18.SEP.20 | PostaPorteña 2148

LAS AVENTURAS DE JUAN PLANCHARD (IX)

Por Jonathan Jakubowicz

 

TRAGAVENADOS EN COLOMBIA

Me pusieron chaleco antibalas y traje de comando por segunda vez en veinticuatro horas. El piloto, Pantera, Ramiro y yo nos montamos en el helicóptero.

Nos dieron audífonos sintonizados con la misma frecuencia de la base. El Comisario los probó y lo escuchamos sin problema. A eso de las seis de la tarde cogimos vuelo rumbo a Maicao.
En unos minutos estábamos sobrevolando la frontera con Colombia. El piloto se negó a cruzarla hasta no saber las coordenadas.

Ramiro pidió chequear su celular… pero nada… no llegaban las coordenadas.

Estuvimos cinco minutos detenidos en el aire, con las bolas en la garganta. Veíamos el Golfo de Venezuela de un lado, la Guajira de Colombia del otro. Y nada que llegaban las coordenadas.

Ramiro nos pidió que tuviésemos paciencia.

Yo ya no sabía qué hacer para calmar mis nervios. Me mordía los dedos con rabia, como un caníbal. Pantera intentaba tranquilizarme pero en vano.

El Comisario preguntaba por radio, cada treinta segundos, por  el estatus del vuelo. Estaba histérico, gritando, nervioso, toda la vaina olía mal. Por fin llegó un mensaje de texto con las putas coordenadas.

El piloto las insertó en el computador del helicóptero. Se las leyó al Comisario y esperamos los veinte segundos más largos de mi vida por su autorización.

—Vas a tener que entrarle de lado –dijo–, dirección suroeste, con veinte lejano del puesto de frontera. Si te contacta Colombia te disculpas y te devuelves. Baja pausado y trata de no estar más de treinta segundos en piso. ¿Copiado?

—Copiado.

—Activo.

—Voy.

El helicóptero se puso en movimiento. Cruzamos la frontera. Entramos a Colombia a buscar un punto en la Guajira, ligando que la fuerza aérea del país vecino no nos volara en pedazos pensando que éramos narcos.

Avanzamos dos minutos y vimos el sitio: era una cancha de futbol comunitaria, en las afueras de una zona llamada Causarijuno. Tenía varias carreteras aledañas, Maicao no estaba muy lejos. Era fácil entender el plan de los tipos.

Comenzamos a bajar.

Miré a Ramiro para leer sus gestos. Si él estaba tranquilo, no había nada que temer. Pero Ramiro no estaba tranquilo. Pensaba que lo iban a matar. No se creía el cuento de que toda esta historia terminaría con él forrado de billetes y en libertad.
Notó que yo lo estaba mirando. Me miró con desenfado y sonrió. Era una sonrisa difícil de interpretar. ¿Se estaba burlando de mí? ¿Me ofrecía camaradería? Estábamos juntos en esto y a todos nos convenía que saliera bien.

Bajamos cien metros en segundos. El estómago me latió del vértigo. Solo un piloto policial se atreve a hacer un descenso como ese.

Cuando estábamos a veinte metros de altura, tres camionetas pick up se nos acercaron y nos rodearon. De cada camioneta salieron otros carajitos. Nos apuntaron varias FAL, Kalashnikovs, y otras armas de menor calibre. Era la otra mitad de los Tragavenados, los que quedaban vivos.

El piloto siguió su descenso con cautela. Pantera agarró a Ramiro y le pegó la Ingram en la sien para que todos los de abajo lo vieran.

Faltando diez metros para aterrizar, como si la tensión no fuese ya suficiente, las autoridades colombianas se pusieron en contacto. La comunicación se llevó a cabo en claves de aviación. El piloto pidió disculpas, dijo que pensaba estar en territorio venezolano y se comprometió a devolverse inmediatamente.

Cuando faltaban cinco metros para tocar el suelo, Pantera le exigió a Ramiro otra prueba de vida. Ramiro sugirió que chequearan mi celular.

¡Me acababa de llegar un video! Logré abrirlo cuando el helicóptero tocó piso.

La cámara estaba en el puente Rafael Urdaneta sobre el Lago de Maracaibo, a la altura del kilómetro cinco (según pude ver en la señalización). La imagen mostraba el sitio y después pasaba por encima de la acera del puente, hasta llegar a un punto inferior, que no se veía desde donde pasaban los carros. Allí… amarrada a una columna de concreto con sogas y tirros plateados de electricista… mi mamá estaba
en pánico… con la boca tapada, con el viento sacudiendo su cabello y sus ojos suplicando que se acabara esta pesadilla.

