01.NOV.20 | PostaPorteña 2160

ECOSOCIALISMO versus MARXISMO COLAPSISTA (IV)

Por Editorial Ruptura Teórica

 

En la primera parte de este documento se integran los comentarios generales de dos de los nuevos participantes de este debate (Paul Walder y Jaime Vindel). Posteriormente, se adjuntan a la discusión las respuestas de estos últimos a la serie de preguntas ya desarrolladas en secciones anteriores por Michael Lowy (Ecosocialismo), Miguel Fuentes (Marxismo Colapsista) y Antonio Turiel (Teoría del Decrecimiento). La parte final de esta cuarta entrega de la serie “Ecosocialismo versus Marxismo Colapsista” consiste en la intervención de Jorge Altamira. Por motivos de fuerza mayor, este último no pudo enviarnos sus respuestas al cuestionario de preguntas completado por lo demás participantes. 

 Enero-febrero / octubre 2020 Editorial Ruptura Teórica - México

 

El Marxismo entre la crisis ecológica y el colapso de la civilización

 

Comentarios Generales

Paul Walder (Periodista chileno. Impulsor del portal de noticias Politika.cl. Ex director del medio digital El Ciudadano)

A)  ¿Cuál es su impresión desde el ámbito de la comunicación social y el periodismo chileno y latinoamericano respecto a las posiciones vertidas hasta el momento en el debate “Ecosocialismo versus Marxismo Colapsista” por parte de Michael Lowy (Ecosocialismo), Miguel Fuentes (Colapsismo Marxista) y Antonio Turiel (Teoría del Decrecimiento)?

Creo que es necesario hacer una breve contextualización del periodismo regional y local respecto a estas temáticas. No existe este debate en los medios, los que carecen incluso de información más o menos general sobre cambio climático y sus efectos y sin ahondar en sus causas. Ante esta falencia informativa, cuando hablamos de“Ecosocialismo” o “Colapsismo” nos referimos a materias propias de una discusión acotada con presencia en medios muy especializados, y básicamente digitales.

Por otro lado, aunque sin presencia en los grandes medios, existe con intensidad un debate ambiental en pleno desarrollo, el que está hoy en día incorporado como importante espacio de lucha política. La defensa de los territorios, de los recursos naturales ante el extractivismo y los procesos industriales, es un lugar de luchas intensas de organizaciones sociales en Latinoamérica y en Chile. Las decenas de asesinatos de activistas ambientales sólo en Colombia durante estas dos primeras semanas del año dan cuenta de hasta dónde se atreven a llegar los gobiernos liberales y el capital extractivo e industrial.

B) ¿Comparte las críticas realizadas por Miguel Fuentes (Marxismo Colapsista) y Antonio Turiel (Teoría del Decrecimiento) al Ecosocialismo con respecto a las supuestas carencias de esta corriente respecto a su evaluación de la gravedad de la crisis climática y la posibilidad de un colapso ecosocial inminente? ¿Qué opina de los cuestionamientos realizados desde el ámbito ecosocialista a las posiciones colapsistas?

Las proyecciones sobre un aumento de la temperatura global del planeta se han ido cumpliendo en sus rangos más extremos. Los informes que presenta el panel de expertos de la ONU, el IPCC, constatan una situación gravísima. Por un lado, las emisiones de gases de efectos invernadero (GEI) siguen en plena expansión. Por otro lado, la temperatura de la atmósfera y los océanos se mantienen en ascenso. Paralelamente, hemos sido testigos del fracaso de todas las Conferencias de Cambio Climático. Desde la Cumbre del Clima en Río a Kioto hasta el desastre de Madrid el 2019, el único resultado de aquellas ha sido, de hecho, un aumento dramático de las emisiones y la temperatura.

No sabemos si durante este siglo la temperatura subirá tres, cuatro o seis grados. Pero la tendencia apunta hacia los peores escenarios previstos. Una temperatura que conduce a efectos climáticos destructivos en todos los aspectos imaginables, desde las siembras, los bosques, el deshielo de los polos y los glaciares, el aumento de los niveles del mar, las sequías extremas y la desertificación con sus consecuencias sobre la vida humana y animal. Una catástrofe ambiental y humanitaria que tendrá efectos enormes sobre las formas de organización social, sobre la economía y la política.

El debate político presente y futuro ha de considerar estos escenarios, que se instalarán con fuerza en los próximos años y que se caracterizarán por una tendencia a un deterioro generalizado en las áreas mencionadas. Antonio Turiel ha trabajado sobre la creciente escasez y agotamiento de las reservas de petróleo, aunque el problema no es precisamente su agotamiento, sino que su uso como alimento del sistema económico. Miguel Fuentes sobre el colapso ambiental y social en las próximas décadas. Michael Lowy, a diferencia de ellos, no considera estos condicionantes como base y núcleo de su análisis, los que de acuerdo con aquel podrían convivir con el sistema capitalista durante este siglo. Desde mi punto de vista, creo que en el futuro no sólo veremos una tensión extrema en el clima, sino que también en las formas de organización social y política, esto tal como ya lo estamos observando. No sé si el Ecosocialismo puede hacerse cargo de este desastre.

C) Usted viene realizando, desde su labor como periodista, un importante trabajo de difusión con respecto a los problemas asociados a la crisis ecológica mundial y la posibilidad de un pronto colapso civilizatorio. ¿Cuál es la importancia de difundir estos debates al nivel de los medios de comunicación masiva en Chile y otros países?

El cambio climático es sin duda el problema más grave que enfrenta la civilización. Un proceso que puede conducir al término no sólo de esta última, sino que de la propia especie humana junto a todos o la gran mayoría de los seres vivientes en el planeta. Si esto no es lo más importante, no sé qué lo es. Este no es un problema que resolverán las elites gobernantes ni financieras. Ellos están ocupados en mantener su poder y estiman, supongo, que sus privilegios los salvarán de los desastres ambientales. Que los efectos del cambio climático afectarán a los pobres del mundo constituye una realidad cierta, aunque no absoluta. La devastación en la Tierra les llegará atodos tarde o temprano. Y en esta locura hay millonarios que ya piensan en Marte.

Jaime Vindel (Académico de la Unidad Departamental de Historia del Arte ,Universidad Complutense de Madrid).

