12.SEP.20 | PostaPorteña 2146

LAS AVENTURAS DE JUAN PLANCHARD (VIII)

Por Jonathan Jakubowicz

 

TOBITO DE AGUA FRÍA

Desde el momento en que salió en la prensa la noticia de la muerte de mi padre (“El padre de un empresario revolucionario…”), los Tragavenados pusieron en acción un plan de contingencia: averiguaron quién era, qué tenía, dónde vivía...

Ramiro se quedó en el barrio por unas horas, cuadrando todo para desaparecer por un tiempo sin perder el control de la zona.
Mientras tanto, alias Johnny Ciencia se desplazó con una parte de la banda hacia el este de la ciudad, a montar guardia frente al edificio de mi madre, por si acaso.

Sabían que La Liebre hablaría. Sabían que llegaríamos a ellos, y estaban de salida. Si nos hubiésemos retrasado un poco, mi madre estaría en casa viendo su telenovela. Lamentablemente, la eficiencia del CCCP y la rapidez de la Góldiger para conseguir el pago, se conjugaron de manera impecable para que nuestro plan sorpresa activara el de ellos. Perdimos todos.

Pantera me sacó del galpón. No quería que me vieran llorando, ni Ramiro ni los policías. Me dio una botella de anís Cartujo… Intenté beber pero lo que hice fue vomitar.

Desde una ventana nos miró una niña con curiosidad. Había escuchado los tiros y conocía a muchos de los caídos, pero no había rastro de miedo ni dolor en su mirada. Estaba acostumbrada a los tiros y a los caídos.

— ¿Cómo vamos a salir de esta? –le pregunté a Pantera.

—Negociando, jefe –dijo y bebió de su botella–, no hay otra. Respiré hondo, intenté calmarme.

Uno de los policías se nos acercó y dijo “retirada pa’l cuartel”. Pantera afirmó con la cabeza y me hizo un gesto de que lo siguiera.

La niña en la ventana se despidió de mí agitando su mano. Parecía tenerme lástima.

Nos trasladamos en las motos a la sede principal del CCCP en la avenida Urdaneta. Alias Ramiro fue puesto a bordo de una patrulla que lo guardó en uno de los calabozos.

Me llevaron a la enfermería a coserme el dedo. Allí había quince oficiales heridos de bala, además de mí. Algunos habían participado en nuestra operación, otros eran víctimas de algún otro incidente.

Me miré en el espejo de la enfermería y me tomó un instante reconocerme. Mi rostro y mi ropa estaban cubiertos de sangre. Mis ojos hinchados de tantas emociones. Yo no era el mismo. Mi señora madre, a dos días de haber perdido a su marido, estaba en manos de una banda de adolescentes desquiciados que se habían tumbado unas culebras del zoológico de Caricuao.

Un oficial que no me conocía ni sabía qué coño hacía yo allí, me dijo que olía a mierda y me sugirió que me diera una ducha. Acepté su oferta.

Tenía años acostumbrado a las duchas de spa de los mejores hoteles del mundo. Pero esa noche me tuve que conformar con el tradicional tobito de agua fría. La ducha se había jodido y no había agua caliente. No sé cómo coño alguien quiere que los policías de nuestro país no se corrompan cuando la sociedad no es capaz de
garantizarles una ducha decente en su estación.

Me dieron un uniforme de policía y me indicaron que me llevarían a la oficina del Comisario. Caminamos unos largos pasillos, pasamos junto a varias camillas de cadáveres cubiertos por sábanas blancas. Eran nuestros muertos. Alguna de esas sábanas tapaba el rostro hecho pedazos de Tartufo.

Sonó mi celular. Era Scarlet. Yo no quería preocuparla. Decirle que mi madre estaba secuestrada por culpa mía no era una opción. Decirle cualquier otra cosa era mentirle, y yo a Scarlet nunca le mentiría. Decidí ignorar la llamada. Ya habría tiempo para hablar con ella.

Llegamos a la oficina. Pantera estaba allí, esperándome. Se había lavado la cara y los brazos, pero seguía con su ropa ensangrentada. Así de fiel es este tipo, no descansa ni siquiera cuando lo hago yo.

El Comisario sí se había bañado, probablemente con agua caliente en el baño de su oficina. Pensé que debí haberle pedido su ducha, y después pensé que yo lo que era es un descarado, soñando con duchas de agüita caliente mientras mi madre estaba en manos de los Tragavenados.

