26.AGO.20 | PostaPorteña 2142

LAS AVENTURAS DE JUAN PLANCHARD (VI)

Por Jonathan Jakubowicz

 

VAMPIRAS EN LA HABANA

Yo nunca había ido a Cuba, francamente me daba miedo. Uno escucha vainas que suceden allí y dan pánico, para qué meterse en la boca del lobo. Pero mi minuto de duda en el yate fue largo y peligroso. Un viaje a La Habana se hizo necesario para demostrar mi fidelidad a la revolución.

A Scarlet la idea de ir Cuba le asustó un poco. Como ciudadana americana tenía prohibido visitar la isla. Se podía meter en rollos con su gobierno. Pero la Góldiger le explicó que los cubanos no sellaban los pasaportes, no había motivo para preocuparse pues en Estados Unidos nunca se enterarían de su visita a La Habana.

El viaje duró un par de horas, y la interminable circulación de mojitos criollos de Havana Club en el avión, hizo lo necesario para calmarnos. Aterrizamos completamente borrachos. No sé si fue por eso o porque en realidad era así, el aeropuerto internacional de Cuba me dejó en shock: era una belleza. Tantos años escuchando sobre la pobreza de la isla, lo último que se espera uno es que el aeropuerto José Martí sea ultramoderno.

Entramos por la zona diplomática y, efectivamente, no nos sellaron el pasaporte. Nos montaron en una van oficial, y sin parar el fluir de los mojitos, emprendimos nuestro rumbo a la ciudad.

Bastaron unos minutos para que tanto Scarlet como yo nos horrorizáramos por un detallito: ¡nuestros iPhone no funcionaban! La red de telefonía de Cuba es muy pobre y, como comprenderán, no tienen ningún acuerdo con las empresas de telefonía gringas, ni siquiera con las venezolanas.

Eso condena a todo visitante a renunciar a la conectividad mientras se esté en la isla.

Entramos a La Habana y el shock fue inmediato. Es una ciudad suspendida en el tiempo. Casi todos los carros son clásicos americanos de 1950, casi todos los edificios son de la misma época o de antes. La ciudad tiene muy poca luz de noche, por lo que, al combinarse con la curda que teníamos encima, la sensación fue de que entrábamos a un sueño.

La van entró por el famoso malecón de La Habana. Este sí estaba bien iluminado. Decenas de turistas caminaban viendo las olas chocar contra las piedras. Otros viajaban en unos carruajes redondos empujados por ciclistas.

—El coco taxi –dijo la Góldiger como toda explicación.

Dentro de su densa decadencia, es imposible negar que La Habana es una ciudad espectacular.

Llegamos al Hotel Nacional, en pleno centro turístico. Scarlet de inmediato lo reconoció como el hotel que sale en El Padrino, parte II. “Al Pacino estuvo aquí”, dijo emocionada.

Nos dieron una habitación con vista a la ciudad, y nos invitaron a una fiesta en la planta baja. Era una fiesta del Festival de Cine de La Habana. Sin duda habría varias estrellas allí.

Los únicos cubanos que había en la fiesta eran los mesoneros, los organizadores del festival y uno que otro actor. A los cubanos de a pie no los dejan entrar a ningún hotel de Cuba. La isla, aprendí, está divida en dos. La Cuba para turistas y la Cuba para cubanos. Había restaurantes para turistas y restaurantes para cubanos. Hospitales para unos y para otros. Bares, discotecas, playas, todo está dividido.

De esa manera es fácil confundirse. Si uno solo visita los lugares para turistas, sale convencido de que los medios internacionales han mentido y Cuba es un país pujante, elegante, tecnológico, sin carencias. Pero si uno se asoma un poco más allá, a la zona de los residentes, la realidad cambia y se hace triste. Por eso todos recomiendan quedarse en la “zona buena” y evitar la depresión.

En la fiesta me volví a encontrar a Laura Bickford, la productora de “Che”, que se había tomado un trago conmigo y con Almodóvar en el Chateau Marmont. La saludé con cariño. Estaba con Benicio y con Jorge Perugorría.

Ambos quedaron babeados con Scarlet, por lo que me la llevé antes de que Benicio se la llevara a ella (pues ella también estaba babeada por él). Un poco más allá vimos a Silvio Rodríguez con Danny Glover y un par de judíos que, según Scarlet, eran los directores de cine conocidos como los hermanos Cohen. Yo pensaba que los hermanos Cohen eran famosos porque construían los centros Sambil. Pero bueno, todo el mundo se rebusca.