A)  ¿Cuál es su impresión respecto a las posiciones vertidas hasta el momento en el debate “Ecosocialismo versus Marxismo Colapsista” por parte de Michael Lowy (Ecosocialismo), Miguel Fuentes (Colapsismo Marxista) y Antonio Turiel (Teoría del Decrecimiento)? 

Aunque con matices, me posiciono del lado de las tesis ecosocialistas. En mi opinión, el efecto del discurso colapsista puede ser interesante en la medida en que ayude a que el Ecosocialismo se deshaga de sus inercias modernistas. Estoy de acuerdo en que, al menos en el plano material (otra cosa es el moral), hemos de abandonar laidea de progreso. También comparto que, en ocasiones, no se ha hecho el esfuerzo suficiente para dejar a un lado las proyecciones productivistas y no se ha cuestionado del modo adecuado la cosmovisión que restringe el socialismo a las políticas redistributivas y a la socialización de los medios de producción. Al margen de eso, el colapsismo semeja una suerte de agujero negro que tiene el atractivo de las tesis visionarias sobre el decurso de la historia, pero que no plantea alternativas concretas ni entra en los matices que atañen a cualquier proceso de transformación sociopolítica. En contraste, pienso que las teorizaciones de autores tales como John Bellamy Foster, Andreas Malm o Daniel Tanuro, pese a sus puntos de fricción, son mucho más complejas en términos de lectura concreta del periodo histórico, así como también en relación al papel no salvífico pero útil que la ciencia o la política revolucionaria pueden jugar en él. Con todo, también al Ecosocialismo le queda mucho camino por recorrer en lo relativo a la implementación de un proyecto teórico-práctico factible, especialmente en lo que concierne a la necesidad de constituir el sujeto o los sujetos de la transición ecosocial. El Ecosocialismo aguarda aún, en ese sentido, su traducción en una filosofía de la praxis, sus tesis sobre Feuerbach.

B)  ¿Comparte las críticas realizadas por Miguel Fuentes (Marxismo Colapsista) y Antonio Turiel (Teoría del Decrecimiento) al Ecosocialismo con respecto a las supuestas carencias de esta corriente respecto a su evaluación de la gravedad de la crisis climática y la posibilidad de un colapso ecosocial global inminente? ¿Qué opina de los cuestionamientos realizados desde el ámbito ecosocialista a las posiciones colapsistas?

Entérminos generales, no creo que el Ecosocialismo, al menos en sus planteamientos actuales, minusvalore la gravedad de la crisis climática, ecológica y social. Lo que pienso es que trata de hacerse cargo de la irreductibilidad de las diversas dimensiones de la realidad histórica (la técnica, la social, la cultural, la política, la económica) a la cuestión ecológica entendida de modo estrecho. En los términos del debate que he podido leer, el colapsismo se presenta como una forma de cientificismo encubierto, que por momentos replica la vieja descalificación marxista de la ciencia como un saber burgués y en otras ocasiones toma esa verdad como una suerte de dogma determinista que succiona el conjunto de las posibilidades históricas de evolución de la crisis ecosocial. Es un nuevo paradigma escatológico, una suerte de reverso negativo y apocalíptico de las proyecciones productivistas del paraíso terrenal. En definitiva, es una cosmovisión no materialista. Antonio Turiel señala con acierto el modo en que ese tipo de interpretaciones pasan por alto la complejidad y el margen de indeterminación en el comportamiento de los sistemas naturales, que cuestionan cualquier aproximación de tipo lineal. Yo añadiría algo más: es un error comprender aspectos como el declive energético de modo aislado. Es obvio que el sobrepasamiento biofísico provocado por el metabolismo socioambiental capitalista representa un límite absoluto, pero también sabemos que la energía no es sólo una magnitud física, sino que su uso está social, histórica y culturalmente configurado. Eso introduce un margen de imprevisibilidad y de contingencia que es el campo mismo de la disputa política. Por poner tan sólo un ejemplo, aunque el recurso al fracking por la administración Trump tenga un recorrido relativamente corto, es un síntoma de esa variabilidad. Es algo que el Ecosocialismo, e incluso las posiciones más elaboradas del “Green New Deal”, tienen más claro que los colapsistas. En realidad, en algunas de sus versiones se presenta como un paradigma apolítico, desde el cual es imposible activar una imaginación estratégica que no pase por el derrumbe civilizatorio. Y es absolutamente iluso que tal derrumbe se produzca de modo súbito, o que a él le suceda la posibilidad redentora de hacer tabula rasa. Históricamente los procesos de colapso o revolucionarios no se han producido así, y en eso la crisis ecosocial no representa una novedad.

C)  En su reciente texto “El Marxismo Ecológico ante la crisis ecosocial” publicado en Viento Sur usted ha enumerado una serie de puntos ciegos y debilidades que caracterizarían tanto a la perspectiva colapsista como a la ecosocialista. ¿Cuales serían estos puntos ciegos que, de acuerdo a usted, afectarían a ambos marcos de análisis?

Enel texto que mencionáis subrayo que me parece interesante la crítica que el colapsismo realiza respecto a lo que perdura en el Ecosocialismo del imaginario de una modernidad verde. Me parece que eso podría ayudar a que el Ecosocialismo se deshaga de los restos del mesianismo productivista (la transformación social como la redistribución de una riqueza material exponencial), el paradigma que atravesó buena parte de los procesos revolucionarios de signo comunista del siglo XX. Lo que sucede es que ciertos planteamientos colapsistas no hacen más que sustituir un mesianismo por otro, en este caso de signo oscurantista, como dice Michael Lowy. Pienso que eso nos impide plantear soluciones concretas a la dimensión de la crisis ecosocial, dirimiendo qué aspectos de la ciencia y el progreso modernos son rescatables y cuáles no; de qué manera podemos articular las políticas públicas y la creación de nuevos prototipos de vida comunitaria, etc. Por otra parte, tengo la impresión de que ese mesianismo es ante todo una muestra de impotencia política, que evidencia el modo en que hemos renunciado de antemano a dar la batalla cultural en el contexto hegemónico que nos ha tocado vivir. De la apelación a una objetividad histórica absoluta (ya sean las leyes de la historia humana y sus modos de producción; ya la inercia potencialmente catastrófica de la crisis ecológica) no se deriva la constitución de sujetos políticos antagonistas. Esta es también una lección teórica que deberíamos aprender. Miguel Fuentes, a mi modo de ver de modo absolutamente gratuito, asegura que la debacle de las fuerzas de izquierda en países como Argentina o Francia se deriva de no asumir el paradigma colapsista. ¿De veras está en disposición de afirmar que haberlo hecho hubiera garantizado a esas fuerzas un mejor resultado? Me temo que esta es una expresión más del dogmatismo que caracteriza a cierta izquierda sedicentemente radical. Otro aspecto que subrayaba en el texto es el problema de la fijación de fechas concretas para el colapso civilizatorio, que en la medida en que no se ven cumplidas desacreditan socialmente a los discursos ecologistas. Es una cuestión sobre la que ha reflexionado, a mi modo de ver de modo muy preciso, Emilio Santiago Muíño, con el que sin embargo disiento en otros aspectos.

