30.AGO.20 | PostaPorteña 2143

VIRUS, EMERGENCIA Y UN PLANETA ATERRORIZADO HASTA PERDER EL JUICIO

Por JorgeMartínez/JuanCastroSoto

 

El Año del Gran Delirio

 

Con la excusa de la enfermedad, las democracias quedaron en suspenso y la ciencia se erigió en única autoridad. Dislates, abusos y proyecciones siniestras alrededor de un proceso que está lejos de concluir.

POR JORGE MARTÍNEZ La Prensa Bs. As. 30.08.2020

Algo demasiado raro sucedió este año en todo el mundo al mismo tiempo. La simultaneidad del trastorno, su misteriosa sincronización, el alcance inaudito que tuvo bastarían para interpretar el fenómeno con una actitud recelosa, desconfiada. Y hay que decir que así ha sido en una porción significativa de la población planetaria que descubrió el desatino, lo denunció hasta donde le fue posible y sigue haciéndolo allí donde la anomalía perdura. Pero la extrañeza, tan obvia para algunos, no ha sido percibida por todos. Una gran franja de seres humanos, dóciles a las instrucciones de gobiernos, "científicos" y medios de comunicación, persiste en su negativa a ver algo inusual en este vuelco que dio el planeta entero en unos pocos meses. Algunos fueron incluso más allá: han llegado a convencerse de que lo anormal será a partir de ahora la norma. Una orwelliana "nueva normalidad"

¿Cómo entenderlo? La tarea resulta más difícil de lo que parece. Todo intento de explicación debe partir de la base de que lo extraño no ha sido el virus ni la pandemia declarada. Creer eso sería prolongar la confusión. No estuvo allí lo extraño, puesto que a lo largo de su existencia la humanidad casi no ha hecho otra cosa que sobrevivir a virus y pandemias. Nada habría de raro, de genuinamente novedoso, en soportar una embestida más de microorganismos hostiles. No.

Lo extraño fue la reacción general que provocó esa amenaza que se pretendía inusitada; la desproporción entre el peligro y la respuesta; el pánico aborregante transmitido a toda hora desde los medios con su abuso de estadísticas descontextualizadas, engañosas.

Lo extraño fue la extralimitación de las decisiones estatales, su talante agresivo hacia quienes aducían proteger, la extraordinaria cerrazón de quienes las tomaron y de los expertos que las sugirieron. Y lo extraño también fue la mansedumbre con la que, al comienzo al menos, todo el planeta acató esas disposiciones sin permitirse dudar de ellas.

Por eso lo más grave que sucedió este año nada tiene que ver con el virus ni con la medicina.

Hubo quienes alertaron pronto sobre el desvarío. No se trata aquí de volver a las argumentaciones de destacados especialistas que notaron lo extravagante de las medidas tomadas para combatir una infección viral que había sido magnificada y mal diagnosticada. Alcanza con recordar una frase harto gráfica de uno de ellos referida a las cuarentenas masivas y apresuradas, nunca vistas en la historia. "Sería como un elefante atacado por un gato doméstico -escribió John P. A. Ioannidis, profesor de epidemiología en la Universidad de Stanford -. Frustrado y tratando de esquivar al gato, el elefante se desbarranca por accidente y muere"

La advertencia de Ioannidis fue acertada: todo el mundo se comportó como ese elefante atolondrado. Y su caída "accidental" sucedió bajo el imperio de dos de los tótems más reverenciados del mundo moderno: la democracia y la ciencia.

En efecto, las restricciones insólitas a las libertades más básicas fueron dispuestas por gobiernos republicanos, elegidos en las urnas y regidas por constituciones.

Con poquísimas excepciones las democracias de oriente y occidente aceptaron que el estado de excepción se volviera la norma. Seguros ante una población aterrada, los modernos demócratas no vacilaron en cometer toda clase de abusos con la excusa de la emergencia sanitaria. Un simple virus bastó para anular las leyes y las garantías individuales, y se quiso ver en ello un gran logro colectivo. "La bioseguridad -escribió el filósofo italiano Giorgio Agamben- demostró ser capaz de presentar la absoluta cesación de toda actividad política y de toda relación social como la máxima forma de participación cívica"

Pero estos atropellos se ejecutaron, además, en nombre de la ciencia. Una ciencia curiosa que se aferró al pensamiento único y, auxiliada por los colosos del universo digital, promovió la censura de sus propios réprobos y malditos. Alejada de la prudencia tentativa que debería exigir su método, esta nueva ciencia escribió el guión para que gobiernos, supuestos filántropos y periodistas justificaran lo injustificable. "Estamos tomando decisiones en base a la ciencia" se convirtió en el lema preferido de los gobernantes del encierro y el terrorismo psicológico. Un festival del argumento de autoridad.