En otra mesa estaba sentado nada más y nada menos que el Gabo, Gabriel García Márquez. Según me enteré, al escuchar el discurso del director del festival, ese año la cita rendía tributo al Gabo como amigo incondicional de la isla. “Ese gran escritor y cineasta, no realizado a plenitud; ese gran revolucionario, sensible a las transformaciones por las que seguimos luchando todos los latinoamericanos”.

El Gabo en persona. Nunca había podido terminarme ninguno de sus libros, nunca había conocido a nadie que se hubiese podido terminar “Cien años de soledad”, pero el tipo es Premio Nobel, no es tontería. Sin duda los suecos saben su vaina y lo han leído. Es un gran orgullo para todos los revolucionarios. Como Dudamel. Como Winston Vallenilla. Todos los grandes artistas de nuestra era se han pronunciado a favor de la revolución. Y eso no es poca cosa… es testigo de que  nosotros, los mortales, tenemos quién defienda nuestras ideas de la mejor manera.

Scarlet me sugirió que nos fuésemos del hotel.

—Yo soy de Los Ángeles –dijo–, puedo ver actores en cada esquina. Si vine hasta Cuba es para ver la ciudad.

La Góldiger se estaba cayendo a latas con Danny Glover en una esquina. Junto a ellos estaba la Diputada Endragonada. Tuve que interrumpirlos e invitarlos a pasear por la ciudad.

—Es su primera vez en La Habana, ¿a dónde podemos ir?

La Góldiger consultó con Glover y la Endragonada, y decidieron que nos iríamos a La Bodeguita del Medio, la cuna del mojito.

Fuimos a la entrada del hotel y nos enfrentamos a dos opciones: el taxi, un Chrysler New Yorker de 1958; y el coco taxi, a punta de pedal.

Glover, la Endragonada y la Góldiger eran tres (no cabían en un coco taxi), por lo que se fueron en el Chrysler. Scarlet y yo nos montamos en el coco taxi y todos acordamos encontrarnos en La Bodeguita.

Nuestro coco taxista era un negro de treinta y cinco años llamado Fidel. Según dijo había sido medalla de bronce en ciclismo en las Olimpiadas de Seúl. Scarlet y yo nos sentamos bajo el techo con forma de coco amarillo y Fidel arrancó a pedalear como loco, desarrollando muy pronto una velocidad impresionante.

Intenté disfrutar el viaje pero no pude: la situación era toda una obra maestra de la injusticia social… el pobre hombre, campeón olímpico, pedaleando para que dos turistas disfrutasen de su tierra, a  cambio de un par de monedas.

Le dije a Scarlet que sentía culpa y me dijo que dejase la idiotez, que tras la visita de mis padres no había dejado de sentir culpa y que debía ponerme serio y volver a ser el de antes…

“¡El de antes”, compadre! Llevábamos una semana juntos y ya la mujer quería al “de antes”.

Ella tenía razón… mis padres me habían puesto a sentir culpa por todo y eso no podía
ser así. Decidí disfrutar y dejar la güevonada… Yo estaba con mi Scarlet y era feliz. Ella estaba rascada con su hombre bajo un enorme coco amarillo, con Fidel pedaleando adelante, y todo le parecía comiquísimo. Se gozaba cuando el coco taxi
rebotaba por los huecos y con placer miraba los paisajes alucinantes de la vieja Habana.

El hombre pedaleó durísimo, como quince minutos, a treinta y ocho grados centígrados… Y como para no perder la costumbre –y chalequear mi sentimiento de culpa–, Scarlet decidió, en pleno coco taxi, comenzar a mamarme el güevo. Fidel pedaleó sin mirar atrás, y mi gringa bella con sus labios me recordó que pasara lo que pasara, yo nunca más podría dejar de ser feliz.

Llegamos a La Bodeguita del Medio. Fidel nos pidió cinco dólares. Yo le di un billete de cien dólares porque no tenía cambio y casi le da un infarto. Se le aguaron los ojos, me besó la mano, se tomó una foto conmigo con la cámara de su celular Nokia del siglo veinte, y me dijo que me iba a recordar toda la vida, que su niña estaba enferma,
que con eso podría conseguir medicinas...

