EL PARTIDO BA´ATH
Nos montamos en el Gulfstream G650 de Saab, una especie de nave espacial empujada por dos motores Rolls Royce, que debe costar al menos setenta palos. La tripulación del avión eran dos top models rusas; hasta la piloto era mujer y estaba buena. De resto sólo estábamos Natasha, Saab y yo.
— ¿Sabes lo que es un Zapoi? –me preguntó Saab.
—No, la verdad –contesté con timidez.
—En Rusia les gusta beber vodka por varios días seguidos, sin dormir y sin parar. Después del primer día se van las malas sensaciones de la resaca y uno entra en una especie de piloto automático elevado, muy superior al de cualquier droga conocida. A ese proceso le llaman Zapoi. Seguidamente sacó una botella de vodka Iordanov, con una calavera de cristales de Swarovski incrustados, y sirvió tres vasos. Hasta donde yo sabía los musulmanes no bebían alcohol, y este man no paraba de beber, por lo cual asumí que era cristiano.
— ¿Hay muchos cristianos en Siria? –pregunté.
Me miró un poco molesto, hizo un silencio amargo en el que pensé que me lanzaría por la ventana del avión.
Finalmente respondió con sequedad:
—Soy musulmán pero soy comunista.
Natasha me volteó los ojos. Yo solito me había puesto en salsa por imprudente, sin ninguna necesidad. Pero pensé que lo peor que podía hacer era retroceder, así que decidí seguir con el atrevimiento:
— ¿Y eso no es una contradicción?
Me observó con curiosidad, gratamente sorprendido por mi desfachatez. Se tomó medio vaso de vodka con calma, como evaluando si yo merecía una clase sobre el tema. Y al parecer concluyó que sí:
—Yo soy miembro del partido Baath, que tiene una ideología socialista panárabe promotora del desarrollo y la creación de una sola nación árabe, que nos una a todos, a través de un estado progresista revolucionario.
—Pero usted trabaja con los iraníes, y yo entiendo que los iraníes no son árabes –dije recordando las palabras de la Goldigger.
—No lo son, y fueron nuestros enemigos por mucho tiempo, en especial durante la guerra terrible que hicieron contra Saddam, quien también era Baath.
— ¿Pero ahora son aliados?
—Cuando Estados Unidos invadió Iraq, se hizo evidente que los sirios teníamos un gran enemigo en común con los iraníes. La necesidad de unirse para confrontar a los
americanos, incluyendo a sus aliados en Arabia Saudita y en la entidad sionista, privó sobre todas las cosas. Por ello la República Islámica puso a Hezbollah al servicio de Bashar al– Assad; y gracias a eso pudimos ganar la guerra civil.
—Y Venezuela…
—Venezuela ha sido muy útil para financiar el esfuerzo. Hezbollah tiene una operación de narcotráfico muy sólida en Europa y, a través de Maduro, se han logrado coaliciones
importantes tanto con los mexicanos como con los españoles.
Lo miré agradecido.
—Muy interesante –dije–, la verdad no tenía idea de nada de esto.
—Nunca deja de sorprenderme lo poco que saben ustedes, los venezolanos, sobre el tema. Su Comandante Chávez fue el primer jefe de estado en el mundo en reunirse con Saddam Hussein después de la primera guerra del Golfo, en el año 2000. Y no es que simplemente fue a verlo sino que tuvo que ir por tierra, a través de la frontera con Irán, porque las Naciones Unidas tenían un embargo aéreo contra Irak y no había forma de llegar por avión. Chávez quería ir a ver a Saddam y fue a ver a Saddam, y así nos dejó a todos con la boca abierta. No tenía ni dos años en el poder y ya estaba
demostrando un compromiso sin precedentes y un deseo absoluto de hacer alianza con el Ba´ath. En un país normal sólo se hablaría de eso, pero Venezuela es diferente, a la gente le pasa de todo y a nadie le interesa nunca averiguar por qué.
Saab se puso de pie y se fue al baño a mear. Yo me quedé reflexionando sobre sus palabras, era difícil aceptar que un revolucionario como yo supiese tan poquito sobre El
Comandante.
Natasha me miró con una sonrisa burlona y me sacó la lengua. Supuse se había mantenido silenciosa para permitir que su socio me agarrase confianza.
Una de las top models de la tripulación trajo una ensalada de cangrejo y me la comí con arrechera.
Al rato Saab volvió, y siguió soltando perlitas:
—Finalmente hemos tomado control de la industria petrolera de su país.
—Yo pensaba que ya lo tenían –dije y solté una risita.
—Para nada, estaba en manos de los cubanos y esa mierda de gente solo barre hacia adentro. Desde que su Comandante designó a Rafael Ramírez, todo se lo llevaron a la isla y desde allá se lo repartieron.
