17.NOV.20 | PostaPorteña 2164

LA VENGANZA DE JUAN PLANCHARD (VI)

Por Jonathan Jacubowicz

 

MI SUEÑO CON IRENE SÁEZ


Todo está bien. No hay angustia. No hay nada de qué preocuparse, nada de qué arrepentirse, nada qué temer.
Es un sueño tan real.
Mi papá está allí, su brazo sobre mis hombros dándome protección, libre de dudas y decepciones. Estamos en casa, viendo el último juego de la serie mundial por ESPN. Batea José Altuve, un venezolano más pequeño que Nacho, el de Chino y Nacho. Mi mamá prepara un pan de jamón de hojaldre y yo me bebo una polar.

—Yo te dije que la preñaras –dice mi papá con orgullo y me da un abrazo.
En la tele, los comentaristas gringos dicen que, por décimo año consecutivo, Venezuela es el país con mayor crecimiento de las Américas; y presentan a Irene Sáez.
En la TV se ve cómo Irene sale del dugout (cueva), con una banda Presidencial que dice Miss Monagas. Sonríe y saluda. Ha envejecido un poco pero todavía está buena. El generador de caracteres la anuncia como Presidente de Venezuela.

Me pongo de pie y camino hacia la ventana. Miro hacia afuera y observo el bulevar de El Cafetal. La vaina está irreconocible:
Edificios ultra modernos han reemplazado a los viejos y se extienden por kilómetros. La avenida principal tiene aceras enormes en las que hordas de turistas se pasean junto a tiendas de diseñador: Hay una Louis Vuitton y una Gucci, una Versace con la cara de Edgar Ramírez, una Carolina Herrera con una gigantografía de Patricia Zavala abrazada en pose lésbica con Eglantina Zing. Hay una sala Imax en la que pasan la sexta parte de Secuestro Express, en 3D, y en frente está El Mundo del Pollo con una valla que anuncia que la franquicia ya tiene presencia en treinta países.

Todos los postes tienen luces de navidad, como las que ponía Irene en la Plaza Altamira. En una tarima toca Steve Aioki con los Amigos Invisibles, en la otra Beyonce con el Budú.

Escucho a mi papá gritar porque Altuve se ponchó, y me volteo a verlo. Me acerco y me siento a su lado. Sobre la mesa hay un periódico. Todos los titulares están
relacionados con la reducción de la pobreza y hablan de un milagro económico. Por más que busco, no encuentro noticias malas. Incluso en las páginas de farándula se menciona que Winston salió del closet y que Roque se suicidó.
En eso se abre la puerta y entran Scarlet y Joanne, vestidas con el uniforme del Colegio Británico de Caracas…

Mi felicidad es completa y parece indestructible… Hasta que siento un coñazo y me despierto.


NOTA DEL COMPILADOR

Lo que sigue es la traducción de los mensajes privados intercambiados, vía Twitter, entre la señorita Scarlet y su amiga Zoe.

@ScarletT45

Me acaba de preguntar por él.
@Zoe23
Quién?
@ScarletT45
Joanne
@Zoe23
Qué te dijo?
@ScarletT45
Que cómo era su papá, que le hubiese gustado conocerlo.
@Zoe23
Heavy
@ScarletT45 

Y si la llevo a verlo?

@Zoe23

Vas a llevar a una niña a una cárcel?

@ScarletT45
Ella merece conocer a su papá.

@Zoe23

Piensa bien lo que haces. A lo mejor le inventas un cuento y la enrollas menos. 


EL URANIO Y EL BITCOIN


Estaba en una habitación vacía, con una pared de espejo al frente. Ni idea de cuánto tiempo había pasado dormido. De hecho, no tenía claro si el coñazo que me despertó fue real o imaginario. Estaba esposado, de manos y pies, a una silla de hierro, y frente a mí había varios instrumentos de metal que podían ser para operar o para torturar. La verdad no sabía qué prefería, que me torturaran o que me quitaran un riñón.

Pero lo más fuerte era el espejo. No hay nada más duro que despertar dopado frente a un espejo. Tu mente juzga tu cuerpo, tu cuerpo culpa a tu mente. Eres un idiota Juan Planchard. Te agarraron y te amarraron, y de esta no sales sin un dedo menos.