Debate (Secciones I a III)

Las siguientes preguntas fueron respondidas en las secciones anteriores de esta serie por el intelectual ecosocialista Michael Lowy y los referentes colapsistas Miguel Fuentes (Marxismo Colapsista) y Antonio Turiel (Teoría del Decrecimiento).

1  ¿Qué opina respecto a la posibilidad de una crisis ecológica súper catastrófica durante este siglo?

Paul Walder:

La posibilidad tiende a ser una proyección que apunta hacia una certeza. Todas las investigaciones nos describen un siglo en el cual la temperatura promedio del planeta podría llegar a alzas por sobre los tres grados centígrados de calentamiento global. Este aumento es claramente conservador y es probable que el calentamiento del planeta alcance mucho antes esos tres grados y que para fines de este siglo, que es el horizonte con el cual trabajan las proyecciones científicas (lo que no significa que las temperaturas no continúen aumentando posteriormente), se llegue a los seis grados de incremento. Con los aumentos graduales de la temperatura global podemos ver consecuencias crecientemente catastróficas, aquello tal como las señaladas por Mark Lynas en su libro “Seis Grados”. Estas consecuencias impactarán sobre toda la vida en el planeta, incluyéndose aquí, por cierto, a los humanos. Cuando los científicos se refieren a la Sexta Extinción, provocada esta vez por la propia humanidad y explicada con detalle por la estadounidense Elizabeth Kolbert, podemos imaginar el mundo que nos espera. Los mil millones de animales muertos en Australia este verano meridional, es un adelanto de temporada. A Australia, investigada por no pocos científicos interesados en el clima, se le puede considerar como el canario en la mina.

En cuanto a las posiciones de Lowy, Fuentes y Turiel sobre el colapso climático y civilizatorio durante este siglo, estimo que es necesario trabajar con los escenarios más extremos, los cuales apuntan también a convertirse en los más probables y reales. Lowy, al relativizar estas hipótesis, creo que también relativiza la magnitud de la crisis y la urgencia de las acciones. Es necesario emprender un trabajo intensivo para comenzar a difundir los escenarios futuros relacionados con esta crisis y las propuestas de acción ante los mismos. ¿Las hay?

Jaime Vindel:

No es descartable, pero la importancia de movimientos como los que mencionáis no se mide en lo acertado de sus presagios respecto a una posible extinción de la especie humana. En mi opinión, su fuerza reside en convocar una imagen que nos pone ante un espejo histórico que deshace el espejismo de eternidad (la negación de la muerte) característico de la cultura mercantil. En ese sentido, actúan política y metafóricamente en el imaginario colectivo, algo a lo que parecen renunciar los discursos colapsistas más alarmistas.

2 ¿Qué piensa respecto a la posibilidad de un fenómeno de colapso civilizatorio cercano? ¿Puede el capitalismo autodestruirse durante las próximas décadas?

Paul Walder:

Es muy probable que estemos en rumbo de colisión. El capitalismo en su versión neoliberal extrema se encuentra en una encrucijada al haber demostrado de manera evidente su capacidad de concentración sin límites de la riqueza y de llevar los niveles de desigualdad a niveles inéditos. Sobre el capitalismo y sus tendencias de desarrollo se han escrito numerosos volúmenes desde el siglo XIX y se sigue escribiendo y reflexionando. En el siglo XXI podemos ver que, nuevamente, este sistema se enfrenta, tal como en tantos otros momentos históricos desde la revolución industrial hasta la revuelta de Mayo de 1968, con sus propias contradicciones y con las presiones propias de los movimientos de las clases trabajadoras y subalternas. Francia, Hong Kong, Chile, Colombia, por nombrar algunos lugares, expresan que el sistema vive contradicciones insolubles. Son meses de revueltas, las que tenderán a masificarse y radicalizarse como resultado de que el sistema ya no tiene nada más que ofrecer. La respuesta es así una mayor tensión y violencia por parte de los estados para mantener el orden y una tendencia a la instalación de regímenes autoritarios que restringen los derechos civiles. Este escenario, junto con el deterioro de las democracias liberales representativas, nos pone ante una situación de enfrentamientos y espirales de violencia crecientes. Si a esto le agregamos los efectos cada vez más agudos del cambio climático, tendremos una escena muy compleja a partir de esta misma década.

Pero hay otros factores que sin duda golpearán al capitalismo durante lo que queda de este siglo. Los desastres ambientales en todo el planeta, con consecuencias no sólo en los aumentos generalizados de los costos de consumo, sino que, además, en el terreno de la producción de alimentos, el transporte y en el de sus impactos nefastos sobre las sociedades humanas, son algunos de aquellos factores. Y existe además otro problema que debiera tal vez considerarse en un primer lugar: el agotamiento del petróleo, tema que viene desarrollando Antonio Turiel. Hay que recodar aquí que el capitalismo moderno se ha encontrado ligado desde sus inicios a los combustibles fósiles (capitalismo fósil) y que, hasta ahora, no existe ningún sustituto que pueda reproducir los niveles de crecimiento que estos combustibles garantizaron para este sistema económico durante los últimos dos siglos.

