Marcelo Aguiar Pardo Brecha 7 enero, 2021
A casi un año de declarada la pandemia de la covid-19 es posible que muchas personas no hayan tenido contacto con una persona infectada, pero sería extraño encontrar a alguien que no haya oído hablar de las teorías negacionistas. No me refiero a las versiones conspirativas más ridículas, como las que sostienen que la causa de la pandemia está en la telefonía 5G o que el virus SARS-CoV-2 no existe y todo lo vivido no es más que el producto de un inmenso operativo para implantarnos un chip /1
Hablamos de variantes un poco más matizadas, que intentan desmarcarse del conspiracionismo más tosco con aclaraciones del tipo: «Nadie discute la existencia del virus». De lo que se trata, afirman, es de denunciar la desproporción de las medidas adoptadas para enfrentar la pandemia y el plan oculto que hay detrás. ¿Acaso no tenemos derecho a pensar con cabeza propia y cuestionar lo que se nos impone si creemos que está equivocado?
Es un hecho que la rápida propagación de un virus desconocido causó un gran desconcierto mundial y dio lugar a un abanico de respuestas de muy diverso alcance en los distintos países. Sin tener idea de las vías y la velocidad de propagación, el grado de infectividad real ni el poder infeccioso del virus fuera del cuerpo humano, se fueron multiplicando las medidas de confinamiento, al tiempo que llegaba información sobre el colapso de los servicios de salud en Italia y España. No era extraño, en ese contexto, que muchos tomadores de decisiones optaran por caminos que parecían hacer correr un menor riesgo para la salud, aunque, vistos en perspectiva, resultan exagerados. Lo vivimos en nuestro país con el mantenimiento del cierre de los espacios educativos una vez que se supo el bajo riesgo que la enfermedad significaba para los niños, sin haber valorado adecuadamente el déficit educativo y el severo desajuste en la vida familiar que traía aparejado /2
Del mismo modo, el cierre de algunos espacios públicos de esparcimiento, incluidas las playas, con el extremo absurdo de multar a los surfistas en las playas de Rocha, fue una evidente sobrerreacción, un gesto mucho más demagógico que efectivo, que sólo buscaba el aplauso fácil de un sector atemorizado de la población.
Pero no es de este tipo de objeciones que estamos hablando. Uno podrá ser más o menos crítico con el tenor de algunas medidas adoptadas, pero no por ello perder de vista que se estaban ensayando respuestas a una crisis sanitaria excepcional.
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Lo que caracteriza a los negacionistas de la pandemia no es una divergencia sobre las estrategias a seguir, sino un desacuerdo sobre las características propias de la crisis. Según ellos, no estamos frente a una crisis sanitaria, sino frente a una operación global creada intencionalmente, que utiliza como excusa un clima de pánico injustificado por una enfermedad, que no sería más grave que una simple gripe estacional, con la finalidad de imponer medidas de corte autoritario en la población, limitar las libertades y establecer el estado de excepción como norma.
Uno de los primeros en sostener estas ideas fue el filósofo italiano Giorgio Agamben, quien ya en febrero de 2020 publicó en Il Manifesto un breve texto titulado «La invención de una pandemia». Refritando algunas ideas de Michel Foucault, como las de biopolítica y medicalización de la sociedad, varios de sus escritos fueron publicados en el libro ¿En qué punto estamos? La epidemia como política. A juzgar por estos escritos, Agamben es el tipo de filósofo que no se molesta en distinguir entre hechos, problemas, hipótesis y alegorías.
Veamos un pasaje: «Al igual que el capitalismo y a diferencia del cristianismo, la religión médica no ofrece perspectivas de salvación y redención. Por el contrario, la curación a la que aspira sólo puede ser provisional, ya que el Dios malvado, el virus, no puede ser eliminado de una vez por todas; al contrario, muta constantemente y asume nuevas formas, presumiblemente más riesgosas. La epidemia, como sugiere la etimología del término […], es, ante todo, un concepto político, que está a punto de convertirse en el nuevo terreno de la política –o de la no-política-mundial–. Es posible, en efecto, que la epidemia que estamos experimentando sea la realización de la guerra civil mundial que, según los politólogos más cuidadosos, ha tomado el lugar de las guerras mundiales tradicionales. Todas las naciones y todos los pueblos están ahora permanentemente en guerra consigo mismos, porque el invisible y escurridizo enemigo con el que están luchando está dentro de nosotros».
