30.DIC.20 | PostaPorteña 2174

YA ESTAMOS VACUNADOS

Por Karina Mariani

 

Los días que están precediendo el fin del oscuro año 2020 argentino se asemejan ya no a una crisis descomunal sino a un simple vodevil, vale decir, a una comedia basada en enredos, desencuentros picantes y un trasfondo fangoso pero superficial. En Argentina la vacunación como concepto tiene un doble sentido enraizado a la picaresca popular referente a una acción sexual no consentida y es posible que esta metáfora de arrabal sea la que más ilustra estas horas

por KARINA MARIANI  La Prensa 27.12.2020

Desde la aparición de la enfermedad por coronavirus llamada covid-19, la mayoría de los argentinos se han acostumbrado a malvivir sumisamente en un estado de excepción que (a la luz de las infinitas renovaciones de la cuarentena) ya es la norma. ¿Qué significa esto? Que, abrumadoramente, los habitantes de esta noble tierra han aceptado que los gobiernos y las agrupaciones políticas que los gerencian, están habilitados para decirles cómo deben llevar sus vidas, a niveles que no hubiera soñado una dictadura del siglo pasado. Todos estos meses de libertades suspendidas, sostenidos a base de una única zanahoria: la vacuna salvadora.

Quien quiera, a 10 meses de cuarentena ininterrumpida, creer que estas medidas se relacionan con el virus covid-19, está en su derecho humano de jamás aceptar que ha sido engañado.

Si se acepta que el virus se pliega a los caprichos de la casta política, que sabe bien a qué hora contagiar, que discrimina perfectamente cuáles son las reuniones que no deben concitar contagios (las de los políticos, se sabe) y cuáles deben ser letales. Si se acepta que hay asados de poderosos que no contagian y, en cambio, reuniones navideñas que sí. Si las razones sindicales para parar la educación han valido más que el interés de los niños que no corren el menor riesgo. Si los barbijos son fundamentales para unos festejos pero irrelevantes para otros y se concede que el virus ha aceptado esas excepciones políticas. Si las manifestaciones de los que apoyan al régimen son más sanas que las fiestas de los plebeyos veinteañeros. Si nada pudo hacer el sinsentido de las idas y venidas con los tratamientos, y los papelones reiterados de las filminas, es claro que no es la razón la que asiste a estas mentes. 

Propaganda y miseria

Pero las 72 hs de propaganda y miseria de la trama alrededor de las vacunas rozó el delirium tremens. Argentina se convirtió en uno de los pocos países de Occidente en aprobar la vacuna rusa además de la mismísima Rusia, Emiratos Árabes Unidos, Venezuela y Bielorrusia. En nuestro país, donde los cordones de las zapatillas requieren decenas de instancias de auditoría, ¡la Sputnik V se aprobó en 5 minutos y sin otro control que la firma digital del ministro de Salud! Si esta anomalía grande como un mamut no era suficiente, la incontrolada vacuna, en lugar de arribar al país en servicios aptos para tal fin, fue traída por un vuelo especial de Aerolíneas Argentinas que fue objeto de un montaje épico-caricaturesco. 

El equipo de comunicación presidencial se congratulaba del carreteo, despegue y posterior aterrizaje de un avión en pleno siglo XXI. La tripulación se sacaba fotos como si la misión estuviera destinada a cambiar la órbita solar y para mayor abundamiento llevaba azafatas (si, las que ofrecen pollo o pasta) a buscar paquetes de vacunas. Las azafatas después de todo sí cumplían una función que fue la de llorar ante las cámaras emocionadas por haber volado. No es un error de redacción, pasó eso.

Mientras estos hilarantes sucesos acontecían, la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (Anmat) empezó a analizar otra vacuna, la Pfizer, pero al gobierno argentino esa no le simpatiza. Las razones de este encono permanecen ocultas y las malas lenguas conjeturan cuestiones de índole ideológica hasta manejos de poco rigor legal. Son malas las malas lenguas. Y la otra famosa vacuna anunciada meses atrás que se fabricaría junto a la Universidad de Oxford y el laboratorio AstraZeneca, para ser los proveedores para toda América Latina continúa con problemitas técnicos de incierta resolución. Por último está en danza la vacuna china que promete ser una secuela del sainete. 