Jaime Vindel:

Pienso que en este terreno caemos a veces en debates estériles. Hablar en singular de un “colapso civilizatorio” redunda en las visiones escatológicas de la historia que acabo de cuestionar. Mi impresión es que sería más adecuado hablar de colapsos parciales e interconectados, pero que no responderán a un acontecimiento único, absoluto y definitivo. De hecho, situar ese “Gran Acontecimiento” en el futuro me parece una muestra de eurocentrismo por parte de los discursos colapsistas. Hay sociedades y comunidades humanas que ya están colapsando o que colapsaron hace mucho tiempo, como han destacado Deborah Danowski y Eduardo Viveiros de Castro a propósito de los pueblos amerindios. Quizás debiéramos fijarnos en las soluciones concretas que se están planteando a esos colapsos específicos, en lugar de seguir alimentando retóricas infernales de la historia como las que he podido leer en el intercambio anterior. En cuanto a la pervivencia del capitalismo, es dudoso que éste persista de acuerdo a una matriz global como la que hemos conocido durante las últimas décadas. Pero nuevamente me preocupa el uso de términos tan gravemente connotados como "autodestrucción". Creo que esa imaginación apocalíptica nos impide atender al modo en que las mutaciones se producirán en las diferentes escalas del sistema-mundo (un fenómeno ya visible), así como identificar las nuevas formas de dominación y explotación que están surgiendo en diversas regiones del planeta. Ese trabajo es imprescindible si queremos ser efectivos en la lucha social y política. Por contraste, el colapsismo parece más interesado en el vaticinio y el milenarismo, algo que le lleva a minusvalorar la capacidad del capitalismo para adaptarse a situaciones de emergencia como las que se puedan derivar de la evolución de la crisis ecosocial o para mutar hacia regímenes de gobernanza que dejen aún menos margen para la emancipación.

3  ¿Existe un peligro real de extinción humana durante el siglo XXI, esto tal como plantea la perspectiva colapsista y algunos movimientos tales como Extinction Rebellion en Europa?

Paul Walder:

Existe el peligro real. Pero es un tema tabú, silenciado por los partidos políticos y gobernantes. Al tratarse de un peligro que trasciende sus capacidades de análisis y acción, al ser todavía un escenario supuestamente lejano que todavía permite una vida cotidiana ordinaria, los políticos y las elites parecen haber optado por ignorar ese oscuro futuro. Es por cierto la consecuencia de los fracasos de las cumbres climáticas y el retraso de acciones de contención del calentamiento global, lo que nos coloca en un rumbo que ya no tiene vuelta atrás. Si hoy mismo esta civilización apoyada en la liberación de CO2 a la atmósfera dejara de hacerlo, el calentamiento ya en curso se mantendría por siglos.

Existe el peligro de extinción humana, el cual también acecharía a las especies que aún no han desaparecido. Pero en medio de este espacio temporal, que es el fin de todo, está la agonía de la civilización, que es la gran pesadilla, la barbarie con los restos del capitalismo y lo peor de nuestra cultura. Mad Max, La Carretera (Cormac Mc Carty), Elysium, por recordar algunas obras distópicas, describen los pantanos en los que podría hundirse la civilización y el ser humano. Una sociedad infernal en que los vivos envidiarán a los muertos.

Esta proyección tiene en estos precisos momentos múltiples antecedentes de degradación social y política en prácticamente todo el mundo. Concentración del capital, corrupción política y social, fascismos, narcotráfico, bandas armadas, tráfico de personas, son todos antecedentes de un posible horizonte de barbarie que en un futuro cruzado con las amenazas climáticas nos haría recordar con nostalgia cualquier momento pasado.

Jaime Vindel:

No es descartable, pero la importancia de movimientos como los que mencionáis no se mide en lo acertado de sus presagios respecto a una posible extinción de la especie humana. En mi opinión, su fuerza reside en convocar una imagen que nos pone ante un espejo histórico que deshace el espejismo de eternidad (la negación de la muerte) característico de la cultura mercantil. En ese sentido, actúan política y metafóricamente en el imaginario colectivo, algo a lo que parecen renunciar los discursos colapsistas más alarmistas.

4 ¿Qué opina respecto de la crítica colapsista a una supuesta “superficialidad” del análisis ecosocialista en su evaluación de los peligros de la crisis ecológica y la posibilidad de un colapso civilizatorio cercano?

Paul Walder:

Si somos realistas, que no es lo mismo que fatalistas, no podemos en estos momentos creer en utopías que nos salvarán del colapso. Aquellas mismas utopías que no pudieron liberarnos de las garras del capitalismo durante largos siglos, no tendrían por qué tener ahora su oportunidad. Vivimos una pospolítica, un deterioro terminal, diría, de las democracias liberales representativas, todas corruptas y compradas por el gran capital, de los partidos políticos de izquierda y de todos los relatos. Tal vez el Ecosocialismo sea la única propuesta socialista que considere el ambiente, pero no se ha instalado de forma sólida en los debates. En el caso latinoamericano todas las experiencias progresistas de las décadas pasadas se apoyaron en la explotación desmedida y la comercialización sin límites de los recursos naturales, las materias primas y los combustibles fósiles, todo esto en el marco de economías nacionales altamente dependientes de las demandas del gran capital.

Jaime Vindel:

No comparto esa caracterización de los análisis ecosocialistas. Bien al contrario, pienso que el Ecosocialismo ha de jugar un rol político fundamental en nuestro tiempo, alejado de corrientes tales como el catastrofismo colapsista, la docilidad reformista del “Green New Deal” o los delirios tecnofílicos del aceleracionismo. Pienso que en la medida en que el Ecosocialismo complementa la crítica marxiana del valor (la producción de plusvalía a través de la explotación de la fuerza de trabajo) con la crítica ecológica del sostenimiento de las condiciones de producción (la apropiación de la energía, los recursos materiales, la tierra y la fuerza de trabajo), encuentra su punto de conexión con el Ecofeminismo, que viene planteando una apelación política sumamente consistente frente a la crisis de los cuidados y otras facetas de la vida reproductiva, tradicionalmente asumidas por mujeres y que presentan además un componente racial muy acentuado. Esa articulación entre Ecosocialismo y Ecofeminismo me parece mucho más relevante y realista en términos políticos que el sesgo apocalíptico de los discursos colapsistas. Por cierto: el catastrofismo es una pasión bastante masculina. No hace falta más que repasar la lista de nombres que aparecen en la siguiente de sus preguntas.

