No. El indigenismo sudamericano empieza a gestarse dentro del conjunto de reacciones con las que las clases dirigentes de los países de lengua española empezaron a procesar el expansionismo de EEUU tras la conquista de Tejas, la invasión de México y la guerra de Cuba.
Emancipación | Communia 16 nov 2020
La primera reacción había sido hispanista y antiyanki. Entre sus teóricos estarían el mismísimo Martí y sobre todo Rodó. Aunque Martí fuera un liberal tardío y Rodó un colorado cercano durante la mayor parte de su carrera a Batlle, esta primera afirmación arraigó sobre todo entre las clases latifundistas rurales, clericales y temerosas de la vida urbana, el proletariado e incluso la democracia. Son la América del Facundo, la que se veía reflejada en Porfirio Díaz y que llenará el modernismo de elegías al león español y la sangre hispánica. De ese movimiento continental anti estadounidense surgió, por cierto, el 12 de octubre como celebración internacional.
En ese marco, oligárquico y rancio, aparecerán ya las primeras reconsideraciones románticas del indígena. No es casualidad que el Tabaré de Zorrilla San Martín fuera musicado por el maestro Bretón, el padre de la opera española, la zarzuela. Tampoco lo es que el primer indigenismo de Mariátegui se exprese en su entusiasta crítica de otra zarzuela, El Cóndor pasa, en la que ve por primera vez reflejado el espíritu incaico en la expresión artística de la identidad nacional peruana.
La ruptura de Mariátegui con el nacionalismo de la oligarquía tampoco es un hecho aislado. Se produce inmediatamente después de la revuelta de Rumi Maqui (Teodoro Fernández Cuevas), un joven oficial liberal capitalino que enviado por el ejército a investigar una matanza de indígenas acaba organizado y liderando una revuelta campesina para reinstaurar un Tahuantinsuyo mitificado.
Lo que estaba pasando en los años inmediatamente anteriores a la primera Gran Guerra imperialista, y que la historia de Fernández Cuevas y las teorías de Mariátegui reflejan, es que una parte de la burguesía y la pequeña burguesía nacionalista empezaba a darse cuenta de que las clases latifundistas agrarias de todos los países sudamericanos, países semicoloniales, eran el principal escollo a la implantación del estado nacional en el territorio. El estado acababa en la hacienda. Por eso ven al hacendado como la principal traba al desarrollo de un capitalismo nacional y Mariátegui lo pintará como feudal.
Por otro lado encuentran la Revolución Mexicana como referencia política del momento, o lo que es lo mismo: la centralidad de la reforma agraria y del campesinado -al que en la distancia entienden indígena– como base de un movimiento nacional modernizador. Y a mano encuentran la pulsión del mito del Tahuantinsuyo en que nunca se pasaba hambre como elemento movilizador del propio campesinado serrano.
Todos los que habían visto en la Revolución Mexicana un modelo lo encuentran replicado en en la revolución campesina dentro de la Revolución rusa.
Mariátegui no fue menos. En realidad esa es la dimensión de la Revolución rusa que más le interesa. Su indigenismo solo tiene sentido en el marco del objetivo de su revolución agraria antiimperialista. Un marco que ya criticaba la Izquierda Comunista Argentina en 1935 como un frente popular disfrazado de alianza con una inexistente burguesía revolucionaria y antiimperialista.
Resumiendo: las primeras expresiones indigenistas sudamericanas no nacen de la experiencia de los movimientos campesinos andinos y menos aún en su seno. Muy por el contrario, son el resultado de una parte de la pequeña burguesía intelectual que está descubriendo en el capitalismo de estado la vía para la modernización y en la oligarquía latifundista el enemigo. Un enemigo sobre el que desearían echar, en una revolución interclasista, antiimperialista, por un lado a la movilización campesina; y por otro a las clases urbanas vinculadas al mercado local y el estado.
Por eso no será el PCP de Mariátegui, sino el fascismo semicolonial del MNR quien haga realidad la creación de un sujeto político indígena por primera vez en los prolegómenos de la Revolución Nacional boliviana. Ver aquí
El indigenismo no podía ser, y nunca fue, un movimiento de las comunidades indígenas tradicionales que, para empezar, no se identificaban como indígenas en general, sino cada una por sí misma y desde la perspectiva de sus instituciones.