Fue así que alegando razones científicas se promovió la sumisión absoluta. El necesario debate fue reemplazado por la obediencia ciega a los "comités de expertos". Los escépticos pasaron a ser "negacionistas" (así continúan calificando las agencias de noticias internacionales al presidente de Brasil, Jair Bolsonaro). El objetor razonable fue tachado de "anticuarentena", al prudente frente a las posibles curas e inoculaciones se lo llamó "antivacunas", y unos y otros fueron homologados, misteriosamente, con los pintorescos "terraplanistas", en una asociación libre digna de mejor causa.

No en vano se acudió a la pesadilla distópica de George Orwell para entender esta otra pesadilla que nos infligía la realidad. La "neolengua" de 1984 bien habría podido incluir los conceptos tenebrosos que proliferaron junto con el desquicio: de los "protocolos" y "rastreos de contactos" al "distanciamiento social", el "aislamiento obligatorio" o el hallazgo del "asintomático", ese peligroso infiltrado en la sociedad de la salud total. El nuevo disidente al que sin misericordia habrá que "rastrear, testear y aislar"

"El hombre, hoy, cuando tiene opción, no es ni más ni menos racional ni honesto que en las épocas definidas como precientíficas", escribió Jean-François Revel en El conocimiento inútil (1988). La frase ilustraba una paradoja típica de la modernidad, que ahora el virus potenció: la sobreabundancia de información de ningún modo conduce a un mejor acercamiento a la verdad. Más bien puede ser lo opuesto.

Con más ironía, el periodista australiano Steve Waterson opinó semanas atrás que lo que realmente soportamos este año fue una "epidemia de estupidez". Descripción acertada, a la que sólo cabría agregar un elemento: se trató de una estupidez inducida.

Porque en gran medida el dislate nació de esa especie de superstición positivista que despiertan los números en nuestras sociedades. Esta vez equivalió a una forma de hipnosis ante el incesante conteo diario de "casos positivos", muertos y recuperados.

Adoptado por el periodismo universal, el contador de la Universidad Johns Hopkins transmitió a legos y expertos la absurda idea de que se estaba registrando en tiempo real la progresión de la enfermedad, con sus "curvas", "picos", "mesetas" y cambiantes porcentajes de letalidad. Esfuerzo vano, en verdad imposible en la práctica (¿cómo contar a todos los contagiados si se admite que muchísimos no presentan síntomas?) y nunca intentado en anteriores pandemias, algo que los pocos críticos iniciales no tardaron en señalar, sin que sus argumentos pudieran conjurar el hechizo estadístico. Durante meses estuvimos sometidos a esa tiranía, que en realidad no ha concluido ni parece que vaya a concluir.

Junto con las cifras, llegó el terror. Sacados de contexto, sin punto genuino de comparación con otras enfermedades a las que jamás en la historia se pretendió registrar con tamaña minuciosidad, los números del virus desataron el pánico. La constante acumulación televisiva de fallecimientos pareció revelar a muchos la existencia de la muerte, resumió en cifras la realidad olvidada de que todos los días hay decenas de miles de seres humanos que mueren en el mundo. Una comprobación aterradora para sociedades hace largo tiempo secularizadas, y cuyo máximo horizonte existencial consiste en mantenerse "sanas" y mejorar su "calidad de vida"

El apogeo de la "religión de la salud" en palabras de Agamben, o el gran triunfo del "higienismo" que, según el ensayista francés Bernard-Henry Levy, es la idea de que "sólo somos cuerpos, paquetes de órganos, un conjunto de órganos que no piensan, no leen, que no necesitan cultura".

El temor inducido por la estadística se nutrió además de la insistencia de que la amenaza llegaba a través de un patógeno nuevo, rasgo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la prensa anglosajona, especialmente, no dejan de recordar (referirse al "nuevo coronavirus" parece ser una regla de estilo obligatoria). Es otro dato que nada tiene de inocente. Apela a un costado vulnerable de la vida moderna, que ha hecho de lo nuevo la base de su cosmovisión, la fuente de su orgullo cultural y civilizatorio pero también la raíz de todos sus temores e inseguridades.

