13.OCT.20 | PostaPorteña 2154

CÓMO COMIENZAN LAS DICTADURAS

Por Marcelo Marchese

 

Si hasta el bueno de Víctor Hugo caracterizó al golpe de Estado de Luis Bonaparte "como un rayo en cielo despejado", reconociendo que no había comprendido un comino del proceso histórico que se presentaba ante sus ojos, podemos ser indulgentes con todos aquellos que no reconocen una dictadura cuando se desenvuelve ante sus ojos.

Marcelo Marchese  08.10.2020 Uy Press

Algo de eso sabemos en este País, pues cuando los militares gestaban el golpe en febrero del 73, muy pocos vieron lo que se desenvolvía de manera elocuente ante sus ojos y se desplegaba frente a sus narices. Fueron pocos los que vieron y olfatearon, pero fueron, y entre ellos, el maestro Carlos Quijano, que también advirtió sobre el obvio peligro del Pacto del Club Naval.

Muchos pensaron, entre quienes vivieron la dictadura militar, que nunca más vivirían una dictadura, aunque algunos viéramos y denunciáramos signos harto inquietantes, pues no hay conquistas de libertades que sean para siempre, y los sistemas políticos dependen siempre de las ideas que prevalecen en una sociedad.

Es así que, perdiendo nuestra capacidad de pensar por nosotros mismos y confiando "en los que saben", llegamos a paralizar el mundo pues aceptamos que se paralizara el mundo, a causa de un virus que ha matado la misma cantidad de gente que ha matado el año pasado, y el año anterior al año pasado. Es muy posible que haya matado algo más de gente este año pues, con la inaudita dosis de pánico que se ha inficionado en la humanidad, sus defensas han bajado antes este virus y otros.

También es evidente que si uno no tiene actividad, si no desarrolla una tarea constructiva, que es al mismo tiempo individual y social, esa energía no manifestada se vuelve en contra de uno mismo y se enferma.

El problema es que si el Coronavirus ha matado algo más, fue a causa de las demenciales medidas adoptadas a causa del Coronavirus, pues si miramos los hechos con objetividad, en el caso que hubieran muerto un millón de personas en el mundo CON Coronavirus y no POR Coronavirus, en ese caso nos encontraremos frente a un virus de los que hay tantos, pero con certeza, no nos encontraremos frente a ninguna pandemia. Una pandemia es otra cosa. Cuando la peste negra uno desayunaba con un familiar y a la hora de la cena lo metía bajo tierra, o en rigor, lo arrojaba a las pilas de cadáveres que había en las calles.

¿Hemos visto pilas de cadáveres en las calles? ¿Hemos tenido que despedir a un ser querido a causa de este virus? ¿Conocemos en rigor a alguien que sepamos que haya muerto positivamente a causa de este virus?

Nada de eso hemos visto ni veremos, pero sabemos que en Uruguay doscientas mil personas marcharon al seguro de paro, y más de siete mil pequeños empresarios se fundieron, mientras nuestro PBI bajó en el último trimestre 10 puntos y el de la Argentina bajó 19 puntos, superando la caída de la época del corralito. Según la OIT, en América Latina perdieron sus trabajos treinta y cuatro millones de personas.

Sabemos que según la OMS se interrumpieron los servicios de salud mental en el 93% de los países, precisamente cuando la OMS ha generado un severo problema en la salud mental de la gente que vive en los países. Sabemos que se multiplicó el número de huesos fracturados en el hogar por motivos harto evidentes, y sabemos que una cantidad de gente ha muerto por no ser atendida a causa de que se necesitaba tener las camas vacías para unos enfermos de un virus que nunca llegarían.

Sabemos que se ha perdido un año de educación en todo el continente y que no habrá manera de levantar ese muerto, y sabemos que, sospechosamente, sospechosísimamente, la maquinaría estatal se ha enlentecido, justo y cuando había una larga y continuada insidia generada contra las maquinarias estatales.

Sabemos que, en Estados Unidos, el dinero pagado a la gente para que permanezca encerrada en sus casas precisa de imprimir, en base a una total nada y con una maquinita que gira en la absoluta nada, sesenta millones de dólares por minuto, y sabemos que los tres gigantes de la tecnología incrementaron sus riquezas, en lo que va de falsa pandemia, en ciento quince mil millones de dólares.

