25.OCT.20 | PostaPorteña 2158

ECOSOCIALISMO versus MARXISMO COLAPSISTA (III)

Por Lowy,Fuentes yTuriel

 

Una conversación con Michael Lowy, Miguel Fuentes y Antonio Turiel

 

Comenzamos publicando la serie de este trabajo, en posta  de estos, representantes del Ecosocialismo, el Colapsismo Marxista y la Teoría del decrecimiento por la parte 3, iremos publicaremos anteriores que fueron  difundidas en varios medios. La discusión en esta entrega se centra alrededor de la naturaleza de los peligros asociados a la crisis ecológica y el problema de la viabilidad o imposibilidad de un restablecimiento socialista del llamado equilibrio metabólico del hombre y la naturaleza. Fuente Comité Editorial Ruptura Teórica

La crisis ecológica y la recomposición socialista del equilibrio metabólico hombre-naturaleza

 

6.- ¿Podría una revolución socialista “detener” el curso de la crisis ecológica planetaria actual? ¿En qué condiciones podría un proyecto socialista “revertir” esta última?

-Michael Lowy:

Partiendo del consenso científico de que sería todavía posible detener el cambio climático si se toman en las próximas décadas medidas enérgicas y radicales, nosotros planteamos que dichas medidas urgentes y necesarias serían incompatibles con el propio capitalismo. Sólo en un proceso de transición ecosocialista se podrían implementar los profundos cambios que son requeridos para lograr este cometido; por ejemplo, entre otros, la supresión de las energías fósiles, del agronegocio destructor de los bosques, de la producción de mercancías inútiles, etc.

-Miguel Fuentes:

Nada puede detener ya el desarrollo de una crisis ecológica planetaria catastrófica. Ni el capitalismo y su desarrollo tecnológico, pero tampoco la revolución socialista y la serie de reformas de reorganización de la producción y la sociedad supuestamente asociadas a esta última. Los prontos golpes de la catástrofe climática, agravados por el avance de la inminente crisis energética, la escasez de recursos y la sobrepoblación, son totalmente inevitables.

En el caso de las posibilidades que tendría todavía, teóricamente, el sistema capitalista para evitar este escenario, no hace basta agregar más argumentos a los defendidos en cualquier publicación ecosocialista (o marxista tradicional) de polémica con el “capitalismo verde”. Tal como se plantea en aquellas, serían la propia existencia del mercado y la competencia capitalista, así como también la mantención en el escenario histórico de una clase social (la burguesía) cuyo interés fundamental es la generación de ganancia, algunos de los obstáculos (insalvables) más importantes que impedirían que el capitalismo pueda ofrecer una solución real ante el problema climático. Un ejemplo de esto puede encontrarse en el rotundo fracaso de prácticamente la totalidad de las conferencias climáticas organizadas por la ONU en las últimas décadas, constituyendo el retiro de Estados Unidos del llamado acuerdo de París y las políticas anti-ecológicas que está aplicando hoy Bolsonaro en Brasil una muestra evidente de aquello. Igualmente, ya me referí en una respuesta anterior a los impedimentos que tendrían los avances tecnológicos en el marco de la actual sociedad capitalista para lograr una efectiva solución al tipo de crisis ecológica-energética que está comenzando a dar sus primeros pasos a nivel internacional. Sobre este último punto, que desarrollaré más ampliamente en una de mis siguientes respuestas (ver pregunta 8), es posible consultar, asimismo, los debates de polémica de diversos referentes ecosocialistas en contra del marcado “optimismo tecnológico” que caracterizaría no sólo a una gran parte de las corrientes ecologistas y medioambientalistas alrededor del mundo, sino que, a la vez, a una porción significativa de la propia comunidad científica internacional. Es importante destacar aquí que son justamente estos debates, críticos de la confianza ciega que depositan ciertos sectores sociales, políticos, ambientalistas y del ámbito científico e intelectual en el desarrollo científico y tecnológico como una vía de solución efectiva y supuestamente infalible de la crisis ecológica planetaria, uno de los aportes teóricos y políticos más significativos del Ecosocialismo y la ecología marxista.