En la oficina había varios monitores de circuito cerrado. En uno de ellos reconocí a Ramiro en su celda de castigo. El Comisario me miró con severidad, como si estuviese estudiando mi condición psicológica, para saber qué tanto podía contar
conmigo.
— ¿Cuál es el plan? –le dije pausado, como si estuviese por invitarlo al Centro San Ignacio a tomarse unos rones con unas perras.

—Antes que nada permítame preguntarle si su madre padece de algún tipo de condición médica de la cual debamos estar al tanto.

— ¿Condición médica?

— ¿Diabetes…? ¿Hipertensión…? ¿Asma…? ¿Algún medicamento que deba serle
administrado con periodicidad determinada?

Me dejó cabezón… Tenía cinco años que no vivía con mi madre y tuve que echarle coco a la vaina.

—La verdad es que no creo, pero tengo tiempo que no vivo con ella.

—Ya…

— ¿Qué vamos a hacer, Comisario? Debe estar muy asustada.

—Lo que están pidiendo los sujetos es inaceptable.

— ¿Qué están pidiendo?

—Un millón de dólares. Y un helicóptero que los saque del país.

Hollywood, mi pana. La principal fuente de inspiración del malandreo criollo es la mierda que les ha metido la meca del cine en la cabeza.

—Yo por mi mamá pago lo que sea –contesté.

Pantera me miró horrorizado y me hizo un gesto de que le bajara dos. Pero era demasiado tarde, la acababa de cagar de lo más lindo. Decirle a un policía venezolano que la cifra de un millón de dólares no te intimida, es como que Dios le diga a un cura que le da permiso de echarle un polvo a Norkys Batista.

El Comisario salivó sabrosito. Por un momento pensé que quizá él y Ramiro eran aliados en este negocio… Pero era imposible... Tartufo había perdido la vida junto a muchos hombres. Yo estuve ahí. Yo sé lo que pasó y sé que el Comisario también arriesgó su vida.

Concluí que haber participado personalmente en la operación fue una idea acertada. De lo contrario estaría dudando de todos, del Comisario, de Pantera…

—Comprendo, doctor –contestó–, lo del dinero no es lo que me preocupa. Me preocupa más el hecho de que estamos hablando aquí de unos sujetos que mataron a nueve de mis hombres, dejaron dos más con heridas graves, y al menos siete con heridas leves. Eso incluyéndolo a usted, que en este caso cuenta como uno de nosotros.

El Comisario hizo un silencio, como si lo que dijo fuese suficiente para que yo entendiera. Pero en mi expresión se hizo evidente que no entendí, por lo cual él prosiguió.

—La idea de dejar a estos individuos libres, con helicóptero y dinero, en otro país, digamos… no será recibida favorablemente por mi gente… Y si bien yo estoy aquí para servirle, también me debo a mi personal.

— ¿De qué me está hablando, Comisario? Mi madre es una mujer inocente de sesenta años. Usted no puede poner su vida en peligro.

—Nueve de mis hombres murieron sirviéndole, doctor Planchard. Cincuenta de ellos arriesgaron sus vidas por usted, algunos de ellos protegiéndolo.

—Yo estuve ahí y sé exactamente lo que pasó.
—Pues bien… No dudo, entonces, que usted entenderá que decirles a mis funcionarios que todo fue en vano… y que unos asesinos de policías se irán a darse la gran vida en el exterior; me puede crear un precedente peligrosísimo, que disminuya el nivel de compromiso que mis hombres estarán dispuestos a entregar en operaciones similares en el futuro.

Ahora sí se jodió la vaina. A mi mamá se la pueden estar violando unos depravados en este momento, y yo estoy aquí escuchando la filosofía de gerencia de recursos humanos de un paco que ya tiene un maletín lleno de lingotes de oro y probablemente quiere otro.

— ¿Cómo puedo yo decirle –prosiguió–, a la viuda del oficial Carlos Tartufo Gómez, que el padre de sus cuatros hijos murió en un enfrentamiento ante una banda criminal
que, sin embargo, fue posteriormente puesta en libertad por nosotros mismos?

Tartufo… todos los caminos conducen a Tartufo.

La situación era seria… decirle al Comisario lo que pensaba: que un paco tiene que estar dispuesto a morir por hacer su trabajo, sería insinuar que la vida de sus hombres, y la de él mismo, tenían menos valor que la de mi madre.

— ¿Y entonces qué hacemos, dejar que maten a mi mamá?

—Nadie va a matar a su Señora Madre, doctor. No mientras Alias Ramiro esté en nuestro poder.

— ¡Es una mujer mayor! –Grité perdiendo la paciencia–, ¡acaba de pasar por la muerte de su marido! Nunca en su vida ha sido víctima del hampa. Se puede morir hasta de un infarto.