Es que en estas mismas febriles horas, el canciller Felipe Solá debió comunicarle al Presidente que el embajador en China había fracasado en obtener 30 millones de dosis mientras en Buenos Aires se exigía cerrar un acuerdo con Sinopharm, la empresa que las fabrica. Al parecer en cancillería los problemas de comunicación arrecian y las explicaciones van desde cables perdidos hasta un eventual memorándum de entendimiento que habría firmado la Argentina para la provisión de vacunas chinas durante 2021. El kirchnerismo y sus memorándums ameritan un proyecto Conicet.

Cuestión que la necesidad hacía que el gobierno pusiera todas las fichas en la vacuna Gam-COVID-Vac, conocida por su nombre mediático como Sputnik V, pero en esos cruciales momentos, Vladimir Putin declaraba ante las cámaras que esa vacuna no era apta para mayores de 60 años, o sea, para la población de riesgo. Otra vez a acomodar el relato gubernamental, viendo cómo salvaban las papas. El Ministerio de Salud de Argentina lanzó un comunicado en donde autorizó con carácter de emergencia la Sputnik. El guión del vodevil continúa abierto a la espera de saber si la vacuna arribada sirve, a quienes se puede vacunar, cuántos vuelos especiales habrá, si llegarán a tiempo para la segunda dosis y si esa segunda dosis que no sabemos ni si sirve se podrá inyectar en tiempo y forma para que la primera dosis no haya sido en vano. Pero que la comedia de la vacuna no nos tape el bosque.

Fe inquebrantable en el Estado

Si lo aquí relatado no generó una movilización popular que inundara las calles y un escándalo colosal es que nuestra fe en el Estado es inquebrantable.

Todo ocurrió tal y como se decidió en el Estado a pesar del ridículo. Aun siendo la esperanza salvadora, la expectativa de la vacuna como solución a la pandemia no ha modificado la variedad de restricciones que las autoridades deciden imponer. El confinamiento y las prohibiciones tranquilizaron a los alcanzados por el miedo, pero su eficacia ha resultado prácticamente nula. Para peor, el encierro agravó enfermedades físicas y mentales. Aplicando indiscriminadamente medidas restrictivas, se vulneraron derechos y libertades, se agravaron otras enfermedades, se destrozó la economía generando ruina, se arruinó la educación, se liberó a asesinos y a violadores. Vale decir que la ecuación respecto de salvar vidas en el transcurso de una pandemia no parece luminosa. La intención de las normas no siempre tiene relación positiva con sus efectos

Países con confinamientos draconianos y eternos casi no difieren en tasa de mortalidad con los que apenas los han aplicado y la propagación de la enfermedad pareciera depender poco de las decisiones gubernamentales. Países europeos señalados como modelos de gestión han sido arrasados por la segunda ola que hizo que convergieran, en los números, con los indicados como fracasados. Los análisis estadísticos de mediados de año no son los mismos que los del cierre del año y hemos visto como las autoridades argentinas se mofaban de los resultados de otros países que, a la larga, fueron superando en los conteos de contagios y muertes.

Pero la intervención invasiva lesionó la autodeterminación y la autoestima. Ante la falta de resultado de la cuarentena, la dirigencia y el consenso mediático trasladan la culpa a los ciudadanos por haber hecho deporte, haberse juntado con familia o amigos y hasta por haber trabajado. ¿Qué pasaría si se diera vuelta la opinión pública respecto de la utilidad de la cuarentena de los sanos?

