26.OCT.20 | PostaPorteña 2158

LA VENGANZA DE JUAN PLANCHARD

Por Jonathan Jacubowicz

 

LA PUTA CON POSTGRADO


Foco, Juan, foco. Estás en una misión especial. Scarlet  te volvió leña la vida, no te puede volver a controlar.
Me entró un pánico heavy, cerré la laptop y salí del apartamento. En el estacionamiento me esperaba un Audi A6 blanco, con cinco mil kilómetros. Lo prendí y salí a toda velocidad.
Manejé por la cinta costera y llegué al Casco Viejo, la zona colonial en la que Simón Bolívar intentó convencer a toda América de organizarse en una confederación de Estados. Así es, mi pana, a Bolívar se le ocurrió una especie de Unión Europea, siglo y medio antes de la Unión Europea.
Obviamente nadie le paró bola y aquí estamos, todos separados, ninguno solidario, convencidos de que somos súper diferentes entre nosotros.
Ahora el Casco Viejo es una zona turística llena de gringas surfistas pendientes de un mojito. Nada mal, la verdad. Pero yo de gringas, con Scarlet ya tenía suficiente.

Le pregunté a un menor que cuidaba carros dónde podía conseguir una buena puta, y me sugirió que fuera a Habanos Café, como a quince minutos del Casco Viejo.
Llegué al lugar, pero no me quise bajar. Me paré al lado y se me acercó un tipo a preguntarme qué buscaba.
—Una venezolana –le dije y me miró feo.
—Hay panameñas que están bien buenas –replicó como protesta nacional.
—No lo dudo, hermano, pero yo soy venezolano y tengo seis años sin cogerme una venezolana. Así sea fea, la necesito por un asunto del orgullo patrio.
Se rió con gusto. Miró mi carro, como para hacer un cálculo económico.
—Te tengo una que es una reina, pero no está aquí y te sale más cara.
—No quiero peo. Dame la que tengas.

—Si tienes quinientos te la traigo en un minuto.

— ¿Catira? (ndeposta RUBIA)

— ¿Eso qué es?
— ¿Cómo es la jeva?
—Una reina, confía en mí. Pero son quinientos para ella y cincuenta para mí.
—Tráela y te digo.
—Date una vuelta y nos vemos ahí, frente al casino.
—Listo.
Arranqué, prendí la radio y escuché una plena panameña bastante sólida. Lo malo es que en Panamá los locutores hablan sobre la música. Es una vaina loquísima que nadie sabe explicar. No importa qué parte de la canción sea, se lanzan a decir güevonadas como animador de fiesta de pueblo, incluso en las emisoras juveniles, y uno se lo tiene que calar.
Lo interesante es que el locutor anunció, como noticia de última hora, un golpe de estado en Zimbabue, contra Robert Mugabe.
Mugabe era uno de los aliados más cercanos del Comandante. Al parecer su propio vicepresidente y los militares decidieron tumbarlo, y lo peor, con apoyo de Rusia y
de China. Entiendo que se habían ladillado de la crisis económica que causaba el tipo por robárselo todo. Mugabe tenía 93 años y como un tercio de siglo en el poder. Sus alianzas eran similares a las de Maduro, y por ello su caída era digna de estudiar.

Me emocionó la vaina. Yo apenas tenía veinticuatro horas fuera de la cárcel y la historia de la revolución internacional ya había cambiado. Sentí que era una señal que me enviaba el destino. En mi nuevo papel tenía que enfocarme en las
debilidades de la gente que me enriqueció, y la verdad es que tenía su flow esto de ser agente secreto. Por más que sea uno se crió viendo películas gringas.
Terminé de dar la vuelta, me paré frente al casino y el tipo apareció con una chama caraqueña, sifrina, de lo más bonita. 

No tenía pinta de puta. Parecía una jeva del colegio Cristo Rey.
—Hola –dijo con tono de jeva del Cristo Rey.
—Hola –respondí con mucho respeto.
Me extendió la mano y se presentó.
—Antonieta.
Me dio un beso en el cachete, le dio la vuelta al carro y se metió en el asiento del copiloto.
Yo miré al tipo y él sonrió de lo más orgulloso:
—Como la pidió mi galán, reina y chama.
—Gracias maestro –le di sus cincuenta dólares y arranqué.
Rodamos unos segundos, en silencio. Yo ya no sabía cómo hablarle a una hembra, estaba fuera de forma. Pero afortunadamente, ella rompió el hielo con una pregunta:
— ¿De Caracas?
—Sí. ¿Y tú?
—También.
—Cero política –sentenció.
La miré sorprendido.
—No tengo rollo.. Pero… ¿por qué?
—Porque es un peo. Si eres revolucionario es un peo, y si no eres también es un peo. Mejor que hagamos nuestras cositas y ya.
—Tú eres sifrina –dije como si fuese una revelación.(Pituca, Creído, Engreída.)—Depende… Tú sabes que esa es una medida comparativa.