—Doctor, estamos aquí para ayudarle… le ruego baje la voz y se tranquilice. Aquí todos los días lidiamos con antisociales y le puedo decir, con completa certeza, que estos jóvenes no van a arriesgar la  vida de su jefe. Y la vida de su madre es en este momento la vida de su jefe. Eso ellos lo entienden muy bien y por eso ella misma le dijo por teléfono que la están tratando bien.

—Entonces, ¿qué sugiere?

El Comisario respiró hondo, se puso de pie y miró por la ventana. A sus pies, la larga y luminosa avenida Urdaneta.

—Sugiero… una indemnización.

— ¿Para quién?

—Para todos… Para los caídos, para los heridos, para los valientes que formaron parte de todo esto.

— ¿De cuánto estamos hablando?

—Normalmente aquí se cobra la misma cantidad que se paga por el rescate. La mitad por delante, la mitad por detrás. Usted ya debe cien mil por la operación realizada, la cual fue sin duda exitosa independientemente de lo que haya pasado después y que, dicho sea de paso, no fue consecuencia de un error de nuestro cuerpo.

Hasta el paco me recordaba que dejar a mi madre sin protección había sido la estupidez más grande de mi vida. Y todo mientras me pedía un millón de dólares de comisión.

—Pero esa parte la podemos perdonar –continuó el Comisario–, en vista de que la suma que usted y los criminales están manejando es tan elevada.

Muy amable de su parte, me perdona cien mil para cobrarme un millón. Le sumas el milloncito de Ramiro y te queda el rescate más caro de la historia de Venezuela.

Pantera estaba listo para saltar por la ventana y suicidarse.
Nunca en su vida había escuchado hablar de cifras tan brutales. Yo sentía tanta culpa por el dinero que acababa de hacer con los chinos, que pensé que quizá esto era parte de mi purga espiritual. Una limosna que le estaba dando a las monjitas de la Caridad del Carmen, como parte de mi penitencia. Lo malo es que se lo estaba dando a los asesinos de mi padre y a unos pacos que, después de esta, más nunca en la vida podrían dejar de ser corruptos.

Pero yo no estaba aquí para educar ni para arreglar el país. Tampoco ya lo estaba para vengar a mi padre, evidentemente en eso ya había fracasado.

—Pónganle setecientos y setecientos –dije–, y le damos.

—Redondeemos en palo y medio –respondió–, yo bajo a Ramiro lo más posible y el cuerpo policial se queda con la diferencia.

Pantera casi muere de un infarto. Yo ya estaba acostumbrado a este tipo de negociaciones.

—Hecho –dije, y lo vi tragarse la sonrisa más grande de su vida–, pero resolvemos esto esta noche.

—No tengo permiso para volar mis helicópteros de noche – replicó subiendo los hombros.

—Yo se lo consigo. Esto se tiene que acabar ya.

— ¿Y los reales? No creo que Ramiro y compañía acepten oro.

Los reales. Siempre los reales.

—Negociemos la vaina de una –dije–, yo mañana consigo el dinero.

El Comisario movió la cabeza afirmativamente. Apretó un botón en el teléfono de su escritorio y dio una instrucción.
— ¡Alias Ramiro! ¡A interrogatorio!

Salimos de la oficina y caminamos por el largo pasillo. Pantera me puso un brazo en el hombro y me dijo:

—Usted está loco ‘e bola, jefe…

Lo miré y con una sonrisa de agradecimiento le susurré:

—A ti te doy cien más. Después de esta, piro del país y quiero que estés tranquilo.

Pantera miró al suelo y dijo que sí con la cabeza. Estaba conmovido por mi gesto pero sobre todo porque me iba del país. Allí está la diferencia entre él y yo: Pantera no tiene pasaporte, nunca ha salido de Venezuela. Su gente, el pueblo, no tiene otra opción. Si Venezuela se va a la mierda, ellos se van a la mierda con ella. Le dije pausado:

—A lo mejor te traes a tus chamos y nos visitan por allá.

—Noooo, jefe, si yo voy pa’l imperio es pa’agarrarme una blanca como la suya.

—Yo te cuadro una.

—Lo que no creo que me den es la visa.

—Con cien lucas en el banco te la dan, no te preocupes.

Entramos a un cuarto con varias sillas altas, como de bar, frente a un vidrio antibalas. Del otro lado del cristal había un banquito vacío.