Después de un par de minutos de silencio absoluto, se abrió una puerta, pero nadie entró. Pasaron otro par de minutos en los que grité, para ver si alguien me escuchaba, pero nada.
Finalmente escuché unos pasos. Y entró…
La Goldigger.
Muy arrecha.
Nunca la había visto tan arrecha.
Estaba vestida en un traje azul marino, por primera vez me pareció que tenía pinta de agente de la CIA. Agarró una silla y se sentó frente a mí.

—¿A ti qué te pasa? –preguntó con firmeza y con rostro de odio.
Yo miré abajo, avergonzado.
—¿Tú crees que esta vaina es un juego, marico? – prosiguió.

Era muy fuerte escuchar ese lenguaje callejero caraqueño, con acento gringo, en una situación tan complicada como esta.

—¿No tienes ni una semana suelto y ya la cagas así? ¿Qué estás, quesúo? ¿O estás obsesionado con la prostituta esa? ¿O te gustó la cárcel y quieres podrirte ahí para siempre? 

Yo permanecía en silencio. De pana, ella tenía razón. No sé por qué me dio por ahí. Me había lucido montándomele a la rusa, y a su socio, en cuestión de días, y todo lo había tirado a la basura. Por amor, sí, pero coño…

—No vas a decir nada, por lo que veo.
—Perdón, Vera…
—¿Perdón? ¿A mí? Tú eres el que vas a ir preso, guevón. A mí me dará vergüenza un par de días, pero el que se jodió fuiste tú.

La miré implorando. Se me aguaron los ojos. Tenía un bajón enorme por la anestesia y el ratón del sativa.
—Lo que falta es que llores, maricón –dijo indignada, moviendo la cabeza negativamente.

—Tengo información –repliqué– que puede serles útil.
—Canta brother, canta firme y sabroso como Maluma, que en este momento es lo único que te puede salvar.

—Conocí a Saab, el socio de la rusa.
La Goldigger me miró con seriedad, interesada:
—Ahá…
—Y cuando estábamos hablando –añadí– entre una vaina y la otra preguntó si yo era el que les iba a ayudar a tapar el uranio con el cemento.

Le cambió la cara:
—¿Uranio? ¿Estás seguro de que dijo uranio?
—Segurísimo.
Se agarró la cara como quien se acaricia la barba. Se volteó y miro hacia atrás, hacia el espejo, y en el reflejo le vi una expresión que mezclaba alarma con triunfo.

Luego volteó a verme:
—¿Qué más te dijo?
—Le quiere echar bola. Quedamos en hacer el negocio.
—¿Por cuánto? 

—Por diez –dije, restándole mi parte –, en bitcoins.

Le llamó la atención la moneda.
—Interesante –dijo.
—Pero si se enteran de que me desaparecí de París se van a poner paranoicos. Mi plan era volver al mediodía. Ni idea de qué hora es.

La Goldigger me miró con severidad, su expresión oscilando entre la furia, por mi falta de profesionalismo, y la emoción, por lo que había encontrado gracias a mi
profesionalismo.

—Dame un minuto –dijo y salió de la habitación.

Otra vez me encontré solo, frente al espejo, pero ahora el espejo me trataba mejor. A lo mejor me había convertido en un hombre necesario para la CIA y eso era una oportunidad enorme.
Pero pasaron varios minutos y no entró nadie. Me dio angustia la vaina, no sólo porque me daba culillo que no quisieran correr el riesgo conmigo, sino porque de verdad, si la
vaina era proceder, tenía que volver a París de inmediato.

—Hay que darle chola –dije en voz alta, asumiendo que del otro lado me escuchaban.

Después de un rato, entró la Goldigger.
—Te pusimos en el vuelo de las dos de la tarde para París
–dijo y yo asentí complacido–, pero te lo juro, Planchard, te le vuelves a acercar a esa jeva, o la vuelves a cagar de otra manera tan estúpida, y yo misma te voy a armar el archivo de vínculos con el terrorismo internacional para que te trasladen a
Guantánamo y te pudras allí para siempre.

—No te preocupes…
—Nosotros te abriremos la cuenta en bitcoins. De los diez, te quedas con medio palo para gastos operativos y el resto nos lo das.

Mírala a ella, pensé, y traté de no sonreír. Pero se me notó.