Para Agamben, las medidas de distanciamiento suponen haber resignado la libertad en pos de la seguridad y haber aceptado vivir en un estado de miedo permanente. Y una sociedad en estado de excepción permanente «no es una sociedad libre». Para no andar con chiquitas, parafraseando a uno de los voceros locales más entusiastas de estas teorías, lo que estamos viviendo no es otra cosa que una dictadura. Perdón, «la peor de todas las dictaduras» /3
Ante este panorama desolador, embriagados por un aura mesiánica y antisistema, los negacionistas utilizan una retórica de resistencia repleta de términos como farsa, plandemia e infectadura, y expresiones como la mayor estafa del siglo, la ortodoxia covid y la narración de la pandemia, a las que contraponen la verdad de su contrarrelato. Como suelen ser personas con formación humanística, parten reconociendo que carecen de los conocimientos técnicos como para opinar sobre el coronavirus y sus consecuencias médicas. Pero al mismo tiempo afirman, con toda contundencia, que las recomendaciones de los expertos, y, en particular, las de la Organización Mundial de la Salud, no resultan «coherentes ni confiables». Lo que sí les resulta coherente y confiable es la afirmación, no basada en evidencias, de que toda la información difundida sobre la pandemia y las medidas propuestas para combatirla son parte de un megaoperativo intencional que esconde «intereses globales muy poderosos» /4
Pero ¿es justo calificarlos como negacionistas o se trata de un recurso tramposo, dada la carga simbólica negativa del término? Si nos atenemos a la definición aceptada por la Real Academia Española: «Actitud que consiste en la negación de determinadas realidades y hechos históricos o naturales relevantes», parece claro que negar la existencia de la pandemia como un hecho real, transformándola en un simple relato, justifica plenamente el uso del término, sin ninguna intención peyorativa.
Los negacionistas no reniegan de la ciencia de manera explícita, como se ve obligado a hacer un terraplanista o un antivacunas, sino que acuden a un modo más solapado, que consiste en criticar la «ciencia», así, entre comillas. Con este gastado recurso, cuestionan lo que denominan ciencia oficial, a la que identifican con intereses espurios de organismos burocráticos y políticos funcionales al poder. Confrontando esta ciencia entre comillas, la de la ortodoxia covid, reivindican una ciencia alternativa, como si existieran dos bandos más o menos equivalentes en disputa. Sin embargo, como veremos, la otra campana suele ser representada por voces marginales y desacreditadas entre sus pares. Veamos algunos ejemplos.
En un video que circuló frenéticamente a mediados de 2020, titulado «Plandemia: la agenda oculta detrás del covid-19», la viróloga estadounidense Judy Mikovits condensaba buena parte de los postulados negacionistas: la pandemia habría sido planificada (de ahí el ocurrente neologismo adoptado luego como muletilla) para crear un estado de pánico y dominar a la población; el virus habría sido manipulado en un laboratorio; la vacuna de la gripe favorecería la infección del coronavirus; usar tapabocas sería inseguro, porque «activa» el propio virus, etcétera. Posiblemente, el pasado tormentoso de Mikovits contribuyó a que el video fuera retirado no sólo de YouTube y Facebook, sino también de los sitios de algunos negacionistas locales que lo difundían como verdad revelada. El perfil antivacunas de Mikovits, un confuso pasaje por la prisión y un estudio sobre el síndrome de fatiga crónica, del cual fue coautora, publicado en la revista Science y luego retirado hicieron sospechar rápidamente que la heroína de las teorías conspirativas dejaba enormes dudas sobre su promocionado prestigio académico /5
La Academia Estadounidense de Medicina de Emergencia (AAEM) y el Colegio Americano de Médicos de Emergencia (ACEP) emitieron un comunicado conjunto en el que condenan las afirmaciones de los médicos Daniel Erickson y Artin Massihi, que aparecen como testigos clave en el video, por publicar «datos sesgados y no revisados por pares para promover sus intereses financieros personales sin tener en cuenta la salud pública»/ 6
Uno de los promotores locales de estas teorías presentaba hace poco al doctor Roger Hodkinson como un «experto y reconocido patólogo canadiense» /7 Se trata de un señor que saltó a la fama en las redes sociales por cometer exabruptos como decir que la covid-19 es «el mayor engaño que jamás se ha perpetrado contra un público desprevenido», que es una enfermedad no más grave que una gripe y que el uso de tapabocas es inútil. Lo que olvidaba destacar la nota referida es que el Colegio Real de Médicos y Cirujanos de Canadá emitió una advertencia pública para desmarcarse de las afirmaciones de Hodkinson /8 y que lo mismo hizo la Asociación Médica de Alberta (AMA, por sus siglas en inglés) /9
Es decir, de un lado, las voces del colegio nacional, que reúne a más de 44 mil profesionales, y la AMA, que representa a unos 14 mil médicos organizados; del otro, un excéntrico patólogo con su original contrarrelato. No está de más reparar en que las afirmaciones de Hodkinson sobre la inutilidad del tapabocas eran apenas opiniones propias sin estudios detrás, mientras que la eficacia de su uso, como medida de protección, está basada en evidencias recogidas en múltiples estudios arbitrados /10
Otro personaje presentado como un «prestigioso microbiólogo» es el estadounidense Sucharit Bhakdi, profesor en la Universidad de Mainz, de Alemania, y coautor del libro Corona, ¿falsa alarma?, junto con su esposa, Karina Reiss. Bhakdi fue duramente cuestionado por la prestigiosa revista médica Medical Tribune, que consideró «poco científicas» sus apreciaciones, y en octubre de 2020 la Universidad de Mainz emitió una declaración por medio de la cual se desvincula de sus opiniones. En octubre la Sociedad para la Investigación Científica de las Pseudociencias le otorgó el Premio de Oro, un galardón negativo con el que se burla del engendro pseudocientífico más asombroso del año.