Nos sentamos en silencio. Un televisor en el cuarto mostraba CNN en Español a través de la señal de Globovisión. King Jong-il, el camarada frito cabezón que gobernaba Corea del Norte, había muerto.
Otro más de los nuestros. El Comandante había hecho lo imposible por  reunirse con él, pero el tipo era demasiado racista; para él, todo el que no fuese coreano era un animal. Hasta los chinos le daban asco, y a la coreanas que quedaban preñabas por soldados chinos las obligaba a abortar. Me imagino la cara que puso cuando vio al nuestro. Ni siquiera se quiso reunir con Fidel y eso que Fidel es un blanco sifrino y también es racista.

Alias Ramiro entró y fue esposado al banquito de la sala de interrogatorios. Tenía la cara descoñetada, en parte por mis golpes, en parte por otros más…

El Comisario entró y quedó solo frente a Alias Ramiro.

—Tienes suerte, menor –comenzó–, si fuera por mí te mato despacio y busco a tus socios hasta que no quede ninguno vivo.

Ramiro lo miró de lado, sin mostrar ninguna emoción. En los cursos de negocios de alta gerencia enseñan que toda negociación la gana siempre el que está dispuesto a pararse de la mesa. Ramiro parecía ser el que menos tenía que perder en este negocio. Pero era el que más tenía que ganar y eso me daba esperanzas.

—Los quinientos que me pediste no te los puedo conseguir – prosiguió el Comisario.

Pantera me miró y sacudió el rostro. El Comisario se había quedado con medio millón de dólares (cuatro billones de bolívares fuertes aproximadamente) al inicio de nuestra negociación. ¡Era un duro! Qué carajo. Y lo más tripa era que no hacía ningún esfuerzo por ocultar la cogida que me acababa de echar.

—Pero te pueden conseguir cuatrocientos y el helicóptero para que se vayan de aquí.

Le estaba ofreciendo cuatrocientos. Eso dejaba al Comisario con ¡un millón cien mil dólares! Le daría mil a cada paco y se retiraría  a vivir con Roxana Díaz en un velero en Cancún.

Ramiro lo miró con sospecha. —No te creo –dijo.

—Yo tampoco lo creo. Mataste nueve de mis hombres. Aquí todos queremos picarte en pedacitos, cocinarte y hacerte pasapalo de chicharrón para la fiesta de fin de año.

Se miraron en silencio…

— ¿Por qué todas las brujas son tan cochinas? –dijo Ramiro.

—Ustedes son los que viven con culebras…

—La señora no está en la capital.

— ¿Dónde está?

—Lejos.

—Habla.

—Quiero el helicóptero en Maracaibo, full de gasolina, con piloto desarmado.

— ¿No quieres un Toddy, mi amor?

—Podría ser, ricura.

—Maricón.

—Bruja.

El Comisario le soltó un coñazo y lo tumbó del banquito, como para no perder la costumbre. Lo dejó en el piso y siguió hablando.

—Van a conseguirte los reales, pero quiero prueba de vida, en video, esta noche y mañana temprano.
Ramiro guardó silencio y yo me cagué. ¿Por qué guardaba silencio? ¿No puede dar prueba de vida?

—Si vuelves a Venezuela te saco las bolas y te las meto por el culo –concluyó el Comisario y salió, dejando a Ramiro tirado en el suelo.

Dos pacos entraron, lo levantaron del suelo y le dieron un celular. Ramiro dictó un número y habló al celular.

—Ciencia… Caballo blanco. Cuatrocientos diez franklins. Morimos acá pero piramos en hélice. El sicunitio es el sitio.

Mandacuná video de la vieja esa a este micunismo número y tacunate pendiente y ritmo que la conga es mañanera.

La calma de Ramiro me tranquilizó. Parecían profesionales. Mañana sería el día más importante de mi vida.

Una hora después llegó un video de mi mamá. Estaba en la parte de atrás de una Van blanca en movimiento. Tenía la cara hinchada de miedo y de llanto, pero estaba intacta.

—Juan. Estoy bien. Me dicen que mañana vas a resolver todo. Menos mal. Ya quiero que se acabe esto. Te quiero mucho. No te preocupes que todo está bien. Hasta comida me dieron. Todo va a estar bien. A lo mejor es buena idea lo del viaje. Así estamos más tranquilos. Hablamos mañana con calma.

Conozco a mi mamá lo suficiente para saber que estaba aterrorizada. Pero estaba siendo madre, tratando de tranquilizar a su niñito en medio de su horror.

Vi el video diez veces seguidas, escondido en un baño, llorando como un niño.
Mi teléfono volvió a sonar. Era Scarlet. Tuve que contestar la llamada.

