25.NOV.20 | PostaPorteña 2166

EL MAL Y SUS BORDES

Por Karina Mariani

 

The New Yorker envió en 1961 a Hannah Arendt a Jerusalén para cubrir el juicio contra el jerarca nazi Otto Adolf Eichmann. Sus conclusiones se imprimieron en un trabajo que se llamó “Eichmann en Jerusalén: informe sobre la banalidad del mal”. Allí, Arendt intentó explicar el mal como el fruto de unas circunstancias y una época concreta y desató el escándalo y la ofensa. ¿Por qué?

POR KARINA MARIANI La Prensa 22/11/20 Bs As

No estamos hechos para lo inexplicable. Las personas consumimos sentido y es por eso que necesitamos explicar nuestra existencia, justificarla y proporcionarle ese sentido. Lo que que no tiene sentido nos empuja al vacío y eso se siente en la panza porque no se puede metabolizar. Un padre cargando a upa a su hijita enferma durante 5 kilómetros ante la impavidez sádica de quienes se regodearon en su poder no tiene sentido. Pero tiene causas.

Es casi imposible tener una idea coherente de lo que está ocurriendo en Argentina. Es inexplicable. El país que cada dos minutos se fabrica un derecho de tercera o cuarta generación no garantiza los derechos humanos de los niños. Se inventan derechos para los loros exhibidos en una vidriera pero no se puede garantizar que una niña reciba tratamiento médico, que los niños reciban educación si no se le canta a los sindicatos o que un hombre pueda ir a trabajar sin aparecer, por ello, muerto en una zanja.

Para que algo así ocurra, la vida, la libertad y la dignidad no deben gozar de mucho prestigio. Para que el papá de Abigail fuera llevado a un nivel de desesperación tan enorme que tuviera que cargarla a upa al sol durante kilómetros. Para que ni el cáncer, ni el llanto de una niña, ni los insectos en cruel cortejo de la marcha de ese hombre conmovieran a esos policías, algo imposiblemente cenizo tiene que estar pasando en esta sociedad. 

Demasiados casos

¿Y por qué hablar de sociedad y no simplemente de los policías que protagonizaron la tortura? Porque esto ya pasó con demasiados casos y fue como si nada. 

Luis Espinoza fue desaparecido y asesinado con un disparo en el pecho en Tucumán, su delito: querer trabajar. No pasó nada, la cuarentena siguió, Luis no.

En San Luis, Magalí Morales fue detenida acusada de violar la cuarentena. Dos días después apareció ahorcada en la comisaría donde había sido alojada a causa de tan terrible delito. También en San Luis, Martín Garay que padecía un cáncer terminal murió en soledad porque sus hijas Antonela y Victoria no pudieron ingresar a la provincia a pesar de haberlo solicitado en 10 ocasiones. No pasó nada, ni una mancha a ese gobierno. 

Igual destino corrió Solange Musse que padeciendo un cáncer terminal, murió sin que su padre pudiera acompañarla. Las autoridades de la provincia de Córdoba se ensañaron con ella por restricciones destinadas a proteger ¿la vida? Idéntica malignidad asesinó a Mauro Ledesma, un cordobés de 23 años, que había intentado sin éxito durante varios meses que las autoridades de Formosa le otorgaran un permiso para visitar a su hija de dos años, desesperado tomó la decisión de entrar a la provincia cruzando a nado el Río Bermejo y murió ahogado. Nada perturbó a los gobiernos de Córdoba o Formosa.

Facundo Astudillo Castro fue retenido por la Policía de la Provincia de Buenos Aires por violación de cuarentena y su última foto lo muestra detenido frente al patrullero nro. 23360. El informe de su autopsia determinó que la muerte se produjo por asfixia por sumersión violenta y no natural. Nada, las cuarentenas se sucedieron sin que el gobernador modificara nada.

Para que esta escala de malignidad sea tan impune el caldo tiene que tener años. En Santiago del Estero lleva gobernando un matrimonio por 5 períodos.   Gerardo Zamora largó este monopolio en 2005 y se fue alternando con su esposa hasta la fecha. Ella, su esposa, Claudia Alejandra Ledesma Abdala de Zamora hoy es la presidente provisional del Senado. Sí, en el podio de la línea de sucesión, no lejos de ser Presidente de Argentina. El paralelo entre la calidad democrática de Santiago del Estero y el país es urgente.

Los autoritarios de siempre

Nos rodea el mal. Los nuevos horrores son autoría de los autoritarios de siempre, sólo cambia el relato. Comparten el odio a la libertad que les recuerda que no son los dueños de las provincias ni de sus habitantes.

 ¿Qué mejor que una enfermedad para dar rienda suelta a su tiranía y aplicarla con celo denodado hasta que los díscolos entiendan quién manda? El relato sagrado del cuidado de la salud ilumina sus decisiones con la inestimable ayuda de los medios y de unas fuerzas de seguridad que se transformaron en su propia caricatura.

 Los autoritarios de siempre se juntan en asaditos y se pasean por el país a sus anchas, mientras violan sistemáticamente el derecho de los encerrados. Lo que está pasando es que las formas de autoritarismo se envuelven en diversas volutas de la vida cívica y ahora desandarlas hará que muchos se sientan traicionados.

Hay un par de razones para esto: La primera es la prostitución de la información.

El Covid nos agarró con una estructura de medios masivos totalmente devastados en lo que se refiere a calidad. Lo que estuvo y está en las pantallas es una parodia de periodismo, bruto, atolondrado, ágrafo, frívolo e ideologizado. Estas cualidades no son nuevas en la tele o en la radio: lo que es novedoso es que se hayan dado todas juntas.