El indigenismo solo podía materializarse en un movimiento social real sobre la descomposición de la comunidad indígena que propiciara el nacimiento de una pequeña burguesía urbana de origen quechua y aymara con vocación de encuadrar al campesinado nacido de la reforma agraria y dirigir en su provecho el inevitable proceso de destrucción de la economía tradicional andina.
Aunque al principio muy marginalmente, esto fue lo que pasó en los 60 y principios de los 70 en Bolivia y Perú. Las reformas del MNR en Bolivia y de la dictadura de Velasco en Perú formaron una primera -y todavía minúscula- generación de universitarios indígenas que casi automáticamente produjo su primera expresión ideológica: el indismo o katarismo.
A finales de los 70 los kataristas copaban ya la dirección de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia, el sindicato de los pequeños propietarios agrarios creado por el MNR, y procedían a reinterpretar los temas de la Revolución Nacional desde la perspectiva de la pequeña burguesía rural nacida de la reforma agraria, armándola con una identidad, derechos y mitos supuestamente indígenas. Entre los dirigentes de aquella hora el más característico sería Víctor Hugo Cárdenas.
¿Qué catapultó estos movimientos fundamentalmente campesinos hacia el primer plano político y la hegemonía cultural? Fundamentalmente el giro de partidos como el MNR hacia el neoliberalismo colonial en los 80 y 90.
Ese giro suponía la renuncia por desespero al modelo nacionalista original de Perón, el APRA o el MNR, versión clásica de la economía semicolonial: el estado transfiriendo rentas del sector exportador a la industria para sostener un mercado interior, una burguesía industrial subvencionada y una pequeña burguesía agraria. Se trataba de sustituir el esfuerzo en ese mercado interior dependiente y frágil por industrias exportadoras aprovechando la ola de apertura comercial que EEUU comenzó a impulsar ya en los 80.
El impacto debía romper necesariamente en dos a la pequeña burguesía. La todavía frágil pequeña burguesía urbana indígena abrazó la nueva era. El mismo Víctor Hugo Cárdenas se convirtió en vicepresidente de Gonzalo Sánchez de Lozada (MNR) entre 1993 y 1997.
Pero para la pequeña burguesía agraria, la situación era radicalmente distinta. El indismo se convierte en katarismo y el perfil de los líderes cambia. Emerge como gran figura de un verdadero nacionalismo aymara Felipe Quispe. Quispe fundó el Movimiento Revolucionario Tupaj Katari y su guerrilla, el Ejército Guerrillero Tupac Katari en los ochenta, en el que se formó como dirigente el luego fundador y vicepresidente del MAS Álvaro García Linera.
Linera es el primer intelectual capitalino que se incorpora a un movimiento indigenista real en vez de intentar crearlo. Años después, en 2000, su relación con el movimiento cocalero y su dirigente Evo Morales le llevarán a convertirse en el ideólogo del MAS. Su trabajo fue clave para que el MAS superara electoral y socialmente a Quispe y se convirtiera en el punto de convergencia de la oposición al modelo neoliberal semicolonial adoptado por el MNR y el MIR. Morales le recompensó ofreciéndole la vicepresidencia.
Resumiendo: lo que da pie a que el indigenismo pase de ser un discurso a ser un movimiento político real es la aparición, gracias a la reforma agraria y lo que le acompaña -acceso a la universidad de un ínfimo grupo de hijos de la pequeña burguesía comercial indígena-, de una pequeña burguesía quechua y aymara interesada en articular políticamente el mundo indígena que se descomponía. Pequeña burguesía que se dotará de un discurso político y a la que el fracaso de los modelos de los 80 y 90 dará oportunidades de acceso al poder.
En este sentido es especialmente importante subrayar que el indigenismo, al que, como a toda variante del nacionalismo, le encanta vestirse con antigüedades, se trata de un fenómeno nuevo y tan reciente como los años 80. Si Rumi Maqui, Mariátegui y el MNR habían promovido un discurso indigenista para ganar al quechua y al aymara era para poder hacer la reforma agraria; lo que hoy llamamos indigenismo será el producto de la reforma agraria de los 50 en Bolivia y la del 69 en Perú.
Y por eso es mucho más potente en Bolivia que en Perú, donde el reparto de tierras tuvo un alcance y profundidad mucho menor.