5  Una serie de referentes del colapsismo, activistas medio-ambientales y militantes de izquierda tales como Miguel Fuentes (Chile), Lucho Fierro (Argentina), Demián Morassi (Argentina), Manuel Casal Lodeiro (España), Matías Herrera (Argentina), Alek Zvop (Chile), Miguel Sankara (Chile), Carlos Petroni (Argentina), Albino Rivas (Argentina), Charly Pincharrata (Argentina), Yain Llanos (Argentina) y Lucas Miranda (Chile), reconocen que el Ecosocialismo y las elaboraciones de la ecología marxista constituyeron un aporte clave para una problematización anticapitalista inicial de la crisis climática. Paralelamente, algunos de estos referentes plantean que la debilidad de los postulados ecosocialistas consistiría hoy no sólo en una evaluación a veces “superficial” de la gravedad y dinámica (ya imparable) de dicha crisis, sino que, asimismo, en su negativa de integrar la perspectiva de un colapso civilizatorio cercano en su análisis de la dinámica revolucionaria durante el presente siglo. Se dice aquí que las concepciones ecosocialistas fallarían al momento de integrar las implicancias prácticas de un escenario de ecocidio ya en marcha, reemplazándose con ello la discusión en torno a las proyecciones catastróficas reales del mismo por una replicación (acrítica) del proyecto socialista tradicional de los siglos pasados, aunque esta vez “adornado” (aggiornado) con “fraseología ecológica” y “medidas verdes”. ¿Qué piensa respecto de estas críticas?

Paul Walder:

Creo que son críticas acertadas. En un mundo post-colapso posiblemente nada o muy poco de los sistemas o estructuras económicas y políticas actuales funcionarán. Todo lo que está hoy arriba, desde el estado al mercado, estará en el suelo o con un nivel operacional mínimo. ¿Los ecosocialistas plantean tomarse el estado? Y si es así, ¿para qué? Pensar en un mundo post-colapsista es imaginar todo en el suelo, desde la idea de estado a la nación hasta las estructuras productivas y financieras, los sistemas de transportes o de salud. No así, las comunidades y sus organizaciones, con economías, territorios y sistemas políticos propios. Si hay socialismo, creo que este será el espacio, tal vez el único lugar posible de sobrevivencia.

Jaime Vindel:

Pienso que aun representando una alerta que el Ecosocialismo debe atender, no podemos pasar por alto lo que señalaba anteriormente. Tan reales son las limitaciones que impone la acentuación de la crisis ecológica como la existencia de contextos culturales, sociales, económicos, políticos e institucionales sumamente diversos a lo largo y ancho del planeta. Que también tienen su consistencia material. Que forman parte de la red de la biósfera y de la -physis- y que, por tanto, deben ser objeto de cualquier ecología política digna de tal nombre. La ecología política requiere por igual de la dinámica de sistemas y de una crítica afinada (no dogmática) del estado neoliberal. La persistencia de las inercias adquiridas (imaginarios culturales, expectativas vitales, hábitos de consumo) no se van a esfumar por convocar de manera apocalíptica la materialidad última de la catástrofe ecológica. Es más: se pueden ver exacerbadas. Mientras no admitamos este hecho, estaremos girando en círculo en torno a una posición política residual.

6 ¿Podría una revolución socialista “detener” el curso de la crisis ecológica planetaria actual? ¿En que condiciones podría un proyecto socialista “revertir” esta última?

Paul Walder:

Sin la intención de caer en el fatalismo, creo que definitivamente no. No es posible porque no hay tiempo. Ya es tarde. El poder económico y político está en manos del gran capital y en su agenda está continuar con el modelo de crecimiento económico basado en los combustibles fósiles. La transición hacia otras energías, si es que hay alguna, no logrará detener el proceso de calentamiento global con todas las consecuencias ya esbozadas. El otro motivo es que desde la izquierda anticapitalista no hay tampoco un proyecto revolucionario en marcha como sí lo hubo durante el siglo pasado y el ecologismo es demasiado transversal como para mutar de urgencia en un movimiento revolucionario anticapitalista. En el caso hipotético de que surgieran verdaderos movimientos de masas capaces de poner en jaque a los gobiernos y al capital, la verdad es que los tiempos ante el colapso también estarán muy ajustados y las medidas a considerar deberían ser extremas.

Jaime Vindel:

No creo que lo pudiera detener y mucho menos revertir. Pero en la ambición de "paliar", que es a lo que debemos aspirar (una política del mal menor) caben una gama muy amplia de propuestas, programas y estrategias políticas. Esto es lo que el colapsismo ciega con su teleología negativa y oscurantista.

7  Considerando la actual ruptura de los equilibrios ecológicos del periodo holocénico que han primado desde hace aproximadamente diez mil años en nuestro planeta (un ejemplo de lo anterior serían los más de 410 ppm de CO2 presentes hoy en la atmósfera, un cifra no vista en la Tierra en varios millones de años): ¿es realista plantear que el socialismo podría “restablecer” el llamado “equilibrio metabólico hombre-naturaleza”, esto tal como plantea el Ecosocialismo y los principales referentes de la ecología marxista? ¿Es esta consigna una fantasía o una potencial realidad? 

Paul Walder:

Quisiera pensar que sí es posible. No nos podemos resignar a desaparecer como especie. En cualquier caso, será necesario que los humanos de finales de siglo y en medio o después del colapso instalen sistemas de vida comunitarios, igualitarios e integrados con la naturaleza o lo que quede de ella. Respecto al restablecimiento de los equilibrios que se conocieron en el Holoceno, si esto llegara a suceder tardaría no cientos, sino miles de años. Esa sería nuestra contribución hoy como generación a nuestra especie, en caso de que no sea todavía tarde. Si el capitalismo negacionista y extremo consigue mantener como sea su curso, el colapso sería también el fin de todo. 