Ahora bien, si tenemos en cuenta la escala y gravedad que ha alcanzado la crisis ecológica en la actualidad, puede afirmarse que ni siquiera una gran transformación social como la que podría representar, por ejemplo, el triunfo de una hipotética revolución socialista mundial estaría hoy capacitada para “detener” o “evitar” el avance (cercano) de una crisis ecológica y energética global de naturaleza catastrófica. Esto último, de hecho, incluso en el caso de asumirse la viabilidad de una ciertamente poco creíble “implantación exprés” (es decir, en nada más que una década o dos) de una serie de importantes medidas globales de reorganización socialista de la sociedad tales como, entre otras, la expropiación de los medios de producción, la planificación de la economía a manos de los trabajadores o una redistribución mundial de las riquezas. Quizás hace veinte o treinta años, de haberse comenzado en ese entonces un agresivo plan de reorganización socialista internacional de la producción y la sociedad caracterizado por un drástico enfoque de protección medioambiental (aunque improbable dado el escaso papel que ha tenido históricamente la problemática ecológica en el seno de las organizaciones marxistas tradicionales), quizás en ese contexto la implementación de medidas tales como una hipotética expropiación socialista de los medios de producción a nivel mundial, efectivamente, podrían haber constituido palancas esenciales para conseguir un eventual “freno” o “detención” de una dinámica de crisis ecológica global catastrófica. Quizás entonces, como digo, si dichas medidas hubieran comenzado a ser aplicadas hacia comienzos de las décadas de 1970 o 1980, esto en el marco del desarrollo de un (poco creíble) programa de transición socialista de aplicación “súper rápida” no sólo al nivel de uno que otro hipotético estado socialista “ecológico” (algo así como una versión verde de la ex URSS o Cuba), sino que de forma casi inmediata (instantánea) en todo el globo y con un contenido, asimismo, “amigable” con el medioambiente, quizás en dicho escenario, sí, podría haber sido concebible que aquellas medidas de reorganización socialista nos hubieran permitido evitar la catástrofe… pero no hoy cuando ya estamos por empezar la tercera década del siglo XXI. Lo anterior queda claro si tomamos en cuenta, por ejemplo, tal como planteé en una respuesta anterior, el hecho de que nos encontraríamos a menos de una década (¡menos de una década!) de alcanzar los niveles de CO2 atmosféricos suficientes para asegurar, sin ninguna duda posible, la ruptura del límite catastrófico de los 1.5 grados centígrados de calentamiento global. Y el asunto se vuelve todavía peor si recordamos que no faltarían ni siquiera veinte años para que dichas concentraciones alcancen niveles que darían ya por asegurado, no importa lo que hagamos en el futuro, el rebasamiento de la mucha más catastrófica barrera de los 2 grados centígrados.

July 3, 2019 - 413, 43 ppm - NOAA-ESRL

July 3, 2018- 408, 71 ppm - NOAA-ESRL

¿Cómo piensan Lowy y otros ecosocialistas tales como Daniel Tanuro que rechazan la idea de un colapso ecosocial inevitable (idea que aquellos descartan bajo el término de “colapsología”), entonces, que la revolución socialista sería capaz de “frenar” el desarrollo de una crisis ecológica catastrófica en, repitámoslo, nada más que una década? ¿Cómo concebiría, por lo tanto, el Ecosocialismo de Lowy, Tanuro y compañía la resolución de este problema? ¿Acaso nada más que impulsando pintorescas marchas ambientalistas caracterizadas esencialmente por su pacifismo, sus demostraciones “alternativas” de lucha ciudadana y sus muchas pancartas multicolores en pro de un “socialismo ecológico” o una todavía más abstracta “justicia climática”? ¿Quizás de la mano de propuestas eco-liberales encubiertas tales como las de Ocasio-Cortez o Naomi Klein? ¿Quizás gracias a la difusión de aquellas discusiones marxistas de tono “sensible” con los problemas ambientales en las cuales abundan las imágenes de ese “Marx ecológico” que, al modo de un “Santa Claus de los bosques”, gustan representar frecuentemente los círculos de amigos del Ecosocialismo… ese Marx “amigo de la naturaleza” qué destacaría en sus ingeniosas representaciones, entre otras cosas, por una profusa y ciertamente bonachona barba verde que asemejaría el follaje de los árboles y en donde hasta los pájaros podrían construir sus nidos? ¿Sí? ¿Pero se habrán acaso olvidado nuestros ecosocialistas (o algunos de sus repetidores vulgares en el ámbito del marxismo industrialista tradicional: por ejemplo, los clubs de amigos de los permacultivos que impulsan las secciones de “noticias verdes” de La Izquierda Diario en Argentina o Chile) que los actuales casi 415 ppm de CO2 ya se encontrarían en gran medida “fijados” en la atmósfera terrestre no sólo por varias generaciones en el futuro, sino que, además, por un largo periodo de tiempo en escala geológica? ¿Recordarán estos exponentes de la “ecosocialismología”, otra vez, que durante ese largo periodo de tiempo en el cual las concentraciones de CO2 terrestre no caerán por debajo de los 400 ppm (esto incluso en el caso de que las emisiones de gases de efecto invernadero bajaran sustancialmente de forma inmediata), las temperaturas globales seguirán subiendo inexorablemente (esto último, por ejemplo, en el caso de los océanos), siendo asimismo imposible disminuir en el corto y mediano plazo estas concentraciones, aquello simplemente porque no contamos con la tecnología (hoy y en muchas décadas en el futuro) para lograr dicho cometido?

Más aún, incluso poniéndonos en el caso de que sea posible hoy una revolución socialista que, imponiéndose a nivel mundial mediante la violencia de las masas explotadas, sea capaz de acabar de raíz con las clases capitalistas ecocidas y dar paso, en un plazo no mayor a los 15 o 20 años, a la implementación de una “transición ecosocialista global” tal como la planteada por Lowy y otros referentes del Ecosocialismo, ¡aun así!... dicha forma de transición socialista (“súper rápida”) en pos de la construcción de un nuevo tipo de “socialismo verde” a escala planetaria no podría hacer nada, tampoco, para evitar el desarrollo de una crisis ecológica y energética global catastrófica. Esto último, entre otras cosas, como ya dijimos, por la sencilla razón de que dicha sociedad socialista “ideal” (ecológica) tampoco contaría durante las próximas décadas (es decir, el límite de tiempo que nos quedaría antes del inicio de una dinámica -absolutamente catastrófica- de la crisis climática) con las tecnologías necesarias para hacer frente a los impactos que producirá sobre el clima terrestre y los sistemas de producción de recursos los niveles de calentamiento global ya asegurados (activados) por las actuales concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera.