C.S. Lewis lo había percibido con mucha claridad seis decenios atrás. Si alguna vez hubo un verdadero quiebre histórico, reflexionó en la conferencia con la que asumió en 1954 la cátedra de literatura medieval y renacentista en la Universidad de Cambridge, ocurrió en la época que se inauguró con la revolución industrial. Un tiempo de inexorable progreso técnico, que con su imagen de "viejas máquinas reemplazadas por otras nuevas y mejores" llegó a modificar "el lugar del hombre en la naturaleza". Lewis agregaba que ese principio de renovación constante había tenido, además, profundos efectos psicológicos, ya que engendró "nuestra presunción de que todo es provisional y presto a ser superado", y esparció la idea de que "el asunto cardinal de la vida" es "la obtención de bienes que nunca hemos tenido, y no la defensa y la conservación de los que ya tenemos". 

Una urgencia y unos temores que nuestros antepasados nunca conocieron.

¿Fue buscado lo que sucedió? ¿Fue aprovechado? Incómodas, las preguntas surgen apenas se comprueba hasta dónde nos arrastró esta "marcha de la locura", para citar el clásico ensayo de 1984 de la historiadora estadounidense Barbara Tuchman (el periodista Gustavo Noriega fue el primero en evocar ese título)

Desde que empezó el delirio no faltaron los intentos de respuesta. Casi todos compatibles, o más o menos coincidentes pese a las diferencias de quienes los postularon. Las ideas de "experimento", de "ingeniería social", de "vigilancia" o "disciplina" han sido las más repetidas, porque son las más evidentes. Se las ha señalado en este diario, en este suplemento incluso. Y también en otros medios y otras publicaciones. Bastará con recordar algunos ejemplos.

"En muy poco tiempo se ha producido un fenómeno de disciplina social global como los hombres no vieron en toda su historia conocida -escribió el poeta y ensayista católico argentino Eduardo Allegri en su blog Revista Ens en el lejano 14 de marzo-. Disciplina social significa, ni más ni menos, una vía de una sola mano: órdenes y más órdenes de disciplina social, lo que todos tienen que hacer".

El heideggeriano italiano Agamben, de quien Adriana Hidalgo publicó una recopilación de sus escritos sobre la pandemia con el título ¿En qué punto estamos? La epidemia como política, alertó sobre el imperio de la "bioseguridad" y el "diseño de un paradigma gubernamental cuya eficacia supera por lejos a todas las formas de gobierno que hasta ahora ha conocido la historia política de Occidente"

En Francia el ensayista liberal Pierre Manent se alarmó ante la expansión del Estado policial. "En el nombre de una emergencia de salud, se estableció de hecho un estado de emergencia -declaró en abril al diario Le Figaro-. En el nombre de esta emergencia se tomó la más brutal y primitiva de las medidas: confinamiento general bajo vigilancia de la policía".

El ex marxista francés Bernard-Henry Levy, de quien se acaba de publicar en español Este virus que nos vuelve locos (La esfera de los libros), previno a su vez contra "la tentación de la servidumbre voluntaria" y el peligro "de que nos acostumbremos a todo esto, que entremos para siempre en esta locura de la higiene y en el principio de la precaución"

Voces lúcidas a las que se pretendió acallar en los días del "tapabocas".

Sus esfuerzos por explicar, indagar, develar intenciones o motivaciones se toparon con aceitados mecanismos de censura, preparados de antemano. Las categorías ya existían: "negacionismo", "conspiracionismo", "fake news", "fact checking". Sólo que ahora se les dio rienda suelta a escala planetaria para intimidar y denigrar al disidente, y disciplinar a todos los demás. Vocablos infames, escribió Agamben, que "según todas las evidencias tenían el único objetivo de desacreditar a los que, frente al pavor que había paralizado las mentes, se obstinaban todavía en pensar".

El círculo se ha ido cerrando. Esas formas de disciplinamiento no eran lo único que parecía preparado. El capitalismo hipertecnológico también había hecho los deberes para ofrecernos este nuevo mundo a la vez aislado y distanciado, esta vida pensada para transcurrir a través de las pantallas y las aplicaciones, esta era de la telemedicina, el teletrabajo, la teleeducación, la telepolítica y hasta la telemisa, que incluso ha merecido la desgarradora aceptación de las jerarquías eclesiásticas. Y ya estaba lista la digitalización del dinero y de las identidades, la ubicuidad de los teléfonos celulares para rastrear a sus usuarios, ya se había establecido el diabólico cruce de tecnología, salud y economía que, bajo el pretexto de combatir una enfermedad cualquiera, podrá reducir a las personas a la peor forma de esclavitud que jamás se haya imaginado. El círculo está por cerrarse.