Jaime Vindel:

No creo que se pueda restablecer un equilibrio metabólico entre el hombre y la naturaleza. Me parece que aunque apele a un concepto termodinámico, se trata de una imagen idealista y dualista de la relación entre sociedad y naturaleza. En primer lugar, porque es probable que nunca haya existido ese equilibrio, no al menos desde la fundación de los estados agrarios, como se encargaron de demostrar Ramón Fernández Durán y Luis González Reyes. Considero que en la idea misma de civilización reside una cierta tendencia a la desmesura, a la hybris, que no podemos dejar de considerar. El problema es que la automatización de los procesos económicos que caracteriza al sistema capitalista ensancha esa fractura metabólica hasta convertirla en una amenaza para la supervivencia de la idea misma de civilización. Por tanto, a lo que debería de aspirar cualquier proyecto ecosocialista es a atenuar esa fractura en la medida de lo posible, mediante un amplio espectro de políticas, que vayan desde la escala micro de una relocalización radical de los flujos energéticos y de materiales de la vida social, a una política concertada e internacionalista de contención de la crisis ecosocial en las dimensiones intra y supraestatal. Con todo, hemos de ser conscientes de que, según revela la ciencia climática, la inestabilidad de Gaia se prolongará durante siglos y tal vez milenios.

3 Jorge Altamira – Intervención 

(Fundador del Partido Obrero de Argentina y uno de los dirigentes históricos del Trotskismo Latinoamericano del último siglo. Como explicamos en la introducción de esta sección, Altamira nos hizo llegar su intervención a este debate en el formato que presentamos a continuación, comprometiéndose a enviarnos sus respuestas a las preguntas del cuestionario anterior durante las próximas secciones de esta serie

Cambio climático, Colapso civilizatorio, Ecosocialismo y Marxismo 

(Por Jorge Altamira)

El tema del cambio climático ha venido ocupando la primera plana de la agenda política internacional. El énfasis está puesto en el calentamiento global, relegándose a un segundo plano otros aspectos del mismo como, por ejemplo, el envenenamiento de la agricultura y la alimentación o la depredación de las especies por parte de la industria farmacéutica.

En el campo de la izquierda, la cuestión del clima ha dado paso a la formación de distintas corrientes. Una de ellas señala que la crisis climática ha ingresado a un punto sin retorno, lo cual replantearía la vigencia del ‘paradigma’ marxista que sustenta la lucha de clases y la revolución socialista mundial. La descomposición progresiva del sustrato natural de la sociedad habría terminado por quebrar, por lo tanto, la posibilidad de una sociedad sin clases. Lejos de la premisa socialista de la abundancia y el horizonte comunista de un cese de la lucha por la existencia, la humanidad habría entrado así en un mundo con recursos menguantes como consecuencia de la destrucción del medio ambiente. El socialismo o el marxismo deberían, desde aquí, asumir este cambio radical de las condiciones históricas y postularse para gestionar el “derrumbe civilizatorio”. En otras palabras, nos encontraríamos, con las debidas diferencias, ante un retorno del malthusianismo en la época de la decadencia capitalista. De otro lado, se encuentra una corriente “ecosocialista” que pretende llenar el vacío ecológico que exhibiría el pensamiento marxista y, como ocurre con el “feminismo anticapitalista”, abrir el camino al pluriclasismo y al frente popular. Se trata en este caso de un aporte curioso al marxismo, como si éste no partiera en sus concepciones de la noción de alienación; es decir, del análisis de la separación del ser humano de su propio medio (natural o no) que es consustancial al capitalismo. Cabe recordar aquí, sin embargo, que el comunismo no sólo significa la conquista de una sociedad sin clases, sino que, asimismo, la reconciliación de la sociedad con la naturaleza, incluida la suya propia.

Se advierte así que la cuestión del cambio climático es el pretexto o el argumento para un nuevo tipo de revisionismo, el cual hace siempre aparición, por lo demás, en coyunturas de ruptura de la sociedad capitalista. Estas posiciones enfatizan, por ejemplo, que la cuestión climática no habría sido advertida por la izquierda mundial en sus implicancias catastróficas durante los famosos “treinta años gloriosos” de la posguerra (caracterizados por una expansión sin precedentes de la productividad capitalista), habiendo sido dichas décadas, por el contrario, celebradas por una gran parte de ésta, lo anterior precisamente cuando se desarrollaba como nunca antes la explotación de los recursos fósiles que producen el calentamiento global.

La cuestión del cambio climático no puede ser abordada por fuera del contexto histórico y su correlato –la lucha de clases y la lucha política. Una de las razones de lo anterior es que la destrucción de las fuerzas productivas y el medio ambiente se encuentra en los genes mismos del capitalismo, cuya base es la cosificación de las relaciones sociales y la explotación mercantil de la fuerza de trabajo (y de unas naciones por otras). La barbarie se encuentra, por lo tanto, en la propia genética del capital; desde su fase de ascenso desarrolla su labor creativa mediante la destrucción de la fuerza de trabajo y el medio natural de existencia. La época de su decadencia despliega esa tendencia destructiva de forma potencialmente ilimitada. Se trata de un movimiento histórico contradictorio, mediado por el avance de una lucha de clases de alcances más revolucionarios, guerras e insurrecciones nacionales.

La barbarie y el colapso civilizatorio aparecen como cuestiones concretas antes de las advertencias sobre el cambio climático por parte de la comunidad científica. Las guerras imperialistas (que Lenin caracterizó en su momento como expresiones de “un cambio de época”) pusieron en vigencia el slogan “socialismo o barbarie” e inauguraron los debates sobre la posibilidad de un “derrumbe civilizatorio”. Hoy dichas guerras son presentadas como una amenaza menor a la que representaría el cambio climático, aunque esto solamente por los reveses que sufrió el imperialismo en aquellas: la revolución de octubre, en un caso, la derrota del nazismo y las revoluciones de posguerra, en el otro. Ahora bien, una victoria del nazismo, como resultado alternativo de la última gran guerra imperialista, habría convertido al mundo en un campo de concentración gigantesco, por supuesto que con cámaras de gas incluidas. La naturaleza hubiera sido devastada por el pillaje hitleriano, en paralelo al avance de la esclavización humana. La derrota (relativa) de dicha barbarie fue alcanzada por medio de guerras revolucionarias y revoluciones sociales. Estas guerras y revoluciones siguen siendo hoy las únicas barreras concretas contra la barbarie capitalista.