El doctor Michael Yeadon, exempleado de Pfizer, presentado erróneamente como su exvicepresidente (fue, en realidad, vicepresidente del Área de Investigación Respiratoria y Alergias), es otra de las fuentes preferidas de los negacionistas. En un artículo publicado en un blog opositor a las medidas del gobierno británico afirmó, en octubre, que la pandemia estaba terminada en Reino Unido, justo cuando comenzaba la segunda ola de contagios con la nueva variante del coronavirus descubierta. Para valorar la capacidad predictiva de Yeadon basta ver la gráfica de muertes diarias en Reino Unido (la línea punteada indica la fecha de su fallido anuncio del fin de la pandemia). Otra de sus afirmaciones más difundidas, la de que «es absolutamente innecesario vacunar a la población», explica por qué es un infaltable en todas los sitios de detección de bulos y fake news, como Politifact, AFP Factual, Chequeando.com, Maldita.es, etcétera /11
Parece claro que las fuentes confiables no son el fuerte del negacionismo, y algo similar sucede cuando son ellos mismos quienes proporcionan los datos. Uno de los impulsores más notorios de estas teorías en nuestro país afirmaba, en un artículo en el semanario Voces, que no ha habido un aumento real de casos de coronavirus en nuestro país, porque este «se corresponde con un proporcional aumento de la cantidad de test que se realizan» /12
Sin embargo, cualquier persona que acceda a la página del Sistema Nacional de Emergencias podrá verificar que esto no es cierto. En el primer semestre del año la tasa de positividad se mantuvo estable por debajo del 1,5 por ciento; en mayo fue del 1,11, y en octubre, del 1,3. Pero en noviembre prácticamente se duplicó, pasando, en promedio, a un 2,35 por ciento, y en diciembre se triplicó, pasando a un 7,7, siendo el promedio de la última quincena un preocupante 8,6.
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La marginalidad de todas estas teorías se manifiesta en su total incapacidad para convencer a algún cuerpo colectivo y plural de carácter científico, como colegios de médicos o biólogos, institutos de investigación públicos, academias de ciencias, universidades especializadas y gremios de trabajadores de la salud. La existencia de grupos como Médicos por la Verdad no sirve de contraejemplo ni debería ser motivo de orgullo para sus defensores. Hasta la más oscura secta y la Asociación Tierra Plana logran reunir la firma de algunos miles de profesionales que los respaldan. Del mismo modo, tampoco consiguieron convencer de su verdad a las autoridades de ningún país del mundo. El uso de tapabocas y las medidas de distanciamiento se han adoptado tanto en Estados Unidos como en Corea del Norte, tanto en la Venezuela de Maduro como en la monarquía absoluta de Arabia Saudita, tanto en Alemania como en Cuba, tanto en Noruega y Afganistán como en Uruguay. Ningún país del mundo, independientemente de los regímenes políticos, las tradiciones culturales y los estadios de desarrollo técnico-científico, ha podido zafar de la nefasta manipulación de la ortodoxia covid.
Pero está, además, lo irrazonable de sus argumentos. ¿De qué manera se beneficia un sistema capitalista basado en el intercambio comercial y la globalización con medidas que van en un sentido contrario, como el confinamiento, el cierre de fronteras y el enfriamiento de las economías? ¿Quién promovía hasta ayer nomás el enlentecimiento de las economías: los poderosos dueños del mundo del foro de Davos o los jóvenes de la subcultura hípster y los altermundistas con sus barricadas en las calles? ¿En qué momento decidieron los dueños del poder dar un giro de 180 en sus estrategias de dominación?
Algunos han balbuceado que esto favorece a las multinacionales farmacéuticas, a las de comunicaciones y a los fabricantes de productos de limpieza. Podríamos agregar a Amazon, Netflix y los vendedores de alcohol en gel. Pero no se puede confundir una trivialidad, como que en toda crisis habrá quienes encuentren un nicho de oportunidades para su propio beneficio, con probar la responsabilidad de estos grupos ejerciendo una presión indebida en los gobiernos para torcer sus políticas.
Y, además: ¿son ellos, entonces, los oscuros titiriteros que manipulan entre bambalinas al mundo entero? ¿Es razonable pensar que estamos a merced de ese reducido grupo de empresas objetivamente beneficiadas, las cuales, además, lograron embaucar a todos los medios de comunicación, las instituciones educativas y la comunidad científica mundial? La idea de que la pandemia fue planificada para satisfacer intereses globales muy poderosos es lógicamente insostenible.