—Me tienes preocupada, no has atendido el teléfono.

—Perdón… no ha estado fácil esto.

— ¿Cómo está tu mamá?

El llanto me dejó privado del dolor y en silencio.

— ¿Juan?

—Aquí estoy.

— ¿Qué pasa?

—A mi mamá… la secuestraron.

— ¡¿Qué?!

—Pero mañana la van a devolver, todo va a estar bien.

— ¿Quién la secuestró?

—No importa… ya lo estamos resolviendo.

— ¿Dónde estás?

—Estoy bien, en la policía.

—Tienes que tener cuidado.

—No me va a pasar nada… Se cometieron errores, ya lo estamos resolviendo.

—Deberían venirse mañana mismo para acá.

—Ese es el plan.

— ¿Dónde vas a dormir?
—Aquí, en la policía.

—Mejor. ¿Te puedo ayudar en algo?

—No… Solo no preocupándote y esperándome allá. Pronto estaremos juntos y tranquilos.

La voz de Scarlet, con ese inglés informal y despreocupado de California, era un sedante para mi alma.

Pantera tocó a la puerta del baño.

—Doctor, ¿todo bien?

Me lavé la cara, me arreglé un poco y abrí la puerta.

—Todo bien –dije–, estaba haciendo un par de llamadas, cuadrando lo de mañana.

— ¿Se quiere ir para su casa?

Lo pensé por un momento. No me harían mal unas horas de descanso.

— ¿Y no será peligroso?

—Con el Ramiro aquí y la bola de dinero que les prometió para mañana, no creo que les interese hacerle nada.

Lo pensé un instante.

—Bien, pero dile al Comisario que nos mande dos escoltas y que me dé una moto a mí.

Nos fuimos a La Lagunita en cuatro motos… Dos pacos en Hondas oficiales, Pantera en la suya, y yo en una Yamaha R1 600 que habían incautado en un robo a un blindado y que no reclamó ningún dueño.

Era una bestia de moto… Manejarla de noche en la autopista del Este me ayudó a descargar parte de mi angustia…

Llegué a mi casa y el personal me recibió con el mismo cariño de siempre. Me acosté en mi cama, tratando de ordenar mis ideas y recordar lo vivido. Pensé que debía planificarlo todo de una manera que no diese espacio para que el Comisario se terminase raspando a los tipos y llevándose los reales. Ganas no le faltaban. Había que cuidarse mucho.

NOTA DEL COMPILADOR

Lo que sigue es la traducción de los mensajes privados intercambiados, vía Twitter, entre la señorita Scarlet y su amiga Zoe.

@ScarletT45
Estoy preocupada.

@Zoe23
Por?

@ScarletT45
Ahora le secuestraron a la mamá.

@Zoe23
No puede ser!!!
@ScarletT45
En serio. Acabo de hablar con él.

@Zoe23
Hay algo raro.

@ScarletT45
Raro como q?

@Zoe23
No sé, pero no me digas q no es raro q le maten al papá y le secuestren a la mamá en 2 días.

@ScarletT45
Parece q es medio normal en Venezuela.

@Zoe23
Puede ser frecuente, pero normal no es… me huele mal. Me da miedo.

@ScarletT45
Miedo cómo?
@Zoe23
Y si es un narco?

@ScarletT45
No creo q sea un narco si se la pasa metido en NY.

@Zoe23
Deberías hacerle un background check.

@ScarletT45
Cómo se hace eso?
@Zoe23
Métete en Google, seguro dicen cómo…

@ScarletT45
Marica, estoy casada con el tipo, si es un narco estoy jodidísima : (

@Zoe23
Si están matando a toda su familia es mejor q no le digas a nadie q estás casada con él.

@ScarletT45
Me estás asustando.

@Zoe23
Es muy fuerte lo q me cuentas. Y como tiene tanto $

@ScarletT45
Yo lo vi haciendo un negocio con el Gobierno… Allá hay mucho $$$. Un poco loco pq es 1 país súper rico pero hay muchísima pobreza. Pero es como q a nadie le importa. Todos hacen negocios millonarios con una calma increíble.

@Zoe23
Suena como California.

@ScarletT45
Es diferente… hizo 5 millones de dólares en frente mío, en una reunión.

@Zoe23
Q locura! Pero está n el Gobierno? Ese Gobierno es como el de Fidel Castro. Será terrorista?

@ScarletT45
No está en el Gobierno. No es terrorista. Es un hombre de negocios. Deja de hablar así.