—Usted seguro sabe más que yo –repliqué con respeto– pero he notado que las nuevas posiciones claves las están ocupando figuras militares. Le pregunto: ¿Los militares no están con Cuba?
Saab miró su vaso y se echó otro palo de vodka:
—Esperemos que no… Pero, en todo caso, las decisiones las vamos a tomar nosotros. Estamos estableciendo un modelo de rescate similar al que utilizamos en Siria. Con la gran ventaja de que buena parte de la oposición venezolana está colaborando. En Siria se fueron a las armas y murió mucha gente.
Natasha finalmente decidió intervenir:
—Lo insólito de Venezuela –dijo– es que llegaron a la decadencia del comunismo sin pasar por el comunismo.
— ¿Cómo es eso? –pregunté.
—A nosotros, en Rusia, nos tomó décadas entender cómo se podían hacer fortunas individuales aprovechándose de las Políticas del Estado. Pero antes de eso se logró una infraestructura que le garantizaba a toda la población las necesidades básicas de manera gratuita.
—Las misiones.
—Algo así, pero más serio. En la URSS, por mucho tiempo, no estaba permitido comprar nada porque nadie podía tener más que los demás. Incluso en Cuba fue así por décadas.
Pero ustedes se fueron directo a los beneficios de la nomenklatura, sin reparar en las mayorías.
—Es que al venezolano le gusta tener sus cosas –repliqué
–, El Comandante siempre dijo que era imposible abolir la propiedad privada en un país nuevo rico.
Natasha miró a Saab, quien emitió un suspiro dramático y concluyó:
—Pues terminaron sin la propiedad pública y sin la privada. Eso no está en ningún libro de Marx. Y me temo que a largo plazo, sufrirá mucho la revolución internacional debido
a todas las estupideces que hizo su Comandante.
Había algo seductor en la erudición con la que hablaban estos dos, por más que sea, los revolucionarios venezolanos nunca hemos sabido nada de un coño. Pero no me gustaba el desprecio, casi racista, con el que se pronunciaban sobre nuestro líder supremo.
—Aquí no se habla mal de Chávez –protesté con una sonrisa.
Saab me miró casi con lástima.
—Ustedes tienen una relación atávica con ese personaje.
Todos nos enamoramos de él en algún momento, pero ya es hora de dejar el miedo y admitir que su proyecto fracasó.
—A mí no me va nada mal –repliqué molesto.
—A ti, a la hija de Chávez y a los cuarenta ladrones. Gran cosa. Construyeron una bomba de tiempo y no saben desactivarla. El dinero pasa y la obra queda, pero si no hay obra no queda nada. Las tumbas no tienen bolsillos.
—Yo no le voy a negar que se cometieron errores –me defendí.
—Se lo robaron todo…
—Pues sí, pero el pueblo lo sabía y seguía votando por El Comandante.
Saab afirmó con la cabeza, pensativo. Luego sentenció:
—Que el pueblo sea ignorante no les da a ustedes derecho de estafarlo.
Miré hacia abajo. El carajo se consideraba sirio o venezolano, dependiendo de lo que le convenía en cada momento. Así es muy fácil criticar. Yo la verdad estaba demasiado peo como para que me dolieran las vainas que decía. Pero, afortunadamente, Natasha salió al rescate de la nación:
—El problema no fue la ignorancia, fue la educación gratuita.
Saab la miró confundido.
— ¿Cómo es eso? –preguntó.
—Cuando explotó el boom petrolero de los años setenta, los ricos se hicieron ricos tan rápido que no les dio tiempo de estudiar. Y como en paralelo había educación gratuita
masificada, a los profesores no se les podía pagar mucho, y esa mezcla ocasionó dos élites: una con dinero pero ignorante, y otra con estudios pero sin dinero.
Saab la observó interesado.
Yo ya había perdido el hilo y solo le miraba las tetas, pero ella estaba decidida a explicar su punto:
—Inevitablemente, los profesores universitarios se llenaron de resentimiento social, y se lo transmitieron a los estudiantes.
—Y del resentimiento social salió El Comandante –dijo Saab.
–Pero no del resentimiento social del pueblo ignorante – continuó Natasha–, sino del resentimiento social de los educados: profesores, filósofos, periodistas e intelectuales, que estaban tan envidiosos de los ricos, que se convencieron a ellos mismos de que un militar los podía llevar al socialismo.
Saab pareció reflexionar, sin estar convencido.
—El problema –siguió Natasha–, es que, en el fondo, los intelectuales y periodistas de izquierda, sean ricos o sean humildes, venezolanos o de cualquier parte del mundo,
también desprecian a los pobres, precisamente porque los ven como ignorantes. Y esa alianza de militares trogloditas con intelectuales resentidos, muy parecida por cierto a la bolchevique, produjo una revolución que solo quería robarle el privilegio a los ricos, mientras veía a los pobres como meras herramientas para llegar al poder.