La amenaza a la civilización que representa la destrucción del clima, o del “equilibrio” o “metabolismo” climático, ha sido precedida y se encuentra todavía acompañada por otra amenaza de alcance apocalíptico: una guerra nuclear. Hiroshima, Chernóbil o Fukushima han tenido un efecto devastador sobre el medio ambiente, esto más allá del crimen de lesa humanidad que significó el lanzamiento de la bomba atómica sobre Japón (o los bombardeos de napalm sobre Vietnam). Una guerra nuclear, observemos al pasar, aceleraría el ‘cambio climático’ en una forma que desafiaría la imaginación de cualquier ‘COLAPSISTA’. El derrumbe civilizatorio acompaña a la decadencia capitalista como la sombra al cuerpo, y no puede ser separada de ella sin caer en operaciones ideológicas. Un ejemplo de este peligro puede verse en el hecho de que, luego de la integración de China y Rusia a la economía mundial, el mundo vive actualmente una espiral de guerras y conflictos, esto sin que nunca haya dejado de estar amenazado por un apocalipsis atómico.

La crítica a la tendencia a la catástrofe climática no puede ignorar las experiencias del llamado ‘socialismo en un sólo país’, por ejemplo, los casos de China o Rusia, los cuales se cobraron, en el contexto de una supuesta “acumulación primitiva”, un precio elevado de vidas. Cabe destacar aquí, igualmente, que las burocracias contrarrevolucionarias de dichos estados no inventaron un modo de producción propio, lo cual solamente habría sido posible gracias a la existencia de un sistema socialista a escala mundial, sino que adaptaron, a su modo, bajo la presión del capitalismo, los métodos más bárbaros de este último. Ulteriormente, el triunfo de la restauración capitalista en dichos países alineó las prácticas productivas de esas sociedades con aquellas que, tal como hemos visto con motivo del desarrollo del modelo capitalista neoliberal, acentúan al máximo la perspectiva de una catástrofe climática. En resumen, la posibilidad del colapso, la barbarie y la catástrofe de la humanidad deben colocarse en el marco de la historia y la política. Fuera de ellas, sólo existe la nada.

El cambio climático y el agotamiento de recursos que lo acompaña son consecuencias del mismo tipo de “metabolismo social” que es consustancial a la acumulación de la riqueza bajo el capitalismo. No se puede proceder a un cambio de rumbo del primero sin la abolición del segundo. Los recursos planetarios menguantes engendran, en primer lugar, nuevas guerras por el control de materias primas tales como el petróleo, el gas natural o el litio. La guerra, armamentismo mediante, es el principal factor de succión de recursos contaminantes y en declive. La voracidad capitalista por dichos recursos altera negativamente (de manera catastrófica) las condiciones de vida de amplias masas como resultado, entre otras cosas, de la contaminación de ríos y otras fuentes de agua, esto cuando no genera la completa privación de estas últimas. Es justamente por esta y otras razones que se han venido desarrollando en todo el mundo inmensos procesos de lucha en favor de una serie de demandas medioambientales tales como la preservación de glaciares, la defensa de las fuentes de agua y por la denuncia de la minería contaminante. La cuestión del cambio climático desata así procesos de luchas de clases que tienen como referencia las condiciones de vida de las masas, esto tal como ocurre en las empresas y lugares de trabajo en las cuales los trabajadores protestan en contra de la insalubridad laboral. Desde aquí, la cuestión del cambio climático desata, en consecuencia, crisis sociales, políticas y revoluciones. Ahora bien, esta enunciación (correcta) no remite a un cierto “Ecosocialismo”, sino que, por el contrario, al marxismo revolucionario ‘tout court’.

La política climática de los gobiernos imperialistas se encuentra asociada indisolublemente a la guerra por un nuevo reparto del mundo y no puede ser entendida como ajena a esa disputa. No se puede discutir una política socialista acerca del clima ignorando las guerras que el conflicto inter-imperialista por el mercado mundial engendra. El autoabastecimiento de petróleo por parte de Estados Unidos, por medio del fracking (o hidrofracturación), no trajo por consecuencia una ‘política de paz’ del imperialismo norteamericano en Medio Oriente, esto por una razón muy simple: nadie entrega recursos que pueden caer en manos rivales. Por otra parte, China, el rival designado por Trump y el partido demócrata, importa petróleo desde Irán. Cabe mencionar aquí que el propio fracking estadounidense se encuentra ya en crisis, siendo esto visible en el hecho de que las principales empresas en este campo se han presentado a concursos de acreedores. Señalar una perspectiva de colapso climático inminente sin relacionarlo con el imperialismo y las guerras; y sin relacionarlo con las guerras revolucionarias y revoluciones que éstas engendran, se convierte así en un mero torneo ideológico para cuestionar la vigencia del programa de la dictadura del proletariado y la revolución proletaria internacional.

El cambio climático no se reduce al calentamiento global, sino que se expresa, además, en otras esferas tales como la depredación de especies naturales y la infiltración química de la agricultura, fenómenos que ya habían sido señalados por Marx, digamos de paso, en 1848 (véanse las notas de Riázanov en la Biografía del Manifiesto). Se trata por lo tanto de una agresión en gran escala en contra del metabolismo de la naturaleza y la alimentación humana y animal, una agresión que ha despertado ya grandes luchas en diversos campos productivos tales como las que han venido enfrentando al capital químico en la agricultura y sus financistas. Recordemos aquí que una de las primeras grandes reivindicaciones de la lucha de clases moderna en contra el capital ha sido históricamente, de hecho, la nacionalización de la tierra, reivindicación que no aparece, sin embargo, en la agenda del ecologismo, esto tal como tampoco aparece la demanda por la nacionalización de la banca y el capital financiero. La crítica ecologista al planteo de expropiar a las empresas contaminantes parte de la idea de que estas expropiaciones estarían intentando, simplemente, dar un uso “socialista” a las mismas, aunque esto sin buscarse un reemplazo del llamado “modelo extractivista” del cual dichas empresas son parte. Ahora bien, tal como parece olvidársele al ecologismo, la expropiación del capital no es un mero acto jurídico, sino que, por el contrario, la premisa de la emancipación de la explotación social y de la reconversión de las fuerzas productivas existentes para ponerlas al servicio de objetivos sociales, esto en oposición a la producción de plusvalía y los intereses mercantiles. Como se ve, no se trata aquí de que los comunistas se transformen en ecologistas sino que, al revés, que el ecologismo se convierta en comunista.