— ¿Cómo es eso?

—Estudié en el Cristo Rey, me gradué en la Católica en comunicación e hice postgrado en economía en la Simón. Si para ti eso es ser sifrina…

Me dejó frío. ¿Qué hacía una chama como ella metida a  puta en Panamá? La vaina tampoco es así. Por un momento pensé era una trampa que la CIA me había tendido para matarme ¿O fue más bien la revolución?

Respiré hondo y cogí pausa. Era demasiado poco probable que yo me encontrase con esta jeva… había que descartar la posibilidad de una emboscada. Me tenía que relajar. Seguro era una caraqueña rebelde que se vino a hacer unos dólares porque estaba arrecha con el papá, y yo sólo tenía que disfrutar la oportunidad. La niña era bonita y súper educada, no había duda de que me podría dar un buen resumen de lo que había pasado en Venezuela en los últimos años. Aunque dijese que no quería hablar de política, cuando una jeva dice que no quiere hablar de algo es porque es de lo único de lo que quiere hablar.

Cuando subimos al penthouse, se quedó loca.
— ¿Tú vives aquí?
—A veces.
Se paró frente a la ventana y admiró la vista. Luego se volteó y me miró seductora. No le quedaba bien el papel de puta, pero era realmente bella.
—Son quinientos.
— ¿Por cuánto tiempo?
—Un polvo.
—Te doy mil si te quedas un par de horas.
—Me quedo, pero cero vainas raras.
— ¿Tipo qué?
—Tiramos donde tú quieras pero cero anal, todo con condón, y nada de pipí, pupú, ni esas vainas.
Solté una carcajada. Era como hablar con una amiga de la metro. Le di mil dólares en cash, los metió en un sobre y lo dejó sobre la mesa del comedor. Nos fuimos al cuarto y nos desvestimos. 

Me lo mamó con condón, lo cual es muy raro. No lo recomiendo un sonido similar al que hacen los magos que doblan globos en forma de perritos en las fiestas infantiles.
Mata pasión total. Pero cuando la agarré y la acosté en la cama, le levanté la pierna izquierda, y se lo metí de ladito, pensé que no estaba nada mal.

— ¿Hace cuánto saliste de Caracas? –pregunté relajado, tratando de prolongar el polvo.
— ¿Te gusta hablar mientras tiras?
—Cuando la que tira conmigo tiene postgrado, es un privilegio.
Sonrió agradecida. Supongo que apreciaba ser valorada por su cerebro mientras vendía su cuerpo.
—Me fui hace cuatro meses, después de la traición de la MUD.
Ahí está, apenas soltó una sola frase y ya era política.
Mientras le acariciaba los pezones rígidos y pequeños intenté estrategizar para que me contase su versión de las cosas, sin revelar que no tenía ni idea de lo que me hablaba.
— ¿Qué crees tú que fue lo que pasó? –pregunté.
—No quiero hablar de política –dijo, recordando su mantra.
Por momentos parecía que disfrutaba el polvo y le molestaba genuinamente que yo lo estuviese arruinando hablando de la MUD.

La voltee hacia mí y comencé a besarla. Nadie puede imaginar lo que se siente besar a una mujer luego de seis años sin hacerlo. Supongo que babeaba como adolescente. Y no era porque estaba muy excitado, simplemente sentía que había regresado a casa luego de un exilio interminable. Mi hogar eran los labios de una mujer.
Hicimos el amor en silencio, por cinco minutos, y finalmente llegué a un orgasmo decente. Nada del otro mundo, no era lo de Scarlet, pero esto no tenía por qué serlo. No era el retorno del Jedi, era la caravana del valor. 