@Zoe23
Solo quiero ayudarte.

@ScarletT45
Lo q estás es envidiosa.

@Zoe23
Wow! Alguien aquí se stá volviendo loca y no soy yo.

EL CHACAL Y EL POLLO

Desperté a las seis de la mañana y me puse a cuadrarlo todo. La Góldiger se molestó conmigo: “Te están jodiendo”, dijo, “es imposible que ese policía esté cobrando eso, dame su nombre y lo investigamos”

Investigar al Comisario no me interesaba. La Góldiger estaba por depositarme cinco millones de dólares, con que me depositara tres y medio, y me adelantara ahora un palo y medio en cash, no tenía derecho a opinar.

Me pidió que pasara por su casa a las ocho de la mañana, para que le diera al menos una hora para cuadrar con CADIVI.

Dejamos las motos en La Lagunita y nos fuimos, en la 4Runner blindada, a casa de la Góldiger en la Alta Florida. Los dos escoltas policiales nos dieron apoyo, una moto adelante y la otra atrás.

Llegamos un poco antes de la hora acordada. La Góldiger nos recibió en unos chorcitos rojos pegados y una camisa amarilla de Manu Chao. Nos señaló cinco maletines llenos de dinero. Pantera y yo nos pusimos a contar. Nunca habíamos visto tanto dinero en efectivo.

Los cuatrocientos mil de Ramiro cupieron en un maletín. Para lo del Comisario necesitamos tres. Estábamos terminando de contar por cuarta vez su dinero cuando llamó:

—¿Cómo va eso?
—Ya tengo el efectivo.

—Excelente. Le tengo un helicóptero cuadrado, pero deberíamos tener dos.

—¿Para qué?

—Uno que los lleve a Colombia, otro que se quede con nosotros.

—Yo consigo el otro.

—Copiado. La Carlota… 12 PM.

—¿Por qué tan tarde? -pregunté preocupado.

—A esa hora tengo el helicóptero.

—OK.

—Si se trae una comidita, unos pollitos en brasa o algo para los funcionarios, sería bueno.

—OK.

Yo contando un millón de dólares en efectivo y el tipo pensando en pollo en brasa.

El Comisario ganaba alrededor de dieciocho mil dólares anuales. Tendría que trabajar sesenta años para ganarse lo que yo le estaba por dar en esos tres maletines. Pero qué carajo, se los daba con gusto si me devolvía a mi mamá.

De casa de la Góldiger, con un millón de dólares en efectivo, fuimos al restaurante “El Mundo del Pollo” en La Castellana. Por más que conmigo estaban Pantera y los dos escoltas, pensé que era una completa locura lo que estábamos haciendo. Pero no había nada que hacer. Si le llegaba sin pollos al Comisario se me podía arrechar.
El Mundo del Pollo es gigantesco, y aun en tiempos en los que no se consigue pollo en el país, los tipos siempre tienen las brasas repletas de aves. El lugar está lleno de televisores. Cuando entramos, algunos pasaban la goleada que el Barcelona de Messi le metía al Santos de Neymar en la Copa de Clubes, 4 a 0 por el buche. Todos los comensales celebraban el triunfo del Barça. Lo malo es que si el resultado fuese al revés, todos celebrarían igual. Así es nuestra patria, todo el mundo está con el vencedor. Por eso siempre ha ganado la revolución, porque siempre lo hace y todos quieren estar en el bando que celebra.

El peo es que en el 2011 perdimos muchas batallas. De hecho en otros televisores pasaban Globovisión, y allí anunciaban que le habían dado otra cadena perpetua al Chacal. Otra derrota para otro gran revolucionario. Gadafi, Tirofijo, Osama, El Mono Jojoy y Kim Jong-il muertos; El Chacal, preso; Lula y el Comandante, enfermos… ¡no
estábamos pegando una…! Y el riesgo era ese, que se nos metiera la pava de perdedores y el pueblo se fuese con los otros, para no perder… para poder celebrar. Era una preocupación. El CNE tenía sus límites.

Compramos diez pollos completos para llevar y los metimos en la camioneta. Eran aún las once pero di la orden de irnos directo al aeropuerto de La Carlota. No quería andar con esa bola de billete oliendo a pollo por las calles opositoras de Chacao.

En La Carlota nos recibió un GN con mucha amabilidad. Me dijo que tenían preparado un helicóptero de la Guardia pero que estaban esperando un repuesto.

—¿Y dónde está ese repuesto?

—Ya viene subiendo. Lo tenían retenido en la aduana, pero ya dimos la orden y lo vienen subiendo.
—¿Y cómo cuánto dura poner ese repuesto?