Scarlet me jaló del brazo y me metió a La Bodeguita. Al entrar no fue difícil notar que estábamos en el lugar correcto:

¡Diego Armando Maradona! ¡En persona! ¡Qué vaina tan loca! Y lo mejor: ¡en
la misma mesa que Glover, la Góldiger y la Endragonada!  Nos sentamos juntos. Estreché y besé la mano de Dios.

Cantamos canciones revolucionarias. Bebimos mojitos criollos originales. Me enseñaron fotos de Salvador Allende y Pablo Neruda, sentados en esa misma mesa. Me mostraron una placa en la que Ernest Hemingway había escrito de puño y letra: “My Mojito in La Bodeguita. My Daiquiri in El Floridita”.

Y así fue que… fumándome un habano y respirando la yerba buena de mi trago, viendo a Scarlet sonreír (sin la más puta idea de quién era el Pibe de Oro), observando a la Góldiger y a la Endragonada cayéndose a latas a Glover entre las dos… allí… sentí que yo pertenecía... Pertenecía a una gesta heroica latinoamericana que había detenido al imperio en su intento de controlarnos. Era la mano de Maradona metiéndole un gol a Inglaterra. Era el “Arma Mortal” de Danny Glover protegiendo a Mel Gibson contra el sistema. Era el Gabo y Silvio y los hermanos Cohen… éramos todos… soldados de una era sin precedentes… luchadores de no uno, sino de cien Vietnams… a muerte… sin que nadie, por nada en el mundo, pudiese hacernos arrodillar…

Salimos de La Bodeguita a la hora y media. En frente había una plaza con una iglesia y un grupo de salsa tocando con insustituible guaguancó. En la calle de al lado, una hilera de putas –jineteras– espectaculares, lo ofrecían todo por cinco o diez dólares. Cientos de turistas, gringos y europeos, se deleitaban con la infinita variedad de
opciones: blancas, morenas, negras, trigueñas, mestizas, mulatas, altas, bajas, con tetas, con culo… un tributo a la variedad y la mezcla que solo es capaz de parir el Caribe.

Yo estaba viendo a ese poco de mujeres con alegría, cuando Scarlet me sorprendió con una frase de lo más musical.

—Llevémonos una para el hotel.
Así es la vida, hermano, no existe mujer que no sea bisexual; solo hombres que no saben ayudarlas a descubrirlo. Le pedí a Scarlet que eligiera ella, y se fue por una que era una mezcla entre Eva Mendes y Natalie Portman. Se llamaba Ilza. Al ver que la notamos, se acercó y besó a Scarlet apasionadamente, dejándome completamente frito del queso. Encima dijo que solo quería diez dólares por pasar la noche con
nosotros. ¡Ochenta bolívares por Eva Mendes, hermano! ¡Que viva la revolución!

Lo único malo es que ella no podía entrar al Hotel Nacional. No tenía carnet estudiantil, y las únicas putas a las que dejan entrar al Nacional es a las estudiantes (supongo que para incentivar el intercambio académico)

Ilza dijo, sin embargo, que tenía un lugar por ahí cerca al que podíamos ir a culear con calma. La seguimos por las calles coloniales, a esas horas llenas de turistas, y nos metimos por un callejón más apartado. Se me ocurrió que quizá nos estaba embaucando, y le dije a Ilza claramente:

—Nosotros venimos con el alto Gobierno de Venezuela, ni se te ocurra hacernos trampa.

—Ay, mira tú –respondió–, ninguna trampa, si ustedes están de lo más ricos.

Scarlet estaba, como siempre, despreocupada, señalando el tamaño de las nalgas de Ilza y repitiéndome: “look at that ass!”

Llegamos a una casa enorme en la que había un gentío. Si Ilza pensaba meternos allí,
para tirar cerca de esa multitud, estaba totalmente pelada. Para colmo se trataba de una ceremonia de Changó, al parecer estábamos en el día de Santa Bárbara. Unos babalaos se pasaban gallinas por el cuerpo, algunas vivas, otras muertas. Dos tipos
vestidos de blanco dejaban caer sangre de los cuellos de las gallinas sobre el pecho de un viejo tirado en el suelo, que temblaba como poseído.