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Tres aclaraciones antes de terminar, para evitar intercambios inútiles.
Uno. Nada de lo antedicho supone un acuerdo con todas y cada una de las medidas adoptadas en nuestro país para enfrentar la pandemia, como fue aclarado al inicio, y menos aún con medidas mucho más draconianas implementadas en otros países. Sería una absoluta necedad no reconocer que algunas respuestas de los sistemas político y sanitario se fueron acomodando un poco a los tumbos, por el desconocimiento del virus o por la impericia de los decisores.
Dos. Tampoco se propone una aceptación acrítica de los discursos oficiales ni de las políticas de control de contenidos en Internet. La censura de algunas publicaciones «por violar las normas de la comunidad» hace tiempo ya que se transformó en un asunto muy delicado que merece un amplio debate. Parece claro, a esta altura, que la forma de combatir las fake news, las teorías conspirativas y la ciencia basura no puede sustentarse en el filtro de los algoritmos de las plataformas digitales, sino en más transparencia y una política de difusión de la ciencia más sistemática y eficaz.
Tres. Combatir los relatos conspirativos no implica, en modo alguno, ignorar las serias consecuencias educativas, familiares y psicológicas que traen aparejadas las medidas de distanciamiento ni las graves consecuencias económicas en la vida de los sectores más afectados. Un Estado prácticamente ausente a la hora de compensar económicamente a las familias que vieron brutalmente disminuidos sus ingresos es un pésimo augurio para la convivencia social. Desconocer estos aspectos colaterales de la pandemia sería caer en otra forma de negacionismo.
Ahora bien, la fantasía del complot mundial, este contrarrelato del terror sanitario creado artificialmente para dominarnos, es, además de inverosímil, maquiavélica y de una debilidad argumental inquietante. Su matriz conspirativa, esencialmente dogmática, lejos de promover la duda y el escepticismo sanos, que están en la esencia de la mentalidad científica, fomenta un estado de sospecha permanente y erosiona la confianza en los sistemas de salud, las autoridades sanitarias, los medios de comunicación y la ciencia misma. Y es, antes que nada, una demostración de arrogancia intelectual patológica, contra la cual más vale andar siempre vacunados.
1/ Me referí a estas versiones conspirativas en una columna anterior: «Conspiravirus, la otra pandemia», Brecha, 29-V-20.
2/ Este estudio del British Medical Journal muestra que el riesgo de que los niños requieran atención hospitalaria es pequeño y menor aún lo es el de que se enfermen de gravedad: «Clinical characteristics of children and young people admitted to hospital with covid-19 in United Kingdom: prospective multicentre observational cohort study».
3/ Marcelo Marchese, «Un gobierno siervo de los organismos internacionales», AQUÍ
4/ Hoenir Sarthou, «Guste o no guste» AQUI
5/ La retractación del estudio de Mikovits se encuentra en «Retraction», Science, 23-XII-11.
6/ «AAEM-ACEP Joint Statement on Physician Misinformation», www.aaem.org.
7/ Aldo Mazzucchelli, «La gran prensa ante la pandemia», AQUÍ
8 / Royal College Staff, «Updated: Clarification on statements made regarding covid-19 by Dr. Roger Hodkinson», newsroom.royalcollege.ca.
9/ AMA en Twitter: «Re: public comments made recently by a pathologist that may leave an impression to the contrary, the Alberta Section of Laboratory Physicians does not share any of the views of the individual in question. 1/2 #COVID19AB».
10/ Derek K. Chu y otros, «Physical distancing, face masks, and eye protection to prevent person-to-person transmission of SARS-CoV-2 and COVID-19: a systematic review and meta-analysis», The Lancet.
11/ «No, ni el expresidente ni el exvicepresidente de la farmacéutica Pfizer han dicho sobre el coronavirus que “no hay necesidad de vacuna, la pandemia ha terminado”», www.maldita.es
12/ Sarthou, citado. AQUI
Marcelo Marchese Brecha 15 enero, 2021
LA RETÓRICA
Marcelo, junto con otros progresistas, niega la existencia de la dictadura, lo que implica, necesariamente, tachar de negacionistas a Hoenir Sarthou, Aldo Mazzucchelli, a mí y a otros, por enfrentar a la dictadura.
Adjetivar es una buena cosa, pues, cuando el escritor adjetiva, se la juega, el problema radica en los adjetivos que uno elige y, sea el que fuere el origen del adjetivo negacionista, está demasiado vinculado al discurso del colonialismo sionista, que trata de negacionista a todo aquel que enfrenta la victimización que ha establecido el sionismo como cobertura de su política racista e imperial. Negacionista está asociado a nazi y, como recurso retórico, no sólo es increíblemente pobre, sino que, moralmente, es un recurso despreciable.
Hablando de cuestiones de retórica, conviene no hablar de lo que no se sabe. No es, como dice Marcelo, que el capitalismo se haya congelado aunque, de forma marginal, hayan ganado los vendedores de alcohol en gel. Lo que ha habido es un corrimiento del punto de gravitación del capital, al tiempo que se ha producido una inaudita concentración de riquezas, una concentración de riquezas como nunca jamás había ocurrido.