De hecho, como profundizaré en una respuesta siguiente (ver pregunta 8), uno de los únicos campos del desarrollo tecnológico contemporáneo que podría llegar a tener alguna injerencia real en el avance de la crisis ecológica en el corto plazo sería el de la llamada geoingeniería, requiriendo sin embargo aquella todavía de muchas décadas de desarrollo, tal como señalan una serie de científicos a nivel internacional, para que pueda transformarse en una herramienta efectiva en el combate del cambio climático. En otras palabras, un periodo de tiempo mucho mayor a los diez o veinte años que, como hemos repetido, nos quedarían (¡si es que todavía nos queda alguno!) antes del inicio de una fase catastrófica “abierta” de la crisis ecológica mundial. Y todo esto sin siquiera integrarse, además, el pequeño “detalle” de la imposibilidad de dar pie a un proyecto de transición ecosocialista global en tan sólo un par de décadas, aquello si consideramos el hecho de que la burguesía internacional no saldrá de la escena histórica sin antes intentar aferrarse con todas sus fuerzas (probablemente por varias décadas y utilizando todos los medios a su disposición) al poder global. Todo esto… sin siquiera considerarse, igualmente, el propio desafío (quizás imposible de resolver sin seguir reproduciendo algunos de los actuales indicadores de destrucción medioambiental globales asociados al sistema industrial) que tendría una hipotética sociedad socialista “ecológica” para asegurar los alimentos, el agua, la ropa, la vivienda, la salud, la educación, los derechos sociales, las opciones de género, las preferencias identitarias, los gustos individuales… para una población mundial que ya ronda los ocho mil millones y que podría dispararse durante las próximas décadas a los nueve, diez, once, ¡doce mil millones de habitantes!

Todo esto, asimismo, en el contexto de una incipiente crisis energética internacional como resultado de un fenómeno inicial de agotamiento de los combustibles fósiles que, habiendo comenzado ya a manifestarse con fuerza en diversos países, haría necesaria un tipo de transición energética global tan sólo alcanzable, de acuerdo con una serie de estudios técnicos y asumiéndose un nivel de cooperación económica y política internacional no alcanzado jamás durante la historia moderna, en un periodo no menor, con suerte, a las tres o cuatro décadas. Esto último en un escenario condicionado, además, por la creciente incapacidad, tal como señaló Antonio Turiel anteriormente, de las llamadas energías renovables para satisfacer en el futuro próximo las actuales necesidades energéticas mundiales. Todo esto,para empeorar las cosas, en el marco de una inminente crisis planetaria de recursos como producto no sólo del cercano rebasamiento de los 1.5 y 2 grados centígrados de calentamiento global, sino que, asimismo, de un aumento potencial de la temperatura global que podría llegar durante este siglo, tal como hemos dicho, hasta los tres, cuatro, cinco o incluso seis grados centígrados. Y sumemos a todo lo anterior, finalmente, el desarrollo del inminente y explosivo problema súper migratorio que se asociará, necesariamente, no sólo a la aguda crisis alimentaria internacional que acompañará el avance (ya irrefrenable) del calentamiento global y la crisis climática, sino que, además, a un contexto internacional en el cual cualquier medida que pueda tomarse para lidiar con estos problemas se enfrentará a un escenario cada vez más desesperado y caótico.

Tal como señaló Turiel previamente, Lowy en realidad confundiría en sus planteamientos el creciente consenso científico en torno a la magnitud del cambio climático actual y sus posibles proyecciones durante este siglo, las cuales darían en gran medida por asegurado el desarrollo de un tipo de calentamiento global catastrófico en el corto plazo y, por otro lado, la serie de “consensos políticos” (configurados de acuerdo a criterios eminentemente institucionales) del IPCC en sus respectivos diagnósticos (conservadores) de la gravedad de la crisis climática global, estos últimos basados a menudo en un tipo de discurso de tono interesadamente consensuado, artificialmente moderado y digerible para las elites capitalistas y los gobiernos alrededor del mundo. Una de las características de este discurso sería, precisamente, hacer hincapié en un conveniente relato con respecto a la oportunidad que tendrían todavía, supuestamente, las burocracias gubernamentales capitalistas para “detener”, mediante la aplicación de los llamados “acuerdos climáticos internacionales”, el curso catastrófico de la actual crisis ecológica. Serían de hecho justamente estos “consensos institucionales”, sostenidos sobre la base tanto de una serie de fantasiosas proyecciones en torno a la factibilidad de unas ultra drásticas disminuciones de las emisiones industriales durante la próxima década, así como también de las fabulosas capacidades, igualmente imaginativas, que debería adquirir la geoingeniería durante este siglo para el impulso de un vasto programa de “emisiones negativas” (esto en el caso, por ejemplo, de una también fantasiosa implementación en gran escala de una serie de tecnologías de extracción de carbono atmosférico), lo que sería erróneamente entendido por Lowy al modo de, tal como aquel afirma, un importante “consenso científico” con respecto a la posibilidad que la humanidad aún tendría para “evitar” la catástrofe. Esto último, claro, con la condición -sine qua non- de que la solución para “detener” esta catástrofe no se quede solamente ni en la esfera exclusiva de las reformas tecnológicas del sistema productivo, así como tampoco en el terreno de los meros planes gubernamentales de reducción de las emisiones de invernadero, sino que de paso, además, a una completa “refundación ecosocialista” de nuestra civilización.