Nos quedamos tranquilos en la cama. Ella sacó un cigarrillo eléctrico de marihuana y le dimos unas patadas. Me agarró las bolas y comenzó a jugar con ellas lentamente, como si fueran esferas de meditación chinas.
—Yo estuve en las protestas –dijo–, vi cómo mataron un chamo a dos metros de mí, en Altamira. Hice todo lo que pidieron los hijos de puta de la MUD. Hasta llevé vecinos a votar en el plebiscito del dieciséis de julio. Y nada, cuando vi que lanzaron todo a la mierda para ir a las elecciones regionales, tiré la toalla y me fui del país.
Lo dijo fingiendo resignación pero se le salió la tristeza.

Me dio lástima. Me sentía tan ajeno a todo eso, a ella, a Venezuela, ni sabía muy bien lo que era la MUD, incluso la revolución me resultaba extraña.

— ¿Y desde el principio te viniste a trabajar en esto?
—Era la mejor manera de comenzar. En mi trabajo en Venezuela ahora estaría ganando cinco o seis dólares mensuales. Tendría que trabajar dieciséis años sin comer para ganar lo que me acabo de ganar contigo.
Así mismo, compadre. Todo el sueño revolucionario resumido en pocas líneas: Poner a mendigar a la oligarquía mientras nosotros nos bañamos en billete. Que las sifrinas del Cristo Rey terminen de putas en penthouses de chavistas. Los objetivos fueron logrados.

La interrogué por un buen rato. Yo pensaba que la elección de Trump era lo más loco que había pasado últimamente, pero nada que ver. Por ejemplo, al Presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, le habían dado el premio Nobel de la Paz por
permitirles a los camaradas de las FARC hacer política sin tener que ir a juicio. El legendario guerrillero Timochenco era candidato Presidencial. Lula estaba siendo enjuiciado por corrupción y a Dilma la habían tumbado antes de terminar su
período. Evo y Daniel Ortega seguían imbatibles, matando estudiantes, pero Mujica y la Kirchner habían entregado el poder pacíficamente. El papá de las Kardashian se había cambiado de sexo. Inglaterra había votado para separarse de Europa y, como por si fuera poco, se habían muerto Noriega y Fidel Castro.

Echamos otro polvo mediocre más, y la invité a quedarse a dormir. Sonrió y movió la cabeza negativamente. Se paró de la cama y comenzó a vestirse.
La observé, indignado de que me dejase sólo.

— ¿Te están esperando? –pregunté.
—No. Estoy sola en Panamá.
— ¿Y por qué no te quedas?
Se terminó de vestir y me miró con esa arrogante seguridad que sólo da el haber nacido con dinero.
—Que no quiera hablar de política no implica que no sepa qué tipo de persona eres.
Me tragué mi reacción para ver hasta dónde podía llevarla.
— ¿Cómo sabes que estoy con la revolución?
Me miró con ironía y señaló alrededor, y yo protesté:
— ¿No puedo tener dinero si no estoy con el gobierno?
Me volteó los ojos, como pidiendo que dejase la estupidez.
Era impresionante, la jeva me acababa de vender su cuerpo pero el que se sentía humillado era yo.
— ¿Y si ya no soy revolucionario? ¿No eres capaz de perdonar?
Me estudió por unos segundos.
—Es posible que algún día, cuando seamos libres, esté dispuesta a perdonar.
—Gran vaina –le dije, molesto–, ustedes también tienen que pedir perdón por muchas cosas.
—No voy a hablar de política con un cliente. Si te sirve de consuelo, acepto tu dinero porque lo necesito. Al menos eso te dejó la revolución.
La verdad es que la revolución no me dejó dinero y el polvo me lo estaba pagando la CIA, pero sus palabras me dolieron.

—Desayunemos mañana –supliqué.
—Nope.
—Te pago por tu tiempo.
—Okey, pero desayunamos aquí.
— ¿Por qué?
—Primero muerta que ser vista en público con uno de ustedes.
—Ni que fuera Diosdado, nadie sabe quién soy.
—Todo el mundo sabe quién es todo el mundo.
—Con todo respeto… ¿Estás trabajando de prostituta y no quieres que te vean conmigo porque jode tu reputación?
—La necesidad económica no me avergüenza. De hecho, en cierto modo me enorgullece, porque es la mayor prueba de que no soy como tú.
—Estás loquísima.
—Estoy ilegal en Panamá, escapando de la mayor crisis humanitaria de la historia de América Latina. Que me paguen por dar placer no reduce mi dignidad.
— ¿Y desayunar conmigo sí?
—Sin duda.
Se agachó y me dio un beso en la frente. Se dio la vuelta y caminó hacia la sala.
Me hirvió la sangre. Me paré y fui tras ella.
—No seas así.
— ¿Cómo?
— ¡Todo el mundo guisó!
—No todo el mundo.
—Los que pudieron.
—Algunos no quisimos. 