Casi convulsiono de la angustia.

— ¿Qué coño hace allí?

—Ahí se la dejamos, sana y salva.

Yo no sabía si creerle. El viento de las hélices hacía casi imposible ver bien el video, el ruido no permitía escucharlo.

El Comisario gritó por la radio.

— ¿Qué coño está pasando?

Le intenté mostrar el video a Pantera. Pero estaba muy nervioso con el poco de armas apuntándonos… Se encogió de hombros.

—Es su decisión, jefe.

—Nos tenemos que ir –añadió el piloto.

Yo miré a mi mamá en el video una vez más. Estaba completamente amarrada a la columna. Sería una locura amarrarla así solo para engañarme.

— ¿Y no la puedes llamar? –le pregunté a Ramiro.

—Si quiere le manda un fax, doctor… ¿no está viendo que está amarrada? No puede hablá. No está con nadie.

Volvieron a comunicarse las autoridades fronterizas colombianas. El tono era ahora más agresivo, amenazaban con mandar una nave a buscarnos.

—Nos tenemos que ir –repitió el piloto. El Comisario gritaba por la radio… Yo no sabía qué decía ni qué decirle. El piloto le respondió.

—El doctor está evaluando la prueba de vida, Comisario. Le comunico en lo que arranquemos.

—Tienen que darle chola –respondió.

—Es correcto, mi Comisario.

Pantera me miró esperando respuesta. No estaba fácil. Devolverse sería una locura. Coger vuelo con Ramiro a bordo invitaría a los de abajo a llenarnos de plomo. Explotarían el tanque de gasolina y volaríamos por los aires.

Arrancar sin Ramiro implicaba dejar todo a la suerte, que no parecía estar de mi lado últimamente. Pero era indiscutible que mi mamá estaba viva en ese sitio. Lo lógico era dejar esta locura de este tamaño e irme a buscarla.

—Confíe en la juventud –dijo Ramiro y me sonrió otra vez, con camaradería.

No me quedaba otra. Miré a Pantera y le hice un gesto de que lo soltara.

Pantera dio sus instrucciones a Ramiro.

—Te bajas con las manos en la nuca, caminas dos metros y te quedas ahí parado. Si te mueves o alguien dispara, te vuelo el coco.

—Póngame el maletín en la mano y yo me bajo. Estese tranquilo que nadie va a dispará –dijo Ramiro con mucha calma.

A nuestro alrededor todos tenían el dedo en el gatillo. Era muy fácil que esto terminase en muerte y nunca supiese si mi madre estaba bien o no. Pero la posibilidad de salvarla me daba esperanza, era la  única opción.

Pantera y el piloto se comunicaron por radio.

—Lo pongo en el piso y coges vuelo.

—Afirmativo.

Ramiro puso sus manos, aún esposadas, detrás de su cabeza. Pantera me señaló el maletín. Lo agarré y se lo colgué de las manos a Ramiro. Lo sostuvo con fuerza.

El Comisario seguía gritando:

— ¡¿Cuál es el estatus?!

—Estamos arrancando, mi Comisario.

Y así fue… con la Ingram de Pantera apuntando su nuca, cargando el maletín lleno de casi medio millón de dólares, Ramiro puso los pies en la tierra, caminó dos metros y se detuvo.

Pantera se cubrió con la puerta. Era casi imposible dispararle desde afuera. Su cañón estaba a dos metros de Ramiro, no podía fallar. Si querían a su jefe vivo, no tenía caso dispararnos.

Yo me resguardé detrás de Pantera… y comencé a rezar.

—Padre nuestro que estás en los cielos…

El piloto activó el ascenso, y como en cámara lenta, comenzamos a subir.

—Santificado sea tu nombre…

Subimos cinco metros. Ramiro seguía inmóvil. Los cañones de los Tragavenados subían en dirección a nosotros.

—Venga a nosotros tu reino… Hágase tu voluntad… en la  tierra como en el cielo…

Llegamos a diez metros de altura. Ramiro no se había movido. Pantera seguía apuntándolo. Los Tragavenados nos apuntaban a nosotros.

—Danos hoy nuestro pan de cada día...