Camino al totalitarismo

La intención de las normas no es necesariamente igual al efecto que generan. El camino de juzgar normas por sus intenciones se paga caro y engendra peligros inmediatos. La obediencia absoluta a los gobernantes, que no respetan la institucionalidad de las garantías constitucionales, ni los organismos de auditoría, nos empuja al totalitarismo. Estamos a pasitos de barbaridades como que, para cuidar nuestra salud, el Estado se adjudique el derecho de prohibir la comida chatarra, después de todo: ¿cuántas muertes causa por año? ¿Y si mañana los comités de expertos (que tanto poder han obtenido en este año) dispusieran qué cosas podemos comer y beber según nuestra masa corporal? ¿Cuánto falta para que en el Congreso se establezca por ley un índice de regularidad intestinal para preservar la salud pública? Hemos escuchado a miembros del poder legislativo decir que la extracción de plasma debería ser obligatoria: ¿si se hiciera una campaña mediática y un poco de presión del gobierno: cuántos diputados votarían esa ley? Y peor: ¿cuántos obedecerían sin chistar esas normas?

El affaire de las vacunas tiene que servir para entender a qué tipo de comparsa estamos obedeciendo sin chistar. Entregar nuestra capacidad individual para tomar decisiones respecto de nuestra salud es tan disfuncional como permitir que un gobierno que se elige, simplemente, para administrar impuestos, tenga la potestad de decirnos cómo vivir nuestra vida. Es usurpación pero también es entrega de la responsabilidad individual. Puesto que la responsabilidad sobre la propia vida sólo es posible si tenemos el control de ésta, cuantas más decisiones estén tomadas de antemano por el Estado, menos responsables somos y las consecuencias estarán más socializadas. Más obediencia, menos responsabilidad. Es una elección.

¿Queremos vivir tratando de evitar toda enfermedad (nuevos virus, nuevas cepas, más peligrosos o lo que sea) siguiendo los dictados de un burócrata? Esa es la pregunta que nos deja el oscuro año 2020. ¿Somos capaces de elegir/decidir/especular por nosotros mismos el riesgo? ¿O vamos a soportar pasar una vida aislamiento, desempleo, inmovilidad física y terror al contacto? Si mantenernos vivos dependiera de la sumisión a la discrecionalidad del gobierno, ¿lo aceptaríamos?

Estas no son cuestiones en abstracto porque el año que viene vamos a volver a las urnas y deberíamos contrastar nuestras aspiraciones y deseos con las propuestas electorales.

Y es más bien fácil contestar esas preguntas frente a los desaguisados del gobierno actual. Un repaso de sólo 72 hs de gestión basta para entender su catadura. Pero la pregunta no puede limitarse a la coyuntura, el debate es sobre qué rol del Estado queremos y sí, voluntariamente, le vamos a proporcionar semejante poder. Un sistema que permita que el gobierno (el gobierno que sea) reine sin cortafuegos ante lo que ese mismo gobierno determine que es un peligro inminente, es lo que está en juego. En otras palabras, si elegimos que la alarma habilite el sometimiento.

El affaire de las vacunas ha desnudado como nunca la fragilidad burlesca de nuestro sistema institucional y aun así continuamos acatando los lineamientos del poder con fidelidad perruna. Políticos cuyo mayor mérito es cercenar libertades manteniendo a la sociedad suspendida en un limbo de miedo insostenible económica y emocionalmente, que sin embargo, perdura. Protocolos renovados que se atreven a decirnos, sin vergüenza, cómo debemos vacacionar, celebrar o saludar. Nos burlamos de sus extravagancias e ineficiencias pero los votamos y obedecemos. La disfunción cognitiva ha de sentirse a sus anchas en estas pampas.

Las enfermedades, los peligros no van a desaparecer por más voluntad que se ponga a la redacción de las normas. Pero además: ¿hemos sido consultados o al menos informados sobre el número de contagios óptimo para que podamos tener una vida normal? ¿Suprimir por completo la muerte por covid a costa de morir por otras causas y de vivir amargamente es algo que hemos elegido?

¿Está el totalitarismo por enfermedad propuesto en alguna plataforma política? Si las desvencijadas 72 horas del vodevil de las vacunas no sirvieron para demostrar que han convertido a la pandemia en un fetiche lunático significa que no importa el origen del liquidito, ni su eficacia ni el costo de cada dosis. Ya estamos vacunados.


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