Una refundación socialista (color verde bosque) de la civilización industrial basada, tal como se le olvida señalar a Lowy y sus amigos, en los cuentos de hadas de los ya referidos “consensos institucionales” (¡no científicos!) del IPCC, esos mismos cuentos de hadas alrededor de los cuales la gran diplomacia mundial se dedica a charlar cada año, por ejemplo en el marco de las inservibles conferencias climáticas, en torno a las posibilidades que tendría aún, supuestamente, nuestra monstruosa sociedad industrial (y sus pronto 8 mil millones de habitantes) para “frenar” la catástrofe que se avecina. Cuentos de hadas que luego se encargan de repetir, como loros, aunque esta vez de manera mucha más burda que en los casos de Lowy, Tanuro o Foster, los repetidores vulgares del Ecosocialismo en el ámbito del marxismo industrial-contaminante tradicional; por ejemplo, entre otros, los ya mencionados círculos de militantes “verdes” (de sensibilidad vegana y grandes admiradores de Greta Thunberg) que impulsan las “secciones medioambientales” de La Izquierda Diario o la Red Ecosocialista del MST argentino en algunos países tales como Argentina, Chile, México o España.

Una supuesta refundación “eco-amigable” de nuestra civilización basada, entre otras estupideces, en las mismas “golosinas ideológicas” elaboradas por la ONU en torno a las capacidades, como ya dijimos fantasiosas, que tendría nuestra absolutamente destructiva sociedad de masas para torcer “a cero”, mágicamente, en un par de décadas, las millones de toneladas de gases de invernadero necesarias para alimentar al “monstruo industrialista”… esas “golosinas” o “chupetes” ideológicos que se encargan igualmente de masticar, esta vez de manera incluso todavía más patética que en los casos ya mencionados de La Izquierda Diario o el MST argentino, los estafadores ideológicos de la LIT-CI trotskista en las incipientes reflexiones “ecológicas”, casi inexistentes, que vienen llevando adelante algunos militantes aislados al interior de sus secciones nacionales. Esos mismos “chupetes” ideológicos, en definitiva, que succionan cada tanto, repitiendo al modo de una canción de cuna la frase de Gramsci en torno al “pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad”, todo aquel arco de “intelectuales eco-marxistas” que (desde Michael Lowy hasta los embaucadores eco-verdes “amigos” de Greta Thunberg de Roberto Andrés, Diego Lotito, Valeria Foglia o Domingo Lara de La Izquierda Diario) se empeñan en discutir ocasionalmente, lamiendo una y otra vez dichas golosinas medioambientalistas, su serie de muy esperanzadoras “soluciones” socialistas y asimismo “verdes” (algo así como una pegotina media mal hecha entre la consigna socialista tradicional de control obrero de la producción y la exigencia Greenpeace de “Salvemos a Willy”) al problema de un pronto colapso medioambiental planetario. Esto último, claro, en el caso de que las organizaciones marxistas tradicionales tengan, al menos, uno que otro “eco-activista” que se digne siquiera a impulsar algún espacio (siempre marginal) en las publicaciones, usualmente los domingos, de su partido “obrero”, publicaciones en las cuales dicho militante pretenderá que su respectiva organización “obrera” sí tiene, en realidad, algo que decir, aunque sea de vez en cuando, ante el “problema climático”

¡No! ¡Es necesario ser claros y explícitos! ¡La posibilidad de un horizonte de salvación comunista durante este siglo requiere de ello! ¡La construcción de un proyecto de redención socialista, en la muerte misma si es necesario, lo necesita! Debemos decir, claramente, en contra de la perspectiva “verde-optimista” simplona del Ecosocialismo y sus secuaces ideológicos, perspectiva que se ha transformado en un obstáculo, mortal, para una real comprensión de la amenaza a la que nos enfrentamos… ¡que el avance de una crisis ecológica catastrófica es ya imparable! Es precisamente sobre esta situación de “emergencia climática global” (y pronta catástrofe mundial de envergadura geológica) a partir de donde la revolución socialista debe comenzar a discutir, tal como hiciera Lenin y sus hermanos bolcheviques a principios del siglo pasado, aunque ahora de cara al apocalipsis… ¿qué hacer?

-Antonio Turiel:

Mi posición sobre este tema es un tanto intermedia, aunque mucho más cercana a la de Fuentes que a la de Lowy. Primero que nada, no es verdad que no podamos mitigar significativamente el proceso que está en marcha, e incluso es aún posible evitar las peores consecuencias. Pero en ese “podemos” estamos considerando la cuestión meramente técnica, física si quieren. Si consideramos el factor social, la inercia social es tan grande que hace albergar pocas esperanzas de que se vayan a hacer los cambios necesarios en el escaso tiempo disponible, entre otras cosas porque aún se está jugando sobre todo a la ceremonia de la confusión. ¿Cuánta gente cree que la cosa es cuestión de reciclar los envases, no utilizar bolsas de plástico, producir más energía renovable, aumentar la eficiencia y el ahorro, y pasarse al coche eléctrico? Son esas cuestiones las que ocupan prácticamente todo el espacio de debate no sólo político, sino también público, cuando todo eso no son más que, en realidad, falsas soluciones. Falsas soluciones que en el mejor de los casos tan sólo tratan los síntomas y nunca las causas profundas, esto cuando no directamente las confunden.