—Porque no se les dio la oportunidad.
—Whatever. (como sea, me da lo mismo )
—Yo te quiero ver con un par de millones en frente a ver si no le echarías bola.
—No hace falta ofender.
— ¡Tú eres la que estás ofendiendo!
Me volteó los ojos, como aburrida de escucharme.
Llegamos a la sala, agarré el sobre con los reales, saqué los mil dólares y se los lancé en el piso.
Se detuvo, miró el dinero por un segundo y se agachó a recogerlo, lentamente. Se lo metió todo en el bolsillo y me sonrió de manera profesional, sin rastros de rencor, como si parte de su servicio fuese recoger dinero del piso.
—Gracias –dijo.
Se dio la vuelta y se fue del apartamento.
Maldita.

 

BICICLETAS DE HEZBOLLAH


La Goldigger llegó a las ocho de la mañana del día siguiente. Yo todavía me recuperaba de la humillación de la puta con postgrado, y el dólar ya estaba en sesenta mil. Se trajo una champaña y un juguito de naranja, y preparó unas mimosas (así llaman a este cóctel) respetables

—¿Te acuerdas de la fábrica de bicicletas atómicas que inauguró El Comandante? –preguntó después de brindar.
—Me suena… ¿qué es lo que era esa vaina?
—El 12 de junio del 2008, se inauguró una supuesta fábrica de bicicletas en Cojedes, como parte de los convenios de cooperación entre Irán y Venezuela. El Comandante se montó en una bici y dio una vuelta en pleno Aló Presidente.
Dijo que era una bicicleta atómica, para burlarse de los medios extranjeros que decían que en esa fábrica no harían bicicletas sino una planta nuclear.
—Ya, algo me recuerdo, pasa que yo en el 2008 apenas estaba comenzando.
—Además de las bicicletas, que obviamente nunca se hicieron, se aprobaron treinta mil millones de dólares para crear un sistema de fábricas en todo el país. “Fábrica de fábricas” llamaron al programa que se suponía iba a convertir a Venezuela en una potencia industrial.
—Me acuerdo de los famosos vuelos de Conviasa que iban a Siria e Irán, directo desde Maiquetía. Pero tú sabes que yo nunca me metí en peo de árabes.
—Los iraníes no son árabes, son persas. Y esa ignorancia venezolana es la razón por la cual ha sido tan fácil gobernarlos por dieciocho años. Deberías, al menos, disimularla.
—Pana, yo entiendo que ahora eres mi jefa, pero estás burda de agresiva.
Me miró con cariño.
—Tienes razón, disculpa.
Levanté la mimosa e hice un gesto de que bebía a su salud.

— ¿De pana eres escuálida? –pregunté.
Vera soltó una carcajada.
—Yo soy gringa, querido. Mi fidelidad es a mi país y el tuyo me interesa solamente porque se ha convertido en una amenaza para el mío.
— ¿Entonces quieres que yo me meta en guisos iraníes?
—Esa es la idea.
Pinga e’ mono.(agradable, chévere) Yo pensaba que con importar unas cajas de alimentos iba a poder cumplirle a los gringos, o que en el peor de los casos me pedirían infiltrarme en el guiso del perico.
Pero lo de los iraníes era mucho más serio.
— Me vas a meter en un peo enorme.
—Estás condenado por intento de asesinato. Si prefieres volver a la…
—No te pongas así.
—Deja el culillo entonces. Le tenías miedo a los iraníes porque no querías que los gringos te sancionaran. Pero ese miedo ya no tienes por qué tenerlo.
Buen punto… Con los gringos detrás mío, quién contra mí.
—Yo le echo bola –dije–, pero no sé por dónde empezar.

—Por el Alba Caracas, el antiguo Hotel Caracas Hilton.
— ¿Pero ahí no están las FARC?
—Las FARC, Hezbollah, todo el juego de las estrellas.
Tragué hondo y supongo que me puse pálido. Vera se dio cuenta, me sonrió y me sacó una bolsa de perico y sirvió una línea sobre la mesa. Me metí el pase, poco a poco. Tardó un par de segundos en pegarme, pero llegó… ¡un gran alivio! Se me quitó el miedo. Me reí y ella me agarró la mano.
—Me alegra que estés aquí –dijo con sinceridad.
—A mí también.

