocio posible. Pero lo de las cárceles era mi punto débil… y la conversación con mi padre… el elefante blanco… me daba pausa.

—Tengo que pensarlo –dije, y la Diputada se cagó de la risa.

Y se cagó de la risa en serio. Pensaba que yo era un tipo comiquísimo, ni le pasaba por la cabeza que quizá yo, en realidad, quería pensarlo.

La Góldiger le tradujo a Scarlet lo sucedido.

—Le están ofreciendo cinco millones de dólares a tu marido y
dice que tiene que pensar.

Y se echó una carcajada. Scarlet se rio también y me miró interrogante. Yo la miré con culpa. Ella me observó, preocupada.

— ¿Es por tu papá? –preguntó, susurrando al oído.
Así se conoce la gente: visitando a los padres, saboreando las comidas de la infancia,
estudiando los temores, las dudas, las inseguridades que lo hacen a uno ser humano. Scarlet sabía quién era yo, y entendía que hoy yo no podía ser el mismo que era ayer.

—No seas tonto, Juan –dijo–, es una gran oportunidad. Si no la tomas tú, la tomará otro.

Y así fue que comencé a ser adulto: valorando más la opinión de mi futura esposa que la de mi progenitor.

La Diputada me miró un poco sorprendida.

— ¿Tú como que lo estás pensando en serio? –dijo casi amenazante.

La Góldiger me miró en pánico, no solo temía por mí; tenía miedo por ella misma. La oferta estaría sobre la mesa cinco segundos  más. Si la rechazaba me sacarían de La Orchila. Me pondrían bajo sospecha. Me montarían un juez para sacarme uno que otro movimiento ilegal y ponerme en jaque. Estaría bajo la lupa de todos los tribunales.
Mi nuevo nombre sería el-chamo-que-anda-con-una-gringa-y-rechaza- cinco-millones-de-dólares.

Sería, de inmediato, execrado de la revolución. Me tendría que ir del país o arriesgarme a ir preso en el Helicoide.

A la propia Góldiger la pondrían en salsa. Ya había demasiados rumores de que ella era de la CIA o del MOSSAD. Incluso en aporrea.org se habían lanzado artículos insinuando que era judía. Si yo le tiraba la partida para atrás, sus enemigos la señalarían a ella como cómplice.

Entre irme del país corriendo o irme despacio con cinco millones más… la decisión era sencilla.

Me cagué yo también de la risa. La Diputada Endragonada, la Góldiger y hasta Scarlet. Todas rieron.

—Así es, mi niño –dijo la Diputada, poniéndole sentido del humor a la cosa–. ¿Nos vamos pa’ La Habana

—¡Claro! –exclamé, como reflejo, sin saber lo que decía.

En menos de veinte minutos estábamos volando en un jet de PDVSA rumbo a La Habana (continuará)


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