 Al público masivo se lo rodeó 24 x 7 de una masa de especulaciones, teorías y contrateorias negándole información rigurosa con respecto al virus y las consecuencias del encierro.

Algo que quedará en los anales del rastrerismo es el contador de muertos y contagios que los medios han colocado en sus cabeceras y que obra desde que comenzó esta locura. No lo hicieron con otras enfermedades para mostrar el paralelismo con las cifras de la gripe en otros años, no. Porque el objetivo fue dar miedo. Convirtieron sus primeras planas en muertódromos repugnantes que aún perduran. Pánico logrado.

Almas rotas

Una segunda cuestión no es económica pero tiene que ver con la economía. El quebranto rompió el alma de las personas. Encierro, miedo y miseria doblegaron y domesticaron a las personas temerosas de su propio contacto, avergonzadas de su propia emoción. Con este panorama nadie se atrevió a discutir las formas de combatir la enfermedad aun cuando todo ha variado de forma sustancial y no se sabe con certeza cuál es la más correcta. Desconcierto logrado.

Aquí sumamos a las dificultades comunes a todo el planeta, el ruido ensordecedor de una militancia política que abrazó a la cuarentena como quien abraza un sueño profético. Mucho más intensa de lo habitual.

Ante la evidente incapacidad del gobierno la politización fue el alivio que tapó la impotencia y la responsabilidad, el auxilio de los suyos disfrazó la incompetencia con frivolidad ideológica.

El Gobierno ha ido dando palos de ciego, nos ha sometido a un confinamiento insensato salvo por el efecto liberador de su autoritarismo y discrecionalidad. 

A partir de ahí, la política económica, social y sanitaria ha sido demencial. El resultado de esta apuesta tan irresponsable es que se desató el cuentapropismo tiránico. Esto no es del todo malo para un gobierno central que va a tratar por todos los medios de que su responsabilidad se diluya. Ahí entran en danza atribuciones de responsabilidad a los chivos expiatorios habituales, acá la policía. 

Para quienes están poseídos por una evidencia prefabricada gracias al accionar machacón de los medios y la campaña estatal nacional y de (absolutamente) todos los gobiernos provinciales, es muy duro ver la realidad.

Los virus respiratorios que han pasado sin pena ni gloria en los años anteriores generaron que haya más de 30.000 muertos registrados y nadie se encerró por ellos durante 8 meses, sin servicios de salud, de justicia ni educación. Causas de muerte mucho más importantes que el Covid-19 no impusieron fronteras internas. Virus mil veces peores para los niños jamás los dejaron sin clases. Y sobre todo no ha existido ninguna enfermedad que sirva para justificar aberraciones tan cotidianas y repetidas como el caso Abigail.

¿Personas normales?

De las conclusiones de Hannah Arendt la que más ampollas levantó es que mostró a Eichmann como un hombre normal, un funcionario que declaraba cumplir con sus órdenes. Un tipo no particularmente malvado, un hombre gris producto de su tiempo, del régimen que le tocó vivir. Arendt hizo un esfuerzo para encarar su análisis desde una posición racional, hablando de la banalización del mal. Definía así a individuos que podrían pasar inadvertidos en el entramado social y a la vez podían hacer el mal, cometer crímenes y hacer daño a otros. Personas normalescompletamente comunes capaces de cometer hechos brutales. De lo que hablaba Arendt  era del abandono a la corriente, del rechazo a las decisiones personales, de la renuncia al juicio propio.

Es difícil saber si cada país tiene el gobierno que merece, pero hay algo seguro: Abigail tiene 12 años y no se merece el nuestro.

Definitivamente no lo merecen los millones de niños que perdieron un año de educación, de afecto y de libertad sin ningún sentido y sin que haya servido esa tortura para nada más que para que sobre ellos se ejerza impunemente el mal. Menos de una semana de clase tuvieron cuando los encerramos y terminamos el año con las escuelas cerradas. Sólo la cobardía puede justificar que no saltemos a la yugular de los que dicen que las clases están funcionando por Zoom.

Un año para darle anabólicos a la ya pronunciada deserción, a la decadencia educativa y al poder de los sindicatos cuya única función es cobrar por adoctrinar. Una enorme cantidad de adolescentes no volverá a clases porque la política sindical decidió que el virus se controla cerrando escuelas. Bueno, el virus no se controló pero el derecho de los niños fue vulnerado como nunca antes.

Los ni ni serán mayoría. 

Indiferencia generalizada

Somos tan cenizos como quien nos conduce. Esta impasividad ante el mal provoca que, por miedo o impotencia caigamos en la indiferencia. Nos quitaron el espacio para el duelo y tampoco pasó nada. Antes de que podamos digerir una horrible noticia, ya viene otra y no tenemos tiempo para el recuerdo. ¿Cuántos casos Solange, Abigaíl o Facundo ya pasaron sin que reclamemos nada? Si la vida no necesita tener un sentido, el desencadenamiento de las fuerzas del mal será una pavada.

"No tenés corazón, hermano" suplican los padres de Abigail a la policía para que los deje cruzar. ¿Se convirtió ese policía en el señor alemán, tan normal y serio que fue el mayor criminal de su tiempo? Reformulamos la pregunta: ¿Si se diera la circunstancia, si se lo pidieran los señores feudales, si la sociedad lo permitiera: se convertiría?

Claro que no vivimos en este justo momento el terror nazi pero el mal nos rodea de una forma pasmosa. Cada uno de nosotros sufrió una o más de esas amenazas, esos abusos y todo constituye la atmósfera de una realidad cotidiana que barrunta el mal suspendido sobre nuestras cabezas. Si no vivimos en el mal, estamos en sus bordes.


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