¡No! Contrariamente a lo que plantea Lowy, no existiría ningún tipo de equilibrio ecológico “alternativo” con el cual simplemente “reemplazar” las condiciones medioambientales (inusualmente estables) existentes durante el Holoceno. Esas condiciones climáticas que imperaron durante los últimos diez mil años en la Tierra y cuyo marco geológico base ya habría sido volado en pedazos por el avance de la destrucción capitalista, esto tal como muestra, por ejemplo, el reciente rebasamiento del límite de los 400 ppm de CO2 atmosférico, un nivel no visto sobre nuestro planeta en varios millones de años. Esa destrucción ambiental capitalista responsable, asimismo, de los actuales ritmos de acidificación marina (sin precedente en los últimos 300 millones de años) y las inéditas tasas de desaparición de las especies, las cuales han alcanzado ya niveles entre un 100% y un 1000% superiores a las tasas naturales. ¡No! El equilibrio medioambiental holocénico; es decir, el único equilibrio geológico que la civilización ha conocido hasta hoy, ya ha sido pulverizado… ¡esto incluso antes de haberse rebasado la barrera catastrófica de los 1.5 grados centígrados de calentamiento global fijada por la ONU!

Lo que nos estaría mostrando la evidencia científica como perspectiva más probable sería así, con cada vez más fuerza, la apertura de un nuevo periodo geológico marcado por un progresivo desequilibrio estructural y degradación terminal del conjunto de los ecosistemas terrestres. Sería justamente a esto a lo que apuntaría un creciente número de investigadores al defender la idea del comienzo de un nuevo periodo geológico caracterizado por el inicio de la VI extinción masiva de la vida terrestre. Otro término para este nuevo periodo geológico sería el de Antropoceno. Lo importante que se debe tener aquí en cuenta es que ambos conceptos aludirían al desarrollo de un marco medioambiental definido no sólo por un empeoramiento progresivo (e irreversible) de las condiciones de habitabilidad humana sobre el planeta, sino que, además, por plantear la posibilidad de un salto todavía más catastrófico de la crisis climática, esta vez con la capacidad de amenazar durante este siglo o los siguientes el conjunto de la vida compleja existente en la Tierra. Una de las perspectivas más temidas por algunos científicos que mostraría dicha posibilidad sería la del inicio de una dinámica de súper-aceleración del calentamiento global (perspectiva definida bajo el concepto de Runaway Global Warming), esto por ejemplo en el caso de producirse la liberación (potencialmente cercana) de las masivas reservas naturales de metano almacenadas en el permafrost o los lechos marinos en las zonas árticas. Dicho de otro modo, un escenario medioambiental en gran medida impredecible, asociado a un contexto planetario no necesariamente moldeado por la acción de aquellos mecanismos de homeostasis terrestre a los que hiciera alusión Turiel previamente, sino que, por el contrario, a uno que sea testigo de una re-edición (o de algo tal vez peor) de algunos de los fenómenos más destructivos de la historia geológica: por ejemplo, de alcanzarse un calentamiento global entre 5 y 6 grados centígrados durante este siglo, la extinción pérmica.

Todo apuntaría así, como dijimos, a un escenario objetivo incompatible con la restauración de ningún “equilibrio metabólico”, esto por lo menos durante este siglo y, probablemente, los venideros. El escenario más coherente con la evidencia científica disponible parecería ser, por el contrario, uno en el cual la humanidad no contaría ya con la posibilidad ni de detener la dinámica de degradación terminal de las condiciones geológicas del expirante periodo holocénico, así como tampoco de reeditar otras condiciones naturales “alternativas” (similares) a aquellas. Habiéndose ya perdido irremediablemente durante el siglo pasado la posibilidad de una superación revolucionaria del capitalismo que nos hubiera permitido enfrentar probablemente en mejor pie la situación (abismal) de quiebre ecosistémico en que nos encontramos hoy, lo que nos quedaría ahora sería un escenario (inevitablemente traumático) en el cual mientras un segmento importante de la humanidad estaría ya condenado, literalmente, a la desaparición (es decir, a la muerte), el otro estaría por hacer frente a un empeoramiento progresivo, irreversible y sistemático de sus condiciones de vida. Esto último, tal como ya dijimos, con o sin socialismo mundial… y sin poder descartarse el avance de un potencial fenómeno de extinción humana total en el mediano o largo plazo, aquello en el caso de que la sociedad capitalista declinante o sus posibles derivaciones post-colapsistas, que serán seguramente monstruosas, tampoco logren ser “superadas” a tiempo. De hecho, sería sólo esta forma “sui generis” de superación (senil) del capitalismo; esto es, un tipo de “superación” del mismo que estaría ya incapacitada para detener o frenar el fenómeno ya activado de colapso civilizatorio, la única “superación” posible de este sistema o de las potenciales sociedades post-capitalistas que podrían sucederle en el escenario histórico durante este siglo o en los próximos.

¡Este es el precio nuestros fracasos! ¡Este es el resultado de nuestra incompetencia para cumplir con la tarea de eliminar, de raíz, al capitalismo! ¡Esta es nuestra recompensa! ¡No la posibilidad de una reedición “verde” (ecosocialista) de nuestros proyectos revolucionarios ya fracasados, sino que, por el contrario, la exterminación segura, inevitable, de una gran parte de nuestra especie! A todas luces, el proceso histórico futuro no se nos presenta al modo de esa amable consejera a la cual parecería apelar el discurso ecosocialista en sus arengas medioambientales, esa “consejera ecosocialista” que, oscilando siempre entre las apelaciones a la revolución social y el reformismo académico más grotesco (la propia organización de Lowy, la LCR, es un ejemplo perfecto de esto último), pareciera invitarnos a cada momento a que intentemos avanzar, por enésima vez, aunque ahora en un plazo de tan sólo unas cuantas décadas, por el camino de esa misma transición socialista que hemos sido incapaces de atravesar en más de dos siglos, sino que, en realidad… como una hiena de ojos de sangre que, sabiéndonos acorralados, se dispone a destriparnos. Este es el precio de las derrotas de la revolución: ¡la muerte!