Afortunadamente pasamos de largo y llegamos a una reja que daba a unas escaleras. Un hombre blanco humilde de mediana edad abrió la reja para nosotros. Ilza lo saludó.

—Gracias, papá.

—Vaya, hija, atienda bien al turista.

El padre de Ilza nos sonrió con cordialidad y nos invitó, con un gesto, a subir las escaleras.

Subimos tres pisos y alcanzamos, jadeando, una terraza. Era un lugar increíble, se veía toda la Habana.

Nos sorprendió el cacareo de varias gallinas. Estaba muy oscuro para verlas, pero las escuchábamos por todos lados.

—No hagan caso de los pajaritos –dijo Ilza–, ustedes no vieron nada.

Esta pobre gente tiene que prostituir a sus hijas y esconder sus gallineros en las azoteas de sus casas. Me entró otra vez la puta culpa. Pero no… ¡en Cuba no puedo sentir culpa! Estos son nuestros esclavos. Lo que comen es gracias a nuestro petróleo y lo mínimo que pueden hacer es alquilarnos a sus hijas cuando venimos de visita. Todo esto es nuestro.  ¡Viva la revolución!


En el centro de la azotea había un cuarto. Entramos. Ilza encendió una vela y dijo sonriendo:

—Aquí no hay luz, así que la cosa es bien romántica.

Se quitó la ropa y nos dejó ver, a la luz de las velas, un cuerpo  que podría figurar en cualquier libro de ciencia como prueba de la maravilla genética cubana. Ilza era hija de un ruso con una negra: tenía culo y tetas de negra, con rostro y piel de blanca.

Yo todavía estaba ponderando los niveles de higiene de nuestro nido de amor, cuando vi que Scarlet se lanzó sobre ella. Ilza la desvistió, Scarlet la besó, la manoseó, la agarró con fuerza, como si su vida dependiese de ese cuerpo.

Yo me puse a observar y, otra vez, di gracias a Dios: tenía la oportunidad de experimentar dos de los placeres más grandes de la vida, hacer el amor con mi elegante mujer amada mientras tiraba con una perra divina.

Se pusieron a tijeretear… Entrelazaron sus muslos y frotaron cuca con cuca, clítoris
con clítoris, en un compás simétrico e impecable… Estaban hechas la una para la otra. Fingí tener una batuta y me puse a dirigir como Dudamel, pero no aguanté más y le metí el güevo en la boca a la cubana. Scarlet se debe haber puesto celosa porque rápidamente se reincorporó y se lanzó sobre mi paloma a mamar. Pero yo la agarré y la puse encima de Ilza, formando una especie de Big Mac de culos, en cuatro.

Las fui penetrando a las dos: una vez a una, una vez a la otra; arriba, abajo, arriba, abajo, amor, sexo, amor, sexo... y así estuvimos inventando posiciones y figuras acrobáticas… al menos por dos horas… innumerables polvos, infinitas declaraciones de amor…

Regresamos al hotel al amanecer. Llegamos a la habitación y yo estaba listo para acostarme cuando Scarlet sugirió que durmiésemos en la playa.

—Cuartos de hotel hay en todos lados –dijo–, pero dormir en el Caribe es algo único en la vida.
En el hotel había un cibercafé, pero no había Wifi. Los iPhone seguían muertos, por lo que decidimos dejarlos en la habitación. Scarlet dijo que había descubierto que era más feliz sin celular. Creo que yo también. Sin duda todos los seres humanos seríamos más felices sin celular, lástima que más nunca lo sabremos. Estamos atados a estos aparatos para siempre, son nuestra condena, nuestra tortura. A menos de
que estemos en Cuba.

Nos pusimos el traje de baño, bajamos y nos echamos en la playa, bajo sombrillas, a dormir todo el día.

Me desperté antes que ella, a eso de las dos de la tarde, y la vi durmiendo como un ángel. Sus pulmones respiraban el aire marino…
En su boca había una leve sonrisa. Sus cabellos amarillos ondeaban con la brisa. Su blanca piel descansaba de una noche de caricias… La observé por largo rato sin poder moverme, en completo deleite visual… y pensé que por nada en el mundo podría vivir sin ella.

Le pedí a uno de los mesoneros que le echara un ojo y le dijera, si se despertaba, que yo ya volvía.