Para algunas corrientes ecologistas, colapsistas o no, las luchas sociales que han venido estallando en diversos países en contra de los tarifazos que afectan a los sectores populares serían vistas, entre otras cosas, como una manifestación de la espantosa falta de conciencia de las masas acerca de un inminente “derrumbe civilizatorio”. Según esto, al parecer, los trabajadores deberían estar dispuestos a financiar de sus bolsillos la reconversión de un sistema energético basado en el uso de los combustibles fósiles a uno que tenga en su base la utilización de energías limpias. No obstante, sabemos que dicho método (los impuestos al petróleo y las bencinas) no sólo es totalmente insuficiente para alcanzar el propósito de una pretendida reconversión energética, sino que tampoco existe la certeza de que ese sea el verdadero propósito de los tarifazos impulsados por los gobiernos neoliberales. Por el contrario, aquellos podrían estar siendo utilizados para reforzar el presupuesto de los estados capitalistas para financiar guerras y otras actividades contaminantes. En otras palabras, algo así como desatar una ofensiva en contra las condiciones de vida de los trabajadores en nombre de la “defensa del clima”, esto tal como pudimos ver en el caso de Macron cuando, al momento de establecer su “impuesto ecológico” a las naftas en Francia, se peleaba en contra de Trump para que Total (la principal empresa privada petrolera francesa) pueda desarrollar actividades de explotación de petróleo en Irán.

El fracaso de los acuerdos climáticos obedecería así, por un lado, a la imposibilidad de financiar una reconversión energética sobre las espaldas de los trabajadores y, por otro lado, a la competencia y la lucha entre las potencias capitalistas por el control de los recursos contaminantes. Una de las razones de lo anterior es que la cuestión climática es internacional por naturaleza y no puede ser abordada por un régimen social caracterizado por los enfrentamientos entre estados y la opresión nacional. La agenda del clima es indisociable, por lo tanto, de las tareas del internacionalismo proletario. La tarea de los socialistas debe ser enfrentar la agresión del capital a los trabajadores y la naturaleza por medio de la lucha de clases, la revolución y la acción revolucionaria internacional. Replantear el lugar histórico del socialismo para gestionar una supuesta “sociedad post colapso”, es asignarle una función de sepulturero. A su vez, sostener la posibilidad de detener o “administrar” el cambio climático mediante el ‘decrecimiento’ es una idea que, en el marco del sistema capitalista, no puede más que estar basada en un hipotético control extendido de la natalidad, un planteamiento ahora en desuso, pero repetidamente defendido por los ideólogos del capitalismo. Cabe tenerse en cuenta aquí que el llamado “techo” del hijo único aplicado por China en décadas anteriores ha concluido no ya en un fracaso, sino que en una deformación poblacional que impulsa, entre otras cosas, a un todavía mayor ‘productivismo’ y pillaje sobre la naturaleza.

El socialismo no consiste simplemente en transformar al estado en propietario colectivo de los medios de producción, una suerte de capitalismo de estado, sino que en emancipar la fuerza de trabajo de su condición de mercancía asalariada. Sin la ruptura de esta atadura, ni el proletariado puede emanciparse del yugo de la explotación ni la naturaleza de la usurpación por parte de una potencia extraña, el capital. Solamente la prevalencia del tiempo libre sobre el tiempo necesario para la supervivencia habilita la posibilidad de una relación histórica-natural armónica del ser humano con su ambiente. El capital se eleva como potencia enajenante no solamente frente a la fuerza del trabajo, sino que ante todo frente al medio social y natural que incesantemente busca absorber. La primera medida de una revolución socialista internacional debe ser, por lo tanto, reducir las horas de trabajo y separar la producción del despilfarro capitalista, lo cual constituiría, en los hechos, una forma de ‘decrecimiento’, aunque socialmente útil. El trabajo libre es así la condición primera de la reconciliación del ser humano con su medio natural.

“El colapso civilizatorio y la extinción humana ya serían imposibles de detener.” “Dinámica de cierre o clausura del horizonte socialista moderno”. “Derrumbe generalizado inminente de las fuerzas productivas”. “Colapso civilizatorio como resultado de procesos irreversibles y ya avanzados”. “Los equilibrios ya no se pueden recomponer”. “El punto de no retorno de la barbarie en desarrollo”. ¡Todos estos espantajos dan por consumada una lucha que tenemos por delante! “Repensar” el socialismo, sobre la base de estas premisas, es apuntarlo para una gestión de dicha barbarie, que no será socialista sino que capitalista. En definitiva, un colapso civilizatorio no constituiría, bajo ningún aspecto, un sinónimo de “derrumbe (o auto-destrucción) del capitalismo”, sino que, en realidad, de una posible metamorfosis de adaptación del mismo a un tipo de barbarie de su propio cuño. La fatalidad de dicho colapso, justificada en cuestiones climáticas, al margen de la lucha de clases que el capitalismo declinante potencia cada vez más, sólo puede ser sostenida como ideología, o sea como un tipo de justificación que empalma en toda la línea con la reacción. Esta tendencia aparece en la izquierda como expresión del escepticismo frente a rebeliones crecientes y procesos revolucionarios que buscan abrirse paso. Es un contra-espejo de los brotes fascistas que genera la ruina de la sociedad capitalista. La integración de la crisis climática a “la crisis de la humanidad”, nos devuelve así a la cuestión, candente, de la crisis de dirección del proletariado. Esta es la verdadera agenda política en la situación histórica presente.

Algunos materiales anteriores destacados

1. El Horizonte de un colapso civilizatorio inminente.

Entrevista de Paul Walder a Miguel Fuentes (I)

Enlace:

http://www.politika.cl/2019/12/14/parte-i-el-horizonte-de-un-colapso-civilizatorio-inminente-conversacion-entre-paul-walder-y-miguel-fuentes/

 

2. La Inevitabilidad de la catástrofe.

Entrevista de Paul Walder a Miguel Fuentes (II)

Enlace:

http://www.politika.cl/2019/12/22/conversacion-con-miguel-fuentes-parte-ii-la-inevitabilidad-de-la-catastrofe-eco-social-planetaria/

Este material fue elaborado durante los meses de enero y febrero del 2020, previamente al estallido de la crisis pandémica mundial. La publicación oficial de este material había sido diferida hasta ahora para privilegiar la elaboración de materiales de discusión actualizados referidos al desarrollo de la crisis sanitaria internacional, una de las primeras materializaciones (en toda regla) del avance de un fenómeno inicial de colapso civilizatorio. Enero-febrero / octubre 2020 Editorial Ruptura Teórica Mexico


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