¿Pero quiere decir esto que ya no pueda hacerse nada para enfrentar la crisis que se avecina y que debemos, entonces, simplemente sentarnos a esperar nuestra extinción? No necesariamente. Lo que quiere decir lo anterior, en realidad, es que, precisamente para que podamos hacer algo ante esta crisis, una de las primeras cuestiones que debemos hacer es reajustar nuestras expectativas con respecto a lo que, de acuerdo a un criterio realista, podremos llegar (o no) a hacer durante este siglo para enfrentar el derrumbe. Esto último para intentar resistir, de la mejor manera posible, aquello que, si tenemos en cuenta la verdadera gravedad y magnitud de los fenómenos de destrucción ecosistémica que hemos desencadenado, se presenta ya como uno de los desafíos evolutivos más importantes a los que se ha enfrentado (y enfrentará) la especie humana.

¿Pero cómo es posible que Lowy y una gran parte de los referentes del Ecosocialismo pasen por alto (o, al menos, no integren plenamente) el cúmulo de evidencias científicas disponibles con respecto al carácter y las proyecciones catastróficas -reales- de la actual crisis ecológica y energética? Dado el protagonismo que han tenido estos referentes durante las últimas décadas en el avance de la discusión anticapitalista en torno al problema medioambiental, es imposible explicar lo anterior como el producto de un mero desconocimiento de dichas evidencias. La razón del quiebre, cada vez más agudo, entre las concepciones ecosocialistas, por un lado, y las proyecciones crecientemente catastróficas de la crisis climática-energética, por otro, hunde sus raíces, a mi juicio, en el ámbito de la propia matriz teórica con la cual el Ecosocialismo ha tendido a comprender no sólo el concepto de “fractura metabólica”, sino que, además, las propias capacidades que tendría, supuestamente, un proyecto anticapitalista para revertirla.

En el caso de Bellamy Foster, por ejemplo, uno de los teóricos marxistas más importantes del concepto de “fractura metabólica” en Marx y cuyas elaboraciones constituyen una especie de piedra angular del pensamiento ecológico marxista contemporáneo, lo que existiría es, a mi parecer, un doble problema cuyo origen podría rastrearse en el propio Marx. El primero de estos problemas sería, tal como he mencionado al pasar anteriormente, una marcada subvaluación en las concepciones de este autor tanto del verdadero carácter catastrófico que tendría hoy la crisis ecológica, así como también de sus potenciales efectos disruptivos al nivel del desarrollo histórico y la lucha de clases. Esta subvaluación se expresaría, entre otras cosas, en una escasa integración en la reflexión ecosocialista de las implicancias teórico-programáticas y prácticas de los peligros (cercanos) de un derrumbe ecosistémico global y un fenómeno inminente de colapso civilizatorio y extinción humana. En el ámbito de las organizaciones marxistas influenciadas en mayor o menor grado por las ideas de Foster y la ecología marxista, lo anterior tomaría la forma de una mantención, en gran medida incólume, de los mismos marcos programáticos marxistas tradicionales del siglo pasado, aunque ahora adornados (-aggiornados-) con una serie de discusiones filosófica-políticas de tono ecológico y una gama variopinta de consignas medioambientales cuya finalidad sería actuar, no como el catalizador de una profunda reformulación estratégica revolucionaria capaz de integrar el horizonte de un colapso ecológico planetario, sino que, por el contrario, al modo de un tipo de “complemento verde” (ecológico) de los viejos programas marxistas industriales.

Con todo, lejos de constituir esto último, al decir de Bellamy Foster, el producto de una supuesta “escasa comprensión” por parte de las organizaciones marxistas tradicionales de los postulados ecológicos presentes en la obra de Marx y Engels, la raíz de este problema podría detectarse, como ya mencioné, en las reflexiones del propio Marx quien, a pesar de haber sido uno de los primeros pensadores socialistas en describir la dinámica disruptiva que ejerce el capitalismo sobre los ciclos naturales (de ahí su definición en “El capital” de “fractura metabólica”), no llegó nunca a concebir, posiblemente por los propios condicionantes históricos y culturales del conocimiento científico de su tiempo, ni los ritmos ni la magnitud (geológicamente inéditos) que podría alcanzar esta “dinámica de fractura”. En otras palabras, la definición que hiciera Marx en “El capital” en torno a la “fractura metabólica” (una designación, como dijimos, para representar el impacto ecológico disruptivo asociado al modo de producción capitalista) constituye la “intuición teórica” de un fenómeno que debía, todavía, materializarse históricamente. Habría sido recién durante la segunda mitad del siglo pasado cuando este fenómeno habría terminado, de hecho, no sólo de desplegar toda su potencia destructiva, sino que, además, de manera imprevista para el propio marco teórico marxista tradicional, de constituirse en uno de los factores potenciales de colapso más importantes del sistema capitalista.