—Habría que preguntarle al técnico.

—¿Y dónde está el técnico?

—Acaba de salir a almorzar, debe llegar como a la una y media.

La tranquilidad con la que me lo dijo me obligó a respirar hondo. Con estos tipos no se debe pelear. Calma… calma…

—Compadre, el vuelo estaba reservado para las doce del mediodía.

El GN miró su reloj y dijo:

—Para las doce sí va a ser difícil, doctor. Yo le diría más como a las dos de la tarde, si le soy franco.

Casi me da un infarto. Mi madre en manos de unos malditos y el folklore burocrático criollo tomando las riendas del rescate.

—Hermano, esto es una emergencia. Llámate al técnico, dile que yo le doblo el sueldo si se viene ya.

—Debe estar almorzando.

—Dile que yo tengo unos pollitos en brasa recién salidos y se puede comer uno con gusto.

—¿Y no es mejor esperar a que llegue la pieza?

—¿Por qué?

—Usted sabe, el técnico no puede hacer nada sin la pieza, y si llega y no la tenemos, se puede molestar.

—¿Pero tú no me dijiste que la pieza viene subiendo de la  aduana?

—Según…

—¿Según qué?

—Según dicen que ya viene subiendo.

—¿Quién dice que ya viene subiendo?

—El técnico.

—Llámate al técnico, hazme el favor.

—No tengo saldo, doctor. Si usted me da su celular. Le di mi celular al GN y llamó al técnico… pero el técnico no atendió. Le pedí al GN que averiguara si había otro helicóptero y llamó a la base. De la base le dijeron que los controladores se habían ido a almorzar. Le pregunté a qué hora se iban a almorzar y me dijo que a las
doce. Faltaban cuarenta minutos para las doce, pero ya se habían ido todos.

Pasé media hora agotando todas las opciones, hasta que llegaron las doce y pensé que debía llamar al Comisario.

—Comisario.

— Doctor.

—¿Cómo va eso?

—Estamos cuadrando en La Carlota, le falta un repuesto al helicóptero.

—Ah caramba. ¿Pero lo van a tener para hoy?

—Eso dicen.

—Bueno, yo estoy aquí almorzando con los funcionarios. Estaremos por allá a eso de la una y media.
—Aaaahh, Comisario, con todo respeto… yo tengo aquí diez pollos en brasa que usted me mandó a comprar para sus funcionarios.

—Ah caramba… se me había olvidado.

—Ya…

—Pero guárdelos por ahí que esos no se pierden.

—¿Y qué pasa si estos tipos no arreglan el helicóptero?

—Nada… qué va a pasar… nos vamos en uno…

El técnico nunca llegó. El repuesto tampoco.

El Comisario y sus tres hombres llegaron a las tres de la tarde, con Ramiro esposado. Afortunadamente el helicóptero de la policía era de seis puestos. Nos fuimos nosotros sentados y Ramiro tirado en el suelo en el asiento de atrás.

Cuando estábamos despegando, Ramiro se me quedó viendo. Su rostro golpeado, trasnochado y hambriento, soltaba una mirada que me invitaba a conversar. Yo no tenía nada que hablar con Ramiro. Pero la vida de mi madre estaba en sus manos, no era estratégico generar más odio en él.

—Usted sabe, doctor –dijo–, que a su pure nosotros no lo matamos.

Lo miré sin dejar salir emoción alguna.

—Nosotros es habíanos secuestrado a unos chamos de Valle Arriba, y lo que estábanos era sacando gasolina cuando esa bruja se puso a preguntá.

Su versión coincidía con la oficial, lo que no me había pasado  por la mente hasta ese momento era que el verdadero culpable había sido el policía que interrumpió el secuestro original.

Prendieron la hélice del helicóptero. Yo dejé de mirar a Ramiro… pero él siguió hablando.

—Usted mató quince menores, oyó. Quince costillas, el mío, que ni sabían quién era usted… ni quién era su pure… ni estaban pendiente de nada que no fuese sobreviví…

El ruido de la hélice se hizo insoportable y muteó, gracias a Dios, las palabras de Ramiro. Pero su mirada siguió fija sobre mí durante todo el viaje.

Arrancamos a las tres y media rumbo a Maracaibo. El vuelo duró una eternidad. Cuando llegamos comenzaba el atardecer.

Sobrevolamos el inmenso puente sobre el lago, los pozos petroleros con sus gigantescas maquinarias… y pensé que era insólito que nunca antes había ido a Maracaibo.