Para que Marcelo y los demás progresistas se hagan una idea, ya que desconocen desde la e hasta la a, incluyendo el tilde, todo lo que implica la palabra economía, los tres magnates de la tecnología, en los primeros seis meses de «pandemia», incrementaron sus riquezas en 115.000 millones de dólares y el índice de multimillonarios Bloomberg, este añito pandémico transcurrido, ha alcanzado su récord, lo que significa que los ultramillonarios son más ricos que nunca y vienen, por intermedio de su dictadura, por más riquezas y más poder.
Cuando uno se larga a este juego de la retórica, debe conocer sus reglas, y una de las reglas de la retórica indica que no conviene incurrir en falacias, las falacias ya analizadas por la retórica, pues, en ese caso, el contrincante puede hacerte pedazos.
Una de las falacias más famosas es la falacia de autoridad o ad verecundiam, que significa, en cuestiones de verdad, apelar a la autoridad, que tal cosa es cierta porque tal autoridad lo dice. Para el caso, sería la autoridad médica o la autoridad de la industria de la medicina, que, como no podía ser de otra manera, anatematiza a los médicos y científicos herejes.
Para su instrucción, le recuerdo a Marcelo que el número de creyentes no agrega nada en cuestiones de verdad. La humanidad entera puede creer una cosa y eso no significa que lo que diga sea verdadero. La verdad se demuestra, y se defiende, por sus propios méritos, y esos méritos remiten a palabras, no a números.
LA DICTADURA
El progreso, ese gran mistificador, le ha hecho creer a los progresistas que las libertades conquistadas son eternas, pero las libertades, a despecho de la fe progresista, dependen de las circunstancias históricas, y son las circunstancias históricas las que nos hacían vaticinar, hace ya un buen tiempo, que se preparaban las condiciones para el inicio de una nueva era de la humanidad que llamábamos la era oscura.
Aquellos vientos trajeron estas tempestades. Asistimos a la instauración de una dictadura de nuevo cuño, una dictadura que, por su profundidad, dejará pálidas a todas las dictaduras del pasado, pues la nueva dictadura será global, no sólo en términos geográficos, sino en todo lo que refiere a lo humano.
La operación política, como puede ver quien mire la realidad sin culpas, tiene varias facetas.
Como primer punto, la aceleración del proceso de acumulación de riquezas, lo que incluye la extinción de buena parte de la clase media y la reducción de la masa laboral. Este detalle es crucial para la dictadura, pues los trabajadores, incluyendo en este concepto a los productores de alimentos, tienen, por su función social, una dosis de poder que perderán y, en cuestiones de política, cuando un actor pierde un poder, otro actor lo absorbe.
Segundo, digitalización de la vida, incluyendo, claro está, la economía. Los contactos humanos, reales, se disipan y emerge una nueva realidad, la realidad virtual, lo que significa, antes que nada, la realidad asexual. Este asunto se ramifica. Por ejemplo, la educación vía virtual no sólo educa en su asexualidad, que es su principal característica, sino que permite, al mismo tiempo, unificar el discurso, desde que vamos hacia un solo curso dictado por una sola persona, y permite controlar, en línea, lo que se dice en clase, de un lado y de otro.
Tercero, ruina de las democracias y de los Estados soberanos ante el empuje de las transacionales y, en particular, ante el empuje de la industria de la medicina, los laboratorios, la tecnología aplicada a la venta y la comunicación, y la banca. La idea de república pierde un espacio que ganan los magnates disfrazados de filántropos, al tiempo que el libre pensamiento pierde un espacio que ganan los sirvientes de los magnates, disfrazados de científicos «honorarios»
El reciente discurso de Álvaro Delgado relativo a la vacuna que se negocia en secreto, reeditando la progresista negociación secreta con UPM, reveló más de lo que pretendía al decir que los políticos deben dejar el espacio a los científicos. Esto es, en criollo, la instauración de una tecnocracia en perjuicio de la democracia.
La ruina de los Estados soberanos también implica la ruina del derecho interno ante el derecho internacional, la ruina de los Estados soberanos ante el gobierno global. En este sentido, y desde hace tiempo, el progresismo, fiel siervo de los globalistas, viene laborando bajo el escudo de la lucha por los derechos humanos, llamados así para erosionar el concepto derechos constitucionales.
Cuarto, debilitamiento del carácter soberano de los Estados frente a la lógica del capital, pero incremento del rol represor y controlador del Estado, con su consecuente intromisión en la vida privada y la pérdida de libertades y derechos de los ciudadanos. Las constituciones se diluyen, paso previo a su desaparición. Se instaura un régimen de facto, pues nuestras «antiguas» leyes se evaporan como una gota en la plancha al rojo de la histeria pandémica.