La evaluación que hacen Foster, Lowy y otros referentes del Ecosocialismo con respecto al peligro que representaría hoy el empeoramiento (a niveles nunca vistos) de la “fractura metabólica”, se quedaría así, por lo tanto, a medio camino (atrapada) entre la definición “intuitiva” (eminentemente teórica-hipotética) de la misma que hiciera Marx durante el siglo XIX, por un lado, y el estado de la discusión científica actual en torno al problema de la crisis ecológica, por otro. Sería justamente este “aprisionamiento teórico” entre la insuficiente (y en algunos aspectos caduca) reflexión de Marx con respecto a la definición de “fractura metabólica” y el estado actual de la discusión científica en torno a la crisis climática lo que impediría al Ecosocialismo, entre otras cosas, avanzar hacia un verdadera reflexión teórico-programática (actualizada) del peligro de un ecocidio planetario. Es justo mencionar aquí, sin embargo, que fue ya el propio Marx quien sugiriera en distintos pasajes de su obra, tal como ha desarrollado extensamente el mismo Bellamy Foster y otros ecólogos marxistas, el peligro de un potencial fenómeno de extinción de nuestra especie como resultado de, por un lado, una intensificación del fenómeno de alienación del capital respecto al medio natural y, por otro lado, de una exacerbación de los desbarajustes medioambientales de los que aquel era testigo.

El segundo problema asociado a la lectura ecosocialista del concepto de “ruptura metabólica” se relacionaría, tal como es posible advertir en los trabajos de Foster y en algunas de las respuestas anteriores de Lowy, a la existencia de un marcado sobreoptimismo con respecto a las capacidades que, supuestamente, tendría el socialismo para implementar las respuestas sociales y tecnológicas requeridas para superar la actual crisis ecológica (como hemos dicho, de una magnitud que ni siquiera el propio Marx llegó a concebir). Este tipo de exacerbado “optimismo sociológico” (o “socio-tecnológico”) se expresaría, asimismo, en una tácita sobrevaloración en el marco interpretativo ecosocialista de las capacidades atribuidas al capitalismo para evitar, o al menos para aplazar indefinidamente, un fenómeno de colapso social (autoinducido) como resultado del agravamiento de la crisis ecológica y su combinación con los efectos de un potencial derrumbe energético y de recursos a nivel planetario. Debe destacarse aquí, con todo, que esta sobreestimación de las capacidades del sistema capitalista para evitar su propio colapso no se daría en el ámbito ecosocialista de manera explícita, sino que, por el contrario, de un modo vergonzante. Esto quiere decir que mientras la mayoría de los referentes ecosocialistas aceptarían (teóricamente) la posibilidad de un colapso capitalista (esto último apelando, por ejemplo, a los planteamientos de ciertos pensadores marxistas tales como Rosa Luxemburgo o Walter Benjamin), aquellos terminarían siempre por aplazar esta posibilidad para un futuro indefinido y abstracto; esto es, sin realizar una integración real de la misma en el análisis histórico. Una muestra de este tipo de posiciones vergonzantes puede verse, otra vez, tanto en algunas de las respuestas anteriores de Lowy, así como también en varias de las posturas defendidas por otros referentes ecosocialistas tales como Daniel Tanuro o Ian Agnus. Muestras adicionales de lo mismo pueden encontrarse en el ámbito de los ya mencionados repetidores vulgares del Ecosocialismo en el terreno del marxismo industrialista latinoamericano: por ejemplo, en el caso de los ya referidos “círculos verdes” de ciertas organizaciones filo-socialdemócratas y trotskistas tales como como el PTS, el PTR o la Red Ecosocialista del MST en Argentina y Chile. Otra muestra de lo anterior puede hallarse, esta vez a un nivel que rayaría en lo grotesco, en algunas de las escasas (y pobrísimas)  reflexiones de la LIT-CI sobre la problemática ambiental.

La existencia de esta forma de sobre optimismo sociológico, el cual constituiría uno de los sellos teóricos de la ecología marxista clásica y el pensamiento ecosocialista, tendría también sus raíces en otras de las posiciones, de tono industrial-productivistas, defendidas por Marx y Engels a lo largo de sus vidas. Una de aquellas puede encontrarse en los argumentos de Marx en su acalorada (y posiblemente exacerbada) refutación de las ideas de Malthus en torno a un posible derrumbe poblacional como efecto de la tendencia al agotamiento de los suelos agrícolas. Contrariamente a la perspectiva catastrofista de Malthus, Marx defendió en ese entonces el postulado de que el avance del desarrollo tecnológico característico del sistema industrial sería, de hecho, lo suficientemente dinámico como para evitar, de manera permanente, un escenario de colapso demográfico como el planteado por la hipótesis malthusiana, determinada por la combinación entre una población humana en continuo aumento, por un lado, y una situación de escasez alimentaria creciente, por otro. Si bien las posiciones de Marx constituyeron en su momento una correcta refutación de las ideas malthusianas, aquellas tuvieron el límite de no reconocer la posible validez futura de algunas de las previsiones elaboradas por Malthus, esto por ejemplo en el caso de producirse un salto (imprevisto) de las condiciones de degradación ecológica planetaria. La importancia de esto último queda de manifiesto si se consideran los desafíos estructurales que estaría comenzando a enfrentar hoy la producción agrícola mundial como efecto tanto del agotamiento de la pasada “revolución verde” (la que habría terminado por generar graves desbarajustes al nivel de las bases de la producción agrícola), así como también de los impactos iniciales del cambio climático sobre aquella.