Me fui al lobby del hotel y entré a una tienda de joyas. Elegí un anillo con un enorme diamante amarillo en el centro y me dijeron que costaba veinte mil dólares

Subí al cuarto a buscar cash y vi su iPhone sobre la cama…

Estaba a punto de proponerle matrimonio a una mujer a la que hace una semana no conocía. La verdad es que no sabía prácticamente nada de su vida. Podía fácilmente encender su iPhone, sin ningún riesgo, y leer al menos los últimos cincuenta mensajes que había recibido, para saber si había algo de lo que preocuparse. Podía revisar sus textos, sus llamadas, sus aplicaciones, podía aprender tanto de ella… con tan solo dedicarme unos minutos a leer…
Podía…Pero no debía…

Estaba viviendo momentos en los que las decisiones éticas importaban más que las prácticas. Había decepcionado a mis padres y no iba a poner una mancha en nuestra relación, así ella nunca se enterase, ultrajando su espacio privado para husmear secretos que quizá ella no estaba aún dispuesta a confiarme. Ya habría tiempo de
conocerse. Ya llegaría el momento en el que fuésemos un ente unido,
que todo lo decidiésemos juntos.

No. No debía revisar su iPhone. Debía confiar. No había razones para imaginar que existía nada detrás de esa princesa… Esa niña perfecta que sobradamente me había demostrado ser.

Sin embargo encendí el puto iPhone.

Se iluminó la manzanita mordida. Apple me recordaba que estábamos en la tierra y no en el paraíso, por culpa de nuestra curiosidad. El iPhone de Scarlet en mis manos era eso: una manzana que morder para satisfacer mi deseo de conocer lo prohibido… En ese aparato se escondían los secretos de la mujer que salió de mi costilla, la compañera que el creador diseñó para ser mi compañera. Estaba en mí el dilema… morder o no morder…

Decidí morder y entregarme al destino… cualquiera que fuese… pero aparecieron los números que pedían el password, la clave secreta.

Imbécil, ¿qué creías tú…? Una mujer tan inteligente como Scarlet no se arriesgaría a exponer su vida al mundo…

Apagué el iPhone, avergonzado por mi curiosidad. Agarré los  reales y salí del cuarto. Regresé a la joyería del lobby, compré el anillo de diamantes y regresé corriendo a la playa.

Para mi fortuna, ella seguía durmiendo. La desperté con besos suaves en la boca, y sonrió al verme. Dijo que tenía hambre.

Fuimos a la piscina. Almorzamos unos calamares al ajillo fresquecitos.

Nos soleamos. Compartimos varios Bloody Mary. Nos hicimos cuchi cuchi. Y tuvimos nuestra primera conversación seria sobre nuestra relación.

Le dije que nunca me había sentido así con nadie. Que estaba dispuesto a formalizar las cosas. Le propuse que comenzásemos a vivir juntos. Le dije que yo no tenía problemas por comenzar a pagar sus estudios… Le aseguré que estaba dispuesto a conocer a su familia y a pedirle la mano a su padre… Le juré fidelidad eterna y le prometí amarla en abundancia o escasez, hasta que la muerte nos separe…

… Y le di el anillo... Se estremeció… lloró… dijo que todo había sido tan apresurado, pero que ella se sentía igual. Que nunca se había sentido tan completa. Que ya ni recordaba lo que era la vida sin mí…

Yo también lloré. Nos besamos. Nos reímos. Nos abrazamos.
Brincamos. Les anunciamos a todos en la piscina que nos íbamos a casar. Ordené botellas de champagne para todos los presentes y brindamos...

Al rato subimos al cuarto, hicimos el amor una vez más.

Decidimos irnos a Los Ángeles para casarnos lo antes posible.

Cuadramos nuestro viaje de regreso a Caracas, empacamos, y nos fuimos de La Habana esa noche, en un vuelo comercial de Cubana de Aviación.

MASAJES CON DIAMANTES

Tenía como dos años que solo volaba en jets privados y se me había olvidado lo heavy que es viajar en aviones comerciales. Y eso que íbamos en primera clase, pero igual: el gentío en la puerta de embarque, la cola para entrar al avión, la empujadera, los malos humores y peores olores de la gente, los cientos de pasajeros esperando para hacer inmigración… Un desastre. Para volar así es mejor quedarse en casa.