Quinto, establecimiento de la nueva fe, constituyéndose la Ciencia en la nueva religión y los científicos en los sacerdotes de la nueva fe. Los científicos, al igual que los sacerdotes, cumplen órdenes a cambio de un sueldo, pero ese asunto, incuestionable, es un detalle menor, pues lo que importa es la sustitución, en la cabeza de la gente, de las antiguas religiones por la nueva fe. Sea la que fuere la nueva religión llamada a imponerse, estará vinculada a la noción de salud triunfante. La culpa ha sido el alimento de las religiones represivas, más ahora, la culpa y su hija, la enfermedad, alcanzan un nuevo estadio para enfermar aún más al hombre.
Sexto, ninguna concentración de las riquezas, ninguna concentración del poder, ningún fortalecimiento del carácter intrusivo del Estado puede nada si el hombre es rebelde, pues el tiempo en que pueda prosperar una dictadura depende del grado de rebeldía de la gente que deba soportarla. Erosionar la rebeldía del hombre se traduce en disciplinamiento, un proceso este, el disciplinamiento, de larga data, pero ahora que se ha acentuado a niveles inconcebibles. Jamás ninguna dictadura había logrado disfrazar y aplicar un tapabocas a toda la población mundial, ocluyendo no sólo su respiración y su habla, sino, mecanismo perverso del disciplinamiento, aniquilando el erotismo.
Séptimo, desde el trasiego hacia la economía virtual hasta la creación, por vía de la repetición mediática, de los decretos inconstitucionales y del ubicuo tapabocas de una pandemia inexistente, se trata de llevar a cabo la sustitución de la realidad. Esto incluye nuestra modalidad de lectura, en tanto el libro desaparece, la música, en tanto la remasterización elimina los «errores de la voz humana», lo que comemos, en tanto avanza la ingeniería de tejidos, e incluye una cantidad de realidades hasta llegar al dinero, ejemplo supremo de la sustitución de la realidad. Sustituido su poder creador, sustituida su capacidad de transformar las cosas, sustituida su realidad, el hombre pasará a una nueva forma de esclavitud.
El lema de la dictadura es todo en función de nada, pues si paro el mundo, destruyo las instituciones políticas y disciplino a toda la humanidad en función de un virus que, en el mejor de los casos, ha eliminado al 0,02 por ciento de la población, incluyendo en este 0,02 por ciento a los muertos por cáncer, infartos o gripes que se tipifican como muertos por coronavirus; si logro todo eso en función de nada, obtengo un poder que no hubiera conseguido si cimentara todo lo logrado en función de algo.
Ahora bien, el segundo lema de la dictadura es divide y reinarás, lo que significa dividir a un hombre del otro, como siempre ha sucedido, y, además, virtud de la crisis que arroja nueva luz sobre los viejos proverbios, significa dividirnos de nosotros mismos.
Atomizado el hombre, quedará sin asidero, sin atributos, definitivamente inerme y en caída vertical al abismo, cosa que sucederá si los negadores de la realidad siguen, de forma frívola, negándola, aunque uno tiende a comprenderlos: el aplauso fácil a la sombra del poder debe de ser harto gratificante.
Luis E. Sabini Fernández 15/01/21
https://revistafuturos.noblogs.org/
Marcelo Aguiar Pardo ha presentado una crítica contundente a algunos enfoques del momento actual que está viviendo la humanidad sometida a un régimen de pandemia.
Una primera aproximación a su enfoque es la calificación de negacionistas, genérica, para quienes niegan la existencia del virus declarado origen de la pandemia y quienes critican el trámite de lidia con dicho virus y por consiguiente no niegan la existencia de la enfermedad.
Lo que ha hecho, en cambio, Aguiar Pardo es tratarlos por separado (en sendos artículos: “Conspiravirus, la otra pandemia” y “Los negacionistas”).
Como estamos de acuerdo con la existencia de un virus patógeno nuevo, voy a concentrar mi abordaje en la segunda nota “Los negacionistas”, aunque llamando la atención al hecho que nuestro autor los meta en la misma bolsa (aunque en dos bolsitas separadas).
Aguiar Pardo critica el rechazo de la ciencia oficial de estos últimos negacionistas, quienes la entrecomillan para criticarla “de un modo más solapado”.
Con semejante caracterización, la presunta ecuanimidad de nuestro autor queda maltrecha, sobre todo porque a la vez plantea observaciones no arrebatadas ni emocionales. Y el cargo de solapado desnuda así su propia animosidad.
Lo que le molesta a Aguiar Pardo es el cuestionamiento a la ciencia ortodoxa y la apelación a una ciencia alternativa. Le parece algo espurio: “cuestionan lo que denominan ciencia oficial, reivindican una ciencia alternativa […]”. Con lo cual da por sentada una ciencia incondicionada, plena (o absoluta) en su calidad epistemológica.
Este punto de partida de Aguiar Pardo es lo que, a mi modo de ver, pone en entredicho su planteo.