Ahora bien, aunque no es posible achacar a Marx la responsabilidad de no haber predicho el cambio que tendrían las condiciones objetivas del desarrollo histórico tomadas en cuenta por aquel en la elaboración de su respuesta a la hipótesis de la catástrofe malthusiana, sí es posible detectar en sus posturas, al menos, una confianza posiblemente excesiva, explicable sin duda por el apogeo en dichos momentos de la mayor transformación tecno-científica que haya experimentado la humanidad hasta ese entonces: la revolución industrial, en las capacidades de un desarrollo tecnológico supuestamente continuo, unilineal y, posiblemente en las concepciones de Marx, “perpetuo”. Sería precisamente la existencia de dicha impronta desarrollista industrial existente en varios de los postulados fundacionales no sólo de la obra de Marx y Engels, sino que, además, en la de algunos de los principales exponentes del Marxismo clásico (por ejemplo, Lenin, Trotsky, Luxemburgo o Gramsci), lo que se encontraría en la base del ya referido desmesurado “optimismo sociológico” que impregnaría mucha de las posiciones del Ecosocialismo.

Otros aspectos del exacerbado optimismo socio-tecnológico que caracterizaría los planteamientos ecosocialistas se alimentarían, asimismo, de las posturas tradicionales del marxismo tradicional en torno a las pretendidas capacidades que tendría la clase obrera para liderar una transición socialista supuestamente apta, incluso ante la perspectiva del desarrollo de una crisis ecológica súper catastrófica, para satisfacer íntegra y efectivamente las necesidades sociales de la humanidad. Se presupone aquí que, gracias a la ubicación objetiva de esta clase en el sistema productivo (perspectiva sociológica), aquella se vería facultada automáticamente (al menos en el plano objetivo) para asegurar, por ejemplo, mediante la instauración de un sistema de economía planificada, una transición al socialismo plenamente “armónica” con la naturaleza. Una de las características de estas posiciones, las cuales dan muchas veces por sentada, de manera acrítica, dicha supuesta facultad que tendría el proletariado para lograr una “reorganización socio-ecológica” efectiva de las relaciones productivas, sería en muchas ocasiones rehuir, tal como hemos mencionado en diversos lugares anteriormente, no sólo de una verdadera problematización científica, teórica, política y programática de la crisis ambiental contemporánea, sino que, además, de cualquier consideración de las posibles “distorsiones estructurales” que un fenómeno de crisis ecológica y colapso civilizatorio inicial podrían comenzar a generar en la dinámica de la lucha de clases contemporánea, esto incluso antes de una fase abierta (o plena) de crisis ecosocial catastrófica mundial. Una muestra extrema (“maestra”) del exacerbado optimismo socio-tecnológico presente en la tradición marxista industrialista con respecto a las capacidades que tendría el proletariado, pretendidamente, para la generación de un nuevo marco “socio-natural” de desarrollo civilizatorio puede encontrarse, aunque elaboradas en otro contexto histórico, en algunas de las ideas de Trotsky defendidas en “Literatura y Revolución” en torno a la supuesta posibilidad de un dominio casi total de la naturaleza por parte del “nuevo hombre socialista”. Esta discusión será retomada en algunas de mis siguientes respuestas en este debate. Por el momento puedo recomendar a los lectores con respecto a este tema el muy interesante artículo de Daniel Tanuro “La pesada herencia de León Trotsky”.

-Antonio Turiel:

Tiene razón Fuentes cuando tan detalladamente explica que volver al equilibrio del Holoceno, ese paraíso perdido, es a estas alturas imposible; en primer lugar, porque el propio Holoceno representa una anomalía geológica, una que hizo posible la proliferación de la vida humana y que, probablemente, tendríamos que haber hecho lo imposible por preservar – tarea que ya era difícil de por sí. Sabemos que incluso la propia agricultura tradicional, por ejemplo, tiende a deteriorar la capa fértil del suelo con el arado repetido de la tierra. Igualmente, al eliminarse los bosques para ganar terreno para cultivar se eliminan los cortavientos naturales, produciendo esto último un tipo de desequilibrio de estos terrenos que termina causando fenómenos como el -Dust Bowl- de los años 30 en los EE.UU. Seguramente algo parecido, combinado con un cambio climático a escala regional (posiblemente agravado por los cambios en la cobertura vegetal que modificó la evaporatranspiración de dicha zona) convirtió el Creciente Fértil en la zona desértica que es ahora mismo.

Lo cierto es que nuestro conocimiento científico actual es muy limitado y por eso la pretensión de que somos capaces de “restablecer ecosistemas” es bastante ilusoria. Estamos lejísimos de poder hacer tal cosa, entre otras cosas porque los ecosistemas experimentan procesos de histéresis y una vez que los alejas mucho de su punto de equilibrio, aquellos simplemente no pueden volver al estado anterior, acabando así forzosamente en un nuevo estado, el cual puede ser para nuestros intereses poco conveniente. En general, los nuevos ecosistemas, que son muy estables, son de baja biodiversidad y bastante áridos. Desde aquí es que, esencialmente, convertimos lo que alteramos en desiertos, los cuales son muy estables y difíciles de revertir. Y a la Naturaleza le lleva decenas de miles de años convertir un desierto en un terreno fértil, y nosotros, en nuestra prepotencia, creemos poder hacerlo en cuestión de décadas. ¡Qué va!

Dado que no entendemos todos los engranajes del equilibro ecosistémico, deberíamos seguir un principio de elemental precaución y simplemente intentar disminuir nuestra huella, alterando tan poco como sea posible estos ecosistemas. No intentemos remediar nada: simplemente, intentemos no fastidiarla más.


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