—Te tengo que poner una inyección.
— ¿De qué hablas? 

—Te tengo que meter un chip en el culo, una especie de brazalete electrónico.
—No me jodas.
—Es en serio, sorry. Para que no te puedas escapar.
—Yo no me voy a escapar.
—Yo sé. Pero igual.

La muy perra abrió su maletín y sacó una jeringa electrónica:
—Pela el culo –dijo muerta de risa.
—Tú me estás jodiendo.
—Pela el culo y deja la mariquera.
La vaina era en serio. Me metí otro pase para armarme de valor. Me puse de pie y me bajé un poco el pantalón, revelando media nalga derecha.
—Te tienes que quedar inmóvil diez segundos, mira que lo que te voy a meter no es líquido.
— ¡No me cagues más coño!
Terminó de bajarme el pantalón y ¡blooooom! Me clavó la jeringa electrónica y yo arranqué a gritar por diez segundos, a todo pulmón, mientras escuchaba sus carcajadas. Finalmente, me sacó la jeringa y me frotó un algodón con alcohol. Cuando terminó, me puse a brincar por todo el cuarto mientras ella se hacía pipí de la risa.
Después de un rato yo también me reí. El dolor era serio pero la euforia del perico y el sabor de la libertad me terminaron de sacar del cautiverio mental. Estaba listo para arrancar a Venezuela.

—Ya sé que te metiste en Facebook a ver a la puta esa – dijo en tono de ex esposa.
Yo puse cara de que lo iba a negar todo, pero ni lo intenté.
—Te tenemos pillado, Juancito –continuó–, no hagas estupideces y si las haces que no sean tan estúpidas que me hagan pasar pena. 

Me lo decía como advertencia, pero también me lo pedía como favor. Estaba claro que si ella había convencido a la CIA de sacarme de la cárcel y yo terminaba de gafo mostrándome frente a Scarlet, la dejaría en ridículo. Pero… ¿y si la carajita e la foto era mi hija? No era fácil la situación. Nunca antes se me había presentado un dilema tan extremo. Había que respirar profundo y aguantar. La paciencia hace fuerte al débil, y la impaciencia hace débil al fuerte. Yo tenía que serlo todo: fuerte y paciente, padre y agente.

—Cómo te dije –siguió–, se hizo un trabajo exhaustivo para borrar los datos de tu caso del internet. Pero si Scarlet, o la familia de tu víctima, se enteran de que saliste de la cárcel, simplemente vas de regreso al hueco hasta que cumplas tu condena.

—No te preocupes, te prometo que no la voy a contactar.

Fernando Saab era el jefe de la planta de bicicletas y de una cementera llamada Valle Hondo, para la cual se aprobaron setecientos millones de dólares en el 2011… y todavía no se ha inaugurado.
—Buena cifra –sonreí–, pero ¿cómo lo consigo?
—Ahora vive en París, se ladilló de Venezuela. Su point person en Caracas es una rusa llamada Natasha Sokolova.
— ¿Está buena?
—No es tu estilo.
—Mi estilo ha cambiado…
—Tienes treinta mil dólares en la cuenta, no logré que me aprobaran más.
La miré con cara de terror.
— ¿Qué voy a hacer yo con treinta lucas?
—En Caracas eso ahora rinde, pero sí, vas a tener que montar algún negocito por tu cuenta, la CIA no maneja montos tan altos como la revolución.
— ¿Y tú no vienes?
—Por ahora vas tú solo, pero me llamas cualquier vaina. 

— ¿Y cómo le llego a la jeva?
—La revolución ha crecido, pero todo en el fondo sigue funcionando igual. Estás aquí porque se supone que tienes conexiones. Muévete y la vas conseguir.
Al día siguiente salí para Caracas.


NOTA DEL COMPILADOR

Lo que sigue es la traducción de los mensajes privados intercambiados, vía Twitter, entre la señorita Scarlet y su amiga Zoe.
@ScarletT45
Quiero ir a visitarlo.
@Zoe23
A quién?
@ScarletT45
A Juan.
@Zoe23
LOL!
@ScarletT45
Es en serio.
@Zoe23
Ni en chiste lo digas.
@ScarletT45
Por qué no?
@Zoe23 

No abras esa puerta. Te casas en dos semanas con un fuking’ príncipe.

@ScarletT45
Yo sé… Pero es su hija. 


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