Porque la ciencia “baja” al mundo a través de redes de conocimiento, universitarias, empresariales, y éstas; las redes de asiento de desarrollo científico, expresan una política, expresa o más a menudo tácita, como lo reconocía un científico tan neto y “duro” como el Nobel César Milstein.[1]
Podemos también pasar de la ciencia propiamente dicha a las organizaciones que la “encarnen”. Tomemos el ejemplo de la OMS, en su origen una organización supranacional, de orden público, surgida desde la ONU.
Con el retiro de subvenciones nacionales originarias, el aparato médico-administrativo de la OMS se vio condenado a desaparecer. Pero no lo hizo, porque aparecieron suficientes aportantes privados que mantuvieron en funcionamiento el aparato organizativo de la OMS.
El aporte provino de entidades farmacológicas transnacionales y/o de grandes contribuyentes filantrópicos, caso los Gates o Soros. ¿Podemos hablar de objetividad científica en las labores de la OMS? Coordina y administra redes de profesionales y empresas del rubro médico. No es ciencia (para no decir que puede ser precisamente lo opuesto). El trámite habido con la cuestión de si el glifosato es cancerígeno o no, que ha llevado años, década y media, basta para advertir que lo decisivo no es lo científico.[2]
Aguiar Pardo invoca ciencia y recurre a organizaciones administradoras que fijan posiciones diz que científicas. ¿Podemos aceptar ese pase de manos?
Aguiar Pardo repasa luego el papel y la envergadura de representantes de esa “ciencia alternativa” y los va desechando a partir de las confrontaciones sufridas por esos referentes con los científicos llamémosle ortodoxos, oficiales o normales.
No voy a hacer la exégesis de los ejemplos que expone porque no estoy en condiciones de profundizar en dichos casos. Pero sí puntualizo: 1) no es de extrañar que los heterodoxos queden peor librados que los ortodoxos en cualquier historia oficial, y 2) Aguiar Pardo ha repasado una serie exigua de “herejes”; no soy especialista en el tema y sin embargo, conozco muchísimos otros científicos objetores del discurso oficial. ¿Son todos de tan dudosos quilates como los que presenta Aguiar Pardo (un tal Milkovits retirado de Science tras un trastada, un microbiólogo norteamericano, Sucharit Bhakdi, ridiculizado con un Premio de Oro a la pseudociencia…)?
¿Se la hizo fácil Aguiar Pardo?
Habría preferido comentarios, críticas, destrozos, a Máximo Sandin, Pablo Goldschmidt, Cristina Carrera, Pietro Vernazza, Max Parry, Genevieve Briand, entre los biólogos, virólogos, matemáticos especializados en economía y médicos preocupados por la política sanitaria implantada en casi todo el mundo. Y si ampliamos el ángulo de perspectiva, me interesaría ver, si tiene, y cuáles serían sus refutaciones a planteos acerca del mundo pandemizado de Michel Chossudovsky, John Pilger, Gilad Atzmon, Giorgio Agamben o Aldo Mazzucchelli.
Por eso, la rúbrica de nuestro hombre “liquidando” a “los herejes” con un “Parece claro que las fuentes confiables no son el fuerte del negacionsimo” me resulta fuera de lugar. Es una vieja técnica oratoria, la de elegir los más débiles contradictores para resultar airoso en la contienda.
Las discusiones entre científicos, demasiado a menudo, están lejos de la unanimidad: cuando Louis Pasteur, químico y matemático, descubre los microbios como agentes patógenos, Antoine Béchamp a su vez químico y biólogo a través de sus propias investigaciones llega a conclusiones diferentes que mucho disgustan a Pasteur. La disensión fue tan tensa como para que Béchamp pudiera exponer sus puntos de vista desde prensa belga, porque “una vaca sagrada” como Pasteur, no era criticable desde la prensa francesa…
Sin remontarnos a otras polémicas, la pandemia en curso o lo que se presenta como tal, quiso atender inicialmente la insuficiencia respiratoria valiéndose de “respiradores”. La mortandad continuada, y tal vez agravada, más algún rasgo inteligente, llevó a algunos sanitarios y revisar sus postulados, advertir que no era insuficiencia pulmonar sino aparición de trombos la causa de la enfermedad y combatir esas trombosis con anticoagulantes a veces tan sencillos como aspirinas.
No sé si esos penosos palos de ciego fueron reconocidos como tales por los servicios médicos que los adoptaran.
Pero son ejemplos que quitan tota aureola de infalibilidad y precisión a lo científico, al estar encarnado, “bajado a tierra”. Porque la ciencia no es verdad revelada, carece de la apodicticidad que parece atribuirle Aguiar Pardo; el conocimiento científico ha sido descrito, para mí con acierto, como “una sucesión de errores fecundos”. Allí, el acento está en la ignorancia vencida, no en el saber “firme como una roca”. Para advertirnos ante la soberbia de los científicos, no de la ciencia, me parece muy recordable esta observación de José Ortega y Gasset:
“¿Es el científico un «ignorante instruido»? [...] No es un sabio porque ignora formalmente cuanto no entra en su especialidad; pero tampoco es un ignorante, porque es «un hombre de ciencia» y conoce muy bien su porciúncula de universo. Habremos de decir que es un sabio ignorante, cosa sobremanera grave, pues significa que es un señor el cual se comportará en todas las cuestiones que ignora no como un ignorante sino con toda la petulancia de quien en su cuestión especial es un sabio.”