—Ríete y te mato, pajúo –me dijo y solté una carcajada. 

—¿Qué coño es bitcoins? –pregunté.
—Es una criptomoneda que se está utilizando para lavar dinero.
—¿Quién la vende?
—La compras en internet. Es un peo. Pero lo que te interesa es que en Venezuela esta semana se movieron sesenta millones de dólares en bitcoin.
—Tas loca.
—La cifra suena imposible, pero no si la compras a dólar preferencial. En total les cuesta seiscientos millones de bolívares, que en valor real son un pelo más de seis mil
dólares.
—Naaaaaahhhh… ¿Tú me estás diciendo que el gobierno pagó seis mil dólares y recibió sesenta millones en una moneda digital?

—Así mismo. Y en una moneda que se puede cambiar a dólares o a cualquier otra denominación. Encima el bitcoin casi duplicó su valor esta semana. Es CADIVI 2.0. Pero en vez de tener que buscar un punto de tarjeta para gastar tu cupo, lo que necesitas es que te habiliten dólares preferenciales para comprar bitcoin. Por cada dólar que te den, te ganas diez mil.
Puede ser la operación de lavado más grande y efectiva de la historia universal.
Se me salió la baba. ¡Qué locura, man! Todo el mundo pensando que los revolucionarios son idiotas y los tipos son los gangsters más arrechos del planeta.

—Cuadra el guiso, Juancito. Si trackeas el uranio y las direcciones de bitcoin de la revolución, el propio Trump te va a mamar el guevo.
—Que me lo mame Ivanka.
—Los dos juntos si quieres. Arranca es lo que es.

Me vendaron los ojos y me sacaron en un carro. Nunca supe dónde estuve, pero en menos de media hora me quitaron la venda y vi que entrábamos al aeropuerto de Ámsterdam. 

No era difícil entender cómo había hecho la CIA para ubicarme y capturarme. Pero… ¿Cómo coño había llegado la Goldigger tan chola a la ciudad en la que yo estaba? ¿Era posible que me estuviese siguiendo tan de cerca? ¿Tanto le importaba mi misión, como para justificar ese esfuerzo? 

LA RUSA EN DAMASCO


Cuando aterricé en París ya tenía un texto de Natasha: ¨Dónde andas?¨

Lo había enviado hace como quince minutos, cuando yo todavía estaba en el aire. Sin duda estaría paranoiqueando y eso me puso a paranoiquear.

Pensé mi vaina, estaba como a tres cuartos de hora del hotel. Le tenía que decir que estaba medio lejos. Le respondí por texto: ¨Visitando a una amiga, por Père–Lachaise.¨

Pasaron unos segundos, y me llamó por teléfono.
—¿Y de qué se murió? –preguntó, y yo me cagué en los pantalones.
—¿Cómo?
—Tú amiga…
—No… No entiendo –dije tratando de interpretar el tamaño de la amenaza.
—¿Père–Lachaise no es un cementerio?
—Ah…. Sí… No… Bueno… es el nombre de una urbanización, en la que queda el cementerio.
Soltó una carcajada.
—¡Yo pensaba que estabas visitando a una difunta!
Respiré aliviado y fingí reírme.
—No, no, para nada. Está vivita y culeando.
—Me alegro. Dime una vaina, ¿a los tipos de la cementera brasileña no les interesaría venderla?

Upa. Eso sonaba a mantequilla.
—Todo es negociable, sería cuestión de hacerles una propuesta –dije tratando de sonar relajado.

—Mira, yo voy saliendo a Damasco y para allá es mejor que no vayas.
—Ok…
—Pero regreso mañana a buscar a Saab para irnos a Moscú. Y él me dijo que te invite, si estás abierto a la venta, así lo vamos hablando.

—Chévere, a Moscú nunca he ido, y la verdad es que, como a esos portu se les cayó Odebrecht, deben estar locos por salir de todo el inventario.

—Listo, prepárate porque una vaina es Moscú y otra Moscú conmigo.
—Supongo –dije y se me paró el pipí.
—Quedamos Q A P.
—Pendiente y ritmo.