Llamé a un pana y le pedí que nos ayudara a agilizar la vaina y no nos fastidiaran por el pasaporte de Scarlet. Pudimos pasar chola, pero igual hubo que esperar como cuarenta minutos, sin exagerar, para que salieran las benditas maletas en el fuckin carrusel.

Pantera nos estaba esperando. Andaba como deprimido. Tenía una gasa en el brazo. Parecía que de ahí le habían sacado un tiro. Le pregunté qué le pasaba y me dijo que había peos en el 23.

— ¿Peos de qué tipo? –pregunté preocupado.

—De todo tipo, jefe. La gente está molesta y lo paga con uno. Anoche hubo tiroteo hasta las seis de la mañana. Uno se cansa.

— ¿Y por qué no te mudas de esa vaina?

—No es tan fácil.

—Búscate un apartamentito –le dije–, por Altamira o por Las Mercedes… Yo te lo alquilo.

—Muchas gracias, jefe, lo que pasa es que nadie por esa zona le alquilaría su apartamento a uno como yo.

— ¿Cómo que no? Si uno trae los reales…

—Si cada vez que entro a una panadería en el este, están a punto de tirarse al suelo, solo de verme.

—Pero con dinero te lo alquilan.

—No crea. Todo el mundo anda asustado con la ley de arrendamiento, creen que uno no va a pagar y se va a quedar allí.

—Podríamos pagar un año por adelantado.

—Podría ser.

—Búscate un sitio.

—Gracias, jefe. A lo mejor si usted lo alquila…

—Yo te ayudo, hermano, no te preocupes por eso.

Pantera, mi pana… un tipo tan noble... tenía razón: un negro como él, en el este de Caracas, sería mal visto. No importa cuánto billete tenga. No importa quién sea… Si alquila un apartamento, los vecinos se atemorizan, los inquilinos se espantan, y le baja el valor al  edificio… Venezuela es uno de los países más racistas del mundo… y
lo loco es que uno de nuestros orgullos es decirle al mundo lo contrario, que todos somos mezclados por lo que no hay racismo… Eso es totalmente falso, hay racismo de tonos: mientras más negros más chimbos… Y la revolución no ha hecho nada para cambiar eso: un político de la Cuarta República es el único negro que ha asumido un
puesto público de relevancia desde que el Comandante tomó el poder.
Y Venezolana de Televisión, el canal de la revolución, tiene puros blancos conduciendo sus programas estelares. Hay miles de ejemplos.
En eso no hemos revolucionado. El elefante es blanco.

Llegamos a La Lagunita. Scarlet se echó un baño y se puso a empacar. Yo comencé a cuadrar un jet privado, ni loco me volvía a montar en avión comercial.

El testaferro del pana se llevó el Challenger 300 a Rusia con un exministro (aka La Momia), para cuadrar unos bisnes de armas. Los chárters de La Carlota estaban todos reservados, y en Maiquetía lo único que había, en privados, eran unos bichitos que de vaina y llegan a Miami. Encima ya estaba oscureciendo, llegaríamos a media noche.

Llamé como loco a medio mundo y no hubo manera de encontrar alternativa… O me iba en un chárter a Miami, o me esperaba cuarenta y ocho horas.

Le pregunté a Scarlet. Le gustó la idea de pasar una noche en Miami. A mí me parecía terrible… Miami es la vaina más ladilla del mundo… Una especie de meca del peregrinaje de la mediocridad latinoamericana. Pero nada, la idea de pasarme cuarenta y ocho horas más en esta mierda de país, se me hizo aún más espantosa… Así que cuadré el viaje y nos arrancamos otra vez para Maiquetía.

NOTA DEL COMPILADOR

Lo que sigue es la traducción de los mensajes privados intercambiados, vía Twitter, entre la señorita Scarlet y su novio Michael.

@ScarletT45
Hola.
@Michael31
WTF????

@ScarletT45
Perdona, sé q me desaparecí, historia larga.

@Michael31
Me prometiste 100 mil.

@ScarletT45
Los tengo n la mano, cash. Llego en 2 días a LA y t los doy.

@Michael31

Dónde stás?

@ScarletT45
Llego a Miami esta noche.

@Michael31
Me vas a dar el $ y t voy a pagar para cogerte como puta.

@ScarletT45
Jaja… será un honor.

@Michael31
No puedo creer q todo esto sea cierto.

@ScarletT45
Ya… deja el drama y olvídalo. No s el fin del mundo.

