24.ENE.21 | PostaPorteña 2180

CUBA: El caballo de Troya de la burocracia (II)

Por Alina López Hernández

 

En los días que mediaron entre la primera (aquí) y la segunda partes de este artículo, la denuncia de que existe un golpe blando en curso para derrotar al gobierno y al socialismo en Cuba, se ha continuado potenciando con énfasis en los medios oficiales. Como el Movimiento San Isidro está menos activo, por lo que se observa en las redes sociales, los principales enemigos públicos han pasado a ser ahora, siempre junto a los medios de prensa alternativos, el grupo denominado «Articulación Plebeya».

Alina Bárbara López Hernández

Profesora, ensayista e historiadora. Doctora en Ciencias Filosóficas

La Joven Cuba 15 enero 2021

Esclarecer esta tesis requerirá un análisis independiente, pero lo cierto es que el momento en que se aviva la hipotética «amenaza» es precisamente uno de los de menor popularidad del gobierno de que yo tenga memoria. El señuelo del golpe plebeyo es entonces un fallido intento por distraer la opinión pública no tanto de los altibajos de la Tarea Ordenamiento —digna en verdad de su antónimo por todos los ajustes y cambios que está teniendo, resultado de críticas masivas—, sino del cambio perceptible de la política del Estado respecto a la sociedad.

Reformar la economía insular es un imperativo, aunque, como han explicado varios economistas, no debió comenzarse por la reforma general de precios y salarios sin haber producido antes cambios estructurales y legislativos que reforzaran al sector privado interno y a la propia empresa pública. Nadie discute la necesidad de la Tarea Ordenamiento, pero el momento en que se va a aplicar, tras más de una década de anunciadas las reformas, es muy complejo. La lentitud de la burocracia ha sido costosa, incluso para ella.

El gobierno niega que esta sea una terapia de choque, pero ya es evidente que el incremento salarial, en medio de la crisis y carestía actuales, disparará los precios de productos y servicios a niveles increíbles, absorbiendo en poco tiempo el salario real y deprimiéndolo nuevamente. El aumento de hace unos meses al sector presupuestado se esfumó por la misma razón y desde que fuera anunciado el Día Cero se produjo una escalada masiva en los precios, primero del sector privado y de la economía sumergida, que entroncan ahora con los del sector estatal.

Los niveles de pobreza y desigualdad en Cuba han crecido sostenidamente desde que a inicios de los noventa se derrumbara el campo socialista europeo y la Isla quedara sin su pilar financiero y comercial. Hubo sectores más vulnerables porque no se relacionaban con ninguna de las nuevas fuentes de ingreso: turismo, pequeños negocios, remesas.

Entre ellos se cuentan los ancianos, jubilados o pensionados; las madres solteras que por divorcio o emigración de sus parejas tuvieron que asumir solas la crianza de los hijos; las personas negras, que tienen una desventaja histórica pues no poseen, salvo excepciones, patrimonio de larga data, grandes y lujosas mansiones u otras propiedades que pudieran poner en función de un negocio y sufrieron también obstáculos racistas para acceder al sector privado con empleos mejor remunerados; las mujeres en sentido general, que —como plantea la investigadora Ailynn Torres Santana—, tienden a experimentar las consecuencias de las crisis con mayor rapidez y a beneficiarse de forma más lenta de la recuperación.  

Recientemente, las desigualdades sociales se han incrementado. Desde antes de iniciar la Tarea Ordenamiento ocasionó gran polémica la decisión de abrir establecimientos comerciales que solo venderían en dólares depositados en tarjetas magnéticas. La afirmación del ministro de Economía de que esta es una medida justa y revolucionaria merece total reprobación. Ojalá al menos fuera efectiva, pero esto es cuestionado igualmente por las larguísimas colas para acceder a dichas tiendas, junto a las fallas constantes del sistema informático al momento de pagar.  

La Revolución cubana se declaró desde el mismo inicio del triunfo, «de los humildes, por los humildes y para los humildes». Sin embargo, la visión del pueblo y de los pobres se ha modificado en boca de muchos que se atribuyen la etiqueta de   revolucionarios. Si recordamos la apertura del Mercado de Cuatro Caminos vendrán a nuestra memoria frases que rechazaban a la chusma, y establecían modos elitistas y peyorativos para referirse a esas personas.  