Colgué, respiré aliviado y emocionado. Si bien el Saab me daba culillo, me estaba acercando al corazón de todos los guisos revolucionarios.
Agarré un taxi y regresé al hotel. Saqué los dólares de la caja fuerte, los metí de regreso en el maletín y me fui a la sede de Ternes Monceau del banco BNP Paribas. Ni de vaina iba a meter mis reales en las cuentas que me había abierto la CIA.
Por más que sea, uno no puede ser guevón. Si este operativo salía bien, me iba a dejar unos meloncitos y yo no iba a permitir que me los quitaran.

Abrir una cuenta en Francia es un rolo de peo y estuve como dos horas en el banco. Pero finalmente lo logré.
Deposité setenta mil euros para operar y el resto lo mantuve conmigo en cash, en dólares. Además, me compré un celular para que los gringos no escucharan mis conversaciones.
Me senté en un restaurante a comer un entrecote con papas fritas, y a estudiar en internet qué coño era bitcoin. Parecía una moneda ideal para mover divisas, sin pasar por los controles de la banca. No era fácil comprender por qué era legal, supongo que porque era imposible de prohibir. Y eso es un sueño para las economías paralelas. Comerciar petróleo o cocaína, por más que sea, requiere de esfuerzo y organización.

Las criptomonedas son un guiso puramente financiero, sin productos, y eso es ideal para una revolución que nunca ha sido capaz de producir nada.

Me metí a chequear las demás noticias del país. Seguían metiendo presos a los tipos que el Comandante había puesto en PDVSA. Desde Ministros de Petróleo hasta ex–Presidentes de la petrolera, era una especie de purga dentro de la revolución, como si Maduro quisiese quitar a toda la vieja guardia. Encima había rumores de que el propio Rafael Ramírez, el mano derecha del Comandante en materia petrolera que ahora hacía de Embajador ante la ONU, había llegado a un acuerdo con el FBI y estaba colaborando.
Sonó mi celular, el de la CIA. Era la Goldigger.
—¿Tú hablaste con ella? –preguntó.
—¿Con quién?
—Ay Juan…
—¿Qué te pasa?
—Tú hablaste con la puta esa en Ámsterdam.
—De bolas que no.
—No te creo…
—Pues créele a los tombos que pusiste a seguirme…
—Agárrate entonces…
—¿Por qué?
Hizo un silencio.
—¡Dime, coño! –grité.
—La jeva llamó a la cárcel… Está pidiendo visita conyugal.

Maaaaaaaarico…. Así es la vaina… Sintió mi presencia y no para de pensar en mí. Hay futuro. Visita conyugal. Qué bella. Mi cónyuge.

—¿Estás ahí? –preguntó ante mi largo silencio.

—Aquí estoy, pero me dejaste loco.

—La puta nunca ha pedido visita en seis años. Acabas de ir a verla y la pide. ¿Tú crees que yo soy güevona?
—No sé qué decirte. Hay una conexión muy arrecha entre nosotros…
—No te emociones, Juancito. Parece que se casa en dos semanas.

Se me aguó el guarapo, pero no tanto. Si me quería ver era por algo.
—A lo mejor por eso quiere verme…
—¿Para echarte un polvo de despedida?
—Mínimo…
Se rió la muy rata.
—Tienes que estar en cinco días en San Quentin –dijo.
—Bueno, mañana voy a Moscú…
—¿Con Saab?
—El mismo…
—Qué maravilla. Puedo pedir que le digan que estás enfermo y que venga en una semana…
—No, no, yo me llego a San Quentin.
—De pana sigues encucado, qué horror.

Colgó, y yo me quedé con la duda de si me estaba vacilando o era en serio. A lo mejor era una carnada para volver a meterme preso, o para que confesara que hablé con
ella. Cualquier juego mental era posible. Pero no, yo sentía en lo más profundo de mí ser que era cierto: Scarlet quería verme.
Volvía a mis brazos porque no era feliz, a pesar de que estaba por casarse. Qué bonito, mi pana. Conseguir tu alma gemela, que te estafe pero que después regrese. Nada más pensarlo me daban ganas de llorar. Yo soy un tipo bueno. Yo no he jodido a
nadie. A lo mejor me raspé alguno que otro malandro que no merecía morir, pero hasta ahí, mis demás pecados eran guisos bolivarianos que no dañaron a nadie, sólo a quienes votaron por Hugo para que sigamos guisando.

Al día siguiente salí para Moscú. 
 (continua 88)


Comunicate