@Michael31
Eres la peor.

@ScarletT45

Nos vemos, te doy tu $, echamos una culeadita d despedida, y seguimos siendo socios en este negocio.

@Michael31
Dónde t vas a quedar n LA?

@ScarletT45
Mmmmm… No había pensado en eso…
@Michael31
Olvídate d quedarte aquí.

@ScarletT45
Okay.

@Michael31
Dile a Donald Trump q te ponga en el Four Seasons

@ScarletT45
OK, pero a lo mejor quiere ver dónde vivía, y vas a tener que hacerte pasar por mi “Gay roomate”.

@Michael31
Estás loca.

@ScarletT45
Jajaja te estoy jodiendo. Aunque nunca se sabe:) Te aviso cuando vaya a LA. Q bueno q stás + calmado. Gracias. Y perdón..

Aterrizamos en Miami, alquilamos un Lamborghini Aventador y arrancamos hacia el Hotel Fontainebleau en South Beach. El Fontainebleau es un pastiche mayamero típico, mezcla de glamour estilo antiguo con arquitectura moderna…

Diseñado originalmente en 1954 por Morris Lapidus, se concibió como un teatro
en el cual los huéspedes son los actores de la obra de la vida… Clásica paja. Lo cierto es que en su época Elvis Presley se quedaba aquí, y hoy en día desde los Victoria Secret fashion shows hasta los lanzamientos de discos de Madonna se realizan ahí.

Era casi medianoche cuando llegamos y Scarlet quería un masaje. Llamé a reservar y me dieron veinte tipos de masajes de los cuales elegir. Pregunté cuál era el más caro, y me dijeron que el masaje con diamantes para parejas. Costaba seis mil dólares. ¡Carajo! El masaje más caro que me había dado en mi vida, en Dubái, me había
salido cinco mil dólares, y era porque me lo dieron cuatro masajistas en pelotas. Pero bueno… lo de los diamantes prometía. Así que sin mucho preguntar dije que sí.

Dejamos las maletas en la habitación y fuimos a una sala de spa, cubierta de vidrios, con vista al mar. Allí nos recibieron dos rubias enormes con pinta de vikingas noruegas.

Nos invitaron a meternos en un jacuzzi con agua de eucaliptos para que se nos abriesen los poros. El agua del jacuzzi estaba tan caliente que se me cocinaron las bolas, al tradicional estilo del baño de maría. Pero en realidad la vaina era relajante. Había que quitarse el Cubazuela de encima, y la menta acariciando nuestra piel hacía el trabajo.

A los diez minutos, las noruegas nos secaron y nos llevaron a un par de camas de masajes. Pero no eran las típicas camas de masajes con un hueco para el rostro en la parte de arriba… estas asumían  diferentes posturas según consideraba necesario la terapeuta… Eran, escúchese bien: “camas inteligentes”. Échale bola, camas inteligentes. A lo que hemos llegado. Un mundo de vainas inteligentes y gente bruta.

El masaje comenzó de lo más normal, y estaba a punto de preguntar por qué me habían clavado seis lucas en una vaina que se llamaba masaje con diamantes, si lo que me estaban era sobando, cuando las noruegas salieron de la habitación y volvieron con un pequeño cofre lleno de un polvo brillante.

Diamantes pulverizados, compañero, polvo de diamantes… la última revolución dermatológica… el material más duro del planeta penetraba mis poros acabando con cualquier tipo de impurezas.

Adicionalmente, los diamantes balanceaban el campo magnético y liberaban el stress creado por la constante exposición a la tecnología de celulares, televisores, computadores, rayos X de aeropuertos, cambios de presión en vuelos aéreos, etcétera.

Debo decirlo, seis lucas y todo, pero la vaina valía la pena.

Además al final le dieron a Scarlet un pequeño diamantico, que justificaba el precio. Se nos quitó la pava tropical por completo y volvimos a ser quiénes éramos… gente de mundo, gente que sabe vivir.

Cenamos en el restaurante Scarpetta, de un chef premiado no sé dónde coño, tomamos un vino exquisito de California, que Scarlet identificó como maravilla, y nos fuimos a dormir.

Estábamos demasiado cansados para rumbear, ni siquiera tiramos esa noche. Nos
acostamos abrazados, no como amantes sino como marido y mujer.

Al despertar, Scarlet tuvo una idea revolucionaria: ¡vamos a disparar!