Llegamos a los veinte metros de altura… el punto más peligroso para nosotros: Ramiro era un blanco mucho más pequeño que el helicóptero. De aquí pa’lante todo era lotería.

—Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden…

Alcanzamos los veinticinco metros… y Ramiro soltó el maletín…

—No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal...

Pantera se preparó para lo peor.

Ramiro levantó los brazos en triunfo. Los Tragavenados corrieron hacia él.

Nosotros levantamos vuelo... y en instantes nos montamos en cincuenta metros de altura…

Los Tragavenados y Ramiro se abrazaron y brincaron… celebraron como niños… la vida… los reales… todo lo que habían logrado, gracias a todos aquellos a quienes habían perdido…

En segundos cruzamos la frontera… regresamos a Venezuela.

—Amén.

El Comisario volvió a hablarnos.

— ¿Dónde están?

—Rumbo a la base –dijo el piloto.

—Rumbo a la base nada –interrumpí–, vamos al kilómetro cinco del puente sobre el lago.

— ¿Allí está su madre? –preguntó el Comisario.

—Eso espero –dije con serenidad y mucho temor.

—Nos vemos allá –concluyó el jefe de la operación.

 

PUENTE SOBRE EL LAGO DE MARACAIBO


Me recosté en mi asiento y miré hacia afuera. La inmensidad del golfo nos recibió en nuestro regreso a la patria. Ya casi era completamente de noche. El relámpago del Catatumbo nos iluminaba en la distancia. A través de sus rayos mi padre nos daba aliento. Venezuela nos abría los brazos, me regalaba una segunda oportunidad. Perdí a mi padre pero salvé a mi madre… y con eso vuelvo a ser humano… con ellas… con mi madre y con Scarlet… por siempre…

Comenzamos a sobrevolar el puente sobre el lago. Estaba iluminado de colores, la maravilla arquitectónica de la democracia civil adeca, brillando en todo su esplendor. El puente tiene un poco menos de nueve kilómetros. El quinto está cerca de las torres del medio. Pero es difícil encontrarlo desde los aires, en plena noche.

Le pedí al piloto que bajara lo más posible. Comenzamos a bordear el puente…

Primero por un lado…Después por el otro…

El helicóptero tenía un faro poderoso. Iluminamos todas las columnas, los muros, los andamios…Nos movimos lentamente por varios minutos…

Pero no la encontramos… ¡No puede ser…! ¡Tiene que estar allí…!

Dimos otra vuelta. Bajamos nuestra altura, hasta casi rozar el agua del lago…

Seguimos iluminando el borde del puente, en tenso silencio…

Yo pensaba… ¿Qué pasa si no aparece?

Nada. No pasa nada. Los niños se llevaron el dinero y el idiota nunca sabrá qué pasó con su mamá…

Estaba por volverme loco…Estudié el video una vez más. Pantera lo vio conmigo.
—Pareciera que está por dentro –dijo.

Le llevó mi iPhone al piloto, le mostró el video. Evaluaron opciones y sugirieron que a lo mejor estaba en la parte interior del puente.

El piloto movió la nave y la condujo al estrecho túnel que se forma entre las columnas interiores, bajo el puente. Era una maniobra peligrosa. Cualquier viento nos podía empujar hacia el concreto y allí sí que todo se iba al carajo.

Avanzamos en tensión, en silencio. Una parte de mí ligaba el accidente: morir en llamas en el aire era mejor que vivir con esta humillación…

Cruzamos todo el túnel, estábamos a punto de tirar la toalla…cuando de repente…

¡La vimos…!

Estaba vestida de blanco… parecía un ángel amarrado a una columna. La iluminamos con el faro… la vimos una y mil veces… y yo comencé a llorar de felicidad. Abracé a Pantera. Di gracias a Dios. Cerré los ojos, me persigné… le di palmadas de agradecimiento al piloto. Grité. Alcé los brazos…

Las patrullas motorizadas del CCCP entraron al puente.

El helicóptero salió de debajo del puente y se elevó, posicionándose encima de la columna donde estaba mi mamá. Pantera lanzó las cuerdas necesarias para el descenso.

—Yo quiero ir –dije con desesperación.

—Quédese aquí, jefe. Ya la vamos a recoger

—Pero, ¿por qué no puedo ir?

—Hay demasiado viento, es peligroso. No pasa nada si espera un momento y nos deja trabajar.

Pantera se amarró un arnés y se enganchó a las cuerdas. El Comisario pidió información. Pantera le respondió.