Las reservas petroleras de Venezuela ascienden a doscientos noventa y siete mil millones de barriles. Eso nos coloca como el país con las mayores reservas de petróleo del mundo, muy por encima de Arabia Saudita. Casi todo ese petróleo está en el Lago de Maracaibo.
Todos los venezolanos vivimos de ese lago y, sin embargo, la mayoría de nosotros nunca lo hemos visto. Eso está mal. Cualquier industria palidece al lado de esa mina de oro negro. Es nuestro tesoro y debemos cuidarlo. Por eso el socialismo tiene sentido en Venezuela. Porque el Estado es quien debe repartir la riqueza, pues para todos hay, si se administra bien. Lo contrario es regalarlo al imperio, a costa de nuestro potencial natural y nuestro trabajo.

Aterrizamos en el Aeropuerto Internacional de La Chinita. Entramos a una oficina del CCCP en un hangar mientras llenaban de gasolina el tanque del helicóptero.
En la oficina se contó el dinero que había en el maletín de Ramiro, frente a sus ojos. El chamo nunca había visto tanto dinero y estaba visiblemente emocionado. Se le pidió prueba de vida y a los cinco minutos nos llegó otro video de mi mamá.

Estaba sentada en la misma van blanca. Se veía cansada pero no parecía golpeada. Miraba a la cámara y, con el mismo ánimo de calmarme, hablaba en un suave tono de madre.

—Juancito, estoy bien. Me dicen que ya se va a arreglar todo. Estoy tranquila. Esperando. No me han tratado mal, aunque no me pudieron dar un baño para hacer mis necesidades… pero bueno, espero que todo esto se arregle y nos veamos hoy.

Mi señora madre había sido obligada a mearse encima. Pocas cosas pueden doler tanto como eso. Pedí hablar con ella. Los videos ayudaban, pero yo quería saber que estaba bien en este momento. Me la comunicaron.

—Juancito.

—Mamá…

—¿Cómo estás?

—¿Cómo estás tú, mamá?

—Yo bien, hijo. No te preocupes. Esperando, me dijeron que falta poco.

—Ya mismo vamos a resolver esto.

—Qué bueno. Ustedes me dicen qué debo hacer.

—Quédese tranquila y haga lo que le dicen, esto va a terminar de la manera más amigable posible.

—Okey.
—Te quiero mucho, mamá, perdóname.

—No te disculpes, hijo. Así está este país.

Colgaron.

—¿Cuál es el plan, carajito? –preguntó el Comisario.

Ramiro habló calmado, profesional:

—Los socios ya están en Maicao. Me voy yo con el piloto y me lo dejan desarmao. Le doy las coordenadas en el aire, aterrizamos, yo piro, y el piloto se devuelve en el pájaro.

El Comisario escuchó con atención, y todas las miradas se centraron en él cuando respondió.

—El piloto y un oficial armado se van contigo y tú te vas esposado. Aterrizan y nos dan el veinte de la señora. Si el veinte se confirma, el piloto te suelta y te lanza las llaves mientras coge vuelo.

—¿Y cómo sé que no me va a matá cuando me suelte?
—Tú estás dando coordenadas porque abajo está tu gente. Si él te mata lo matan a él. Además… no gano nada con matarte. A la institución se le dio su parte. El doctor aquí es un hombre serio y decente, y todo esto va a terminar bien.

Ramiro lo pensó por un momento. Hizo un estudio mental de la situación. Me miró. Miró al Comisario y sentenció.

—El doctor se viene en el pájaro. Si no, no hay trato… Me puedes matá de una vez que igual ando relajao.

Tragué hondo. Miré al Comisario. No parecía gustarle nada la idea.

—¿Y para qué tú quieres al doctor allí? –preguntó.
—Porque a él no lo van a dejar morí –dijo Ramiro.

Hubo silencio. La frase de Ramiro llevaba implícita una acusación: “A los policías puede que los quieras sacrificar, pero con el doctor no te vas a meter”. No era algo fácil de escuchar para los funcionarios, porque era cierto y se acababa de demostrar.

Todos me miraron esperando respuesta.

—Aquí nadie se va a morir –dije–, todo esta mierda se va a acabar y cada quien se va a llevar lo que quiere.

La verdad, me gustaba la idea de ir a la entrega, pues estaría allí para impedir cualquier idiotez de los pacos. Había tanta mala sangre entre estos grupos, no los podía dejar solos. Me alegré aún más al escuchar que Pantera se ofrecía a venir con nosotros. El Comisario se quedaría en tierra coordinando la operación.


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