Sabemos que el destacado integrante del Grupo Asesor Científico Honorario que desinteresada y honorariamente asesora a nuestro gobierno, Rafael Radi, es, al mismo tiempo, asesor del Centro Internacional de Ingeniería Genética y Biotecnología, que recibe apoyo económico de la Fundación Bill y Melinda Gates, honorarios filántropos mundiales. Sabemos que nuestra economía, nuestras relaciones y en suma, nuestra vida, es cada vez más virtual, más digital, y sabemos que debemos soportar un ominoso, lesivo, y en grado sumo insoportable tapabocas que, así piensan los Bill y Melinda Gates que gobiernan el mundo sin haber sido elegidos para ello, vino para quedarse.

Aceptamos tal y cual cosa inaceptable por un momentito, pero el problema es que ese pensar que aceptamos lo inaceptable por un momentito es la mejor garantía de que nos lo enchufen para toda la vida. Para decirlo en términos académicos, querido lector, nos están jodiendo bien jodidos, porque estamos aceptando, y de hecho, queriendo, que nos jodan bien jodidos.

¿Cómo la humanidad se tragó este anzuelo?

Pues porque labora hace tiempo un discurso según el cual somos malos por naturaleza, un discurso según el cual somos un mono asesino, un virus sobre la faz de la tierra, y este discurso se anuda con otro que dice que lo que existe y se da como real, no puede ser de otra manera. Sin embargo, si no puede ser de otra manera ¿Para qué machacar todo el tiempo y a toda hora tildando de dementes a quienes discuten lo que existe y se da como real?

Entonces, el discurso interesado. Entonces "la realidad". Entonces, la santificación de La Verdad por parte de los sacerdotes de La Ciencia. Entonces, el imperio del número sobre la palabra.

Algunos se preocupan por una vacuna futura. Todo es posible con estos sujetos, pero la verdadera vacuna ya te la enchufaron. El emblema y símbolo del Coronavirus, que como todo símbolo, concentra más cosas y por eso mejor define al Coronavirus, es el tapabocas.

No te deja respirar. No te deja sonreír. No te deja hablar. Es, en rigor, el Coronavirus, pues la pura verdad es que si no hubiera tapabocas, si no hubieran todas las demenciales medidas tomadas para enriquecerse y dominarnos, y si no hubiera una omnipresente campaña publicitaria, no nos daríamos cuenta de la existencia del Coronavirus.

La principal causa por la cual la humanidad se ha puesto el tapabocas reside en algo muy difícil de entender por ser invisible, pero muy sencillo de entender si uno se detiene a pensar en ello unos minutos, y ese algo se llama "culpa", vieja lepra en el cuerpo del hombre.

Simplemente debemos preguntarnos en lo más profundo si realmente estamos dispuestos a soportar el aborrecible tapabocas. Confieso que he llegado al límite de la tolerancia, y si bien cada vez que escribo pienso en escribir por el bien común, me doy cuenta que en este caso estoy lanzando un sincero pedido de ayuda: no puedo soportar el tapabocas y no debemos soportar el tapabocas.

Todos sabemos a qué lleva esto: a un terrible estado de control cimentado en una nueva religión de la ciencia médica. Controles por aquí, controles por allá, no poder hacer esto, no poder hacer lo otro, no poder viajar, distanciarse tantos metros, pararse acá, sentarse allá, no bailar, no reír, de aquello, ni hablemos, el dinero metido en un plástico, el teléfono informando cada paso que das, las cámaras vigilando tu vida y una censura que ha llegado a niveles de escándalo, por más que lo que existe y se da como real, no pueda ser de otra manera.

Sólo falta que el maestro de ceremonias diga "Todo esto, y ni siquiera ha culminado el primer acto de la farsa"

Lo cierto es que muchos pensaron que nunca más viviríamos una dictadura, lo que no sabían, es que cuando la dictadura llegara, llegaría de una manera invisible, el modo más perfecto a que puede aspirar una dictadura.


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