 

Adoctrinamiento de la Pandemia

 

JUAN CASTRO SOTO Kgosni / el volador- México 30/8/20

El 19 de agosto se estrenó el documental “Plandemic Indoctornation” (“Adoctrinamiento de la Plandemia”) en el canal británico London Real, donde se desnuda la corrupción médica, la ciencia al servicio de grandes corporaciones privadas. El video dura 1 hora con 24 minutos. Las investigaciones arrojan que el coronavirus fue patentado en Estados Unidos (2004 PATENT US 7220852), así como su detección y medición (2004PATENT US 7776521).Pero un acta de 2007 prohíbe que esto se divulgue

Se afirma quela apropiación del virus es ilegal, sea artificial o natural: si es artificial, viola las leyes sobre armas biológicas; y si fuese natural, no se debe patentar lo que se obtiene por aislamiento. Sin embargo, además de la impunidad, lo respalda la propia Organización Mundial de la Salud (OMS), haciendo añicos las soberanías y marcos legales de todos los países, cuyos líderes mundiales se encuentran comprometidos

Así, con dichas patentes pueden controlar los permisos para hacer experimentos y mediciones con el virus. Así fue como Estados Unidos apoyó con 3.7 millones de dólares a través de diversas organizaciones para que se llevaran a cabo experimentos en el laboratorio de Wuhan, China, desde donde supuestamente se propagó el virus

Según el documento “A world at risk” (sep, 2019), toda la contingencia del Coronavirus se trata de un plan, o “plandemia”, que se viene orquestando desde hace años, como ha sido la simulación “Cladex, un ejercicio PANDÉMICO”, en abril de 2019

Así que todos los medios de electrónicos y de comunicación se han volcado hacia esta campaña “sanitaria”: nos encontramos en una especie de “casa de espejos”, donde se ve lo mismo hacia todos lados. Esto ha sido posible, ya que la CIA de los EU controla los medios de comunicación a fin de “controlar a los individuos”, según un documento interno

Y en otro documento (2010), financiado por la fundación Rockefeller, “Escenarios para el futuro de la tecnología”, se expone el escenario de la pandemia, tal cual la estamos viviendo hoy: “Un mundo de control gubernamental de arriba abajo, con mayor liderazgo autoritario, innovación limitada, y una creciente contención ciudadana”

Además, se relata cómo la fundación Rockefeller financió, manipuló y transformó la educación de la medicina. Y cómo sus fármacos extraídos del petróleo, causaron la propagación del cáncer.

Se expone que el Centro de Control de Enfermedades de EU es financiado por las farmacéuticas y que en 1976 ocultaron que la vacuna contra la gripe porcina, causaba trastornos neurológicos, incluso la muerte.

La reputación de Bill Gates se cae en este documental: su fundación no sólo impulsa artificialmente la pandemia, sino que controla la industria médica; invierte en 69 mayores empresas contaminantes del mundo; monopoliza el uso de las computadoras y, de ribete, diversos testimonios afirman que no es inventor del Microsoft, sino un oportunista que se ha apropiado de lo que no es suyo Pero Gates afirma que su mejor inversión ha sido en las vacunas, pasando de 10 billones de dólares a 200 billones.

Más aún, se documenta que, en la India, más de 491,000 niños sufrieron de parálisis debido a la vacuna contra la polio auspiciada por Gates, en 2000-2017  Su plan es “vacunar a todo el mundo”, siendo uno de sus intereses, reducir la población, sobretodo donde abundan recursos naturales. Gates explica su plan de implantar un tatuaje electrónico a todos para identificar a los vacunados y limitar muchas libertades, como, por ejemplo, los “pasaportes de inmunidad”

El documental también menciona el Acta de 1986 firmada por el presidente Reagan, la cual establece inmunidad para las compañías que producen las vacunas, de modo que no tendrán que pagar por los daños causados a la población

Desde entonces, los vacunados se encuentran desprotegidos, sin seguro ni asistencia, y en el mejor de los casos, serían indemnizadas por los gobiernos con los impuestos de todos los ciudadanos. Y esto mismo sucederá con la vacuna del COVID

En el video se observa como el gobierno de Estados Unidos reprime y encarcela a quien no siga los protocolos “sanitarios”, y paga una recompensa a quienes denuncien a otros ciudadanos que no obedezca

PLANDEMIA EN EL MUNDO DE LOS DOCTORES

(Incluye una breve introducción de Brian Rose de LondonReal.tv)

·        Ver documental en LBRY en Alta Calidad (1280×720)

·        Ver documental en LBRY en calidad media (854×480)

·        Ver documental en Bitchute.

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