Hubo un largo silencio en el que todos quedamos pensativos. Yo era el único de los tres que se crió en Venezuela pero a nadie le importaba mi opinión.
—Esta noche tengo una reunión con Maduro en el Kremlin –soltó Saab, como si nada–. ¿Tú lo conoces?
GEMELAS FANTÁSTICAS EN MOSCÚ
Saab me había rascado completamente, y justo antes de aterrizar me decía que se iba a reunir con el número uno, en plena estrella de la muerte.
—Lo conozco bien –respondí–, compartimos muchas veces. Incluso en un viaje a Libia nos quedamos juntos en el palacio de Gadafi.
— ¿Pero se acordará de usted? –preguntó.
Lo pensé por un momento.
—Yo creo que sí… Lo salvé de pasar una raya muy heavy con El Comandante.
—Cuente.
—No puedo.
—Sí puede.
—No, en verdad que no. Yo soy un caballero y le di mi palabra. Además de que, si se lo cuento, cuando usted lo vea no se podrá parar de reír.
Comenzó a soltar carcajadas, y Natasha a su lado también.
— ¿Lo agarraste cuelándose a Gadafi? –preguntó tosiendo de la risa.
—No le voy a contar nada.
—Pero por ahí va la cosa…
—Yo no he dicho nada…
—Necesitamos cemento…
—Eso sí se lo ofrezco.
—Nuestra gente necesita alojamiento decente en la península de Paraguaná, y en otras zonas de la franja petrolífera del Orinoco, incluso en el Arco Minero. Las casas
de PDVSA están muy deterioradas, hay que destruirlas y reconstruir, y todas las cementeras de Venezuela están quebradas.
—Mi gente tiene setecientas mil toneladas frías. Estoy seguro de su capacidad para suplir las necesidades.
Saab me observó con aprobación. Luego volteó la mirada hacia Natasha y dijo:
—Estoy pensando si sería buena idea que venga a la reunión con Maduro.
Natasha me miró y preguntó:
— ¿Tú qué crees?
Sin duda reunirme con Maduro sería un jonrón para mi misión de agente secreto. Pero estos dos eran unos verdugos, podían estar blofeando, tenía que cuidarme para no caer como un bolsa.
—Yo hago lo que ustedes digan, camaradas. Pero si me preguntan mi opinión, creo que me acaban de conocer y es un poco apresurado para darme tanta confianza. Si yo fuese ustedes montaría la primera entrega de cemento y dejaría que nuestra relación vaya creciendo orgánicamente.
Saab me miró con severidad, por unos segundos. Volteó a ver a Natasha, tomó aire, y volvió a mirarme:
— ¿Te da miedo encontrarte con Maduro?
Solté una carcajada.
—Para nada, Maduro es mi pana –dije–, lo que pasa es que uno tiene su reputación en la revolución, y con todo respeto, como dije, nos acabamos de conocer.
Saab levantó las cejas, gratamente impresionado.
— ¿Osea que a usted lo que le da miedo, es que Maduro lo asocie con nosotros?
—Miedo no es la palabra, es simple cautela en un momento de tensión interna revolucionaria.
Saab y Natasha se miraron sorprendidos. Era indiscutible mi seriedad, y lo legítimo de mi preocupación.
—Sin embargo, yo quisiera que venga –dijo Saab–, le podemos dejar claro al Presidente que nos acabamos de conocer.
Lo pensé unos segundos.
—Como usted quiera –dije–, ante todo, agradezco mucho su hospitalidad.
Llegamos a Moscú completamente borrachos. Encendí mi celular y leí que habían metido preso al primo de Rafael Ramírez, el que blanqueó mil millones de euros en Andorra.
La purga continuaba, todo cuadraba con lo que había dicho Saab. Encima el dólar estaba ya en cien mil bolívares.
Bajamos del avión. En la pista había un helicóptero junto a una limosina Maserati dorada, ni sabía que esas vainas existían. Al lado de la limosina, dos gemelas idénticas rusas con abrigos de piel nos esperaban para servirnos más tragos de
vodka Iordanov. Nevaba y hacía un nivel de frío que yo nunca había sentido, pero con la pea que cargaba, y las hembras que nos recibían, eso era lo último en lo que pensaba.
Saab se fue directo al helicóptero y Natasha se vino conmigo. Una de las gemelas nos abrió la puerta de la limo.
Natasha se sentó detrás del chofer y me señaló el fondo de la limo, yo me desplacé y tomé asiento frente ella pero en el extremo opuesto. La tapicería era de cuero rojo con dorado, sonaba un grupo ruso femenino llamado “Serebro”, y en pantallas regadas por todo el vehículo se veía el video clip de la canción. Pero, como estaba en Moscú, pedí que quitaran esa vaina y pusieran el himno de La International Socialista.