Pocas veces se asocia el empobrecimiento con los grupos que ejercen el disenso más activamente en Cuba. San Isidro no solo es un movimiento, es un lugar, o mejor, un no lugar para la burocracia: calles y aceras destrozadas, aguas albañales que corren en medio de un acto de reafirmación, casas con puertas rotas y despintadas, humildad y pobreza; lo que contrasta con las zonas residenciales de enormes mansiones y evidencias de prosperidad en las que habitan los altos dirigentes y sus familias.

El éxodo migratorio masivo funcionó en Cuba como válvula para quitar presión social en épocas de crisis. Hoy no es posible ese alivio. Los que se quedaron aquí, o no desean emigrar —y en consecuencia necesitan, y exigen, cambios que mejoren su situación— o no pueden hacerlo, porque hasta para eso la pobreza limita. Antes, cuando la gente se tiraba al mar, existía una especie de rasero que les igualaba. Solo la suerte, el buen tiempo y las corrientes oceánicas decidían.

Eso se modificó tras la firma de los acuerdos migratorios con Estados Unidos y el cese de la política que favorecía la emigración ilegal desde la Isla, además de que el cierre de los servicios consulares por parte del gobierno de Donald Trump ha afectado mucho más. En consecuencia, para irse de Cuba hay que hacerlo a través de terceros países y se precisa de dinero o trámites muy costosos, lo que está fuera del alcance de las personas pobres, que están conscientes de que las transformaciones que demandan tienen que ser aquí y ahora. A tenor con ello, la expectativa ciudadana ante este nuevo intento de reformas es mucho más exigente y cuestionadora.

Llaman mi atención de las declaraciones de ministros y decisores relativas a la Tarea Ordenamiento, no las rectificaciones que han debido hacerse a determinados precios y disposiciones. Eso, a fin de cuentas, es positivo y demuestra la influencia de los criterios de cubanas y cubanos, no solo en las redes sociales, sino en los mismos sitios, portales y medios digitales del Estado que permiten visibilizar las opiniones.

Lo más inquietante es el contenido de esos discursos, es el importante cambio en políticas y principios que se consideraban «conquistas de la Revolución» por las que había que luchar. El énfasis que se hace al afirmar que el Estado era muy «paternalista» y había otorgado «subsidios y gratuidades indebidas», deja a un lado el tema de los errores, demoras y estrategias fallidas de la burocracia a lo largo de décadas, empezando por el mantenimiento de la doble moneda cuando ya se conocía la distorsión que ocasionaba a la economía nacional. Indebida ha sido nuestra pasividad en todos estos años, esa es la verdad.

«Poner el oído a la tierra para saber lo que piensa el pueblo», es una frase manida y demagógica. Nuestra burocracia muestra una vez más lo alejada que se encuentra de las condiciones de vida de la mayoría, lo que queda claro en varios elementos, por ejemplo:

La ministra de Finanzas y Precios acaba de decir en el programa Mesa Redonda, que las denuncias de la población, sean directas o indirectas, permiten constatar violaciones en la política de precios y que ello es evidencia del poder popular. Se equivoca. El poder popular solo será real cuando se controle todo el proceso de cambios desde abajo. De existir poder popular las reformas no hubieran tardado tanto y muchos de los que hoy dirigen y nos piden paciencia y confianza no estarían ocupando responsabilidades para las que se han mostrado incompetentes.

La clase dirigente en Cuba ya no es parte de «los humildes», hace mucho es una clase para sí y seguirá fortaleciéndose. Eso es a lo que hay que seguirle el rastro. Ese es el golpe nada blando que se oculta tras acusaciones, calumnias y amenazas.

Según una encuesta realizada por Hadley Cantril a mediados de la década del sesenta, el 74% de los cubanos consultados anticipaba un futuro propicio [1]

¿Se atreverían los burócratas a repetirla hoy?

 

[1] Citado por Louis A. Pérez Jr.: Estructura de la historia de Cuba. Significados y propósitos del pasado, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2017, p. 355.


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