Algo difícil de entender, para la mayoría de los latinoamericanos, es que los gringos de las grandes ciudades ven el estado de Florida como un lugar de campesinos. A Miami vienen todas  las oligarquías de América Latina en busca del buen vivir; pero para los gringos, Florida es una granja con la gente más gorda y menos educada del país. Por ello era lógico para Scarlet que, estando allí, nos fuésemos a disparar.

Pedimos el Lamborghini en el valet y manejamos diez minutos hasta llegar a un lugar bien coqueto y rural llamado Charlie’s Armory Guns and Ammo. Scarlet pidió una Beretta 9mm, y yo pedí una Glock, también 9mm. Entramos al centro de tiro. Colgamos nuestro blanco y lo pusimos en posición.

Cubrimos nuestros oídos con audífonos protectores y comenzamos a disparar. Scarlet no lo hizo mal… pero lo mío fue impresionante. De los primeros veinte tiros que eché, doce cayeron relativamente cerca del blanco.

No sé si la fascinación de las hembras por las armas es una vaina gringa, venezolana o universal… no sé si la violencia criolla se le había metido por las venas… lo cierto es que Scarlet pareció terminar de enamorarse de mí cuando me vio disparando. Tanto así que decidió, sin que yo pudiese protestar, comprarme una pistola.

Comprar una pistola en el imperio es la vaina más fácil del mundo. No necesitas licencia de porte de armas, es un derecho constitucional. Y así fue como salí con mi primera pistola personal, una Colt 2011 Mag-na-port Gold Cup Trophy, dorada, con cacha negra calibre 45 AP, semi automática, con gatillo de aluminio y un sello que
celebraba los cien años del lanzamiento del modelo… Una verdadera cuchura.

Nunca había tenido una pistola, nunca había matado a nadie, ni había sentido la necesidad de portar un arma para protegerme. Pero debo reconocer que mientras manejaba de regreso al Fontainebleau, en mi Lamborghini con mi catira y mi pistola, pensé que estaba entrando a una nueva etapa en mi vida: una etapa llena de madurez, producto de todo lo aprendido y reflexionado en este viaje en el que se había convertido mi existencia.

Pronto cumpliría treinta años, era un revolucionario exitoso y respetado y ya tenía todo el sueño americano rendido a mis pies. Había coronado en Venezuela y en los Estados Unidos, dos extremos de un mundo injusto, dos países socios en guerra
fría… El ying y el yang del espíritu de nuestros tiempos.

Me tomó un par de llamadas planear nuestra boda, como sorpresa para Scarlet, en el aeropuerto de Opa-Locka, a veinte minutos de South Beach. Un notario nos encontró en las escaleras del Falcon 50 que había reservado como escenario para nuestra primera noche de casados…

El piloto y el copiloto fueron nuestros testigos. No hubo acuerdo prenupcial, no hubo Grupo Tártara invitado ni Puma cantando “San Martín”. Solo hubo amor e intimidad, como deberían ser todas las bodas. Una cuestión de pareja, para la pareja. Eso de hacer bodas grandes siempre me ha parecido pavoso, y creo esas bodas son una de
las razones por las que en esta época todo el mundo se divorcia.

El avión había sido decorado como nido de amor. Rosas, orquídeas, nueces, almendras, Dom Pérignon… Hicimos el amor cruzando los mismos aires en los que había comenzado nuestra unión.
Nos reímos abrazados mientras sobrevolamos el río Mississippi, las granjas de Texas, las montañas de Nuevo México, los desiertos de Arizona, las montañas rocosas de la frontera de Nevada y California.
Finalmente llegamos a la ciudad de Los Ángeles… el nido materno de mi ángel eterno.

NOTA DEL COMPILADOR

Lo que sigue es la traducción de los mensajes privados intercambiados,
vía Twitter, entre la señorita Scarlet y su novio Michael.

@ScarletT45
Estoy en LA.
@Michael31
Dónde?
@ScarletT45
No importa. Búscame mañana 10am n UCLA.

@Michael31
En q parte?

@ScarletT45
campus, puerta sur. Llámame a las 9:50 y t digo dónde.

@Michael31
OK.

@ScarletT45
Trae condones:)

@Michael31
Perra!

@ScarletT45
Gracias : ))))
(continuará)


Comunicate