Las gemelas se sentaron a mi lado, y apenas arrancamos se quitaron los abrigos de pieles y quedaron completamente desnudas. Estoy hablando de dos rusas idénticas, altotas y delgaditas, catiras, con los bollos depilados y un martillo y una hoz tatuados justo arriba del hueco del culo.
Me empezaron a besar el cuello, una de cada lado. Natasha nos veía a lo lejos, cayéndose a vodka, sin expresión, como quien observa un partido de ajedrez. Las gemelas tenían la piel de gallina por el cambio de temperatura y eso les daba un aire alienígena. Entre la curda y la mirada impasible de Natasha, me fue fácil concluir que estaba en manos de otra especie y que todo esto terminaría con mi muerte.
Me desabrocharon el pantalón y me comenzaron a mamar a paloma entre las dos. Y no era la mamada con condón que la puta con postgrado había aprendido en el manual de carreño, esto sí era comerse una verga con amor. Amor al miembro, pero también amor de hermanas: Se sonreían al besar la paloma y lo hacían con cariño, no se sentía incestuosa la vaina, parecía que compartían un caramelo. Al rato una de ellas se metió toda la cabeza del guevo en la boca, mientras la otra me fue lamiendo las bolas despacito, como si fuesen mochis de té verde.
Después de un rato se sentaron frente a frente, y unieron sus cuquitas depiladas, haciéndome un sándwich en el guevo.
Me explico: se frotaban las cucas una contra la otra, con mi paloma en el medio. Era como cogerse dos medios bollos al mismo tiempo… Y tenían esos labios vaginales carnosos, entre las dos le daban la vuelta completa al palo…
Todo eso lo miraba Natasha con aparente tristeza. Eran dos clítoris, conciudadanos suyos, haciéndome la paja. Se veía que estaba maltripeando y eso me puso mal… Hasta el punto en que no aguanté la presión de su rostro y tuve que mirar hacia
afuera…
Afuera estaba Moscú, la ciudad que Lenin había convertido en capital de la URSS por miedo a que las fuerzas de la burguesía invadieran San Petersburgo. Fidel la llamaba
“La tercera Roma”. Para El Comandante Chávez era “La ciudad heroica”. Moscú siempre será la Meca del proletariado, un centro de poder que alcanzó su grandeza al
construir un imperio sobre el sueño de la igualdad
Una de las gemelas se me montó encima mientras la otra se me sentó al lado a besarme con afecto. Me daba piquitos y me mordisqueaba el labio superior, jugueteando como si fuera nuestra luna de miel. La otra cabalgaba chola y apretado como la jocketta Sonia Mariano, y me susurraba alguna que otra vaina en el idioma original de Gorbachev.
Se veían rascacielos a través del quemacoco. Moscú era ahora también una ciudad ultra moderna. Vladimir Putin aprendió de los errores, tanto de los Soviets como de la desastrosa democracia que siguió a la Perestroika, y logró retornar el imperio ruso a la gloria. Ahora es el dueño del mundo: Sus agencias de inteligencia deciden elecciones en todo el planeta, sus enemigos mueren envenenados, sus aliados nadan en billete, no se dispara un tiro en el Medio Oriente sin que esté autorizado por él, y como por si fuera poco, según los propios medios gringos, tiene suficiente poder sobre Donald Trump, como para que se sospeche que él mismo controla la Casa Blanca.
La sola idea de estar aquí me excitaba tanto como los blandos pezones rosados de las gemelas fantásticas. Pero la apoteosis ocurrió cuando comenzamos a rodar por una calle que iba en paralelo a la Plaza Roja.
La vi de lejos, entre edificios y en movimiento, pero sabía que estaba ahí. El lugar por donde había desfilado infinitas veces el ejército de Stalin. La plaza que había celebrado la victoria definitiva sobre Hitler, esa que los gringos se acreditan pero que, sin duda, pertenece a los rusos. “No más deberes sin derechos, ningún derecho sin deber” cantaba el himno de La Internacional Socialista.
Ahí, a pocos metros de la plaza donde todo nació, fue que le apreté las nalguitas juveniles a ese tesoro de la naturaleza que se movía a ritmo revolucionario encima de mí, y me vine en leche, mirando en la dirección en la que imaginé estaría el
mausoleo de Lenin.
¡Aquí me tiene camarada!
Borracho de vodka, cogiendo rusas, en plena misión revolucionaria.
¡Váyanse al carajo yankees de mierda!
¡Yo nunca traicionaré a mi gente!
¡Demasiada sangre ha derramado esta tierra como para vender mi libertad!
¡Venceremos!