Aguiar Pardo invoca la universalidad del uso del barbijo como prueba que los impugnadores, desconfiados, no han encontrado eco en ninguna sociedad o dimensión social atendible. Sin embargo, tomando ese mismo adminículo, entiendo que existen muchas diferencias en su uso: desde disposiciones donde se aplica todo el tiempo en todas partes a prácticamente todos los humanos, hasta otra en sociedades donde el barbijo sólo es exigido cuando la proximidad entre humanos es muy alta y en lugares cerrados. En concreto, esa diferencia puede andar entre 16 horas diarias (suponiendo, tal vez erradamente, que los portadores no lo usen durante el sueño) o 24 horas, y pocos minutos al día (al entrar en local cerrado y con más gente). Una diferencia de uso de 1 a 100. La universalidad pierde aquí por goleada.
El autor de “Los negacionistas” tiene en general una actitud mesurada y advierte las potencialmente devastadoras consecuencias de ciertas medidas, como el distanciamiento sobre la sociedad, sus integrantes y particularmente los niños.
Pero soslaya la política de miedo que los medios masivos de incomunicación de masas han prohijado y eso me hace pensar que flaquea su percepción de la realidad. Comportamiento, el mediático, que a mi modo de ver, sólo es entendible como una política, no como un reflejo objetivo de la realidad.
No acercarnos a la siempre esquiva y compleja verdad sino, atemorizarnos. Usando, eso sí, recursos sumamente eficientes: 1) el miedo, consustancial a los seres vivos (en general, es un gran preservador de la vida, pero a veces es sólo abdicación de la conciencia) y 2) la invocación a la ciencia.[3]
El estado del mundo actual, el grado de concentración de poder, sin precedentes, de los actuales titulares de dichos poderes; la progresiva medicalización de la sociedad que incluye la cuarentenización generalizada de población sana (un hecho sin antecedentes históricos en la ya larga historia de enfermedades y cuarentenas); y en otros órdenes de la sociedad que vivimos; la existencia reiterada de atentados de falsa bandera, la presencia de redes secretas de seguridad que generalmente empezamos a conocer sólo cuando su fuente de poder ha sido desmantelada, como podemos hablar hoy de la NKVD soviética, la AVH húngara, la SAVAK iraní.[4]
Aguiar Pardo se permita cerrar su diatriba: “la fantasía del complot mundial, este contrarrelato del terror sanitario creado artificialmente para dominarnos es, además de inverosímil, maquiavélico y de una debilidad argumental inquietante. Su matriz conspirativa, esencialmente dogmática, lejos de promover la duda y el escepticismo sanos, que están en la esencia de la mentalidad científica […] erosiona la confianza en los sistemas de salud, las autoridades sanitarias, los medios de comunicación y la ciencia misma.”
Nuestro hombre ha dado vuelta la tortilla: los dañosos son los escépticos, los que dudan y, en cambio, lo valioso es la adhesión incondicional, absoluta, al poder oficial. De “las autoridades sanitarias”, de “los medios de comunicación” y su política de miedo.
Me permito recordarle que la ciencia no es verdad revelada, carece de la apodicticidad que parece atribuirle Aguiar Pardo; el conocimiento científico ha sido descrito, para mí con acierto, como “una sucesión de errores fecundos”. Allí, el acento está en la ignorancia vencida no en el saber “firme como una roca”.
No advertir el carácter dirigido del mensaje mediático, la política que, por ejemplo el big pharma lleva adelante, no es ingenuidad solamente; dejo a Aguiar Pardo que lo califique.
[1] Véase mi reportaje a César Milstein, suplemento FUTURO, Página 12, Buenos Aires, 10 octubre 1991. Lamentablemente, no lo tengo digitalizado.
[2] Remito a mi nota “Transgénicos: veinte años después“, 3 jun 2018, aparecida en diversos sitios-e y en mi blog, https://revistafuturos.noblogs.org/.
[3] El psicólogo estadounidense Stanley Milgram hizo hace medio siglo un experimento decisivo para mostrar como en general los seres humanos son influenciables por quienes saben manejar argumentos de autoridad, científica. Parece que a esta altura del partido, hay muchos influencers que conocen la receta.
[4] Alguna excepción: hemos también conocido actuaciones de la CIA o de Blackwater gracias a investigaciones periodísticas reveladoras socializadas por Wikileaks (y la prueba del valor de tales informaciones es la reacción de los poderes establecidos contra Julian Assange y otros whistleblowers).