—Hemos ubicado el veinte de la señora, pero es demasiado complicado de explicar
 desde acá arriba. Comisario. Me dispongo a bajar,

El Comisario mandó a detener el tránsito del puente en ambas direcciones. Un grupo de funcionarios agarró el final de las cuerdas de descenso y nos hizo señal de luz verde.

—Proceda, funcionario –dijo el Comisario por la radio.

Pantera confirmó posición con el piloto y comenzó a descender.

Bajó con velocidad felina…
Yo miré desde arriba con la garganta hecha pedazos: lloré de angustia, alegría, nervios, cansancio, esperanza…

Pantera tocó el piso. El Comisario le dio un abrazo y lo felicitó. Pantera señaló el camino.

Siguieron dos minutos demenciales que sentí como si fuesen dos horas de absoluto suspenso.

Le pedí al piloto que volviera a bajar, para ver cómo Pantera desamarraba a mi madre y la llevaba sana y salva a tierra firme.

El piloto me pidió que recogiera las cuerdas y así lo hice. Luego movió la nave y nos posicionamos, desde abajo, iluminando a mi madre. En ese momento, Pantera se le acercaba.

Desde donde yo estaba no se podía distinguir si mi madre se movía. Nada garantizaba que estuviese bien. Pero, ¿por qué no iba a estarlo? Estaba bien en el video… y Ramiro había sido entregado sano y salvo.

Pantera llegó a donde estaba mi mamá… Y mi corazón se detuvo cuando nos comenzó a hacer señas negativas.

El piloto me aclaró que Pantera estaba pidiendo que le quitase el foco de encima, pues no lo dejaba ver.

Respiré hondo. Apunté la luz a otro lado. Dejé a Pantera y a mi madre casi a oscuras, iluminados por los bombillos de neón azul y rojo del exterior de las columnas del puente.

Le pedí al piloto que volviese arriba, a nuestra posición anterior. Así lo hizo.
Llegamos a la parte superior del puente y dije por radio:

—Comisario, asumo personalmente el riesgo. Voy a bajar. No me lo puede impedir.

El Comisario se tomó unos segundos y luego respondió…

—Entendido.

Lancé las cuerdas y me amarré a un arnés, como había visto a Pantera hacerlo. Enganché el arnés a las cuerdas.

El piloto me ajustó el equipo de descenso, me explicó cómo agarrarme y me suplicó que descendiera con lentitud y cautela. Varios funcionarios en el puente sostuvieron las cuerdas.

Comencé a bajar. Entre el viento del helicóptero y el del lago, no era nada fácil mantenerme agarrado.

Tenía que usar todas mis fuerzas para no salir volando. Cada escalón medía un metro y eran como cuarenta metros para abajo.

El viento era insoportable. Me sentía en medio de un huracán. A medida que bajaba aumentaba la presión y subía la intensidad de la corriente de aire.

El viento me sacudía a empujones. Cada vez se hacía más difícil mantenerme atado. Pero toda la adrenalina que había acumulado durante días me hizo mucho más fuerte de lo que soy.

Los últimos diez metros fueron más fáciles. El puente me protegió del ciclón. Estaba exhausto pero alerta cuando mis pies tocaron el piso.


En tierra me recibieron el Comisario y Pantera.

— ¿Dónde está? –grité emocionado.

Sus caras me lo dijeron todo, pero no se los creí. El Comisario señaló a un lado, detrás de mí. A unos metros, una sábana blanca cubría un cuerpo.

Salí corriendo hacia ella. Intentaron detenerme pero no pudieron.

Levanté la sábana blanca y vi el cuerpo de mi madre…

Y a su lado…

Separada de su cuerpo…Su cabeza…

NOTA DEL COMPILADOR

Lo que sigue es la traducción de los mensajes privados intercambiados, vía Twitter, entre la señorita Scarlet y su novio Michael.


@Michael31
Ya averigüé.
@ScarletT45
Q cosa?

@Michael31
Estás en el Beverly Hills Hotel.

@ScarletT45
Falso…

@Michael31
Estás en la Suite Monroe.

@ScarletT45
Falso.
@Michael31
Voy para allá.

@ScarletT45
Ni se t ocurra!!!!!!!

@Michael31
Voy a la piscina. Este es un país libre. No me lo puedes impedir.

@ScarletT45
Deja la tontería. Si quieres voy a tu casa.

@Michael31
OK.

(continuará)


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